Título Suficientemente bueno.
Personaje Mihael Keehl/Mello
Autor Tony Trinket
Toma otro bocado de su comida. Un pedazo de pan, no se atreve a tocar la carne que tanto adulan sus compañeros a su alrededor, ni la pasta, que ya sea con mantequilla o con salsa, se ve igualmente pesada. Mastica lentamente la bola de harina (ese masacote, esa mole llena de carbohidratos) y cuando ya no puedo retenerla más en lo boca, la traga.
Lento, lo siente deslizarse por su garganta, rascando mientras se abre paso entre los músculos de su faringe…
Se asquea. Trata de contenerse, pero las arcadas son más fuertes. Siente miradas caer sobre él. Ni siquiera tenía hambre en primer lugar, pero lo habían obligado a comer con el pretexto de que se lo veía demasiado delgado. ¡Puras mentiras! Solo quieren hacerle creer eso. Él sabe la verdad, está obeso. Por eso lo miran, seguro se están preguntando por qué el gordito de Mello siguecomiendo.
Las lágrimas comienzan a agolparse en sus ojos, siente la rabia hacer mecha en él. El asco. Comió como un maldito cerdo, no tendría que haberlo hecho.
Gordo.
Se levanta rápidamente, aun puede remediarlo. Corre al baño más cercano, nadie tiene que verlo. Entra a uno de los cubículos justo a tiempo, en el mismo momento en que una poderosa arcada lo hace liberar todo.
Vomita, saca lo que tragó hace tan solo cinco minutos.
Pero no es suficiente. Aun no. Por eso mete un dedo en su boca, toca esa parte de su garganta que lo hace retorcerse y querer soltar lagrimas. Y vomita más. Saca lo que comió a la tarde, lo que comió de día. Lo del día pasado.
Lo de toda su vida.
Y no es suficiente hasta que vacía su estomago y se siente al fin libre. En algún momento del acto dejó de tirar solo comida, y comenzó a agregarle penas, inseguridades, molestias.
Sus manos están manchadas; su boca y sus labios también. Está sucio, quizás siempre lo esté.
Cuando se mira al espejo se reconoce tal y como es, con la boca llena de mierda y los ojos rojos del llanto que comenzó sin que lo notase. Un perdedor, un segundón, nada nuevo.
Suspira y con tranquilidad que no había mostrado antes, toma su cepillo de dientes, ese que está junto con los de todos sus compañeros de piso. Se limpia la boca, suplantando los residuos, convirtiéndolos en menta. Se limpia la cara, borrando los restos de llanto, de pena.
Luce mal. En su interior se dice que solo refleja lo que es: mierda.
Mira su reflejo por largo rato; su rostro, su cuerpo. Se pegunta si acaso no tiene la palabra “segundón” escrito en negrita sobre su frente.
Cuando acaba, escupe la menta. Se enjuaga la boca. Sale del baño, cerciorándose de que sus ojos no estén hinchados.
Camina directo hacia su cuarto, su estomago gruñe, pero no comerá. Prefiere dormir para que se le pase. Su habitación es la ultima del pasillo, y cuando está por llegar a ella, la puerta de la habitación anterior a ésta se abre.
De allí sale quien menos quiere ver en ese momento: Near.
Se miran por cinco segundos, no más que eso. Pero cuando ese tiempo pasa, Mello de alguna manera sabe que el albino ya ha visto todo lo que necesita para saber que sucede. Entonces el rubio lo esquiva, lo empuja a su paso, y se mete a su recamara.
Sabe que tiene escrito en la frente. Sabe que no es lo suficientemente bueno.
No es como Near.
Sabe que no es perfecto y que nunca lo será.
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Lo que no sabe es que Near, el niño perfecto, lucha contra su propia “perfección”.