La Marcha de los Inocentes ~
Un niño escribe en un muro
Un niño,
florece el fuego entre sus dedos
Tengan cuidado,
cascos blancos, con un niño
- MAHMUD DARWISH
Era imposible creer que pasara. Pero así fue. Todos los del pueblo lo recuerdan, pero nadie habla de ello. Se le conoció como "La marcha de los inocentes".
Era de noche cuando sucedió. Una noche de verano en el pueblo de Rodorio, una noche sin luna ni estrellas, pues las nubes cubrieron el cielo entero. Todos dormían y entre sueños les pareció escuchar pasos resonando por el piso empedrado. Algunos recuerdan muy vagamente haber escuchado también sollozos de infantes, apenas murmullos. Tenían la impresión de parecerse a una excursión que todos habían hecho alguna vez a las ruinas, pero sin las risas. Sin alegría.
Algunos juran que en sus camas se encogieron de frío, aunque esa noche había sido una noche calurosa. Nadie se levantó de sus camas, nadie abrió las ventanas ni corrió las cortinas. Nadie hizo el amor. Todos, por alguna razón increíble, tuvieron la misma sensación de inquietud en su alma. Por eso no se levantaron, ni despertaron y si lo hicieron, no se atrevieron a abrir los ojos.
A la mañana siguiente encontraron en los caminos pisadas de pies diminutos, muñecas de trapo sin cabeza olvidadas, zapatitos, orina. Concordaron haber tenido el mismo sueño y una extraña sensación de culpa, como si hubieran sido participe de un asesinato.
Los pasos acababan en las ruinas, subían por la montaña. Había rastro de sangre, pero nada más.
Nadie habla de ello, Lo recuerdan. La marcha de los inocentes.
Yo era uno de ellos, pero no era inocente. La inocencia me la habían arrancado mucho antes de aquel viaje.
Eramos los olvidados. Los no queridos. Los desechados. Eramos los nadies. Los ningunos. Los ninguneados. Entre nosotros no hablabamos, pues no nos entendíamos. Cada uno de nosotros pertenecíamos a diferentes países y hablabamos distintos idiomas.
Unos eran niños de la calle, bribones, ladronzuelos. Siempre con hambre, vacios por dentro, insaciables. Eran ellos quienes sobrevivieron a lo que vendría después. Su capacidad de adaptación les ayudó para esa faena, su astucia e inteligencia. Sobrevivirían, pues no sabían otra cosa.
Luego estaban los huerfanos, los que venían de los orfanatos de todo el mundo. Era fácil ubicarlos por la mirada. Tenían un ingenuo y repulsivo brillo de esperanza en los ojos. Estos niños anhelaban una familia a la cual pertenecer, a alguien que los quisiera.
Ellos no lo lograrían. Morirían. Este mundo nuevo, no era para esa clase de chicos. Los niños inocentes, las verdaderas victimas de aquel nefasto día.
Las niñas se les cubrió el rostro con una máscara y nunca más volvimos a recordarles sus caras. Si alguna sobrevivió, era dificil saberlo.
Estaban "los niños robados", no sabían que estaba pasando y eran los que rompian en llanto cada instante. Yo solía serlo, "un niño robado" antes de salir de mi país, ahora soy un niño de guerra, criado para sobrevivir a los estallidos de las granadas, desterrado, sepultado por los escombros.
Pero también era hijo del desierto.
Dicen los ancianos que mi destino estaba ya marcado desde el principio, que había nacido bajo la estrella del demonio. La cual lleva mi nombre. Decían que sería un hombre sin amor, que la desgracia me rondaría a mi y los que tuviera cerca de mi. Hasta ese momento, habían tenido razón.
Soy un niño de guerra. La guerra nos hace o guerreros o victimas. Yo soy lo primero. Por eso sobreviví. Siempre lo he hecho.
Eramos 541 niños al llegar. Nos llamaron los "hijos de plata" .
Solo 24 sobrevivimos.
Nos hablan sobre una diosa, Pallas Athenea, nos hablan sobre una misión, de proteger la tierra y a dicha diosa. Nos llaman elegidos, pero yo no presto atención. Solo hay un dios, mi dios, el dios de mis padres...¿también quieren arrebatarme eso?.
Miró a mi alrededor, a los demás, clasificando en mi mente, analizando los grupos que se van formando y mi mirada se detiene en el. Me distraígo en su perfil y en el color de su piel, color caramelo. ´Pienso que me recuerda a alguien.
Entonces el niño voltea abruptamente, como si buscara a alguien quien lo hubiera llamado y es cuando nuestras miradas se cruzan por primera vez.
Nunca olvidaré esos ojos. Ni su sonrisa.
Mirandome, lleva su dedo indice a sus labios. Pidiendo silencio. O demandandolo. No sé. Los latidos retumbando no me deja oír nada más.