[Kai]
Durante mucho tiempo no me importó demasiado el hecho de que sólo pudiera hablar contigo mediante textos cortos, o llamadas rápidas y esporádicas. Creí que así me sentía bien, y asumí tontamente que tú igual pues nunca te quejaste. A veces intercambiábamos correspondencia a pesar de que ya no era un método común y mucho menos eficiente; pero era realmente lindo leer la forma en que torpemente me expresabas tus sentimientos, a veces muy cursi, a veces muy extraño; a veces yo era un maldito frívolo que no sabía cómo corresponderte y la mejor opción era no devolverte una respuesta.
Aun así, a pesar de que nunca te lo dijera, cuando miraba por la ventana en las tardes frescas de verano, me preguntaba constantemente por qué es que estabas tan lejos, y pasaba de las preguntas sin respuesta a las quejas frente al espejo de haber nacido en la prefectura equivocada. No podía acostumbrarme a estar tan lejos, algo me hacía falta, alguien me hacía falta, y seguir hablando por textos ya no era suficiente. Quería perseguir el aroma de tu loción por los senderos de Japón hasta estar contigo; pero eso ni siquiera era posible porque no sabía tu dirección.
Quería estar contigo y no a través de una pantalla, quería sentir el latir de tu corazón al punto de poner nervioso al mío. Quería decirte muchas cosas y no por llamadas, quería tocar esos regordetes labios en forma de corazón que se arrugaban cuando te hacia enfadar… Pero más tardaba en pensarlo que en notar lo solo que estaba sin ti, leyendo las motivantes palabras para seguir viviendo hasta conocernos en un escueto e-mail.
Me sentía inquieto cada que pensaba en lo lejos que estabas, y parecía aún más lejano el momento de encontrarnos cuando me sentaba en la arena a mirar el inmenso mar; y lo único que me hacía sentir paz, era saber que al menos nuestras almas estaban viviendo juntas bajo en gran manto nocturno iluminado por la luz de la luna. Los rumores que corrían en los pasillos del instituto a veces me afectaban más de lo que esperaba; y supe que nada podía estar bien cuando escuché que el amor a distancia es una total farsa y mi corazón casi se me sale del pecho.
Entonces me ocupe del asunto y conseguí un trabajo de tiempo parcial, no importaba lo duro que era limpiar lozas y mesas, o los gritos de mi jefe cuando rompía los platos y vasos, o incluso el de los clientes cuando por accidente derramaba la comida en la mesa o su ropa; y mucho menos las reprimendas de mi madre por comer poco y dormir nada, porque así la tortura de esperarnos parecía menos pesada y tu voz se me antojaba más dulce en cada llamada.
Aunque al inicio no le di ninguna explicación a mamá por conseguir trabajo, los suspiros me delataron y pasó de los regaños a la preocupación; pensó que me estaba excediendo y mi salud empezaba a decaer; pero cuando le conté que la razón eras tú, ella me sonrió y se fue sin decidir nada. Me sentí realmente afortunado por tener una madre como ella.
Mis inquietudes regresaron cuando mis hermanos empezaron a ausentarse por la tarde o la noche. Por una milésima de segundo consideré que ellos me odiaban por ser gay, y la probabilidad de que me estuvieran evitando era cada más alta; pero después de un par de meses comprendí que sus rostros reflejaban cansancio y no odio cuando me dieron un boleto para viajar a Mie. Noté que ellos habían trabajado a medio tiempo para ayudarme, y ¿sabes?, por segunda vez me sentí afortunado por tener una familia como ellos.
Después de obtener la dirección de la cita, empaqué una maleta con lo indispensable; me importó poco que se tratara de vísperas de Navidad, sólo quería sentir tu calor en el frío invierno. Quizá ver tantas películas románticas desarrolladas en ésta época, hicieron que me creara una escena para nuestro encuentro; por tal motivo no esperaba ver en el lugar acordado a una adorable botarga de reno, bailando y repartiendo dulces y globos a los niños que pasaban.
¿Yuu? Pregunté en un hilo de voz, esperando que no fueras tú, ¿dónde había quedado mi escena cursi donde corrías a abrazarme y luego nos dábamos muchos besos? A cambio de eso recibí un acalorado rostro, lleno de sudor y unas mejillas sonrosadas que chocaron en un tacto suave mis regordetes cachetes; además me extendiste un traje de Santa y me obligaste a usarlo en que le terminaba tu jornada. Y aunque destruiste mi ilusión, me sentí feliz de al fin estar a tu lado; de tener mi corazón al mil y por primera vez, sentirme uno solo contigo.
Ahora que somos adultos tengo muchas cosas que agradecerte, tantas que me son difíciles enumerar; pero como cada Navidad que te dejo una carta, agradezco que te hayas quedado conmigo durante todo este tiempo y que me ames a pesar de lo horrible que puedo ser. A ti Shiroyama Yuu, te culpo que Navidad sea mi día favorito de todo el año, porque tú la haces como el platillo Special Supreme del restaurante donde trabaje.