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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

¡Buenas, gente! Lo prometido es deuda, aquí les traigo su especial. No, no es lemon hardcore entre Scorpion, Cuervo y Siete. Por ahí alguien me dijo que no debía dejarme llevar por el fangirleo y forzar las cosas. Intenté hacer algo así, créanme, pero no me nació. Tal vez para otro momento haga un especial de ellos tres
Aprecien esto, porque es quizás el capítulo que más información aporta sobre cómo era la vida de Ethan y Noah antes del desastre. Espero que lo disfruten :) 

ANOTACIONES: 

Corey Taylor es el vocalista del Slipknot, la banda favorita de Noah. 

KKK es un acrónimo para «Ku Klux Klan», nombre con el que se identifican algunas organizaciones de extrema derecha fascista en Estados Unidos y otras partes del mundo, normalmente las componen fanáticos de derecha, homofóbicos, xenófobos, misógenos, neonazis y básicamente toda la gente mala de este mundo xD. Se identifican con unas máscaras blancas en forma de cono.  

 

PD: POR TODO LO QUE CONSIDERAN SAGRADO...¡AVÍSENME SI ENCUENTRAN UNA FALTA DE ORTOGRAFÍA! 

Capítulo 95 

 

Oí las guitarras pesadas del tono de llamada de Noah sonando desde algún lugar de la casa. Sin darme cuenta siquiera, agudicé el oído mientras me cepillaba los dientes frente al espejo.

   —¿Aló? —le oí responder—. Sí, ¿que pasa?

No era normal para él recibir llamadas en estas fechas.          

   —No, gracias. Pasaré la navidad con Ethan.

Sonreí.

   —No —gruñó. Debía estar hablando con su madre. Cuando se trataba de ella, él repetía mucho esa palabra.

   —No, no me interesa pasar la navidad contigo y con tu nuevo novio…. —dijo e hizo una pausa, entonces supe que ahí vendría la pelea—. ¿Quién demonios te crees que eres? —siseó, a punto de gritarle al teléfono y yo escupí la pasta y salí del baño para dirigirme a su habitación—. No me llamabas desde hace tres años, mère —me apoyé bajo el umbral de su puerta y me crucé de brazos, esperando. Él me miró y me hizo un gesto de fastidio—. ¿Qué es lo que pretendes? —se quedó callado, él estaba oyendo y pude oír la voz de la señora Rosseau al otro lado del teléfono; estaba medio hablando-medio chillando. Su voz era aguda.

El rostro de Noah enrojeció hasta la rabia, pero él sonrió.

   —¡Ah, ya entendí! —gritó y soltó una risa irónica—. Así que tu novio tiene una hija de mi edad y quieres… —calló, autocensurándose. Leí en sus labios un montón de insultos que querían salir, pero que él no iba a soltarle a su madre—. No, no. Olvídalo. Feliz navidad, mère.

Colgó.

Encendí un cigarrillo mientras él se sentaba sobre su cama y se cubría el rostro con las manos.

   —¿Qué pasó? —pregunté.

   —Era mi madre.

   —Lo noté… —di una calada profunda y le entregué el cigarro a él. Noah lo tomó entre sus dedos y fumó profundamente—. ¿Qué quería?

   —Fingir que tenemos algún tipo de relación, supongo.

Suspiré y me senté a su lado.

   —¿Estás bien?

Sonrió. Él tenía una linda sonrisa.

   —Seh, hombre —le dio otra calada al cigarrillo y luego lo puso en mi boca—. Iré a darme una ducha —dijo, quitándose la camiseta delante de mí—. ¿Vienes?

Por un momento, me planteé la idea de darme un segundo baño.

   —Ya me he duchado —contesté.

   —Tú te lo pierdes —rio, bajándose los pantalones y lanzándomelos sobre la cabeza.

Solté una risita mientras le veía salir.

Intenté recordar cuántas veces esto había pasado, cuántas veces le había oído discutir por teléfono con su madre, cuántas veces la oí a ella intentar ganar terreno en un espacio que nunca se interesó en llenar y a él negándole ese espacio, por justo derecho, porque la señora Rosseau jamás se preocupó realmente de estar cerca de su hijo.

Y no tenía idea de lo que se había perdido. Noah era una persona maravillosa.

Oí el sonido de la regadera y, seguido de ella, los gritos de Corey Tylor a todo pulmón, o a todo estómago mejor dicho, soltando mierdas en contra de una sociedad que tanto él como Noah odiaban desde lo más profundo de sus corazones. También le oí a él cantando.

Cogí el teléfono y decidí marcarle a mi padre. Él era un hombre ocupado, en un trabajo demandante que siempre nos había mantenido lejos. Sin embargo, no podía decir que Anton no se preocupara por mí como la señora Rosseau lo hacía con su hijo. Él solía llamarme en las navidades y un par de veces más en el año.

Quizás esta vez debía ser yo quien marcara primero.

Contestó al cuarto tono.

   —¿Ethan? —preguntó.

   —Hola, papá, ¿qué tal va todo?

   —Me alegra oírte, muchacho —dijo él al otro lado de la línea, pero no hubo cambios en su voz. Mi padre no era un hombre muy emocional, a decir verdad. Siempre se le oía frío—. ¿Cómo estás?

   —Bien… —me lancé contra la cama de Noah y apoyé mi cabeza en su almohada—. Llamaba para…

   —¿Aprobaste todos los exámenes? —me interrumpió él.

   —Sí.

   —¿Te hace falta dinero? ¿Está todo bien en casa?

Rodé los ojos.

   —Sí, papá. Estamos bien —le di una última calada al cigarrillo que había dejado extinguirse en mi mano y lo apagué contra el cenicero que había sobre la mesita de noche de Noah—. Sólo llamaba para desearte feliz navidad.

Hubo un silencio de su parte.

   —¿Papá?

   —Sí, lo siento, hijo… —soltó—. Feliz navidad para ti también.

Esta vez fui yo quien se quedó callado, pensando.

   —¿Sabes…? —comencé, dudando sobre si decirle o no lo que estaba a punto de soltar—. Esta noche seremos sólo Noah y yo… quizás, podrías, no sé…¿venir a casa a cenar?  

Le oí chasqueando la lengua.

   —Muchacho… —comenzó, mientras soltaba un suspiro—. Sabes muy bien que…

   —Trabajas todos los días —le interrumpí—. Sí, lo sé… pero no perdía nada en preguntar.

   —Pásatelo bien con Noah esta noche, ¿bien?

   —Claro que sí.

   —Feliz navidad, chico.

   —Feliz navidad, papá.

Colgó, justo cuando yo estaba pensando en hacerlo.

   —Bury all your secrets in my skin… —Después de esa conversación, lo único que quedó sonando fue la melodiosa voz de Noah tarareando la canción que se oía desde el parlante de su móvil, que de seguro debía estar empañándose la pantalla en el baño—. Come away with innocence and leave me with my sins… —salí de la habitación y me vi embestido por algo que me saltó encima y casi me tiró al suelo.

   —¡Cuidado, Brann! —exclamé, sosteniendo la cabeza del viejo pitbull en mis manos y acariciándole detrás de las orejas, eso lo volvía loco—. Eh, ¿tienes hambre? —No recordaba cuántos años tenía este perro, pero para mí siempre iba a ser el cachorro que Noah rescató de una muerte segura, cuando apenas teníamos once años.

¿Trece años vivo? ¿Los perros podían vivir durante tanto tiempo?

Él me dejó y corrió hacia la cocina, ladrándome en el camino para que le siguiera. No sólo era un juguetón y un travieso insoportable, también muy inteligente. Estaba seguro de que él creía que le entendíamos perfectamente. Cuando le alcancé, él miró su plato de comida vacío y luego me vio a mí, mientras meneaba su cola de un lado a otro.

Encarné una ceja.

   —¿Estás seguro de que Noah no te ha alimentado ya, perro goloso? —le pregunté.

Él ladró.

   —Bien, bien… —cogí una lata de su comida de la encimera y la abrí, para vaciar todo el contenido sobre su plato. Él comenzó a comer enseguida, gruñendo y haciendo ruidos guturales cada vez que tragaba más de la cuenta. Le acaricié el lomo y le dejé ahí, para volver al baño.

La puerta estaba abierta y Noah seguía duchándose y cantando al son de las guitarras y la batería. Localicé su móvil y le bajé un poco el volumen.

   —¿Ethan? —preguntó él.

   —Sí, hombre —contesté—. Vas a quedar sordo o vas a estropear el móvil, una de dos. Debes dejar de oír música tan alto.

   —Mira quién lo dice —rio él.

Abrí la cortina de golpe y él, por un momento, se asustó y dio un pequeño salto hacia atrás, mientras se cubría con ambas manos.

Sonreí, burlándome de su reacción.

   —¿Necesitas ayuda? —pregunté, estirando los brazos para alcanzar su rostro y subir hasta su cabello lleno de espuma, para empezar a lavarlo. Él se quedó quieto y me dejó jabonarlo.

   —Tus manos se sienten bien —masculló y cerró los ojos cuando comencé a masajearle el cuero cabelludo con las yemas de mis dedos—. Mmm… —gimió—. Vas a empaparte, Ethan.

   —Un segundo baño no me vendría mal —dije y bajé con mis dedos hasta su nuca, arrastrándolos por los costados de su cabeza, para hundirlos justo en la parte blanda detrás de sus orejas. Noah dejó escapar una risita nerviosa y se estremeció. De tal palo, tal astilla. Nunca sabré si fue Brann quién copió esa costumbre de su amo o viceversa, pero ambos se derretían cuando los acariciabas ahí.

   —Me haces cosquillas —se quejó él, pero estaba sonriendo.

   —Pero te gusta —me burlé.

   —Ven acá… —me cogió del brazo y me arrastró al interior de la ducha, con ropa y todo—. ¿Cuánto tardaste en salir de la ducha hoy, ¿eh? ¿Un minuto?—me preguntó, metiendo sus dedos bajo mi camiseta y arrastrándola por mi torso ya empapado para quitármela—. ¿Quién se da un baño decente en tan poco tiempo?

   —Fueron dos minutos —le corregí.

  —No estamos en algún campamento militar, soldado… —rio él, cogiendo la botellita de shampoo y echándose un poco en la palma de la mano—. Deja, te ayudaré a lavar esas patas sucias —cerré los ojos, para que la espuma no me cayera encima y dejé que me jabonara el cabello—. ¿Vas a quitarte esos pantalones? —preguntó. 

Yo los desabroché a tientas y los dejé caer.

  —Olvidaste alimentar a Brann hoy… —dije, dejando que sus manos bajaran por mi cuello y por mis hombros, para lavarlos también—. Estaba hambriento cuando lo vi.

Noah rio en voz baja.

   —Ya lo he alimentado… —dijo él, en tono de burla—. Te ha engañado de nuevo. ¿Cuándo vas a dejar de caer en sus teatros?

Joder, ese perro lo había hecho  otra vez.

Me reí yo también.

   —Hablé con papá… —le comenté, mientras apartaba sus manos y me metía bajo el chorro de agua.

   —¿Y qué te dijo? —Él siguió enjabonándose el cuerpo, sin importarle si yo estaba mirando o no. Acostumbrábamos a hacer esto desde que éramos niños. Para mí, no era nada fuera de lo normal verle desnudo—. ¿Él te llamó?

   —No, fui yo. Quise invitarle a casa esta noche.

   —Pero él trabaja hoy, ¿no?

   —Sí, bueno… —me encogí de hombros—. Pensé que esta vez sería distinto.

Él me dio una palmada en la espalda.

   —Como siempre seremos tú y yo… —se rio y salió de la ducha—. Y Brann, por supuesto. ¡Eh, Brann! ¿¡Dónde estás!? —gritó, al aire, mientras se anudaba una toalla a la cintura—. ¡Perro malo, otra vez engañaste al imbécil de Ethan!

Sonreí, mientras quitaba los últimos rastros de jabón de mis brazos, mis piernas y mi cuello. Moví el grifo, para darme con un chorro de agua fría antes de apagarlo y entonces me dispuse a salir, temblando, pero más despierto que nunca.

Me puse una toalla en el cabello, otra en la cintura y salí. No sabía qué hora era, hoy ambos habíamos despertado tarde y bien podrían ser las cinco de la tarde, pero eso no importaba demasiado cuando éramos sólo ambos. Pasé de la habitación de Noah, que se encontraba discutiendo con Brann sobre algo, mientras se vestía. Digo «discutiendo» porque lo más curioso de estas situaciones era que el perro le respondía cada vez que él le hablaba, como si él realmente le entendiera, como si durante los años que llevaban juntos hubiesen desarrollado alguna forma de comunicarse. Noah conversaba, regañándole y él ladraba, como excusándose de lo que había hecho.

Ambos eran divertidísimos de ver.

Me metí dentro de unos vaqueros viejos, una camiseta negra y una chaqueta. No iba a necesitar más para capear el frío, siempre he sido de sangre caliente y las temperaturas bajas de estas fechas no solían afectarme. Sequé mi cabello con la toalla, refregándolo lo más que pude contra la tela de algodón y luego lo anudé en una coleta desordenada.

Me puse las botas y me di una rápida mirada en el espejo que tenía en mi habitación. No estaba allí por pretensión mía, cuando llegamos a esta casa ya estaba ahí, pegado a la pared. Debía usarlo de vez en cuando, ¿no?

Encarné una ceja, mientras me miraba. Claro que no eran las mejores pintas del mundo para celebrar una navidad, pero tampoco eran las peores. Una vez celebré un año nuevo con ropa más andrajosa que esta.

   —Te ves bien —comentó Noah, de pie bajo el umbral de mi puerta, con un gorro de lana mal puesto sobre la cabeza y la correa de Brann en la mano—. Yo… iré por el pato que encargué ayer en la tienda, ¿vale?

Me acerqué a él y le acomodé la prenda, asegurándome de que le cubriera las orejas.

   —Sabes que podríamos comer simplemente macarrones con queso, ¿verdad?

Él se rio.

   —Joder, Eth, quiero tener una cena decente aunque sea una vez en el maldito año —Él limpió con sus dedos una mugre que estaba sobre el hombro de mi chaqueta—. Haré coq au vin hoy.

Encarné una ceja.

   —¿Y para qué el pato?

   —No me gusta el gallo.

   —Lo que sea que hagas, te quedará delicioso —caminé hasta la mesa de noche y recogí las llaves del coche—. Vamos, te acompaño a la tienda.

   —Sabes que Brann se marea en el Wrangler —me debatió Noah.

   —Sabes que ese perro te manipula para que te vayas junto a él en los asientos traseros, ¿verdad? —le discutí, medio serio, medio riéndome. Estaba seguro de que Brann se hacía el enfermo cada vez que viajábamos. Si esa criatura malvada podía engañarme a mí, ¿por qué no haría lo mismo con su amo?

   —¡Claro que no, malhablado! —Él me dio un codazo cuando salimos al garaje—. ¡Brann, ven aquí! —gritó y esperó. Dos segundos más tarde, pude oír el sonido de sus patas corriendo por toda la casa y tirando todo a su paso. El pitbull se abalanzó sobre Noah cuando se halló cerca de nosotros, lanzándose sobre sus piernas y siendo recibido con mimos y caricias. Noah adoraba a este perro más que a él mismo.  A veces, cuando me detenía a pensar sobre ello, me angustiaba la idea de que, en algún momento, Brann iba a morir. Y no sabía cómo iba a tomárselo mi amigo.

   —¡Vamos, los dos arriba! —les llamé cuando me senté en el asiento del conductor—. ¡Ahora! ¡Se nos hace tarde! —dije, mientras encendía el motor y miraba la hora. Siete de la tarde.

Me prometí nunca más volver a madrugar en vísperas de navidad.

Brann y Noah se subieron y entonces arranqué. Afuera, podía respirarse la festividad; los últimos rezagados corrían cargados con bolsas navideñas llenas de obsequios, la gente se reunía en familia en las puertas de las casas; hermanos que no se veían desde hace tiempo, hijos que ya habían marchado visitaban a sus padres, novios nerviosos en la primera cena de navidad en la casa de la familia de su chica.

No podía negar que había algo encantador en todo eso.

Vi a Noah mirando por la ventana del asiento trasero, mientras Brann reposaba la cabeza en sus rodillas. Parecía pensativo. Apuesto que estaba reflexionando sobre lo mismo que yo.

Me pregunté si acaso él alguna vez odió estas fechas, si deseó tener una navidad distinta o fantaseó con haber nacido en otra familia, una sin un padre ausente y con una madre afectiva y preocupada.

La vida había sido un poco injusta con él.

   —Prefiero estas navidades a toda esa mierda de afuera… —solté, mirándolo por el espejo retrovisor hasta que él me clavara la vista—. Sólo nosotros tres. No necesito nada más que eso.

   —Aw, Ethan… —Él volvió la vista al paisaje que teníamos afuera y sonrió, apenas—. Sonaste como un maricón.

   —Te estás sonrojando —afirmé, burlándome.

   —¡Claro que no!

   —Te ha gustado lo que este maricón ha dicho, admítelo.

   —Cierra la boca.

Brann ladró y ambos reímos

Pisé el freno a tope cuando noté lo que estaba pasando a unos metros de nosotros. El rubio se inclinó hacia adelante y soltó un jadeo de asombro.

   —¿¡Qué mierda ha pasado!? —mascullé. Más adelante había un carro de bomberos cortando el paso. En la acera, una corrida de locales comerciales se estaba quemando y los efectivos intentaban controlar el siniestro desesperadamente. Noah soltó una pequeña risa sobre mi oído.

   —Parece que el pato ya se ha cocido… —se burló—. Asado, mejor dicho.

Intenté no reír por su mal chiste.  

Uno de los locales que se estaba quemando era la tienda a la que nos dirigíamos. Los locatarios estaban afuera, abrazándose; era una pareja joven de inmigrantes que hace poco habían invertido todos sus ahorros en montar una carnicería. La tienda de comida japonesa vecina también se estaba quemando.

   —¿Habrán sido esos bastardos? —preguntó Noah, seriamente. Quizás acababa de darse cuenta de que los únicos locales afectados pertenecían a extranjeros—. ¿La banda de lunáticos racistas que ha estado atacando últimamente?

   —No lo sé… —contesté, girando el volante para dar la vuelta y volver a casa—. Pero creo que la cena de hoy serán macarrones con queso.

Noah suspiró.

Desde hace poco más de un mes que esto había estado pasando; una banda de imbéciles de pensamiento extremista había estado atacando a personas y locales de inmigrantes y minorías sexuales. Actuaban organizadamente y no se sabía nada de ellos, pero la prensa local los relacionaba con alguna organización KKK, debido a los volantes que dejaban en la escena del crimen.

Hasta ahora se les atribuía a esos bastardos doce ataques a personas y dos atentados como el que acabábamos de ver.

Y acaban de arruinarnos la nochebuena.

Sentí las manos de Noah cargándose en el respaldo de mi silla y a él, moviéndose torpemente para caer sentado en el asiento del copiloto.

   —Tengo una idea —soltó, sonriendo.

   —¿Mmm?

   —Vámonos de fiesta hoy —propuso él—. A ese antro al que te gusta ir. No vas a dejar que un incendio te arruine la noche, ¿verdad? —En respuesta, rodé los ojos y solté un suspiro—. ¡Anda, hombre! —insistió—. Dejamos a Brann en casa y nos vamos.

   —Bien, bien… —acepté de mala gana.  

   —¡Perfecto! —aplaudió una vez y puso sus botas sobre el tablero, para ponerse cómodo. Cómo odiaba que hiciera eso—. ¡Anímate, Ethan! ¡Vamos a pasarla bien!

 

 

 

 

 

 

 

Una hora más tarde, yo peinaba mi coleta, pretendiendo que ningún mechón de cabello se escapara hacia los lados, lo que era prácticamente imposible. Llevaba cinco minutos batallando frente al espejo, sin mayor éxito.

Quizás debía hacerle caso a Noah y comprar algo de fijador para el cabello.

Él pasó tras de mí, cepillándose los dientes y se inclinó a mi lado para alcanzar el lavabo y enjuagarse la boca. Gruñí cuando, sin quererlo, me golpeó con la cadera y me desplazó algunos centímetros.

   —Lo siento —se disculpó, con la boca llena de agua que se le caía por la comisura de los labios. Escupió otra vez—. Pero sabes que no hay caso con ese pelo, déjatelo suelto.

Me rendí y lo dejé caer.

   —Es por eso que prefiero llevarlo corto —canturreó, saliendo del baño. Me lavé la cara y me di un último vistazo. No estaba mal, no para llevar dos días durmiéndome a las tres de la mañana por alguna maratón de Netflix o para haberme bebido seis latas de cerveza la noche anterior. Oí a Noah moviéndose por la casa y él volvió a aparecer súbitamente frente a mí, justo cuando entraba a mi habitación—. Hey, ponte esto —empujó una bolsa de regalo contra mi pecho—. Feliz navidad, Ethan.    

Alcé una ceja, incrédulo y tomé la bolsa para mirar lo que había dentro.

   —Espero que le haya apuntado a la talla… —siguió él—. Últimamente estás más musculoso.

   —Tienes que estar jodiéndome… —mascullé, mientras abría la bolsa y sacaba desde su interior una camiseta y la extendía frente a mis ojos—. Joder, hombre —reí.  La talla estaba perfecta, lo supe de sólo mirarla.

   —No sabes lo que me costó encontrar una de Demon Hunter —se quejó él—. Tres jodidas horas dando vueltas por el maldito centro comercial…

Solté una carcajada.

   —¿Qué? —preguntó.

   —Espera aquí —dije y lo aparté del camino para entrar a la habitación. No la había envuelto, porque no había tenido tiempo, pero también esperaba que la usara hoy, así que decidí simplemente entregársela sin más. También le había comprado una jodida camiseta de una banda que a él le gustaba y apostaba a que ambos habíamos ido a la misma tienda. Se la entregué en las manos y él soltó una risa cuando supo de qué se trataba—. Esta sí es de tu talla, créeme —dije.

   —¡Tiene que ser una broma! —rio él.

   —Feliz navidad, Noah.

Me abrazó.

   —No voy a quitarme nunca esta camiseta, lo juro —reí, mientras le acariciaba la espalda—. Gracias.

Me soltó, me besó en la mejilla y salió disparado hacia el baño.

   —¡Cinco minutos! —me gritó—. ¡Te quiero en el auto en cinco minutos!

Fueron cuatro, en realidad. Me dejé caer sobre el asiento del copiloto y miré el reloj de mi móvil.  Ya eran las nueve de la noche, el tiempo había pasado rápido y era la hora perfecta para irnos de fiesta. Llegaríamos al local en treinta o cuarenta minutos y estaríamos dentro como en una hora más. Bailar durante un buen rato, antes de volver a casa borrachos sonaba una idea bastante apetecible para celebrar esta navidad. Noah dejó caer su trasero frente al volante y encendió la radio antes de prender el motor. Le vi subiendo el volumen al máximo y, algunos segundos más tarde, las voces rasgadas y los gritos del vocalista de turno se dejaron oír en todo el Wrangler. Abrí la ventana, para dispersar el sonido y entonces Noah echó a andar el auto, disparando el velocímetro a los pocos minutos. Él siempre manejaba como un loco.

Me aseguré de tener bien atado el cinturón.

Ya a esas horas las calles estaban vacías. No había gente cantando villancicos ni familiares tardíos llegando a casa a último minuto. Sólo algunas personas, tan solitarias como nosotros, y algunos vagabundos, que buscaban refugio para pasar el frío, se paseaban por la acera. La mayoría de los locales ya habían cerrado y sólo los restaurantes y clubes se mantenían abiertos, para nuestra suerte.

Noah estacionó frente al “Babylon”, un club que era frecuentado por personas como nosotros; inadaptados sociales que pasaban las festividades solos, homosexuales, lesbianas y bichos raros. Yo lo visitaba varias veces al mes y desde hace un par de años que Noah también me acompañaba. Empezó a gustarle desde que asumió su bisexualidad.

Definitivamente este lugar era mejor que estar comiendo macarrones con queso en casa.

La música nos envolvió en cuanto entramos. Contrario a lo que imaginé, el lugar estaba repleto y eso sólo me hizo pensar en la cantidad de gente que prefería emborracharse a pasar tiempo con su familia durante estas fechas. En una tarima apostada al fondo del lugar, que era muy profundo, una pareja de hombres travestidos; con sus vestidos de temática navideña muy ajustados, sus pelucas de colores, sus rostros perfectamente maquillados y sus zapatos de tacón de quince malditos e infernales centímetros, realizaba una coreografía bastante agitada y acrobática para la ropa que estaban trayendo. La gente que estaba alrededor gritaba y aplaudía, animándolos a seguir poniendo en riesgo su integridad arriba de esa plataforma y al ritmo del hit del verano pasado.

Me quité la chaqueta y la envolví alrededor de mi cintura. Hacía mucho calor ahí dentro.

   —Iré por unos tragos… —anunció Noah, adelantándose hacia la barra—. ¿Quieres un vodka?

   —Una cerveza —pedí.

Él se detuvo, en medio de la multitud que bailaba, y se me quedó viendo.

   —No voy a pedirte algo que cueste menos de cinco dólares —gruñó, lanzándome una mirada molesta—. Es navidad, maldita sea.

   —Un tequila entonces.

   —¡Tequila será! —comenzó a perderse entre el mar de gente y yo intenté seguirle el paso hasta donde estaba la chica que servía los tragos, evitando grupos de adolescentes recién salidos del closet y mujeres borrachas intentando encontrar los lavabos.

   —Hola, corazón. ¿Me darías un vodka con naranja y un tequila muy cargado, por favor? —le oí coqueteando con la bartender, quien rio en voz bajita cuando lo escuchó hablándole con un tono tan suave y simpático. Apuesto a que la pobre sólo había oído quejas durante toda la noche. Vi a la mujer, una morena escandalosamente hermosa que vestía un vestido corto y escotado, mezclando los tragos con agilidad en una coctelera, mientras le sonreía a mi amigo. 

Apuesto a que pensaba emborracharlo hasta hacerle soltar todo el dinero.

   —Aquí tienes, la primera ronda va por la casa —le dijo, al servirle el primer trago.

   —Oh, qué amable eres… —agradeció él y entonces agregó—: Y guapa también.

Ella rio otra vez.

   —Tú también estás muy bueno.

Abracé a Noah por la espalda y le acaricié el pecho.

   —¿Ya pediste las bebidas, amor? —mascullé, inclinándome hacia adelante y apoyando la cabeza en su hombro, para mirar a la chica de los tragos—. El tequila sin hielo, por favor —pedí, sonriéndole.

La chica me miró de arriba abajo durante un segundo, antes de voltear el rostro hacia otro lado y tomar la botella de tequila, para empezar a servirlo.

   —¿Qué haces, Ethan? —susurró Noah.

   —¿Recuerdas el mes pasado cuando coqueteaste con el chico de la barra? —pregunté, en voz baja, sobre su oído—. ¿Recuerdas todo el dinero que gastaste y lo borracho que quedaste? Y eso es mucho decir, joder, porque siempre has tenido buena tolerancia al alcohol. No dejaré que pase de nuevo.

Él dio la vuelta en el taburete giratorio en el que estaba sentado y ambos quedamos frente a frente.

   —Esta es una chica —dijo, encarnando una ceja—. Sólo estaba siendo amable… —le dio un sorbo profundo a su vodka con naranja e hizo una pausa para observar, en silencio, cómo la bartender dejaba mi bebida sobre la barra—. Y gracias a eso te conseguí un trago gratis, ¿ves? —lo tomó y me lo entregó. Lo sujeté y sin pensarlo me lo llevé a los labios, para beber todo de un sólo trago. Me estremecí cuando sentí todo ese alcohol quemándome la garganta.

   —Vamos a bailar —le dije.

   —¿Qué? ¿Ahora?

   —Sí. Ahora —le agarré del brazo y lo arrastré hasta la pista. Él seguía con su bebida en la mano y se la tomó toda antes de llegar al centro, entregándosela a una persona al azar que probablemente estaba lo suficientemente ebria como para no notar que le habían dado un vaso vacío.

Nos metimos en la masa y comenzamos a bailar. Era una danza simple, monótona, entre risas y chistes que no sólo nos hacía reír a nosotros, si no a todos los que estaban alrededor nuestro. Ahí todos éramos amigos y todos estábamos bajo las mismas tristes condiciones; abandonados y solos, pasando la nochebuena de la peor forma posible; sin familia y sin pavo,  ni pato, sólo música alta, sudor y un par de tragos.

Pero se sentía bien, después de todo.

Pedimos otro vodka y algunas cervezas más a la pista. Nos emborrachamos, como correspondía y como hacíamos en cada nochebuena y año nuevo desde que teníamos dieciocho años. Así vivíamos y así éramos felices, creo.

Sentí algo caliente contra mi espalda y una mano agarrándome discretamente el culo. Di un respingo y miré hacia atrás.

   —¿Qué te pasa, imbé…?

   —Eh, Ethan… —Era un chico, alguien que conocía, que conocí en este lugar hace algunos meses—. ¿Cómo has estado? —me saludó.

¿Cómo se llamaba?

¿Alfie? ¿Alex? ¿Ash?

No estaba lo suficientemente sobrio como para recordarlo.

Me lo cogí en una noche de borrachera como esta, eso es lo único que podía recordar.

Eso y que lo hicimos hasta las siete de la mañana.

   —Hombre… —le saludé, recibiendo el abrazo que me lanzó apenas lo reconocí—. Así que también viniste a pasar la navidad aquí, ¿eh?

   —Sí, sí… —Él me acarició la espalda, gesto demasiado cariñoso para ser apenas la segunda vez en la vida que nos encontrábamos—. Ya sabes, mi familia… —se quejó—. Ellos no me aceptan, así que no los veo desde…

   —Oh, sí. Lo recuerdo —mentí. No recordaba ni una mierda de su vida, ni siquiera era capaz de evocar su nombre—. Lo siento mucho —nos separamos—. Ah, por cierto. Este es Noah…

  —Hola —Mi amigo saludó tímidamente con la mano, pero el chico la atrapó, para estrecharla.

   —Un gusto, soy Alec —Alex, Alec…era casi lo mismo—. ¿Ambos son novios? —preguntó, directo al grano.

   —Eh, eh, bueno… —Noah titubeó. Le miré, sonriendo y él se sonrojó levemente—. No, claro que no. Sólo somos…

   —Amigos —le ayudé un poco.

   —Sí, amigos… —Él y Alec todavía no se soltaban las manos—. Mejores amigos, para ser exactos —agregó.

   —Como hermanos —agregué.

   —Sí, hermanos —Noah sonrió—. Así que espero que no planees llevártelo esta noche, ¿bien? —El rubio le dio un último fuerte apretón antes de soltarlo—. Nos esperan unos macarrones con queso en casa.

   —No planeo irme a ninguna parte —dije yo, cruzándome de brazos.

   —¿Y que tal un cigarrillo afuera? —preguntó Alec. Miré a Noah y me sentí ridículo pidiendo, casi sin darme cuenta, su autorización para salir un rato. Él asintió con la cabeza y soltó una carcajada.

   —Bien, bien. Iré por otro vodka. ¿Quieren algo?

   —Otra cerveza, por favor —pedí.

   —¿Y tú, chico bonito?

   —Oh, nada para mí. Gracias.

Noah se metió de nuevo entre la multitud, para ir hacia las barras, y nosotros caminamos hacia la salida. En este lugar se podía beber, pero no fumar. Se debía a una cosa de seguridad, en el pasado ocurrieron algunos incidentes que llegaron a determinar estas medidas; pequeños incendios, altercados con los extintores que estaban dispuestos por todo el lugar y alarmas de humo empapando a todo el mundo.

   —Estás más guapo que la última vez que nos vimos… —susurró Alec, enrollando el papelillo que contenía un poco de tabaco y poniéndomelo en los labios, para encenderlo después. Habíamos salido del lugar y nos encontrábamos en un callejón, al costado del Babylon—. Ese día ni siquiera me diste tu número, creí que no volvería...

   —¿Estás intentando flirtear conmigo? —inquirí, soltando el humo y levantando una ceja.

   —¿Siempre eres tan directo? —se rio, encendiendo su propio cigarrillo y acercándose un poco más a mí. Estábamos frente a frente, casi agazapados, tiritando en una calleja oscura y maloliente a las doce de la noche durante navidad.

   —Sólo cuando se trata de coqueteos —sonreí e inspiré el humo que él lanzó sobre mi mejilla. En mi código, lanzarle el humo en la cara a otra persona era una señal clara de flirteo.

Entonces, Alec me besó, lento y despacio, comiéndome los labios. Luego, su mano pálida y suave recorrió mi pecho y se ancló a mi cinturón. Pero no fue más allá, sólo se deslizó bajo mi camiseta y dejó algo en el bolsillo trasero de mi pantalón.

   —Llámame —susurró en mi oído, antes de apartarse—. Podríamos revivir lo de la otra noche, ¿no te parece? —lanzó el cigarrillo al suelo y la apagó al pisarlo con uno de sus zapatos. El callejón se volvió un poco más oscuro cuando hizo eso—. Te estaré esperando… —dijo, antes de marcharse y apenas logré ver su silueta alejándose de mí. Yo me quedaría ahí un rato más, terminando mi cigarrillo antes de volver a entrar al antro.  

O eso era lo que esperaba.

   —¡Ay! ¿Qué dia…? —oí un quejido y luego, un ruido. ¿Una botella?

Apagué el cigarrillo.

   —¿Alec? —pregunté a la oscuridad. Pero él no respondió y yo no vi venir un golpe que me llegó, desde algún lado—. ¿¡Qué demonios!? —chillé, mientras algo me empujaba contra la muralla.

   —¡Mira cómo los atrapamos, putos maricones de mierda! —Alguien me gritó en el oído y luego me arrojó al suelo. Busqué mi celular en el bolsillo del pantalón y, a tientas, logré encender la linterna—. ¿¡Qué hacían en un callejón oscuro besuqueándose!? ¡Qué puto asco! —Justo cuando le enfocaba el rostro, un cabrón me lanzó una patada. Me cubrí con los brazos y mi móvil voló varios metros.

   —¡Suéltenme! —oí a Alec quejándose.

   —¡Alec! —grité.   

   —¡Ethan!

   —¡Oye, oye! —Uno de ellos se me lanzó encima y me dio un puñetazo en el rostro que tampoco pude predecir—. ¡Estate atento cuando alguien esté a punto de patearte el trasero! —En medio de la penumbra, atrapé su mano y la estrujé con todas mis fuerzas—. ¡Ah! —se quejó.

Una patada me sacudió la espalda. Rodé por el piso y atrapé con las piernas a otro, logrando tirarlo al suelo. Me lancé sobre él, golpeándole a oscuras en todas las partes blandas que mis puños pudieron tocar.

   —¡Maten a este asqueroso de mierda! —gritó, entre puñetazos, el idiota que tenía debajo.

   —¡Hijos de puta! —gruñí sobre su rostro. Sabía quiénes eran, no me cabían dudas. Eran los malditos que atacaron a los locales de inmigrantes hoy, los mismos que habían estado aterrorizando a la ciudad durante el último mes. Los que me habían arruinado la jodida cena de navidad—. ¡Púdrete, imbécil! —le escupí en el rostro cuando él intentó levantarse.

Dos de ellos me sujetaron por los brazos. Forcejeé para zafarme, pero entonces el cabrón al que acababa de escupir se levantó y me golpeó justo en la boca del estómago. Perdí todo el aire que tenía en los pulmones.

   —Voy a matarlo —masculló.

Levanté las piernas, que eran las únicas extremidades que tenía libre, y lancé una patada al aire. Sentí un dolor lacerante punzando dentro de mi muslo.

   —¡Ah! —gemí. ¿Estaban armados?

   —Esta vez voy a cortarle la garganta.

   —¡Ethan! —Alec volvió a llamarme en la oscuridad. Él también estaba peleando, pero ese chico era más menudo, más débil, más flacucho. Él no iba a poder con ni uno sólo de ellos—. ¡Ethan, no! ¡Ayuda!

Uno de ellos me jaló del cabello, tomándolo todo en su puño y empujando mi cabeza hacia atrás, dejando mi garganta expuesta.

«No debí haberlo dejado suelto como Noah dijo», pensé, enfocando la vista en el cielo, parcialmente blanco por la nieve que había comenzado a caer desde hace un rato. «Debí haberlo sujetado en una coleta, así se les haría más difícil tomarme. O yo podría librarme más fácilmente»

«Joder, Noah…»

Ellos iban a rebanarme la garganta.

Y yo iba a abandonarlo en una noche de navidad.

En ese momento oí un grito, profundo, histérico y feroz y unos pasos rápidos, avasalladores y que parecían no querer detenerse. Fue un segundo, tal vez dos, no duró más que eso. Algo golpeó a los imbéciles que me tenían y después, una cortina de humo blanco lo cubrió todo. Luego oí un golpe, y otro, y otro en un ruido blando que me causó algunos escalofríos.

   —¡Vamos, Ethan! —gritó una voz en mi oído y una mano sujetó la mía—. ¡Corre!

Corrí, porque era la voz de Noah, porque él había llegado justo a tiempo y acababa de salvarme la vida.

   —¿¡Charlie!? ¡Oigan, Charlie está…!

   —¡Atrápenlos!

Corrimos por el callejón hacia la salida. Antes de llegar a la luz, vimos a Alec tirado en el piso.

   —¡Vamos, chico! —Noah tiró lo que había usado de arma para defenderme, un extintor de fuego que estaba salpicado en sangre, sangre de uno de los hombres que nos había atacado. ¿Lo había matado? Lo recogí, porque si lo había hecho, entonces era la única prueba que lo inculpaba—. ¡Tienes que levantarte! —le ayudó a ponerse de pie y lo arrastró junto a nosotros—. ¡Todos, al auto!

   —¡No van a escapar! —oí voces tras nosotros, pero no me atreví a mirar atrás. Corrimos más rápido y nos metimos en el Wrangler. En ese momento, Noah pisó el acelerador a fondo y nos perdimos como alma que lleva el diablo.

«Y por poco nos lleva…»

Adentro del coche sólo podía oírse el sonido del motor, acelerando más por cada segundo que pasaba, y nuestras respiraciones cansadas y jadeantes, rogando por un oxígeno que parecía no existir dentro de ese auto. Inspiré, intentando calmarme y sólo entonces me atreví a mirar atrás. La carretera estaba vacía. Nadie nos seguía.

Estábamos salvados.

   —¿Ambos están bien? —preguntó Noah, luego de un rato, sin bajar la velocidad.

   —Ethan está herido… —dijo Alec.

   —Estoy bien —contesté.

Otro silencio. Noah me miró por el espejo retrovisor y vio que todavía tenía el extintor ensangrentado en las manos. Levantó las cejas y abrió los ojos y la boca, sólo un poco. Me pareció que iba a preguntarme algo, que iba a preguntar por qué había traído eso conmigo, pero no dijo nada sobre ello y, a cambio, preguntó:

   —¿Dónde vives, chico bonito? Te dejaré en casa.

Alec le miró, con los ojos verdosos cubiertos de lágrimas y balbuceó una dirección que olvidé en el mismo momento en que la escuché. No podía almacenar información en ese momento, estaba demasiado exaltado, nervioso y agitado. Noah giró el volante violentamente y se metió en una avenida poco concurrida. De seguro estábamos cerca. Nadie más habló hasta que nos detuvimos frente a unos apartamentos de clase media, pequeños y de pocos pisos.

Le dije a Alec que lo llamaría mañana por la mañana y él se bajó del auto entre lágrimas y temblores. Seguía asustado y era de esperarse. Ambos habíamos estado a punto de morir. Noah no volvió a poner en marcha el Wrangler hasta que se aseguró de que el chico había entrado a su piso y encendido la luz.

Sólo entonces volvió a andar.

Mientras manejaba, se quitó los guantes ensangrentados y encendió la radio, ya no tan alta y apenas audible, como si no quisiera que nadie en el mundo más que nosotros dentro de ese auto la escucháramos. Sentí un pinchazo profundo en mi pierna derecha y entonces noté que estaba sangrando.

No quise decírselo.

   —¿Crees que maté a ese hombre? —preguntó, luego de varios minutos en los que ambos estuvimos en silencio—. ¿Por eso tomaste el extintor y lo llevaste contigo?

Las manos le temblaban sobre el volante.

   —Esperemos que sólo le hayas dejado la jodida cara deforme… —contesté, con precaución. Por cómo los golpes se escucharon, Noah bien pudo haber matado a ese lunático fascista, pero eso no lo sabríamos hasta ver el noticiario mañana. Él rio un poco.

   —Espero al menos haberle partido la mandíbula —dijo—. Cuando salí a buscarte y oí los gritos, pensé que…

   —Me salvaste, Noah —suspiré, interrumpiéndole—. Ellos estuvieron a punto de cortarme la garganta.

Él suspiró.

   —Gracias a Dios estás bien.

   —Gracias a ti… —mascullé.

Él sonrió. Jesús, su sonrisa era preciosa.

Él detuvo el auto a algunos metros de nuestra casa y bajó las luces.

   —¿Qué pasa? —pregunté.

   —Hay alguien en la puerta —afirmó.

   —¿Crees que ellos…? ¿Crees que nos rastrearon, de alguna forma?

   —No… no tiene sentido. Es imposible que hayan llegado antes que nosotros.

   —¿Y si nos llevaban siguiendo por días?

   —¿Por qué? —cuestionó él, con la manilla de la puerta en la mano, a punto de bajar.

   —Porque somos…espera, no vayas.

   —Está bien, Ethan.

En ese momento, la silueta que esperaba afuera de nuestra casa se levantó, comenzando a acercarse a nosotros.

   —Mierda —gruñí—. ¡Abajo, Noah! —Él obedeció e intentó meterse bajo el tablero, yo, por mi parte, me lancé entre el espacio que había entre los asientos delanteros y traseros, intentando pasar lo más desapercibido posible. Una espesa cortina de rocío de nieve se había levantado y quizás eso nos escondería por algunos minutos, al menos mientras pensábamos en cómo defendernos.

Oí tres golpecitos sobre el vidrio.

   —¿Qué hacen, chicos? ¿Se están escondiendo de mí? —rio afuera una voz que se me hizo vagamente familiar. Noah la reconoció primero y se levantó.

   —¡Anton! —chilló, abriendo la puerta—. ¿¡Qué hace aquí, señor Grey!? ¡Creí que estaba trabajando!

¿Mi padre? ¿Qué hacía él aquí?

   —¡Noah, chico! ¡Qué grande estás, muchacho! —me quedé unos segundos más bajo los asientos. Él había dicho que hoy le tocaba trabajar, ¿por qué había viajado hasta aquí?—. Sí, sí, me escapé del trabajo. Pero, dime, ¿qué tal la universidad? ¿Aprobaste todo?

   —Claro que sí, al igual que Eth…¡Eth, ven acá!

Salí de mi escondite, armándome de valor para enfrentarme a mi padre. Estaba seguro de que cuando me viera así, desecho, herido y medio borracho como estaba, iba a darme uno de sus aburridos sermones.

   —Hola, papá… —dije, bajando del coche—. Feliz navidad.

Él, un hombre al que a veces me asustaba mirar a la cara, básicamente porque era como estar observando una proyección mía de diez o quince años en el futuro, ocultó la incipiente sonrisa que se había formado en sus labios cuando me vio.

   —¿Qué demonios te pasó? —preguntó, con voz seria—. Estás herido.

   —Una pelea en un bar… —mascullé, acercándome a él y dándole un par de palmadas en la espalda, pero él me sujetó y me obligó a cargar parte de mi peso sobre su hombro. Estaba cojeando sin darme cuenta.

   —Casi lo matan —me acusó Noah.

   —Feliz navidad, papá… —repetí y reí, mientras él y mi mejor amigo prácticamente me cargaban de vuelta a casa.

   —¿Crees que tu casi-muerte sería un buen regalo para mí, idiota? —contestó él, también riéndose un poco—. Vamos, muchacho. Vamos a curar esa herida y luego vamos a comer. Traje comida china y una botella de vino.

   —No es la navidad que esperabas, ¿eh, Eth? —preguntó Noah, mientras abría la puerta de la entrada. Brann nos recibió a los tres y casi nos tira al suelo. El calor del hogar y la comodidad del sillón al que fui arrojado, mientras mi padre dejaba la comida humeante y el vino sobre la mesa, para correr a lavarse las manos y Noah buscaba el botiquín que teníamos guardado en la parte superior de mi armario, fue suficiente para que toda esa noche de mierda valiera la pena.

No, esta no había sido la navidad que esperaba, estaba a punto de convertirse en una de las mejores navidades de toda mi vida.

 

 

 

 

 

La puerta corrediza se abrió a mis espaldas. No tuve que voltear a mirar quién era, casi parecía que acababa de llamarlo con mis recuerdos. Lo supe por su olor, que no se había despegado de mi nariz desde que estuve a punto de morderlo y que ahora, con una puñalada en el estómago recién vendada y de la que al parecer se había zafado de milagro, podía olfatear con muchísima más magnitud. Noah olía a una mezcla extraña entre sangre, pólvora y madera húmeda, probablemente este último aroma lo tenía impregnado porque últimamente nos habíamos movido mucho entre los bosques.

Habíamos vuelto todos a salvo, gracias a la suerte y a la destreza de las chicas para moverse en atajos y callejones. Eso había sido ayer y el resto de los heridos y yo habíamos dormido una buena siesta. Resulta que las armas de los nuevos chicos de E.L.L.O.S estaban impregnadas en tranquilizantes y sedantes que actuaron muy rápidamente. Gracias a Dios, no había pasado a mayores y todo el mundo estaba bien.

Aunque el grupo de Reed todavía no volvía. No sabíamos nada de ellos, pero la tardanza era de esperarse considerando que el equipo había sido reducido a la mitad. Esperaba que estuvieran bien.

Si mañana no estaban aquí, yo mismo me encargaría de ir a buscarlos.

Oí a Noah encendiendo un cigarrillo y exhalar una vez en la oscuridad. Estaba seguro de que, después de las trece horas seguidas en las que se la pasó durmiendo, Morgan le había dicho que no podía fumar, porque pondría en riesgo la cicatrización de la herida. Pero ahí estaba, haciéndolo a escondidas, como un bandido. Inspiró el humo una segunda vez antes de acercarse lo suficiente como para darse cuenta de que yo estaba ahí y, cuando lo hizo, se detuvo a uno o dos pasos de mí y pareció estar a punto de dar la vuelta.

   —¿Recuerdas la última navidad que pasamos juntos? —pregunté, al aire.

Él tardó varios segundos en contestar y su respuesta fue fría y cortante:

   —Un poco —dijo, pero entonces pareció pensárselo un poco más—. Esa noche acabaste golpeado y ambos terminamos emborrachándonos con tu padre.

   —Sí —reí y él entonces llegó a mi lado, se quitó el cigarrillo de la boca y me lo entregó. La humedad que habían dejado sus labios todavía estaba en el papelillo cuando le di la primera fumada, profunda y extensa. Aguanté el humo unos segundos dentro de mi garganta y lo solté junto al aire de mis pulmones, mientras decía—: Fueron buenos tiempos, ¿no crees?

Él me quitó el cigarro de la boca y le dio otra calada. Hizo varias argollas en la oscuridad nocturna. Había pocas estrellas que iluminaran el cielo esa noche, así que sólo era el humo y la luz anaranjada del cigarrillo. Apuesto que él apenas podía verme en la penumbra. ¿Yo? No tenía problemas. Podía verle hasta la última cicatriz en el rostro.

Todavía lamentaba lo de su ojo.     

   —Apenas recuerdo cómo se sintió todo eso —contestó, apoyándose contra la baranda que nos separaba del resto del jardín—. Ya me acostumbré a esta mierda y, ¿sabes qué? —dio otra larga calada—. Las cosas están mejor ahora.

   —Vamos —dudé, medio burlándome—. ¿No extrañas nada?

   —No —contestó y, por un momento, sus palabras dolieron en alguna parte de mi orgullo, pero fue durante sólo un segundo—. Bueno, tal vez extraño las consolas y a ese perro... 

  —Yo también lo extraño —dije—. Habría sido un buen compañero.

   —Claro que sí.  

   —También extraño las fiestas —seguí.

 

   —Y el vodka con jugo de naranja —dijo él.

   —Ew, qué asco.

   —Nunca te gustó esa mierda… —suspiró, mientras terminaba de exhalar el humo y volvía a compartirme el cigarrillo. Lo acepté, dándole una fumada más—. Nunca tuviste sentido del gusto.

   —Lo dice quién fue capaz de comerse dos platos de estofado de hígado del local chino de la vuelta de la esquina—me burlé—. Y dijiste que te gustaron.

   —Fue por una apuesta —se defendió él—. Y al menos era hígado de vaca, no humano.

   —No me gusta la carne humana —debatí.

   —¿Estás seguro de eso? —preguntó, burlándose—. Porque yo te vi disfrutando de Tanner cuando llegaron a mi guarida.

¿¡En serio él se atrevía a hablar de eso!?

Di una calada, exhalé el aire y le entregué el cigarrillo.

   —Eso es porque lo cocinaste tú —solté—. Siempre has cocinado bien.

   —¿Y la vez que casi estuviste a punto de comerme?

   —Cállate. Tan sólo fue un poco de sangre.

   —Te habrías muerto de no ser por mí…—rio él, pero enseguida repuso—: Es decir… no ahora —titubeó—. Me refiero a antes de esto, cuando…

   —Cuando había navidades y borracheras —interrumpí, adivinando lo que quizás estaba a punto de decir.  

   —Y estofado de hígado chino.

Me reí.

   —Míranos ahora… —comenté.

   —Estamos tan jodidos —dijo él—. Bueno, yo más que tú, claramente. Pareces estar recuperándote bien de la paliza que ese encapuchado te dio.

«Mentira. Yo me sentía tan jodido como él»

Estiré mi brazo lentamente y le acaricié la espalda, intentando no tocar el vendaje.

   —Feliz navidad, Asier —solté.

Noah dio un respingo y me miró fijamente, antes de lanzarme sobre el rostro el humo que había estado conteniendo.

   —Estamos en verano, imbécil —dijo, luego de exhalar todo.

   —Lo sé, pero probablemente no exista otra oportunidad para volver a decirlo… —le quité el cigarrillo de los labios y le di una última calada antes de apagarlo contra mi bota—. Es como… una no-navidad.

Él encarnó una ceja en la oscuridad, escéptico.

   —¿Cómo el no-cumpleaños de Alicia en el país de las maravillas? —preguntó.  

   —Así mismo —reí.

Él sonrió, sólo un poco.

   —Serás idiota… —gruñó, jalándome hacia él, para abrazarme. Cruzó sus mano alrededor de mi espalda y  me apretó con firmeza. Este era el abrazo que había estado deseando por muchos años y ahora me pillaba por sorpresa—. Esta será la única y última vez que haré esto, ¿bien? —susurró contra mi oído, antes de hundir su cabeza en mi hombro—. Sí recuerdo la última navidad y las anteriores también… —dijo, apenas musitando y una sensación reconfortante y caliente me llenó el pecho—. Pero eso ya no existe más, Ethan.

   —Lo sé… —mascullé, inhalando el olor de su cabello y respirándolo profundamente, para mantenerlo por más tiempo en mi sistema—. Lo siento, soy un jodido desastre.

Un desastre que vivía atrapado entre el pasado y el presente. Y que no podía escapar de ese vórtice.

   —Siempre lo has sido… —dijo, acariciando mi espalda con su mano y preocupándose de mantener la prótesis de su derecha lejos de ella, para no herirme accidentalmente—. Pero está bien, eso significa que no has cambiado.

«Me habría gustado haberlo hecho», pensé para mis adentros. «Me habría gustado cambiar como tú. Me habría gustado hacerme más fuerte sin la necesidad de un virus»

   —Feliz no-navidad, Ethan —murmuró Noah.

Le estreché en mis brazos con todas mis fuerzas, probablemente porque sabía muy bien que él no me dejaría volver a hacerlo nunca más y que esta oportunidad era única e irrepetible, tal como lo fue la última navidad que pasamos juntos.

   —Feliz no-navidad, Noah.

Notas finales:

Sí, la camiseta que Noah le regaló a Ethan es la misma que le salvó la vida a Aiden (ya que, gracias a ella, él pudo quedarse junto a Ethan) 

Les dejaré a libre interpretación si el idiota al que Noah golpeó murió o no. Pudo haber quedado vivo, pero bien deforme por los extintorazos en la cara o pudo haber muerto, abandonado en un callejón. Elijan ustedes el final

Anton, te extrañamos aunque sólo hayas sido nombrado un par de veces

Efectivamente las armas de los encapuchados sólo tenían tranquilizantes, pero eso significa que esas personas están armadas para pelear con infectados y que, básicamente, pueden acabar con Ethan o Regen en cualquier momento. Son peligrosos. 

La herida de Scorpion cicatrizará aunque el estúpido fume

¿Críticas? Comentarios? ¿Preguntas? Los estaré leyendo. 

¡Espero que tengan un muy buen fin de año!

Nos leemos en 2020. 

Abrazos.


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