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Sol de medio día por Koume

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Notas del fanfic:

La obra original es propiedad del gran Yoshihiro Togashi. Todo lo que vean aquí es meramente ficción y sin afán de ofender.

EDIT: Cambié el nombre y el resumen :v, se me ocurrió y se ve mucho mejor así.

Notas del capitulo:

Pues ya me tienen nuevamente jodiéndoles, de una vez les diré, si esta historia no tiene la respuesta esperada probablemente sea borrada o nunca continuada. No es amenaza ni nada pero bueno :v Espero que sea de su gusto :’D

Capítulo 1: ¿El típico chico nuevo?

Negro.

Oscuridad y un olor repugnante.

Humedad, una fría ventisca. Sus blancos cabellos bailando al son de la briza.

Sus labios resecos, sus ojos entreabiertos, garganta reseca. Intentó hablar, gritar por ayuda. Sintió un calor inundarlo junto a humedad, ¿agua quizá? No; sangre.

Se intentó mover sólo para sentir sus huesos crujir y arder como el infierno, intentó mirar a su alrededor; soledad.

Su cuerpo tendido en la fría tierra; brazos extendidos y espalda apuntando al cielo.

Le dolía intentar moverse; le dolía respirar.

Sintió frío; su respiración entre cortada. La vista se le nublaba, haciendo que los colores que alcanzaba a ver se volvieran fríos—monótonos. Veía puntos negros.

¿Iba a morir ahí?

Lentamente cerró los ojos, incrédulo a que si no veía, no sentiría.

Hubo tantas cosas que quiso hacer; que quiso decir, pero no lo logró, su voz nunca salió, su cuerpo nunca sanó. Aquella enfermedad se propagó en todo su cuerpo y lentamente carcomía su ser y—por extraño que fuera—su alma.

Y otra vez, la oscuridad inundo el páramo desierto en el que su cuerpo inerte yacía. Vaya forma de dejar la existencia.

Morir en solitud; que curioso, no recordaba cómo llegó ahí, sin embargo, tampoco importaba. Ya nada lo hacía, se había resignado.

Morir era, simplemente, más valioso que su propia vida.

Negro.

♠~♠~♠~♠~♠~♠~♠~♠

“¿Gon?” Escuchó la voz de su tía, su cuerpo entumecido por el viaje, sentía pesadez después de haber permanecido dormido todo el viaje. Se durmió directamente encima de su brazo; cosquilleo.

Se bajó del pequeño coche negro, abrió la cajuela y sacó su maleta, nunca tuvo muchas cosas así que no tuvo que ocupar una tan grande.

Era un hermoso lugar, lleno de flores; la cosa más pura en su cruel existencia.

Blancas, amarillas, rojas, acompañadas del hermoso cielo azul y la calidez del sol; nubes adornando con su blancura. Aspiró el olor natural que desprendía la naturaleza, el aire tan limpio, tan puro, no como la cargada ciudad.

No había ruido, sólo la naturaleza que le rodeaba; amaba ese lugar.

Notó como su tía sonreía al ver la satisfacción del pequeño azabache, “La escuela aquí es más pequeña, pero te va a gustar.”

Ojalá fuera así, el lugar era demasiado hermoso y no dejaría que un edificio con gente de su edad lo arruine; no tenía por qué.

“Vamos, tu abuela nos espera adentro.” Asintió y fijó la vista en la colorida casa, pintada del mismo color del cielo, se divisaban dos pisos y finalmente un pequeño ático en un cuarto de la casa. La cerca trasera vislumbraba un patio con plantaciones, un árbol de manzanas y un pequeño gallinero.

Abrió la puerta y divisó a su abuela sentada en una mecedora tejiendo; como si de una película se tratase.

Entró y le dio un beso en la mejilla, su abuela le sonrió, “Hola abuela, con permiso.”

“Pasa, es tu hogar hijo.” El azabache volvió a sonreír. Subió las escaleras en busca de su nueva habitación, al fin tendría un lugar para sí solo.

Entró en la última habitación, ya tenía una cama y un escritorio. Abrió la ventana, había pájaros parados en ella, al acercarse se alejaron volando. Dejó su maleta en el suelo y se acostó en su cama; volvió a inhalar, incluso el olor a natural llegaba a su habitación.

Se paró y salió de su habitación, fue sorprendido por su tía, “¿A dónde vas, Gon?”

“A explorar, escuché que por aquí había un arrollo.” Su tía asintió con una sonrisa en la boca; deseaba que así fuese toda su vida, tan... Ligera.

Bajó las escaleras, aprovecho para explorar la cocina, era grande y compartía con la sala.

Se despidió de su abuela y salió de la casa. Ya varios metros lejos regresó su mirada a la casa; era verdad, desde ahora viviría ahí, pellizco su cachete, intentado ser despertado, pero no, era la realidad. La vida podía ser bonita.

En ese vecindario había varias casas, ya conocería a la gente de ahí; se preguntaba si sería como en las películas y los recibirían con una tarta de fresa y una cálida sonrisa. Saltó la cerca trasera de un ‘callejón’—realmente no era un callejón, una simple abertura entre dos casas.

El páramo estaba llena de maleza, escuchaba a los grillos y los pájaros cantar, cerca habían margaritas, su flor favorita; le recordaban al sol.

Caminó en busca del arrollo, deseaba probar el agua natural, no la embotellada que presumía ser ‘natural’.

Por fin llegó, cerca del arrollo había un árbol de duraznos, sonrió ante el paisaje, por fin era libre, o se sentía libre, aunque fuera un autoengaño.

Se acercó al arrollo y metió su mano, sacó el agua contenida y le dio un sorbo; simplemente deliciosa. Escuchó un sonido—una rama rompiéndose y movimiento en el pasto.

Levantó la cabeza, sólo para encontrar una cabeza asomada de detrás del tronco del árbol.

Pelo blanco y tez pálida, demasiado para ser algo sano. Una mano posada en el troco, se notaba  pequeña y delgada, se lograba divisar un ojo. Azul, un azul profundo recordándole el mar, con un brillo simplemente deslumbrante, como una única estrella en una oscura noche. Aquel chico—a menos que fuera una chica, que cabía la posibilidad y era muy grande—se ocultó más al encontrarle observando.

Gon se apenó y se alarmó, con temor de haber hecho algo para espantar al pequeño. Suspiró y le dedicó una sonrisa amigable al chico, gentil y aseguradora, una sonrisa que para el albino sería como una escapatoria, nunca había sentido tal calidez con una simple sonrisa, el azabache empezó a hablar.

“Hola,” Le saludó enérgico, ocultó su cabeza tímidamente tras el tronco, “Sal, no temas.”

Volvió a asomarse, encontró aquella sonrisa tan bella, “No te haré nada.”

Salió de detrás del árbol, dejándole vista completa al azabache de su ser.

El albino llevaba un suéter grande, los hombros caían por su pequeña espalda. Era bastante delgado, Gon se preguntaba si comía bien sea donde fuera que viviera. Llevaba un short café y estaba descalzo, dejando ver pequeños pies manchados de tierra y hierbas.

Parecía ser un chico de su edad, Gon le volvió a sonreír y el albino se sonrojó ligeramente, “Soy Gon.”

El albino ocultó su cara entre sus manos, entre sus dedos vio la faz preocupada del moreno, “¿He dicho algo malo?”

Negó con la cabeza y retiró sus manos, “¿Quieres ser mi amigo?”

Tal vez fue demasiado impaciente, con la primera impresión que el pequeño le dejó quedaba claro que tan tímido era, un movimiento tan brusco lo podría espantar. Contrario a lo que creía el albino no se escondió, sus ojos se iluminaron, como si lo que le hubiera dicho fueran las palabras más bonitas que alguna vez haya escuchado.

Por fin le dedicó una sonrisa, sus labios eran pequeños y delgados, lucían tan... Frágiles, en sí el chico parecía frágil en su totalidad; preocupante.

El albino asintió y Gon rió.

“¿Cómo te llamas?”

“¡Gon!” Escuchó a su tía Mito gritándole, volteó a ver a donde venía la voz, “¡Ven a comer!”

“¡Ya voy!” Gritó alargando un poco sus palabras, era un poco infantil pero así era su actitud. Volteó a ver al arrollo. El chico ya no estaba.

Notas finales:

Pues bien, me inspiré un poco—mucho—en un fic que leí hace un buen, yo les contaré una historia diferente pero es por si las moscas :v, espero que les haya gustado, me halagaría que me dieran su opinión, nos leemos! 


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