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Camino a la venganza por nofynoky

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Notas del fanfic:

Hace mucho tiempo escribí este fic y tuvo muy buen recibimiento público, fue mi primera historia y a la que mejor le fue, por lo que le tomé mucho cariño y tras varios años de eso, siento que le debo un final y por ello decidí retomarla.

Esta vez iré mejorando la escritura, en esencia será la misma historia, pero espero que con mejor cohesión y aún más emocionante.

Como siempre, le debo mucho a este sitio y a mis lectores, hoy en día ya estoy en mi tercer año universitario y creo que mi habilidad literaria comenzó aquí con mi amor al manga, anime y cultura japonesa. Pero por sobretodo por Kuroshitsuji.

Espero recibir algún review pues es lo que más me ha motivado a escribir, espero les guste.

 

~~ TAMBIÉN EN WATTPAD ~~ 

https://www.wattpad.com/myworks/103200886-camino-a-la-venganza

Camino a la venganza

El salón estaba adornado con bellos tapices y un estilo con tendencia a lo gótico, la luz solar se colaba por las largas cortinas blanquecinas dándole un aire acogedor. En la habitación sólo se encontraban tres personas y nadie más estaba permitido dentro de la mansión ese día.

Ya habían pasado unas semanas desde que Scotland Yard se había visto sobrepasado por la horrible seguidilla de asesinatos. Los medios ya habían escandalizado los acontecimientos y el pueblo londinense se estremecía por las noches esperando a que volviera a escucharse un alarido proveniente de algún desolado callejón. 

El asesino más buscado estaba suelto e impartiendo un reinado del terror y las pistas entregadas por el departamento policial no daban esperanzas cercanas a nada concreto. La mansión Phantomhive ya se estaba preparando para dejar salir al perro guardián de la reina para que descubriera el rastro del asesino.

El Conde Ciel Phantomhive era la mano izquierda de la reina, por así decirlo, su as bajo la manga. Cuando Scotland Yard se veía sobrepasado, la reina recurría a su perro más fiel para que arreglara el caos que otros habían dejado. Por supuesto, todo esto no eran más que rumores, la reina jamás podría verse envuelta en dichos movimientos, pues El perro guardián no era muy conocido por atenerse a las reglas. 

Con la carta de la reina en mano, se recordó que todo esto era por un bien mayor y que si la reina había recurrido a su ayuda, es porque necesitaba solucionarlo por cualquier medio que fuese necesario. Se acercó a la chimenea y lanzó la carta al fuego.

 

Un suspiro salió de entre sus labios, Anne o Madame Red como le llamaba la mayoría, llevaba más de una hora observando a su adorado sobrino; ella y Sebastian le habían estado aleccionando todo el día y Ciel no paraba de cuestionarse en qué maldito momento se le había ocurrido aceptar dicho plan.

Por alguna extraña razón aquellos dos personajes (sí, personajes, pues nadie normal podría actuar como aquellos dos), lograban tomarlo con la guardia baja con cada disparate que se les ocurría una vez en cada tanto.

¡La idea de hacerlo pasar por chica era absolutamente ridícula!

¿A qué persona adulta en su sano juicio llegaría a pensar que de una u otra manera una aberración como esa sería algo correcto?

Sin embargo, y muy a su pesar, tenían razón. Ciel era particularmente fino de facciones y tenía unos ojos fuera de serie, simplemente increíbles, por lo que era extrañamente perfecto para ser una chica que llamara la atención. Además no había tiempo de buscar una chica que reuniera todos los atributos necesarios como para llevar a cabo la misión encomendada.

Resolver el caso de "Jack el destripador" era la prioridad y sobrepasaba toda queja o incomodidad del joven conde. Ser el perro guardián de Inglaterra tenía sus beneficios, pero nadie mencionaba "los gajes del oficio".

Ciel suspiró, definitivamente no se esperaba que la tarea de ser una chica, además de ser vergonzoso, fuese tan difícil, por un momento se lamentó por las pobres chicas a las que la sociedad les exigía tanto, pero no alcanzó a empatizar más allá de su propio sufrimiento por tener que pasar por eso.

Hasta el momento, había tenido que pasar por todo tipo de aleccionamientos, su madrina se había preocupado minuciosamente de que cada detalle fuese perfecto y Ciel sospechaba que su esmero iba más allá de cualquier preocupación por resolver el caso. Sí, definitivamente Madame Red lo estaba disfrutando, su cara de goce podía distinguirse a leguas y por si no fuera poco, lo dejó en claro apenas levantó su voz para exclamar lo mucho que la situación la estaba emocionando. - Ciel, luces tan maravilloso - Exclamó sin prestar atención a la cara de asco de su sobrino - o mejor dicho, ¡maravillosa! siempre quise tener una sobrina, pero no te vayas a ofender querido, sabes que te amo.- terminó la frase con una risa chillona.

Ciel había pasado toda la tarde aprendiendo cómo caminar con gracia y femineidad, cómo bailar y sentarse a la mesa sin deslucir el vestido, cómo sonreír coquetamente y cómo nunca, NUNCA, nunca, levantar la voz más de lo necesario.

Éste era, muy probablemente, el caso más difícil que le había tocado. Evidentemente él prefería el peligro, la acción, esas cosas. Y su idea de aventura no incluía, en ninguno de sus esquemas mentales, un lindo vestido ni un ajustado corsé.

Su preocupación por ser descubierto en tales circunstancias era tan grande que el día anterior le dio el día libre a todos sus empleados, menos a uno, por supuesto. Sebastian era su inseparable mayordomo, tenían una relación difícil de describir. No obstante, parecía ser que tanto Anne como Bash no estaban ni mínimamente interesados en ocultar la gracia que les hacía el ver a Ciel en tal aprieto.

Ciel se sentó amurrado sobre el sillón, Madame Red estaba demasiado efusiva con todo esto, pero Ciel sospechaba que Sebastian era el que más disfrutaba de verlo hacer el ridículo y fallar estrepitosamente como dama de alta sociedad.

- Ciel, querido, es que no lo estás intentando... debes esforzarte más - Esto fue la gota que rebalsó el vaso, Ciel lanzó lejos el ridículo sombrerito con la peluca y bufó, casi le salía humo por las orejas. - Ya basta, me rehúso a seguir haciendo el ridículo - exclamó enojado - si las miradas mataran, ambos adultos estarían bien muertos - Sebastian, tráeme un té con un trozo de tarta. Bash que no parecía inmutarse ni un ápice con el berrinche de su amo le dirigió una sonrisa sencilla de esas que sacaban al conde de sus casillas y prosiguió - ¿tarta? pero si ayer dejó libre a todos los empleados de la mansión.

Ciel lo miró con furia y eso bastó para hacer que Bash diera media vuelta en dirección a la cocina con un rápido "Yes, my lord".

La mujer, vestida absolutamente de rojo de pies a cabeza, observaba la situación en silencio mientras reposaba junto a la ventana, su sobrino era un conde muy duro y autoritario, a veces hasta olvidaba que se encontraba frente a un niño que en el fondo siempre había sido un chico mimado. Ella sabía que detrás de toda esa fachada, Ciel era un chico normal que necesitaba tanto amor como todos, o eso quería pensar ella.

Algunas veces se compadecía de su sobrino al pensar que todo ese carácter fuerte escondía un horrible pasado, pero cada vez que se atrevía a sentir algo similar, Ciel hallaba la manera de aplastar cualquier rastro de lástima que hubiese surgido tal como lo haría un noble respetable. Inmediatamente Anne sintió una chispa de orgullo, ningún noble lograba estar a la altura de Ciel a pesar de su corta edad. No le molestaba presentarse en sociedad tras el cabecilla de familia, pues le gustaba admirar el respeto que lograba imponer sobre el resto. 

De pronto se dio cuenta de que los ojos zafiro la miraban directamente como si leyeran cada pensamiento que ella estaba teniendo y no pudo evitar sentirse sorprendida espiando y tuvo que desviar la mirada hacia la ventana para ocultar su sonrojo. Mierda, su sobrino era tan inquietante a veces.

A los pocos minutos Sebastian vuelve a irrumpir en la habitación llevando en la mano una bandeja perfectamente arreglada con un par de tazas de té y, en apariencia, un exquisito trozo de tarta. Madame Red no pudo evitar abrir los ojos como plato, no era posible que Bash hubiera tenido el tiempo suficiente de cruzar el ala oeste de la mansión hasta la cocina y haber vuelto con todo el pedido completamente impecable. Sin embargo ella parecía ser la única sorprendida por aquello, Ciel apenas le dedicó una mirada a la bandeja y en seguida tomó su té y comenzó a sacar cucharadas de la famosa tarta.

- Llegas tarde, Sebastian. - Anne no se lo podía creer.

- ¡¿Qué?! - no pudo evitarlo, se le había escapado - ¡Ciel! no puedes tratar así a la gente, además no ha tardado nada, es de hecho increíble.

Su decepción fue grande cuando su sobrino la miró desinteresado y respondió con un bufido. La sangre le hirvió por un segundo frente a tal falta de respeto, pero en seguida lo dejó pasar, el enojo sólo le traía arrugas.

Por otro lado, Ciel estaba complacido de la eficiencia de su mayordomo y nada sorprendido, pues era el único que conocía su secreto. Además había logrado disimular su vergüenza a la perfección. No era más que otra forma de salir airoso de una situación incómoda.

Ignoró por completo la intervención de su tía y prosiguió a beber su té parsimoniosamente como si nada. La conversación se terminaba cuando él decidía que se terminaba.

cuando al fin terminó su once, dejó a un lado las cosas y percibió que Bash se aproximaba con algo en las manos. La caja era alargada y blanca, sin comprender bien, la abrió y dentro había un carísimo vestido rosa con encajes. Le pareció bonito para una chica y pensó en que Lizzi estaría fascinada con algo así, su prometida era muy fácil de comprender una vez que la conocías un poco.

De pronto Ciel levantó la mirada y todos en la habitación lo observaban con un brillo de morbo en la mirada y en seguida comprendió para quién era el vestido. La situación ridiculizante se volvía más real ahora que se daba cuenta de que en serio se presentaría en una gala de la alta sociedad vestido como mujer. Se le vino el alma al piso al visualizar la escena en que todos notaban que dicho conde era un rarito, podría jurar que la cara se le había vuelto verde, morada, blanca, de todos los colores imaginables. - No me pondré eso. - sentenció.

- Ciel, tienes que... - la suave voz de la madame fue interrumpida a mitad de la oración por el mayordomo que repentinamente se había vuelto severo.

- ¿Vas a acobardarte ante un vestido después de toda la humillación de esta tarde? - Madame Red quedó con el alma en un hilo, hasta a ella se le habían encrispado los pelos con la dura voz de Sebastian, pero no era sólo que había tuteado a su sobrino, sino que hubo cierta negrura inexplicable en aquella pregunta, algo que no calzaba con el contexto. Sin embargo fue la reacción del conde la que la dejó perpleja, ella creyó que Sebastian se llevaría un buen reto, sin embargo hubo un interesante intercambio de miradas entre ellos y Ciel se levantó sin decir una palabra y de un tirón arrebató el vestido de la caja y se marchó. Una sonrisa de medio lado se dibujó en la comisura de los labios de Bash y recogió los platos junto con la bandeja como si nada lo hubiese perturbado en lo más mínimo. Eran momentos como éste los que le recordaban a Anne el porqué sus visitas en la mansión no duraban demasiado, sentía que no encajaba ni entendía el mundo que esos dos tenían. De algún modo, toda la escena le había parecido agresiva y misteriosa, como si una amenaza se hubiese blandido en el aire pasando casi desapercibida para ella. Decidió actuar como si nada hubiese pasado y al entrar, Ciel, nuevamente en la habitación usando el vestido, se levantó y comenzó a sopesar qué detalle le hacía falta.

- Luce espléndido, amo - dijo Sebastian, todo había vuelto a la normalidad. Una sonrisa demasiado complaciente se marcaba en el rostro de él y ante aquello Ciel rezongó. -¡No te burles, Sebastian! - Su reclamo parecía casi un berrinche, por supuesto, Bash no borró la sonrisa de su rostro y a pesar de disculparse, era evidente que no le importaba en lo más mínimo disimular su diversión.

- Tsk... como sea. - Dijo Ciel con un tono entre indignado y resignado a que Sebastian se burlase internamente.

- ¡Ya lo tengo! - exclamó Anne, tan entusiasta que sobresaltó a Ciel quien inmediatamente sintió susto de las "buenas ideas"de su madrina. Pues había que pensar que su última gran idea fue la de hacerlo pasar por chica para lograr cazar al posible psicópata de Londres. - Lo que falta para que tu disfraz sea perfecto es un corsé ajustado y una peluca. - sentenció ella.

Ciel suspiró, no parecía tanto más terrible de lo que ya era, así que asumió que tenía razón, pues él era de contextura delgada, pero no alcanzaba a tener una cintura entallada como una chica. Después de todo ¿qué tan terrible podría ser?

El conde se levantó con parsimonia y comenzó a quitarse la ropa hasta quedar en boxer y con el brazo estirado le tendió todo a Sebastian para que se hiciera cargo. Si iba a hacer su papel, lo iba a hacer con dignidad, por lo que tomó el corsé que su madrina le había encontrado y decidió a ponérselo con toda maestría.

Todos estaban expectantes y sorprendidos de ver la seguridad con la que tomaba el corsé, sin embargo toda sorpresa se vio opacada al darse cuenta de que Ciel no tenía ni idea de para qué servía ese trozo de tela duro y lleno de hilos por todos lados.

Sebastian se acercó a un Ciel que se le había fundido el cerebro pensando en cómo cresta iba todo eso puesto en alguna parte de su cuerpo.

Resignado, Ciel se dejó hacer, esto de ser chica por un rato lo había superado en habilidades. De pronto miró en dirección a su tía, le había caído la teja de que era la única mujer en la habitación y así mismo era la única que no había movido un dedo por ayudarlo. Entonces comprendió, ella lo estaba disfrutando tanto que casi se le salía una lágrima por la risa reprimida. No obstante toda la diversión se acabó con una sola mirada del chico y un escalofrío la recorrió de pies a cabeza.

Y una vez más... si las miradas mataran...

Cuando llevó nuevamente su atención a lo que estaba sucediendo con el corsé se dio cuenta de que comenzaba a sentirlo un tanto apretado.

- Sebastian, creo que ya está ajustado - Dijo seguro de que ya era suficiente.

- Pero si acabo de comenzar, my lord. - Aquella frase hubiese sido completamente inocente si no fuera Bash quien la decía. Anne rió por lo bajo, su pequeño sobrino no sabía lo que se avecinaba.

Y ahí fue cuando la cosa se puso seria, Sebastian había comenzado a apretarlo, pero en serio a apretarlo. Ciel estaba callado y no se movía ni un ápice, tanto que llamó la atención de Red y cuando se acercó se dio cuenta que el pobre estaba que se le salían los ojos de tanto aguantar la respiración.

- Bash, creo que no respira. - comentó ella como si tal cosa.

- No se ha sabido de ninguna mujer que haya muerto por usar corsé. - sentenció tranquilamente mientras dirigía su mejor sonrisa "tranquilizadora", pero eso le dio más escalofríos que la mirada de odio de su sobrino. Y por si fuera poco, terminó la frase con un último apretón que hizo estallar a Ciel.

- ¡Ya basta! ¡Me vas a matar! - gritó soltando su último aliento. 

- Cielo, no seas exagerado, ya lo oíste, nadie ha muerto por esto - dijo con una risita despreocupada - ¡Oh! Ciel y cielo riman, nunca me había fijado que... - El chico ya había dejado de escuchar las sandeces de su tía, ¿acaso no veía la gravedad del asunto? ¡Estaba siendo torturado con un corsé frente a sus ojos!

Pasado un rato, Ciel ya estaba vestido completamente como una dama espectacular, su madrina se deleitaba de lo fantástico que era su gusto por la moda, lucía espléndida, o espléndido.

- ¡Pero si tengo una sobrina hermosa! - chilló acompañando con un aplauso de emoción.

- No he dejado de ser tu sobrino ¿Sabes? - Dijo Ciel como si fuera necesario recalcar el hecho de que seguía siendo un chico debajo de todo el encaje, pues en realidad su madrina parloteaba por aquí y por allá como si realmente hubiera asumido que Ciel era ahora su sobrinA.

Suspiró, no tenía remedio. haciendo acopio de todo el oxígeno que podía, se dirigió hasta el espejo de cuerpo entero y admiró la obra que habían hecho con él. Quedó atónito, no sólo parecía una chica, sino que era una chica asombrosa, de esas que dan vuelta miradas al pasar y quitan el aliento. Nadie se atrevería a cuestionar si se trataba de una chica o no.

Apreció el complejo vestido que llevaba la hermosa chica del espejo, un rosa pálido con bordados exquisitos y terminaciones de encaje negro que hacían resaltar su tez blanca como la leche. Su piel parecía tersa y suave, por otro lado la peluca tenía su exacto color de pelo haciendo que una cortina oscura enmarcara sus facciones a la perfección. Si el chico tenía un ego alto, pues ahora podría regodearse en él y nadie objetaría una palabra.

El sombrero a juego con el vestido llevaba rosas negras que combinaban con sus largos cabellos, era toda una visión.

Volvió a apreciar su rostro y observó detenidamente su cara buscando por cualquier pista que lo delatara. Definitivamente no podría aparecer en la gala con un parche negro en el ojo, pues era una de sus marcas más distintivas. Cuidadosamente de no dejar entrever lo que había debajo, retiró el parche y acomodó su nueva chasquilla de tal forma que le recubriera casi la mitad de la cara, pero por sobre todo, su ojo. El resto estaba perfecto, 

Anne tomó su mano y ágilmente retiró el anillo que combinaba la piedra zafiro con el color de sus ojos. Ciel se sobresaltó por la intrusión e intentó tomarlo de vuelta. La rabia comenzó a brotar a borbotones, nadie se metía con ese anillo, ni siquiera su tía.

- Ya sé que en estos momentos me estás odiando, Ciel - prosiguió la mujer antes de que la ira hiciera explotar la mansión - pero si realmente quieres pasar desapercibido, nadie puede notar que llevas puesto el anillo del conde cabezilla de la familia Phantomhive. Si alguien lo reconociese, sería el fin de tu misión y de tu reputación en toda la nobleza del país.

Ciel desvió la mirada sintiéndose estúpido por no haber pensado antes en eso antes.

- Simplemente no debiste arrebatarlo así. - sentenció, haciendo pasar desapercibida su imprudencia, su orgullo era más alto que la torre Eiffel.

Inmediatamente Red se dirigió a la planta superior a poner bajo seguridad aquél anillo tan importante y valioso. Durante su ausencia, Ciel siguió contemplando su desconocida figura ante el espejo cuando se fijó en el demonio detrás de él, sus ojos lo miraban directamente refulgiendo con un color escarlata temible, pero al cual estaba ya muy acostumbrado.

- ¿Qué sucede Sebastian? - dijo con severidad, no le gustaba ver el hambre demoníaca observarlo tan concienzudamente.

- Realmente su madrina realizó un buen trabajo buscando el atuendo más favorable para la ocasión. - su respuesta neutral y formal desviaba cualquier alusión al verdadero trasfondo. Tener un mayordomo demonio tenía una infinita cantidad de ventajas, pero como puede esperarse, Ciel no podía verse débil en ningún sentido frente a Sebastian, demonio que además de servirlo, aspiraba a devorar su alma.

- Sí, lo hizo. Pero sigo pensando que podrían reconocerme. Tu trabajo será evitarlo a toda costa.

- Yes, my lord. - Reconociendo la orden, el demonio se enderezó e hizo una reverencia, aquello era su forma de decir que su petición estaba protegida por el contrato que tenían. En pocas palabras, su orden se cumpliría como fuere.

Ciel sonrió satisfecho, ahora sí podría concentrarse en hacer su papel.

Se miró en el espejo un par de veces y desde distintos ángulos para asegurarse de que todo estuviera en orden, no había forma de que sospecharan que era un hombre. Aquella idea lo hizo suspirar, sus facciones delicadas y su cuerpo delgado eran casi femeninos.

- My lord - Sebastian interrumpió sus cavilaciones para atraer su atención.

- ¿Qué sucede, Bash? - Sebastian se quedó en silencio unos segundos y sonrió de medio lado, le gustaba cómo sonaba ese sobrenombre que el chico le había puesto; lo pronunciaba en contadas veces, pero era algo que sonaba bien cuando salía de su boca, no era distante, pero tampoco meloso. 

- Falta una lección más por repasar.

- No pienso volver a intentar bailar.

- ¿pero entonces cómo planea acercarse a su victimario?

- Tsk... está bien. - aquél sonido que hacía cada vez que perdía un argumento era tan característico de él que Bash supo enseguida que había ganado.

Al cabo de un rato, comenzó a sonar la música en el toca discos y Sebastian comenzó su clase. Si bien era el mejor maestro que pudiese haber, Ciel era el peor alumno de todos. Era orgulloso y tenía dos pies izquierdos, por lo que hacer bailar a Ciel con gracia era una tarea casi imposible de cumplir, por suerte su maestro era un ser sobrenatural y no un humano.

Era casi cómico ver cómo Sebastian acarreaba de aquí para allá a un chico que parecía más un cervatillo recién nacido aprendiendo a caminar que una dama de alta sociedad.

- Amo, ¿es esto un intento por sabotear mis habilidades como profesor? - dijo Bash riendo - porque realmente su torpeza es digna de alguien que se esfuerza por hacerlo mal.

- ¡Por supuesto que no! Te dije que no quería hacer esto, es imposible aprender este estúpido baile. - respondió Ciel ya muy cabreado, la verdad es que le costaba admitir que el gran conde Phantomhive fuese malo en algo.

- Bueno, pues entonces ¿pretende demostrar sus tambaleantes pasos en la gala? Cualquier estilo de baile que el amo invente, me parece bien.

- Sarcástico. - bufó Ciel

- Bueno, entonces ahora pondrá atención a mis instrucciones. - Sebastian jamás faltaba el respeto y la mayoría de las frases las adornaba con una sencilla sonrisa, pero tenía gran habilidad en lograr que simples frases, muy amablemente pronunciadas, dieran la sensación de una inminente amenaza que le ponía los pelos de punta a cualquiera, sin embargo era imposible acusarle de cualquier cosa pues literalmente ninguna amenaza salía de sus labios.

Ciel era el único capaz de enfrentarse sin miedo a dichas amenazas implícitas y en estos casos sabía que su mayordomo le gustaba tomar pequeñas represalias contra él, por lo que simplemente le enviaba una mirada asesina e ignoraba el tema en cuestión. 

Bash disfrutaba en silencio de molestar a su amo, su instinto demoníaco le inspiraba a faltar las normas cada vez que podía, con pequeñas agresiones sin importancia, pero que cabreaban más de la cuenta a Ciel. 

Sebastian siguió el ritmo de la música y recibió unos cuantos pisotones por parte del chico, definitivamente era un pésimo bailarín. Hizo una mueca involuntaria la cuarta vez que lo pisaba, increíblemente estaba comenzando a perder las esperanzas de lograr algo con Ciel. Observó sus torpes pasos y luego observó el vestido largo que llevaba, la imagen parecía estar fuera de lugar, pues llevaba puesto un delicado atuendo y su rostro no era diferente de cualquier chica agraciada. Entonces ¿qué era lo que no encajaba? Lo miró a los ojos, su chasquilla cubría parte de su cara y dejaba a la vista un hermoso iris color zafiro, en los muchísimos años que había vivido, muy pocas veces había visto ojos humanos tan bellos. Ciel tenía la piel tan blanca, tan marmórea y suave que hasta le hacía recordar el cuento de Blanca Nieves y los siete enanitos.

Era un conde con mucho poder, influencias, dinero y atractivo; Aquello no debería ser legal. Le causaba risa lo triste que debía ser para el resto de pobres humanos, la injusticia hecha persona. Era todo un paradigma por donde se le mirase, es por eso que decidió sellar un contrato con aquél niño, era demasiado distinto a todos los humanos que había conocido, había un aura dignificante que lo envolvía y eso era algo admirable y codiciable. 

Volvió de su ensimismamiento, al parecer su joven amo le estaba hablando y deliberadamente había decidido no prestarle ni la menor atención. De pronto se dio cuenta de qué era lo que no podía encajar, Ciel estaba bailando como siempre le habían enseñado, como un chico.

- Joven amo, necesito que deje de hacer lo que está haciendo - lo miró serio desde arriba, Ciel aún no le llegaba el estirón de la adolescencia y se veía diminuto al lado de su mayordomo que, por lo demás, ya era muy alto.

- Decídete Sebastian, ¿quieres que baile o no?

- Sí, pero quiero que deje de hacerlo como hasta ahora, permítame guiarlo. - Bash hizo una reverencia para comenzar nuevamente y con una mano bien puesta sobre su cintura lo acercó más hacia sí y con la otra tomó su mano. La música volvió a sonar, pero esta vez el ambiente parecía algo más solemne, Ciel tragó y sintió su garganta tensarse, estaba nervioso pues estaba muy consciente del contacto con Sebastian. Nunca lo habían tomado de la cintura de esa forma y se sentía un tanto incómodo, estaba casi seguro de que Bash sabía muy bien lo nervioso que estaba.

La noche sería una muy larga.

La habitación estaba vacía, pues Madame Red había desaparecido hace mucho rato y parecía que se encontraban absolutamente solos en la mansión; Ciel se sentía ruborizado por la situación y como quien no quiere la cosa levantó la mirada y se encontró con los ojos rojizos. Sintió cómo se le paraba el corazón, ya no podía ser más íntimo y la idea lo hizo enredarse en su propio vestido y trastabillar hasta caer. Bash rió por lo bajo y lo sostuvo del brazo.

- Sebastian creo que pisaste mi vestido - Era la peor excusa que se le podía haber ocurrido, pero para cuando se dio cuenta ya era tarde, no quedaba más que disimularlo. Sin embargo Bash no hizo ningún comentario sarcástico y en vez de eso se agachó para ayudarlo a levantarse y quedaron cara a cara, por no decir que nariz con nariz. La música se detuvo y un silencio que pareció eterno se extendió tanto que sus respiraciones parecían escucharse por toda la habitación, Ciel estaba petrificado y Sebastian no se movía un ápice, simplemente se dedicó a mirarlo con esos ojos penetrantes que lo hacían sentir como si le estuviera viendo el alma. Ciel intentó decir algo para revertir la incómoda situación, pero no pudo decir ni una sola palabra coherente.

- Amo - Sebastian fue el primero en quebrar el silencio y Ciel intentó responder un leve "¿qué?" pero al parecer su voz se había ido de vacaciones - ¿Quiere que le enseñe algo más acerca de ser una chica? 

El mundo se le cayó al suelo, sintió que todo empezaba a sentirse lejano e irreal, no sabía si había escuchado bien o no. Hasta llegó a pensar que se iba a desmayar ¡¿Qué acababa de decir?! El pánico lo invadió, se quedó tieso y no supo qué decir.

Sebastian había utilizado un tono que jamás le había escuchado, excepto por esa vez en que flirteó con una aspirante a monja para conseguir información y la verdad es que traer a colación dicho evento que acabó con Sebastian y la chica teniendo... MIERDA. NO no NO noo. Esto no podía estar pasando. pensar en eso hizo que los colores le subieran a la cara, debía pensar rápido en algo, cualquier cosa que lo distrajera: Gatitos,  aves, comida, Sebastian sin polera ¡SHIT! nonono, eso no.

El conde ya no sabía hacia dónde dirigir sus pensamientos de tal forma de que su mente no colapsara con la imagen de un demonio, sobrenaturalmente guapo, flirteando con él. Eso estaba muy, muy mal. Su corazón se aceleró a mil por hora, sentía que se le iba a escapar del pecho. ¿Qué acababa de suceder? La escena no calzaba en ningún lugar de su cabeza, nada lógico al menos.

Estaba seguro de que Sebastian podía sentir su respiración acelerándose, intentó calmarse.

- Bash, a qué.. ¿a qué te refieres con...? - sus palabras salieron hechas un hilo de voz y se maldijo por no poder mantener la compostura del todo. Sebastian se mantuvo serio y Ciel sintió que explotaría de nervio cuando percibió que se acercaba más a él e instintivamente retrocedió. De pronto el mayordomo sonrió y nada parecía estar en su lugar.

- Amo - Sebastian hizo una pausa que pareció durar más que la vida, Ciel tragó fuertemente expectante de lo que iba a decirle y no sabiendo muy bien cómo reaccionar sintió las manos sudorosas bajo los guantes blancos. - es necesario que pueda reaccionar a insinuaciones de este tipo, pues es probable que el la fiesta se encuentre con muchas de éstas. -  La última frase pareció quebrar con todos los esquemas anteriores y a Ciel le entraron ganas de matarlo ahí mismo sin importar las consecuencias. Y aunque el alivio fue grande, un sentimiento amargo quedó bajo todo ese montón de emociones, había pasado un gran susto y no pudo controlar darle un combo en el brazo por idiota y luego de unos cuantos insultos, logró calmarse. - Era para ayudarlo, amo Ciel - Se defendió el demonio, le hacía mucha gracia el berrinche tan poco usual que estaba presenciando, sacar a su amo de sus cabales era algo así como su pasión en la vida.

Cuando al fin Ciel volvió a la normalidad, estiró bien su vestido, arregló su peluca y dándose vuelta hacia la salida del salón, dijo - Se nos hace tarde, apresúrate con los preparativos - Y salió de la habitación en dirección al baño. Una vez ahí, se enjuagó la cara con agua helada y se miró a los ojos frente al espejo ¿De qué iba todo eso? ¿Había sido su mente haciéndole malas pasadas? Decidió dejar a un lado toda la confusión y enfocarse en lo que tendría que hacer. 

Bajó las escaleras con cuidado de no pisarse el vestido y al llegar a la entrada principal, escuchó un gritito agudo, Sebastian y Anne ya se encontraban en la puerta, listos para partir. - ¡Ciel te ves despampanante! - volvió a chillar ella sin contener su emoción, a lo que Ciel contestó con una mirada entre aburrida y molesta, pues ya sabía lo que venía; Una emocionada tía apretujándolo hasta dejarlo sin aire, entre ella y el corsé no le sorprendería desmayarse de un momento a otro. Si bien intentó zafarse, todo esfuerzo fue en vano. - Tía Anne... No puedo... respi... - no pudo continuar, sentía que ya se le estaban escapando todos sus nobles órganos por los ojos y agradeció infinitamente cuando Sebastian llegó a su rescate o habría sido una muerte segura por asfixia, o bien, habría sido el titular de primera plana sobre el primer chico que explotaba. - Madame, llegaremos tarde si no sube ahora al carruaje.

- Ella se detuvo un segundo y lo miró con cara de "estás interrumpiendo algo importante aquí", pero no pudo resistirse a la sonrisa del mayordomo, ni a esos ojos, ni a esa cara y... No deberían haber mayordomos tan guapos. 

Soltó a Ciel de su agarre y luego de darle un gran beso en la mejilla lo miró fijamente y preguntó con voz seria - ¿Cómo es que estás tan seguro de que el sospechoso elegirá a mi sobrino, digo, sobrina como su siguiente víctima? - su mirada de ojos castaños tenía un deje de preocupación.

- No hay forma de que no lo haga - interrumpió Sebastian y prosiguió para aclararse - Nuestro sospechoso tiene debilidad por las chicas jóvenes y hermosas. 

El comentario incomodó un poco al conde, no sabía si tomarlo como un halago o un insulto, ser una chica hermosa era más bien confuso. Además ya no estaba seguro de si Sebastian había enfatizado lo de hermosa a propósito o si se lo estaba imaginando, después de lo ocurrido anteriormente quizás sólo se sentía perseguido por la imagen de Bash muy cerca de su cara.

Satisfecha con la respuesta, Madame Red, se dirigió a la salida y tomó el carruaje que iba manejado por su propio mayordomo y lanzándole un  sonoro beso a ambos y se marchó a todo dar. 

Ciel se limpió la mejilla donde tenía unos labios rojos marcados y entró al carruaje luciendo como una aparición de cuento. Una vez dentro sacó la invitación dorada del bolsillo y repasó las letras una y otra vez. La fiesta daría lugar en la mansión del Vizconde Druitt, alguien a quien Ciel jamás había visto en su vida, sin embargo ahí estaba su nombre escrito con una caligrafía ostentosa y alargada.

Estaba seguro de que el asesino se presentaría en esa fiesta, era una pista que no podía ignorar.  

Cuando al fin la enorme mansión se divisó por la ventana, Ciel cayó en la cuenta de que pronto estaría en público, frente a toda la nobleza de Inglaterra y vestido de chica. Con tanto alboroto no había tenido tiempo de hacerse a la idea. El estómago se le hizo un nudo y se sintió palidecer un poco ante la imagen de alguien descubriendo su disfraz y dejándolo en ridículo. - Amo Ciel, no tiene muy buen aspecto - la voz de Sebastian lo trajo de vuelta a la realidad - ¿Se encuentra bien?

Ciel asintió con la cabeza no muy convencido, Bash lo observaba fijamente, realmente había palidecido y tenía la mirada un poco perdida. - No es nada de qué preocuparse - Dijo esto para tranquilizar a su mayordomo, pero la verdad era lo que más le preocupaba por ahora.

Dentro de la mansión ya había un montón de gente con sus mejores vestidos, la gente de la nobleza era tan simple, no importaba de qué se tratara siempre lo más importante eran las apariencias. 

En cuanto Ciel puso un pie dentro, las miradas se voltearon hacia él y un silencio general se hizo. 

Muy bien, se había acabado, lo habían reconocido y jamás podría volver a presentarse en sociedad después de tal escándalo, quizás hasta perdiera el favor de la reina y su familia cayera en desgracia. Sería un milagro si lograba salir de ahí y volver a su carruaje en una pieza.

 

Notas finales:

Muchas gracias por haber leído mi fic, espero subir pronto el siguiente capítulo y me encantaría saber qué les pareció.

Saludos :D


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