Aún recuerdo el día que llegaste a casa. Fue como cualquier otro en el que mi dueño atravesó la puerta y gritó mi nombre, aunque no era realmente necesario porque yo ya lo estaba esperando en la entrada moviendo mi colita. Me saludó y me cogió entre sus brazos y después me acercó a tu cara poco agradable.
Me rechazaste, a pesar de que ya te había visto antes; no me invitaste a tus brazos. Me ignoraste como el perro que soy y corriste hacia la cocina. Kuroko me dejó en mi cojín y fue tras de ti con un rostro molesto diciéndote cosas que no comprendí.
Ese día estuviste toda la tarde, comieron mientras veían la Tv y después hicieron sus deberes escolares. Él me había contado que estaba próximo a graduarse y que deseaba entrar a una Universidad; me habló también sobre ti y me sentía emocionado por los dos. Ese día te quedaste a dormir con mi dueño; pero no en el cuarto de invitados, te subiste a la cama y ocupaste mi lugar, le llenaste de besos y después me mandaron a dormir a la sala.
Me sentí enojado de que intentaras quitarme lo único que tenía; el amor de Kuroko era mío y tú no tenías el derecho de hacerme a un lado. Por eso, cada día que llegaban juntos me sentaba en su regazo para que no te acercaras; te gruñía y te ladraba para que no nos molestaras.
Yo no sabía que pasaba con ustedes en el colegio, sin embargo, pasado algún tiempo llegaste y me silbaste; mis orejas se levantaron por acto reflejo y corrí hacia ti. Por primera vez me extendiste los brazos y cuando llegué a tus pies me alzaste como a un bebé, y lo más agradable fue que me llamaras por mi nombre.
Me empezaste a gustar; eras amable con mi dueño y me dejabas dormir con ustedes; cuando nos visitabas los fines de semana, ambos te esperábamos con mucha emoción; me agradaba el sonido que salía de tus labios y me acostumbre a ello. Nos cuidabas; eras como mi mamá cuando fui cachorro, me dabas de comer, me sacabas a pasear y me acariciabas la cabeza por largos ratos, a veces me dormía en tus piernas y entre sueños escuchaba tus quejas porque no te podías levantar.
Con Kuroko eras muy dulce, le dabas las mismas atenciones que a mí; lo consentías y lo llenabas de amor. En ocasiones nos envolvías con las sábanas y nos llevas al baño juntos; me gustaba sentir el agua tibia y verte divertir con la espuma y los patos de la bañera. Fue cuando te deje de gruñir y los sustituí por ladridos amables. Los dos lucían felices y supuse que eran pareja. Los días que no ibas te extrañaba mucho; quería escuchar el sonido peculiar que hacías sólo para mí.
Tú y yo nos hicimos amigos; a veces me rechazabas y ponías caras feas, pero era un juego que también me encantaba. Me compraste nuevos juguetes y me enseñaste a coger la pelota. Él parecía contento de que nos lleváramos bien, su sonrisa quizá era el mejor recuerdo que pude grabar en mi memoria mientras permanecieron juntos.
Pero, hace más de un mes que no apareces por la casa, ¿a dónde te fuiste? A veces le aúllo a mi dueño un poco triste; también lo veo llorar por las noches y aunque le de mi cariño no se consuela. Las cosas han cambiado un poco por acá; quizá si vinieras y silbaras, la casa se alegraría un poco. Su amor debió de haber durado muchos años, tenían muchas que compartir y mucho de que platicar.
¿Te olvidaste de mí? Te extraño, él también lo hace. Por favor ven, estoy seguro de que su amor aún no ha terminado.