Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Born to die. por FumiSaho

[Reviews - 2]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Los personajes pertenecen a Tadatoshi F :DD

Notas del capitulo:

Hola, personas!  :D

Se que debo actualizar otras cosas, pero es simplemente surgió de la nada... bueno, mediante la cancion homonima de Lana del rey.

 

Espero que les guste. :}

 

 

Vivian de fiesta en fiesta. Para ellos no había otra cosa más que vivir el momento y no arrepentirse de lo que hacían, solo lo tomaban como algo que sucedió y que podrían repetir si era una experiencia buena y no volverla hacer si había sido algo desagradable. La vida de uno complementaba la del otro y si dijeran que algo le hacía falta en su día a día, estarían mintiendo. Por eso ahora él se encontraba fumando marihuana en uno de los cuartos privados del bar donde se reunieron con otras personas que conocía de otras fiestas. Sin embargo, se había enojado y Aomine salió del cuarto dejándolo con otras chicas y chicos que se drogaban sin llegar muy lejos.

Dejando de lado el que sus ojos apenas enfocaban algo congruente, el aire espeso apenas le dejaba vislumbrar bien. El aroma a frutas acompañaba el espeso humo que se enfrascaba a su alrededor y la música de fondo solo eran melodías a piano, guitarras o sonidos del medio oriente. Los colores parecían desbordarse de la ropa, parecían brillar y el repiqueteo en su corazón le indicaba que todo estaba bien, que se la estaban pasando bien. Pero le hacía falta Aomine.

Abandonando la manguera delgada que sostenía con la derecha, se levantó de los mullidos cojines amontonados en un rincón con la shisha en medio de todos ellos. Se tambaleó un segundo en lo que tardó en plantar su mano extendida sobre la pared. Todo parecía moverse a su alrededor, era gracioso, parecía que no pisaba el suelo, sino algo más suave, no sentía pisar algo firme. Rió caminando a la puerta.

—Aominecchi… —murmuró entre risas. Ladeó la cabeza buscándolo con la mirada. —Estoy entre nubes. —aseguró al ver que los objetos a su alrededor flotaban como en el túnel por el que pasa Alicia en el país de las maravillas.

Paladeó en su boca el sabor del tabaco, marihuana y el par de cervezas que había tomado para entrar en calor. En cambio, Aomine solo fumó la mitad de un porro de hierba y media cerveza. La razón por la que él no se había quedado adentro con él era porque le pidió quedarse hasta que amaneciera y al no acceder, se hundió en un cojín enorme, las personas que lo rodeaban no lo dejaron acercarse y eso le llevó a perder la paciencia con Kise. Lo sentía por el sí estaba aburrido, pero Ryouta se la estaba pasando de maravilla.

Tuvo que arrastrarse por la pared, tenía hambre, el estómago le rugía con fiereza y extrañaba la piel tibia de Daiki al abrazarlo. El sonido de una música discordante a la que estaba ahí adentro hacia retumbar su interior. Estaba cerca, así que estiró la mano aun sin saber en qué lado del cuarto se encontraba. La perilla fría entre sus dedos le hizo estremecerse ligeramente y abrió la puerta. El frio envolvió su cuerpo por completo, ahora se encontraba fuera del área VIP a la que cualquiera podía acceder por varios cientos de yenes. Después de todo te proporcionaban total confidencialidad, privacidad y sobre todo tranquilidad. El pasillo era oscuro, pues debías de cruzar otra puerta para salir. Esa última puerta tenía un cadenero.

Se enderezó y limpió su rostro con ambas manos, peinándose el cabello con una mano y salió golpeando dos veces seguida de tres. La puerta se abrió de inmediato y un hombre grandulón le ayudó a salir por las puertas dobles que parecían de esas de vaqueros, donde ahora si se podía ver a los múltiples cuerpos danzarines, gritos emocionados, gritos para poder ser oídos a través de la resonante música que hacía temblar incluso al piso.

La sonrisa no se fue de su boca inclusive cuando casi se cae al ser empujado por un chico. Ofreció una disculpa y buscó el aire fresco que a pocos metros le ofrecía una puerta abierta de par en par. Relamió sus labios y volvió a peinar su cabello antes de volver a la travesía. Sin embargo, un brazo en el abdomen le impidió ir más lejos. El mismo brazo le hizo a un lado, encarando a su carcelero.

—¿A dónde vas en ese estado, rubio idiota? —inquirió Daiki dejando su cerveza en la barra.

—¡Aominecchi! —celebró su presencia, aunque la voz se le arrastraba a cada silaba. Alzó los brazos rodeando su cuello y una vez teniéndolo cerca, se acurrucó en su pecho, donde se encontraba su droga preferida: su aroma.

—¿Ya nos vamos de aquí? —preguntó acariciando la espalda de Ryouta con una mano y la otra la colocó en la nuca, peinándole el cabello.

Asintió sin querer despegarse de él.

Llevaban ya cinco años saliendo y ambos se conocían al derecho y revés. Mientras que Aomine era un ser racional y un tanto intolerante a las personas que se le acercaban a Kise, amaba cada aspecto del rubio idiota. Por otro lado, Ryouta se dejaba llevar por los impulsos, fácilmente se sentía culpable y ese era otro aspecto que el moreno apreciaba.

Ryouta era un modelo de distinguidas marcas a nivel nacional como internacional y Daiki un buen policía a medio turno que cuidaba el vecindario en la estación. A excepción de los medios, las personas que frecuentaban sabían de la relación que llevaban.

 

 

 

Llegar al auto solo fue cuestión de que Kise se sujetara bien del cuello de Aomine y él lo arrastrara ahí. Lo depositó con cuidado en el asiento delantero, junto al suyo, le abrochó el cinturón y al final peinó la frente del rubio para darle un beso. A Ryouta le encantaba sentir el cariño de Aomine como fuera que se expresase. Sonrió mirando a través de sus todavía drogados ojos, como su compañero cerraba la puerta y rodeaba el auto para poder subirse también.

—Debiste quedarte. —comentó cuando Daiki se abrochaba el cinturón. —Me regalaron un muffin de hierba que estaba muy rico. Te iba a guardar —aseguró al tiempo que el auto era encendido con un apenas perceptible ronroneo. —…pero me lo acabé. Perdona.

—No te preocupes por eso. —palmeó la pierna de Kise. Sonreía por cuan encantador podía lucir su novio, pero prefería verlo en un estado en el que ambos pudiesen entenderse, o ambos drogados o ambos conscientes de lo que sucedía.

Aomine sabía de la gravedad del asunto de esta noche, no por nada había despertado con un mal presentimiento que le ponía de un pésimo humor. Si bien no sabía que Kise se pondría hasta atrás, se culpaba por no haberlo evitado. Es decir, cada que uno de los dos podía o tenía tiempo, fumaban juntos un cigarro de marihuana, o tomaban un par de cervezas. Todo en casa de alguno de los dos y si eran invitados, acudían a las reuniones sin excederse; gustaban de la compañía del otro. Sin embargo, Kise fue invitado por un compañero de la agencia de modelaje a una pequeña “reunión de humo”.

Aomine solo lo intentó una vez, le pidió a Ryouta salir de ahí en cuanto el rubio se terminó las dos cervezas y en seguida encendía un cigarro. Pero ya se había drogado lo suficiente con solo inhalar lo que los demás liberaban y empujó a Daiki diciéndole que lo dejara en paz, que todos nacían para morir y el momento era ahora. Salió enfadado del cuarto, pidió sus teléfonos al tipo que custodiaba la puerta y esperó en la barra a que Kise decidiera salir o en caso contrario, esperar a que se le bajara la furia.

—Aominecchi, te amo.

Daiki miró de reojo al rubio despeinado que se removía en su asiento.

—Yo también te amo, pero quédate quieto. —pidió mirando la carretera frente a él.

Apenas se veían luces a los alrededores y los faros del auto iluminaban solo lo que había delante del auto.

—¿Estás enojado? —preguntó con voz amortiguada. A Daiki eso le pareció gracioso. Sería bueno echárselo en cara cuando estuviese sobrio.

—No.

—Perdón por no guardarte muffin. —se disculpó buscando a tientas el broche del cinturón para liberarse.

—Quédate quieto, Kise. —repitió mirando por el rabillo del ojo el intento bruto del rubio por deshacerse de su cárcel. Al escuchar ser llamado por su apellido, sus intentos se detuvieron.

Liberando un resoplido, Aomine detuvo el auto junto a un árbol enorme y se quitó su cinturón para quitar el mismo a Kise, quien lo miró con lágrimas sin derramar en los ojos.

—Eres un grandísimo estúpido. —rió Daiki acariciando con el dorso de su mano la mejilla pálida del rubio.

—No me ofendas, Aominecchi. —reclamó pegándose la mano cálida del moreno a su rostro.

—¿Cómo no hacerlo, rubio tonto? —los ojos azules se posaron con sorna sobre los de Ryouta.

Kise estuvo cerca de replicar, pero fue silenciado por un beso rápido en los labios.

—No estoy enojado. —aseguró con media sonrisa decorando sus labios. —Pero pídele a Dios salir vivo de lo que te haré en casa. —susurró cerca de la boca del rubio. Pero Kise tampoco se satisfacía con solo un roce de sus bocas. Tomó posesión del labio interior de Aomine, levantándose de su asiento para abrazar el cuello de su pareja. Daiki no detuvo los movimientos de Ryouta y lo tomó de la cintura, pasándolo a su regazo. Kise acaricio los contornos de la espalda de Aomine por debajo de la camiseta; la sensación era electrizante, pues las yemas de sus dedos parecían haber cobrado una sensibilidad increíble. Instintivamente movió la cadera cuando el moreno mordió y succionó su lengua.

—Hagámoslo aquí. —susurró al tiempo que mordía el cuello de Aomine, moviéndose de atrás hacia delante.

—Que caprichoso eres, Ryouta. —rió cómplice deslizando ambas manos hacia las nalgas del otro, pegándolo todavía más a su cuerpo. Sintió el estremecimiento que se apoderó del cuerpo del rubio y quiso provocarlo más. No obstante, el parpadeo de luces rojas acercándose le decía que debían moverse antes de que la patrulla supiese que Kise estaba drogado hasta los huesos. —Kise, apúrate y abróchate el cinturón. —dijo al tiempo que se quitaba de encima el cuerpo ligero del modelo.

Puso en marcha el auto.

Kise se acomodó en el asiento sin decir nada, pues, aunque continuaba con la cabeza en las nubes, era capaz de discernir el peligro que una patrulla los ponía a ambos. Lo que sí, era que sus dedos eran torpes. Aomine abrochó su cinturón y de paso abrochó el de Kise.

—Qué noche me estas haciendo pasar.

—Solo no hay que volver a hacerlo. —musitó con sueño y hambre. Sentía sus tripas retorcerse en su interior.

—Tenlo por seguro. —rió Daiki ladeando la cabeza un segundo, mismo en el que vio a su desaliñado novio dormitar con el cuerpo desplomado en todo el asiento negro. Al volver su vista al frente, notó un perro saltar frente de él, quedándose varado por las luces del auto.

No hubo tiempo de tocar el claxon, dio un volantazo y las llantas chirriaron al derraparse sobre el negro asfalto. Su corazón tamborileó feroz, miró a todos lados y se aseguró nuevamente de que Kise llevara el cinturón puesto.

El estruendo del metal crujiendo al volcarse, los cristales rompiéndose en miles de pequeños fragmentos, el miedo de morir y el miedo de no poder decirle a Kise que todo estaría bien, inundaron cada uno de sus sentidos.

Aunque Ryouta despertó al escuchar el chirrido de las llantas, el golpe en su cabeza contra el cristal de su ventana, lo noqueó, enajenándolo de lo que pasaba y pasaría.

No fue sino hasta un par de minutos después que Kise volvió a abrir los ojos encontrándose con el cristal roto, parecía que una araña pasó a tejer su telaraña sobre el parabrisas. Parpadeó con dolor sintiendo que su cabeza era taladraba desde el interior. Giró a su derecha, donde se supone estaría Aomine, y efectivamente, solo que ambos estaban de cabeza. El cinturón había impedido que se hicieran demasiado daño, pero Aomine tenía cristales en la parte superior de su rostro. Goteaba sangre de la ceja izquierda, deslizándose hacia su frente.

—Aomine. —habló Kise alzando una mano. Sacudió el hombro del moreno sin obtener ni un movimiento. Su interior se agitó horrorizado. No, no y no. —Daiki, oye. —volvió a hablarle, con la voz ahogada en miedo. La garganta le dolía al acrecentarse el nudo que en ella nacía.  Pero, esta vez recibió un murmullo molesto en respuesta. —Maldición. —sonrió aliviado y un par de lágrimas se escurrieron hacia sus sienes.

Con esfuerzo presionó el botón que lo dejaría bajar del asiento, cayendo con todo su peso sobre el techo del auto. Sintió los cristales crujir debajo de él. Se arrastró posicionándose debajo del cuerpo de Aomine, se cercioró que respirara y presionando con fuerza, liberó también el cinturón. El cuerpo de Daiki cayó de lleno encima del rubio y con cuidado lo dejó en el techo. La ventana del copiloto estaba más destrozada que la del piloto. En ese momento, Kise se preguntó como era que Aomine tenía más heridas en el rostro si su ventana estaba técnicamente completa. Pateó los restos de vidrio hacia afuera y volvió a arrastrarse para salir. Al pasar por la ventana, sintió como su camisa era rasgada desde el hombro. Un cristal se había incrustado. Con fastidio y ansioso por sacar a Daiki del auto, se desencajó el pedazo de ventana y sacudió los cristales grandes del suelo. Una vez fuera, metió los brazos halando al moreno de los brazos que afortunadamente se encontraban cubiertos por su chamarra de piel.

Lastimado, con el brazo punzándole y presa del miedo, arrastró a su pareja lo más lejos que pudo del auto.

—Aominecchi. —habló Ryouta dejándose caer a un costado del otro. Vio que su pecho se inflaba consecuencia de su respiración y volvió a insistir. —Daiki. —su voz se oía adormecida y es que en verdad estaba cansado. Ahora solo rogaba a Dios que Aomine despertara.

—¡Hey! ¿están bien? —preguntó una voz masculina, que se acercaba a pasos agigantados. Se había bajado de la patrulla en cuanto pidió una ambulancia, sin embargo, esos segundos que había tardado hubiesen sido de ayuda a Kise.

Se ciñó a Daiki antes de que volviese a quedar inconsciente.

 

 

 

>>><<< 

 

—Retiraré la venda de sus ojos y después las gasas. El cuarto esta oscuro, así que es normal si tarda en acostumbrarse a nosotros. ¿De acuerdo? —la voz del médico a cargo se oía perfectamente bien y su corazón latía nervioso. Apretó la sabana bajo sus puños.

—Todo está bien, hijo. —escuchó a la señora Kise y supo que su madre también estaba ahí, pero no podía hablar. Seguro lloraba.

Aomine asintió y las manos frías del médico procedieron a quitarle la venda lentamente. Su respiración era agitada, pero no errática, simplemente estaba nervioso y el nudo en su garganta gritaba que esa no era del todo la verdad. Se mordió el labio.

—Listo. Ahora quitaré las gasas y los podrás abrir. —dijo al tiempo que desprendía con facilidad los rectángulos cortados, de sus ojos. Los sintió fríos y al mismo tiempo ligeros. Tardó y a pesar de que sus parpados temblaban, logró abrir los ojos. Parpadeó un par de veces y logró ver las sombras que componían a cuatro siluetas de personas frente a él. Logró discernir al médico, al par de mujeres que se tomaban mutuamente de las manos y a la enfermera.

Sus labios se despegaron. Parecía que diría algo, pero no fue así. La acuosidad dentro de sus ojos se desbordó en forma de gruesas lágrimas. Cerró los ojos y dejó que el llanto aflorara sin restricciones.

 

En la mañana, cuando despertaba tanto del accidente como de la intervención en la que le extrajeron los cristales tanto de los ojos como de los parpados y el resto de su rostro, sintió la mano de alguien presionando la suya.

—¿Kise? —murmuró y al no poder abrir los ojos, se llevó las manos al rostro, sintiendo los vendajes.

—No, soy tu madre. —repuso la mujer tomando las manos de su hijo. —¿Recuerdas que te sucedió?

—Choqueé el auto. —farfulló molesto. —Carajo. Con lo que me costó… ¿Me operaron de la cabeza?

—No. El accidente no dañó tu cabeza, solo tu rostro.

—Espero que Kise no tenga muchas heridas o me lo echará en cara. —resopló divertido. Esperaba que su madre riera o le dijera que se preocupara más por la carrera de su novio, pero el silencio solo se prolongó.

—Hijo, Ryouta fue quien te sacó del coche.

La confesión de su madre le sorprendió, pues Kise no era muy fuerte y menos en el estado en el que se encontraba anoche. No dijo nada y espero a que su madre continuara, ya que se notaba más seria de lo normal.

—Ninguno de los dos había sufrido heridas graves hasta el momento del choque… —la mujer no pudo continuar. Su voz se quebró y lloró en la mano de su hijo. Aomine sintió que toda fuerza abandonaba de su cuerpo, la desesperanza hizo su hogar en el pecho del moreno y la desesperación hizo acto de presencia.

—¿Dónde está Kise? —preguntó deshaciendo el agarre de su madre.

—De no ser por él… El coche se prendió.

—¿Dónde mierda esta Kise? —inquirió subiendo el tono de su voz.

—Ryouta falleció anoche, hijo. Al sacarte del auto se desgarró una arteria principal. Eso hizo que perdiera mucha sangre en poco tiempo…

La voz de su madre dejó de escucharse. Sus oídos zumbaban y el mundo desapareció, pues, aunque no veía nada, ahora no tenía sentido si sus ojos servían o no si Ryouta no le regalaba su brillante sonrisa, si ya no estaría para disculparse. Todo carecía de sentido sin esa voz llamándole de esa forma tan peculiar.  

Volvió a abrir los ojos enfrentándose a las cuatro personas ahí.

—Quiero verlo.

 

 

Acompañado de ambas mujeres y el médico, fue llevado a la morgue, donde frunció el ceño ante la exposición a la luz blanca después de haber estado en completa oscuridad. Las mesas que había ahí estaban desocupadas y solo estaban en una pared, los cajones metálicos donde se guardan los cuerpos.

Ahí adentro el frio era inminente, olía a una sustancia muy fuerte que no supo reconocer o comparar con algo más. Era incómodo y se oía únicamente el ruido de la luz de las lámparas.

El hombre de bata se adelantó abriendo una puerta, de donde extrajo la cama plateada y el cuerpo desnudo y pálido de un rubio. Su madre, que sostenía su mano, lo soltó y la señora Kise que también sujetaba su hombro, lo dejó caminar hacia el médico.

A cada paso que se acercaba, su estómago se comprimía, las manos le temblaban más, el corazón golpeaba con ímpetu dentro de su tórax, resquebrajándose en cada latido. En su garganta parecía haberse atorado un hueso de durazno y no quería descender por más que intentara tragarlo. Apretó debajo de sus puños la tela de la bata que llevaba puesta, se mordió el interior de la mejilla y los ojos volvieron a escocerle como si de dos trozos de carbón incandescente se tratasen.

Lo primero que notó en aquella piel blanquecina y carente de calidez, fue la tremenda rajadura en el hombro derecho muy cerca del cuello, cosida con hilo negro que brillaba. Se notaba larga y profunda. Acercó los dedos trémulos hacia aquel lugar y en sus yemas hormigueó el tacto frio y áspero de la piel unida por hilo.

Las lágrimas que brotaron de sus ojos chocaron contra el rostro impávido de Kise. Sus parpados se notaban pincelados de lila, como ojeras que no había llegado a cubrir con maquillaje; su cabello carecía de brillo y suavidad, por no hablar de los labios cortados y ligeramente hinchados sin el característico color rosáceo.

Tomó una de las manos de Kise, estaba frio y los dedos comenzaban a ponerse rígidos. El corazón le dio un vuelco. Limpió las lágrimas que dejó caer tanto en su rostro como en el de Ryouta antes de inclinarse, limpiar su frente de cualquier cabello que la cubriese y depositó un simple pero prolongado beso. Cerró los ojos con fuerza, recordando el beso que le había dado de esa forma en el auto.

Aominecchi, te amo.

—Te amo, rubio tonto. —se despidió dándole un último beso en los labios fríos.

Nunca sería suficiente, le haría falta en su vida, pero intentaría sobrevivir con eso.

No entendía como una persona tan importante como el rubio pudo morir en su lugar, pero aun así ambos eran humanos y Kise tenía razón, nacieron para morir.

 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).