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The Softer Side of the Moon por Rodia Razcolnicov

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Notas del capitulo: http://razcolnicov.livejournal.com
THE SOFTER SIDE OF THE MOON

THE SOFTER SIDE OF THE MOON®

Rodia Razcolnicov

 

Fanfic Weiß Kreuz  Omi-Aya   [yaoi/shonen ai]

Soundtrack: Weiß [love of my life, one more angel, tomorrow, last in my winds]

http://razcolnicov.8k.com/

 

 

 

Para Kokoro

 

 

 

--Mi pobre gatito se durmió hace una hora.

 

El tono jocoso de Yoji alertó a su compañero.

 

--¿Omi kun se siente mal?—Ken apareció comiéndose un enorme perro caliente.

 

--No pegó los ojos durante cuatro noches seguidas. Ha estado muy ocupado con el asunto de los fraudes bancarios. Ya lo conoces. Cuando algo se le planta en la cabeza no hay manera de convencerlo a parar.

 

--¿Y tú cómo sabes todo eso? ¡Nunca estás en el negocio!—Ken le reprochó sus constantes salidas nocturnas.

 

--Siempre que vuelvo lo encuentro de frente a la computadora. Deduzco que no ha dormido. Tú lo ves durante el día y no lo habías notado. Eso, querido mío, se puede interpretar como falta de atención o simple estupidez.—Yoji le envió una mirada burlona. Ken estaba a punto de arrojarle su hot dog cuando el joven y apuesto líder pronunció resuelto:

 

--Omi kun ha trabajado mucho y sin embargo no hemos avanzado. Es necesario que se esfuerce. Dale otra hora de sueño, y que se levante a seguir con la investigación.

 

Ninguno de los dos había notado la presencia del cabecilla, quien se había aparecido tan sigiloso como un fantasma. Ken lo miró y asintió con los ojos abiertos como platos.

 

--Pero Aya kun...—intentó replicar el más alto—Omi necesita descansar para...

 

--Descansará lo suficiente.—interrumpió apurado. Su voz profunda no daba derecho a réplica.

 

El pelirrojo salió de la habitación tan delicadamente que el ruido de sus pasos jamás pudo ser escuchado.

 

--Lo detesto cuando aparece de la nada...—Yoji suspiró mientras encendía otro cigarrillo.

 

--¿En verdad tengo que despertar a Omi en una hora? Está en etapa de crecimiento y necesita dormir un poquito más...—Ken le dio una enorme mordida a su refrigerio.

 

--El hecho de que no durmiera no te había preocupado antes... ¿Esa camisa es nueva?—Yoji se le acercó mucho para revisar la hechura. Ken se puso muy rojo y huyó dando un enorme salto. El de cabello color miel se encogió de hombros, divertido.

 

 

 

...................

 

 

 

--¿Omi?

 

La voz dulce y reposada de Fujimiya sobresaltó al chico.

 

--¡A... Aya kun...! – se apresuró a guardar en un bolso de su pantaloncillo el empaque de papas fritas y a recoger los trozos que se habían esparcido por el teclado—No te escuché llegar...

 

--¿Cómo va la investigación?... Tienes...

 

Omi abrió mucho los ojos, Aya se le acercó muy resuelto y estiró una de sus finas manos hasta el cuello del muchacho más pequeño.

 

--¿Aya kun?—el chico sintió un pellizco muy leve debajo de su barbilla.

 

--Tenías... –Aya suspiró mientras tiraba al piso una enorme papa frita que se había adherido a su camarada -- ...una papita... – el líder observó la botana tirada en el piso con aire crítico. Omi sacudió la cabeza, para despejarse. Aquella deferencia del pelirrojo era otra cosa extraña que lo había sobresaltado ese día. 

 

Recordó la forma en que despertó en la tarde.

 

No estaba seguro de lo que realmente había pasado.

 

 

 

...................

 

 

 

Hace mucho calor. Hace tanto calor.

 

Estoy sudando.

 

 

 

Una ligera sábana blanca había caído al piso. El atardecer estaba próximo, la penumbra comenzaba a devorar la reducida habitación del Weiß más joven.

 

Dormía y soñaba, ideaba y percibía. Era como si su cuerpo lo hubiese abandonado dejando solamente a la conciencia y sus sensaciones etéreas para que se filtraran en el ambiente, absorbiendo cada molécula de vida a su alrededor.

 

Omi Tsukiyono se encontraba a medio dormir o a medio despertar.

 

 

 

Tengo sed... hace... tanto calor...

 

 

 

No abría los ojos. No tenía fuerzas para moverse. El calor y el sopor natural debido a la falta de sueño lo mantenían estático sobre la cama.

 

De la nada, cuando su conciencia le pedía que abriera los ojos, mientras su cuerpo, indolente y suave, le negaba el auxilio, sintió una rara e intensa frescura sobre sus labios.

 

Algo, no sabía decir qué, se paseaba sobre su boca con delicadeza y cuidado. Estaba frío, era gentil y parecía invitarlo a actuar.

 

 

 

Se siente bien... está helado...

 

 

 

No lo pensó. Succionó automáticamente esa frescura y la abrazó con su lengua. Brasas de hielo que inmediatamente lo reconfortaron. Su boca ciñó aquello fieramente, aunque no sabía de qué se trataba.

 

Comenzó a gemir con placer, pero sin abrir los ojos. En realidad los apretó muy fuerte, hasta que esa misma energía se concentró en su boca. Omi lamía agradecido aquella forma gélida que apagaba su sed y lo vivificaba extraordinariamente.

 

Y justo cuando su lengua había descargado muchas caricias y sus labios no dejaban que aquello terminara, la frescura se alejó con violencia.

 

Omi abrió los ojos.

 

 

Aya lo miraba fijamente.

 

 

 

...................

 

 

 

 

--¿Has avanzado?—El pelirrojo estaba muy serio. Había dejado de ver hacia la papa frita en el suelo para mirar directo a sus ojos.

 

A Omi siempre le había impresionado la profunda tristeza contenida en aquellas pupilas brillantes y sin embargo, evitaba parecer conmovido o al menos curioso ante el líder. Y ciertamente su actuación había funcionado. Aya lo trataba siempre con sutil delicadeza. No en las acciones o miradas.

 

Omi lo notaba por su voz.

 

Jamás le había gritado, ni siquiera lo había llamado en voz alta.

 

Aya siempre le hablaba con suavidad, casi con gentileza. Muy diferente a la manera grosera con que se dirigía a Yoji, o a la autoritaria que todo el tiempo ensayaba en Ken.

 

Lo adjudicaba a su sentido común. Después de todo, Omi era el más pequeño de los Weiß. Todos lo habían protegido siempre; todos lo consideraban, a su manera. Yoji le hacía bromas pesadas, Ken lo atendía como al hermanito pequeño y Aya...

 

Aya nunca era categórico.

 

 

¿Cómo definía el comportamiento del hermoso joven de roja cabellera frente a él?

 

Era y siempre había sido un misterio. Omi sentía, muy en lo profundo, que la vida de ambos jamás podría encontrarse en otro nivel más allá del duro trabajo como Weiß. Sencillamente se hallaban en diferentes sintonías.

 

 

 

Yo sólo soy un crío... y él... es como un viejo sabio y sin corazón...

 

 

 

--Omi kun... ¿has avanzado?—Aya se inclinó un poco; arqueó las cejas, esperando curioso una respuesta. Su voz se tornó aún más gentil. Daba la impresión de que estaba avergonzado de preguntar.

 

--Ha... hai, Aya kun... encontré un dato interesante... –Omi esquivó la mirada girando bruscamente de vuelta a su computadora.

 

La intensa luz de la pantalla líquida enviaba reflejos centelleantes hacia las paredes desnudas. El estudio era un mundo contenido atacado por alguna dilatada tormenta eléctrica.

 

--Explícame qué obtuviste...

 

--¡Sí señor!—Omi contestó rígido: se dio perfecta cuenta de que su camarada se le acercaba demasiado para ver la pantalla. Alcanzó a olerle el cabello, que le rozaba un hombro.

 

 

 

 

Huele a jazmines. Estuvo mucho tiempo en el local el día de hoy. Una chica le puso algunas flores en el cabello. …l no se molestó. Fingió muy bien que le agradaba.

 

 

 

 

El más pequeño hizo memoria a la par que tecleaba con habilidad algunos datos que se revelaron automáticamente.

 

 

--La red de bancos atacados pertenece a la misma corporación de accionistas. Todos han firmado acuerdos con un poderoso inversionista de Kobe. Los documentos incluyen pólizas de seguro, créditos e hipotecas. Al parecer, cuando un banco es defraudado, gran cantidad de las pérdidas corresponden a ese misterioso banquero. Los accionistas han debido pagarle inconmensurables sumas de dinero.

 

--¿Descubriste eso hoy mismo?—Aya se pegó más a la pantalla. En ella se veían los rostros de los accionistas. Se trataba de hombres corpulentos y maduros, todos con nombres y apariencia extranjera.

 

--No señor... –Omi olvidó la proximidad con el joven; comenzó a explicar apasionadamente mientras desplegaba en el sistema la enorme cantidad de información recolectada días atrás – A decir verdad, los datos ya estaban en mi poder pero no lograba encontrar el punto de unión entre los sujetos alemanes y canadienses con el inversionista de Kobe, quien resultó ser el más recurrente entre los defraudados... –seguía tecleando: luces amarillas y rojas inundaban los rostros juveniles—pero un detalle al parecer insignificante me dio la pista correcta... mira este documento—señaló triunfal una parte de la imagen—se trata de un mail que fue enviado hace al menos dos meses al primer banco defraudado. Se le indicaba que cuatrocientas hipotecas se comprometerían en sus finanzas... la transacción se llevó a cabo esa misma tarde... me introduje a sus registros y al parecer, tan sólo veinte minutos después todo ese capital comprometido desapareció debido al primer golpe del criminal...

 

Aya asintió, muy interesado. Sin darse verdadera cuenta de lo que hacía, recargó un brazo por detrás del respaldo de su compañero. Seguía atento las explicaciones y observaba las imágenes de mails, financieros y transacciones.

 

--Curiosamente, todos los inversionistas defraudados recibieron ese mail asegurándoles la transacción... y cuando comparé el tiempo entre el recibo del mail y la hora del fraude... todos coincidían: veinte minutos exactos entre la notificación, la transacción y el robo. El criminal estaba conectado y seguía cada movimiento electrónico de los bancos. Sabía en qué momento debía transferir el dinero. La policía no encontró huellas porque modificó la ruta del servidor y las horas de registro. Pero olvidó que los mails, aunque contenían información diferida, tenían algo en común: la publicidad.

 

--¿Qué quieres decir?—Aya habló muy quedo. No acababa de entender el método del chico.

 

--El Spam o publicidad no solicitada en los correos electrónicos tiene una lógica muy especial. Cada determinado tiempo se envían millones de anuncios a millones de cuentas. Nunca se envían dos veces a una misma cuenta en un periodo menor a una hora. En este caso, el criminal olvidó borrar el historial de spam en los correos. Los bancos son muy escrupulosos, por lo que sus filtros barren absolutamente todo, pero siempre registran lo que eliminan. Tienen un apartado oculto donde se anotan aquellos anuncios no deseados. Y los movimientos que el criminal realizó estaban dentro del espacio de acción del inversionista de Kobe. Es decir, el sujeto olvidó cubrir sus huellas.

 

--¿Pero cómo estás tan seguro de que se trataba del inversionista de Kobe?

 

--He leído la publicidad... observa...—Omi presionó un botón. En la pantalla se desplegó una lista de anuncios.

 

 

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Aya abrió muy grandes los ojos. Resopló satisfecho.

 

--Buen trabajo...—exclamó sinceramente. Omi sonreía orgulloso frente a la pantalla. De repente sintió un cosquilleo en la espalda.

 

Aya lo estaba acariciando.

 

 

 

Se quedó de piedra.

 

 

 

El grandioso Fujimiya –siempre había creído que era un líder incomparable- pasaba despreocupadamente la fuerte mano derecha por su espalda, dándole un agradable masaje que no quería que terminara.

 

 

Casi tan agradable como haber lamido sus dedos hacía unas horas.

 

Omi exclamó de pronto, sin creérselo él mismo:

 

 

--¡¡¡No te detengas!!!

 

 

 

...................

 

 

 

Aya lo miraba fijamente.

 

 

El más pequeño ofrecía un espectáculo bellísimo.

 

Acostado sobre la cama vaporosa, sus mejillas estaban coloreadas y su cabello se encontraba esparcido sobre la almohada en completo desorden. Miraba al otro con los ojos brillantes de sueño, lágrimas y sorpresa.

 

--¿A... Aya? ¿Pero... tú... tú estabas... tú me...?—balbuceó confundido.

 

El interlocutor no habló. Su mirada afectuosa se desvió hacia el vientre del chico. Omi se preguntó si tendría la cremallera abierta o algo peor...

 

 

 

¡Ay dios!  ¡Creo que volví a tener uno de esos sueños otra vez!

 

 

 

Levantó un poco su cabeza para distinguir lo que miraba su compañero.

 

No se trataba de las naturales consecuencias de un sueño húmedo.

 

 

Omi tenía aprisionada entre sus manos la derecha del pelirrojo.

En realidad, no tenía la mano completa.

Únicamente los dedos índice y medio.

 

 

Estaban húmedos. Y muy fríos.

 

 

--Omi Kun... ¿estás bien?—Aya acercó su rostro mientras, compasivo, le hacía la pregunta.

 

 

Aya le parecía tan maravilloso como un ángel en ese momento, tal vez debido al sueño, a las lágrimas que estorbaban su visión o a la terrible vergüenza que experimentaba.

 

 

--Aya...—Omi murmuró una disculpa—Sumimasen... Sumimasen... Aya ku...

 

 

El de pelo rojo no dejó que terminara. Se liberó de la mano adolescente y con los mismos dedos medio e índice le cubrió la boca.

 

No era un error: se trataba del mismo frío contacto que había posesionado todos sus sentidos momentos atrás.

 

 

 

--¿Sentiste eso?—Pidió el líder, sonriéndole afectuoso—Creo que mejor te levantas a seguir la investigación.

 

 

Enseguida se incorporó y como un fantasma abandonó la habitación que ya estaba casi oscura. Un suave aroma a flores permaneció en lugar suyo.

 

Omi contempló el techo por largo tiempo, preguntándose si todo había sido un sueño. Respondiéndose que no pudo serlo.

 

 

 

Sus dedos estaban helados. Estuve lamiéndole los dedos, como si fueran...

 

 

 

Avergonzado con la idea que le daba vueltas en la cabeza, se cubrió el rostro con la almohada para ahogar un agudo grito de espanto.

 

 

--¿Qué demonios haces, Omi kun?—Ken lo interrogó cuando entraba. Iba comiéndose una gruesa y larga barra de cereal.

 

--¡Ken kun!—Omi lo vio cuando lamía despreocupado la cubierta de chocolate de la barra --¿Tú también estás...?—abrió mucho los ojos y, como si el otro pudiera leerle la mente, cerró la boca abruptamente a mitad de la oración.

 

--¿Estoy qué?—Ken le envió una mirada eléctrica—No me critiques, yo como lo que se me da la gana... el arroz inflado en barra es delicioso, deberías probarlo, tal vez te guste... y mejor levántate porque Aya dice que necesitas resolver el misterio hoy mismo.

 

 

Omi se incorporó de un salto. Sintió algo dentro del pantaloncillo.

 

 

Después de todo, sí tuve uno de esos sueños.

 

 

Corrió a su glotón camarada a empujones y se dio una rápida ducha. Notó lo sonrojado que estaba cuando se miró desnudo al espejo.

 

 

 

¿Estaba soñando? …l fue muy gentil conmigo... Parecía como si...

 

 

 

Omi suspiró adolorido.

 

 

 

Parecía que lo estaba disfrutando...

 

 

 

...................

 

 

 

 

--¡¡¡No te detengas!!!

 

 

Aya se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Retiró su mano con la violencia de alguien que ha sido herido de muerte.

 

 

Omi abrió los ojos. Miró desconsolado hacia su líder.

 

--Gomen nasai, Omi kun.

 

 

Aya se disculpó ofreciéndole una ligera reverencia; enseguida abandonó la habitación a toda velocidad.

 

El más joven de los Weiß permaneció un par de segundos anonadado. Pero se recobró a tiempo para seguir al pelirrojo.

 

 

 

¡Ah no! ¡Aya tiene que explicarme qué demonios está pasando!

 

 

 

 

Alcanzó al misterioso personaje justo cuando bajaba las prolongadas escaleras. De hecho, utilizando su felina agilidad, le cayó encima para confrontarlo. Fujimiya dio un respingo cuando la menuda figura de Omi lo interceptó, aparentemente venida de la nada.

 

 

--¿Qué pasa?—Aya mantenía su porte digno y frío, pero la expresión facial de Tsukiyono lo previno.

 

 

El pequeño estaba rojo de cólera. Tenía el ceño fruncido y la expresión feroz. Resoplaba un poco debido, quizás, al grandioso salto o con más probabilidad, al momento de excitación. Se dirigió a su ilustre compañero sin fórmulas protocolarias; su hermosa voz aniñada adquirió un tono ronco muy simpático.

 

 

--¿Qué significa todo lo que me has hecho este día?

 

--¿Nani?—Los ojos de Aya se abrieron enormes. Omi se adelantó un poco: jamás había visto esa cara.

 

--No soy idiota, Aya, me parece que lo has comprobado ahora. Explícame qué significa todo eso que has estado haciendo conmigo el día de hoy... desde la tarde... cuando entraste a mi recámara y me...—Omi se calló pudoroso. Balbuceó algo y bajó la mirada. Su rostro permaneció coloreado, ahora debido a la vergüenza.

 

--Omi kun... no entiendo de qué estás hablando.—Aya compuso el semblante y bajó el tono de su voz. –Tal parece que te hizo falta una hora más de sueño.

 

El joven de pantaloncillos escuchó aquello escandalizado. Estaba seguro que no había imaginado nada. La evasiva lo hizo enfurecer de nuevo. Se lanzó encima del pelirrojo mientras gritaba:

 

 

--¡El sueño que me hizo falta me lo quitaste tú cuando metiste tus dedos a mi boca! ¡Eres un pervertido!

 

 

La última frase terminó abruptamente cuando Aya, descontrolado por completo, perdió el equilibrio y cayó en los últimos escalones detrás suyo. Omi, quien lo empujó a fuerza de gritarle y adelantarse decidido, se desplomó también.

 

 

Miró a su compañero: su rostro, como todo su cuerpo, había quedado peligrosamente cerca. Notó sus propias manos apoyadas sobre el fuerte torso de su colega, advirtió sus piernas enredarse con las otras.

 

 

 

Sintió las manos de Aya tocándole el trasero.

 

 

 

Abrió tanto los ojos y se puso tan rojo que las palabras huyeron de su boca. Aya lo miraba con el ceño fruncido; realmente parecía muy enojado.

 

 

--Quítate, Omi Kun.—ordenó. Esta vez su voz era de hielo.

 

 

--...lo estás haciendo de nuevo... Aya... –alcanzó a gemir el chico.

 

 

--¿El qué?—reviró el pelirrojo, resoplando, mientras desviaba la mirada al suelo.

 

 

--Definitivamente eres un pervertido...—Omi deslizó sus manos a la espalda para tomar las del líder. En ese momento Fujimiya perdió el color: no se había dado cuenta de que tenía entre sus manos el bien formado trasero de Omi kun, el más pequeño de los Weiß.

 

 

Andar por ahí hurgando en el trasero de Omi chan era imperdonable y lo había hecho de manera tan natural que esa facilidad lo asustó mortalmente.

 

 

--¡Gomen nasai! ¡Gomen! ¡Gom...—Aya trató de levantarse a toda velocidad, pero el pequeño de ojos dulces se montó con mayor ímpetu sobre él.

 

 

--Tienes que terminar siempre lo que comienzas, Aya kun...

 

--¿De qué...–Fujimiya tragó saliva—de qué hablas?...¿Terminar qué?... Omi...

 

--Si vas a provocarme necesitas terminar por completo. No acepto una negativa.

 

Omi le mostró uno de sus mortales dardos. Antes de que Aya pudiera esquivarlo, el chico se lo había colocado justo en el cuello.

 

--Confiesa de una buena vez. Eres un pervertido.

 

--Suéltame, Omi... estás malinterpretando todo... yo jamás... yo jamás podría hacer algo que te hiriera...—la mirada del líder se hizo cristalina. Omi kun parpadeó: parecía que el pelirrojo intentaba sonreírle afectuoso.

 

--¿Piensas que tocarme de ese modo me hiere?—Omi pronunció con tristeza; luego se incorporó de un salto.

 

Aya lo miró sorprendido desde los escalones. El más joven suspiró con abatimiento. Guardó el arma y subió rápidamente las escaleras.

 

Fujimiya se quedó todavía un rato tirado sobre las escaleras, preguntándose qué demonio se habría posesionado del crío y específicamente qué demonios le había pasado a él mismo.

 

 

 

--¿Qué haces ahí, Aya kun?—Ken lanzó la interrogante cuando pasaba lamiendo una enorme paleta de hielo --¿Se te perdió algo?

 

--¡Cállate!—ordenó el pelirrojo. Ken retrocedió más asustado que ofendido. Asintió graciosamente mientras se alejaba a toda velocidad para comunicarle a Yoji lo que acababa de ver.

 

Cuando el líder estaba levantándose, Yoji le ofreció su brazo.

 

--Déjame ayudarte, Fujimiya. Parece que el pequeño Omi necesitaba, efectivamente, más horas de sueño.

 

--Lárgate, Yoji.—El pelirrojo se incorporó solo y luego de quitarse el polvo, abandonó el pasillo hacia la tienda de flores.

 

--¿Estamos en luna llena?-- Ken Hidaka se rascaba la cabeza confundido. Yoji, versado en aquellos ministerios, sonrió malicioso mientras se encogía de hombros para explicarle a su amigo sin dar mayores rodeos:

 

--Aunque no sea luna llena, al parecer hay dos lobos que necesitan empatarse, y pronto.

 

--¿Qué dices? ¿Estás hablando de Aya? ¿No habíamos quedado en que Aya es una roca?

 

--Aún las rocas, sometidas a la constante presión del agua durante años, pueden quebrarse. Digamos que...—Yoji prendió un cigarrillo--Omi kun es la suave gota que, poco a poco, ha mermado la dura constitución de nuestro rojo peñasco.

 

--¡¡¡¿Estás sugiriendo que Omi kun y Aya están...?!!!—Ken se puso muy rojo, incapaz de terminar la frase. Yoji sonrió burlonamente.

 

--Pero gatito mío ¿me vas a decir que te escandalizas de algo tan natural? De hecho, creo que tú y yo tenemos que discutir al respecto... ¿esa camisa es nueva?—Yoji volvió a la carga con la malicia dibujada en sus bien formados labios.

 

Hidaka huyó a toda velocidad. Yoji, muy divertido, miró hacia el segundo piso curiosamente.

 

--Creo que esta noche no voy a salir...—se prometió, seguro de lo que estaría por suceder entre sus compañeros.

 

 

 

..........................

 

 

 

 

Omi estaba tirado en su cama, con la almohada sobre su cabeza, hecho un ovillo.

 

 

¿Qué me pasa? ¿Porqué le dije todo eso?

 

 

Se revolvía en su camita, desesperado. Sentía ganas de llorar y de reírse de sí mismo. Nunca había pensado en Aya de ésa manera.

 

 

¿Por qué me hace sentir así cuando me toca?

 

 

Aquello era un lío. De un par de años a la fecha esos sueños húmedos se habían hecho recurrentes y podría decirse que eran parte de su rutina. Sólo era cuestión de meterse a la cama desnudo, pensar en alguien que fuera especialmente atractivo y el resto venía por añadidura de manera espectacularmente rápida. A veces pensaba en alguna cantante de pop, a veces en algún actor de moda. Otras veces se le venía a la cabeza el flemático rostro de Nagi y aunque en la vida real el chico le provocaba pavor, cuando se trataba de inventarse alguna fantasía Nagi era la criatura más linda y conveniente en quien podía pensar.

 

Jamás se había puesto a fantasear con algún camarada. La sola idea de imaginarse así con Ken o Yoji lo enfermaba. Y no precisamente porque le pareciera algo horrible. Admitía que sus compañeros eran condenadamente guapos, pero se trataba, precisamente, de sus compañeros. No podía pensar en ellos de esa forma. No debía.

 

Sin embargo, cuando las reminiscencias lo conducían recto hacia Fujimiya algo pasaba en su interior. ¿Qué podía ser? Sabía que lo admiraba, que siempre le había parecido el líder ideal, que sus decisiones resultaban las correctas, las más cercanas a la perfección. Entendía que el razonamiento de Aya estaba más allá de los cuestionamientos. Lo que ese pelirrojo de hielo tocaba siempre se convertía en muerte.

 

Omi recapituló sus sentimientos. Era admiración. Pero también era miedo. ¿Podría ser algo parecido a la lujuria?

 

Agitó la cabeza con energía como si de esa manera la idea pudiera salir de su cerebro. Estaba considerando imposibles.

 

Pero si estaba en lo correcto –su instinto jamás le había fallado- y efectivamente aquello no había sido un sueño, entonces Aya no era el sujeto consolidado en la impiedad. No sería, de ningún modo, el verdugo sanguinario que sólo vive por la venganza y a través de ella.

 

El joven líder de ojos melancólicos podía desear. Y al parecer, el objeto de su deseo era Omi. Ya se lo había probado cuatro veces en ese breve día caluroso: los dedos en su boca, la caricia en su espalda, el manoseo en las escaleras... y encima de ello esas sonrisas entrañables, terriblemente equívocas.

 

 

Tsukiyono sintió la sangre explotando en sus mejillas. Se cubrió el rostro con la almohada y gritó asustado.

 

 

Pero al cabo de un rato, entre los pensamientos y la calidez de su camita, no se dio cuenta del momento en que se quedó dormido.

 

 

 

..........................

 

 

 

 

Hace calor... tengo mucho calor...

 

 

 

Una sombra fantasmal penetró en la habitación. La computadora personal estaba encendida. La figura recibió un destello azulado.

 

Era Fujimiya.

 

 

 

Hace mucho calor. Hace tanto calor.

 

Estoy sudando.

 

 

 

Omi no quiso abrir los ojos del todo. Cuando lo hizo, la primera vez, el rostro de Aya estaba muy cerca. Podía sentir el aliento fresco del pelirrojo sobre sus mejillas.

 

¿Era un sueño?

 

Aya comenzó a pasar sus dedos helados por los mismos labios que antes lo habían atrapado con espasmos amorosos, obsesivos. Omi abrió la boca, dispuesto a recibirlo. Aya besó los juveniles labios. Los besó profundamente.

 

Esta vez, Omi kun pudo succionar una lengua que no era en absoluto helada.

 

Lentamente –Omi escuchaba el movimiento de la ropa- deslizándose entre las sábanas –Omi pudo sentir cómo el otro lo empujaba gentil al centro de la camita-, con el calor de la habitación –el calor de los besos: Aya era un amante experimentado-y mientras el más joven forzaba su vigilia –Omi estaba luchando por mantenerse lúcido pero los párpados se negaban a abrirse del todo-, Fujimiya se acomodó estratégicamente, como si fuese a atacar una presa dificultosa... y lo hizo sobre el cuerpo del más pequeño de los Weiß.

 

--Omi kun...—deslizó en su oído.—Omi... kun...—Omi respiró profundamente. Recuperó un poco de aire. Fujimiya maniobró con su ropa, luego con la de su compañero quien se dejaba hacer aún medio despierto, medio dormido.

 

--¿Quieres... que te ayude?—pidió en un susurro, de nuevo sin creérselo. Al escucharse abrió muy grandes los ojos. ¿Realmente le había dicho eso? Notó que sí cuando el mayor asintió sonriéndole e invitándolo a que se despojara del pantaloncillo. Omi despertó del todo. Miró hacia la estorbosa pieza de ropa.

 

 

 

Este no es uno de esos sueños. Realmente está pasando. Estoy a punto de tener sexo con Aya.

 

 

 

El líder de Weiß ya estaba desnudo y por lo que Omi pudo inspeccionar, suficientemente dispuesto.

 

--¿Puedes... apresurarte?—rogó el mayor. Su voz era tan dulce y baja que Omi asintió y rápidamente, luego de un par de tirones, logró quedar tan desnudo como su camarada.

 

--¿De verdad...—Omi se dejó abrazar y estrechó en sus brazos al otro, mientras continuaba entre susurros y titubeos—de verdad... vamos a hacerlo, Aya... kun? ¿Vas a terminar... lo que comenzaste?

 

--¿Quieres que termine?—pidió el otro, pasándose la lengua por los labios. Fujimiya seguía mostrando esa sonrisilla crítica pero tremendamente ambigua.

 

Omi abrió muy grandes los ojos y el color subió de lleno a sus mejillas. Sintió cómo el otro deslizaba una de sus manos hasta su vientre, lo acariciaba con hábil sosiego y luego, concentrado en su tarea, le separaba las piernas.

 

--¡Aya...!—el más pequeño lo abrazó muy fuerte. No se necesitaba ser un genio de la informática para saber lo que seguiría después.

 

 

 

El pelirrojo correspondió al abrazo con energía.

 

 

 

Mientras los dos cuerpos se hacían uno, febriles, acompasados, hirvientes, Aya deslizaba en el oído del joven Weiß frases cariñosas y fórmulas apasionadas.

 

Omi asentía: los ojos fuertemente cerrados, la boca muy abierta que no producía sonidos más allá de suspiros y gemidos entrecortados, las piernas en amorosa tensión, el vientre ardiendo, el corazón palpitándole frenético... todo ello dirigido con la sabia cadencia de su amante pelirrojo. 

 

Omi pensaba que era suficiente el contacto con aquella piel firme y cálida. Era suficiente la tracción gozosa en su cuerpo, en su abdomen, en sus labios. Era más que suficiente escuchar la voz jadeante de aquel rojo peñasco cuyo contacto era sinónimo de agonía diciéndole cosas tan vehementes y asombrosas.

 

 

Omi kun no soñaba. No soñó cuando Aya lo invitó a culminar junto a él, entre humedades ardorosas y abrazos encendidos.

 

 

 

Un solo gemido selló el momento. Omi rió entre lágrimas. Aya se las bebió complacido.

 

 

 

...............

 

 

 

 

--Ya no eres un niño, Omi kun.—sentenció Aya, mientras se reacomodaba la ropa en su sitio. Le envió una mirada cómplice al que, adorablemente, lo observaba desde la camita.

 

--Ustedes me tratan como si lo fuera. Pero no lo he sido desde hace mucho.—Omi se estiró con gusto. Miró a Fujimiya dispuesto a darle su opinión sobre lo que había sucedido, pero el otro estaba a dos pasos de la salida.

 

--Aya kun...—murmuró, sorprendido por la prisa de su compañero. El pelirrojo viró en su dirección. Omi se quedó muy serio.

 

 

Fujimiya lo observó de nuevo con esa dulce y fría mirada de siempre.

 

 

--¿Qué sucede, Omi kun?

 

 

De nuevo la voz de hielo. De nuevo era el hombre que convertía en muerte lo que tocaba. Ya no en vida, ni en pasión, como había logrado momentos antes dentro de Omi.

 

El experto en computadoras confiaba ciegamente en su instinto. Y más le valía seguirlo ahora que su amante adorable se había desvanecido. Sólo quedaba el mismo joven líder de mirada melancólica y voz neutral tratándolo con la suave deferencia de un conocido que se esfuerza por no herir los sentimientos de alguien que en realidad nunca ha contado en su vida.

 

 

--Aya kun...—Omi se cubrió el cuerpo desnudo y se replegó sobre sí mismo mientras pronunciaba cuidadoso—no tengo sueño, creo que voy a seguir con la investigación ahora mismo...

 

 

Fujimiya asintió y sin responder abrió la puerta. Estaba cruzando el umbral con la indiferencia de un desconocido que atraviesa cualquier calle desierta a la medianoche, apurado y ansioso por encontrar su lugar correcto.

 

 

El pequeño se acurrucó en su sitio. Oyó que la puerta se cerraba. Suspiró abatido. Era todo.

 

 

 

Exhausto, Omi se olvidó de lo que había sucedido. Definitivamente Aya había culminado lo que empezó ese mismo día.

 

 

 

Cerró los ojos muy fuerte, se cubrió la cabeza con su almohada. Alcanzó a lanzar un débil sollozo. Como siempre lo había supuesto, para Aya sólo era un crío.

 

 

Permaneció de esa manera un par de minutos. Pero se tranquilizó. Sintió algo diferente en la habitación. Se quitó la almohada de encima. Escuchó atentamente.

 

 

 

Silencio.

 

 

 

 

Silencio.

 

 

 

Su limitada visión nocturna se había acostumbrado a la oscuridad. Sentía –y de nuevo confió en su instinto- algo vagamente familiar junto a él.

 

--Le temes a la oscuridad, Omi chan.

 

 

Se incorporó de un salto.

 

 

Aya permanecía en la habitación, recargado en la puerta, sonriéndole afectuoso.

 

 

El afecto dulce y cómplice de los amantes.

 

 

Omi negó, mientras se limpiaba una lágrima que había corrido por su mejilla.

 

 

--Pensé que habías dejado de ser un niño.

 

 

--Aya kun—sonrió el chico, mandando al diablo los escrúpulos acerca de fantasear con un compañero de trabajo—Estoy en el proceso de cambio... todavía me gusta que me cuenten historias antes de ir a la cama...

 

--¿Quieres que te cuente una? Pero yo no hago voces—advirtió el pelirrojo, adoptando una actitud falsamente grave.

 

--Me gustará escucharte.—Omi volvió a la cama. Levantó las cobijas y ofreció un lugar junto a él.

 

 

 

Fujimiya se encogió de hombros. Comenzó a quitarse la ropa.

 

 

 

 

 

 

A partir de esa noche, Omi se propuso dormir sólo dos horas diarias.

 

 

 

 

 

 

FIN. 

Rodia Razcolnicov  Julio-Septiembre, 2005.

Los personajes son propiedad de Takehito Koyasu, el argumento pervertido es todo mío. Gracias.

 

 

 

 

 

 

¡Tararán! Espero ke le haya gustado, Kokoro chan XD lo escribí con mucho cariño para usted X3 aunke mi pareja preferida es Aya/kien sea (es Aya/Yoji jeje) Siéntete libre de distribuirlo (ya sabes, siempre y cuando se mantengan los datos en su lugar y blah blah derechos reservados® etc XDD)

 

 

 

 

Para conocer los Fan Fiction #1 (45 segundos [Aya/Yoji] ) y #2 (Hakusei – Estudiante [Ken /un sujeto]) de Weiß Kreuz ke he escrito además de éste (el #3) por favor envíame un correo a esta dirección: razcolnicov@hotmail.com y yo te los enviaré con mucho gusto. Yaoi rules! Shonen ai rules! Weiß rules!!!


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