Look at the stars,
look how they shine for you and everything you do.
Coldplay, Yellow
Shine
***
Él se encontraba ahí, a un metro de distancia. Con los soñolientos ojos tratando de mirar hacia la pizarra, pretendiendo que comprendía a la perfección aquello que esa anticuada profesora de química explicaba con su tan desagradable voz.
Ahí estaba, sentado en la butaca delante a la que se hallaba perfectamente alineada a mi lado. Las palmas de las manos le servían como un delicado cojín para su afilada barbilla. Sus uñas oscuras brillaban entre aquel mar cristalino que eran sus tiernas mejillas.
Sus cabellos, ligeramente despeinados gracias a la tibia corriente de aire que brotaba desde el ventilador que colgaba en una esquina del aula, resplandecían como hilos de oro.
Brillaba. Ese chico brillaba como una estrella en una hermosa noche oscura. Brillaba más que un diamante. Brillaba más que lo escarlata de la sangre. Brillaba. Y brillaba solamente para mí.
Debajo de ese cabello se ocultaban un par de pequeños luceros que nunca habían sido explorados por mi inexperto y torpe atrevimiento, pero que a cada momento me tentaban a ultrajarlos.
Alguien interrumpió la clase e hizo un comentario gracioso respecto a algo que la profesora había errado en comentar. Con aquello pude observar esos pétalos rosados separarse para emitir una débil risa.
En mi corazón, también se formó una sonrisa.
Rápidamente, giré la mirada hacia el frente y fingí mirar lo que había en la pizarra. Aún lo observaba por el rabillo del ojo.
Él estaba tan cerca, solamente a un metro de mí, sentado en la butaca delante a la que se encontraba a un lado mío. Tan perfecto, tan brillante.
Y tan oculto.
La profesora llamó la atención de los estudiantes y todos escuchamos atentamente los siguientes minutos de la clase. Cuando la profesora giró y comenzó a anotar los ejercicios a realizar, mi compañero de un lado me golpeó con el codo. Lo observé y él me hizo un ademan para que mirara en dirección a la puerta abierta.
Ahí estaba la hermosa chica a la que pretendía. Mientras mantenía la sonrisa rosada y los ojos grises palpitando de entusiasmo, me saludó alzando una mano y zarandeándola ligeramente. Yo respondí al saludo de la misma manera, sobreactuando una alegría que ella no podía producirme por más que tratara.
La joven se alejó riendo por la vergüenza que le ocasionaba que yo la mirara.
Cuando se fue, mi compañero volvió a golpearme con el codo y rio, para luego susurrar "estás como un loco".
Yo solo reí, con falsedad que era exclusiva para mí. Di un largo suspiro y cerré los ojos un instante. Al abrirlos nuevamente, volteé sutilmente a mirar a aquel chico castaño tan cerca de mí.
El joven tenía la mejilla recargada sobre su mano izquierda, y bajo el flequillo de su cabello, sus ventanas claras estaban completamente cerradas, mientras los labios rosados se encontraban ligeramente entreabiertos.
— ¿Alguien podría despertar al joven Takashima? —Masculló la profesora.
Risas por todo el salón ocasionaron que una confusa mirada resurgiera de entre la profundidad de sus sueños. Yo también reí, mientras observaba libremente cómo él, un poco apenado, se giraba por completo hacia el pizarrón y pretendía que en esa ocasión, terminaría de escuchar todo lo que la profesora decía.
En pocos minutos, la clase finalizó. Recogí rápidamente mis cuadernos y los metí con descuido dentro de mi bolso. Observé de reojo cómo Takashima se alzaba de su asiento con la mochila a su espalda.
Se hizo un mechón de cabello hacia atrás y lentamente alzó la mirada. Sus distraídos ojos avellana chocaron con los míos y no conseguí escapar de aquel delicado pestañeo.
El castaño me sonrió con sus amables y brillantes luceros, llenos de tantos misterios enterrados bajo la armonía de una estrella.
—Hola, Yuu —dijo.
—Hola —respondí en automático.
Amplió su sonrisa mientras cerraba ligeramente los ojos al alzar sus finas y blanquecinas mejillas. Se dio media vuelta y caminó hacia la salida del aula.
Y me quedé ahí, con el corazón latiendo como loco y la sonrisa delatando mi más grande secreto.
Mi devoción por él estaba oculta. Pero, aún así, brillaba. Brillaba día tras día, hora tras hora. Brillaba cada vez que lo encontraba, brillaba cada vez que lo miraba, brillaba cada vez que le hablaba. Brillaba cada vez.
Brillaba adornando el cielo nocturno.
Mi amor por él brillaba, porque él, secretamente, brillaba solo para mí.