Entendía muy bien lo que era y por supuesto lo que no. No era un fantasma, ni una persona, tampoco un mueble o un adorno de la casa, no era una mascota o una planta; simplemente era el producto de tu imaginación.
Por supuesto yo no me sentía especial por eso; porque tú, autor reconocido que les habías dado “vida” a muchos personajes maravillosos y yo era uno más; y aunque no me sentía más exclusivo que algunos otros personajes, me sentía muy amado cuando sus lectores te halagaban por los libros y las buenas ventas.
¡Oh querido Aoi! Tú que era realmente talentoso y después de las muchas páginas donde colocaste incontables veces mi nombre; me regaló una personalidad, a veces dulce y a veces amarga, y creó tantas miles de historias divertidas y tristes; nunca creí que fueras a terminar en ese lugar blanco y terrorífico, y que te tendría que hacer compañía en medio de su locura.
Entre mis planes jamás estuvo salir de las blancas hojas y apoderarme de tu mente y cuerpo. Yo estaba bien donde tú me creaste, entre libros y estantes, entre risas y llantos, entre tu ordenador y la editorial. Sí, yo ahí era feliz; y por lo mismo nunca noté la obsesión que me tomaste al escribir más y más sobre mí.
Yo no te puedo regalar ningún chocolate de San Valentín; ni prometerte un te quiero por el destino de una triste y deshojada flor; jamás probaría tus castos labios que jamás dejaste que fueran profanados por nadie; ni tampoco podríamos compartir sábanas ni siquiera por una remota noche; o esperarte bajo la sombra de la torre de Tokio, ni en el bar de la esquina donde solías tomar tus finos vinos; porque no existo más que entre las bibliotecas del mundo y tus estantes.
No siento compasión por ti y tampoco deseo seguir atormentándote con mi presencia, pero no me dejas ir y te sigues aferrando a alguien que no existe más que en tu corazón que sólo llora de amargura y tristeza por mi culpa. No sé qué hacer para que me olvides y salgas pronto de ese lugar. Me gustaría que tus amigos te dejaran de reclamar cosas de la que no eres plenamente consciente; o que aquél médico y enfermero te dejaran de obligar a tomar medicamentos innecesarios; que tus emociones fueran más estables o tus estados de consciencia fuera más duraderos; pero eso no sucederá si sigues acudiendo a mi cada que te sientes ligeramente solitario.
Querido Aoi, ¿qué derecho tengo yo para hacerte tanto daño? Lo único por lo que ruego es que seas feliz con una persona real, que pueda hacer todo lo que yo no. Tus cercanos me odian y con todo el derecho, han quemado y regalado la mayoría de tus escritos donde aparece mi nombre, agradezco y maldigo al mismo tiempo que Uruha te siga leyendo aquellos primeros borradores donde me creaste, pero no encuentro el medio para decirle que deje de hacerlo.
Querido Aoi, quiero decirte que aunque tu amor es más grande; algún día tendré que partir.