Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La Noche de Hades por HarukaChan

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

“Durante el año hay miles de oportunidades… Pero ¿cuántas de ellos son para los que ya han perdido la vida? Una sola en realidad…” Esas palabras que escaparon de tus labios nunca serán olvidadas por mí… Yo, Hades, el Dios del inframundo…  En esta noche de muertos mantendré el orden  —una sonrisa ladina se formó en los labios del poderoso inmortal, que, sentado en un trono de huesos parecía observar la escena que empezaba a prepararse en el mundo terrenal. Sus largos cabellos azabaches caían hasta por debajo de sus hombros en suaves ondas. Unos orbes naranja brillante eran su rasgo más preciado como gobernante de las profundidades; sin contar la buena combinación que hacían con su piel clara.

 

Esa noche no era un día como cualquier otro, al contrario, era el único día en que les permitía a ciertas almas abandonar la cárcel que representaba el infierno. Todos los años en esa fecha había miles de complicaciones, principalmente ocasionadas por demonios que utilizaban el 31 de octubre para realizar broma tras broma, perturbando el único día diferente que tenía al año.

Su vestimenta consistía en una gabardina negra, y debajo su pecho era cubierto por una armadura del mismo color. Los pantalones hacían juego con el resto de la ropa y las botas alcanzaban sus rodillas. El Dios del inframundo siempre estaba preparado en caso de que tuviese que luchar, el inframundo era ese tipo de lugar, después de todo.

 

Como todos los años Hades escogía cuidadosamente a las almas que abandonarían por una noche sus dominios. Únicamente los bien portados recibían su bendición, ya que la mayoría de las almas pertenecían al paraíso. —Ah… Qué molestia, por lo menos tengo menos trabajo que Zeus —comento, intentando ver el lado bueno de todo aquello.

 

El Dios del inframundo era el que poseía los rasgos más duros de los tres hermanos; tanto Zeus como Poseidón tenían en su mirar un rastro de compasión hacia los mortales, cosa que él no compartía. Para el pelinegro no eran más que seres que terminarían habitando en sus dominios, sufriendo por el resto de la eternidad debido a sus propios errores.

 

Un día para los muertos y para los vivos. Una noche donde los demonios bailan con los ángeles en un lento compás.  ¿Será capaz la luna roja de diferenciarlos? —la voz gruesa y serena del Dios resonó en la vacía habitación. Lentamente se fue incorporando, estirándose con pereza. La hora se acercaba, las sombras del inframundo eran cada vez más oscuras.  Y los gritos de las almas resentidas invadían el precario lugar.

 

Inevitablemente el escenario se repetía año tras año en el infierno, cada centímetro del abismo cubierto por rocas oscuras, erosionadas y olvidadas por el paso del tiempo. Las llamas azules y las negras bailaban entrelazadas, devorando a las pobres almas que nunca encontrarían la paz. En ese lugar no existía nada más que el sufrimiento, la tristeza, el odio, el rencor, el arrepentimiento… Los pesares de los humanos flotaban y ardían, siendo purificadas por el fuego que nunca se apagaría.

Las 9:00 pm se marcó en un antiguo y viejo reloj de madera. El espectáculo empezó; las almas se fueron convirtiendo una a una en puntos de luz, que se fueron elevando hacia el cielo, rumbo al mundo superior. La oscuridad estaba siendo tenuemente iluminada por esos seres que volverían a reunirse con sus seres queridos. Incluso cuando el pasado no podía ser cambiado, por lo menos en el presente los arrepentimientos podían desaparecer por una noche.

 

El señor de las tinieblas simplemente observaba, admiraba el paisaje… Disfrutando del único día en el que su oscuridad parecía aclararse un poco. —Ah… Qué estupidez. Un año más, un año menos… No hay nada diferente.  Es sencillamente costumbre. El día de las brujas, el día de los muertos, Halloween. Esas tradiciones no son más que una molestia para nosotros. —el ojinaranja mantenía su ceño fruncido. Por una noche esos olvidados volverían al mundo humano. Una simple noche, eso era todo lo que necesitaban para sentirse conformes. No lo entendía, algo tan tonto era patético.

 

En alguna remota ciudad un demonio saltaba ágilmente de techo en techo, a la espera  de que la diversión empezara. Una suave y sonora risa escapaba de sus labios. El día de las brujas era perfecto para un ser como él, que coleccionaba almas. Año tras año se llevaba algunas almas del inframundo para enfrascarlas y adorarlas como sí se tratara de hermosos cristales coloridos.

 

Nuevamente está empezando, muéstrame tu molestia, arrogante Dios. —claro que lo hacía también para escuchar las altas maldiciones que el Dios del inframundo gritaba cada vez que se daba cuenta de su jugarreta. ¿Qué tenía de malo tomarlas? Después de todo el sufrimiento les deparaba en el infierno, era más divertido tomarlas como trofeos.

 

El demonio de delgada figura y rasgos gatunos se sentó sobre uno de los techos, dispuesto a descansar por unos minutos. Lo que más disfrutaba era arrebatar esas almas cuando estaban disfrutando de la compañía de los vivos. Los cultivaría en su hogar, manteniéndolos en frascos especiales hasta que el arrepentimiento fuera tan grande que se convirtieran en seres irreconocibles. Ante la idea sus orbes amarillos brillaron, era un sentimiento magnifico.

 

Lentamente se acarició el cabello rojizo, lo llevaba corto hasta por encima de las orejas con flequillo; aunque siempre dejaba que la parte más baja cubriera su nuca. Su piel era de color trigo, ni pálido ni moreno, estaba en un punto medio. —Vamos… ¿Qué esperan preciosas almas? Tarde o temprano caerán ante mí…  —eso era de lo único que estaba seguro en esa preciosa noche.

 

Pocos minutos después las esferas luminosas que representaban las almas de los muertos empezaron a brotar del suelo, esparciéndose entre las casas tenuemente iluminadas por el brillo lunar. Le recordaba un poco al paisaje de un lago cubierto por luciérnagas, aunque ahora eso no era más que un recuerdo lejano de un buen tiempo.

 

—Quiero ver tu rostro de nuevo, con esa expresión enojada… Diciéndome que vas a destruirme —una sonrisa amplia se formó en sus perfectos y finos labios. No podía negar que odiaba a Hades, el Dios gobernante de los infiernos, pero también tenía la necesidad de hacerlo molestar. De ver a ese hombre con rostro inexpresivo fruncir el ceño.

 

Con movimientos lentos fue levantándose para posteriormente sacudir sus pantalones de color negro, tenían roturas en sus rodillas y parecían estar manchados en algunos lugares con sangre seca. Su delgado pecho estaba oculto por un suéter manga larga de color rojo con rayas horizontales negras. Llevaba un buen disfraz para la ocasión o por lo menos eso creía.

 

Desde las profundidades del averno, Hades observaba como un ser omnipotente el escenario que él mismo había creado. Como en años anteriores había una presencia que le molestaba desde el inicio: la de un demonio en especial entre todos los que se arremolinaban alrededor de la celebración. —Siempre quieres entrometerte, Maná. —

Sí, aquel ser infernal era tan fastidioso como para que el mismo Dios aprendiera su nombre. Todos los años era lo mismo, ese molesto niño buscaba la manera de cabrearlo y lo conseguía.  Pero había decido que esa vez sería distinta, domaría a ese gato salvaje y lo convertiría en un minino doméstico por el resto de la eternidad.

 

Por primera vez en mucho tiempo ese Dios abandonó su territorio, para darle caza a aquellos que quisieran intervenir esa noche con su existencia pacífica.

 

 

Maná estaba observando a una de las almas del inframundo: ese ser aparentaba tener unos 15 años como mucho, se encontraba sentado en medio del círculo donde su familia celebraba, poniendo ofrendas para él en un pequeño templo.  —Parece tan feliz… Sería una lástima que no pudiese tomarlas… —sus orbes amarillos centellaron iluminados por un oscuro deseo.

 

Se movilizó rápidamente cuando vio cómo aquel ser estiraba la mano hacia la comida, y sin prestarle atención a los seres humanos que no podrían verlo, tomó por el cuello el alma de aquel hombre. Su movimiento causó que las velas se apagaran, provocando murmullos entre los presentes. El hecho de pertenecer a una dimensión diferente a la de los mortales le daba una gran ventaja.

 

—Vamos retuércete entre mis brazos —murmuro el demonio pelirrojo mientras pasaba lentamente su lengua por lo que era el rostro del alma. Aquel ser podía moverse todo lo que quisiera, podía intentar escapar, pero no conseguiría absolutamente nada.

El peligro se hizo inminente para el demonio de rasgos gatunos que casi inmediatamente saltó, soltando a aquel ser en el proceso. —Ah~ ¿Quién diría qué el más arrogante de los Dioses me vendría a buscar en persona?~ ¿Debería sentirme honrado? —inevitablemente su sonrisa se amplió al ver la guadaña de Hades clavada sobre el lugar donde había estado segundos antes.

 

—Cállate, miserable demonio. Querías hacerme enojar ¿No? Pues lo has conseguido —el azabache tenía el ceño levemente fruncido, tomaría represalias contra ese tonto de orbes amarillos que había estado jugando con su paciencia año tras año. Volvió a levantar su guadaña, apuntándola hacia contrario.

 

—Y pensar que terminarías tan molesto~ —una risa escapo de sus labios a la vez que saltaba, escapando de un nuevo ataque por parte del tirano del averno. No tardó en salir de esa casa tan rápido como había entrado, aunque esta vez con la idea de escapar del azabache.

 

La escandalosa risa del demonio lo hizo sentirse aún más molesto. ¿De qué se estaba burlando ese maldito ser? No le importaba, podía huir todo lo que quisiera, pero terminaría cayendo en sus manos. Se dedicó a seguirlo rápidamente, no le permitiría escapar esa vez. Se lo llevaría al abismo costara lo que costara. —Definitivamente odio a los niños —se dijo a sí mismo, reafirmando la idea de que eran problemáticos en todo sentido.

 

Lo único que podía verse era a dos sombras correr y saltar sobre los techos de ese pueblo. Las personas hablaban sobre extraños ruidos de pisadas y una risa escalofriante que parecía ser fugaz.

Maná fue detenido en seco por algunas raíces que se habían adueñado de sus pies, evidentemente para él había llegado el final de la noche. —Demonios… Pensé que podría escapar un poco más —la silueta del Dios azabache se acercaba cada vez más a él, y simplemente no pudo evitar suspirar. Pero por alguna razón se sentía conforme, se había divertido huyendo de un fuerte Dios como ese.

 

—Este era el resultado esperado ¿Pensaste realmente que podrías salirte con la tuya eternamente? —sus facciones como siempre se mostraban rígidas, carentes de alguna emoción que no fuese molestia. Pensaba que ese año podría quedarse tranquilo, pero no, había tenido que salir a correr tras un niño.

 

—No esperaba que mi final fuese tan aburrido —anunció el pelirrojo con una sonrisa, demasiado arrogante para su situación. No pudo evitar reír cuando aquel cruel Dios se acercó a él aún más. Estaba encantado al ver un rostro tan apuesto, quería verlo transformado en una expresión  de completo odio.

 

—Voy a mostrarte cómo debe verse un perro ante su amo —deslizó su mano por el rostro de aquel joven de piel trigueña, terminando por dejarla en su mentón, alzándole la mirada.

 

La voz  fuerte y varonil del azabache lo hizo estremecerse casi de inmediato. Era un demonio, un ser del averno al igual que ese Dios, y uno de sus pasatiempos era jugar con la lujuria. No le temía a sus provocaciones, además ¿No se veía interesante esa provocación? —Ah… No imaginaba que el rey del infierno se dedicaba a amaestrar perros ¿Tienes alguna especie de fetiche raro?... ¡…! —la bofetada en su mejilla lo tomó por completa sorpresa, sacándolo de onda por unos momentos.

 

El rostro del ojinaranja se oscureció, mostrando ante el joven inmortal una sonrisa completamente cruel. —Lo primero que voy a corregir es ese arrogante tono tuyo. No me gusta para nada.  —ya había estado soportando a ese niño lo suficiente, y era hora de castigarlo por todos los años de travesuras. Definitivamente quería romperlo, pero al ver esos orbes amarillos solamente podía pensar en que iba a tener que darle de la mejor forma para obtener lo que tanto quería.

 

—Tsk… Ya quisieras tú, maldito anciano… —cerró los orbes por inercia, preparado para recibir un segundo golpe en su rostro pero nada ocurrió. Cuando se dio cuenta el pelinegro estaba empezando a bajar por unas escaleras –que acababan de aparecer debía aclarar- los seres superiores siempre eran así de estúpidos…

 

Hades fue bajando lentamente, paso a paso, volviendo al mundo debajo de los mortales. El pelirrojo era arrastrado por las raíces tras él.

 

Pronto el final de las inclinadas escaleras se pudo divisar: los aposentos del poderoso azache. Su trono en el centro daba a entender que no habría cama para ese escurridizo ser, que quería pasar por encima de lo imposible. Tomó asiento en su asiento cuando el contrario fue cuidadosamente colocado justo frente al mueble.

 

Lo estaba disfrutando… El rostro de ese ser libre, retorciéndose por estar atado. El miedo al estar tan limitado, tan controlado. La libertad era algo que se podía arrebatar con facilidad.

 

—¿Realmente piensas que estás en posición de insultarme de alguna manera? Yo que tú tendría cuidado, tu precioso rostro podría quedar desfigurado —una de sus largas uñas fue paseándose por la inmaculada piel de ese demonio tan poco razonable.

—¡Grr! ¡No me toques! —intentó soltarse del agarre de las raíces, pero fue algo completamente inútil y la risa estúpidamente gruesa de su acompañante no hacía más que reafirmarle lo que pensaba: no podría escapar.

 

—Maná, el travieso demonio que quería jugar contra un Dios ¿Qué se siente saber que voy a castigarte de una manera tan placentera como dolorosa? —Ese era el verdadero Hades. Unos orbes naranjas brillantes, oscurecidos por la maldad. Esa sonrisa ladina, y por supuesto la sombra natural de su flequillo sobre su rostro.

 

—Oh… ¿Tienes vida sexual? De eso sí estoy sorprendido. —una nueva risa escapo de los labios del demonio. No le tenía miedo al sexo, mucho menos de una persona que parecía más virgen que un bebé.

 

Hades frunció el ceño casi al instante. Le molestaba que ese hombre no se diera por vencido. —Lo único bonito que tienes es tu rostro, tu personalidad no es más que una mala imitación de un perro rabioso.

 

El pelirrojo estaba a punto de contestar cuando un nuevo azote en su rostro lo hizo voltear la mirada. Le dolía, pero definitivamente no iba  a darle el gusto al azabache. Para cuando volvió la mirada al frente la enorme sonrisa que mostraba el Dios lo hizo estremecer. ¿Cómo podía existir tal expresión?...

Simplemente se estaba divirtiendo, si hubiese sabido que someter a un demonio era tan entretenido lo hubiese hecho mucho antes. —¡Vaya! Hasta que por fin he logrado callarte —de un tajo con sus uñas deshizo la prenda superior del menor, la cual dejó caer a un lado.

 

—¡¿Qué mierda estás haciéndome?! —empezó a forcejear de nuevo, sin obtener ningún resultado. Sus muñecas y sus piernas estaban firmemente atados por esas fuertes raíces. Poco a poco sus prendas empezaron a desaparecer, siendo arrojadas al suelo.

 

—Deberías rendirte, no vas escapar de mí —lentamente posó su diestra debajo del mentón ajeno para tomárselo con suavidad. Tenía que admitir que ese chico pelirrojo tenía buen material para ser un incubo. Sólo tendría que pulirlo un poco más.

 

—¡Deja…! —fue interrumpido por la boca del contrario que estaba intentando forzar sus labios. Por inercia frunció el ceño y mordió el labio del Dios con orbes naranjas. El sabor a óxido de la sangre provocó que sus orbes se iluminaran. Era tan diferente a otros que sintió ganas de llorar por haberse acostumbrado a la sangre mortal.

 

Se había separado de los labios del ojiamarillo, que lo había mordido. Ahora estaba de peor humor. Se contuvo antes de volver a golpearlo, a pesar de que ganas no le faltaban. —Muy lindo de tu parte. —con suavidad se relamió la sangre que quedaba en la comisura de sus labios. Estiró sus manos hacia el pecho del menor, empezando a acariciarlo: primero el abdomen para ir subiendo hacia sus pezones, los cuales rozó con sus largas uñas.

 

—¡Grr! ¡Déjame! ¡Viejo pervertido y pedófilo!  —Maná intentaba soltarte una y otra vez de las ataduras que le impedían moverse con libertad. Definitivamente no podía permitirse ceder ante el Dios del averno. Sin importar nada no debía dejarse encantar por esos orbes naranjas. Lamentablemente el azabache empezó a acariciar sus pezones con sus frías manos.

 

Una leve risa escapó de los labios del pelinegro. —¿Realmente eres tan estúpido como para pensar que voy a dejarte escapar así de fácil? —presionó con sus dedos los sensibles botones rosados en el pecho del pelirrojo, provocando que una queja saliera de sus labios. Se estaba divirtiendo en demasía a costa del dolor de quien esa noche sería su juguete.

 

Tener un cuerpo débil ante los estímulos eróticos era un verdadero fastidio para él. Sus mejillas habían adquirido un tenue sonrojo y sus orbes amarillos parecían brillar. ¿Acaso estaba disfrutando de estar siendo ultrajado? No tenía intención de aceptar algo tan inaceptable como eso. —Me las pagarás…. ¡Ah! —los pellizcos en sus pezones lo hicieron estremecerse una vez más.

 

—Qué lascivo, ya te estás poniendo duro… ¿Qué debería hacer con esto de aquí? —fue deslizando el dedo índice de su mano derecha por el pecho del trigueño, recorrió su abdomen hasta llegar por fin a la hombría del pelirrojo… Comenzó con una suave caricia para después iniciar con una masturbación. Lo primero era lo primero: debía “animarlo”.

 

—T… ¿Tan poco experimentado eres? Es evidente que d… Debo excitarme si me tocas… —estaba luchando contra su instinto para no entregarse a la lujuria, a manos de ese hombre que lo tenía inmovilizado. Poco a poco se estaba dando cuenta de que lo mejor era no oponerse y entregarse a ese vanidoso ojinaranja.

 

—Si tanto querías divertirte, debiste venir desde el inicio al infierno —estaba ignorando hábilmente las provocaciones de su amante, era mejor para su temperamento. Cuando por fin logró erguir el miembro del pelirrojo, sonrió nuevamente, mostrándose completamente soberbio. Maná se había dado por vencido, así que la situación era demasiado perfecta.

 

—Ah… Pero es que no me atraen para nada los viejos —comentó el menor. Sintió un ardor en su pecho y cuando bajó la mirada se encontró con las marcas sangrantes dejadas por las uñas del Dios. El ardor era molesto, incómodo, no entendía cómo en lo más remoto de su mente podía notar la presencia latente de la lujuria.

 

—Creo que tienes una boca demasiado grande —dejo de acariciar el cuerpo del demonio, y dirigió su mano hacia su gabardina la cuál retiró lentamente para poder arrojarla al suelo. Empezaba a estar cada vez más ansioso, no todos los días podía saciar su lujuria con un joven y atractivo pelirrojo con piel de color trigo.

 

Sus orbes amarillos fueron dirigiéndose hacia las clavículas de aquel perfecto hombre, no podía creer que uno de los más poderosos Dioses griegos estuviese desnudándose ante él. ¡¿Pero en qué rayos estaba pensando?! ¡Iba a ser violado! No se suponía que estuviese admirando al hombre que iba a hacerlo… —Deja de dejarme marcas, ¡Bruto! —

 

Era evidente que ese chico no estaba al tanto de que estaba tratando con el Dios más impaciente de todos, por lo que cuando se encontró completamente desnudo se acomodó nuevamente en su asiento, provocando que las raíces que sujetaban el cuerpo del contrario se movieran para acomodarlo sobre él… Su miembro ya estaba de humor para empezar el verdadero juego. —¿Estás preparado? Porque no voy a contenerme a la hora de torturarte. —

 

Tuvo que morderse el labio ante el comentario de Hades, su voz era demasiado profunda y sensual como para resistirse a ella. Sus extremidades por fin fueron soltadas, pero en vez de tratar de escapar simplemente se abrazó al cuello del azabache con fuerza. —Vamos a ver de qué te enorgulleces, estúpido viejo.

 

—Ja… Voy a romperte, Maná. —sujetó las  caderas del ojiamarillo, para poder rozar su erecta hombría contra la entrada del contrario. No tenía intención de prepararlo, mucho menos de alargar ese encuentro. Iría directo a lo que quería y lo tomaría, como siempre había sido.

 

—E… Espera… ¡Ahh! —la sensación de ser completamente llenado de un momento a otro fue demasiado para él. Un par de lágrimas rodaron por sus mejillas mientras su cuerpo temblaba incontrolablemente. Había sido tan placentero como doloroso y no podía expresarlo con palabras.

 

—¿Te gusta tener un pene dentro de ti? Es eso ¿No? ¡Vaya demonio lascivo! —tenía que admitir que el interior de ese molesto ser era completamente cálido y se había adaptado inmediatamente a aceptarlo, por lo que también lo estaba disfrutando en demasía. Cerró sus manos en torno a los glúteos del ojiamarillo para empezar a embestirlo con intensidad.

 

—¡Ah!... ¡Ahm! ¡Ahh! —fuertes gemidos empezaron a abandonar sus labios uno tras otro, era imposible controlarse cuando tenía que sentir cómo esa gruesa hombría entraba y salía de su estrecho interior. No era su primera vez, tampoco sería la última. Pero definitivamente estaba disfrutando en demasía de ser tomado por un Dios.

 

No estaba buscando besarlo, no tenía intenciones de hacerlo tampoco. Era simplemente como era: una relación  que duraría tanto como la noche de los muertos. Mordió una y otra vez el pecho del pelirrojo, dejando marcas a su paso. Sus estocadas no hacían más que subir de tono, no le molestaba sentir las uñas del contrario rasgar la piel de su espalda.

 

—H… ¡Hades! —el nombre del pelinegro salió de sus labios casi por instinto. Su mente había olvidado por completo que era un prisionero, y ahora le gritaba que se dejara poseer una y otra vez por ese hombre de hermosos orbes naranjas.

 

No dudó en continuar sus fuertes embestidas, tenía que dejar en la piel del contrario su marca. Una y después otra nalgada sobre los glúteos del ojiamarillo resonaron en el vacío recinto. Le gustaba la vista que tenía, sobre todo las marcas que sabía estaba dejándole al menor en el cuerpo. —Tu cuerpo es tan erótico, realmente me gusta. —

 

—¡Ahh! ¡Ahm! C… ¡Cállate! —debido al color de su piel el sonrojo no era tan evidente, era verdaderamente un alivio. Pero su cuerpo empezaba a llegar al límite, y sabía por las embestidas aún más fuertes del azabache que él también estaba ansioso por llenarlo con su esencia. El clímax lo invadió tan pronto sintió los primeros signos del clímax en su amante, por lo que se aferró fuertemente a la espalda del Dios, mordiendo su hombro para ahogar el gemido que iba a brotar.

 

Al sentir las primeras contracciones del interior del pelirrojo simplemente no pudo soportarlo, por lo que se corrió sin ningún reparo en el interior de Maná. Un sonoro jadeo escapó de sus labios, hacía bastante tiempo que no se satisfacía de forma carnal. Y tenía planeado continuar.

 

El cuerpo del demonio temblaba levemente, normalmente tenía un muy buen aguante, pero no había podido soportar nada ante Hades. Sintió cómo sus caderas eran levantadas, y la hombría del mayor se deslizó hacia afuera. —Ahh~ Estúpido anciano… —lanzó con tono mordaz.

 

—Puedes decir todo lo que quieras, pero de todas formas te quedarás atrapado por siempre en las llamas del averno. —no tenía ninguna intención de dejarlo ir. Posiblemente el destino de ese pelirrojo no volviese a transcurrir fuera del infierno.

 

 

La noche de los muertos, de las brujas, Halloween… Ninguno de esos títulos era correcto.

La muerte, la desesperación, las llamas del abismo. El 31 de Octubre era simplemente La noche de Hades.

El Dios del averno ríe cuando sufren, se divierte con la libertad de alguien.

¿De quién son las lágrimas? ¿Quién está haciendo ese sonido de llanto?

Pobre, pobre y triste ave, nunca más escaparás de esa jaula.

 

Notas finales:

*Gracias por leerme~ los invito a seguir mis otras historias~ 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).