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El camino de la fatalidad por Ikumi-chan

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Notas del fanfic:

Qué puedo decir sobre esta ocurrencia.

Una ocurrencia repentina en el borde del insomnio. 

Espero les guste. 

(Luego de haber vuelto a leer lo que tenía escrito decidí editar el título y el resumen; también un poco del contenido aunque no lo quiero alterar demasiado)

Notas del capitulo:

(Editado) 

Cuando Raoul se dio cuenta, era irremediable.


Era consciente de las sensaciones que se abrían en su interior y cavaban hondo hasta hacerlo temblar desde hace mucho. No era una novedad, eso lo sabía. El nerviosismo expresado entre risillas a veces tiernas se había convertido en un hábito, al igual que el titubear y sacar temas ridículos para pasar el tiempo hasta el momento de romper el dialogo con una despedida súbita. Esas extrañas nuevas expresiones no eran resultado de una repentina cobardía, ni mucho menos. Aunque muchos vieran en él un débil niño que aún no se había desarrollado por completo; él siempre había visto un poco mejor su situación.


"Ah... Nos vemos" –se había convertido en su frase preferida en los primeros días, sin olvidar su nueva agilidad para escabullirse a pesar de su mala condición física. La cercanía era algo realmente peligroso y ésta había terminado obligándolo a tomar actitudes que creía no tener o eran aún desconocidas para él mismo.


Eso era todo en lo que reflexionaba en aquel momento.


–… y como decía nunca había visto un aparato tan inservible y a la vez costoso, pero ¡ese hombre lo vende todo! –escuchar sin intervenir le era conveniente pero intentar comprender la repentina sorpresa y los gestos que acompañaban las palabras eran peor que entender su propia abstracción.


– Sólo los ingenuos caen –una afable y dulce voz cortó el disgusto sorpresivo del otro. 


– Y las chicas le compran piedras coloreadas por gemas... por ingenuas –el comentario tenía la intención de molestar a la rubia quien había tenido la última palabra. Y el ataque no provenía de otro que el muchacho de cabellos pardos recién llegado a la escena con una bolsa de compras para su novia.


Si aquello aún no había sido una discusión, terminaría siendo un altercado de tamaña dimensión con la última contribución. A una distancia prudente de la escena, el muchacho de cabellos y ojos con una intensidad y fiereza singular fundida en un color parecido al de las vivas flamas, quien había iniciado con el casual tema del vendedor más famoso del canal de ventas, se dedicó entonces a admirar las ofensivas abiertas de sus otros compañeros mientras descansaba la cabeza sobre un brazo apoyado al escritorio. Tenía en claro su intención original, sólo una queja manifiesta hacia ese falso vendedor que había seducido a un buen rango del público femenino gracias al favor de alguna naturaleza extraña que lo había concebido como una belleza elegante. Ese pensamiento tan superficial le hizo retroceder en su cavilación, su espalda dio un sonoro golpe al respaldar del escritorio. Repentinamente, aquel pensamiento resurgió vinculándose a otro, uno más real. Viró la cabeza a la derecha, ignorando los gritos que venía de adelante. Recordó que su queja se había dirigido a dos personas y no eran las mismas que buscaban un triunfo infructuoso.


–... y ¿tú que piensas, Raoul? –se aproximó al distraído muchacho unos segundos después que los conflictivos estudiantes abandonaran el aula dirigidos por el maestro encargado del grupo.


El nombrado elevó la mirada despejando unos cuantos mechones negros que le caían en la frente antes de identificar al interlocutor.


– Creo que ignorarlo estaría bien. Es su trabajo –comentó indiferente hasta que observó la atónita cara del otro que se asomaba a lanzar una sonora carcajada-


– Vale. Pero hablaba de ellos –apuntó los asientos vacantes al frente–  No pasó ni una semana de que empezaron su relación y han tenidos más riñas que citas. En cualquier rato rompen –explicó. Raoul enrojeció ante aquel escudriño visual que parecía registrar en su interior todas esas sensaciones y su evidente causa. – Andas distraído últimamente.


"No eres así" –fue la frase del rubio para concluir su analítica inspección. Esa era también una frase familiar para Raoul en esos días. Apartando el hecho de recibir una segunda explicación para todo debido a su irreparable desatención. Ni siquiera había percatado la reciente relación de sus amigos sino hasta cuatro días después, pese a lo exagerados que ambos eran en sus muestras de cariño. Comprendía el que todos se preocuparan, cuando el ilustre estudiante se transformaba en un tímido niño que admiraba absorto el desolado patio, sin la mínima atención a clases. Aunque pensaba en ello y la decepción que tendrían sus padres, no podía evitar comportarse así. Estaba enamorado, o eso creía, porque no entendía la variabilidad de su comportamiento; y sólo podía atribuir todo al motivo original. Cómo se había enamorado, tampoco podía descifrar esos procesos tan sutiles y desastrosos, ni viendo a sus padres o amigos, o la gente en las calles quienes compartían una felicidad indescriptible. Las parejas en los cines donde acudía, los parques que recorría y en las casas vecinas a la suya, donde estuvieran ante su mirada; nadie tenía una respuesta concreta. Era diferente estudiarlo, a sentirlo; distinto digerirlo así como venía. Estaba enamorado y esa no era la peor parte. Si fuera un simple andar de novios, pelear y continuar en esa nube de pasiones expuestas, estaría bien, a salvo de las contrariedades. Estaba enamorado de un chico y el primer paso era ya difícil.


Ante el segundo llamado de atención, levantó la mano para ser anotado en la lista como presente. Escuchó el nombre de aquel, a quien había dedicado días y noches de pensamientos vanos. Aquel había faltado por quinta vez en una semana y la semana sólo poseía cinco días ahí. Suspiró agotado de dar vueltas en el mismo asunto, de demandar soluciones y olvido a su terca cabeza. No había consejos y ningún consejero, nadie quien entendiera. Estaba solo ante un conflicto que nunca espero venir.


“¿Qué dirían?” era la primera interrogante para restringir su voluntad de comentar algo con sus padres. Luego meditaba en las bromas o rumores, si lo hablaba con compañeros. Claro estaba el resultado, si ya por su apariencia no habían faltado las insinuaciones. Raoul era otro de aquellos inusuales milagros de la naturaleza, con una congraciada belleza carente de la rudeza excesiva del género. La edad no había frenado o transformado esa delicadeza. Sus ojos seguían siendo grandes pozos aguamarinas, rebosantes del brillo de la juventud. Su piel se mantenía pálida por el poco contacto que tenía con el sol debido a su condición y a ella le contrastaba el cabello bruno que llevaba en un mal corte. Su mala condición física y la condescendencia de todos sus mayores a su alrededor, lo habían privado de actividades físicas que lo formaran mejor y como resultado quedaba ese cuerpo flojo que poseía.


Bajo la ley salvaje de los jóvenes estudiantes, él debía ser el objeto predilecto para el acoso estudiantil. Los privilegios derivados de su condición, los permisos que le eran concedidos y a ello añadir que figuraba en los primeros sitiales del cuadro de honor, eran algunas razones que ningún buen e impulsivo joven ignoraría al momento de armar trifulca. Sin embargo, hasta ese día no había sufrido maltrato alguno y sabía que todo se debía al grupo de amigos cerca. Un grupo peculiar que se cuidaba entre sí y no arrastraba problemas con el resto, al menos no graves.


A pesar del carácter impulsivo de Kirk, el menor de todos; el cual se complementaba, por coincidencias catastróficas de la vida con la braveza de la única chica del grupo: Jasmine; y el también irreflexivo mayor: Sean; él un chico pasivo había logrado encajar y vivir una existencia pacífica por uno año hasta que aparecieran las dos mayores competencias que no sólo tambaleaban una posición irrelevante en el colegio sino que asestaban un golpe a su débil corazón.


Ese año, como no era inusual, habían ingresado nuevos estudiantes poco después de comenzar las clases formales. Había entrado primero un estudiante de intercambio, tildado como ascendiente de una familia europea magnate de algún negocio con buen control de todo un territorio exclusivo. Cierto o no, el rumor corría peligroso alimentado por el hecho que aquel muchacho era de poco trato. Un poco después, se había sumado la llegada de un segundo estudiante, quien si bien no logró eclipsar a la clase tanto como su predecesor, lo había hecho con una sola persona de manera definitiva. Hans, ese era su nombre, simple y ligero de pronunciar con poco esfuerzo. Los únicos comentarios circulados acerca de él devenían de una forzada confesión a modo de presentación que se le había hecho el primer día. Hans era un simple muchacho que tenía por único logro haberse emancipado y vivir por su cuenta por al menos un par de años. Los antecedentes y los reportes por constantes faltas configuraban bien un perfil de rebelde y problemático estudiante, pero Raoul había creído ciegamente que él era un estudiante más disciplinado y educado que el resto. 


– ¿Te sientes bien? –preguntó alarmada una delgada silueta al pasar por su pupitre. Raoul no había percatado la llegada de la rubia muchacha, ni su acercamiento evidente desde su escritorio. Alcanzó a ver la delgada mano de la rubia agitarse frente a sus ojos y luego sintió esos helados dedos recorrerle la frente. Era un gesto divertido que le recordaba a su madre, nadie como ella, o ambas, le hacían sentir protegido. No obstante, también lo embarcaban en una extensa travesía por la culpa, pues en esos claros ojos podía reflejarse y sentía el cambio, percataba su mueca frustrada y la tristeza disimulada tras esa. “No es nada” –negó la preocupación tratando de sonreír y se levantó para acompañar a los demás fuera del aula. Presentía que todos lo intuían, pero no podía asegurarse de ello sin arriesgarse y entonces temía por las reacciones, por el vuelco irreversible que podría su vida dar.


En clases y fuera de ellas se limitaba a recordarlo, a repasar instantes breves con una presencia compartida. Hans y sus opacos ojos verdes tras los cristales que llevaba, concentrado en llenar las expectativas de un maestro que no paraba de amonestarlo. Hans y su voz firme con un tono grave y modulado que lo envolvía completamente en cada palabra, con cada oración y cada pausa que retomaba para narrar un pasaje lejano o uno irreal.    


– Otra vez… lo ha hecho –un susurro corría y él lo tomaba con aprehensión cuando a un murmullo intrascendente se sumaba un solo nombre. Volteó con el cuidado escaso que disponía debido al ansia de encontrarlo, de confirmarlo salvo y conjeturarlo cerca nuevamente a él.


A una distancia prudente, el maestro delegaba funciones al presidente de la clase para pasar un comunicado o reprimenda por las faltas. Una hoja de papel doblada contenía la dirección del impertinente muchacho. Cuánto deseaba entonces Raoul, ser otro en vez de ese debilucho muchacho resguardado por amigos mucho más resaltantes que él mismo. Añoraba otra vida y olvidaba lo buena que creía la suya. Desvariaba la lógica y deseaba por un instante, intercambiar roles, moverse en contra las reglas y la naturaleza misma que lo había dispuesto así. En un repentino segundo caía el mundo y en otro se reconstruía para atormentar su avidez de ilusión.  


– …puedo adivinarlo con los ojos cerrados –insinuó repentinamente Sean y el de brunos cabellos recibió el gesto del mayor, aprensivo y demasiado confundido para discernir a lo que se remitía la última parte audible de la oración.



Días… meses… años… Trató de hallar el momento en que todo se había vuelto irremediable. Respiró intranquilo. Tal vez el día que deseo a  Hans su lado había sido el día que la fatalidad decidió advenir paciente y cruel. 

Notas finales:

Gracias por leer. 

Y disculpas por algunos errores, creo que tengo un serio problema con los tiempos pasado y la puntuación. XD


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