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Mi Amor de las Estrellas por Tanis

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Notas del fanfic:

Este fic es una historia totalmente independiente a los otros que he escrito.

Es una historia que simplemente acudía a mí, de manera recurrente, los días de lluvia.

 

Últimamente ha llovido bastante.

 

Algo triste, lo sé.

Pero al igual que algunos lloran de felicidad, otros sonríen con la tristeza de un más que probable final.

Notas del capitulo:

Único capítulo narrado en primera persona.

No quiero desvelar nada más, la sorpresa es lo más hermoso de esta historia.

 

 

 

Escucho el rugido del motor entre mis piernas. Siento los más de doscientos caballos de mi moto y el viento sobre la cara que trata de cortar mi piel.

Hoy es un día soleado.

El paisaje discurre sinuoso por una vieja carretera de antiguo asfaltado. Debo aminorar para no caerme de la moto.

Sería la primera vez, pero siempre hay una primera vez para todo.

Mi padre me lo enseñó.

Llego al lugar. El sitio es un antro escondido a las afueras de un pequeño pueblo de pescadores, de casas blancas desconchadas y callejuelas estrechas.

Huelo el mar.

Huele a sal. No a combustible, ni a alcantarilla, aquí el mar huele a mar. No como en Gotham, de donde vengo.

Presiento que aquí lo encontraré. La información que me traído es fiable, no pagada ni conseguida a golpes, sino dicha por alguien que no esperaba nada a cambio. Quizás un gracias fue suficiente. Una buena persona, como las que ya no quedan en su ciudad maldita.

Apoyo mis pies en la tierra húmeda y giro la llave. El motor deja de sonar.

Me quito el casco y peino con mis dedos mi pelo castaño. Debo cortarlo. Está algo largo.

Entro en aquel local y los aldeanos se giran para verme. Debo ser el primer extraño que ven en muchos meses, seguramente años. No creo que este sitio sea muy prolífico tentando a turistas. Puede que en verano, pero estamos en invierno. Un hermoso día soleado de invierno.

Avanzo seguro hasta la barra.

La única mujer, viste con un delantal sucio, me observa confusa. Se pregunta qué hago aquí. Cree que me he perdido, o que busco problemas. No encajo.

Sólo encajo en Gotham, sólo por la noche, cuando la oscuridad cae. Me muevo entre las sombras como un espectro más. Solo entonces me siento cómodo conmigo mismo.

Me dirijo con paso firme hasta la barra.

Me ha visto.

Sabía que era el sitio adecuado. Mi intuición no me ha traicionado. Rara vez lo hace.

Él me mira. Confundido, como si hubiera visto un fantasma, que vuelve del pasado para atormentarle en el presente. Ha dejado de secar el plato con el trapo. Está petrificado ante mi presencia.

Me acomodo en la barra, me siento en uno de los taburetes y trato de sonar tranquilo al hablar. No quiero que se ponga nervioso. Sería una estupidez por mi parte.

Contengo mis emociones, como me enseñó mi padre. En eso era el gran maestro. Mi abuelo estaría de acuerdo conmigo en eso, y no está de acuerdo conmigo en nada. De hecho no está de acuerdo con nadie, nunca.

-          Un café, sin azúcar – Le digo mientras apoyo los codos en la barra y dejo el casco de mi moto en el otro taburete.

 

Parece que reacciona. Se arma de valor. Su mandíbula se distiende por un segundo en el que me habla.

 

-          Claro … un café … ahora mismo se lo sirvo – Su voz suena ahogada en su garganta.

 

Se gira. Me da la espalda para trabajar en esa máquina que hace un ruido infernal, para hacer un café que sé que no me gustará, pero que me sirve de excusa, para hablar con él.

 

Reconozco que me río por dentro, de lo ridículo de la situación.

Yo nunca aparentaría ser lo que no soy.

En eso el maestro de las mentiras es transparente.

Soy lo que soy.

 

Alguien como él, ocultádose aquí. No sé por qué lo hace. No sé de qué se esconde. No sé de quién. Puede que de mí, si supiera lo que he venido a hacer. Puede que tratara de encontrara la paz, pero ya no la hallará. No, después de este día. No después de lo que he venido a contarle.

 

Me sirve el café, con la mano temblorosa. Casi se le derrama y estoy seguro que es gracias a sus reflejos que no lo hace.

Sé qué le turba.

 

Sé que me parezco a él, más allá de lo imaginable. Mi madre me lo recordaba, cada vez que la desobedecía, cada vez que iba a la mía. Al principio me molestaba, después no. Tan sólo el color de los ojos nos diferencia, tan solo eso.

 

Él lo sabe. No conscientemente, porque teme la respuesta, por eso no se hace la pregunta.

Pero yo hablare, porque voy a hacer lo que tú no atreviste a hacer.

Las cosas son así. No es por mi sentido de la justicia. Yo no le debo nada a nadie. Yo soy libre para hacer lo que quiera. No han conseguido doblegarme.

Nunca lo harán.

 

De nuevo se me queda mirando. No puede evitarlo. No puede romper el embrujo de mis ojos esmeraldas.

Un simple camarero.

Podría haber sido lo que hubiera querido, podría haber ido donde hubiera deseado. Él es realmente libre para hacerlo. No es una expresión, se trata literalmente de una posibilidad tangible. Pero allí está, sirviendo comida que huele a rancio y limpiando mesas en un tugurio.

Sin embargo la podredumbre no consigue tocarle, ni si quiera rozarle. Él es de otro mundo. Su corpulencia, su manera de moverse, sus cabellos ondulados, azabaches como una noche sin luna, su mirada es de un azul inimaginable. Uno que solo se puede ver en sus ojos.

Todo le delata.

¿Por qué el resto de los mortales no puede verlo?

Posiblemente sea uno de sus poderes, el de la voluntad de pasar desapercibido, el de esconderse a simple vista. Quizás sea que me fijo en los detalles, siempre he sido muy observador. Él me dice que en eso me parezco al abuelo, el doctor.

Voy a acabar con esto, ahora.

-          Llevo buscándote mucho tiempo – Doy un sorbo al líquido amargo. Sabe a mil demonios.

-          Creo que se equivoca de hombre, amigo.

 

Sus labios temblorosos y sus manos torpes le delatan, el estado de ansiedad en el que se encuentra es tal que debo hacer algo para que se tranquilice o saldrá volando de allí. Quizás todos salgamos volando de allí. No quiero cargar con más muertes sobre mi conciencia. Dejo el café sobre la barra y sigo hablando. Debo hacerle entender, pero con cautela.

 

A pesar de todo, es un ser sensible, vulnerable, y la bestia salvaje lleva mucho enjaulada. No debo herirla o atacará mortíferamente, sin piedad.

 

-          Al principio, busqué un viejo, ya sabes –Mi voz es serena y pausada. Le doy tiempo para que procese mis palabras  – Pero no te encontré y entonces pensé que quizás tu naturaleza te hiciera invulnerable al paso de los años – Hice una pausa en la que volví a dar un sorbo a mi café – Tenía razón.

 

Parecía mentira. El tiempo.

El tiempo.

Lo único que realmente es importante. El paso inexorable de los días, de los años. Los estragos en el cuerpo, en la mente, nos afectan con la justa crueldad de ser para todos igual. Pero no para él.

Porque él es diferente.

Porque salta a simple vista que no es de este mundo.

Porque empiezo a vislumbrar lo que mi padre vio en él.

 

 

-          Debe confundirme con otro – Vuelve a mentir, tratando de sonar natural. Pero a mí no me engaña. No engañaría a nadie. Su cuerpo le delata. La nobleza del que abraza la sinceridad. Si tan solo mi padre hubiera compartido eso contigo, yo no estaría aquí. No tendría que estar aquí, para hacer lo que él no se atrevió.

 

Puede que ni siquiera existiera.

 

-          No – Sentencio - Eres tú, estoy seguro.

 

Yo nunca me equivoco. Yo no me embarco en peleas que no pueda ganar, pero mis cartas en esta jugada son inciertas. El jugador ante mí es desconocido. Se rige por otras reglas, unas que sesgan mi realidad.

 

Él traga saliva y aprieta la mandíbula con fuerza. Estoy llevándolo al límite. Confieso que me gusta jugar con él. Siempre me gustó el peligro, siempre me gustó arriesgar demasiado, contradecir al mundo, por eso soy quien soy. Un temerario. Por eso hago lo que hago.

 

-          Tu nombre es Clark Kent – Le digo rompiendo todos sus esquemas.

-          Se equivoca – Su pecho se mueve arriba y abajo, respira violentamente, como si le hiciera falta el aire, como si le hiciera falta hacerlo – Mi nombre es Joe – Trata de evitar lo inevitable, mostrándome el nombre bordado en su delantal barato. Sabe que no puede, pero se ve obligado a intentarlo, para decirse a sí mismo que hizo todo lo que pudo, para no sentirse culpable.

 

Siento como el aire alrededor suyo empieza a vibrar sutilmente. Siento el poder en todos mis poros. Tanto poder. No me acobardo, nunca hago eso, porque no tengo nada que perder, porque soy como mi padre. Eso me da la fuerza que necesito para seguir.

Necesito estar solo.

 

-          Tú eres Clark Kent, o Kal-El, en kriptoniano, incluso te pusieron el nombre de Superman – Aquel ser clava sus afilados ojos en mi. Casi puedo ver como se tornan rojizos, iridiscentes – Pero cuando mi padre se refería a ti, en sus últimos años, cuando su juicio ya estaba mermado por la edad, siempre te llamaba “Mi amor de las Estrellas”

 

Los ojos del joven camarero se humedecen al instante y vuelven a su color habitual. Sus labios se entreabren estremecidos por tan apabullante confesión.

No soy delicado.

No sabría serlo.

Mis padres jamás me enseñaron eso.

 

-          Mi nombre es Damian. Damian Wayne.

 

El plato que sostiene en una de las manos cae al suelo y se rompe en mil pedazos, al igual que su corazón.

Casi puedo oír cómo se resquebraja su alma.

Seguro que él, con su superoído, lo ha oído también.

El sonido de algo que se rompe en su interior, pero esto es solo el principio.

 

Por un momento dudo. Me hace dudar su rostro.

Es un rostro atractivo. Extraordinariamente bello. Implacablemente joven.

Voy a llenar de arrugas invisibles ese rostro. Voy a llenar ese cuerpo de cicatrices imperceptibles, que no sanarán con el tiempo, porque el tiempo no le afecta, porque el tiempo hace mucho que se detuvo con él y lo congeló en su mejor momento.

 

-          ¿Cuándo? – Consigue articular con la voz quebrada.

-          Hace dos años.

 

Se lleva las manos a la cabeza y pasa sus trémulos dedos por sus ondulados cabellos negros. Casi consigue que salte la barra para consolarle.

Pero eso significaría que siento compasión.

 

-          Llevo dos años buscándote, quería darte esto – Le extiendo un sobre manuscrito con la letra de mi padre donde puede leerse “Para Clark”

 

Lo toma indeciso, pero no lo abre. Sólo me mira, como si no pudiera creerlo.

 

-          ¿Estás bien, Joe? – Pregunta la mujer.

-          Necesito un momento – Le dice antes de salir del bar.

 

Yo sé que necesitará más que eso. No le bastará toda su vida inmortal, si lo que pensaba mi padre era verdad.

 

Le sigo a distancia. Él se coloca debajo de un antiguo roble que queda algo resguardado, detrás del local y yo tomo distancia, otorgándole la intimidad que necesita, la seguridad que preciso.

 

Abre el sobre y lee la carta.

Las palabras acuden a mi mente. Confieso que me he sorprendido a mi mismo muchas veces, leyéndola, deleitándome con las sílabas, bañándome en el dulce lamento de sus estrofas, hasta saberlas de memoria.  Soy un masoquista.

 

Soy consciente.

 

 

 

“Nunca pude confesarte lo que sentía por ti.

¿Cómo podría haberlo hecho?

Estabas con Lois y se te veía … tan feliz.

 

Tenías todo lo que alguna vez quisiste, una vida normal con una familia normal.

Yo no podría haberte dado eso.

Yo te hubiera sumido en mi mundo de oscuridad.

 

Es fácil pensar así. Durante años lo hice.

Pero ahora, con la enfermedad nublando mi juicio, resquebrajando mi cerebro, tengo la suficiente lucidez como para decir que fui un cobarde.

 

Yo, Batman, fui un cobarde, la única vez que debí haber sido valiente.

Debí decírtelo, lo que sentía por ti, porque yo te amaba.

Sí, Clark, yo te amaba, desde mucho antes de ser consciente de lo que sentía.

 

No sabes lo que me costaba fingir que sólo éramos compañeros, amigos, camaradas.

Nunca sabré si tú sentías lo mismo por mí, pero en algunos momentos que pasamos juntos, llegué a pensar que sí,

que podría haber sido correspondido.

Y en esos breves instantes, fui feliz.

 

Luego, con el paso de los años, con la muerte de Lois, viniste a mí, y yo te alejé.

Como alejo a todos de mi vida.

Era demasiado tarde.

 

Yo ya estaba viejo, apenas una sombra de lo que fui  y tú seguías siendo tan joven.

Ni siquiera el tiempo podía rozarte, mientras que yo,

un mero humano más, sucumbía ante él.

No quería verte sufrir de nuevo.

No hubiera podido soportar tenerte cerca sin caer entre tus brazos.

 

¿Qué vida habría podido darte?

Mirar hacia el firmamento me otorga algo de paz, me hace recordar a ti.

 

 

Ahora me arrepiento, de no haberte confesado mis sentimientos hace tantos años.

En mi lecho de muerte sigo siendo un cobarde que se delata a sí mismo

en una hoja en blanco que no le dará réplica.

 

Te amo Clark, Kal-El, Superman.

Siempre te amé.

Mi Amor de las Estrellas”

 

 

 

Espero pacientemente mientras me da la espalda. Sé que está llorando. Escucho su pesar en el silencio, en la brisa del viento gélido que nos azota, a la vera del mar. Él no es como mi padre o como yo.

Él, precisamente, es el más humano de todos.

 

Sucumbe a sus emociones y sé que es verdad, que lo que mi padre pensó, era verdad.

Tiene las manos apoyadas en aquel viejo árbol, cuya madera cruje ante su contacto.

 

-          Bruce ¿Por qué no me lo dijiste? ¡Maldito seas! – Solloza impotente. Sus dedos se hunden en la castigada corteza que acaba por despedazarse - ¿Por qué no me lo dijiste? – Llora amargamente, sin vergüenza, sin poder evitar ser escuchado.

 

Ser escuchado por mí.

 

Pronto comprendo que no habrá tiempo suficiente en el mundo para consolar a aquel ser nacido en otro mundo.

Decido acercarme.

Me siento incómodo.

No estoy familiarizado con el sentimiento,  pero puede que sea … culpa.

 

 

-          Encontré la carta entre sus objetos más personales. Siento haberla leído – Suspiro mirando aquellos ojos celestes, entristecidos más allá de lo imaginable – Quédatela. En el fondo, creo que él quería que yo la encontrara y que te la diera – Trato de parecer convincente.

 

-          Gracias.

 

Al segundo, el kriptoniano eleva sus pies del suelo por primera vez en más de treinta años en los que vagó por el mundo fingiendo ser tan solo un humano. Tanto lo intentó, que acabó por creérselo a sí mismo.

 

Pero la verdad te acaba alcanzando, al igual que la mentira. Te cala profundo hasta los huesos. Te pone en tu lugar, y el lugar de Superman nunca fue en la tierra.

 

Sino sobre ella.

Al igual que las profundidades del abismo, lo eran para Bruce Wayne.

 

Mi padre lo sabía.

Conocía su lugar y se mantuvo firme, por Batman.

 

Alzo la vista, maravillándome ante la imagen de aquel ser surcando los cielos, hasta que lo veo desaparecer, mostrando un atisbo de lo que había llegado a ser.

 

He cumplido la última misión de mi padre.

La deuda está saldada.

La venganza está servida.

 

Tomaré otra vez el manto del murciélago.

Esta misma noche, como tantas otras.

Bajo los cimientos de la tierra, resurgiré.

 

Porque Bruce Wayne ha muerto hace años, pero Batman es un símbolo, una leyenda, y las leyendas viven para siempre.

 

Escucho el rugido del motor entre mis piernas. Siento los más de doscientos caballos de mi moto y el viento sobre la cara que trata de cortar mi piel.

Hoy es un día soleado.

El paisaje discurre sinuoso por una vieja carretera de antiguo asfaltado. Debo aminorar para no caerme de la moto.

Sería la primera vez, pero siempre hay una primera vez para todo.

Mi padre me lo enseñó.

Llego al lugar. El sitio es un antro escondido a las afueras de un pequeño pueblo de pescadores, de casas blancas desconchadas y callejuelas estrechas.

Huelo el mar.

Huele a sal. No a combustible, ni a alcantarilla, aquí el mar huele a mar. No como en Gotham, de donde vengo.

Presiento que aquí lo encontraré. La información que me traído es fiable, no pagada ni conseguida a golpes, sino dicha por alguien que no esperaba nada a cambio. Quizás un gracias fue suficiente. Una buena persona, como las que ya no quedan en su ciudad maldita.

Apoyo mis pies en la tierra húmeda y giro la llave. El motor deja de sonar.

Me quito el casco y peino con mis dedos mi pelo castaño. Debo cortarlo. Está algo largo.

Entro en aquel local y los aldeanos se giran para verme. Debo ser el primer extraño que ven en muchos meses, seguramente años. No creo que este sitio sea muy prolífico tentando a turistas. Puede que en verano, pero estamos en invierno. Un hermoso día soleado de invierno.

Avanzo seguro hasta la barra.

La única mujer, viste con un delantal sucio, me observa confusa. Se pregunta qué hago aquí. Cree que me he perdido, o que busco problemas. No encajo.

Sólo encajo en Gotham, sólo por la noche, cuando la oscuridad cae. Me muevo entre las sombras como un espectro más. Solo entonces me siento cómodo conmigo mismo.

Me dirijo con paso firme hasta la barra.

Me ha visto.

Sabía que era el sitio adecuado. Mi intuición no me ha traicionado. Rara vez lo hace.

Él me mira. Confundido, como si hubiera visto un fantasma, que vuelve del pasado para atormentarle en el presente. Ha dejado de secar el plato con el trapo. Está petrificado ante mi presencia.

Me acomodo en la barra, me siento en uno de los taburetes y trato de sonar tranquilo al hablar. No quiero que se ponga nervioso. Sería una estupidez por mi parte.

Contengo mis emociones, como me enseñó mi padre. En eso era el gran maestro. Mi abuelo estaría de acuerdo conmigo en eso, y no está de acuerdo conmigo en nada. De hecho no está de acuerdo con nadie, nunca.

-          Un café, sin azúcar – Le digo mientras apoyo los codos en la barra y dejo el casco de mi moto en el otro taburete.

 

Parece que reacciona. Se arma de valor. Su mandíbula se distiende por un segundo en el que me habla.

 

-          Claro … un café … ahora mismo se lo sirvo – Su voz suena ahogada en su garganta.

 

Se gira. Me da la espalda para trabajar en esa máquina que hace un ruido infernal, para hacer un café que sé que no me gustará, pero que me sirve de excusa, para hablar con él.

 

Reconozco que me río por dentro, de lo ridículo de la situación.

Yo nunca aparentaría ser lo que no soy.

En eso el maestro de las mentiras es transparente.

Soy lo que soy.

 

Alguien como él, ocultádose aquí. No sé por qué lo hace. No sé de qué se esconde. No sé de quién. Puede que de mí, si supiera lo que he venido a hacer. Puede que tratara de encontrara la paz, pero ya no la hallará. No, después de este día. No después de lo que he venido a contarle.

 

Me sirve el café, con la mano temblorosa. Casi se le derrama y estoy seguro que es gracias a sus reflejos que no lo hace.

Sé qué le turba.

 

Sé que me parezco a él, más allá de lo imaginable. Mi madre me lo recordaba, cada vez que la desobedecía, cada vez que iba a la mía. Al principio me molestaba, después no. Tan sólo el color de los ojos nos diferencia, tan solo eso.

 

Él lo sabe. No conscientemente, porque teme la respuesta, por eso no se hace la pregunta.

Pero yo hablare, porque voy a hacer lo que tú no atreviste a hacer.

Las cosas son así. No es por mi sentido de la justicia. Yo no le debo nada a nadie. Yo soy libre para hacer lo que quiera. No han conseguido doblegarme.

Nunca lo harán.

 

De nuevo se me queda mirando. No puede evitarlo. No puede romper el embrujo de mis ojos esmeraldas.

Un simple camarero.

Podría haber sido lo que hubiera querido, podría haber ido donde hubiera deseado. Él es realmente libre para hacerlo. No es una expresión, se trata literalmente de una posibilidad tangible. Pero allí está, sirviendo comida que huele a rancio y limpiando mesas en un tugurio.

Sin embargo la podredumbre no consigue tocarle, ni si quiera rozarle. Él es de otro mundo. Su corpulencia, su manera de moverse, sus cabellos ondulados, azabaches como una noche sin luna, su mirada es de un azul inimaginable. Uno que solo se puede ver en sus ojos.

Todo le delata.

¿Por qué el resto de los mortales no puede verlo?

Posiblemente sea uno de sus poderes, el de la voluntad de pasar desapercibido, el de esconderse a simple vista. Quizás sea que me fijo en los detalles, siempre he sido muy observador. Él me dice que en eso me parezco al abuelo, el doctor.

Voy a acabar con esto, ahora.

-          Llevo buscándote mucho tiempo – Doy un sorbo al líquido amargo. Sabe a mil demonios.

-          Creo que se equivoca de hombre, amigo.

 

Sus labios temblorosos y sus manos torpes le delatan, el estado de ansiedad en el que se encuentra es tal que debo hacer algo para que se tranquilice o saldrá volando de allí. Quizás todos salgamos volando de allí. No quiero cargar con más muertes sobre mi conciencia. Dejo el café sobre la barra y sigo hablando. Debo hacerle entender, pero con cautela.

 

A pesar de todo, es un ser sensible, vulnerable, y la bestia salvaje lleva mucho enjaulada. No debo herirla o atacará mortíferamente, sin piedad.

 

-          Al principio, busqué un viejo, ya sabes –Mi voz es serena y pausada. Le doy tiempo para que procese mis palabras  – Pero no te encontré y entonces pensé que quizás tu naturaleza te hiciera invulnerable al paso de los años – Hice una pausa en la que volví a dar un sorbo a mi café – Tenía razón.

 

Parecía mentira. El tiempo.

El tiempo.

Lo único que realmente es importante. El paso inexorable de los días, de los años. Los estragos en el cuerpo, en la mente, nos afectan con la justa crueldad de ser para todos igual. Pero no para él.

Porque él es diferente.

Porque salta a simple vista que no es de este mundo.

Porque empiezo a vislumbrar lo que mi padre vio en él.

 

 

-          Debe confundirme con otro – Vuelve a mentir, tratando de sonar natural. Pero a mí no me engaña. No engañaría a nadie. Su cuerpo le delata. La nobleza del que abraza la sinceridad. Si tan solo mi padre hubiera compartido eso contigo, yo no estaría aquí. No tendría que estar aquí, para hacer lo que él no se atrevió.

 

Puede que ni siquiera existiera.

 

-          No – Sentencio - Eres tú, estoy seguro.

 

Yo nunca me equivoco. Yo no me embarco en peleas que no pueda ganar, pero mis cartas en esta jugada son inciertas. El jugador ante mí es desconocido. Se rige por otras reglas, unas que sesgan mi realidad.

 

Él traga saliva y aprieta la mandíbula con fuerza. Estoy llevándolo al límite. Confieso que me gusta jugar con él. Siempre me gustó el peligro, siempre me gustó arriesgar demasiado, contradecir al mundo, por eso soy quien soy. Un temerario. Por eso hago lo que hago.

 

-          Tu nombre es Clark Kent – Le digo rompiendo todos sus esquemas.

-          Se equivoca – Su pecho se mueve arriba y abajo, respira violentamente, como si le hiciera falta el aire, como si le hiciera falta hacerlo – Mi nombre es Joe – Trata de evitar lo inevitable, mostrándome el nombre bordado en su delantal barato. Sabe que no puede, pero se ve obligado a intentarlo, para decirse a sí mismo que hizo todo lo que pudo, para no sentirse culpable.

 

Siento como el aire alrededor suyo empieza a vibrar sutilmente. Siento el poder en todos mis poros. Tanto poder. No me acobardo, nunca hago eso, porque no tengo nada que perder, porque soy como mi padre. Eso me da la fuerza que necesito para seguir.

Necesito estar solo.

 

-          Tú eres Clark Kent, o Kal-El, en kriptoniano, incluso te pusieron el nombre de Superman – Aquel ser clava sus afilados ojos en mi. Casi puedo ver como se tornan rojizos, iridiscentes – Pero cuando mi padre se refería a ti, en sus últimos años, cuando su juicio ya estaba mermado por la edad, siempre te llamaba “Mi amor de las Estrellas”

 

Los ojos del joven camarero se humedecen al instante y vuelven a su color habitual. Sus labios se entreabren estremecidos por tan apabullante confesión.

No soy delicado.

No sabría serlo.

Mis padres jamás me enseñaron eso.

 

-          Mi nombre es Damian. Damian Wayne.

 

El plato que sostiene en una de las manos cae al suelo y se rompe en mil pedazos, al igual que su corazón.

Casi puedo oír cómo se resquebraja su alma.

Seguro que él, con su superoído, lo ha oído también.

El sonido de algo que se rompe en su interior, pero esto es solo el principio.

 

Por un momento dudo. Me hace dudar su rostro.

Es un rostro atractivo. Extraordinariamente bello. Implacablemente joven.

Voy a llenar de arrugas invisibles ese rostro. Voy a llenar ese cuerpo de cicatrices imperceptibles, que no sanarán con el tiempo, porque el tiempo no le afecta, porque el tiempo hace mucho que se detuvo con él y lo congeló en su mejor momento.

 

-          ¿Cuándo? – Consigue articular con la voz quebrada.

-          Hace dos años.

 

Se lleva las manos a la cabeza y pasa sus trémulos dedos por sus ondulados cabellos negros. Casi consigue que salte la barra para consolarle.

Pero eso significaría que siento compasión.

 

-          Llevo dos años buscándote, quería darte esto – Le extiendo un sobre manuscrito con la letra de mi padre donde puede leerse “Para Clark”

 

Lo toma indeciso, pero no lo abre. Sólo me mira, como si no pudiera creerlo.

 

-          ¿Estás bien, Joe? – Pregunta la mujer.

-          Necesito un momento – Le dice antes de salir del bar.

 

Yo sé que necesitará más que eso. No le bastará toda su vida inmortal, si lo que pensaba mi padre era verdad.

 

Le sigo a distancia. Él se coloca debajo de un antiguo roble que queda algo resguardado, detrás del local y yo tomo distancia, otorgándole la intimidad que necesita, la seguridad que preciso.

 

Abre el sobre y lee la carta.

Las palabras acuden a mi mente. Confieso que me he sorprendido a mi mismo muchas veces, leyéndola, deleitándome con las sílabas, bañándome en el dulce lamento de sus estrofas, hasta saberlas de memoria.  Soy un masoquista.

 

Soy consciente.

 

 

 

“Nunca pude confesarte lo que sentía por ti.

¿Cómo podría haberlo hecho?

Estabas con Lois y se te veía … tan feliz.

 

Tenías todo lo que alguna vez quisiste, una vida normal con una familia normal.

Yo no podría haberte dado eso.

Yo te hubiera sumido en mi mundo de oscuridad.

 

Es fácil pensar así. Durante años lo hice.

Pero ahora, con la enfermedad nublando mi juicio, resquebrajando mi cerebro, tengo la suficiente lucidez como para decir que fui un cobarde.

 

Yo, Batman, fui un cobarde, la única vez que debí haber sido valiente.

Debí decírtelo, lo que sentía por ti, porque yo te amaba.

Sí, Clark, yo te amaba, desde mucho antes de ser consciente de lo que sentía.

 

No sabes lo que me costaba fingir que sólo éramos compañeros, amigos, camaradas.

Nunca sabré si tú sentías lo mismo por mí, pero en algunos momentos que pasamos juntos, llegué a pensar que sí,

que podría haber sido correspondido.

Y en esos breves instantes, fui feliz.

 

Luego, con el paso de los años, con la muerte de Lois, viniste a mí, y yo te alejé.

Como alejo a todos de mi vida.

Era demasiado tarde.

 

Yo ya estaba viejo, apenas una sombra de lo que fui  y tú seguías siendo tan joven.

Ni siquiera el tiempo podía rozarte, mientras que yo,

un mero humano más, sucumbía ante él.

No quería verte sufrir de nuevo.

No hubiera podido soportar tenerte cerca sin caer entre tus brazos.

 

¿Qué vida habría podido darte?

Mirar hacia el firmamento me otorga algo de paz, me hace recordar a ti.

 

 

Ahora me arrepiento, de no haberte confesado mis sentimientos hace tantos años.

En mi lecho de muerte sigo siendo un cobarde que se delata a sí mismo

en una hoja en blanco que no le dará réplica.

 

Te amo Clark, Kal-El, Superman.

Siempre te amé.

Mi Amor de las Estrellas”

 

 

 

Espero pacientemente mientras me da la espalda. Sé que está llorando. Escucho su pesar en el silencio, en la brisa del viento gélido que nos azota, a la vera del mar. Él no es como mi padre o como yo.

Él, precisamente, es el más humano de todos.

 

Sucumbe a sus emociones y sé que es verdad, que lo que mi padre pensó, era verdad.

Tiene las manos apoyadas en aquel viejo árbol, cuya madera cruje ante su contacto.

 

-          Bruce ¿Por qué no me lo dijiste? ¡Maldito seas! – Solloza impotente. Sus dedos se hunden en la castigada corteza que acaba por despedazarse - ¿Por qué no me lo dijiste? – Llora amargamente, sin vergüenza, sin poder evitar ser escuchado.

 

Ser escuchado por mí.

 

Pronto comprendo que no habrá tiempo suficiente en el mundo para consolar a aquel ser nacido en otro mundo.

Decido acercarme.

Me siento incómodo.

No estoy familiarizado con el sentimiento,  pero puede que sea … culpa.

 

 

-          Encontré la carta entre sus objetos más personales. Siento haberla leído – Suspiro mirando aquellos ojos celestes, entristecidos más allá de lo imaginable – Quédatela. En el fondo, creo que él quería que yo la encontrara y que te la diera – Trato de parecer convincente.

 

-          Gracias.

 

Al segundo, el kriptoniano eleva sus pies del suelo por primera vez en más de treinta años en los que vagó por el mundo fingiendo ser tan solo un humano. Tanto lo intentó, que acabó por creérselo a sí mismo.

 

Pero la verdad te acaba alcanzando, al igual que la mentira. Te cala profundo hasta los huesos. Te pone en tu lugar, y el lugar de Superman nunca fue en la tierra.

 

Sino sobre ella.

Al igual que las profundidades del abismo, lo eran para Bruce Wayne.

 

Mi padre lo sabía.

Conocía su lugar y se mantuvo firme, por Batman.

 

Alzo la vista, maravillándome ante la imagen de aquel ser surcando los cielos, hasta que lo veo desaparecer, mostrando un atisbo de lo que había llegado a ser.

 

He cumplido la última misión de mi padre.

La deuda está saldada.

La venganza está servida.

 

Tomaré otra vez el manto del murciélago.

Esta misma noche, como tantas otras.

Bajo los cimientos de la tierra, resurgiré.

 

Porque Bruce Wayne ha muerto hace años, pero Batman es un símbolo, una leyenda, y las leyendas viven para siempre.

 

 

Epílogo:

 

Antes de que aquel Dios desparezca en el cielo, me parece ver que sus lágrimas se topan con la comisura de sus labios, sutilmente alzados.

 

Una sonrisa.

 

Entonces me sorprendo a mí mismo sonriendo también, contagiándome de su triste meláncolía, porque tengo la absoluta certeza de haber hecho lo que debía. 

Porque sé que mi padre al fin descansa sabiendo la verdad. Que los sentimientos de ambos, aunque en silencio, fueron correspondidos.

 

Porque vale más haber amado intensamente aunque salgas herido, que no haber amado nunca.

 

Porque cada día, unas hermosas flores azules, que no crecen en este mundo, aparecen sobre la tumba de mi padre.

 

Unas hermosas flores del color de su mirada.

 

 

 

 

 

-FIN-

Notas finales:

En el fondo, te darás cuenta de lo que realmente importa: Que él le amó.

Y las lágrimas que caen por tu rostro se encontraran con una sonrisa de felicidad, porque al final, él lo supo.

És supo que siempre le amó.


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