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Secreto de armaduras por MissLouder

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Notas del fanfic:

Habrá de todo un poco. 

Dedicación:

"Para mi querida Zahaki, por un cumpleaños olvidado.

Gracias por formar parte de mi pequeño mundo, y darle más brillo a un cielo que se viste de negro.

Feliz cumpleaños, linda, y espero de todo corazón que alcances las estrellas con la que has soñado.

Y, sí, lo sé. El lemon es lo mejor que existe en el mundo yaoista jaja

Te quiero, linda.

Misslouder"


[SECRETOS DE ARMADURAS]

.

.

Permanecía sentado en el gran trono, aguardando algo que ni él mismo podía darle explicación. El silencio se desplazaba como el viento batía los árboles, lento, continuo, constante.

Aún no se acostumbraba a llevar la túnica patriacal, el casco y mucho menos estar sentando en espera que alguien entrara por las inmensas puertas.

El santuario estaba vacío, eso lo sabía a la perfección. Habían descendido del castillo de Hades para encontrarse sólo ruinas en el santuario de Athena. No había sobrevivientes, a penas y quedaban muros de las cuales valerse.

Un dolor agudo se profanó en lo más recóndito de su pecho con sólo pensar eso, con sólo repetirse que él y Libra habían sido los únicos que permanecían con vida. Y remarcarlo, era oír como algo dentro de él se agrietaba.

Un par de días pasaron y ya se recuperaban de sus heridas, cuando Dohko había salido a encontrar la esperanza de toparse con su discípulo Temma o alguno otro recluta que hubiese tenido la bendición de haberse salvado.

Sin embargo, ni Pegaso, ni la diosa, ni Alone, regresaron después de su partida. Trasmitiendo sólo el vestigio de sus esencias brillando a lo ancho del cielo.

Ahora, los únicos caballeros restantes tenían una nueva tarea por cumplir. Un nuevo cimiento de deber tenía que bastarle para levantarse sobre el amargo dolor que dejaban las guerras.

Dohko iba a esperar a que él reparara su armadura, para después marcharse a las montañas de los cinco picos; para proteger el rosario de las mil lunas que había costado la vida de uno de los santos de oro.

Y cuando su amigo partiera, sólo él quedaría en ese inmenso santuario.

Sacudió la cabeza para alejarse de todas las emociones que acarreaba la derrota de Hades. Se dijo que debía ser más fuerte de lo que una vez fue. Su deber ahora, era levantar cada muro, para recibir a la nueva generación que pronto cruzaría por esas puertas.

Y hasta que ese día llegase, tenía que organizar los preparativos, donde el primero era; arreglar las armaduras de los caballeros. La especialidad de la cual sus manos se valían. El don que los dioses le habían regalado y, que como un juego de dados, había transformado su vida pródiga.

La sensación de nostalgia y miedo despertaron en su cuerpo, anunciándose en los poros de su piel. Había jurado que nunca más profanaría los recuerdos de los portadores de las armaduras, había escrito con sangre el convenio con su maestro de nunca más divertirse de los recuerdos que no le pertenecían.

Sin embargo, esa vez era diferente. El vorágine de imágenes que vería, iba con el propósito de fortalecer las grietas de los derrumbados templos.

Pensando que ya había postergado por mucho tiempo ese momento —par de horas—, se levantó de los trozos que quedaba del trono del patriarca, para ir a la sala dorada donde aguardaban las armaduras zodiacales.

La túnica barrió sus pisadas y su largo cabello dorado cayó en desordenadas curvas a su espalda. Caminó silenciosamente hasta su destino, crispándose de ansiedad por temer a ofender a las memorias de sus fallecidos amigos.

—Por favor… —susurró, palpando una de las paredes—. Bríndenme sus recuerdos para levantar la generación que ustedes protegieron.

Un barrido de aire se coló por uno de los tantos orificios que habían hecho su impresión en los muros, llenándolo de una inesperada tranquilidad que lo alejó de toda vacilación. Sonrió tenuemente, agradeciendo el consentimiento que recibió como un soplo de agua pura.

El par de puertas se mostró frente a él, con el gran símbolo de Athena en el medio. Las abrió lentamente, cediendo ante la minúscula fuerza que ejerció para introducirse por ellas. Cruzó el umbral para ver ante sus ojos, la sala circular que protegía las doce pandoras box que conservaban las armaduras doradas.

Desplazó su mirada por cada signo, desde la suya propia hasta la de Piscis, sintiendo un súbito temblor escurrírsele bajo la tela de su túnica.

Era inevitable preguntarse, ¿qué recuerdos le mostrarían? ¿Qué grandes batallas libraron sus hermanos de armas que las mismas armaduras decidieron conservar entre su metal?

Suspiró, apartando esas inquietudes cuando ya a su nivel no podía tener resquebradas creencias que lo hicieran venir abajo. Ahora una nueva descendencia iba a guiarse bajo su estela, bajo su mandato, y con la sabiduría que sus compañeros le otorgarían, haría valer el título de patriarca que se le fue concedido.

Sus herramientas estaban sobre una mesa contigua, que esperaba pacientemente a que él las tomara para iniciar con su labor. Sin embargo, por ese segundo no las necesitaba para patrocinar el renacimiento de la constelación más grande.

Tomó la armadura de la constelación de Tauro, y lentamente abrió la tapa de la pandora box. Un ligero resplandor se asomó por los raudales, mostrándole la ensamblada forma del toro construida a base de oro.

Destellaba con brillos tenues a la luz de las velas y extrayéndola de su refugio para colocarla frente a él, con una gran timidez, Shion extendió sus dedos hacia el cuerno.

Sabía que olvidaría los recuerdos colados que vería, y sólo tomaría el conocimiento que vivió su anterior camarada. Su pelea con Fenix, Wimber y demás enemigos que hicieron frente al poder de Aldebarán.

No era una profanación lo que hacía, no, sólo estaba tomando esa información para servirla como estructura para su sabiduría. Y con esa nota mental, cerró los ojos.

Resbalando los dedos por el metal, poco a poco, una cascada de imágenes comenzó a alzarse en su mente, hasta que, finalmente, la memoria entró a la suya.

x—

II

ARMADURA DE TAURO.

.

.

Yo no confiaba en él.

Desde que Aspros había muerto, ese hombre que portaba el estandarte de Virgo, se había ganado un puesto en una de mis listas de hipócritas que osaban a burlarse de mi diosa.

Me era imposible mirar con aprobación los rumores de que Aspros fuera un traidor o que incluso intentó asesinar al gran patriarca. No, era imposible.

No lo creía, yo me entrené con él, crecimos juntos, luchamos codo a codo en nuestra niñez y, ahora de la noche a la mañana, alguien con porte de oro me dice que estaba muerto y desmoralizado.

Decidí buscar al primer responsable de toda esa lluvia de mentiras, subiendo al sexto templo para solventar las dudas que me desmenuzaban la razón. Topándome, para nada extraño, a su guardián sumido en sus meditaciones.

Iba a levantar mi voz, dispuesto a asustar a los muros que permanecían en tregua colectiva de proteger la concentración cósmica, en la que su protector se sumía. Olvidándose del mundo, olvidándose de sí mismo. Sin embargo, antes que mis cuerdas vocales pusieran empeño en alzarse, una voz asaltó el velo de silencio, para darme la bienvenida que me tomó desprevenido.

—Te estaba esperando, Aldebarán.

—¡Asmita! —grité sin pensar, haciendo vibrar el suelo por donde mis botas dejaban ir su peso—. ¡¿Por qué lo mataste?!

—Yo no lo maté —contrarió con una tranquilidad crispante—. Se suicidó.

—¡Aspros jamás haría eso! —Me acerqué a grande zancadas y me le detuve en frente—. ¡Tú fuiste...!

Mis palabras hicieron eco en el templo, revotando lo suficiente para que Asmita detuviera su concentración y una sonrisa lívida alcancé a ver bajo las hebras doradas que le caían en el rostro.

—¿Yo fui? —La curva se expandió en su boca, expresando burla en mi declaración—. ¿Eso es lo que tu capacidad mental te dice, Aldebarán de Tauro?

—¡No te rías! —le señalé con el dedo y poco me importó que los vecinos nos oyeran. Todos debían saber que ese idiota era el responsable de la muerte de Aspros—. ¡¿Por qué de la noche a la mañana, expresaste curiosidad sobre la casa de Géminis?! ¡No creas que no te sentí rondando por las cercanías!

Recibí un ligero bufido y un tren de venas de mi sien se prensaron.

—Si tanto conocías a Aspros como dices, entonces, déjame preguntarte algo —Bajó sus manos y lentamente se puso de pie—. ¿Sabías que tenía un hermano gemelo?

Mis ojos se abrieron en lo máximo que mis párpados permitían.

—¿Eras consciente que había una predicción hecha por los oráculos donde se alegaba que uno brillaría como una estrella del caos?

Estaba mintiendo, tenía que estarlo haciendo.

—¿Estabas al corriente que fue Aspros quien asesinó a las pitonisas para mantener oculto que él era esa estrella?

No era cierto.

Aspros desde mucho antes, se había regido a las reglas de los santos. Habíamos jurado a la luz de las estrellas convertimos en caballeros dorados y proteger al mundo. Y apoyándome de ese pensamiento, abrí la boca para responder...

—Y no, no te estoy mintiendo. Si es que pretendes decir eso. —se anticipó él, descendiendo paso a paso del centro de su altar—. Por tu silencio puedo deducir que no. Qué amistad tan estrecha tenían.

Me estaba viendo la cara, lo sabía. Se estaba riendo de mí, y eso no lo iba a permitir. Además, ¿qué importaba lo que dijera un Oráculo?, Aspros lo había dicho. Esas predicciones sólo manipulaban a las personas, obligándolas a aferrarse a un futuro que no podría ser suyo.

No tenía sentido que mi amigo se aligara a una adivinación cuando no creía en ellas. Ahí estaba lo ilógico que no me cabía por la cabeza.

—¿Y qué sabes tú de amistad, Virgo? —No me detuve a pensar en el filo que estaba arrojando en esa respuesta—. Alguien que se encierra en su propio templo y no mueve un dedo para ayudar a sus camaradas, ¿cómo podría ser considerado un amigo? No, mejor dicho: ¿cómo podría ser llamado aliado?

No me respondió, y por un momento sentí una inmensa satisfacción de poder descolocar su expresión. Eso fue, claro, unos segundos de gloria antes que él me contestara:

—«Podría» —deletreó, ladeando la cabeza—. Es una palabra bastante endeble, Aldebarán. Una palabra floja, pusilánime, patética, que en realidad no significa nada.

Sonreí por primera vez, levantando mis hombros.

—Todo lo contrario, Virgo. Sólo estás desviando el tema y buscas meter la cabeza en la mejor fisura que encuentres. —contesté, deseoso por romperle la tranquilidad que era casi palpable—. El verdadero traidor, está diciendo puras mentiras y está frente a mí.

Hubo un supletorio silencio, lo cual sólo me impacientó más. Asmita lo sabía, y estaba seguro que por eso lo aplicaba como estrategia.

—Sí es así, Aldebarán, no te prives en demostrar que lo que digo es falso. —desafió, y su propio cosmos me lo dijo—. Pero no puedes. —añadió tras una pausa—. Porque si pudieras, no estaríamos perdiendo el tiempo de esta manera, ¿no?

Su verdad me abofeteó el rostro, mi lengua se encogió en mi boca y no supe qué decirle por los próximos diez segundos. Él no lo rompió, como si saboreara su victoria sobre mí, pero yo no desistí, seguí tan firme sobre mi propósito que ese tipo no me derribaría.

—¿Por qué debería creerte? —Mis brazos cruzados se prensaron cuando la pregunta incluso influyó en mí.

Sonrió y una ráfaga de aire levantó nuestros cabellos en una tregua que no compartíamos.

—Sino pretendes creerme, me interesa saber entonces —Y a pesar que sus ojos permanecían cerrados, una repentina alerta se encendió en mis poros, provocando que la saliva se me obstaculizara en la garganta—: ¿Qué haces aquí?

—Quiero saber quién eres, y cuál es tu propósito en este lugar. —admití—. Destilas incertidumbre por donde caminas y nadie sabe nada de ti. ¿Qué me hace pensar que no eres en realidad un enemigo?

Al decir eso, Virgo ladeó la cabeza como si hubiese encontrado la aguja en la sarta de pajares que yo le estaba lanzando.

—Oh, ya veo. Esto no es sobre Aspros, sino sobre mí, ¿no? —Mostró señales de darse vuelta y dejarme hablando solo como un idiota, pero al cabo de un silencio añadió—: La incertidumbre siempre atrae, Aldebarán, ¿no lo crees? La curiosidad mucho más.

En ese momento, mi alma ardió en rabia y lo hice denotar en mi cosmos. Sin embargo, él no se inmutó, ni siquiera reveló una expresión, más que una sonrisa escondida en el borde de sus finos labios.

—No eres de fiar —expuse sin que me dolieran esas palabras.

Nunca era brusco con las personas, más que con mis enemigos. Mayormente mi esencia expresaba alegría, y no me limitaba en demostrarlo con grandes sonrisas. Pero ese sujeto despertaba en mí, tantas preguntas que me eran difíciles darles respuestas.

—No me importa serlo, tampoco me interesa que me creas —Asmita respondió, acercándose para situarse frente a mí y el olor a incienso se le adelantó para mezclarse por el aire que entraba a mis pulmones—. Eres tú el que ha venido a mi templo.

La fragancia mística que circuló por mi cuerpo me adormeció un instante. Su olor fue singular, tranquilizante, hipnótica, quizás como lo era su portador. Y… ¡No vine a eso!

¡Vine a descubrir la verdad sobre la muerte de mi amigo! ¡No a babear en las curvas que Virgo escondía bajo la túnica!

Un segundo, pestañeé… ¿túnica?

Mis ojos se pasearon por el cuerpo de esa persona de nacionalidad india, sorprendiéndome de las formas oblicuas y estrechamente ligeras que se apreciaban bajo ese mar de tela.

—Dime… la verdad —barboteé, en un orden aleatorio y sólo conseguí revelar lo repentinamente nervioso que me había puesto, gracias al aura intimidante de ese tipo. No podía entender como podía causar una marea, producir calor y también silencio. Me causaba ansiedad, ¿quién era? ¿Era cierto lo que se hablaba de él? ¿En verdad podía hablar con Buda y esas cosas religiosas que nunca entendía su origen?

Él era diferente de todos nosotros, eso era un hecho.

—Te diré una cosa, Aldebarán —Me sorprendió lo cerca que se oyó esa advertencia y me despabilé del letargo de mis pensamientos—. Antes de buscar entender a otras personas, intenta entenderte a ti mismo. ¿Qué es lo que en realidad buscas?, podrías empezar por aclararte eso.

A un palmo de distancia, el índice de Virgo tocó el armazón de mi pecho y al instante mi armadura resonó. Fue un chillido, casi una confrontación que expulsó un barrote de luz, haciendo que el metal vibrara cuando trazó una línea que fue descendiendo.

—Porque si no puedes soportar la pregunta, ¿cómo pretendes enfrentarte a la verdad? —Se aproximó más, casi a un centímetro de mi rostro y yo me paralicé tanto que sólo parpadeaba desconcertado—. Debes aprender a controlar tus emociones, Aldebarán, hay personas aquí que pueden percibirlas.

Finalmente, eliminó toda la distancia que nos dividía y alcanzó mis labios en un roce que me descolocó de todo lugar. Se mantuvo allí, en un intervalo transformado en segundo, antes de sonreír y apartarse como el sigilo de una sombra.

Tras ese instante, una nube de luz explotó en mi cabeza. Y una espiral de imágenes abrieron paso a mi cabeza, mostrándome; un escenario, un trono y una persona con una herida mortal en el pecho.

"Aspros, se suponía que tú ibas a ser el patriarca en el futuro… —Oí la voz del patriarca, fatigada y llena de frustración—. Sísifo había declinado ser elegido patriarca. Pensé que si ibas a ser elegido, tenía que asegurarme que tu corazón estuviera libre de maldad. Aspros, dime, ¿por qué? ¡¿Por qué te dejaste llevar por el plan?!"

Una risa me recorrió por toda mi cabeza, moviéndose lentamente hasta que logré reconocerla.

"¿Así que, así iba a ser todo? —Esa era la voz de Aspros—. Entonces, moriré y vendré en un futuro a reclamar mi puesto."

—Aspros… —Los párpados me temblaron y el nombre se me cayó a los pies.

Así que sí era cierto... ¿Sísifo lo sabía? ¿Era el único que había ignorado todo eso?

—Aspros escribió su propia suerte —añadió Asmita dándome la espalda, y su voz por primera vez se desnudó de altivez para vestirse de pena—. Y se puso la muerte en las manos. —finalizó, y en ese último momento me percaté como un hilo rojo, parecido a una lágrima, bajaba por su mejilla.

Antes que me diera cuenta, ya se marchaba y se introducía a su templo.

Por más de diez minutos, yo me pasmé en la entrada de Virgo preguntándome qué diablos había sido eso. Por qué la sangre se me había congelado en las mejillas y por qué mi corazón latía con tanta estridencia.

Estaba confundido, porque en un instante, uno de las tantas imágenes y emociones que me transmitió ese santo; sentí una vacilación.

¿A qué o qué?

Miré el altar donde estuvo una vez el guardián de la casa de la virgen, y no pude evitar preguntarme: ¿En qué habías dudado, Asmita?

Con esa nueva pregunta, no me quedó de otra abandonar ese templo a paso firme, confirmando lo que eran mis sospechas. Virgo era una persona indiscutiblemente extraña, enigmática y nunca sería de total confianza.

Y no me quedaban dudas de que era indudablemente temible.

Volteé mi vista al templo, viendo como las tenues luces se extinguían con el paso de la noche. Algo había descubierto esa noche, y era que, por mucho que lo ocultara, él tenía muchas más preguntas que responderse que yo.

Había llevado con una cruz y no se molestó en quejarse por el peso. Pero toda misión, tenía sus fallas. Lo sabía, y también el patriarca. Ahora entendía, porque lo asignó precisamente a él a esa tarea.

No cabía duda que Asmita de Virgo, era una persona interesante.

 

Notas finales:

Esta es una dedicación para mi querida Zahaki, y su cumpleaños atrasado. Ella tiene un gusto extraño por la pareja Toro x Virgo que yo no discuto xD A mí en lo personal, Asmita me cuadra con todos. Es tan maldito que lo amo jajaja

Debo decir que esta idea surgió cuando leí el gaiden de Shion hace tiempo. El chispazo encendió mi cerebro cuando Shion le dice a Kairos que él tomó la información de cómo derrotarlo gracias a la armadura de Géminis. Lo que me llevó a preguntarme, qué vería ese carnerito en la memoria de sus amigos.

Ahora bien, sobre este capítulo debo decir que me inspiré en muchas cosas del manga. Empezando por el tomo de Def, cuando Aspros muere. Y aquí mencionaré las de mayor relevancia:

1. En el tomo tres, Aldebarán le dice a Dohko que no confía en Asmita y que dudaba en si era un aliado o un enemigo. Y que si era esto último, era uno de la cual debían temer.

2. Muchos de los santos no creían que Aspros hubiese sido un traidor, especialmente Sísifo y Aldebarán que entrenaron con él.

3. No recuerdo en donde lo leí, pero sé que leí en el manga o gaiden (cuando lo encuentre lo diré) es que Asmita dudaba sobre la misión que le dio el patriarca. Claro que eso fue sólo un segundo, antes de entregarse a las órdenes de la gran Sage.

4. Shion tenía el don de poder conversar con las armaduras, incluso rozándolas podía ver los recuerdos de sus portadores. Y eso se ve cuando Manigoldo le pone la mano en la cabeza, y Shion ve como fue su pelea con Ávido, el santo negro que se enfrentó a nuestro cangrejito en su gaiden.

Aviso: No todo será yaoi. Alguno simplemente contará anécdotas de algunos caballeros.

Próximo capítulo:

ARMADURA DE GÉMINIS


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