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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

¡Hola, bebés! Lamento mucho la tardanza. 

Les prometí doble actualización antes de terminar el año y aquí la tienen. No voy a mentirles, escribir estos dos caps me ha encantado, básicamente porque siento que se vienen cosas muy interesantes para la historia. Espero que ustedes lo disfruten tanto como yo

POR FAVOR SEAN BUENOS Y AVÍSENME SI ENCUENTRAN ALGÚN ERROR ORTOGRÁFICO. Este capítulo lo revisé mientras veía Avengers... entenderán que estaba un poco distraída xD 

Capítulo 94

 

 

 

Ajusté los cinturones de la tirolesa, jalando de las correas contra mi abdomen y piernas, asegurándome de que estuvieran bien sujetas antes de lanzarme al vacío. A mi lado, Scorpion se soltó y se precipitó casi sin asegurarse de estar a salvo y enseguida Terence, Siete y Steve le siguieron, arrojándose a la nada como un trío de suicidas.

Y eso que Terence le temía las alturas. Y yo seguía poniéndome de los nervios cada vez que tenía que saltar.

   —¡Esperen un momento! —oí unos gritos que se me hicieron familiares y miré hacia atrás, para encontrarme con Ada y Lancer corriendo hacia nosotros—. Nosotros iremos también.

   —¿¡Qué!? —chillé.

   —No quiero que vayas solo, Reed —dijo Ada, ubicándose en la tirolesa que estaba a mi lado y comenzando a meterse entre los cinturones y correas—. Ahora que sé que ellos te buscan, no podemos dejar que…

   —¿¡Estás loca!? —gruñí, comenzando a soltarme. Mis dedos se enredaron entre los cinturones, los había sujetado con demasiada fuerza y ahora no podía quitarlos—. ¿Crees que esto es un juego, Ada? Es peligroso. No pue…

   —¡Nos vemos abajo! —gritó y se soltó.

   —¡Ada!

Miré a Lancer, con cara de pocos amigos.

   —¿¡Por qué no la detuviste!? —le espeté.

Él se encogió de hombros.

   —Habría venido de todas formas aunque lo intentara.

   —Pudiste haberla convencido.

   —No, no lo habría hecho… —El chico se acomodó en una de las tirolesas que estaban más lejanas a mí, pero continuó hablando—. Deberías asumir que Ada ya maduró, Reed —medio gritó, antes de lanzarse—. Si la vieras más detenidamente, te darías cuenta de lo fuerte que se ha hecho y de que ahora puede ayudarte y no ser más una carga.

Después de decir eso, él sólo se soltó.

Mesha, quién estaba ahí, asistiendo junto a otros hombres de La Resistencia a los que estábamos por partir, y quien probablemente había oído la conversación, se me acercó, con una sonrisa un poco burlona en el rostro.

   —¿Estás bien? —me preguntó.

   —¿Fui un mal tío? —respondí a su pregunta con otra—. ¿Qué hice mal, Mesha? ¿En qué momento pasó esto?

Él apoyó una mano sobre mi hombro y lo acarició.

   —Eres un tonto —soltó, medio riéndose y a mí me extrañó que hablara de esa forma. Él siempre parecía tan serio al expresarse que oírle burlándose estuvo a punto de sacarme una repentina carcajada, mezcla de la sorpresa y la vergüenza de que él me llamara tonto—. Si esa niña acaba de lanzarse así en la tirolesa, ignorándote por completo y siendo tan determinada, es sólo gracias a ti.

   —¿A qué te refieres? —inquirí.   

   —A que ella está siguiendo tu ejemplo —dijo, sujetándome de la cintura para jalarme hacia atrás. Yo ya estaba en posición y listo para lanzarme, pero no me esperaba un impulso extra—. ¿De quién crees que aprendió a ser tan valiente, ¿eh? ¿Qué más esperas de ella sino que siga tus pasos? —me empujó, precipitándome y dejándome caer—. ¡Le enseñaste a sobrevivir, Reed! —gritó, cuando yo ya había dejado la plataforma—. ¡Acostúmbrate!

Solté un grito y una grosería al aire y me sujeté del cable, en un desesperado intento por frenar la velocidad que, gracias al envión de Mesha, había alcanzado. Iba rápido, más rápido de lo que nunca había bajado y eso sólo me puso nervioso. Sentí cosquilleo en el estómago y el corazón en la garganta, palpitándome con fuerza. Cerré los ojos y aquella impresión se intensificó, enviándome las tripas hasta el pecho, o al menos así fue cómo se sintió. Solté otro grito y sonreí, a punto de romper en una carcajada. Las cosquillas me estaban matando.

Pero entonces sentí el viento raspando mis mejillas y una bandada de pájaros volando muy cerca de mí. Volví a abrir los ojos y me concentré en el vacío, en la ciudad que crecía bajo mis pies como vegetación que se comía el asfalto y árboles que comenzaban a crecer en mitad de la carretera. Parecía una invasión color verde que sólo parecía surgir de la nada y que era inevitable.

Como Ada.

Supongo que, como los árboles y el follaje, ella también había madurado y había quebrado las capas de asfalto y sobreprotección que yo había montado sobre ella.

Tal vez Mesha tenía razón.

Tal vez simplemente debía acostumbrarme.

Las náuseas y el nerviosismo cesaron un poco cuando pensé en esto.

Cuando toqué tierra firme otra vez, la vi a ella cargando un arma. Alzó la mirada cuando me vio llegar y me miró con sus grandes ojos celestes, aterrados. Tenía miedo de que le gritara o la regañara, pero no iba a hacerlo. Metí los dedos en los cinturones para quitármelos y liberarme, tardando un poco más de la cuenta. Ada se me acercó mientras tanto.

   —Reed… —comenzó a decir, mientras yo todavía luchaba con las hebillas y los seguros—. Entiendo que te preocupes por mí, pero quiero que entiendas que yo… —me solté, dejé la tirolesa y pasé de ella, para dirigirme directamente hacia Lancer. Lo tomé desprevenido y le agarré del cuello de la camiseta.

   —¡Eh! —chilló

   —¡Escúchame una cosa, niño! —grité contra su rostro.

   —¡Reed, suéltalo! —gruñó Ada.

   —¡Silencio! —grité y un círculo se formó alrededor de nosotros. Vi a Terence a punto de intervenir, pero le lancé una mirada para que no lo hiciera. Él pareció entenderlo—. Escúchame, Lancer… —empecé otra vez, sin soltarlo y a punto de rajarle la camiseta—. No me caes bien y odio que seas un maldito cazador —gruñí—. Pero Ada confía en ti y tú la ayudaste cuando La Hermandad nos capturó… —le estaba hablando a él, pero en ese momento también aprovechaba para ordenar mis propias ideas—. Y no estás de ser ni la mitad de lo que ella se merece… —le regañé—. Por eso, estúpido idiota… —Siete intervino e intentó jalarme del hombro, pero yo no lo solté—. Si le haces daño, juro por Dios que te plantaré una bala en alguna parte del cuerpo…

Le oí tragando saliva.

   —S-Sí señor —musitó, temeroso, pero enseguida se recompuso y me dirigió una mirada punzante y fija—. Jamás le haría algo malo —dijo—. La amo —declaró.  

¿Cómo un chiquillo de quince años se atrevía a hablar de amor?

Entonces me recordé a mí mismo, a su edad, enamorado hasta los huesos de una chica de la que creí nunca iba a separarme.

Claro que este idiota podía hablarme de amor.

   —Tienes que cuidarla cuando yo no esté ahí —le advertí, soltándolo.

   —No tienes que decírmelo —contestó, apartándose y arreglándose el cuello de la camiseta—. Voy a protegerla con o sin tu autorización.

Sonreí.

   —Bien dicho.

   —¿Bueno, Lancer? ¿No vas a golpearlo? —interrumpió Scorpion, medio riéndose.

   —Tú cierra la maldita boca —le ladré, casi sin darme cuenta.  

   —¿¡Qué has dicho!? —se levantó del sitio en el que estaba y todo el mundo se puso en medio, para que no me alcanzara. Siete y Lee, el otro cazador que estaba con nosotros, lo sostuvieron antes de que me saltara encima—. Déjenme. Voy a matar a este hijo de puta.

Terence me tomó del hombro y me jaló hacia atrás.

   —¿Qué diablos te pasa? —me preguntó—. ¿Estás buscando una pelea?

   —Lo siento… —me disculpé, despertando del arranque de furia que acababa de sufrir. Cuando se trataba de Ada, no podía controlarme. Imaginarla en peligro sacaba lo peor de mí. Por un momento, me olvidé de lo riesgoso que era desafiar a Scorpion—. Lo siento —repetí.

Bien pude haber recibido una paliza.

   —Vamos, hombre, cálmate.

   —¡Ya! —Scorpion se zafó de los que le estaban sujetando—. ¡Vale! ¡Estoy calmado, joder!

Ethan aterrizó y pareció cortar el ambiente en cuanto tocó la azotea. Cayó justo en medio de nosotros, separándonos definitivamente a Scorpion y a mí y preguntó, mientras se desataba los cinturones y correas:

   —¿Pasa algo?

   —No es nada —contestamos Siete y yo al mismo tiempo, mientras el cazador agarraba sigilosamente la chaqueta de Scorpion y lo tironeaba hacia atrás.

   —Nada que te importe —dijo el rubio.

   —¡Despejen el camino! —le oímos gritar a alguien. Inmediatamente, todo el mundo se apartó y nos separamos, para ver quién estaba llegando. Dalian y Regen estaban ahí, los de La Resistencia también y todos los cazadores a los que les asignaron venir. ¿Quién faltaba?

A lo lejos, vislumbré las siluetas de Uriel y Cristina, la mujer que habíamos rescatado de la base de Cobra y la que se había encargado de cuidar de mi hermana por todos estos años.

Ambos lo habían hecho.

Terence corrió a recibirlos.

   —¿Qué haces aquí? —le preguntó al cazador, riendo y ayudándole

   —Bueno, bueno. Nos enteramos de que salían y pensamos que necesitarían refuerzos. No traen un médico con ustedes, ¿verdad?

   —No, no lo traíamos, pero…

   —No se diga más —Uriel, al verse libre de sus correas, ayudó a Cristina con las suyas y la desató. La chica se sujetó de su cuello cuando él la tomó por la cintura para bajarla—. Probablemente la necesitarán.

   —¿Alguna vez ha disparado un arma, señorita? —preguntó Lee. En su rostro, pude notar que él no quería sonar irrespetuoso, pero los cazadores tenían una muy particular, irónica y grosera forma de expresarse y hablar que hacía que todo lo que saliera de sus bocas se oyera como una ofensa—. D-Digo… —balbuceó, haciendo gestos en el aire con sus manos tatuadas y cubiertas de anillos, disculpándose—. Es decir, me refiero a que…

   —Sé lo básico en armas —le contestó Cristina, sin parecer realmente molesta—. No te preocupes por eso.

   —Además me tiene a mí para protegerla —dijo Uriel.

   —Y a mí —agregó Steve.

Cristina sonrió en una mueca encantadora y dejó escapar una pequeña carcajada.

   —Apuesto a que al final del día seré yo la que acabe cuidando de ustedes.

   —Bien, ¿no queda nadie por llegar? —preguntó Scorpion—. Deberíamos irnos ya.

   —Fuimos los últimos en saltar —contestó Uriel.

   —Bien, andando entonces.

   —Tenemos que dividirnos en grupos antes de bajar —intervino Ethan—. Es mejor que discutirlo abajo, no sabemos cómo están las cosas en la calle.

   —Cómo quieras… —Scorpion se acercó a nosotros, haciéndole el gesto a Lancer, a Siete y a Lee para que también se acercaran—. Será como en los partidos de fútbol en la universidad.

   —Excelente —Ethan me agarró del brazo y me tironeó hasta el centro de la azotea, donde todo el mundo parecía haberse reunido—. A la cuenta de tres.

   —¿Qué estamos haciendo? —preguntó Terence.

   —Piedra, papel o tijeras —contestó Ethan—. Uno, dos…

   —Nunca saldrá un ganador así, somos demasiados —intervine.  

   —Créeme, Reed. Será más fácil de lo que piensas—dijo él, riendo y animándome a participar—. Tres —cantó.

Elegí papel. Ocho personas más tomaron la misma opción y el resto prefirió piedra.

Ni una sola tijera. Ada, Lancer, Terence, Bell, Cristina, Dalian y Steve salieron del juego.

   —¿Qué clase de…? —balbuceé.

   —Te dije —rio Ethan—. En grupos así de grandes, por alguna razón, las opciones se reducen sólo a dos.

   —Vamos de nuevo —apuró Scorpion—.  Uno, dos, tres.

Tres piedras, cuatro papeles y una tijera.

   —Uno, dos, tres.

Cinco tijeras y tres papeles. Terence, Uriel y Lee salieron fuera.

   —¡Ahora! —canturreé. 

El otro chico de La Resistencia, Al, y yo, escogimos piedra. El resto sacó papel.

   —Tenía la esperanza de que fueras el líder… —bromeó Terence, cuando me formé junto a él, en el improvisado espacio para los perdedores.

Sólo quedaron Scorpion, Ethan y Regen.

   —Si son dos los que pierden ahora, entonces se repetirá el punto, hasta que haya dos ganadores —advirtió Scorpion.

   —¿No sale más fácil dejar como líderes a esos dos que perdieron? —preguntó Regen.

   —Los perdedores no pueden ser líderes… —gruñó Scorpion. Parecía que estaba hablando en serio, pero tan sólo era un estúpido juego—. Eso ya lo sabrás bien tú, salchicha frita.

Regen no contestó.

   —Uno… —masculló Ethan, con los ojos fijos en el centro del improvisado círculo que habían formado los tres—. Dos… ¡tres!

Dos tijeras. Un papel.

   —¡Mierda! —se quejó el cazador, ofuscado y salió del centro, porque él fue ese papel—. ¡Bien, tomen esto! —le lanzó algo a Ethan antes de ubicarse junto a nosotros, en el rincón de los fracasados que no podíamos ganar una competencia de “piedra, papel o tijera”. Ethan lo atrapó en el aire.

   —¿Una moneda? —preguntó.

   —Para que escojan.

Ethan observó la moneda en su mano, viéndola brillar bajo la luz del sol que estaba sobre nuestras cabezas.

   —¿Qué tal si lo dejamos todo a la suerte? —preguntó—. Los líderes de los equipos seguiremos siendo Regen y yo, pero dejemos que esta moneda decida por nosotros. ¿Qué piensas, Regen?

   —Me da igual.

   —¡Tú…! —Scorpion le apuntó con el dedo—. Tú eres malévolo, cabrón —sonrió—. Vale, me gusta la idea.

   —A mi tampoco me importa —dijo Steve. El resto estuvo de acuerdo con él, incluyéndome.

   —Sólo terminemos con esto luego y vayamos por ese camión —los apuré.

   —Escojo sello —dijo Ethan.

   —Estoy bien con cara —contestó Regen.  

Ethan le lanzó de vuelta la moneda a Scorpion y él la lanzó al aire y la atrapó antes de caer.

   —Cara… —sentenció, cuando abrió la palma y dejó al descubierto el resultado—. Vamos a divertirnos, salchichita —le entregó la moneda a Al y caminó hasta llegar a un lado de Regen.

   —Deja de llamarme así —gruñó el enmascarado.  

   —¿Quieres ir primero? —me preguntó Al. Yo negué con la cabeza y él enseguida lanzó la moneda al aire y no esperó que se elevara demasiado para mirar el resultado—. ¡Sello! —celebró y me entregó la moneda. Le vi posicionarse tras Ethan y suspiré, esperando tener la misma suerte que él.

Miré la moneda unos segundos sobre mi palma abierta, la miré fijamente, como si quisiera cargarla con mis pensamientos y darle órdenes. Entonces la lancé hacia arriba.

«Sello», pensé para mis adentros. «Sello, por favor. Sello, sello, sello»

Atrapé la moneda y la cubrí con la otra mano antes de mirar qué había salido. Mientras la descubría, seguía rezando: «sello, sello, sello…»

Pero la fortuna nunca ha sido muy favorable para mí.

   —¡Mierda! —No pude evitar mascullar.

Scorpion soltó una carcajada.

Sin decir nada más, caminé hasta el lado de Regen y me paré junto a él.

   —Lo siento, hombre… —le oí decir, como si de verdad tuviera algo de qué disculparse. Pero estaba lejos de ser culpable de algo. No era él, era Scorpion. Me molestó que cayéramos en el mismo equipo, me molestó no tener la suerte que tuvo ese chico de La Resistencia. Me molestó, porque sentí que había algo que me obligaba siempre a moverme cerca de él y que me ligaba de alguna manera a su presencia. Lo sentí antes, después de salir de la habitación en donde tenían a Cuervo y volvía a sentirlo ahora.

Era incómodo.

 

 

Quince minutos más tarde me había olvidado de estos pensamientos y me encontraba concentrado en lo que teníamos delante. Estaba tranquilo, al menos Regen, Bell y Ada estaban conmigo y apostaba a que Steve ayudaría a mantener a Scorpion a raya. No entendía muy bien la razón, pero el cazador siempre parecía comportarse un poco más cuando el pelirrojo andaba cerca.

   —¿Todo bien por allá, chicos? —A mi lado, el radio que Regen guardaba en el bolsillo emitió un pitido y luego la inconfundible y rasposa voz de Ethan habló—: El camino se ve bastante despejado.

Regen tomó el aparato y contestó.

   —Todo parece tranquilo aquí también… —afirmó, mirando hacia la caseta del conductor. Adelante, Lee manejaba y Scorpion estaba de copiloto. El cazador con anillos en las manos se mantenía a la misma velocidad, marchando justo detrás del camión en el que Ethan y su grupo iban y que les marcaba el camino, ya que cubría gran parte de la vista a nuestro vehículo—. Sí —confirmó cuando terminó de checar y barrer el lugar con la mirada—. Todo en orden.

   —Bien, te contactaré en un rato, cuando estemos cerca.

   —Cambio y fuera.

Me abracé a mis rodillas, porque, a pesar del sol, hacía frío esa mañana y yo había salido sin abrigo suficiente; apenas llevaba una sudadera y unos guantes sin dedos. Había traído un gorro de tela, pero se lo entregué a Ada para que se protegiera. Mi sobrina estaba sentada frente a mí, durmiendo.

   —Ha estado entrenando a escondidas durante estos días… —comenzó Regen, mientras se quitaba la chaqueta que llevaba puesta—. Debe estar cansada.

   —¿Cómo sabes eso? —inquirí.

   —La he visto, detrás de la iglesia junto a ese cazador de Scorpion que va con Ethan y algunas chicas de Viuda —comentó, mientras me lanzaba su abrigo sobre los hombros.

   —Estoy bien —le dije e hice el ademán de quitármelo, pero él insistió:

   —Quédatelo —pidió—. Hace mucho tiempo que no siento frío.

Me quité la chaqueta de la espalda, sólo para cubrirme con ella por completo, usándola como si fuera una manta.

   —Gracias —mascullé.

Así que Ada había estado escabulléndose para entrenar a escondidas durante este tiempo. Me pregunté si debía tomarme aquello como algo bueno o no. Ella estaba aprendiendo a defenderse, ¿no? Se estaba haciendo más hábil, más fuerte, más rápida. Debería alegrarme.

¿Pero entonces por qué me hacía sentir tan incómodo?

Suspiré.

   —¿Quieres? —preguntó el enmascarado, mientras alcanzaba su mochila y sacaba algunas provisiones—. En La Resistencia me dieron esto —estiró en mi dirección un sándwich y una fruta. Escogí el sándwich porque moría de hambre y una manzana no iba a ser suficiente para saciarla—. Buena elección.

Le di una mordida.

   —¿Tú no comes? —pregunté y él negó enseguida junto a un gesto de su mano. Desde que nos conocimos el día en que llegamos a la ciudad me había dedicado a observarle. Al llevar siempre esa máscara, era difícil adivinar lo que Regen estaba pensando o sintiendo. Pero había otras formas, otras señales que podían leerse; el tono de voz que usaba, la frecuencia con la que sacudía una pierna cuando estaba impaciente o la manera nerviosa en la que rascaba su cuello cuando se encontraba cerca de Ethan, probablemente incomodado porque ambos eran infectados, pero Ethan no lo sabía, aunque sí parecía sospecharlo. Sin mencionar además que el hombre le arrancó un trozo de hombro en el pasado.

Recordé ese día, el día en que confirmé mis sospechas y descubrí que él era un infectado. En esa ocasión, ocurrieron muchas situaciones extrañas.

   —Desde hace algún tiempo he tenido una duda… —comencé, susurrando muy bajo, para que sólo él me oyera. Sabía que los infectados tenían el oído más desarrollado. Regen miró en mi dirección, dándome a entender que me estaba escuchando—. ¿Conocías a Cobra? —solté.

   —¿Qué? —titubeó.

   —El día en que lo capturamos, cuando él te disparó a quemarropa y luego Ethan te mordió, ¿lo recuerdas? —Él asintió con la cabeza, lentamente y trajo ambas rodillas a su pecho, como si tuviera frío, pero yo sabía que no era eso. Ese cambio de posición sólo me hablaba de algo; inseguridad. Abrazarse a sí mismo era un gesto universal de alguien que necesitaba sentirse seguro, por alguna razón—. Ese día tú y Cobra discutieron.

   —¿Cómo sabes eso? —preguntó él.

   —Los estaba viendo.

Regen echó la cabeza hacia atrás y soltó una risita.

   —Joder, eres más perceptivo de lo que imaginaba.

   —¿Estoy en lo cierto, entonces? —insistí.

   —Eso es algo claro, ¿no crees? —inquirió él, en tono de burla y desarmó su posición, estirando ambas piernas por el suelo y llevándose las manos a la nuca, para usarlas como almohada. El pequeño momento de pánico que había vivido al oír mi pregunta ya había pasado—. Todos los infectados, quizás a excepción de Ethan, venimos del mismo origen.

   —¿Y ese es…?

   —E.L.L.O.S, por supuesto —contestó, rápidamente, como si le molestara que yo hubiese preguntado por ello. Pero yo poco sabía de esa organización que nos estaba cazando ahora y apenas me había enterado de su existencia hace poco—. E.L.L.O.S creó a los Ceros, a la gente como yo y Ethan… —siguió—. Nos metieron en laboratorios y nos hicieron resistentes al virus, así que sí, conocía a Cobra… —confesó—. Es muy difícil que un infectado no conozca al que ayudó a desatar toda esta crisis.

   —¿Cómo…? —mascullé, buscando las palabras indicadas para lo que estaba a punto de preguntar—. ¿Cómo se sintió? Ya sabes… el estar ahí y…

    —Por suerte no lo recuerdo bien —contestó, rápidamente y me pareció que me estaba mintiendo. Pero estaba bien no querer hablar de eso. Pensé en Dania y en las atrocidades que esa organización maldita probablemente le hizo dentro de sus laboratorios. Jamás le había preguntado a ella si recordaba algo y no pensaba hacerlo. No quería revivir viejos fantasmas y traumas. No quería que ella reviviera el dolor.

Pensé que era justo si él tampoco quería recordarlos.

   —Sí… —suspiré y le acaricié un hombro—. Menos mal.

   —¡Mierda! —El vehículo se detuvo de golpe, frenando violentamente y haciendo que todo el mundo saliera disparado hacia adelante—. ¿¡Qué carajos!? —gritó Lee.

El radio de Regen emitió un pitido.

   —¿¡R…en!? —intentó decir una voz. El chico de la máscara se apresuró en tomarlo y contestar.

   —¿¡Ethan!? ¿¡Qué ocurre!?

Oímos ruidos al otro lado de la línea; gritos e instrucciones, desenfreno, caos y pánico.

   —¡Algo golpeó el camión! —chilló la voz de Ethan—. ¡Nos tiraron, no sé cómo y…! ¿¡Qué demonios es eso!? ¡Cuidado, Al! —oímos un grito generalizado y luego un silencio que duró apenas un segundo—. ¡Mierda, el chico!

Bell se puso de pie rápidamente y se nos acercó. Le arrebató de las manos el radio a Regen e intentó hablar.

   —¿¡Al!? —interrogó—. ¿¡Qué pasa con Al!? —gritó contra el aparato, pero para ese momento, Ethan ya había dejado el radio y sólo pudimos oír el ruido ambiental.

   —¡Lo han matado! —gritó una voz.

   —¡Carajo! ¡Atrapen a esa cosa!

   —¿¡Qué!!? —La chica de La Resistencia chilló y la voz se le quebró—. ¡Al! ¿¡Qué le ha pasado a Al!?

Regen se levantó y abrió la puerta del camión.

   —¡Abajo todo el mundo! —gritó—. ¡Atacaron al otro grupo!   

Tomé mi rifle y corrí para bajar.

   —Tú te quedas aquí —le dije a Ada, cuando la vi a punto de salir.

  —No —negó ella, mientras abría la recámara del revólver que llevaba y se aseguraba de que estuviera completamente cargada—. Necesitamos gente y lo sabes, Reed —me vio a los ojos, clavándome la mirada celeste bien fija, echándome en cara que ya no era una niña asustadiza y que ya no podía controlarla—. Déjame ir —pidió.

Sonreí. Natasha y David definitivamente estarían orgullosos de ella.

   —Después de ti —le hice un gesto para que pasara. Ella salió del camión y corrió a refugiarse tras la carcasa de un viejo auto, perdiéndose de mi vista. Intenté convencerme de que estaría bien, de que ya sabía defenderse y de que debía dejar mis aprehensiones de lado. Por fin ella sabía cuidarse sola. Yo también debería sentirme orgulloso de ella.

Antes de bajar, me di cuenta de que Bell todavía estaba dentro. Estaba de pie, sujetando el rifle con ambas manos y con la vista puesta sobre el espacio abierto que dejaba la puerta. Parecía helada, confundida y en shock.

   —Vamos —le dije. Ella pareció no escucharme—. Bell.

   —A-Al… —susurró, con la voz quebrada, mientras estrujaba el arma entre sus largos y finos dedos—. T-Tú lo oíste, ¿no, Reed? —balbuceó—. Él no puede estar…

Cubrí sus manos entre las mías. Estaban temblando.  

   —Tienes que comprobarlo tú misma —le dije, dándole un apretón, para que así reaccionara—. Te necesito allá arriba conmigo, ¿está bien? Debes estar tranquila.

Ella miró mis manos y luego me vio a los ojos. La oí tragando saliva.

   —Bien.

Salimos de ahí juntos. Primero, le ofrecí mis brazos para darle un impulso y así ella pudiera llegar al techo del vehículo y después me encaramé y subí yo también. Me recosté sobre la cubierta, al igual que ella, y puse el ojo sobre la mira, barriendo el lugar con la vista.

A unos metros, el camión del grupo de Ethan estaba volteado. Todo el mundo estaba ahí, ayudando a bajar a los que todavía se encontraban adentro y sacando las armas.

Pero no había rastros de los que atacaron. No habían zombies, ni personas.

Bell emitió un chillido ahogado a mi lado, más bien fue como un sollozo que intentó atrapar en su garganta sin mucho éxito y que acabó convirtiéndose en un gemido que no terminó de salir de su boca.

Miré hacia la puerta delantera del vehículo; Ethan y Lancer estaban sacando a Al, el otro chico de La Resistencia que había venido con nosotros. Estaba muerto y, cuando vi lo que le habían hecho, estiré el brazo y golpeé el rifle de la chica, para distraerla y así evitar que viera lo que yo había visto.

   —¿¡Qué haces!? —me gritó.

   —¡No mires!

Alguien le había torcido el cuello. No sabía qué fue, no sabía cuántos eran. Lo único que sabía era que, fuera lo que fuese lo que lo atacó, había sido lo suficientemente salvaje como para dejarle los ojos en la espalda.

La imagen fue repulsiva y escalofriante.  

Oí a Bell quebrando en llanto silenciosamente a mi lado. Con mira o no, ella lo había visto de todas formas. Sollozó, ahogando un gemido. La visión de su compañero dislocado debió haberle roto el corazón.

Y yo no tuve ninguna palabra para consolarla.

En ese momento oí algo; un sonido suave, como un soplido que parecía venir con el viento, pero que no se parecía al silbido de ningún pájaro o animal que conociera. Una flauta, tal vez, o más bien un silbato, un sonido tan tenue que apenas sí logré escucharlo y procesarlo.

«He oído esto antes», pensé.  

«Una sola vez. Pasó justo delante de mis ojos, como un flautista atrayendo a las ratas»

Moví la mira más allá del camión volteado y la gente, mucho más allá, hacia el horizonte. Y entonces vi algo aterrador.

   —¡Muertos! —grité, con todo lo que me daba la voz—. ¡Se acercan muertos y son demasiados!

Docenas.

Veintenas.

No, ellos eran casi cien.

Y venían de todas partes.

   —¡Suban a los camiones! —gritó Bell y en su voz oí que la muerte de Al había pasado a un segundo plano y percibí en ella la misma desesperación que yo sentí cuando vi la horda—. ¡Están en todos lados! ¡Son más de ochenta!

Enseguida los vi a todos moviéndose, titubeando y corriendo en distintas direcciones. Vi a Ada, perdida, buscando dónde huir y estuve a punto de bajar por ella, pero Scorpion la agarró del brazo y la obligó a subirse al camión, mientras él mismo trepaba por el capó del vehículo y llegaba junto a nosotros.

   —¡Gracias a Dios estás bien! —exclamé.

   —Aw, ¿te he preocupado? —preguntó el cazador, irónico y burlándose de mí. Le miré, dedicándole la peor mueca que mi rostro podía mostrar en ese momento y él ahogó una carcajada—. ¡Relájate, hombre! La chiquilla está a salvo.

   —¿Qué puedo hacer? —preguntó Ada.

   —Dispara a lo que veas —contesté, apuntando yo mismo y jalando del gatillo, comenzando a derribarlos. Bell y Scorpion me imitaron. Mientras más abatiéramos desde la distancia, más fácil sería ganar el combate cuando ellos estuvieran lo suficientemente cerca.

Era nuestra única oportunidad.

Terence, Ethan y Regen seguían abajo, esperando a los adelantados que atacarían primero, a los muertos más jóvenes, a los que habían sido infectados hace poco y no dudarían en trepar por la cubierta de los vehículos para intentar mordernos. Cuando ellos llegaron, la mira de mi rifle osciló entre esa cabellera escandalosamente roja y los muertos que seguían atrás.

Yo también quería protegerlo.

Terence estaba armado, veía que tenía dos revólveres guardados en sus fundas, pero él todavía no los sacaba de ahí y prefería pelear con las estúpidas manoplas de acero que Aiden le obsequió en Paraíso. Él peleaba bien, peleaba excelentemente y estaba seguro de que sus golpes eran más duros que sus balas, pero verle luchar de esa forma, tan cercano a esos monstruos, tan cercano a sus dientes y uñas, tan cerca de su hedor y tan próximo a la muerte, me ponía de los nervios.

Le vi, saltando sobre uno y despedazando su cabeza contra el piso, gracias al metal que le cubría las manos. Terence era feroz y bestialmente rápido, casi tan rápido como Ethan y Regen, que luchaban incansablemente a su lado, saltando alturas imposibles, rompiendo la carne con el toque de sus puños y lanzándose contra la horda como si fueran inmortales.

Casi lo eran.

Vi una figura, rápida y ligera, moviéndose entre la multitud de muertos, corriendo directamente hacia los chicos. La apunté con la mira y disparé, pero ésta se movió, evitando la bala que acabó incrustada en la cabeza de uno de los muertos que la rodeaban. Miró en mi dirección durante un sólo segundo.

Estaba encapuchada.

   —¡Encapuchados! —grité, demasiado tarde. El sujeto ya se había lanzado sobre Ethan y ambos comenzaron a intercambiar golpes, en medio de una multitud de muertos que se les fue encima—. ¡Llegaron encapuchados! —advertí, más alto, esperando que todo el mundo me oyera y entendiera mi mensaje; estos desgraciados eran más importantes que una masa de hombres come-carne.

Algo se me cruzó al frente y fue demasiado rápido como para reaccionar. Otro de ellos se había encaramado por el capó y nos había alcanzado en tan sólo un par de segundos.

   —¿¡Qué demonios!? —Scorpion intentó disparar, pero el sujeto lo empujó, tirándolo desde el techo del camión, que debía estar a al menos unos cinco metros del suelo. Oí el ruido de su cuerpo estrellándose y otro disparo fallido. Vi el cuchillo que esa cosa sacó desde la túnica o poncho que vestía, antes de saltar para lanzársele encima.

   —¡No! —grité—. ¡Ustedes dos, manténganse alertas! —advertí, antes de saltar yo también desde el camión. Sólo me precipité hacia abajo sin pensarlo, porque por mucho que odiara a este cazador, por mucho daño que él hizo en el pasado y que seguía haciendo, él nos servía a todos más vivo que muerto. Me lancé sobre el encapuchado, aterrizando sobre su espalda y me aferré a su cuello, intentando alcanzar sus ojos. Él intentó quitarme de encima, levantándose y estrellándonos contra el camión. El dolor casi me obliga a soltarle, pero me agarré a él con más fuerza y le jalé del cabello.

   —¡También voy por ti! —le oí gritarme, antes de estrellarse de nuevo. Sentí la sacudida en mi columna por culpa del impacto y después un disparo seco y estruendoso, muy cerca. El encapuchado comenzó a moverse más lento entonces y no pudo volver a golpearme, tambaleó. Oí otro disparo. Ambos caímos al suelo. Rodé por el piso y me alejé de él.

Escuché otro disparo.

Y otro.

Y otro más.

   —Ya está muerto… —mascullé, pero Scorpion disparó dos veces más, como si quisiese asegurarse de que realmente lo estuviera—. ¡Basta!

Silencio.

Vi a Ada y a Bell asomándose por el techo del camión.

   —¡Vino gente a ayudar! —gritaron.

«Gracias a Dios»

Oí la respiración agitada de Scorpion jadeando a mi lado. Le miré, tenía una mano sobre su estómago.

   —¿Estás…? —intenté preguntar y entonces me di cuenta de que su mano estaba empapada en su propia sangre y que un grupo de muertos se acercaba corriendo hacia nosotros—. ¡Santo cielo!  —gateé hasta él, intentando levantarlo—. ¡Scorpion…vienen! —estaban demasiado cerca, no tenía más opción. Me lancé sobre él y lo cubrí con mi cuerpo, porque en el peor de los casos me morderían a mí y eso no me afectaría en absoluto, salvo de algunas heridas que dolerían durante un par de días. Cerré los ojos, esperando los arañazos y las mordidas.

Pero nada dolió. Y nada pasó.

   —¡Vamos, chicos! ¡Acaben con ellos! —oí una voz femenina. Miré hacia arriba. Una mujer, vestida con ropa táctica y trozos de lata sobre sus hombros, rodillas y articulaciones que le servían como una especie de armadura, tenía aplastada la cabeza de un muerto con tan sólo la fuerza de su mano. Aplastada no; destrozada, despedazada y desparramando la carne y sangre por todo el piso. Ella tenía un rostro rosado y casi dulce de no haber estado cubierto de sangre, ojos oscuros y cabello negro muy, muy corto, justo como un chico.

Reconocí las marcas de venas y arterias bajo su piel, como las de un muerto. O un Cero.

Había terminado con el grupo que acababa de atacarnos en menos de un parpadeo. Se levantó y pateó a un rezagado que intentó lanzarse sobre ella, enviándolo a volar varios metros más allá.

   —¡Merde! —exclamó Scorpion.   

   —¿Vous pouvez vous lever? —le preguntó la chica y Scorpion pareció sorprenderse de que ella hablara su idioma natal.

   —Oui… —El cazador intentó levantarse. Quise ayudarle, pero él se negó—. Estoy bien, hombre. Sólo consígueme algo con que presionar aquí —me quité la sudadera, luego la camiseta que traía debajo y se la entregué. Él la anudó alrededor de su cintura, para cubrir la herida que ese encapuchado le había hecho y siguió disparando.

En ese momento, un grupo de hombres y mujeres, todos vestidos de manera similar a la chica que nos había salvado, llegó corriendo al lugar, uniéndosenos en el combate. Todos eran ágiles, rápidos y fuertes. Como Ethan, como Regen.

Lo supe en ese momento.

Todos eran infectados.

Cargué el rifle sobre mi hombro y seguí disparando. Todavía quedaban más de tres docenas por matar.

   —¿Quiénes son ustedes? —pregunté, mientras apretaba el gatillo y de reojo veía a la mujer, tomando la cabeza de uno de ellos y estrellándola contra el camión. Era brutal—. ¿Por qué nos están ayudando?

   —Están en nuestro territorio —gruñó ella. Tenía una voz muy dulce para demostrar tanta violencia—. Eso es lo único que debería preocuparles.

   —¡No vinimos a hacer daño! —exclamé, volviendo a disparar, quitándole de encima a Terence un muerto que estuvo a punto de tocarlo—. Estamos en búsqueda de un camión perdido.

   —¿Por qué tomarían tantos riesgos por un simple camión? —preguntó ella, golpeando a otro muerto en la cara y atravesándole el cráneo con el puño.

No, esta mujer no era como Ethan. Era muchísimo más fuerte.

Scorpion se apoyó contra el camión, con el revólver en alto, cansado y jadeando. Mi camiseta anudada a su cuerpo ya estaba manchada en rojo.

   —¿Qué clase de infectados son ustedes? —preguntó, directo al grano. La chica lo miró y sonrió, en una sonrisa peligrosa y alarmante.

   —La clase que les está salvando el culo —contestó, antes de correr hacia otra parte y apartarse de nosotros—. ¡Deberías curar a tu amigo o va a desmayarse! —me gritó.

   —¡No es mi amigo! —le grité de vuelta. Pero ella tenía razón—. Vamos, Scorpion. Métete al camión.

   —Estoy bien, joder… —Él se negó y disparó otra vez. No falló—. Esa chica es… —titubeó, como si quisiera encontrar las palabras correctas—. Quiero una esposa así.

   —¿Te gustan las chicas? —pregunté, escéptico. 

   —No mucho, pero ahora quiero una —se rio. No, él no quería una esposa, él sólo estaba comenzando a perder sangre y eso le llevaba a hablar estupideces. Él sólo acababa de ser embargado por un sentimiento fugaz hacia la mujer que nos había salvado. Vamos, que jamás pensé que una persona como Scorpion fuera capaz de sentir algo tan puro como la admiración.

Porque sí… esa mujer de alguna manera irradiaba grandeza, valentía y fuerza. Yo también lo sentí.

Cinco minutos más tarde, todo el mundo estaba reunido en las puertas del camión, nosotros por un lado, ellos por el otro. Habíamos logrado capturar a uno de los encapuchados que nos atacaron junto a los muertos, pero ahora mismo teníamos asuntos más urgentes que atender.

   —¿Quiénes son ustedes? —preguntó Ethan, cruzándose de brazos y bostezando. Le habían herido, tenía una venda alrededor del cuello. El encapuchado que lo atacó había ido directo a su garganta para clavarle un puñal. Por suerte, Regen y Terence estaban cerca y pudieron ayudarle, salvándolo de una herida grave o peor aún, de una muerte. Parecía tan insólito pensarlo, pero de pronto esos sujetos me parecían tremendamente peligrosos, tanto que podían darle batalla a personas como Ethan—. ¿Son infectados?

   —Eso tú ya deberías saberlo, ¿no crees?—contestó la mujer, que encabezaba al grupo de veinte hombres y mujeres que habían venido con ella y que se formaban tras su silueta, como un ejército a la espera de una orden—. Tú también lo eres, deberías olernos. Tú y… —miró hacia Regen antes de seguir hablando y el chico se adelantó, dando un paso hacia el frente y estrechándole la mano.

   —Soy Regen —se presentó, antes de que la chica lo delatara como un infectado más—. Venimos de La Resistencia, estamos en búsqueda de un camión extraviado.

   —Jeanne —La mujer le estrechó la mano y ambos se miraron fijamente—. Regen, ¿eh? —Jeanne lo atrajo hacia él y se acercó a su cuello, como si buscara olfatearlo. Vi al enmascarado estremeciéndose—. Es un gusto.

   —¿Son Ceros? —preguntó Regen mientras se apartaba un poco y le soltaba. Aunque, más bien, sus palabras sonaron como una afirmación, como si él supiera exactamente lo que eran todas esas personas.

   —Así es… —confirmó ella—. Pero nos gusta hacernos llamar “Renegados”, si no les importa.

   —¿Desertores de E.L.L.O.S, entonces? —se aventuró Regen.

   —¡Vaya, qué perspicaz!

   —¿Por qué nos ayudaron?

   —Queríamos comérnoslos.

   —¿¡Qué!? —Siete, Steve y Uriel saltaron inmediatamente y la apuntaron con sus armas, pero ninguno de los ahora llamados “Renegados” hizo algún movimiento para defenderse.

Jeanne soltó una carcajada.

   —¡Es una broma, muchachos! ¡Tranquilos! —hizo un gesto con la mano, para que se calmaran—. No comemos carne. No viva, al menos. Es una regla en nuestra comunidad.

   —¿Luchan contra su instinto…? —curioseó Regen.

   —Lo controlamos —afirmó ella.

Ethan, que seguía bostezando unos metros más allá, pareció prestar más atención en cuanto la mujer dijo eso.

   —¿Cuánto tiempo llevan…? —quiso decir.

   —Nos reagrupamos luego del ataque a la base de E.L.L.O.S hace cinco años… —comenzó—. Ya saben, un grupo de cazadores y civiles entró y lo quemó todo. La organización se disolvió, al menos en este estado, y nuestros líderes desaparecieron… —comentó, mirándonos detenidamente; primero a Regen, luego a Ethan y después al resto. Nos analizaba mientras hablaba, nos estudiaba, quería ver nuestras reacciones, tal vez para asegurarse de que éramos inofensivos.

   —Muertos —contestó Ethan—. Los líderes del escuadrón «cero» están muertos.

Jeanne alzó una ceja.

   —Muertos, desaparecidos, da igual. Ellos ya no están, pero nosotros sí… —La mujer se encogió de hombros—. Muchos de los nuestros sucumbieron ante su instinto caníbal y acabaron como ellos… —apuntó a uno de los muertos que estaba aniquilado en el suelo—. Los demás intentamos formar algo, evolucionar, agruparnos con personas normales y adaptarnos a lo que nos habían hecho… ¿suena fácil, no?

   —No lo es —dijo Regen.

   —No lo fue.

Carraspeé la garganta antes de hablar, para acaparar algunas miradas y cortar el incómodo momento que se estaba formando. Ella sabía perfectamente que Regen era un infectado, pero él no quería que lo delataran y eso le ponía nervioso.

   —¿Nos dejarán seguir? —pregunté, dirigiéndome a Jeanne que, claramente y sin dudas, era la líder de ese grupo y la que hacía y respondía todas las preguntas. Y ella había dicho que este era su territorio—. Supongo que ya lo sospechan, pero E.L.L.O.S sigue allá afuera y probablemente sus nombres estén en la lista negra que esas personas que nos atacaron buscan cumplir.

   —El camión que estamos buscando es para, en parte, frenar el avance de E.L.L.O.S —interrumpió Steve. La mujer se cruzó de brazos y le hizo un gesto, para que siguiera hablando—. Verán… nosotros… —El hombre pelirrojo pareció dudar un poco, quizás estaba evaluando si soltar o no la bomba que significaba la creación de Morgan—. Tenemos una cura —dijo finalmente.

Uno de los Renegados rompió su formación y dio un paso hacia adelante.

   —¿¡Pueden curar el virus!? —preguntó, exaltado.

   —No sabemos si hará efecto en personas como nosotros… —se adelantó Ethan—. Una de sus líderes murió cuando le inyectaron la sangre que… —se detuvo—. Demonios. El punto es que, al menos por el momento, sería peligroso intentarlo sobre alguien que resistió al virus. Pero ha funcionado en recién contagiados.

   —Podrían erradicar la enfermedad de raíz… —comentó la mujer, como si estuviera pensando en voz alta—. ¿Para eso quieren el camión, ¿no?

Regen asintió con la cabeza.

   —Bien, que un grupo de ustedes siga adelante… —sentenció ella—. Les recomiendo que vuelvan a voltear el camión que está en el camino y metan a sus heridos ahí, para hacerlos volver por donde vinieron. Podría ser peligroso continuar con ellos… ¡Archer, ven aquí!  —Uno de sus hombres avanzó y se posicionó a su lado—. Él es Archer, los acompañará en su viaje y se asegurará de que sean de confianza. Espero que le cuenten más sobre esa lista negra que mencionaron y sobre esa cura.

Todo el mundo intercambió miradas entre sí. Ella nos estaba poniendo a prueba sin siquiera decírnoslo, hasta ahora. No hubo intercambio de palabras, pero en esas miradas nos cuestionamos todo. ¿Era seguro? ¿Era peligroso? ¿Y si era una trampa? ¿Cuánto podíamos nosotros confiar en ella? ¿Qué otras posibilidades teníamos? Si nos negábamos y desatábamos un enfrentamiento, ¿cuántas posibilidades teníamos de ganarlo?

   —¿Qué pasa si no lo somos? —irrumpió Scorpion, mientras se sobaba el ojo amoratado que Ethan le había dejado hace unas horas atrás, pero no por el dolor, si no por el cansancio—. ¿Qué pasa si no les parecemos confiables?

Ella sonrió.

   —Los mataremos —soltó.

Scorpion bostezó.

   —Perderán gente también —desafió—. No tienes idea de las ganas que tengo de reventar algún cuello de un Cero.

   —Pero no puedes —contestó ella—. Porque ahora mismo eres demasiado débil para enfrentarte a uno de nosotros y estás herido.

Scorpion no contestó, ni siquiera hizo un gesto o una mueca de molestia. No, pareció que las palabras de la mujer le resbalaron. Era eso o simplemente ella había dado justo en el blanco, tanto que él no fue capaz de formular una respuesta.

Finalmente, el cazador sólo se encogió de hombros.

   —Bien, me da igual lo que hagan —dijo—. Ahora, si me disculpan…tengo que ir a sacarle un poco de información a ese imbécil que atrapamos —El rubio se metió en el camión y Lee y Siete le siguieron.

   —Lo aceptamos —sentenció Regen—. Pueden despreocuparse, no tenemos malas intenciones… —estiró su mano, ofreciéndosela a Jeanne

   —Eso espero —La mujer la estrechó antes de despedirse—. Espero que podamos formar una buena alianza después de esto.

Regen la soltó, para buscar algo en su bolsillo. Le entregó su radio.

   —Mantenlo encendido —le dijo y me pareció que sonreía bajo la máscara—. Pronto sabrás de nosotros.

   —Bien… —La mujer también dejó escapar una sonrisa—. ¡Nos vamos, chicos! —puso una mano en el hombro de Archer, el sujeto que había dejado con nosotros—. Cuídate y vuelve sano a casa.

   —Sí, Jeanne.

Ella y su gente se retiraron.

Los vimos marchar; rápidos, silenciosos, como sombras mezclándose en la infraestructura del lugar, entre los edificios cubiertos por la maleza y los restos que esta ciudad había dejado. Cuando desaparecieron de la vista, un tenso silencio se formó en el lugar. Hasta que decidí romperlo.

   —¿Qué haremos? —pregunté, pero enseguida agregué—. Creo que Jeanne tiene razón. Lo mejor es enviar a los heridos de vuelta.

Ethan bostezó, por séptima vez en cinco minutos.

   —Yo estoy bien —dijo—. Necesitamos enviar de vuelta al chico que murió, merece una sepultura cristiana.

   —Tú te estás durmiendo —dijo Terence, acercándose a él, para inspeccionarlo. Ethan no se dejó demasiado—. Déjame verte, hombre.

   —Estoy bien.

   —¡Te estás durmiendo! —insistió el pelirrojo. Ethan cayó sentado al suelo y fue atrapado justo a tiempo por Terence y Steve—. ¡Demonios! ¿Está borracho?

Lo parecía; se notaba cansado, exhausto y la lengua se le trababa al hablar, como si le pesara. El moreno apoyó los brazos sobre sus rodillas y metió su cabeza ahí.

   —Creo que las armas con las que nos atacaron tenían algo… —dijo Regen—. Sólo mira a ese chico, también está a punto de desmayarse… —Lancer, que había sido herido en el brazo, cabeceaba mientras Ada intentaba mantenerlo despierto—. Definitivamente esas cosas tenían somnífero o algo peor, por lo que es urgente que vuelvan.

   —Estoy bien… —balbuceó el joven cazador.

   —No lo estás —me acerqué a ellos y aparté un poco a mi sobrina. Lo tomé por los hombros y lo sacudí, para que me mirara. Tenía los ojos achinados, como drogados y apenas podía enfocar la vista—. Si te mueres, voy a sentirme responsable. Así que más vale que regreses… y tú… —me volteé hacia Ada—. Más vale que le acompañes y te asegures de que vuelva sano a La Resistencia —Ella me miró enfadada, parecía que iba a discutirme. Pero yo le estaba hablando muy en serio. Ya me había demostrado que sabía disparar un arma y que podía enfrentarse a los muertos. Este era su momento de ponerlo a prueba—. Necesitan alguien que los proteja en caso de otro ataque…. —le acaricié los brazos—. Mira, Ada. Confío en ti, ¿vale? Tú y Bell deben llevar a los heridos de vuelta a casa.

Ada asintió con la cabeza. Levanté la vista y miré a la francotiradora de La Resistencia.

   —Regresaremos sanos y salvos —me afirmó.  

   —Bien… —Regen se adelantó hasta la puerta del camión—. Scorpion se encerró ahí con el encapuchado que capturamos. Hay que ver si él…—le acompañé y le ayudé a abrir—. V-Vaya… —susurró.

Para cuando entramos, Scorpion y sus cazadores ya lo habían atado de brazos y piernas y el hombre estaba completamente inmovilizado, pero aún así Lee y Siete guardaban distancia, como si tuvieran miedo de que les mordiera o los atacara de repente. El único que estaba cerca de él era Scorpion y ya le estaba interrogando.

   —¿E.L.L.O.S te envió aquí, ¿verdad? —le preguntó, quitándole la capucha que cubría su cabeza. El hombre observó a todos los que estábamos en ese camión, recorriéndonos con los ojos de color azul, pero uno muy fuerte y casi irreal. ¿Qué tenían los encapuchados que su mirada siempre parecía tan ajena y tan distante?—. Habla —ordenó Scorpion y, probablemente sin darse cuenta, retrocedió medio paso cuando el sujeto le clavó la mirada directamente a él. Incluso me pareció verlo estremeciéndose en un escalofrío, o tal vez fue el propio temblor de mi cuerpo el que me llevó a imaginarme eso.

Estas personas… no eran humanas.

   —¿Es un infectado también? —le pregunté a Regen.

   —No —él negó categóricamente—. No huelo el virus en él.

«¿Entonces qué es?»

   —¿Qué crees tú? —le contestó el hombre a Scorpion. El cazador le dio un puñetazo en la mejilla que bien pudo haberlo dejado inconsciente, pero él siguió hablando—. Es obvio que estoy aquí por E.L.L.O.S

Vi un hilillo de sangre escapando del labio que acababan de romperle.

   —¿¡Quién está al mando!? —exigió saber el cazador.

   —No puedo decirlo.

Scorpion le sujetó por el cuello de la capucha y lo levantó del sitio donde lo tenían sentado y amarrado. Se relamió los labios y sacudió la cabeza, como si quisiera enfocarse. Luego, golpeó la espalda del hombre contra la pared.

   —¡Claro que puedes! —bramó, volviéndole a empujar—. ¡Escúpelo o te cortaré la maldita lengua, ¿me oíste?

   —Hazlo.

Scorpion lo arrojó al suelo, se montó sobre él y le abrió la boca. Vi cómo metía su mano adentro y le sujetaba la lengua con los dedos, tironeándola hacia fuera.

   —¡No estoy jugando, hijo de puta! —siseó y le soltó sólo para darle un puñetazo en la cara, y otro, y otro tras otro—. ¿¡Qué demonios son ustedes y quién carajo es su líder!?

   —Va a matarlo… —masculló Regen—. Creo que ha sido suficiente para mí hoy. Voy a salir de aquí, el olor a sangre me está volviendo loco. Avísame cuando terminen.

Regen bajó del camión y en ese momento me percaté de la presencia de Bell, que al parecer nos había seguido, apoyada contra una de las puertas. Miraba la escena, con los ojos llorosos y los brazos cruzados, abrazándose a sí misma. Le habían matado a su compañero, no me olvidaba de eso.  Me acerqué a ella, mientras de fondo oía el sonido que emitía el puño de Scorpion estrellándose contra la cara de ese sujeto, que parecía no estar dispuesto a hablar.

   —¿Estás bien? —le pregunté.

   —Sí… —Ella me miró, estaba al borde del llanto—. No —corrigió—. Ellos mataron a Al… —sollozó y una lágrima rodó por su mejilla—. Tenía un hermano menor y una novia, ¿sabes? ¿Qué voy a decirle a ese niño? ¿Qué voy a decirle a Giselle? Ellos no van a soportarlo.

La abracé. Tuve que hacerlo, la chica parecía estar a punto de quebrarse. Ella se echó a llorar apenas la rodeé, como si hubiese estado esperando todo este tiempo a que alguien se le acercara. Quizás era así, quizás ella sólo necesitaba un poco de apoyo ahora mismo.

   —Vas a encontrar las palabras correctas para consolarlos… —le animé. No sabía si eso era cierto o no, no sabía si ella tendría la suficiente asertividad como para decir las palabras precisas para mitigar la noticia y así no volverla tan dolorosa a los oídos de la familia del muchacho que había muerto minutos atrás. No sabía si iba a mentirles, diciéndoles que tuvo una muerte heroica y admirable o les diría la verdad; que al pobre le tendieron una trampa, que voltearon el vehículo que conducía y le torcieron el cuello como a un animal de granja—. Tienes que ser fuerte, Bell.

   —¿Por qué no podemos simplemente tener algo de paz, Reed? —preguntó.

Y entonces supe sólo una cosa:

   —No tendremos paz hasta que acabemos con E.L.L.O.S

Ella asintió, con la cabeza apoyada contra mi pecho, pero enseguida la levantó, para observar lo que estaba pasando. Scorpion todavía golpeaba al hombre, puñetazo tras puñetazo, cada vez más lento, cada vez más cansado. Parecía que, sea lo que sea que ellos le hayan puesto a sus puñales y cuchillos, comenzaba a hacer efecto en él también.

   —Sus armas estaban impregnadas con algo… —me separé de Bell, para acercarme a ellos. En ese momento Scorpion se detuvo y salió de encima, quedándose sentado a un lado del hombre, que apenas podía moverse. El cazador le había roto la nariz y los pómulos, que se habían inflamado tanto que los ojos de ese encapuchado, todavía vacíos, perturbadores, distantes y aterradoramente fríos apenas podían mantenerse abiertos—. Todos se están durmiendo. ¿Qué era? —pregunté, de pie a su lado—. ¿Es peligroso? —Él no contestó. Me acuclillé, para mirarle a la cara y grité—: ¡Habla!

   —Ahora entiendo por qué demonios me estoy sintiendo así… —balbuceó Scorpion, levantando su revólver y apuntándole la cabeza al hombre—. Respóndele —ordenó.

El encapuchado no contesto.

   —¡Respóndele! —bramó Scorpion.

Siete y Lee también le apuntaron.

El hombre me miró, pero no dijo nada. Un escalofrío me recorrió la columna vertebral y estuve tentado en retroceder. ¿Qué era? Había algo en esos ojos que me daba miedo, no sabía cómo explicarlo. Y no, no era sólo su color, más brillante de lo normal, lo que me daba aquella incómoda sensación de que él no tenía absolutamente nada adentro.

Scorpion le agarró del cabello y le puso el revólver contra la sien.

   —Suelta la lengua… —ordenó, con voz lánguida y cansada—. Voy a dispararte si no lo haces. ¿Acaso no tienes miedo?

En ese momento, el tipo se río; una carcajada monótona y recta, de un sólo tono y sin variaciones. Rio, sin ninguna sonrisa cruzando su rostro, y contestó, al fin:

   —¿No te has dado cuenta? No siento nada.

Él estaba vacío por dentro.

Scorpion movió el arma de su sien, la metió en la boca del hombre y disparó. Bell soltó un chillido y yo di un salto hacia atrás, sin poder evitar que toda la sangre y la carne me saltara encima.

   —¡Qué asco! —grité, quitándome los restos de mugre—. ¿¡Qué hiciste!? ¿¡Por qué lo mataste!? —Él no respondió, pero yo sabía bien la respuesta. Ese sujeto no iba a hablar, sin importar todo lo que le torturaran.

Scorpion dejó caer el arma al suelo y se desplomó sobre el piso del camión.

   —Ayuden a voltear el otro camión de nuevo… —balbuceó, somnoliento. Le estaba hablando a sus hombres. Rodó hacia un lado y se quedó ahí, con las manos sobre la herida que todavía le sangraba, tirado y hecho un ovillo—. Necesito descansar. No puedo morir aquí, tengo que…

Pero él no dijo nada más y se durmió, o se desmayó. El último de los heridos había caído y eso sólo me dejó una amarga sensación en la garganta. Nos enfrentábamos a un enemigo preparado para vencer a cualquiera de nosotros; humanos e infectados, cazadores entrenados y civiles. Ellos eran poderosos, eran fuertes, eran letales y no estaban dispuestos a soltar una sola palabra de la organización que los había creado.

Lo dejamos ahí, al lado del cadáver del hombre que acababa de matar, y salimos para comenzar a gritar instrucciones y órdenes. Teníamos que mover el camión que estaba adelante, debíamos chequearlo, asegurarnos de que todavía funcionaba y enviar a casi la mitad del equipo de vuelta. Era lo más seguro por ahora. Ellos no sólo debían volver para curar sus heridas y descansar, debían volver para avisar sobre lo que estaba pasando, poner en conocimiento a toda La Resistencia y al resto de nosotros de lo mortíferos que eran los soldados de E.L.L.O.S. Debían atenerlos, por si los que seguiríamos el camino no lográbamos regresar.

Porque, de pronto, ni siquiera volver a casa me pareció algo seguro.

Notas finales:

Bien, bien. Pasaron muchas cosas en este capítulo. 

F por Al. 

No odien a Jeanne, el repentino amor que sintió Scorpion por ella fue pura admiración. Ya saben...como cuando ves a alguien muy genial y fangirleas y gritas "ASDSDASS LO/A AMOOOOOOOOOO!" Básicamente fue eso .-. xDDD Además, verán un poco más de esa mujer y su gente. 

Ada ya es una chica grande, acostúmbrate Reed. 

Por si les quedaban dudas, Scorpion estuvo a punto de decir "tengo que volver con Cuervo" OBVIO MICROBIO, PENSANDO EN SU ESPOSO HASTA LAS ÚLTIMAS XD ok no. 

¿Críticas? ¿Comentarios? Los leo. 


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