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Guía Del Buen Amante por ghylainne

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Notas del capitulo: Porque lo prometido es deuda, para Aphro. Aunque tú ya sabes que el lemon no es lo mío, espero que te guste, porque está hecho con mucho cariño.

Guía Del Buen Amante

 

O como seducir a un Fénix con poca paciencia

 

¿Qué mejor ocasión que la victoria contra Hades para organizar una fiesta? Eso debieron pensar los Caballeros de Bronce, que dicho y hecho, organizaron todo para festejar dignamente su triunfo. El único que no parecía ilusionado era Seiya, que permanecía tirado en el sofá mirando al techo con desgana, y eso que siempre era el primero en apuntarse a lo que fuese. Evidentemente aquella actitud tan extraña fue notada por sus amigos, que enseguida mandaron al cuerno la celebración para descubrir lo que le pasaba al titular del Pegaso.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Shiryu sentándose a su lado.

—Perfectamente —respondió el moreno sin cambiar de postura.

—Pues cualquiera diría lo contrario —el ruso se sentó en el reposabrazos—, ni siquiera has probado los pasteles —añadió con un tono de burla.

—No tengo hambre.

Aquello sí que era noticia. Seiya JAMÁS rechazaba un pastel o tarta o cualquier cosa dulce. Algo gordo tenía que pasar para que prefiriese estar tirado en un sofá a desvalijar el surtido de postres. Los dos amigos estaban más que intrigados, hasta que oyeron a Ikki hablar con su hermano y el castaño se levantó como un resorte para seguir con la vista al pájaro de fuego. Hyoga y Shiryu intercambiaron una mirada cómplice. Acababan de descubrir la causa de los males del caballito alado. Ikki ni se enteró de que estaba siendo objeto de semejante interés, y recogió su cazadora y se fue.

—Me voy a la cama —anunció Seiya levantándose.

—¿A las seis de la tarde?

Pero Seiya no les hizo caso y se metió en su habitación, tirándose en la cama. El más tozudo de los Caballeros de Bronce tenía mal de amores. Y claro, una cosa es tirarte barranco abajo para salvar a tu diosa y otra muy distinta confesarle tu amor al Fénix y arriesgarte a terminar convertido en cuadrúpedo volador a la parrilla.

Por puro aburrimiento, y por ver si así dejaba de pensar en Ikki, encendió su ordenador y abrió el correo. Uno de los mensajes le llamó la atención de inmediato: la guía del buen amante. ¡Genial! Una lista sobre como mejorar sus inexistentes relaciones con una pareja que no tenía. Pero la cabecita loca del Pegaso ya había comenzado a pensar un plan para conquistar al ave de fuego.

Seiya decidió poner en práctica su idea esa misma noche. El consejo que más lo atraía era uno que decía algo de prestar atención a las zonas erógenas, pero no tenía ni idea de lo que eran. ¿Se habría olvidado Marin de hablarle de ellas en sus clases de anatomía? Porque parecían algo importante saber dónde estaban, y la guía esa no traía un dibujo explicativo incorporado.

Afortunadamente para él, uno de lo pasos era aprender a desnudar correctamente a tu amante. Claro que él no tenía la más mínima posibilidad de algo así, al menos por el momento, y tampoco iba a montar un estriptis en medio del salón de Saori. Pero podía hacer lo contrario: vestirse bien sexy para su pajarito. Así que se “armó” con unos pantalones negros un tanto ajustados y una camisa blanca que dejó medio abierta, se peinó cuidadosamente y bajó a cenar.

Se las arregló para sentarse enfrente de Ikki, al que no pasó desapercibido el cambio de imagen de su compañero. De hecho, no le pasó desapercibido a nadie, sin contar con que olía a colonia a kilómetros.

—¿Qué tal te fue hoy, Ikki? —le preguntó fingiendo indiferencia ante el asombro de sus compañeros. Aquellos dos no se hablaban si no era imprescindible.

—Bien otouto, gracias por preguntar.

—Yo no te he preguntado nada —respondió Shun.

—¿Ah, no?

Eso sorprendió al Fénix. Su hermano era al único al que le permitía esa clase de preguntas.

—He sido yo —confesó el Pegaso.

Ikki lo miró reprimiendo las ganas de gritarle que aquello no era asunto suyo. No es que le molestase la pregunta en sí, sino que era un poco como Mary Poppins: no le gustaba dar explicaciones a nadie. El resto ya se esperaba una hecatombe, pero el peliazul respondió lo más tranquilo que pudo, con los ojos fijos en los botones desabrochados de la camisa del caballito alado.

—Bien gracias.

Y allí acabó la conversación. Más tarde, Saori tuvo que salir a atender un asunto urgente de la Fundación y se llevó a Tatsumi, Shun salió con sus compañeros de la isla de Andrómeda y Hyoga vete a saber dónde se había metido, pero allí no estaba, por lo que Seiya decidió aprovechar la ocasión para seguir con su operación de acoso y derribo del pájaro de fuego.

Se sentó en el sofá intentando quedar bien a la vista de Ikki, sentado en un sillón leyendo el periódico.

—¿Quieres tomar algo? —ofreció Seiya.

—No —Ikki siguió leyendo el periódico como si no hubiese dicho nada.

—¿Seguro? Porque no es molestia.

—No quiero nada.

—¿De veras....?

—¡No! —gritó exasperado mirando al moreno como si se lo fuese a comer vivo—. No quiero nada.

—Bueno, creo que yo sí tomaré algo.

—Haz lo que quieras.

Ikki fingió no hacerle caso mientras colocaba de nuevo el diario, pero cuando el ponny se levantó para ir a la cocina no pudo evitar fijarse en aquellos pantalones negros. ¿Desde cuándo tenía aquel trasero? Primero la camisa abierta y ahora esos pantalones. Si no conseguía volver a centrarse en el periódico, se lanzaría sobre el moreno sin preocuparse de las consecuencias.¡Y qué carajo! A lo mejor no era tan mala idea, porque claro, el Fénix sería borde pero no tonto, y se había dado cuenta de que algo raro pasaba, y que ese algo tenía que ver con él. Aquel podía ser su día de suerte, porque sí, no iba a negar lo mucho que le atraía el caballito con alas.

Subió a su habitación y esperó hasta que sintió que Seiya hacía lo mismo. Para ir a su dormitorio tendría que pasar por su puerta, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, se plantó en el pasillo, apoyado en la pared con los brazos cruzados.

—¿Se puede saber qué rayos te pasa? —le soltó mientras pasaba por su lado.

—¿A mí? —preguntó un tanto nervioso. Y es que al Fénix era mejor no provocarlo.

—¿Ves a alguien más?

—No, claro, qué tontería —rió aún más nervioso.

—Entonces —continuó Ikki acercándose seductoramente. Aquel crío iba a caer como que él era el Fénix en persona—, no me vas a decir a qué viene tu cambio de imagen —dijo acorralando al Pegaso contra la pared y pasando un dedo por el borde de su camisa.

—Pues... por... nada en especial —contestó al borde del soponcio. Aquello no le podía estar pasando, no podía ser cierto que Ikki le estuviese tirando los tejos.

—Qué lástima —susurró muy cerca de su oído—, porque empezaba a hacerme ilusiones.

El moreno fue incapaz de responder. Sentía aquel aliento cálido golpear su piel, los dedos de Ikki jugando con su camisa, rozando levemente su pecho, y aquello era más de lo que podía soportar. Estaba deseando que hiciera algo más, porque él se sentía incapaz de mover un solo músculo, aunque había uno que había empezado a reaccionar por su cuenta.

—¿Seguro que no es por nada? —insistió el peliazul, recorriendo su cuello con los labios.

Seiya dejó escapar un gemidito por toda respuesta, lo que fue interpretado por su acosador como la señal de salida para hacer lo que le diese la gana con él. Decidió deshacerse de aquella camisa tan molesta allí mismo. Total, estaban solos y nadie los iba a interrumpir. Lo besó mientras desabrochaba los botones para luego recorrer su garganta antes de dedicarse a la piel que acababa de liberar en un camino de ida y vuelta, dejando al ponny más aturdido de lo que ya estaba.

—Dime que no querías esto y paro —murmuró en sus labios entreabiertos, y al no recibir respuesta lo arrastró a su dormitorio y lo tumbó en la cama después de cerrar la puerta, por si acaso, no fuera a regresar alguien y los encontrara en plena “discusión de intenciones”.

Ikki se sentó a horcajadas sobre él y prácticamente le arrancó la camisa. Y ya que Seiya no parecía dispuesto a hacer nada, se deshizo también de la suya.

—¡Santa Atenea! —exclamó ante el espectáculo que estaba ofreciendo el peliazul, ocupado en terminar de desnudarse.

—No la metas en esto —le riñó atacando el cierre de sus pantalones, lo que le dio un poco de vergüenza al Pegaso. ¿Y si Ikki se reía de él?

Pero no lo hizo, sino que parecía encantado con lo que estaba viendo, y se dedicó a besar la cara interna de sus muslos, mientras repartía caricias yendo del tobillo a la rodilla, para luego atacar de nuevo la garganta y el cuello, dejando un pequeño mordisco. Ahí Seiya ya empezó a entender lo que eran esas dichosas zonas erógenas, no pudiendo evitar recordar algunos puntos de la lista.

* Desnudar correctamente a tu amante, nada de que se atasquen las prendas. No, eso lo había hecho a la perfección.

* Comienza con besos, hay tiempo para el resto. Sí, besaba increíblemente bien.

* Tu amante tiene más de una zona a la que atender. ¡El resto del cuerpo también existe! Ya lo creía él que existía, y el Fénix parecía querer descubrirlo todo a base de besos, mordiscos y caricias.

Y ahí dejó la cuenta cuando sintió la lengua del peliazul acariciando su miembro, impidiendo que pudiera pensar en otra cosa que no fuera entregarse por completo a aquel dios de la lujuria. ¡A quién le importaba una mugrosa lista cuando tenía un profesor particular sólo para él! Así que se dedicó a estrujar las sábanas entre gemidos mientras Ikki devoraba con ansias su intimidad hasta que explotó en su boca.

—Ten cuidado con las sábanas —pidió Ikki, soltándolas del agarre de los puños de Seiya—, son mis favoritas.

Pero no pudo responder, porque los labios del Fénix volvieron a cerrarse en los suyos, por lo que optó por apoyarlas levemente en su espalda.

—No me voy a romper —susurró en su oreja, antes de sujetar sus piernas, que Seiya enredó en su cintura, un poco temeroso de lo que vendría a continuación—. Tranquilo, tendré cuidado.

Seiya asintió y se abrazó a él con fuerza, clavándole las uñas en la piel al sentir como lo invadía, soltando un pequeño gemido de dolor. Ikki lo besó a modo de consuelo, esperando un momento antes de seguir empujando hasta invadirlo por completo. Se detuvo, dejando que se acostumbrara, y luego comenzó a moverse despacio, para ir incrementando el ritmo poco a poco, a medida que Seiya comenzaba a amoldarse a su vaivén. Otro punto de la lista cumplido.

Y anda que no era escandaloso ni nada el chaval, porque el grito que dio al derramarse en la mano del peliazul lo debieron de escuchar hasta en el Santuario. Suerte que nadie parecía haber vuelto de sus salidas, porque el de Ikki no se quedó atrás.

Se dejaron caer en la cama, aunque el ponny no tenía muy claro si le dejaría quedarse ni lo que esperaba de él. Estaba a punto de decir que se iría a su cuarto y no lo molestaría cuando Ikki le dio las buenas noches antes de quedarse dormido abrazado a él. Por un momento no supo reaccionar, pero finalmente cedió al sueño que también empezaba a apoderarse de él.

El primero en despertar fue Seiya, que se quedó mirando a Ikki mientras dormía. Se veía tan tranquilo, tan distinto a lo que solía ser, que sintió la tentación de robarle un beso. Aunque a lo mejor no era buena idea y lo echaba a patadas de allí. Pero si lo iba a echar, por lo menos disfrutar un poco antes, así que el caballito con alas se atrevió a besar al dormido Fénix que, como si se tratara de la bella durmiente (o el bello, en este caso), se despertó al suave contacto recibido.

—Lo siento —se disculpó Seiya tan pronto notó que estaba siendo observado por unos ojos azules.

—¿Eh? —el Fénix todavía estaba más dormido que despierto, y no acababa de entender la disculpa—. ¿Qué es lo que sientes?

—Pues el beso —respondió un tanto confuso.

—Pues yo no.

—¿Ah, no?

—No.

Aquello era más de lo que Seiya era capaz de procesar, y hasta que tuvo a Ikki respondiendo a su beso, no comprendió realmente que había conseguido lo que quería. ¡Bendita guía del buen amante!

 

 

~~FIN~~

 

 

Ferrol (Galicia), España

2 - Septiembre - 2006


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