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Conversaciones entre un enfermo y un moribundo por Pandora09

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“A veces hay que escarbar un poco más,
por debajo de la miseria y la desgracia,
detrás de la mentira y la crueldad,
y de repente aparecen cosas increíbles.”

Hay vida ~ Zpu

 

 

A diferencia de las habitaciones, que eran tibias y acogedoras, los pasillos exteriores eran lugares gélidos y aterradores. El abrir y cerrar de las puertas de vidrio creaba corrientes de aire frío que le acariciaban la piel ahí donde ni la bata ni la camisa gris que vestía podían abrigarlo. Debía volver a su oficina, o tal vez irse a casa, después de todo su turno ya había acabado, pero en lugar de hacer cualquiera de esas cosas, siguió caminando hacia la parte más tétrica y solitaria del edificio.

No recordaba cuándo adoptó esa costumbre, pero se había vuelto parte de su rutina que, cada día que resultaba demasiado duro y extenuante para su gusto, terminaba buscando consuelo en los pasillos solitarios de la morgue.

Para llegar a su destino, debía atravesar las unidades de pediatría, maternidad y neonatología, como si todo aquello fuera una broma macabra y cruel. La vida y la muerte lado a lado, separadas únicamente por un irónico pasillo donde todo lo que se podía escuchar era el berrido desesperado de los recién nacidos.

Los sollozos agudos de los neonatos pasaron de ser ecos distantes a ser melodías dolorosas y gritos desgarradores. Durante unos fugaces segundos, quiso correr hacia ellos y socorrerlos en su dolor, acunarlos en sus brazos y arrullarlos, darles el consuelo que el existir en el mundo les había quitado; Sin embargo, simplemente caminó, movió los pies con parsimonia y pasó de largo, ignorando los chillidos agónicos que le rompían el alma.

A esas horas de la noche, los pasillos del hospital estaban desiertos, a la distancia se escuchaban como suspiros las voces de los médicos, enfermeros y paramédicos de turno, pero no lograba descifrar sus palabras, tampoco le importaba mucho saber qué ocurría en sus vidas, por lo que simplemente caminó queriendo de dejar detrás toda la vida que los recién nacidos desprendían, aunque no llegó tan lejos como tenía planeado.

Ese día había sido agotador, especialmente agotador, considerando que no habían perdido a ningún paciente. Uno de los pacientes del área psiquiátrica había intentado escapar, pero su intento de fuga fracasó cuando un guardia de seguridad, en su afán por detenerlo, lo tacleó y le quebró una pierna. Luhan había sido el paciente estrella de MinSeok y, aunque había mostrado una importante mejora durante los últimos dos meses, resultaba prácticamente imposible eliminar completamente su patología. A Yixing también le había agradado el muchacho de ojos brillantes y linda sonrisa, pero no podía comparar sus sentimientos con la relación que el chino y el psiquiatra compartían, él definitivamente no quería pasar por aquello.

Los recuerdos de los sucesos de aquella tarde tomaron toda su atención, por lo que no fue consciente del cuerpo femenino acercándose a pasos lentos y metódicos hacia él. Cuando lo hizo, sus manos apretaban descaradamente la protuberancia de su vientre.

- Lo siento –masculló con dificultad, con su coreano mal pronunciado a causa de la impresión que le produjo el fijarse en los profundos ojos marrones de la mujer, cuyo rostro estaba casi completamente cubierto por una mascarilla celeste y un gorro de lana negra.

- Tranquilo, fue un accidente –la voz que atravesó la mascarilla era cualquier cosa menos femenina, un tono grave y vibrante, completamente masculino.

Inconscientemente, volvió a apretar la masa redondeada bajo su mano y, tardíamente, comprendió de qué se trataba. Yixing era un médico internista recién especializado, no obstetra o ginecólogo, pero de todas formas esperó a que la contracción acabara y el bulto se ablandara bajo sus dedos, cosa que nunca pasó.

- Es un tumor, doctor –masculló quitándose la mascarilla y revelando un pálido y delgado rostro masculino, de facciones perfectamente marcadas bajo la piel blanca como el marfil.

Yixing tragó saliva y asintió con la cabeza, sin poder quitar la mano de su vientre ni la mirada del rostro más perfecto que había contemplado alguna vez. Y no, él no era homosexual ni había sentido atracción por otro hombre alguna vez, pero había algo especial en esos ojos marrones que brillaron con miedo cuando la palabra ‘tumor’ escapó de sus labios resecos. Toda su fuerza de voluntad se fue en contener el impulso de abrazarlo y besarle la frente para luego decirle que todo estaría bien, como si tuviera algún tipo de obligación con él.

- ¿Qué haces en este lugar? –preguntó cuando el silencio se volvió espeso y él mismo se percató de lo imprudente de sus caricias.

- Me gustan los bebés.

Si Yixing no hubiese pensado, en una milésima de segundo, que el embarazo masculino era biológicamente imposible, habría felicitado al desconocido por su estado luego de escuchar la emoción en su voz.

- ¿Te gustan los bebés? –preguntó esforzándose porque la incredulidad quedara lejos de su voz, o que al menos el otro no la considerara una actitud hostil más que simplemente curiosa. Dándose cuenta de que aún permanecía en la unidad de neonatología al escuchar el llanto solitario de un bebé.

- ¿No le gustan los bebés, doctor?

- Llámame Yixing –soltó cuando vio al otro sentarse frente al ventanal que permitía ver a los bebés y a una pediatra que intentaba calmar al que no dejaba de llorar, perturbando el sueño de sus compañeros.

- Está bien, ¿no te gustan los bebés, Yixing?

El médico miró al paciente por entre las pestañas, concentrándose en grabar en su memoria la forma de sus mejillas delgadas y la posible textura de su piel pálida, las luces de la noche le hacían ver como un espectro deambulando por los pasillos de la vida y la muerte. Se veía tan joven y, al mismo tiempo, tan viejo y cansado.

- ¿Qué edad tienes? –el muchacho, porque debía ser solo un adolescente, ladeó la cabeza y frunció el entrecejo, logrando verse gracioso y tierno al mismo tiempo.

- ¿Qué hora es?

Con un suspiro, Yixing buscó su celular en los bolsillos de su ropa, ya que no llevaba reloj de muñeca ni había alguno colgado en las paredes cercanas.

- La una de la madrugada.

- Me llamo Sehun y, al parecer, acabo de cumplir veinte.

Yixing permaneció en silencio unos segundos y lo mismo hizo Sehun, fijando la mirada anhelante en los cuerpos esponjosos y llorosos al otro lado del vidrio.

- ¿Qué tienen los bebés de especial? –preguntó con una sensación agria en la boca del estómago, no podía dejar de pensar en su ex, Krystal, que creyó buena idea engañarlo con su mejor amigo y dejarse embarazar por él. Había querido tener hijos, en un pasado muy lejano, pero ahora dudaba sentirse tan inhumano como para condenar a una criatura inocente a existir en el mundo cruel que él estaba habitando.

- Una vez leí que en ellos no hay juicios –una tímida sonrisa de labios partidos y resecos se formó en el rostro ajeno y Yixing se preguntó desde cuándo que un hombre podía verse así de adorable-. Y es cierto. Cuando ellos me ven, no ven lo que el resto del mundo ve.

¿Qué es lo que el resto del mundo ve en ti, Sehun? –la pregunta se atoró en la garganta seca y lo ahogó en silencio.

- ¿Por qué iba hacia la morgue?

Se sorprendió ante la pregunta del menor y lo miró con las cejas fruncidas, con duda.

- Es el único lugar que hay más allá de neonatología –el menor se encogió de hombros y suspiró pesadamente.

- ¿Cuál es tu diagnóstico?

- Me encantaría saberlo.

Entonces Yixing lo reconoció, no porque se hubieran visto alguna vez, por el contrario, era obvio que esa era la primera vez que cruzaban alguna palabra, pero recordó a Junmyeon hablando de un paciente recién transferido de Busan, un adolescente que aún estaba en observación porque no tenían claro el origen de su tumor, la razón de sus residuos ni si este era de carácter maligno o benigno.

- Debes confiar en los médicos, ellos saben lo que hacen –al menos Junmyeon lo sabía, eso esperaba.

- El señor Kim dice que todavía debo esperar, no soy bueno esperando.

- ¿Tienes… tienes miedo? –Yixing no sabía qué tanta confianza podía tener con el menor, no tenía la más remota idea de que Sehun lo había visto cada vez que recorría esos pasillos en dirección a la muerte, no tenía idea de que el menor lo observaba y lo deseaba.

- ¿De morir? –Sehun preguntó como si no fuera un tema relevante y volvió a sonreír débilmente cuando Yixing asintió, temeroso-. Ayer tuve miedo, hoy no.

- ¿Entonces por qué vienes acá?

- Por la misma razón por la que usted va a la morgue, usted quiere morir y yo quiero vivir.

Yixing no fue consciente del momento en que uno de los bebés rompió en un llanto desgarrador que casi quebró las ventanas, todo lo que pudo ver fue una sonrisa triste cruzar de forma efímera el rostro del menor antes de que este decidiera que era hora de volver a su habitación y desaparecer por el pasillo oscuro que lo dirigía a la unidad oncológica.

 

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Había algo extremadamente incómodo en toda la situación. Yixing habría esperado cualquier cosa antes de encontrarse a Krystal, con los ojos llorosos y la nariz roja, esperándolo afuera de su box de consulta. Quería pedirle perdón, quería decirle que lo amaba y que lamentaba cada error y cada mal acto cometido. Yixing no podía perdonar lo que ella había hecho, no debía ni quería. Tampoco quería reconocer que él era, en cierta forma culpable.

Se había conocido en la escuela de Medicina cuando necesitaba tutorías en uno de sus ramos de anatomía, se habían llevado bien desde que descubrieron que compartían sueños e ideales. Yixing había querido ser un médico que ayudara a quien lo necesitara, Krystal, por su parte, necesitaba un esposo con un nombre prestigioso y un buen futuro. No era mala ni ambiciosa, pero tampoco era una blanca paloma. Yixing tampoco lo era.

Crecido en una familia humilde, Yixing pasó la mayor parte de su vida solo, enterrándose en libros de estudio y yendo de trabajo en trabajo para ayudar a sus padres. Él quería ser su orgullo y poder ayudarlos. Se esforzó al punto en que creyó buena idea abandonarlos e irse a Corea del Sur a labrarse un mejor futuro. Y como todo lo que alguna vez apreció, quedó en el pasado. Con el tiempo, el amor infinito que le profesó a Krystal quedó olvidado, entre sus prácticas y la especialización de su carrera, el amor fue abandonado en el triste segundo plano de una relación sin futuro. Y ella buscó cariño donde sí podía encontrarlo, no en sus desesperanzados y fríos brazos.

- Yo te amaba –susurró Krystal, con los ojos aguados y una mano acariciando inconscientemente su vientre.

- También te amé –en el pasado, en una época que Yixing no podía recordar, tal vez ni siquiera la amó pero él quería, necesitaba, convencerse de que así era.

- Me dejaste ir.

Tampoco le importaba que ella lo culpara. Yixing había aprendido a dejar ir todo y a todos, había aprendido a desprenderse de todo aquello que representara algún lazo emocional. No había querido aferrarse a algo, menos a una persona, el sentimiento de pertenencia no existía para él.

- Tú me orillaste a eso.

Yixing volvió a asentir, sin quitar la mirada de la mano que sostenía el vientre aún plano de la mujer. ¿Cuánto tiempo llevaría ese bebé en su interior? ¿Cuánto tiempo pasó desde la primera vez que ella buscó consuelo en otros brazos, en otro cuerpo? Tenía muchas dudas, muchas más de las que era capaz de formular y no verbalizó ninguna, no le importaban las respuestas, no cuando Krystal estaba ahí, llevando en el vientre el fruto de su relación con otra persona, no cuando él mismo sabía que ya no la amaba.

- Lo siento –habló con tono suave y se aventuró a posar la mano sobre la que cubría parte del abdomen de Krystal-, pero ya no podemos hacer nada.

Y, sin más palabras, giró sobre sus talones para caminar hasta el pasillo que se llenaba de reverberantes berridos agudos y agónicos, un coro de neonatos anunciaba su llegada y la partida de un cuerpo frágil y delgado que se alejaba, dándole la espalda, sin molestarse en fijarse en su presencia. Sehun simplemente se alejó y Yixing se preguntó si algún día podría despedirse apropiadamente de él.

 

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Durante incansables noches oscuras, Yixing buscó entre los pasillos fríos esa figura débil y moribunda que había llamado su atención. No lo encontró hasta el mes siguiente, luego de leer su historial clínico y convencerse de que no estaba siendo un acosador, porque no había motivos para creerlo.

Recordaba las palabras de su diagnóstico incierto la noche en que se escabulló a la oficina de Kim Junmyeon, el oncólogo más joven del hospital. Adenopatías, derrame pleural, masas hipogástrica y adenopática, tumor de gran tamaño en el área abdominal. Sin diagnóstico concreto.

Tumor, tumor, tumor.

Las yemas de sus dedos aún recordaban la sensación de la piel ajena contra ellas, la dureza de su vientre que perfectamente podía confundirse con el de una embarazada. El diagnóstico no era bueno, ese tipo de diagnósticos nunca lo eran, pero Junmyeon tenía esperanzas y Yixing también quería tenerlas, aunque no comprendiera sus propias razones.

Pero más que recordar el tumor en su cuerpo o las palabras que estigmatizaban su condición, Yixing recordaba los ojos marrones de Sehun como pozos de sueños y anhelos, recordaba su sonrisa delicada cada vez que su mirada encontraba uno de los cuerpos regordetes de los bebés. Recordaba que Sehun quería vivir. Y Yixing también quería sentir ese deseo.

Fue un mes después que Sehun volvió a aparecer en la oscuridad como un fantasma, su vientre estaba plano y su piel tenía un poco más de color. Sus ojos marrones brillaban tenuemente al son del llanto de los neonatos.

- Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes a tus ojos oceánicos. Allí se estira y arde en la más alta hoguera mi soledad, que da vuelta los brazos como un naufrago.

- ¿Qué?

Sehun se sentó en el asiento más próximo, arrastrando a su lado una bolsa de suero y vistiendo un grueso abrigo negro sobre su pijama celeste. Esta vez no llevaba un gorro de lana, pero sí la capucha del abrigo que dejaba entrever los mechones claros de su cabello rubio.

- ¿No le gusta la poesía, doctor Zhang?

Yixing se sentó a su lado y suspiró.

- No, realmente –siempre le había parecido algo insulsa, él no conocía palabras bonitas para disfrazar sus emociones y le resultaba infernamente difícil comprender las metáforas de otras personas, para él, una rosa solo era una rosa.

- A mí tampoco, realmente, pero me han regalado un montón de libros de poesía en el último tiempo.

Yixing sonrió con timidez y buscó la mirada de Sehun, que estaba fija en su rostro y se preguntó si el menor conocía algún secreto que él no. Se preguntó si Sehun sería ese secreto.

- ¿Qué es lo que el mundo ve en ti, Sehun?

Sehun suspiró, como si llevara tiempo esperando esa pregunta y cerró los ojos, dejando caer la cabeza sobre la pared fría.

- A un niño abandonado, hijo de padres ausentes, nieto de un abuelo muerto y una abuela enferma. Ven a un niño perdido que no sabe lo que quiere porque lo que quiere es igual a él. Ven a un homosexual que no merece respeto porque no se respeta a sí mismo. Ven a un enfermo, ven a un moribundo.

Yixing no respondió a sus palabras, el nudo en su garganta le impidió formar una frase coherente y todo lo que pudo hacer fue rodearle los hombros con un brazo, porque cuando él veía a Sehun, veía la esperanza que había perdido.

 

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- La oscuridad, el silencio pavoroso, interrumpido por los lamentos que se oyen en la vecina cárcel, completan la tristeza de mi corazón –Yixing se detuvo al escuchar las palabras del menor, su voz grave quebrando los llantos y la tormenta exterior para ser el único sonido capaz de oírse.

El chino nunca fue bueno para la literatura, leer por gusto nunca había sido su deporte favorito cuando solo pensaba en llenar su cabeza con los conocimientos necesarios para ser el mejor de su carrera, el romanticismo o los poemas vanguardistas no era su fuerte, pero la forma en que los labios de Sehun formaban cada palabra casi acariciándola, solo le hacía pensar en cuánto deseaba seguir escuchándolo, aunque fuera incapaz de entenderlo.

- Hola, doctor Zhang –y la forma en que sus labios pronunciaban perfectamente el chino de su nombre, era aún más impresionante-, lo extrañé.

Simplemente asintió y se sentó junto al menor, que en seguida cerró el libro y fijó la mirada en los recién nacidos que soltaban grititos agudos cada vez que un relámpago rompía el cielo con demasiada fuerza.

Quería decir algo, quería que sus palabras causaran el efecto calmante que la voz de Sehun le producía, quería que el menor lo mirara y viera algo distinto a lo que él contemplaba cada vez que veía su reflejo en el espejo.

- Usted quiere morir y yo quiero vivir –había dicho en su primer encuentro y Yixing nunca fue capaz de refutar sus palabras. Él no quería morir, su problema era que tampoco quería vivir y no sabía dónde lo dejaba eso. Suponía que era normal, llegar a cierta edad, cumplir todas sus metas y no tener más razones para luchar, tener lo que siempre quiso, una linda casa y ayuda estable para su familia en China, ¿qué más debía desear?

- ¿Le gustan los libros infantiles, doctor?

- Dime Yixing –le corrigió y rápidamente pensó en algún cuento, no sabía mucho sobre mitología y fantasía, de nuevo volvía al hecho de que no era un ávido lector, pero había ido al cine un par de veces y conocía esas figuras explotadas por Disney-, apenas recuerdo el cuento de La Sirenita.

- La mujer que se vuelve espuma, lindo, Yixing.

- ¿Qué? –según lo que recordaba, y no se equivocaba porque había acompañado a Krystal mientras cuidaba a su sobrina un par de veces y esta consideraba bueno entretener a la niña solo con la caja idiota, Ariel se casaba con el príncipe.

- El cuento original, Yixing –y sí, su nombre de pila sonaba como una dulce caricia en sus labios, tal como lo había imaginado y un poco mejor-. Ella se arroja al mar y se vuelve espuma para salvar al príncipe de la muerte.

- ¿Por qué estás acá todavía, Sehun? –Yixing no conocía del todo a Sehun, no más de lo que todos sus exámenes le habían mostrado de su cuerpo, no conocía su vida, su familia ni su alma, pero quería pensar que el menor tendría labios que besar para alcanzar la felicidad eterna.

- No me quiero convertir en espuma, Yixing, por mí mismo no por nadie.

Inconscientemente creyó Yixing, Sehun dejó que su cabeza cayera sobre su hombro y el chino no dudó en tomar la mano más próxima que encontró y entrelazar los dedos con los ajenos. Sehun no opuso resistencia y, antes de darse cuenta siquiera, el médico se encontraba besando cariñosamente la frente del enfermo.

Sehun había sido una especie de tormenta en la vida de Yixing, no como el agua y los truenos cayendo en la ciudad, era más bien una tormenta tropical de vientos agitándole el cabello y aire tibio recorriéndole la piel. Apenas se conocían, apenas habían hablado un par de veces y el coreano era todo lo que el chino. Tenía esperanza incluso cuando todo parecía perdido, le sonreía cuando solo recibía golpes a cambio y le demostraba que estaba vivo, que su corazón latía y lo hacía con más fuerza cuando se encontraban. Sehun parecía ser el aire que llenaba los pulmones de Yixing cuando se sentía ahogar en el fondo del mar. No entendía de dónde provenían esas sensaciones, el porqué de extrañarlo cada vez que encontraba el pasillo de neonatología desierto. No entendía por qué había pasado noches enteras leyendo poesía incomprensible con tal de entender las palabras que el menor le recitaba. Pero sí había algo que comprendía perfectamente: Estaba ahí, junto a Sehun, en lo más frío del hospital, compartiendo calor corporal y esperanzas cuando el mundo parecía estar destruyéndose más allá de ellos.

Y necesitaba aferrarse a esa sensación porque, de otra forma, moriría al llegar el alba, sería él quien desapareciera entre las olas y la briza en forma de blanca espuma.

- No permitiré que te conviertas en espuma, Sehun, serás eterno.

Seremos eternos –rogaba en silencio.

 

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- Y los nobles de su estirpe de abolengo señorial, los ángeles en el cielo envidiaban tal amor, los alados serafines nos miraban con rencor –cada vez que su camino se cruzaba con el camino que recorrían los frágiles pies de Oh Sehun, Yixing escuchaba un nuevo verso, un juego de palabras que él no comprendía ni se esforzaba por comprender. Aquella voz de melodía ronca y suave recitaba poemas románticos, tristes, barrocos, ilustrados y vanguardistas a los cuales él era incapaz de reconocerle naturaleza porque a su mente solo acudían pensamientos sobre lo grave que era su voz y lo bien que sonaba el aire al escapar en forma de palabras por entre sus labios-. Annabel Lee, Edgar Allan Poe.

Tal vez, cuando estuviera en su casa y las sombras de la noche ocultaran el sonrojo de sus mejillas, buscaría aquel poema. Tal vez descubriría que hablaba de muerte y anhelo, tal vez comprendería que, para Sehun, él era Annabel Lee.

- ¿Qué haces? –sin razones aparentes, Yixing recorría los pasillos del área oncológica del hospital. Sin razones aparentes buscaba hablar con su nuevo amigo.

- Mi compañero de habitación está recibiendo a su pareja, así que decidí darle un poco de tiempo a solas –Sehun se encogió de hombros y apuntó hacia su espalda-. Ya deben estar respirando –y giró sobre sus talones para deshacer su camino.

Sehun ya no cargaba consigo la bolsa de suero ni tenía vías conectadas a las venas para recibir medicamentos, su operación había sido un éxito y ya estaba en recuperación, al menos hasta conocer los resultados de la biopsia, Yixing no comprendía por qué seguía enclaustrado en las paredes yermas de ese tétrico hospital.

 Recorrieron en silencio los pasillos de la unidad oncológica del hospital, en algunas puertas abiertas escuchaba conversaciones por lo bajo, risas forzadas e incluso rezos desesperados. Se preguntó qué tipo de persona era Sehun cuando se encontraba solo, si le rezaba a algún dios, si creía en la fe de otros o si simplemente dejaba que las cosas fluyeran con naturalidad y se entregaba a la desesperanza.

- No sabía que tenías compañero –soltó cuando por su lado comenzaron a verse solo habitaciones deshabitadas.

- No es un paciente permanente, pero se las arregla para quedarse en mi habitación durante sus terapias.

Al otro lado de la última puerta, Yixing sintió que sus mejillas se sonrojaban violentamente ante la escena que les daba la bienvenida.

- Al parecer, todavía no respiran.

Dos tipos yacían sobre la cama pegada a la pared del frente y, desde donde Yixing se encontraba, podía apreciar perfectamente la forma en que las manos morenas del tipo que estaba encima acariciaban lentamente el abdomen pálido de quien se encontraba preso entre su cuerpo y el colchón, mientras sus bocas soltaban los sonidos húmedos de sus labios friccionándose y succionándose la vida.

- Hola, YongGuk hyung –soltó Sehun con normalidad antes de tirarse sobre su cama y abrazar de forma infantil la manta negra que estaba doblada a los pies de esta.

Sorprendida, la pareja se separó de golpe y Yixing se encontró con la mirada poco avergonzada de lo que debía ser un adolescente de la misma edad que Sehun y su infantil sonrisa de labios rojos y brillantes por la saliva ajena.

- Hola –susurró el muchacho sacudiendo una mano frente a su rostro y se sentó en posición de indio sobre su cama.

- Soy Bang YongGuk –el tipo moreno y visiblemente mayor, se acercó y se presentó educadamente, mientras los dos menores hablaban alegremente sobre trivialidades y la escena anterior quedaba en el completo olvido.

- Soy Zhang Yixing.

- ¿El amigo del doctor Kim? –preguntó el compañero de Sehun con curiosidad y sus inmensos ojos marrones se fijaron en Yixing y Sehun asintió al mismo tiempo que el chino-. ¿Al que engañaron y…?

- ¡Zelo!

El menor cerró la boca lentamente y sus párpados se agitaron en lo que debía ser un tic nervioso.

- Lo siento.

- Él es Choi JunHong –susurró Sehun lanzándole una mirada asesina a su amigo y Yixing simplemente asintió, sin darle importancia a su comentario y dándose cuenta de que llevaba meses sin pensar en Krystal y su bebé no nato-, cáncer de piel.

- Mucho gusto, doctor Zhang –susurró JunHong e hizo una pequeña reverencia mientras YongGuk dejaba tres botellas de agua mineral en el velador y Yixing, con una sonrisa, se sentaba a los pies de la cama de Sehun, esperando que ningún paramédicos llegara en algún momento y lo regañara.

- Sin filtro –agregó YongGuk, sentándose con la espalda pegada al cabecero de JunHong y jalándolo contra su cuerpo para abrazarlo cariñosamente.

- Cáncer, cáncer, ¿te has dado cuenta de que, si conoces a una persona con cáncer, conoces a un montón de gente con cáncer?

- Estás en la unidad de oncología de un hospital, ¿qué querías, ver bailarinas de kpop y fanáticas locas gritando tu nombre?

Mientras hablaba y de una forma que a Yixing le pareció extremadamente tierna, Sehun se sentó al borde de la cama, a su lado. Al chino le pareció que lo hacía para estar más cerca de él y, disimuladamente, desapareció unos cuantos de los centímetros que separaban sus caderas.

- Lo mismo pasa con los homosexuales –JunHong cerró los ojos y obligó a YongGuk a abrazarle el pecho, cubriendo sus manos morenas con sus escuálidas extremidades y Yixing pudo ver una vía cerrada conectada a su mano izquierda-, conoces a uno y es como meterte a un hormiguero.

Yixing frunció el ceño y Sehun rió suavemente, como si el comentario –que debía ser similar a todos los que escuchó desde que hizo pública sus preferencias sexuales- fuera solo un chiste, pero fue YongGuk quien habló para responderle al menor.

- Que yo no soy homosexual, niño. No es como si fuera por la calle mirándole el culo a todos los hombres que se me cruzan en el camino.

JunHong soltó una risa cantarina que hacía juego perfectamente con la de Sehun y se acurrucó más contra el moreno.

- Claro que no, hyung, solo te gusta soplarme la nuca a mí.

Justo cuando el mayor iba a replicar a las palabras de JunHong, un paramédicos vestido de azul claro se asomó por la puerta.

- Zelo, es tu turno.

El nombrado soltó un gruñido animalesco y escondió el rostro en el pecho de YongGuk, que le palmeó la espalda y le sonrió abiertamente, mostrando las dos corridas de sus dientes y encías.

- Vamos, será la última vez.

Sin responder, JunHong se levantó de golpe y arrastró a YongGuk hacia afuera.

- Nos vemos más rato, Hunnie.

Sehun no respondió al saludo, simplemente dejó que su cabeza cayera sobre el hombro del chino y habló en un susurro bajo y ronco.

- ¿Crees que puedas quedarte esta noche? –Sehun se acurrucó contra su cuerpo y Yixing no pudo evitar ver esa acción como la búsqueda desesperada de algo de afecto, de un poco de comprensión-. Zelo va a una sesión de quimio y las noches después de eso son horribles. Si YongGuk hyung puede quedarse, tú también puedes.

Muy pocas veces Sehun le había hablado de su vida, conocía pocos detalles, entre ellos estaba el hecho de que su abuela vivía en Busan y alguna enfermedad que Yixing desconocía le impedía viajar regularmente a Seúl para acompañarlo. Yixing había asumido que Sehun tenía amigos, pero todos sus conocidos se resumían a los trabajadores del hospital y el resto de pacientes que veía desfilar entre ires y venires mientras él permanecía ahí. Al parecer, incluso Zelo era un compañero esporádico.

Sehun no tenía amigos, de forma que no tenía quien lo acompañara cuando las cosas se volvían difíciles. Todo lo que tenía era las fantasías de ser amado por aquellas criaturas con consciencia que estremecían las paredes de neonatología con sus llantos agónicos.

Y Yixing, que de alguna forma quería salvar al mundo, también quería salvarse a sí mismo ayudando a Sehun.

Asintió sin estar seguro de que Sehun comprendió su respuesta, pero de todas formas él estaría ahí hasta que su presencia fuera un incordio para el menor. Sin obtener objeción, se dejó caer sobre el colchón y acomodó la cabeza ahora castaña de Sehun sobre su pecho, acariciándole la espalda de forma rítmica y pensando vagamente en las palabras de Zelo.

No pensó mucho en eso, quería evitar tanto como pudiera el caos que invadiría su cabeza si reflexionaba muy profundamente sobre sus sentimientos hacia el menor. De alguna forma sabía que le gustaba estar con Sehun más que con cualquier otra persona, el problema era que no sabía hasta que punto le gustaba su compañía y hasta dónde solo le gustaba Sehun.

Yixing no era idiota y estaba seguro de que Sehun tampoco, en muchas ocasiones sus manos se habían rozado y sus dedos entrecruzado. Muchas veces sus rostros habían estado tan cerca como para compartir el aire. Sabía que si intentaba besarlo, Sehun no se negaría, pero le aterraba la idea de que el menor solo se aferrara a él para mantenerse con vida y luego lo desechara, como Yixing había hecho con cada cosa que había apreciado alguna vez.

Quería que Sehun quisiera quedarse a su lado cuando estuviera sano, quería que Sehun mantuviera la esperanza en su vida.

El siguiente par de horas lo pasaron leyendo mientras Sehun ordenaba su ropa y las cosas que Zelo había dejado desperdigadas sobre su cama y el piso, asegurándose de agregar otra botella de agua mineral a las tres botellas que YongGuk había dejado sobre el velador.

- ¿Tiempo de matar? –preguntó acariciando la portada del libro que Sehun le había entregado mientras se acomodaba bajo la manta negra y lo miraba con una sonrisa preciosa.

- Me lo trajo Zelo, debe haber olvidado que me debe traer un regalo cada vez que viene, cuando ambos acabemos nuestros tratamientos, quemaremos todos los libros que hemos leído en este tiempo.

Yixing solo negó con la cabeza y comenzó la lectura, no tenía mucho que opinar en cuanto a los gustos y costumbres extrañas de Sehun o su amigo aun más extraño, quería simplemente disfrutar del tiempo a solas que la terapia de Zelo les concedía.

El tiempo pasó entre letras y retorcijones incómodos mientras Yixing leía la triste y cruel historia de Tonya Hailey y su vengativo padre, que le revolvía la tripas ante la forma en que se apegaba a la realidad de la época y el lugar en que transcurrían los hechos. De cualquier forma, Yixing no sabía si los retorcijones eran producto de las imágenes creadas por su mente o por la respiración de Sehun cayendo directamente sobre su cuello desnudo.

Al llegar la noche, un somnoliento Zelo entró aferrado a los brazos de YongGuk y se dejó caer sobre la cama cuando estuvo lo suficientemente cerca.

- No debiste dormir allá –susurró el mayor, tomando una de las botellas de agua y tendiéndosela-, esta noche no podrás dormir.

- Como si fuera a dormir esta noche.

A regañadientes, JunHong aceptó la botella que el mayor le estaba pasando y tomó un par de cortos sorbos.

- Bebe más.

- No quiero, quiero seguir durmiendo.

- Tómate el agua y luego duermes –a JunHong no le quedó más remedio que obedecer a las órdenes del mayor y se obligó a beber el agua de las cuatro botellas que estaban sobre el velador, bajo la atenta mirada de YongGuk y Sehun. Al rato de haber acabado, se quedó dormido en los brazos del moreno.

- El agua ayuda a eliminar los químicos –susurró YongGuk acomodando a Zelo bajo las mantas y acariciándole cariñosamente las mejillas para luego sentarse en la silla acolchada a su lado y tomar su mano.

Yixing dejó de mirar a la pareja y se concentró en Sehun, que aún reposaba entre sus brazos y miraba con ojos aguados a su compañero.

- Él estará bien –susurró YongGuk de forma apenas audible luego de besar el dorso de la mano pálida de Zelo y dejar caer la cabeza junto a su cintura-, ellos lo estarán.

Yixing los miró y suspiró, apretando el abrazo en que encerraba a Sehun, rezando por lo bajo a los dioses en los que no creía para que las palabras del moreno se hicieran realidad.

Más tarde esa misma noche, Yixing despertó con los brazos entumecidos y la garganta reseca, a su lado, Sehun temblaba a pesar de estar completamente cubierto por las mantas.

Por la rendija de la puerta semi abierta del baño, un haz de luz se filtraba junto a voces y sonidos de arcadas y vómitos dolorosos.

Yixing no era experto en oncología, pero había visto suficientes películas y había tratado con suficientes enfermos como para saber qué estaba pasando y por qué Sehun temblaba.

No tenía palabras para consolar al menor, no sabía cómo decirle que era una reacción normal durante la quimioterapia y que solo era su cuerpo eliminando las drogas que se le había inyectado a Zelo durante la tarde.

No supo cómo decirle a Sehun que, pronto, él estaría igual.

- Cuando sea tu turno, yo estaré a tu lado.

 

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Y Yixing cumplió al pie de la letra la promesa que hizo en aquel arranque de sentimentalismo. Luego de que las terapias de Zelo, que se alargaron más de lo esperado, acabaron, fue el turno de Sehun de comenzar la quimio. El tumor había dejado residuos en sus pulmones y glándulas tiroideas, por lo que fue necesario seguir el tratamiento para eliminarlos.

Y las noches se volvieron infernalmente dolorosas para el chino. Dolorosas y eternas porque había soportado siete años en la escuela de Medicina y luego su especialización solo para sentirse un inútil frente a la única persona que alguna vez le importó sanar realmente. No tenía súper poderes que acabaran con las nauseas de Sehun ni habilidades mágicas que evitaran la caída de su cabello, todo lo que podía hacer era acompañarlo, obligarlo a beber agua y luego acariciarle la espalda mientras su cuerpo expulsaba lo que parecía ser uno que otro órgano vital durante la noche.

Zelo y YongGuk lo visitaban con regularidad, al igual que Junmyeon y JongIn, uno de los muchachos que había sido compañero de cuarto de Sehun en el pasado. Todos sabían que Sehun estaba luchando con todas sus fuerzas por recuperarse, todos alentaban sus esfuerzos y le daban razones para seguir viviendo, pero era Yixing quien escuchaba sus llantos cuando la salida parecía demasiado lejana, cuando amanecía con dolores de estómago y de pecho por la fuerza con que había vomitado la noche anterior. Era Yixing quien veía la esperanza morir en sus ojos a medida que la quimioterapia avanzaba.

Era Yixing quien estaba aterrado de ver a Sehun darse por vencido.

Yixing recordaba perfectamente la desesperanza que le revolvía el estómago la noche en que conoció a Oh Sehun, recordaba su vida vacía y su alma moribunda. Recordaba haber pensado un montón de veces en el suicidio sin tener el valor de cometerlo, al menos hasta que conoció a Sehun y su vida tomó un rumbo completamente inesperado.

Sehun le había mostrado que debía tener esperanza incluso cuando esta ya estaba perdida. Le demostró que estaba vivo y que debía gozar de aquel privilegio casi divino. Sehun despertó el alma muerta de Yixing y el chino no podía contemplar la idea de ver al coreano dejarse morir.

Porque Sehun le enseñó a vivir, pero Yixing sabría que no podría hacerlo sin él a su lado.

Y también le enseñó lo que significaba amar, incluso si era a un hombre.

Su primer beso fue en una tarde de primavera, con labios resecos y el sabor amargo de los medicamentos confundiéndose con su saliva, entre movimientos torpes y avergonzados. Fue perfecto.

Su primera cita fue luego de la primera sesión de quimioterapia y llevó a Sehun a la Torre Namsan, donde cerraron un candado con sus nombres escritos en hangul y pinyin a cada lado. A Yixing no le importaba mucho si su relación era eterna o si solo duraba por esos meses de absoluta felicidad, él solo quería que Sehun fuera eterno. A escondidas del menor, escribió sobre la superficie de un candado rojo y en todos los idiomas y dialectos que conocía, el nombre de Oh Sehun y luego tiró la llave al Río Han, esperando que el agua la hiciera desaparecer así como eliminaba las drogas de su cuerpo.

La primera vez que estuvieron juntos como amantes, el cabello había desaparecido completamente de la cabeza del menor y las cicatrices de sus operaciones marcaban su cuerpo como medallas de guerra. De forma adorablemente temerosa, Sehun se retorció entre sus brazos y llamó su nombre como plegaria durante toda una noche. Yixing también quiso que esa noche fuera eterna.

Pensar en Sehun, luchador y con tanta fortaleza, le hacía pensar, incluso cuando todo lo que podía hacer era vivir por el menor, en sus debilidades. Siempre se preguntó cómo sería desaparecer, aunque fuera durante un corto periodo de tiempo, pero desaparecer y saber quién lloraría su muerte. Siempre creyó que sería una buena prueba para sus cercanos, hacerles ver el valor de sus relaciones y toda esa basura de la que la gente se convence cuando solo quiere llamar la atención y sentirse un poco querido y necesitado, pero nunca pensó que estaría en el lado opuesto y sería quien contemplara, aterrado, la posibilidad de perder a un ser amado. Visto de esa perspectiva, le parecía un pensamiento cruel y egoísta.

Yixing estuvo en cada paso del historial clínico de Oh Sehun, desde que su diagnóstico fue más claro y tuvo que empezar de inmediato con la quimioterapia. Estuvo ahí cuando perdió el cabello y sus noches se resumían a arcadas dolorosas y vómitos desesperados. Estuvo ahí cuando el cáncer le dio un respiro y el cabello volvió a crecer. También cuando, un año después de eso, las células cancerígenas volvieron a habitar su cuerpo y Sehun tuvo que pasar por nuevas operaciones y sus consecuentes tratamientos. El cáncer volvió, menos agresivo, pero volvió.

Fue una tarde de otoño que Yixing quería olvidar cuando conoció el significado del verdadero pánico. Su turno se había alargado y, cuando llegó a la última habitación del pasillo de oncología, se encontró la puerta del baño cerrada y, sobre la cama, un papel blanco con un tétrico mensaje en él:

“¡Niño que a mí te pareces, vente al cielo conmigo! Entra en la morada divina;

habita el palacio que has visto en tu sueño;

¡eres digno! ¡Que la tierra no se quede ya con un hijo del cielo!”

No quiso adivinar lo que aquellas palabras significaban para Sehun, no quiso aventurarse en suposiciones que solo lo devolverían a la época lúgubre antes de conocerlo. No quería pensar en demonios arrebatándole al ángel de su vida.

 

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Cuando el cáncer entró en remisión y el cabello comenzó a crecer nuevamente en su cabeza, Sehun decidió que debía retomar su vida tanto como fuera posible en sus débiles condiciones y Yixing no tuvo la fuerza ni las intenciones de negarle algún deseo. Visitaba periódicamente a sus abuelos y, en conjunto, decidieron que vivirían juntos, porque ninguno quería volver a la vida que habían llevado antes de conocerse.

Sehun comenzó a trabajar en la tienda de KyungSoo, un amigo cercano de Yixing, ayudándolo en la caja, al principio solo lo hacía los días en que se sentía con fuerza suficiente, pero con el tiempo se volvió un trabajador permanente. También compartía tardes completas con Zelo y JongIn, quienes gozaban de salud impecable luego de que sus tratamientos terminaran, aunque sus luchas continuaba y los tres se animaban entre ellos cada vez que alguno debía volver a examinarse para asegurarse de que el cáncer no volvía a atacarlo.

Las marcas del pasado, el dolor físico y mental que había provocado la enfermedad en alguien tan vital como Sehun, seguían latentes incluso con el paso del tiempo. Había días de madrugadas solitarias y tenebrosas, llenas de dudas y miedos ante la incertidumbre de la vida. Había noches en las que Sehun no llegaba, en que vivía una vida un poco más normal junto a sus amigos y Yixing no se sentía con el derecho de inmiscuirse en su mundo, porque él representaba una parte difícil, una parte cruel de la vida del menor. Y lo extrañaba, porque Sehun no solo era el amor de su vida, era su mejor amigo y su cable a tierra, todo por lo que alguna vez quiso vivir. Y más, más de lo que nunca pudo imaginar encontrar en otro ser humano.

Yixing odiaba ver las horas pasar sentado en el sillón de la sala, odiaba que el tiempo transcurriera con tortuosa parsimonia cuando Sehun no estaba, porque dudaba de su existencia, dudaba de que tanta felicidad fuera posible cuando no lo tenía al alcance de sus manos, de sus besos.

Pero Sehun era mágico, como un ente mitológico creado para derribar todos sus miedos, que le daba esperanza a su frustración y vida a su muerte.

Como aquella noche, a finales de invierno, cuando la nieve de derretía en las aceras y la gente volvía a correr en busca de refugio bajo techos fríos y hogares encendidos. Y Yixing esperaba, porque esperar se había vuelto parte de su vida, esperar, dudar y temer.

El cielo al otro lado del ventanal tomaba un color azulado a medida que las estrellas desaparecían y el amanecer se acercaba, no estaba todo completamente iluminado, pero sí se creaban sombras etéreas que danzaban sobre los planos delgados del menor cuando este apareció frente a Yixing y se acomodó a horcajadas sobre su cuerpo, sin decir palabra alguna, solo demostrando con sus acciones que ahí, en la penumbra del nuevo día, había amor y vida. No había duda en sus movimientos, tampoco miedo como el chino solía creer, solo un inmenso cariño intensificado por la entrega con que Sehun actuaba frente a él.

Le recorrió la cintura con una mano, sumido en el silencio de sus respiraciones bailando en la noche. Con la otra mano le acarició un muslo, mientras Sehun depositaba cálidos y castos besos sobre la piel desnuda de su cuello. En el pasado, incluso con aquella que juró amar eternamente, Yixing no había soportado la cercanía de algún cuerpo con su cuello hipersensible, cada vez que alguien se había acercado a esa parte de su anatomía había sentido que moría, que cada miembro de su cuerpo caería y se desarmaría, de forma que le rehuía tanto como podía a aquel tacto. Pero Sehun era especial, infinita e irrealmente especial, porque no había cosquillas desagradables en su piel erizada cuando sentía sus labios suaves tocarlo, no había estremecimientos exagerados cuando era su respiración lo que entibiaba su cuerpo frío. Cuando se trataba de Sehun, no le importaba desarmarse, destrozarse y volverse polvo, quería ser su aire.

- ¿Qué dirían los antiguos poetas en un momento como este?

Sehun se alejó de su cuerpo y fijó la mirada en el ventanal y los colores pálidos con que el cielo se teñía al alba. Yixing no dejó de acariciar su muslo ni su cadera, a la espera ansiosa de una respuesta.

- No lo sé –respondió simplemente, encogiéndose de hombros y uniendo sus frentes para que sus respiraciones se mezclaran en un único vaho invernal-, pero sé qué es lo que puedo decir yo. ¿Sabes? Nunca he sido muy creyente. Al principio, cuando estaba esperando todavía mi diagnóstico, cuando acababa de llegar de Busan, gente de todas las religiones y con todas las creencias existentes paseaba por mi habitación, ellos querían darme esperanza, querían hacerme creer en la salvación de mi alma si mi cuerpo sucumbía ante su propia intoxicación. Fingí rezar con ellos, fingí creer en su palabras y proyectar una especie de cielo en mi mente, de esa forma creí tener esperanza.

En esa época de la vida de Sehun ellos todavía no se conocían, Yixing vivía una vida vacía con alguien a quien nunca amó realmente y Sehun entendía, poco a poco, que el mundo no tiene piedad. Yixing no alcanzó a conocer la parte de Sehun que tuvo miedo en un principio, no conoció al ser desesperanzado que fue antes de que sus caminos se cruzaran. Yixing no podía imaginarlo de aquella manera porque, para él, Sehun era la criatura más fuerte y temeraria que podía existir.

- Ahora miro el cielo, veo las luces del amanecer teñir el mundo y creo que fui bendecido –poco a poco, el tono de su voz bajó hasta convertirse en un ronco susurro, mientras besos suaves y húmedos volvían a cubrir la piel fría del chino a medida que Sehun quitaba los botones de su camisa y le desnudaba el pecho, también un poco el alma. Yixing dejó caer la cabeza sobre el respaldo del sillón y se sumergió en las caricias que Sehun le regalaba a su piel erizada-. Un miserable vagabundo al que el Sol acaricia. Un miserable hombre que se puede sumergir en las curvas perfectas de tu piel, que puede delinear las cicatrices y las historias que escondes, que respira tu vida queriendo ser tu aire. Un enfermo que encontró la fuente de la vida eterna en la pasión de tus besos, la suavidad de tus labios y el calor de tus brazos.

Yixing quiso detener sus acciones y responder a ellas como su cuerpo le exigía, quería ser quien adorara la piel ajena, porque él no se merecía tanto amor, tanta perfección idolatrándolo como a un ser divino, porque el único ídolo en aquella habitación, era el menor.

- ¿Quién soy, Yixing? ¿Qué soy? Soy un enfermo, un moribundo, soy cáncer y tumores que nunca desaparecerán. ¿Qué eres tú, que entre mis brazos te estremeces por simples caricias? ¿Qué somos cuando todo lo que tenemos son momentos de profunda felicidad entre periodos de lágrimas y dolor? Eres un ángel, Zhang Yixing, el que me dio esperanza, el que me despertó cuando creí morir. Eres lo único que amo y yo, un simple mortal que se atrevió a pisar esta tierra y a quien la vida disfruta vapuleando, en tus brazos –Yixing no supo que lloraba hasta que sintió los dedos fríos y esqueléticos del menor recorrerle las mejillas para luego besarle profundamente y quitarle el aire, también darle vida. Y sus lágrimas se acentuaron cuando Sehun unió sus frentes y pudo ver el brillo lloroso de sus preciosos ojos, porque él no se merecía tanta perfección amándolo-, yo puedo morir en paz porque en tus brazos alcancé la perfección.

Notas finales:

Akribos, solo habrán finales felices :)


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