Estabas refugiado en tu habitación, encerrado con seguro, cambiándole la ropa a algunas muñecas que habías pedido prestadas a una amiga de la escuela.
Las tratabas de una manera delicada, casi amorosa. Tocabas aquellos perfectos cuerpos de plástico con una ligera envidia, envidia que no sabías de donde provenía.
Al escuchar el coche de tu padre aparcar frente a tu casa, guardaste las muñecas con un inocente miedo, sin conocer siquiera el porque de ese sentimiento.
Que nadie vea...
Hajime te invita a jugar fútbol, tu dices que si algo desanimado.
No te gusta el fútbol, prefieres el voleyball. Tu amigo se ríe de ti, pensando que ese deporte era exclusivo para mujeres. Tratas de ignorarlo, pero te duele.
Tú no comprendes, a tus cinco años, por qué la gente se empeña tanto en ponerle un sexo hasta a los deportes.
Cuando regresas a casa, te miras en el espejo. No sabes por qué te sientes tan disgustado viendote. Sientes que tu rostro es diferente. No te ves guapo, como diría tu madre, te ves hermoso.
Cuando cumples nueve te das cuenta de que te disgustan algunas cosas:
La ropa que usas.
La preocupación de tus padres.
Tus pocos amigos.
La "novia de chocolate" de Hajime.
Cuando sientes que no puedes más, te encierras en el baño y rompes en llanto.
Tu pequeño y joven corazón no entiende de celos, solo sabe que detestas aquella niña apenada que toma su mano y recibe un beso en la mejilla. Sabe que detestas a la que te roba a tu mejor amigo.
Las dudas se abren paso en estampida.
Que nadie vea.
Tienes dieciséis años. Eres un armador extraordinario en uno de los mejores equipos de volleyball. Disfrutas de tu adolescencia con una máscara de seducción. Eres envidiado por más de uno y amado por cientos de chicas.
Sin embargo, tú miras a la estrella del equipo, le palmeas la espalda y le sonríes con dulzura.
"Hagamoslo de nuevo." Dices al ver su cara enfurecida. Todos los balones que había intentado hacer cruzar la red, simplemente no traspasaban esta.
Mira de quien te fuiste a enamorar.
Que nadie vea.
No querías llamar la atención, simplemente habías optado por lucir algo a la moda.
"¿Viste lo pegados que están sus pantalones?" "¿Que clase de camisa es esa?" Oyes murmurar a la gente, intentas ignorarlos y escuchar la gruesa voz de Iwaizumi.
Oh, si él supiera que para ti esto es como una cita. Si supiera que dentro de tu cabeza, ambos lucen como una pareja de enamorados.
Al parecer, tus movimientos son femeninos y dignos de una diva. Un grupo de chicos se burlaron de ti y te lo hicieron saber. Notaste la molestia de tu compañero, molestia que también podía ser incomodidad.
La gente está empezando a sospechar.
Hajime te invitó a una fiesta, a la cual asistes más que contento.
Usaste tu mejor colonia, peinaste delicadamente tu cabellos. Te miraste al espejo disgustado con tu apariencia.
La fiesta estaba llena del aroma a alcohol, cigarrillos y sexo, se sentía una vibra increíble en el ambiente. Empezaste a buscar a tu amigo. No lo debiste encontrar.
Sus grandes brazos rodeaban la cintura de una chica. Se besaban.
Se besaban.
Te quedaste viendo esa escena, inmerso en tu propio mundo. Escuchando como todo se volvió basura dentro de ti.
"Después de todo, eres basura" Recordaste la voz de tu decepcionado padre, diciéndote la frase que destrozo tu confianza a hablarle a alguien sobre tu sexualidad.
Pequeñas lágrimas caían por tu rostro. Sentiste asco al verlo besar a aquella chica. Asco de ti.
La fiesta dura lo que una cometa.
Y en medio de eso doma soledad.
Que nadie vea.
Llegas a tu casa, tus ojos están rojos de tanto llorar. No puedes hacer nada. Sufrir es parte del secreto.
Te encierras en el baño. Te desvistes con violencia, tirando tu ropa por todos lados, disgustado, frustrado. Abres la llave de la ducha y entras. Sueltas un grito de inmenso dolor. Te das un espacio para llorar. Te das un espacio para desahogarte.
Restriegas tu cuerpo con la esponja, con furia, dejando tu piel lastimada. Pidiendo ser un chico normal. Pidiendo poder disfrutar de la vida como todos. Deseando no ser gay. Deseando no haberte enamorado de Hajime.
Estas sentado en las baldosas del suelo, con una lastimosa cara, sin la máscara de seguridad y ego que siempre tienes puesta.
Cuando logras tranquilizarte, acaricias tu propio cuerpo. Deseas tener un par de pechos, una cintura pequeña, unas caderas hermosas. Quizá Iwaizumi te amaría si tuvieses todo eso. Quizá tu mismo te querrías más.
Prefieres no mirar en el espejo.
Que el tiempo no te tuvo compasión.
Dejas apoyadas tus manos en tu vientre, miras desolado hacia la pared. Dejas de llorar aun con el pecho doliendo.
Naciste siendo Sol y siendo Luna.
Viviste como dama y caballero.
Mujer de corazón vientre sin cuna.
Y en tu propio planeta... Forastero.
Cierras los ojos, pensando en todo, pensando en nada.
Terminas con tu ducha, te miras al espejo y sonríes, poniéndote la máscara de egoismo en el rostro y encerrando tu corazón roto en un cajón.
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