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Cachorros por Tenshi Lain

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Notas del capitulo:

Notas en negativo:

-Los personajes de YUGIOH! son propiedad de Kazuki Takashi, solo los utilizo porque ADORO el SetoXJoey.

-Esta Historia contiene Shonen Ai, si no te gusta, ya sabes donde está el botón para salir, si te gusta ¡disfrútalo!

Cachorros.

By Tenshi Lain

Cap. 1

Los dedos se deslizaban rápidamente por el teclado mientras en la pantalla se formaban párrafos llenos de números y datos referentes a su último proyecto en curso.

Era una tarea un tanto tediosa y repetitiva, pero tenía que hacerse. La presentación era en pocas semanas y todo debía estar resuelto antes del fin de semana.

No podía permitirse el lujo de dejar aquella tarea en manos de algún incompetente empleado que lo echara todo al traste por su incompetencia. Por eso prefería hacerlo él mismo.

"Si quieres algo bien hecho, hazlo tu mismo" Así rezaba el refrán y así lo acataba.

Tan concentrado estaba en su trabajo que no se percató de que la puerta se abría lentamente y una menuda figura entraba en el despacho. La sombra intrusa se aproximó sin hacer ruido al escritorio y quedó parada justo detrás del asiento del ocupado empresario.

El pequeño cuerpo se recargó sobre el brazo del sillón y una voz dulce preguntó.

- ¿Qué haces?

- Trabajar - contestó sin apartar la mirada de la pantalla.

- ¿En que?

- En cosas de mayores.

- Ah... - fue la breve respuesta.

Sin embargo, en vez de apartarse y salir del despacho, se quedó en el sitio mirando como la pantalla se iba llenando de palabras sin sentido. Al cabo de unos minutos, el joven de cabellos castaños se quitó las gafas y las dejó sobre el escritorio mientras apretaba los ojos en signo de cansancio.

- ¿Qué quieres?

- Nada.

- ¿Entonces por qué has venido a mi despacho?

- Pensé que estarías muy solo y vine a hacerte compañía - dijo encogiéndose de hombros.

Se quedó mirando fijamente a su visitante un rato y finalmente le dedicó una de sus muy escasas sonrisas. Una de aquellas que muy pocas personas le habían visto y muchas menos, podían presumir de haber recibido.

Alargó la mano y acarició sus rubios cabellos que caían sueltos hasta sus hombros, mientras el rebelde flequillo ocultaba sus hermosos ojos de color marrón claro. Una dulce sonrisa se dibujó en sus labios al sentir la cariñosa caricia.

- ¿Tienes hambre? - preguntó el hombre.

- Un poco.

- Pues vamos a buscar tu merienda.

- ¡Si! - dijo con una sonrisa mientras salía delante de él por la puerta del despacho.

Se puso en pie y estiró sus brazos por encima de la cabeza. Ciertamente era un hombre atractivo. A sus 26 años lucía una figura alta y esbelta que hacía que a muchas de sus empleadas, se les cayeran los papeles de las manos cuando les pasaba cerca. A muchos aquello les parecía divertido, pero a él le fastidiaba ver perder el tiempo mientras recogían los papeles.

- ¡Venga no seas lento! - le reprochó una voz desde el pasillo.

Salió al pasillo con el ceño fruncido, dispuesto a reprender a aquel cachorro descarado por sus palabras, pero una vez fuera no encontró a nadie.

- ¡Te pillé! - dijo una voz divertida mientras unos finos brazos le rodeaban la cintura por la espalda.

- Me vas a tirar - le advirtió él al verse tambalear.

- Noooo... papá dice que eres demasiado orgulloso para caerte.

- Me parece que tendré que hablar con el deslenguado de tu padre - dijo con tono serio. Aunque solo consiguió una sonora carcajada muy similar a la de Joey. Hasta en eso se parecía a su padre.

La pequeña manita se asió de la suya y casi lo llevó a rastras hasta la cocina. Por el camino Kaiba contemplaba pensativo a aquella pequeña criatura que le cogía de la mano.

Tenía la altura justa para una niña de su edad, el cabello y los ojos de su padre, pero su tono de piel era algo más claro. Aunque seguramente se debía a que su padre pasaba mucho tiempo al aire libre. Su constitución también era como la de Joey, delgada pero fuerte. Tal vez si no fuera por aquel nervio que dominaba todos sus movimientos y le quemaba las calorías, no estarían tan delgados. Vestía una sudadera con capucha de color verde que él mismo le había regalado por Navidad y unos pantalones cortos que dejaban ver sus piernas delgadas y con algún que otro moretón causado por las caídas, propias de los juegos de su edad. Una tirita con dibujos de gatitos con pajaritas cubría un corte en su rodilla izquierda.

Aun recordaba la llantina de la pequeña al hacérsela. Pero era lo mínimo que podía pasarle después de tirarse de aquella manera por una costera en un "monopatín" casero, fabricado por uno de sus compañeros de clase. Sobra decir que el artilugio se fue desarmando a medida que bajaba la pendiente ¿qué otra cosa podía esperarse de algo hecho por un niño de 8 años a base de una vieja caja de madera y las ruedecillas de un carrito de muñecas?

Había tenido ganas de estrangular a aquel mocoso, pero la voz calmada de Joey se impuso impidiendo el infanticidio.

Sonrió con ironía ¿cómo podía ser que él, el famoso CEO de Kaiba Corp, el hombre de hielo de los negocios, perdiera los nervios de aquella manera ante el hecho de que la pequeña resultara herida?

"Porque eres sobreprotector" - esa había sido la respuesta de Joey. Y era cierto. Lo había sido con su hermano Mokuba cuando este no era más que un niño ¿cómo no iba a serlo con ella?

- Seto ¿Qué es tan gracioso? - llamó la voz de la niña haciéndolo regresar a la realidad. La pequeña lo miraba con curiosidad.

- Nada importante.

Llegaron a la cocina y la pequeña se soltó de su mano y corrió a saludar a la cocinera.

- Buenas tardes Hana - saludó alegremente.

- Buenas tardes Kari, señor Kaiba - dijo con su bondadosa sonrisa de siempre.

La señora Hana había trabajado al servicio de los Kaiba desde que el señor Gozaburo adoptó a los dos hermanos. Ella fue una de las pocas empleadas que se libró del despido, cuando el joven Seto se hizo con el control de la compañía. Y no podía ser de otra forma. La mujer siempre se las ingeniaba para hacerle llegar algo de comida a Seto durante los "entrenamientos" a los que era sometido por su padrastro.

Era un mujer con un inmenso instinto maternal, que siempre quedaba al descubierto al tratar con los dos hermanos y más recientemente, con la pequeña Hikari Wheeler (Kari para abreviar). Claro que era difícil no cogerle cariño a aquel bicho travieso de ojos dulces.

La mujer les sirvió un pedazo de bizcocho casero, leche para Kari y un café para el señor de la casa.

- Está muy rico - felicitó la niña con la cara sucia de migas - ¿tienes más?

- ¿No querrás comerte otro trozo? - preguntó Kaiba, por la expresión de su rostro estaba claro que no le dejaría.

- No es para mí, es para cuando papá vuelva. A él le gusta mucho el bizcocho - explicó dándole un sorbo a la leche y quedando con un blanco bigote - ¿cuándo volverá? - preguntó mirando directamente a los ojos de Seto.

- Estará de viaje hasta el viernes, tal vez llegue el sábado por la mañana. Y me temo que para entonces ya te lo habrás acabado.

La pequeña solo sonrió con picardía.

- Entonces le haré uno para cuando vuelva - dijo emocionada.

- No creo que sea buena idea.

- ¿Por qué?

- ¿Ya no recuerdas el desastre que se armó, cuando intentaste hacer una tarta para el cumpleaños de Mokuba?

- Pero quedó muy rica - se defendió -, a tío Mokuba le gustó mucho y a ti también, reconócelo.

- Si, vale. Pero aquel desastre no se volverá a repetir.

- Siiiii vaaale - dijo con tono cansado. Seto le dirigió una de sus miradas de advertencia, pero la niña ni se inmutó.

Estaba acostumbrada a aquellas dagas de hielo. Desde muy pequeña las había visto clavarse en las personas que no agradaban a Seto, pero sabía de sobras que ella si le agradaba. Por eso no les tenía miedo.

El restó de la tarde pasó con normalidad, siguiendo la rutina. Kaiba en su despacho trabajando y Kari sentada en los sillones del mismo haciendo los deberes. La niña bien podría hacerlos en su habitación en su cómodo y amplio escritorio. Pero prefería estar allí.

"Así te ayudo si tienes problemas" decía la niña y después se reía por la mueca que se dibujaba en el rostro del mayor.

Ya de noche y después de cenar, empezó la tarea más dura: hacer que la niña se fuera a dormir.

- ¡No quiero, aun es temprano! - protestaba desde dentro del baño.

- Ya pasan de las nueve y media - decía Seto desde el pasillo haciendo acopio de paciencia para no tirar la puerta abajo "Mañana mismo mandaré quitar los pestillos" se dijo a si mismo como nota mental -, se supone que tendrías que estar durmiendo desde las nueve.

- Hagamos un trato - dijo la niña.

- Habla - respondió con el mismo tono que empleaba en las juntas y reuniones cuando se definían los puntos en los contratos.

- Salgo del baño y me voy a dormir - dijo con cautela -, si me cuentas una historia.

- Acepto - dijo antes de que la pequeña se lo pensara mejor y decidiera añadir algunas cosas más.

El pestillo del baño crujió y al momento se abrió la puerta. La pequeña apareció con su pijama azul de ositos violinistas y lunas. Le dedicó una sonrisa al mayor y ambos se dirigieron a la habitación de la pequeña.

Era una estancia grande situada justo en el mismo pasillo en el que estaban las habitaciones de Seto, Joey y Mokuba. Una cama adoselada con una colcha azul oscuro con lunas y estrellas amarillas a la derecha. A la izquierda un escritorio, una estantería y un armario. Enfrente de la puerta, un gran ventanal con vistas al jardín trasero. Las paredes pintadas con suaves tonos ocres y anaranjados y en techo una simulación de un cielo azul con ligeras nubes blancas.

La pequeña se metió de un salto en la cama y se tapó esperando. Seto se sentó en una silla al lado de la cama y observó los libros de cuentos que había en la mesilla de noche.

- ¿Cuál quieres que te lea?

- Ninguno - dijo con naturalidad y Seto la miró con el ceño fruncido -. Te dije que quería que me contaras una historia - dijo mientras se recostaba - no que me leyeras un cuento.

- Yo no sé inventar historias como lo hace Joey - dijo intentando escurrir el bulto.

- Pues no la inventes - dijo llanamente -. Cuéntame algo de cuando eras pequeño.

- No creo que eso sea apropiado para ti - dijo con una sombras de tristeza en los ojos. Definitivamente relatarle los "entrenamientos" a los que lo sometía su padrastro no era la mejor idea.

- Pues de cuando ibas al cole - sugirió -, estabas en clase con papá, el tío Tristán y el tío Yugi ¿no?

- Ellos ya te han contado muchas de sus batallas, dudo que te diga alguna nueva.

- Pues... - dijo pensando. No lo iba a dejar marchar tan fácilmente, ella quería que le contaran una historia y no se dormiría hasta conseguirla - ¡Ah, ya sé! de cuando me conociste.

Seto arqueó una ceja sorprendido.

- Tu padre ya te lo ha contado muchas veces...

- Pero quiero que me lo cuentes tú. Hay que tener varios puntos de vista para apreciar la imagen global.

- ¿Sabes lo que significa eso? - dijo aun sorprendido.

- No -dijo con sinceridad y una sonrisa juguetona - pero suena bien ¿verdad?

- Muy bien - sonrió, después respiró pensando por donde empezar -. Tú debías tener poco más de un año. Joey te había llevado a la zona de juegos del centro comercial. Apenas empezabas a gatear y para probar tus nuevas habilidades, no se te ocurrió otra cosa que escaparte del regazo de tu dormido padre y lanzarte a la aventura por el lugar.

La niña rió divertida mientras se tapaba la cara con las sábanas, pero sin llegar a ocultar los ojos.

- No preguntes como lo hiciste, porque es algo que aun desconocemos, pero de algún modo conseguiste subir hasta la cuarta planta. En aquellos momentos se estaba celebrando una convención sobre videojuegos. Yo estaba obligado a asistir, pero me escabullí del lugar para respirar aire.

- Son muy aburridas las reuniones ¿verdad?

- Mucho - aseguró el empresario.

- ¿Y que más pasó? - dijo la niña emocionada con la historia, aunque sabía de sobras como acababa.

- Estaba recargado en la barandila observando los pisos inferiores cuando "algo" - dijo tocándole la punta de la nariz -, me tiró del bajo del pantalón.

- ¿Te sorprendiste al verme? - preguntó curiosa.

- ¿Sorprendido? No que va, todos los días me encuentro bebes por los suelos.

La niña se rió otra vez.

- ¿Y que hiciste?

- Pues te cogí en brazos y te llevé a "objetos perdidos".

- Nooooo... dilo bien - pidió la niña haciendo morritos.

- Lo digo bien. La sección de niños perdido es la misma que la de objetos.

- Pero di niños perdidos. No soy un trasto.

- Vale, vale. Te llevé a la sección de "niños perdidos" y ellos llamaron por megafonía avisando de donde estabas. Al rato llegó tu padre con el corazón en la garganta. Jamás olvidaré la cara de alivió de su rostro al verte allí.

- Papá se preocupa mucho por mí - dijo con los ojos medio cerrados a causa del sueño y una suave sonrisa en los labios.

- Lo sé - dijo Kaiba levantándose y depositando un beso sobre su frente.

- Y también por ti... buenas noches... - murmuró antes de cerrar los ojos definitivamente.

En otra cosa en la que se parecía a Joey, era en lo rápido en que podía llegar a caer dormida.

Sin hacer ruido, salió de la habitación, apagó la luz y cerró la puerta tras echar un último vistazo.

Siguió por el pasillo hasta su habitación, que quedaba dos puertas después de la de Kari, y entró. Estaba tan pulcra como siempre. La decoración era elegante, pero no abarrotada. Tan solo había una cama amplia con una mesita de noche y su correspondiente lámpara. Un amplio armario y estanterías llenas de libros. Junto a la ventana una cómoda con varios cajones y sobre esta unos portarretratos. Se acercó y contempló las fotografías. En una estaban su hermano Mokuba y él de niños. En la de al lado volvían a estar ellos dos, pero Mokuba llevaba puesta la túnica con la que había asistido a la entrega de diplomas al acabar el instituto. Sonrió al pensar que su querido hermano menor ya era todo un estudiante universitario. Había crecido muy rápido, al igual que lo hacía Kari. Miró el otro portarretratos. Allí estaban Seto, Mokuba, Joey y Kari en el quinto cumpleaños de la pequeña. Joey la tenía sentada sobre sus rodillas con gorritos de colores y la nariz manchada de nata, a la derecha estaba Mokuba con el pelo lleno de confeti y a la izquierda estaba él mismo, sin adornos, pero con una genuina sonrisa en sus labios.

Existían muy pocas fotografías en las que aparecía sonriendo y todas las tenía él. Se cambió de ropa dejándola sobre una silla que quedaba al lado de la puerta que comunicaba su habitación con la de su cachorro. No pudo resistirlo y entró.

Estaba tal cual la había dejado Joey. Las cámaras de repuesto permanecían en sus bolsas en las estanterías, junto con varios libros de fotógrafos profesionales y albums con las que había ido recortando de las revistas. También estaban sus trabajos propios y un par de archivadores en los que guardaba los negativos y demás. Un par de trípodes junto al armario y varias carpetas de DIN-A3 apoyadas en la pared.

Más que una habitación, parecía un almacén o parte de un estudio. Aunque visto así, la cama quedaba fuera de lugar. Sus labios se curvaron en una sonrisa traviesa, al pensar en lo poco que Joey usaba aquella cama. Prácticamente todas las noches compartían el lecho de su habitación, a no ser que discutieran o que Joey estuviera demasiado cansado como para llegar.

Se volvió y miró su propio lecho, se veía tan frío y vacío sin él. Suspiró mientras se tendía en la cama y se estiraba todo lo largo que era. Mentalmente recordó la conversación mantenido con la pequeña Kari hacía apenas unos minutos.

Solo le había contado la versión resumido de los hechos, aun era muy pequeña para poder entender lo importante que había sido en sus vidas aquella travesura. Sonrió y cerró los ojos mientras recordaba cada detalle de aquel día...

Casi siete años atrás...+

Se encontraba asistiendo a aquella insufrible reunión en el centro comercial ¿a quien demonios se le había ocurrido celebrar una reunión allí? Bah, que más daba el lugar. Lo importante era el contenido de la reunión y por el momento no era mucho. No dejaba de parecerle curioso que una persona, pudiera decir tantas palabras durante tanto tiempo y en realidad, no decir nada. Porque en las tres horas que llevaba la reunión no se había dicho nada nuevo o mínimamente interesante.

Finalmente, decidieron hacer un descanso para salir a almorzar, pero Kaiba se negó en redondo a acompañar a aquellos peces gordos barrigones. Solo quería perderlos de vista aunque fuera por media hora.

Paseó por el corredor principal de la planta y salió a la parte central del lugar. Detrás de la barandilla de hierro y cristal se veía el vacío y parte de los pisos inferiores. Los ascensores de paredes transparentes subían y bajaban con los clientes. Gente despreocupada que no tenía que afrontar las cargas y tensiones de su posición y que vivían felices sus vulgares vidas.

Un tirón del bajo de su pantalón lo hizo regresar a la realidad. Dirigió su mirada confundida hacia el suelo y abrió los ojos desmesuradamente.

Sentada a sus pies había un bebe de un año o poco más, vestida con unos pantalones azul oscuros, un suéter de manga larga naranja con una margarita amarilla en el centro y unas zapatillitas rojas y blancas. Su cabello corto era de un rubio casi dorado y sus grandes ojos de color chocolate lo observaban con atención.

- ¿Pero que...? - empezó a decir el CEO con el ceño fruncido.

Miró a derecha e izquierda esperando encontrar a la madre de la criatura, pero el pasillo estaba completamente desierto. Volvió a mirar a la niña y esta le dedicó una alegre carcajada a la cual el joven empresario no encontró explicación.

- ¿De que te ríes tú? - preguntó en tono frío y algo seco, pero la pequeña en vez de asustarse estiró los bracitos en señal de que quería que la cogiera en brazos.

Atención - dijo la voz algo metálica que salía por el altavoz - se ruega al dueño de un ford fiesta con matrícula "2680 ADR" lo retire de la entrada del parking. Molesta. Repetimos...

Kaiba sabía que no podía dejarla allí sola, a merced de cualquier tarado con oscuras intenciones, así que la cogió en brazos y se encaminó a la sección de objetos perdidos que estaba en la misma planta.

La niña jugueteaba entretenida con su corbata, como si aquello fuera algo desconocido e intrigante. Seto la observó con detenimiento mientras avanzaban. En verdad era una niña muy bonita, con los mofletes regordetes y rosados y aquellos enormes ojos color chocolate, que lo observaban todo con curiosidad. Olía a jabón de fresa y colonia de bebe, muy dulce.

Al llegar, llamó a la puerta que permanecía abierta. Dentro pudo ver a una chica joven que hablaba por teléfono muy nerviosa.

- Te digo que no... yo no puedo hacer nada... no es mi...

- Disculpe - dijo con tono seco al ver que la chica no le hacia ni caso.

La muchacha tapó el auricular de su teléfono y se volvió dispuesta a soltar cualquier barbaridad por la brusca interrupción. No obstante, ningún sonido salió de sus labios. Se quedó mirando al CEO muy impresionada.

- 'Meri ¿sigues ahí?' - se escuchó gritar por el teléfono.

- Si... si... - dijo saliendo de su estado de shock momentáneo - Dile al padre que acaban de traer a la niña aquí al despacho.

Y tras decir esto colgó. Volvió a mirar fijamente al recién llegado y se levantó.

- Menos mal que la ha encontrado, pero debería haberla llevado al mostrador que hay junto a la entrada. No era necesario que subiera hasta objetos perdidos.

- ¿Cómo dice? - preguntó Kaiba desconcertado mientras la chica cogía a la niña en brazos. Sin embargo, la pequeña se aferró con todas sus fuerzas a la chaqueta del empresario negándose a separarse de él.

- Creo que le ha cogido cariño - comentó la joven con una sonrisa.

- ¿Por qué dice que tendría que haberla llevado allí?
- Le venía más cerca - dijo con naturalidad.

- Eso está en la planta baja, desde luego que no me venía más cerca - la chica frunció el ceño.

- ¿Qué donde la encontró para decir eso?

- En este piso, al lado de la zona de conferencias.

- Eso es imposible - replicó la chica contrariada -, la niña estaba en la zona de juegos de la planta baja ¿cómo ha llegado aquí arriba?

Los dos observaron a la niña con el ceño fruncido, pero esta estaba demasiado concentrada investigando en el bolsillo del traje del CEO.

Unos pasos presurosos se escucharon venir y al momento tres hombres entraron en el despacho. Uno llevaba puesto el traje de guardia de seguridad, el otro tenía toda la pinta de ser el gerente del lugar y el tercero...

- ¡Kari! - exclamó acercándose a la niña. La pequeña se limitó a estirar los bracitos hacia su padre mientras reía contenta con la presencia de su progenitor - ¿Estás bien¿cómo demonios has llegado aquí arriba? Menudo susto. No vuelvas a separarte de papá ¿entendido? - dijo mirándola a los ojos muy serio, pero la pequeña se limitó a reír mientras abrazaba el cuello de su padre. Suspiró aliviado mientras le acariciaba los suaves cabellos rubios.

- Él fue quien la encontró en el corredor - informó la chica con gentileza señalando al CEO.

El padre se volvió dispuesto a agradecer a aquel desconocido la ayuda, pero cualquier palabra que pudiera haber pronunciado, murió en sus labios ante la impresión que se llevó al reconocerlo.

- ¿Kaiba? - preguntó incrédulo.

- Wheeler - dijo el otro con tono frío.

Lo cierto es que al joven de ojos azules, casi se le para el corazón al verlo aparecer tan de repente. Pero mientras este reñía a su hija, pudo recuperar la compostura.

Lo observó atentamente. Hacía mucho que no lo veía, más de dos años. Desde que acabaron el instituto, pero estaba como siempre. Los siempre revueltos cabellos rubios, la piel tostada por el sol, el cuerpo delgado consumido por el puro nervio de su carácter. Sin embargo, sus ojos se veían algo apagados, pero no por ello perdían su belleza de siempre. Vestía de forma informal: unos vaqueros, una camiseta blanca, una camisa de cuadros azules y blancos por encima y unas deportivas también blancas. Tenía todo el aspecto de un estudiante normal y corriente en su día libre. Entonces una pregunta le asaltó de golpe... ¿qué demonios hacía Wheeler con una niña de meses?

- Bien está lo que bien acaba - dijo el gerente rompiendo el incómodo silencio que se había formado entre los dos jóvenes -. Ya podemos respirar tranquilos. Aunque sigo sin comprender como pudo llegar hasta aquí arriba - dijo desconcertado.

- Dudo que nos lo vaya a decir - comentó Joey con una sonrisa paternal mientras la pequeña mantenía recargada la cabeza sobre el hombro de su padre.

A Kaiba le sorprendió un poco aquel gesto. Había visto sonreír a Wheeler muchas veces y de muchas formas, pero nunca así.

Una vez en el pasillo, Wheeler agradeció a los trabajadores del centro su ayuda y se encaminó hacia el ascensor.

- No deberías darles las gracias - dijo la fría voz del CEO a su lado mientras ambos se dirigían por el mismo camino -, la seguridad de este lugar deja mucho que desear si permite que un bebé se escape.

- Lo cierto es que también fue mi culpa - dijo con una sonrisa algo tonta mientras recogía una bolsa que había junto a la puerta y se la colgaba al hombro -, me quedé dormido - El CEO alzó una ceja perplejo -. Ya sé lo que me vas a decir. Que soy un irresponsable y un desastre... ahórratelo, ya lo oigo demasiado seguido - la misma sombra opaca de antes volvió a cubrir los ojos del rubio. Kaiba no sabía que decir ante aquel comentario, pero tampoco fue necesaria una respuesta - A todo esto ¿tu que haces aquí? No eres del tipo de personas que se va a pasar la tarde al centro comercial.

- Tenía una reunión en la zona de conferencias - dijo llanamente. Casi sin darse cuenta habían caminado hacia una de las cafeterías del lugar.

- Nunca cambiaras - dijo con una sonrisa. La niña empezó a remugar pidiendo algo de la bolsa, de forma que Joey se sentó en una de las mesitas y rebuscó en la bolsa que contenía todos los trastos de la niña (pañales de repuesto, toallitas, un par de biberones y de potitos y algún juguete). Finalmente sacó un sonajero y se lo dio a la pequeña.

- ¿Y tú? - dijo de pronto el moreno desconcertándolo. No se había dado cuenta de que se había sentado con ellos.

- ¿Yo que?

- ¿Qué que has estado haciendo este tiempo?

- Ah. Bueno no sé si lo sabías, pero me fui a estudiar a Artes Gráficas a Tokio.

- Algo escuché...

- Después de acabar el curso, estuve trabajando con un fotógrafo bastante conocido por sus panorámicas. Fue muy instructivo y emocionante. Viajé a muchos sitios - dijo con una genuina sonrisa al recordar.

- ¿Y ahora?

- Pues básicamente me dedico a mis labores - dijo sin perder la sonrisa y mirando a su niña que mordisqueaba entretenida su sonajero -, este pequeño bicho no deja mucho tiempo libre. Por las mañanas trabajo en un laboratorio fotográfico y algunas tarde también, las que no me voy por ahí a sacar fotos como encargos. Hoy tenía el día libre y decidí aprovechar.

- ¿Quién la cuida mientras trabajas?

- Mi hermana por las tardes - explicó mientras le hacía gracias a la niña que se reía -, siempre que no tenga que estudiar claro. Yugi y Yami también me echan una mano cuando pueden.

- ¿No has pensado en una guardería?

- Bromeas ¿verdad? - dijo con un deje de sarcasmo - Son carísimas. Y de todas formas aun es muy pequeña pera llevarla.

Kaiba iba a decir algo más cuando su teléfono móvil empezó a sonar. Lo miró molesto por la interrupción, en la pantalla aparecía el número de su secretaria que de seguro lo estaría buscando desesperada. La reunión debía haberse reanudado hacía como 15 minutos.

- Pues no te entretengo más - dijo Joey poniéndose en pie tras escuchar al CEO hablar -. Kari, despídete que nos vamos.

La pequeña levantó el bracito y abrió y cerró la manita en señal de adiós.

- Tienes buen aspecto, cuídate - el rubio le guiñó un ojo y después salió rumbo a los ascensores.

Kaiba se lo quedó mirando, aun en estado de shock por el gesto del rubio. El corazón le latía muy rápido y su cuerpo le ardía ¿Cuándo fue la última vez que se sintió así?

Sabía de sobras la respuesta.

Siempre que Joey le miraba con insistencia. Siempre que le dedicaba una sonrisa en sus pocos momentos de "tregua". Siempre que lo tenía demasiado cerca... Aquellas sensaciones, siempre se las había causado Wheeler.

Suspiró y se puso en pie encaminándose hacia el lugar de reunión.

En el fondo de su corazón siempre había sabido la verdad, pero nunca había querido aceptarla. Era demasiado orgulloso para aceptar aquella debilidad. Porque a sus ojos, eso era aquel sentimiento que crecía en su pecho día a día y que parecía expandirse con la sola presencia del rubio.

El amor solo era una debilidad, una distracción, un sentimiento tan inútil como la amistad, la piedad o el remordimiento. Nublaba la razón y enturbiaba el juicio. No era algo necesario para su vida...

Eso era lo que le habían dicho desde muy niño, lo que su padre le había inculcado mediante sus "técnicas de enseñanza". Lecciones que hubiera sido mejor llamar torturas.

Pero con el paso de los años y con la ausencia de Joey, aquellos principios cayeron en el olvido y fueron sustituidos por un vacío imposible de llenar en su corazón.

Necesitaba su presencia, su voz, su risa... que le hablara, que le mirara aunque fuera con rabia y desdén. Nunca le dolieron sus desplantes, porque sabía que aquella era la única forma que tenía para que el rubio le prestara atención. Pelear, discutir, insultarse... crueles palabras que a Seto no le dolían, al contrario, lo colmaban.

Pero Wheeler se fue y con él, el único que podía conseguir algo más de él que no fuera sus miradas frías y sus silencios despectivos.

Nadie más lo había sacado nunca de sus casillas como lo hacia él.

Ahora ya no le dolía admitirlo: necesitaba a Joey Wheeler en su vida. Necesitaba aquella chispa, aquel fuego intenso que despedía el rubio. Lo necesitaba para sentirse vivo.

Aunque las cosas ya no eran como antes.

El Joey que había encontrado en el centro comercial, era muy distinto al que recordaba del instituto. No había bravuconearía en sus palabras, ni aquella arrogancia tan exasperante. Todo lo contrario, se veía tranquilo, incluso algo maduro. Al parecer la paternidad le había servido para sentar la cabeza.

Sonrió con amargura ¿Quién sería la señora Wheeler?

Aunque pensándolo bien, cuando le preguntó por quien cuidaba de. la niña mientras él trabajaba, no dijo nada de su "esposa" o "su madre" ¿Dónde estaba entonces la madre de la niña?

Habían demasiadas incógnitas en aquel asunto y no estaría tranquilo hasta desvelarlas.

- Esto no se va a quedar así - se dijo a si mismo por la noche mientras recapacitaba sentado en un sillón en su despacho.

Ya había perdido a Joey una vez por su cabezonería, y ahora que el destino volvía a juntarlos no lo iba a dejar marchar.

CONTINUARÁ...

 


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