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The Bloody Awesome ABC por xoxomcr

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Confusión

 

Era un día tranquilo, pacífico, medianamente soleado y con una temperatura agradable. Qué mejor que contemplar su hermoso jardín con una inigualable taza de té, definitivamente nada podría arruinar el momento.

 

— ¡Cejas~! —canturreaba una chillona voz de la cual sospechaba quién era el dueño, suspiró, habló demasiado pronto— ¡Qué fue ese suspiro, hombre! Alégrate, que el grandioso yo emprendió un largo viaje hasta aquí sólo para animarte en éste horrible día~ —seguía de forma dramática, mientras llegaba y se sentaba en la silla que estaba frente al rubio.

 

—Gilbert —suspiró de nuevo, mientras dejaba su taza de té en la mesita que lo separaba del germano—. ¿Cómo rayos entraste?

 

—Bueno, sólo diré que deberás comprar una ventana nueva —sonrió el albino como si fuera de lo más gracioso, mostrando una gran piedra. El británico frunció el seño, resoplando. Nota mental: conseguir ventanas blindadas, se dijo.

 

—No sé cuántas veces te tengo que repetir que si quieres entrar debes tocar el timbre, el tim-bre. Ese que hace tin-tin o ding-dong ¿Puedes en-ten-der-lo? —pronunciaba lentamente con sarcasmo, como si tratara con un deficiente mental— Maldito incivilizado.

 

—Es que esa no es una entrada merecedora para alguien como yo, por supuesto que tengo que llegar con una entrada triunfal —decía haciendo su genial pose. El inglés rodó los ojos.

 

—Como sea, ¿para qué demonios viniste?

 

—Ya te lo dije, vine para animarte en éste horrible día, debes sentirte solo —comentaba fingiendo inocencia.

 

—Para empezar, mi día estaba magnífico, hasta que llegaste, y más que animarlo, lo único que haces es echarlo a perder, eres un fastidio.

 

—Animar, fastidiar, ¿cuál es la diferencia? —decía poniendo dos de sus dedos en su barbilla, de forma pensativa— Además, yo sé que no te molesta mi compañía, porque tú me deseas —manifestaba con picardía, descolocando al de ojos jade.

 

— ¿Q-Qué dijiste, imbésil? ¿Con qué mierda te drogaste? —decía algo sobresaltado, tratando de calmarse.

 

—Arthur, ¿me vas a decir que no te acuerdas de lo que pasó el otro día fuera del bar?

 

—No sé de qué estás hablando —alegó, aparentemente confuso.

 

—No te hagas el tonto, me agarraste y me plantaste un be- —el hecho de que Arthur haya escupido la mayor parte de la infusión (que estaba a punto de ingerir) en el rostro del albino, hizo que éste no pudiera completar la frase. El rostro del inglés se mostraba sorprendido e incrédulo, pero trató de disimularlo.

 

—Cállate. No hay manera de que un caballero como yo haya hecho algo tan inadecuado.

 

—Oh, por favor —bufó, limpiándose el rostro con una servilleta que encontró en la mesa—. ¿Tú, demasiado caballero como para cometer algo tan imprudente? ¿Acaso sufres de trastornos de personalidad o ciclotimia? —comentó divertido, agarrando descaradamente la única taza de té que reposaba en la mesita para luego posar la fina porcelana en sus labios y degustar el líquido hasta la última gota; acción que amenazaba con terminar la paciencia del británico.

 

—Te lo vuelvo a repetir, no sé de qué mierda va todo esto —respondió intentando transmitir indiferencia.

 

¿Indiferencia? ¿Qué haría Arthur si...?

 

— ¡Acosador, acosador! Inglaterra es un malvado acosador~ —exclamaba levantando la voz, al mismo tiempo que también se levantaba de su asiento, haciendo que algunos de los empleados que realizaban sus labores se detuvieran para ver la insólita escena. Los ojos del británico se abrieron desmesuradamente, el imbésil de Gilbert parecía estar disfrutando— Inglaterra es un vándalo aprovechado que tamhmm... —la mano del rubio cubriendo su boca le impedía seguir vociferando.

 

—Aquí no hay nada que ver, vuelvan a sus ocupaciones —decía el inglés a los empleados al borde de un colapso nervioso, haciendo que todos ellos obedecieran sin chistar. A continuación, liberó la boca del albino—. ¡Y tú...! —lo miraba con rabia y una vena sobresaliente en la sien— Hoy no tengo paciencia para tus estupideces, eres... eres... ¡arg, te odio! —completó para luego largarse hacia el interior de la mansión.

 

Oh, eso es lo que Arthur haría.

 

Una vez adentro, el rubio se sentó en el sofá de la sala, tratando de controlarse e intentar pensar más objetivamente. Tenía claro que Gilbert era un bocazas, imbésil, desgraciado, atrevido, insolente, mentecato, bastardo e irritante. ¿Pero qué cojones se proponía inventando toda esa insensatez? Todo lo que decía era tan incoherente a sus ojos. Lo único que recordaba de esa noche citada por el albino era estar compitiendo con él, haber visto a dos deslumbrantes unicornios azules y luego a Gilbert encima suyo... ¿Gilbert encima suyo? No, eso no podía ser. Aunque pensándolo bien, al despertarse a la mañana siguiente, se encontró con montones de hematomas prácticamente por todo el cuerpo. Y hace unos momentos notó que el de ojos rojos también tenía la mejilla levemente amoratada, a punto de sanar por completo. ¿Qué había pasado realmente esa noche en el bar?

 

Luego de que el británico explotara y se fuera molesto, Prusia —porque así exigía que le siguieran llamando— se quedó pensando. A pesar de no demostrarlo, no podía evitar estar confundido por lo sucedido hace noches atrás en el bar y preguntarse la razón del por qué Arthur lo había besado de esa manera tan abrumadora. Estaba jugando sucio y lo sabía, culpando al inglés de lo acontecido aprovechando que éste no recordaba nada, por que él sabía que Arthur no recordaría nada después de beber de ésa manera. Además, él mismo había empezado todo el embrollo.

 

Pero tampoco sabía por qué había besado a Arthur en primer lugar, simplemente sus labios le parecieron extrañamente hipnotizantes y atrayentes; rojos a causa del alcohol, rojos como una apetitosa manzana; suaves, increíblemente tersos a la vista y tan cerca de los suyos, parecía como si éstos intentaran seducirlo inconcientemente. ¿Qué más pudo hacer? No era su culpa, era la culpa de Arthur, por tener unos labios tan condenadamente deseables.

 

Sonrió imperceptiblemente; el carácter de Inglaterra era tan volátil e impredecible, y a Gilbert le gustaba jugar, y deseaba jugar con Arthur.

 

.

 

Inglaterra seguía reflexionando sobre muchas cosas, semi acostado sobre el sofá, con un brazo sobre su frente y los ojos cerrados, pensando en diferentes cosas, muchas de ellas triviales y otras de más importancia. De pronto sintió un peso adicional sobre el sofá, hundiendo levemente el acolchonado mueble. Abrió los ojos... y se encontró con una mirada escarlata.

 

— ¿Aún sigues aquí? —expresó, estoico— Pensé que hace rato ya te habías largado a tu basurero —escupía con frialdad. Gilbert no respondió, manteniendo la inquisitiva mirada sobre el inglés— ¿Por qué no hablas, idiota? ¿Acaso te cortaron la lengua? —preguntaba cínico. El albino seguía sin responder, moviéndose hacia él de forma gatuna— ¡Oye, no te acerques! —profirió cambiando su frío semblante por uno algo alterado, notando como el de cabellos platas se aproximaba sin respetar su espacio personal— ¡A-Atrás! —exclamaba nervioso, procurando alejarse, pero cada vez que se iba un poco más hacia atrás, Gilbert se seguía acercando.

 

—Solo te haré recordar la manera en que me besaste —pronunciaba lentamente acercándose aún más, sonriendo socarrón y acorralando al británico—, y demostrarte que te encantó —susurró al oído del inglés, haciendo que éste se estremeciera.

 

— ¡Jamás! —en un hábil movimiento Arthur logró levantarse del sofá y rápidamente corrió lo más lejos posible, pero Gilbert aún más rápido logró atraparlo, ésta vez acorralándolo contra la pared, ahora sí que estaba difícil la situación para el de ojos jade. Esta vez no veía la manera de escapar.

 

Miró fijamente a los ojos del ex-prusiano, encontrando en ellos un deje de burla. Oh, así que Gilbert quería jugar.  

 

.

 

No aguantando la proximidad y viendo que Arthur dejaba de forcejear, se acercó hasta rosar los labios del inglés, suavemente; sabía que ese no era su estilo, pero se le antojaba experimentar si realmente los labios del rubio eran tan suaves como parecían, ya que la última vez no logró comprobarlo por la brusquedad.

 

El de estatura levemente más baja no se movía, seguramente anonadado por lo que sucedía, entonces aprovechando la situación, presionó un poco más sus labios contra los del británico, empezando a moverlos lentamente, dejándose llevar por el agradable contacto.

 

.

 

Dejó de forcejear, dejando al albino hacer lo que se le antojase, seguramente Gilbert creía que ya lo tenía en sus manos, sí cómo no.

 

De pronto vio con sorpresa cómo se acercaba lentamente hasta rosar sus labios con una suavidad ajena a su persona. Luego de unos segundos, sintió cómo Prusia hacía más presión contra sus labios empezando a moverlos lentamente, se quedó sin reacción.

 

Siguió estático y aún con la mente en blanco hasta que se dio cuenta que Gilbert lamía sus labios pidiendo permiso para adentrar su lengua, le resultaba demasiado extraño tanta delicadeza. De pronto todo se tornó confuso cuando por inercia, accedió a la petición y abrió su boca levemente dejando que el albino invadiera libremente su cavidad bucal. Y fue aún más confuso cuando tuvo una sensación inesperada, eran unas cosquillas que de un momento a otro se instalaron en su vientre, como si un montón de mariposas, hormigas y todo tipo de asquerosos insectos bailaran en su interior. Cerró los ojos correspondiendo el beso.

 

Oh no.

 

.

 

Gilbert solo disfrutaba, deseando cada vez más. Se vio sorprendido cuando Arthur dejó que se adentrara en su boca tan fácilmente y más cuando éste empezaba a corresponder, pero rápidamente se compuso y sonrió internamente. Sus lenguas danzaban libremente, luchando por llevar el control; ninguno cedería tan fácilmente.

 

Sintió cómo el rubio revolvía sus cabellos en una relajante caricia y lo atraía más hacia sí. Por inercia envolvió sus brazos alrededor de la cintura del británico, sosteniéndolo posesivamente y acercándolo aún más.

 

Siguieron así unos minutos aguantando todo lo que podían, pero como siempre, la necesidad de respirar para no ahogarse hizo que rompieran contacto. Se miraron fijamente, jadeaban tratando de llenar sus pulmones con aire.

 

—Sabes a té —habló el inglés, zafándose del agarre y caminando en dirección a la puerta, sorprendiendo al albino que aún no se movía.

 

—Y a ti te gusta el té, ¿cierto? —reaccionó, haciendo que el rubio se detuviera y volteara.

 

—Adoro el té —comentó con una sonrisa socarrona antes de abrir la puerta de salida y retirarse, dejando solo al de orbes carmesíes.

 

Todavía no había perdido.

 

.

 

Gilbert al escuchar aquello sintió como de pronto su corazón latía desbocadamente y no pudo evitar sentirse aún más confundido. Eso no estaba en los planes.


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