El león de la aurora.
Capitulo único:
Suéñame.
Allá en lo alto de una noche desnuda, un hermoso Caballero mira con admiración unos hermosos rayos de luz en diversas tonalidades que se mueven hipnóticamente según corren en el firmamento. Él sabe que es aquello y sonríe al admirar de nuevo tan esplendorosa belleza.
–Aurora…
Unos templos más abajo, otro Caballero se asoma a la ventana sorprendido. Él también sabe lo que es aquello; sus ojos brillan y una sonrisa se forma en sus labios al reconocerlo.
Ambos jóvenes hombres, instintivamente llenan su mente de imágenes del contrario y la aurora bailarina es testigo fiel de aquello…
–Aioria… –susurra el primer joven con la añoranza tiñendo sus mejillas de porcelana.
–Mi Camus. –libera al viento mudo el de más abajo, cerrando sus ojos a la aurora.
La aurora boreal conoce el amor que ambos se profesan, ella quiere que se amen que se unan como sus colores y compartan la luz que llevan dentro.
Los dos jóvenes voltearon la mirada sorprendidos al ver lo que se formaba en el bello fenómeno: un león, la silueta de un león corría en el camino de la aurora, y en su lomo una figura humana de largos cabellos que ondeaban según la bestia avanzaba sobre los colores.
Camus retrocedió un par de pasos al ver que aquellas siluetas corrían hacia él. Esperó el impacto pero solo un viento frio llegó. Al mirar de nuevo, observó que el león se giró antes de llegar hasta donde estaba y siguió su camino hacia abajo.
Sin pensárselo dos veces, el francés salió de su casa para seguir a aquella ilusión creada con las luces de la aurora.
Aioria no podía creer lo que sus ojos veían. Un león con su jinete, creados de luces y polvo de estrellas se habían acercado a una de las casas de arriba aunque no pudo distinguir cual había sido. La figura llegó a su ventana donde el león se detuvo y rugió, y el que iba montado sobre su lomo le saludó con una mano para luego seguir su camino desconocido para el Caballero de la quinta casa.
Aioria al ver que aquellas siluetas se alejaban, salió corriendo de su habitación para posteriormente de su templo e ir en persecución de aquellas fantásticas figuras.
Vengan niños pequeños los voy a llevar, a una tierra
De encanto.
Vamos niños pequeños el tiempo ha venido a jugar
Aquí, en mi jardín de las sombras.
Síganme dulces niños, les voy a mostrar el camino
Atravesando todo el dolor y las penas.
Camus se movía velozmente para darle alcance al león, sin conocer que Aioria también se encontraba en camino para encontrarles.
El griego oji verde se detuvo después de varios minutos de correr cuando aquellas criaturas se detuvieron entre medio de un campo de ruinas que era bañado y vigilado por la luna en lo alto del estrellado cielo nocturno. La vista era hermosa y fantástica, Aioria se quedó inmóvil mirando todo con calma que le nacía del pecho.
El león de aurora lo miraba junto con quien lo montaba desde su posición frente a la brillante y redonda luna llena. El que montaba a la criatura brilló más que cuando había llegado a aquel lugar.
En ese momento, el Caballero de Acuario llegaba al lugar igual de impresionado que el rubio cenizo. Al escuchar sus pasos acercándose, Aioria se giró para verlo. Camus le sonrió, el quinto custodio lo imitó y el francés se acercó hasta posarse su lado.
En ese momento, el león comenzó brillar igual que como lo hacía su jinete; aquella figura de cabello largo descendía del lomo del felino y caminó en dirección a Aioria. Por alguna extraña razón, el de Leo no huyó ni tampoco atacó, solo esperó a aquella figura que resultó ser la de un hombre de larga y ondulada cabellera.
Este llevó su mano hacia la mejilla izquierda de Aioria haciendo que se sonrojara por el contacto.
Por otro lado, Camus miraba todo sin hacer o decir nada hasta que vio como el león de estrellas se acercaba a él. Al igual que Aioria, Camus no hizo nada y esperó a la criatura que al estar cerca, le miró y luego sobó su gran cabeza en el pecho del guerrero de los hielos. Camus dubitativo, llevó una de sus blancas manos a la melena del animal quien pareció ronronear satisfecho.
No lloren, niños pobres, porque la vida es así
Matamos la belleza, y asesinamos las pasiones.
Silencio ahora, queridos niños, debe ser de esta manera
En vez de estar agotados de la vida y engaños.
Los brillantes seres se alejaron de sus contrarios, y se acercaron a su propio acompañante. Cuando el hombre y el león estuvieron juntos de nuevo, empezaron a girar como si bailaran entre ellos, hasta que lentamente se disolvía su figura volviéndose luces de aurora que se entrelazaban armónicas y giraban en torno a Aioria y Camus, cerrándose cada vez más alrededor hasta que finalmente, el oji verde y el galo estuvieron frente a frente a escasos milímetros de distancia.
Estrellas fugaces caían brillantes mientras aquellos guerreros se abrazaban sin palabras de por medio. Aioria rodeó la cintura de Camus y este recostó su rostro en el pecho musculoso del otro, dejando sus manos en los hombros del griego.
–Te amo, Camus.
–Te amo, Aioria…
La aurora desapareció dejándolos con la luna como guardiana de aquellas palabras que se convertirían en un juramento de compañía eterna uno del otro.
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Aioria se despertó de la nada un poco extrañado, se puso de pie de su cama y se dirigió a la ventana donde la brisa de la noche calma mecía con suavidad las cortinas color arena que la enmarcaban. Observó la luna llena y una estrella fugaz pasó a su lado para luego perderse en la lejanía. Aún era de noche, regresó a su cama y al recostarse, abrazó a la persona que compartía su lecho todas las noches desde hace tres años, sonrió con ternura; dio un beso sobre sus labios cerrados y susurró para la noche.
–Te amo, Camus… –sintiendo como el nombrado se acomodaba tranquilamente sobre su pecho desnudo.
El griego cerró los ojos aun sonriendo y sintiendo el calor de su amado francés que unió con él el león de la aurora.
Descansen ahora mis niños,
Por tiempo nos vamos a lo lejos, en la calma y la tranquilidad.
Vengan pequeños niños, los voy a llevar a una tierra
De encanto.
Vamos pequeños niños, el tiempo viene a jugar
Aquí, en mi jardín de las sombras.