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Recuerdos de un milenio. por Shano OwO

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Notas del fanfic:

Los personajes de Diamond no ace le pertenecen a Yuji Terajima

La causa se remota a siglos atrás, donde aun tenía su castillo intacto, deleitándose con la casería nocturna y las largas siestas diurnas. Cuando la sangre abundaba y los gritos enorgullecían a sus colmillos, aumentando su diversión, fortaleciendo a su anhelo, a su adicción. La sensación de libertad y poderío era absoluta, majestuosa, capaz de evolucionar y de cruzar fronteras como una flecha.

Valientes guerreros fallecieron ante sus garras, fueron desgarrados por sus dientes y trasladados a su jardín, donde sus fieles aves se encargarían de limpiar. Ya nada significaba un desafío para Kazuya, el amo del mal, el hijo de la muerte, que con grandes hazañas había condenado a la Moira de los más grandes héroes. Que logro ahuyentar a una civilización entera con sus poderes.

 Pero las ironías existen y se había rendido ante unos ojos dorados que no deseaban el mal.

Ante un niño en la agonía de la muerte, a pocos segundos de entregar su último aliento al cielo,  su ultimo pensamiento a Dios. Pero como buena venganza, alargo el destino de aquel muchacho, corto el fino hilo que torturaba al alma y lo abrazo entre sus uñas largas, entre su fría piel. Entonces los pudo ver bien, al deseo del oro, al agradecimiento del sol.

Le quemo el corazón con su pureza, contagiándosela, transmitiéndola.  Aún con su larga travesía en el mundo, no era capaz de entender, de asimilar que los nervios afloraban cuando lo veía jugar, cuando los girasoles del campo rodeaban a su belleza eterna. Aquella que se incrementaba con cada día, con cada década pasada. Y grabo en su mente el momento, donde las lágrimas nacieron en el puerto ajeno, cuando la circunstancia y las palabras ameritaban un sello.

Cuando Eijun  al cumplir doscientos diez años, le confesó la respuesta que buscaba. Una sin pregunta, reveladora, bella, como miles de cuervos graznando en su jardín. Así que se permitió deleitarse con la consecuencia de aquella acción, con la respuesta de aquel beso inexperto, tan incoherente a su edad. Entrelazando los dedos, concediendo a una calidez desconocida en sus mejillas y en las ajenas.


Podría jurar que su inútil corazón volvió a funcionar la vez que aquellos ojos se tornaron carmesíes, cuando la cordura cedió ante el instinto y colmillos nacieron en la incertidumbre, en la ignorancia. Porque ocultar lo más bello de la inmortalidad fue un regalo, una dedicatoria que lo ayudaría a emprender el camino sin final.

Él es nuevo en el proceso y debe aprender que esa bendición maldita que lo impulsa a tentar contra sus ideas, no es más que propia en la actualidad. Que dentro de poco olvidara sus orígenes. Que su memoria se borrará, que comenzará una nueva etapa en soledad.

“Quien nació con la enfermedad, podrá trasmitirla y descansar sin ella. Y la persona contagiada vivirá por décadas, sin el don que permitió el cambio. “

Y por eso, cuando su piel se vuelve tibia y sus garras disminuyen, le pide algo que no desea. Una súplica incoherente que contradice a todas sus acciones, que se burla de sus intenciones. Que sin preguntar inicia y que con un beso obliga a prometer. Ya que, con sus últimas gotas de eternidad puede leer el sentir de su sol, de su pequeño verdugo que acepta en silencio la aventura.

Entonces, cuando el astro rey sale y crecientes quemaduras surgen en esa piel fría, mientras se entrega completamente, siente una punzada en su pecho, en la posición del corazón. La adrenalina que experimenta al depender de alguien. La aceleración, la pequeña presión que le es transmitida con esos dedos en sus entrañas.   

Todo termina cuando el viento no se oye, cuando los parpados se cierran y los cuervos se acercan por su venganza, por tantos años de maltratos.

Mientras una sonrisa se forma al ver las llamas eternas, al observar aquel mundo donde se cree capaz de gobernar. Donde un trono vacio lo espera, junto a un alma que lo sigue a donde va, la toma entre sus brazos, disculpándose por tal condena.

El innombrable ha sido piadoso, siempre ha odiado esa forma de ser.

Cierra el libro entre sus manos, mientras sus ojos se desvían a su amor durmiente.

— ¿No crees que se parecen a nosotros, Kazuya? — Pronuncia, siendo su única respuesta la máquina que esperaba jamás deje de sonar, aquella que le informaba sobre el corazón del paciente, que mantenía sus esperanzas vivas. 

Notas finales:

¡Gracias por leer! 


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