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Sacrificio por MikaShier

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Notas del fanfic:

Éste fanfic está basado en los personajes de la serie anime Free! Iwatobi Swim Club y Free! Eternal Summer, que no son de mi autoría.

Está, además, basado en ambos endings del programa.

Advertencia: Contenido sexual explícito, posible violación dependiendo del punto de vista del lector.

Ardor. Eso era lo que sentía en ese momento.
 
El sol, más brillante que nunca, pegaba de lleno contra el cristal, más no entrecerraría sus ojos. Podía escuchar claramente los gritos de las personas. Podía verlos mirarle con odio, entendía los insultos. Incluso le lanzaron algo que no supo identificar. Pero él no sabía por qué. Aunque se daba una idea.
 
Cuatro hombres armados sostenían su pecera, cuatro paredes de cristal translúcido y grueso con piso y techo del mismo material. Era lo suficientemente grande como para que él pudiese moverse, aunque no podía acostarse. Su corazón comenzó a latir con fuerza conforme las personas comenzaban a hacerse más y más, tras entrar a grandes bardas custodiadas por más hombres armados. Un palacio.
 
Oh, no.
 
Las enormes puertas del palacio se abrieron. Un joven pelirrojo salió con paso firme, mirada fría. La multitud calló mientras este bajaba las escaleras. No, no era posible, ¿cómo había sido tan idiota? Demonios. Se lo merecía, claro que lo hacía. De haber sabido que Rin era un rey… De haberlo sabido…
 
─ ¿Quién será la mascota ahora? ─siseó el sultán con una sonrisa. Acto seguido, giró una tuerca, haciendo que el piso de la pecera cediera y el tritón cayera al piso─ Dejen que se seque. Luego llévenlo al suelo de mis aposentos.
 
─Tienes que regresarme al mar ─el sonido emitido por su boca crispó los nervios de aquellos que escucharon, haciéndolos taparse las orejas y quejarse. Rin, en cambio, lo miró con indiferencia.
 
─Dejen que se seque en la planicie, donde el sol quema más fuerte.
 
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Diez años atrás
 
La luz del sol iluminaba por completo el desierto. Kilómetros y kilómetros de montañas de arena se extendían a lo largo del imperio Matsuoka, escondiendo el palacio y su ciudadela en el centro de Arelia, el desierto más grande que jamás existió, perdido para el mundo.
 
Tras muros de ladrillos de arcilla, se encontraban miles de personas. La ciudadela de Arelia era la más grande ciudad de ese desierto, y no había una razón más lógica del porqué el Sultán, Toraichi Matsuoka, residía ahí. Con veinticuatro años de edad, una esposa hermosa y un hijo alegre, el sultán gobernaba sus tierras con paz y justicia.
 
Sus ropas eran elegantes. Finas telas blancas que cubrían las partes adecuadas de su cuerpo sin asfixiarlo, adornadas con el oro más pulcro encontrado en Arelia y las joyas más bellas del desierto. Un gran turbante, cubierto de las mismas telas blancas y con adornos de oro también, descansaba en su cabeza.
 
Se encontraba sentado en su pedestal, una pierna cruzada sobre la otra, y observaba con diversión a su hijo. Rin Matsuoka, con ocho años de edad, cabello rojo y ojos carmesí, corría de un lado a otro por el gran salón Real, donde llevaban a cabo la mayor  parte de sus reuniones. Levantaba sus finas ropas rojas, cubiertas con una especie de capa negra con dorado y corría por la habitación, hablando consigo mismo. Se detenía en un lugar, echaba el turbante rojo -el único elemento de sus ropas que contenía oro- hacia atrás y volvía a correr.
 
─ ¿Qué se supone que haces, hijo? ─cuestionó el sultán luego de un rato. El pequeño corrió hacia donde él estaba y pegó las rodillas al piso.
 
─Papá, ¿existen las sirenas? ─Toraichi frunció el ceño.
 
─No, Rin... ¿Qué hacías?
 
─Pensé que, si existían las sirenas, debería haber una en uno de los oasis ─respondió volviendo la vista al piso, donde podía verse, a través del cristal reforzado, la escala a miniatura del desierto de Arelia. Rin seguía creyendo que demostraba el movimiento en la zona─. Hay cinco, el que está en el palacio no se ve, pero es el más grande. Tal vez ahí haya una sirena. Yo quiero...
 
─Pero eso no existe ─habló con sinceridad. Con una seña, Rin se acercó a su padre, quien lo sentó en su regazo─ ¿Quién te ha dicho lo contrario? ─preguntó mientras le acomodaba el turbante─ Le pondremos una tirita a esto para que no se te caiga.
 
─Aiichirou Nitori. El ratón de biblioteca.
 
─No le llames así.
 
─Pero si tú le dices así... ─la mirada serena de su padre lo calló. Rin volvió la vista al piso y suspiró─ Sonaban a seres fantásticos. Una sirena es hermosa, encantadora, amable. Pero puede comerte si se siente amenazada y su canto es tan hermoso que… ─las campanas comenzaron a tocar, interrumpiendo así el ensueño del niño. Toraichi se levantó y tomó la mano de su hijo.
 
─ ¿Estás listo?
 
─ ¡Veré una sirena!
 
─Que no existen... En fin, vámonos. Tenemos asuntos que atender.   El imperio Matsuoka quedaría a manos de la esposa del sultán mientras éste y su hijo se marchaban hacia las costas. La hambruna había abundado en el año, obligándoles a armar un plan de sobrevivencia, llevándolos a la costa para conseguir comida para sus súbditos. Siete días atrás, un ejército y un grupo de obreros se dirigieron a la bahía, pues, tras enterarse de la escasez de alimento, el sultán los había enviado a preparar las cosas para la pesca. Y ahora salía a su encuentro, acompañado de su hijo y sus diez más fieles guerreros.  
Rin, montado en un camello que estaba atado al camello de su padre, observaba con aburrimiento al viento arrancarle arena a las montañas. Lo único que valdría la pena -y el motivo por el cual había rogado ir también- yacía en el libro de cuentos que llevaba en el morral.
 
Una sirena.
 
El viaje duró tres días y tres noches. La mañana del cuarto día, el clima se notaba considerablemente distinto. Mucho más fresco. Rin se maravilló cuando llegaron al fin. Su fascinación se debía a las olas que golpeaban suavemente la costa, más aún a las cuatro embarcaciones medianas que flotaban cerca de la orilla.
 
El tiempo era oro, así que solo se necesitaron algunas indicaciones, asegurar a los camellos y abordar el bote para comenzar a navegar.
 
El pequeño heredero se sentó en la proa, para mirar al mar, mientras abría su libro y se emocionaba con las imágenes fantásticas sobre sirenas, desviando su vista al agua en busca de una.
 
Toraichi había sido un gran pescador años atrás. Tenía un don inigualable, podía localizar fácilmente las zonas de fácil pesca y definitivamente acabaría con el hambre por un tiempo. Fue por ello que, tras una hora, ya tenían pescado suficiente para una semana.
 
Se habían reunido en la proa de su bote -molestando al príncipe y obligándolo a alejarse- para celebrar, cuando un golpe pegó al costado del barco, sacudiéndolo. El capitán alzó la vista y gritó una orden. El mar estaba embraveciendo. Las olas se habían vuelto violentas sin razón aparente -no habían nubes de tormenta en el cielo-. Debían salir de ahí rápido. Refugiaron al sultán en el camarín, pero Rin estaba demasiado maravillado como para correr.
 
El mar furioso era bellísimo.
 
Corrió al barandal, sosteniéndose de él, sintiéndose hipnotizado por el azul puro perteneciente al mar. El agua tragó su libro.
 
─ ¡Rin! ─gritó Toraichi, bajo la cubierta, en el camerino. El niño pidió un poco más de tiempo─ ¡Rin, ven ahora!
 
─ ¡Alteza!
 
─ ¡Príncipe!
 
─ ¡Rin, cuidado!
 
Los ojos carmesí del niño brillaron con emoción. Apretó el tubo de metal con fuerza, sin importar que su ropa se hubiera mojado, y mantuvo el turbante en su cabeza con la otra mano. Sonrió ampliamente. La sonrisa le fue devuelta.
 
─ ¡Papá, es...!
 
Una sirena.
 
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El reino del mar era meramente encantador. El submundo acuático consistía en viejas ciudades tragadas por el océano, algunas tenían miles de años, otras solo centenares. Sus estructuras firmes eran perfectas para las especies acuáticas, quienes las usaban como cuevas. Casas, en caso de las sirenas y tritones.
 
La paz era absoluta en ese lugar, porque en ese lugar, Haruka era el rey. Se rumoraba que ese tritón, mitad delfín, había sido específicamente electo por el mismo Poseidón. Su actitud era fría, él era apático. Pero aún así, los súbditos le amaban. Su gobierno había acabado con los años de guerra de especies y, ahora, él reinaba en absoluta tranquilidad, aunque en ocasiones pedía ayuda al llamado Consejo Real, creado por él mismo, que era formado por un representante de cada especie bajo su mandato.
 
Ese día, su mirada parecía aburrida mientras observaba a su pueblo, pues hacía su recorrido diario. Cientos de sirenas y tritones nadaban de aquí a allá, saludándolo y haciendo reverencias al toparse con él. Era importante, mas no significaba que, a pesar de estar bien con ello, él lo hubiese querido así.   Había llegado a la cima cuando los demás se dieron cuenta de que dominaba el mar, aunque él se cansaba de explicarles que no era así. Dominaba los peces comunes y con ellos hacía suyo al mar, pero no más. No todavía.  
─Es un buen lugar, ¿no? ─murmuró Makoto, uno de los integrantes del consejo Real, mitad orca. Estaba por contestar cuando sintió un disturbio. Alzó la vista y lo vio, kilómetros arriba, cuatro barcos. Sus peces estaban siendo cazados.
 
La furia lo invadió, y él no se molestaba con facilidad.
 
"Estúpidos humanos" se dijo a sí mismo mientras nadaba hacia la superficie y Makoto hacía tocar la alarma, dándose cuenta de lo que pasaba. Haru no lo pensó dos veces. Esos humanos estaban pescando sobre su reino. A su reino. Merecían la muerte.
 
Se detuvo un metro bajo el barco del centro y apretó los puños. Los humanos eran una sencilla especie inferior. Creían que si el líder estaba al centro, estaría a salvo. Estúpidos. Con el objetivo en mira, Haru abrió los puños, el mar embraveció bajo sus órdenes, movido por cientos de peces.  Los volcaría, los mataría a todos.
 
Pero entonces lo vio.
 
Una pequeña figura que se aferraba al borde del barco, observando al mar con unos ojos rubíes llenos de emoción. El pequeño humano se acomodó el sombrero y bajó la vista. Sus miradas se encontraron. Él sonrió, una pequeña sonrisa que mostró sus afilados dientes. Haru devolvió el gesto.
 
Y lo decidió.
 
Esos estúpidos humanos podrían llevarse los peces que quisiesen, no los mataría. Perdonaba la vida de todos, a cambio de ese humano en miniatura.
 
Preguntar no hacía falta, podía escuchar sus ruegos, escucharles decir que no querían morir así. Dio el trato por cerrado. Una ola golpeó el barco donde el humano miniautra  se encontraba. La pequeña figura fue tragada por el mar.
 
Haru frunció el ceño, escuchando el grito que el menor profería bajo el agua -sin entender en absoluto lo que decía- mientras pataleaba y se apretaba la garganta. Ah, claro. No respiraba agua. Tomó la muñeca del niño y nadó con rapidez lejos de los barcos, que comenzaban a estabilizarse. Se aseguró de que la mercancía siguiese gritando y su nado rápido continuó. Instantes después, lanzó al niño sobre una isla pequeña, kilómetros lejos de los barcos. El niño rojo se arqueó sobre su espalda, respirando bocanadas de aire mientras tosía. Minutos más tarde, se había calmado.
 
Papá... ─Haru lo observaba, con el cuerpo bajo el agua desde la nariz hacia abajo. El niño intentaba ponerse en pie. Puso ambas manitas al rededor de su boca una vez que lo logró─ ¡Papá! ¡Papá! ¡Papá! ¡Papá! ─la voz le salía ronca, por el agua tragada, y gritar hacía que le doliese. Cayó de rodillas sobre la arena y continuó─ ¡Aquí estoy! ¡Papá! ¡Por favor, ven! ¡Papá! ¡No te vayas!
 
Haru sacó la mitad del cuerpo y le comentó que dejase de gritar cosas sin sentido, mas el niño solo pudo escuchar un extraño chillido. Se tapó los oídos y se alejó del pelinegro, asustado.
 
Papá... ¡Ayúdame! ¡Papá! ─Haru salpicó agua hacia su cara con la aleta, el niño comenzó a toser.
 
─Cállate, humano ─dijo. El pequeño rojo se echó a gritar con temor.
 
Ahora debía llevarlo a casa, vaya dilema. El niño chillaba sin control y no se atrevía a entrar al agua. La sirena daba mucho miedo. Haru nadó de vuelta a su reino, deprisa. Entró al salón de investigación Real, encontrándose con Rei, otro integrante del consejo, un mitad pez mariposa que solía pasar el tiempo realizando experimentos.
 
─Majestad ─musitó el chico con rapidez. Haru observó todos sus instrumentos─ ¿Qué hace aquí, Haruka-senpai?
 
─Quiero un contenedor de aire, Rei. Que mida dos metros por dos metros por dos metros, un cubo, ¿bien? Ponle uno de los filtros inútiles que habías creado.
 
─ ¿Los que separaban el oxígeno del hidrógeno?
 
─Lo que sea, hacía aire, ¿no? Pónselo. Que el contenedor no se quede nunca sin él. Y que sea firme. Que no entre agua pero yo pueda meter algo en él.
 
─Bien...Sí, puedo hacerlo. Modificaré el tejido y crearé una sustancia que lo atraviese sin alterarlo ─sonrió acomodándose los lentes mientras anotaba algo en un pergamino fabricado a base de algas y coral─. Si envía a Nagisa-kun, lo tendré listo en un par de minutos. Quizá una hora.
 
─Llévalo a mi habitación, junto a la pared de caracoles, cuando termines ─declaró antes de irse con un pequeño "gracias". Ordenó a Makoto que levantase el toque de queda por la próxima semana, hasta estar seguros de que los humanos se habían marchado y fue así como el castaño lo hizo.
 
Encontrar a Nagisa no fue difícil, el rubio solía pasarse el rato en la cocina, preparando dulces y engulléndolos él solo. Haru le ordenó irse con Rei y el rubio no le cuestionó nada, marchándose de inmediato. Ahora, el verdadero problema.
 
¿Cómo se mantenía a un humano?
 
Naturalmente, no debería ser difícil. El ser humano era solo uno más de los animales del mundo. El Rey Haruka los había visto antes. Comían aire. Mientras tuviera aire, estaría bien, ¿no?
 
─Majestad ─Haru detuvo su nado y volteó.
 
─Sousuke ─el nombrado pertenecía a la guardia real. Había llegado de imprevisto un día, ganándose la confianza de los mitad tiburón ballena y entrando así al consejo Real.
 
─He visto que ha espantado a los humanos ─comentó. Haru asintió─. Lo que no he visto es el barco caer, ni carne para los tiburones. Ya acechaban, los dejó marchar ─el rey esbozó una pequeña sonrisa, Sousuke se asustó. El Rey nunca sonreía.
 
─Me han dado una linda mascota. Aunque es chillona. Ven.
 
Ambos tritones iniciaron la marcha hacia la superficie. Entonces Sousuke lo escuchó. Un niño lloraba a rienda suelta, hecho un ovillo en una pequeña isla de no más de tres metros cuadrados. Las lágrimas caían por su rostro, deslizándose por su delgado cuello y perdiéndose entre sus ropas húmedas. Los ojos de Sousuke se ampliaron.
 
─Un humano rojo ─comentó Haru─. Hay que llevarlo a mis aposentos ─Sousuke, incrédulo, observó al pequeño niño, quien se había tapado los oídos y miraba a los tritones con temor.
 
¡Papá! ─gritó. Un grito agudo y desgarrador.
 
─No tengo ni la menor idea de lo que dice ─comentó encogiéndose de hombros─. Supongo que a todas las mascotas les toma algo de tiempo acostumbrarse a sus dueños.
 
─Pero... Un humano... ¿son mascotas? ─Haru agitó la aleta, algo inquieto.
 
─Los humanos toman a nuestros peces y los ponen en algo que llaman "pecera" ─masculló─. Toman a cualquier animal más pequeño, le ponen un collar y lo atan. Los he visto en las costas hacer eso, se creen superiores.
 
─La tierra es suya.
 
─El mar es nuestro. Ellos son animales también, Sousuke. Y yo he encontrado un humanito muy lindo, ¿no? ─el aludido asintió.
 
─Es rojo. Llamativo. Pero... ¿Y esas cosas que le cubren?
 
─Ropa. Su piel es delicada y deben cubrirla, supongo. Así como las serpientes cambian de piel de vez en cuando.
 
─Haru, ¿cómo sabes tanto?
 
─Te lo diré luego... ¿Crees que debemos despojarlo de ellas?
 
─No, es bastante llamativo así, muy bonito. Aunque no sé como dormirás con eso en tu habitación. Sus chillidos son muy molestos.
 
─Le molestan más los nuestros ─declaró Haru─. Observa ─sacó la mitad del cuerpo del agua, el niño retrocedió─. Acércate, humano.
 
─ ¡Cállate! ─chilló Rin, tapándose los oídos y levantándose, se alzó la ropa con una mano y comenzó a saltar, agitando el brazo libre─ ¡Papá, no te vayas! ¡Papá! ¡Regresa!
 
─Ya es suficiente. Ojalá Rei tenga el estanque ya, si no, va a ahogarse.
 
─ ¡No puedes matarlo! ─gritó Sousuke. Haru sonrió en su mente.
 
─ ¿Alguna razón? ─Sí, sabía que ese tritón ocultaba algo.
 
─Sería una lástima, solo eso.
 
Haru gruñó, retrocediendo en el agua. Nadó velozmente de nuevo a la superficie y saltó sobre la isla. Pescó el brazo del niño y lo hundió en el mar.
 
Rin se llevó la mano libre a la garganta, apretándola. No tenía aire en los pulmones. La sirena lo arrastraba por el mar y él era incapaz de ver. Los ojos le ardían por el agua salada y los pulmones comenzaban a quemarle. Haru entró a sus aposentos y se detuvo.
 
No estaba el estanque.
 
El humano en miniatura pateaba a la nada mientras burbujas de aire salían por su boca. Haru lo soltó y fue a cerrar su puerta, con traba. No, no quería que muriera. Bien, él podía guardar aire en los pulmones, ¿verdad? Sí, había respirado allá arriba. Tomó el pequeño rostro del menor y estuvo por pegar sus labios a los contrarios cuando otra idea cruzó su mente. Lo soltó y se alejó un poco.
 
Comenzó a nadar lentamente a su alrededor, el humano pequeño tenía las piernas pegadas al piso y sus movimientos eran débiles ¿Por qué no flotaba? Haru alzó un brazo y volvió a darle la vuelta, aumentando la velocidad. Crearía un remolino, y en el centro se formaría una burbuja de aire... Entonces llamaron a la puerta.
 
─ ¡Tenemos el tanque de aire, Haru-chan! ─el aludido abrió la puerta con rapidez, observando a Nagisa y a Rei, quienes cargaban un cubo de cristal que apenas cabía por la puerta.
 
─Rápido. Hay que meter esa cosa ahí ─señaló al pelirrojo. Sus órdenes fueron obedecidas de inmediato, Rei bañó el cuerpo inmóvil del humano con una sustancia viscosa y procedió a meterlo por la parte blanda del tanque. El cuerpo del pelirrojo cayó sobre el cristal con un ruido seco, más no volvió a moverse.
 
─Haruka-senpai... No debió meterlo al agua de esa manera... Los humanos... Pudo haber muerto solo por la profundidad.
 
─Haru-chan, cálmate ─añadió Nagisa, viendo la aleta del Rey moverse inquietamente. Haru tomó el líquido que Rei había vertido en Rin y se cubrió de él. Entró al cubo.
 
El filtro le secó la aleta casi por completo y el líquido desapareció de su piel. Era asfixiante. Recorrió el pecho del niño con los dedos y pronto, el niño comenzó a toser el agua que había tragado.
 
─ ¿Estás bien? –preguntó, el pequeño parpadeó varias veces, respirando de forma irregular. Su ropa estaba seca, así que se limpió las lágrimas con ella.
 
─ ¿Papá?
 
─No entiendo lo que dices.
 
¿Qué es ese ruido? ─el menor se tapó los oídos, aún atontado. Sus ojos picaban y no podía ver bien. Además, le dolía la cabeza y la garganta. Haru lo miró con preocupación, escuchó a Rei murmurar algo, pero no prestó atención a lo que decía.
 
─ ¿Te sientes bien?
 
Papá… ¿Dónde está mi papá? ─el niño volvió a llorar, recuperando la claridad en la vista, empujando a Haru en cuanto lo vio─ ¡¿Dónde estoy!? ¡¿Dónde está papá?! --el mayor se tapó los oídos. El llanto del niño era demasiado chillón.
 
─Maldita sea, Rei, sácame de aquí.
 
El aludido obedeció rápido, metiendo un frasco lleno de un líquido púrpura, el mismo que el Rey se untó en el cuerpo mientras Nagisa observaba con lástima al pequeño humano rojo que se hacía un ovillo en la esquina del estanque. Haru no se sentía mal por ello. Cuando por fin salió de ese contenedor, observó a su linda mascota. Estúpidos humanos.
 
Ojo por ojo, diente por diente.
Notas finales:

Este es el punto de vista "realista" que las personas no vieron cuando, en los fics, sacan a Haru del agua y lo encierran en una pecera c: Bueno, es mi punto de vista malvado. El humano es débil.


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