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Ni tan Bella, ni tan Bestia. por xGoldenDreamsx

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Notas del capitulo:

¡Capítulo dedicado a Danuva, Mii-kun, y a Luckypanda!

Gracias por elegir leer esta historia. ¡Disfruta de la lectura!

Fecha: Lunes, 7:00 A.M.

Kuroo.

No importaba cuántas balas chocaran contra el gigantesco animal, ninguna lo hería lo suficiente, y en menos de dos segundos ya había decapitado a tres soldados de solo una mordida. Era una especie de felino enorme, casi tanto como un dragón, con el pelaje alborotado y varias capas de pelo en el pecho. Tenía dos colas enormes, enrolladas entre sí, que terminaban en un color carmesí natural. Los hombres gritaban, desesperados al entender que no ganarían esta vez, que no saldrían vivos de allí, que habían jugado con algo que no se debía tocar.

Sus orejas eran felinas, y el color allí también se volvía de color carmesí como en la cola, su hocico también tenía este color, pero no era natural. Lo demás, era completamente negro. Enterró sus uñas en el cuerpo inerte de un soldado, que aún seguía moviéndose debajo de él, al parecer no había muerto instantáneamente. El soldado miró los ojos de La Bestia, amarillos, con una fina raya negra partiéndolo por la mitad, era como ver el interior del infierno.

Luego, los ruidos cesaron. Uno, dos, cuatro, seis… contó seis cadáveres.

La bestia respiraba agitadamente, había recibido flechas en su pecho, nada grave, pero hacer esas cosas le subía la adrenalina al máximo. Sus instintos más primitivos salían a la luz, la rabia, la ira, el deseo, la venganza… la crueldad. Todo se mezclaba en su interior para crear un monstruo destructivo, sediento de sangre.

Eso es lo que era, no había nada más en su interior, ningún encantador príncipe  que sacar debajo del disfraz de monstruo.

Intentó calmarse.

Siempre alerta, sintió el viento en su costado producto de un torpe agitar de alas. Cayeron un par de enormes plumas negras al suelo, demostrando lo cansado que se encontraba el cuervo. Visualizó a su compañero de toda la vida, un chico de tez blanquecina, hermoso, orejas puntiagudas y las singulares alas en su espalda. Las finas manos del muchacho presionaron las heridas de La Bestia, tapándolas con hojas cubiertas de algún aceite de árbol, eran hojas curativas. No solían hacerle mucho efecto al monstruo, pero lo relajaba y por lo menos cicatrizaba las heridas. Sin embargo, el dolor era constante.

—Por mientras aguanta con esto, no creo poder hacer más en este estado. —Murmuró el cuervo.

Poco a poco el monstruo gigantesco comenzó a desvanecerse, como si de un espejismo se tratara. Nadie podría creer aquello: debajo de La Bestia había un hombre.

Sin embargo, no era hermoso, ni se encontraba bajo ningún hechizo. Él había nacido así. Él era La Bestia, y nadie podría cambiar eso. Lo único que conservaba de su apariencia anterior eran unos colmillos un poco más grandes de lo común, pero nada demasiado raro entre los humanos. Algunos tenían una lengua larga, él tenía los colmillos largos. Podía camuflarse perfectamente entre ellos.

—Kuroo… —Su cabello era peculiarmente anaranjado. Y tenía una mirada fría, opuesta a lo común. — Sé que te lo he dicho antes, pero tienes que evitar matar a los humanos.

—Mira lo que estaban haciendo, Hinata.

Como si nada, se agachó sobre un cadáver y lo levantó, tirándolo hacia un lado. Debajo de éste había un frasco transparente que estaba roto, lo tomó con cuidado, adentro había una criatura diminuta que lo miraba con unos ojos enormes. Un Hada. Aún respiraba, pero su latir se iba haciendo cada vez más lento, pues tenía un cristal roto enterrado en el estómago gracias a la caída. Para tan pequeña criatura, el roce de un cristal es letal.

Hinata se llevó las manos a la boca. Tembloroso.

—Hay más. Busca a las que sobrevivieron.

Mientras Hinata se obligaba a buscar entre lo que quedaba de los cuerpos un pequeño grupo de animales traía la ropa de Kuroo, que por emergencia, siempre tenía que dejar en los bosques. Él se vistió rápidamente (después de transformarse quedaba desnudo), y de forma cansada agradeció a los animales. Notó, sin embargo, que la ropa que tenía estaba algo dañada y se le venían algunas marcas en su pecho producto del conflicto. Apretó su ropa un poco más e intentó esconderlo, pero no le dio más vueltas al asunto.

Entre él y Hinata asistieron a todas las hadas que encontraron con vida, algunas estaban muertas antes de que Kuroo llegara a salvarlas, puesto que cuando se veían expuestas a un gran peligro sin fin estas se suicidaban.

Sus cuerpos eran diminutos, de un color verde o azul, de distintos tonos de la naturaleza para camuflarse. Eran famélicas, con ojos brillantes, y algo de cabello del mismo color de su piel. Sus alas eran invisibles. Eran de las pocas especies de hadas que quedaban allí.

Hinata habló.

—No sé… no sé qué haríamos sin ti, Kuroo. ¡Gracias por cuidarnos! —Le sonrió como típicamente solía hacer, siendo el único brote inocente en medio de aquel triste lugar. —Pero… ¿Por qué cada vez llegan más soldados? Tenía entendido que nadie entraba al bosque, por terror.

—Lo hago por mí. No por ustedes. —Suspiró. — Mientras he estado infiltrado como cazador entre los humanos he descubierto cosas interesantes. La primera es que esos ricachones engañan a los ciudadanos como bebés.

—¿Por qué?

—La ciudad se divide en tres tipos de persona. La primera: Las que no le interesa el bosque, no creen en sus leyendas o algo así, pero le teme al creer que hay criaturas salvajes. Lobos, panteras, leones, incluso, una vez oí algo sobre elefantes… —Se ríe. — Como sea, el caso es que saben que si entras aquí, no sales con vida.

— ¡Ese rumor no es del todo cierto…! —Murmuró el cuervo, infantilmente.

—La Segunda: Está desesperada por entrar al bosque, creen que con armas, soldados, leyes políticas estúpidas y fuerza bruta pueden reclamar un territorio como suyo. —Frunció el ceño. — Éstas tampoco creen en las leyendas, pero quieren destruir el bosque. Así son los humanos, se aprovechan de los regalos de la naturaleza y no los respetan como es debido.

—No todos son así. —Respondió el otro enseguida, serio.

Kuroo lo ignoró.

—Las terceras: Son las más difíciles de encontrar, pues tienen a todo el mundo manipulado. Saben perfectamente las cosas que hay en este bosque, y envían gente especial a investigar. Lo guardan como un secreto. ¿Quién querría compartir los “lujos” y “maravillas” que tiene este lugar? —Apuntan a los soldados, con asco. — Este tipo de personas son. Venían preparados para llegar y llevarse todo lo que encontraran. Alguien les ha dicho lo que había aquí.

— ¡¿Quién podría ser?!

—Alguien viejo, supongo. ¿Te acuerdas cuando estábamos en paz con las personas? Podían entrar y salir cuando quisieran. Alguien que conozca estas leyendas y tenga el suficiente poder como para comprobarlo. La familia Kageyama, por supuesto.

El más bajito se alertó. Sus ojos resplandecieron, como si algo hubiera despertado en él.

—No hablarás de Tobio Kageyama, ¿no?

—Es probable.

— ¡Kuroo!

Ahora estaban cerca, mirándose de forma desafiante. Kuroo se inclinaba sobre el menor y le mantenía la vista, examinándolo. El cuervo mantenía una calma atemorizante, contraria a su revoltosa personalidad, lo que significaba problemas. La Bestia no se inmutó.

—Me prometiste que no le harías daño a Tobio.

—Las promesas pueden romperse. —Entrecerró los ojos, despreocupado. —Si la situación lo demanda, lo mataré.

—Te lo prohíbo.

Las alas del cuervo se expandieron con rudeza, agitando el viento en un movimiento veloz, como diciendo: “Mírame, aquí estoy.” Era magnifico y aterrador. Uno no tenía que dejarse llevar por su apariencia inocente, ni por su tamaño, él es grande. Más grande y fuerte que cualquier otro animal. Y en ese momento, lo estaba demostrando. La Bestia se esforzó por no empezar un combate allí mismo, su postura seguía igual de desafiante, burlesca, y violenta. Ellos habían establecido un acuerdo de paz desde hace mucho, jamás habían discutido, y por un tonto humano no lo arruinaría.

—Tú ganas. —Sonrió de lado, mostrando sus colmillos. — Aunque, no sé qué interés tienes en ese humano. Algún día debes contarme esa historia, sería un placer oírla. Ya sabes, para divertirme un rato.

Hinata se rió, más relajado. Volvía a tener ese gesto infantil en el rostro. Sin embargo, no pudo disimular el dolor que tuvo por estirar una de sus alas.

—Mira lo que te hicieron, Hinata, estás herido.

—Se me pasará. —Sonrió, decidido.

—Eso espero, no juegues mucho estando así, ¿bien?

Comenzó a recoger sus cosas.

— ¿A dónde vas ahora? —Inquirió el cuervo. — ¡Tienes que deshacerte de los cadáveres! —Arrugó un poco la nariz, cómicamente, con un gesto de asco mientras evitaba mirarlos. — ¡Huele horrible! No quiero mi bosque manchado.

La Bestia se rió. Posiblemente se los comería después.

—Voy tarde. ¿No te enteraste? —Le guiñó el ojo. — Hoy se celebra el reencuentro de tu príncipe y mi bella.

.  .  .

 

Ah, humanos.

Todo olía a ellos, todo estaba construido por ellos, establecido por ellos, controlado por ellos e incluso destruido por ellos. Caminaba por las calles impregnadas de gente, puesto que se encontraba en el barrio comercial. En estas épocas del año, con todo el frío, lo mejor era abastecerse de varios bienes para así pasar el invierno sin problemas, por ende la venta de productos era escasa y la compra necesitada.

Desde otro punto de vista, los únicos estúpidos que seguían haciendo lo que sea por recolectar algo de comida para el invierno eran los pobres. Los ricos, por su puesto, tenían de sobra. No entendía cómo las personas de ahora se conformaban a ese sistema lleno de injusticias y corrupto, eran tan cobardes que ni si quieran podían armar una revuelta y arreglarlo ellos mismos. Solo dar lástima.

“Patéticos”, pensó.

Caminó un poco más, según le habían informado, se requería a la mayor cantidad de exploradores, cazadores, y demás especializados en el castillo de los Kageyama. Puesto que hoy se haría una expedición muy importante para atrapar a esos “lobos”, además, ganabas mucho dinero por hacerlo. A él no le importaba, pero era una buena forma de investigar y eliminar al enemigo al mismo tiempo.

Un perro le comenzó a ladrar, y cuando lo miró, éste comenzó a gemir de terror, retrocediendo con la cola entre las patas. Unos niños lo quedaron mirando raro. Sonrió para sí mismo.

Después de media hora de viaje llegó al lugar (mucho más rápido de lo esperado gracias a que se sentó en la parte de atrás de un carruaje sin ser visto). Ya lo había visto antes, de hecho había estado cuando lo construyeron, y conocía a la mayoría de sus propietarios. Pero los Kageyama eran diferentes, sabía que su sangre era maliciosa, desde que llegaron las cosas empeoraron drásticamente y por eso les guardaba un profundo rencor.

Avanzó relajadamente hacia allí, mientras antes terminara mejor. Él prefería los lugares sucios, solitarios, sin lleno de problemáticas personas y lujos innecesarios. Prefería el bosque.

—Disculpe, no puede pasar sin una invitación. —Lo detuvo un amable sirviente. — Hoy es un evento especial.

Resopló en respuesta.

Claro, hoy la persona más bella de la ciudad se encontraría con el príncipe, y luego se casarían para ser felices para siempre. Lo sabía muy bien, la gente no dejaba de hablar de ellos. Pensaban que la nueva generación tomaría el mando y sus problemas se solucionarían, depositaban todas sus esperanzas en personas que sólo conocían por el nombre y por lo que decían de ellos. Era sumamente estúpido.

Una imagen fugaz de una niña pasó frente a sus ojos, sentada en las piedras de una cascada, implacable. Ella recogía piedras que encontraba interesantes y las guardaba en un canasto. No sonrió en ningún momento, pero sus ojos brillaban.

 Kenma Kozume, pensó. Y borró el recuerdo al instante.

—Vengo por el anuncio de exploradores. —Sonrió, como diciéndole: “muévete o te muevo”.

El sirviente lo examinó con desconfianza, pues a simple vista ese chico intimidaba, dándole una oscura sensación. Al parecer, a la gente se le juzgaba por la apariencia, y a veces acertaba.

—Creo que tendrá que esperar un poco. —Contestó, finalmente.

—Déjalo pasar, John.

Ahí estaba, el famoso Tobio Kageyama. Lo miró una vez, luego le dio la espalda y avanzó hacia el interior. Se veía desgastado, y avanzaba con mucha prisa, quizás qué cosas había estado haciendo antes. El sirviente lo miró impresionado y retrocedió, haciendo una reverencia mientras invitaba a Kuroo a pasar. Éste lo miró, divertido.

—Sí, John, déjame pasar. —Le sonrió una última vez con burla, pues nunca dejaba pasar los momentos en que podía provocar a alguien.

Kuroo ni si quiera prestó atención al lugar, pues lo había visto tantas veces que le resultaba aburrido. Lo único que se escuchaba era gente acomodando los últimos detalles para la fiesta e invitados que llegaron antes. Lo único que le llamó la atención fue una mujer de cabello corto, rubio, que lo miraba fijamente desde el otro lado. No la conocía, pero parecía sonreírle.

No le prestó más atención.

— ¿Y? ¿Acaso vamos a tu cuarto y sellaremos el trato con un beso? —Preguntó la bestia, con claro propósito de hacerlo enojar. Sin dejar de sonreír.

Kageyama ni si quiera lo miró. Bueno, quizás era un hábito de príncipes no mirar a nadie. Ya era la segunda vez. Observó el andar del príncipe con interés, tenía los hombros tensos y los puños apretados. ¿Por qué está tan enojado?

Mientras iban esquivando gente, él habló.

—Tienes suerte de que estuviera allí afuera. Tenías que estar aquí 30 minutos antes.

—Bah, detalles. ¡Me dormí un poco, ni si quiera me peiné!

Llegaron a una puerta de cemento que sobresalía por el producto de varias piedras colocadas alrededor y dentro de ésta, lo que la hacía ver algo deforme. También contaba con una clase de diminuta ventana con rejas como las que tienen los calabozos. Al entrar, había una habitación llena de armas de distinta clase. Silbó, impresionado.

Con cien soldados y éstas cosas podrían hacerle bastante daño.

—Tienes permitido tomar lo que quieras. —Se sacó los guantes, tenía quemaduras en las manos, y le entregó una pistola. Cuando lo miró, Kuroo se dio cuenta de que sus ojos eran muy oscuros. — Supongo que sabes usarla.

Cuando tuvo la pistola en sus manos, dejó de sonreír. Recargó el arma comprobando que tenía balines de plata y apuntó al príncipe con ésta. Lo miró fijamente, sintiendo el deseo de dispararle y ver la sangre fluir de su pecho, no podía ocultarlo, sus ojos demostraban todo lo macabro que escondía en él.

—¿Vas a dispararme? —Preguntó, Kageyama, sin inmutarse. — En medio de mi castillo, qué valiente.

Sonrió cínicamente.

—Nah. Está con el seguro. —Balanceó la pistola entre sus dedos, sin dejar de apuntarlo de forma desafiante. — Sólo quería asegurarme de dejarte claro que sé usar cualquier tipo de arma.

—Eso es bueno. No serás tan inútil.

Le dieron ganas de reírse ante ese comentario. Si supiera cuántos años lleva vivo… cuantas cosas ha tenido que vivir y hacer. Por su propio bien se controló, bajando el arma mientras se apoyaba contra la pared con un gesto despreocupado.

—Bien, me tienes. Explica qué haremos.

Para suerte de ese cazador, Kageyama tenía muchas cosas en la mente como para preocuparse de un maleducado, irrespetuoso y soberbio hombre. Que seguramente solo estaba allí por el dinero, ninguna de las personas que había conocido tenía la voluntad de salvar a alguien o ser un héroe, todos se interesaban por el beneficio propio. Y se aprovechaban de las desgracias de los demás.

Por eso mismo, acabaría con eso rápido y así podría ir a hacer cosas verdaderamente importantes. Más importante que unos simples lobos. Mucho más.

—Primero, déjame advertirte que no es seguro que regreses vivo a tu hogar. Y si lo haces, enhorabuena, te llevarás 5 kilos de oro en monedas reales. Como prometimos. —El príncipe comenzó a limpiar un cuchillo, al parecer, eso lo relajaba. Pues continuaba con su semblante serio. — Tienes permitido elegir cualquier arma de aquí, aunque después tendrás que devolverla. Y no intentes robarlas, te revisarán de pies a cabeza apenas des un paso afuera. También hay abrigos y cosas más adecuadas para desplazarse en la nieve, eso puedes quedártelo.

— ¿Cuántas personas irán?

—Seis cazadores expertos, contándote a ti. Tres exploradores y dos docenas de soldados, sin contarme a mí. —Suspiró. — En éstas fechas, muy pocos quieren salir, y menos al Gran Bosque.

“33 personas, eh.”, pensó. Sin contarse a sí mismo.

—Saldremos a las 6. Quédate aquí o ve al jardín, pero no recorras el castillo. O los guardias te echarán a patadas. —Dijo en un tono amenazante.

—Sí, sí. Jamás podría desobedecer al príncipe.

En cuanto Kageyama salió, y dejó a la bestia sola en ese lugar, lo único sensato que podía hacer en ese momento era comenzar a reír como un lunático. Los humanos eran tan fáciles de manipular y engañar, sus mentes seguían un patrón simple. Obedecían las reglas morales impuestas por ellos mismos y se guiaban por lo que hacían los demás. Controlarlos era sumamente sencillo.

Saboreó sus labios.

Hoy mataría a 33 personas.

.  .  .

 

Obviamente no obedeció las órdenes de quedarse allí. Era inevitable, nadie podía dejarlo quieto. Había caminado un rato por el castillo como gato callejero hasta que se encontró a la mujer más hermosa que había visto jamás, y la reconoció enseguida.

Kenma Kozume.

Sí, la conocía desde que era una niña. Cuando tenía 8 años se escapaba de su casa y se metía al bosque, pero en su inocencia cruzaba los límites y terminaba introduciéndose al Gran Bosque. Siempre iba al mismo lugar, hacia la cascada. Al principio él ignoraba ese tema pero tenía todo el día al molesto del enano hablándole sobre esa niña, hasta que al fin, un día accedió a verla.

No había nada del otro mundo. Pero ver a un humano tan puro, una persona sin un arma o actitudes deshonradas, solo provocaba un interés en su curiosidad. Sin darse cuenta, la mayoría de los días que ella entraba al bosque la vigilaba desde lo alto de un árbol mientras veía que nadie más ensuciara su bosque. Pero un día, ocurrió una desgracia.

La niña se cayó mientras jugaba y se partió la cabeza. Sangraba mucho.

La Bestia, en contra de todo pronóstico, fue la primera en ir veloz hacia el lugar. Tomó a la niña en sus brazos, sin decir ninguna palabra a nadie, ni si quiera al cuervo.

Y la salvó.

La niña, al estar inconsciente, jamás supo quién la dejó en su casa. Pero jamás regresó al bosque de nuevo. Ninguna criatura de allí supo qué pasó, o el porqué de su ausencia, a excepción de uno.

Fue un secreto.

Al final, se acercó a la chica con su actitud de siempre, fingiendo no conocerla. De hecho, no lo hacía. Había pasado tanto tiempo y ella estaba completamente cambiada. Sus ojos lo cautivaron al instante, pues tenían un inusual color dorado y pupilas eran afiladas, dándole un toque salvaje y peculiar. Pero no transmitían emoción alguna. Le disgustó la manera en que no tenía actitud, parecía una muñeca vacía que solo contestaba porque debía hacerlo, como si fuera guiada por hilos invisibles a cada momento. ¿Cómo había terminado alguien tan inocente así?

“Qué trágicamente interesante”, pensó.

Desapareció en cuanto ella le dio la espalda, sin percatarse de que estaba siendo observado por el mismísimo príncipe. Recorrió el castillo con aburrimiento y pensó que quizás debería robarse algunas cosas. Sería divertido dejarlas tiradas en algún lugar y ver cómo la gente se peleaba por solo un objeto. O podría actuar a lo Robin Hood y robarles a los ricos para entregárselo a los pobres.

Se rió ante esa idea. Él no era un héroe. Menos de los humanos.

Paseaba con una clase de cadena de oro en la mano cuando vio a los enamorados desde lejos. Él, con un apuesto traje negro que terminaba en punta sobre la parte superior de sus muslos, decorado con botones dorados en el pecho, y dos curvas en sus hombros que le caían como cabello. Ella, tenía el cabello perfectamente arreglado a excepción de algunos mechones que le caían en la frente, rebeldes. Su vestido era de color zafiro, y se movía elegantemente a cada paso que daba mientras danzaba. Su cuerpo se movía fluidamente con la música, dando la sensación de que ella misma la creaba, y sonreía.

Le dio asco su felicidad. No podía ver como sonreían y simulaban estar enamorados, como si se tratara de un cuento de hada perfecto. Pensó en lo estúpidos que se veían todos celebrando algo tan superficial como aquello y reemplazarlo como una adorable perfección. Gruñó.

En realidad el príncipe era doble cara, y la Bella una falsa.

Prefería seguir siendo una bestia.

Sin darse cuenta, quebró la cadena de oro.

.  .  .

 

Había una fila de hombres amontonados frente al castillo, de distintas edades y estaturas. Algunos se quejaban del frío que hacía, otros fumaban un cigarrillo mientras hablaban de mujeres, y los más temerosos se apartaban un poco del grupo para quedarse en silencio. La mayoría no se conocía entre ellos (a excepción de los soldados), y cada uno era muy diferente del resto. Lo único que tenían en común era que portaban armas y estaban abrigados de pies a cabeza.

Ya eran las 6.

—Si alguno se arrepiente, es mejor que se largue ahora. —Una voz profunda los alertó. Kageyama los observaba seriamente a cada uno, esperando cualquier titubeo. — En ese caso, vámonos.

Kuroo avanzó, sin poder ocultar una sonrisa maliciosa.

Era hora de la cacería.

Notas finales:

¡Lo lamento por la tardanza! Fue el cumpleaños de mi amigo y quería salir conmigo para celebrarlo. Entonces perdí un día de escritura, pero lo retomé cuando pude (Hoy).

Quiero informar, por si acaso a alguien le disgusta que describa a Kenma como mujer, que es solo el principio y de a poco los personajes se darán cuenta de que es hombre. ¡Sólo hay que esperar!

Bueno, saludos y besitos a todos.

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