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Fortuito por Lady Yandere Rivaille

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Notas del fanfic:

Título: «Fortuito»

Personajes: Draco Malfoy/Harry Potter.

Resumen: «Esperar es sólo el comienzo. Lo inesperado es lo que cambia nuestras vidas.»

Advertencias: Posible Draco OOC, depende del punto de vista.

Clasificación: Todos los públicos.

Género: Romántico, songfic.

Disclaimer: Harry Potter y todo su unvierso pertenecen a Joanne y a quienes obtuvieron sus derechos; yo sólo escribo esto por placer y por el de los lectores, por lo tanto no estoy infringiendo las normas.

Notas del capitulo:

¡Bienvenidos!♥ Por fin recordé hacer un fic para una fecha importante como hoy. Recuerdo que el año pasado me inspiré demasiado tarde. Me alegra haber llegado a tiempo. 

Se podría considerar songfic al estar inspirado en Pity Party de Melanie Martínez. El video me tocó de alguna manera y me dieron ganas de escribir algo al respecto. Melanie transmitió muy bien su tristeza y furia. Oh, y si da la casualidad de que eres Cry Baby y además Drarry shipper, ¡éste es tu fic! 

Este one-shot está dedicado a CrewTing823, a quien no veo hace bastante, pero recuerdo lo feliz que me hacían sus reviews. 

¡Si hay algún seguidor de Beautiful Feeling, que sepa que estoy trabajando en el epílogo! :) 

Lamento si les molesta que haya citado trozos de la canción, soy consciente de los conflictos respecto a eso, pero a mí me gusta así. 

Me disculpo por si encuentran alguna falta, he revisado la mayoría pero siempre se te puede pasar algo por alto. Ustedes díganme qué opinan al respecto. Aún no me convence demasiado, pero estoy dentro de todo satisfecha :)

¡Espero que lo disfruten!♥ ¡FELIZ CUMPLEAÑOS, Draco! 

FORTUITO


 


«¿Habrán desaparecido mis invitaciones?


¿Por qué puse mi corazón en cada letra cursiva?»


 


06:23 p.m


 


 Draco Malfoy ató la última invitación en la pata de su búho, frunciendo el ceño levemente, en un claro indicio de concentración.


–A madre, Sveta –indicó, y el ave batió sus alas y se internó en el rosado cielo de la tarde, confundiéndose entre los ramajes de los árboles.


 De acuerdo con las reglas impuestas por el Ministerio –reglas que no debía romper bajo ninguna condición–, para poder vivir pacíficamente entre muggles sin ser descubierto, tenía estrictamente prohibido mandar cartas vía lechuza a plena luz del día y emplear magia sin la debida precaución. Pero era la tarde noche y nadie podría haber detectado aquella curiosa criatura sobrevolar el cielo con un pergamino atado a la pata.


 Resopló y se recostó contra el respaldo de su silla. Finalmente había acabado. Había pasado toda la tarde de aquel cinco de junio redactando en varios pergaminos la cordial invitación a su cumpleaños número diecinueve con gran entusiasmo. Jamás había tenido una expectativa más alta y, por más tedioso que fuera, prefería escribir las invitaciones a mano a emplear magia. Era mucho más personal, a su parecer.


 Había enviado la mayoría y sólo había quedado pendiente la de su madre, y ésta ya iba en camino, por lo que ya no le quedaban más cosas por hacer, salvo decorar la casa y cambiarse. Estaba considerando seriamente ponerle más color a la lúgubre residencia.


 Además de su madre, había invitado a sus compañeros más cercanos del colegio, como Pansy, Blaise, Theo y algo compungido a Goyle, quien desde la muerte de Crabbe en la Sala de los Menesteres se había vuelto retraído y no había vuelto a hablarle. Aún guardaba esperanzas de que pudiera aparecer por ahí, aunque sea por unos minutos, y reencontrarse con sus viejos compañeros. Tal vez aquello lo hiciera sentir mejor. La hora estipulada sería a las ocho en punto, aunque sus amigos siempre llegaban antes de lo previsto para darle una mano.


 Había invitado a Narcisa a pesar de que estuviesen presentes sus compañeros y, probablemente, éstos pensaran embriagarse y charlar de temas que se suponía, ella no debería oír bajo ninguna circunstancia. Pero la realidad era que su presencia era esencial para él. No la había visto hace casi un año, desde que había revelado en una cena ante ella y su padre los confusos sentimientos de ¿su nueva orientación? ¡Ni siquiera sabía cómo llamarlo! Lo había dicho porque no pretendía seguir ocultándolo, no deseaba esconder nada más. La guerra había acabado y la comunidad mágica era libre, al igual que él, y no tenía por qué seguir fingiendo que era alguien que no era. Y, siendo sincero consigo mismo, tenía la ligera esperanza de que ellos lo ayudaran a normalizar su desequilibro emocional debido al reciente descubrimiento. Necesitaba que alguien lo tranquilizara y le dijera que no era un bicho raro por albergar esos sentimientos. Necesitaba algo de contención, pues jamás se había sentido tan confundido y abrumado como en ese momento.


 No obstante, sus padres adoptaron una actitud gélida, en un evidente rechazo por lo revelado. Podía entenderlo de Lucius, pues su padre jamás había sido muy cálido y además tenía esos pensamientos tan machistas que ya se había preparado con anticipación sobre su posible reacción y despectivos comentarios sobre lo «poco hombre» que sería… pero, ¿su madre? Aquello lo descolocó. Jamás había esperado que ella se comportara así, creía que era más sensible. Sin embargo, aún confiaba en que ella, pese a todo aquello, continuara sintiendo el mismo amor que sintió por él alguna vez. Que ella seguía considerándolo “su Dragón.”


 Draco sacudió la cabeza efusivamente en cuanto se percató del rumbo que estaban tomando sus pensamientos. Dejó de estrujar su manga, reparando en las acciones inconscientes que estaba realizando por el nerviosismo. No obstante, no logró apartar semejantes pensamientos de su cabeza, y continuó dándole vueltas irremediablemente.


 Sabía que su padre era caso perdido. Desde aquella difícil cena había optado simplemente por simular que jamás tuvo un hijo. Había aprendido a no esperar nada de él en fechas importantes como Navidad, otras festividades o su propio cumpleaños. Afortunadamente, Narcisa sólo se distanció; su trato dejó de ser dulce y maternal como lo había sido siempre. Draco lo atribuyó al impacto del que seguramente era víctima, al enterarse las preferencias de su único hijo. Pero bien aquel “impacto” duró bastante. Aparentemente, tampoco hacía el esfuerzo por superarlo.


 Lo único que el muchacho podía hacer era esperar, recordándose que ella era su madre, la más benévola y afectuosa de sus dos progenitores, y jamás se había perdido un cumpleaños suyo. Jamás.


 


06:55 p.m


 


 Draco dio un salto en su asiento cuando, como un vendaval, Sveta surgió de la ventana, siendo sucedida por una lechuza de color tostado que reconoció como la lechuza de Pansy.


 Ambas aves se “posaron” sobre la mesa donde Draco estaba –Sveta se deslizó y llevó por delante la taza de té de Draco, y la lechuza de Pansy se arrojó atropelladamente sobre la superficie, para ser la primera en entregar la misiva al muchacho–. Éste fue observado con expectación por dos pares de ojos ambarinos.


–A ver, Gerard, tú primero –pidió suavemente, por el simple hecho de tratarse de Pansy. El ave dio un paso adelante con petulancia, extendiendo la pata con delicadeza.


 Draco no vaciló e, ignorando la expresión melancólica de Sveta, despojó a Gerard del pergamino. Sintiendo la emoción bullir sin remedio en su pecho, optando por no suprimirla, desdobló el amarillento pergamino con dedos temblorosos y una sonrisa en los labios. Comenzó a leer, y conforme sus ojos iban recorriendo la apretada letra de la chica, su sonrisa comenzó a flaquear hasta desaparecer completamente.


 Levantó la vista con lentitud, hallando a Sveta en medio de un acicalamiento de alas, sobre la vacía mesa. Gerard se había marchado.


 Silenciosamente, alargó un brazo en dirección a Sveta. Mejor leer lo que su madre contestaba a su invitación, a continuar pensando en la patética y totalmente falsa excusa que Pansy había dado para no asistir a su fiesta. 


 Su ave apartó finalmente el pico de su ala, ululando feliz. Permitió que Draco le quitara el pergamino de la pata con ojos curiosos y, una vez libre, planeó por la ventana para dar inicio a su habitual caza nocturna.


 El muchacho desdobló el pergamino y emprendió una lectura silenciosa, esta vez con semblante  inexpresivo, decidido a no entusiasmarse por si acaso las cosas tomaban un giro repentino, tal como el caso de Pansy. Y estaba en lo correcto al proceder de esa forma, dado que el pergamino en su totalidad era de todo, menos gentil. Narcisa había escrito una extensa carta explicando con todos los pelos y señas que no deseaba volver a recibir noticias sobre el muchacho, y agregado que su padre tampoco quería saberse vinculado con alguien como él. Toda una carilla para precisar con lujo de detalle lo mucho que lamentaban que hubiera tomado ese camino, puntualizando que estarían atentos al momento en que decidiera pedir ayuda para corregirse y volver a ser quien era. Volver a ser su hijo.


 Draco sintió una bola atascarse en su garganta, y al nublarse su vista, supo que sus ojos se habían humedecido. Se enjugó aquellos repugnantes signos de debilidad con el dorso de la mano, e introdujo el pergamino en su bolsillo trasero con violencia, intentando convencerse a sí mismo con decisión sobre que no necesitaba del apoyo de sus padres, tenía a sus compañeros del colegio que lo habían ayudado y acompañado siempre y, aún sin la perra de Pansy, lo pasarían MUY, MUY BIEN. Estaba seguro.


 


07:00 p.m


 


 Draco, decaído, encantó el pastel, los bocadillos y fuentes con aperitivos, los cuales flotaron en hilera hasta posarse con suavidad sobre una enorme mesa al fondo, situada frente a la mesita tras la cual él estaba.


 Con una floritura, comenzó a adornar la casa. Montones de globos mágicos surgieron de la nada en las esquinas, cambiando de color alternadamente. Era infantil, pero a Draco le habían gustado desde siempre. En la mansión nunca habían decorado así, y desde pequeño tenía una debilidad por aquellos globos que cambiaban de color. Después de todo, no estaba tan grande… ¿O no quería aceptar su adultez?


 Con otro movimiento de muñeca casi imperceptible, colgó de un extremo a otro sobre su cabeza una larga guirnalda arcoiris. Colocó otra enroscada en la baranda de la escalera que daba al piso superior, y otras más por los extremos.


 Pronto la casa quedó completamente colorida y brillante. De hecho, lucía tan alegre que cualquier persona que la viera sin conocer al dueño, pensaría que la fiesta pertenecía a un niño, o a un adulto realmente extrovertido, mas eso era lo más errado que alguien podría creer.


 De un solo movimiento reconstruyó la taza que Sveta había roto en su prisa por entregarle la carta, limpiando el té frío derramado con un hechizo.


 Draco se permitió apoyar la frente sobre la mesa con un resoplo, y cerrar sus ojos por un segundo. Se concedió cinco segundos de relajación, para después dirigirse a la segunda planta, para darse un baño.


 Veinte minutos después, el rubio descendió las escaleras con expresión sombría, un notorio contraste con el ambiente a su alrededor, cargado de color y animosidad.


 Se situó exactamente en la misma silla, sintiendo una punzada en la sien. Sin ser consciente de sus movimientos, comenzó a estrujarse la manga otra vez. Lo hacía cada vez que se sentía nervioso, pero era mucho mejor mantener los dedos ocupados en ello que reanudar con su antigua manía de comerse las uñas.


 


08:00 p.m


 


 Draco no se movió de la silla en la cual estaba. Observaba sin observar en realidad un globo color azul que se tornó rojo paulatinamente para luego pasar al verde, con ojos vacíos. Había pasado tanto tiempo de esa forma, que se había olvidado completamente del compromiso y la hora. Para cuando volvió en sí, el reloj de la pared derecha marcaba las ocho en punto, y al saberlo sintió un peso instalarse en su estómago.


 Ya era la hora, y él más que nadie era consciente de que sus amigos siempre llegaban antes para saludarlo en privado –sus fiestas eran más protocolo que otra cosa y siempre había desconocidos–, y echarle una mano con los preparativos restantes.


 Aparentemente, esa vez no. Quizás ahora que Draco ya no vivía en la Mansión, les suponía un problema dar con su dirección. Tal vez se habían perdido. Tal vez se habían retrasado porque no podían aparecerse en un sitio habitado por muggles, ni surgir de la chimenea como cualquier otro mago normal haría.


 Entonces, el muchacho recordó que ninguno había respondido a su invitación, salvo Pansy. Por lo general, mandaban un escueto mensaje, en el cual aseguraban que irían. Ahora ellos ni siquiera se dignaron a contestar.


 Draco enterró el rostro entre sus manos con cansancio. «Tal vez sólo se les acabó la tinta o algo así. O las invitaciones desaparecieron», pensó con amargura, intentando ignorar la vocecilla racional que se mofaba de él diciendo: «¿En serio? ¿A todos se les acabó la tinta al mismo tiempo? ¿Por qué simplemente no aceptas que ya a nadie le importas?»


 Decidido a no resignarse, continuó viendo fijamente a la nada, en un vano intento por no dejarse tragar por la oscuridad, tratando de concentrar su mente en cualquier otra cosa con tal de que no pensar en lo que estaba aconteciendo en ese instante.


 Aquella táctica no resultó ser lo que se diría 'efectiva', pues todo a su alrededor le recordaba que era su cumpleaños y nadie había acudido, ni siquiera esforzado por responder su invitación. «No pienses que nadie ha venido, apenas es la hora, tal vez lleguen dentro de unos minutos», intentó convencerse, aunque en lo más profundo de su ser, sabía perfectamente que la cosa no iba así.


 


08:15 p.m


 


El muchacho echó un breve e inquieto vistazo al reloj de pared, y continuó aguzando el oído por si alguien llamaba a la puerta, nervioso e impaciente; con esperanzas. Nadie llamó a la puerta en ese momento, ni media hora después. Aún así, Draco permaneció inmóvil, mirando la puerta con fijeza como llevaba haciendo esa última media hora, oyendo el tic-tac del reloj cada vez más fuerte en aquel silencio sepulcral, penetrando en sus oídos, acabando con la poca cordura que le quedaba.


 


«Dime por qué demonios no hay nadie aquí.


Dime qué hacer para que todo se sienta mejor»


 


09:30 p.m


 


 Draco finalmente se dio por vencido y aceptó que nadie vendría. Ni ahora, ni después, ni nunca. Rendirse le costó bastante, pues no era de los que cedían tan rápidamente, pero no era tonto, y obviamente no iba a desperdiciar un minuto más allí, esperando como un completo inútil por alguien que ni siquiera se dignaba a contestarle aunque sea con un escueto «Lo lamento, no puedo ir» o simplemente ser sinceros y confesar que no querían ir a verlo, que preferían no verse involucrados con alguien como él.


 Draco se levantó de la silla cabizbajo, apretando los dedos alrededor de la mesa, ejerciendo más fuerza de la necesaria. Esbozó una mueca al percibir un leve pinchazo en la cintura y el coxis, producto de permanecer sentado en un sitio inadecuado por tanta cantidad de tiempo.


 No sabía si prefería haber recibido una carta de cada uno, comentándole que ya no era de su agrado el reunirse con él, con la verdad, o simplemente continuar en la ignorancia. Sea cual sea, ambas herían profundamente.


 Alzó la vista abruptamente al oír el sonido inconfundible de un batir de alas, y a continuación Sveta ingresó por la ventana abierta con una rata muerta. Se posó en la mesa y dejó caer inerte a la pequeña alimaña, observando a Draco con sus enormes ojos, esperando que éste le felicitara. Jamás había traído sus presas a casa, de manera que era probable que este detalle se tratara de un gentil gesto, su extraña forma de desearle un feliz cumpleaños. Un regalo. Apestoso, pero regalo al fin… aunque Draco nunca lo supo.


 Se limitó a mirarla afligido.


–¿Qué es lo que quieres? ¡No voy a celebrarte! ¡No hay nada que celebrar! ¡Vete! –gritó, dejándose caer en la silla nuevamente de forma inconsciente, olvidando con rapidez que había estado a punto de levantarse de ella tan solo hace unos instantes. Golpeó la mesa con el puño, provocando que ésta temblara y, Sveta, tras verlo con fijeza y recoger su rata con recelo, se marchó por donde había venido, perdiéndose en la negrura de la noche.


 La sala quedó sumida otra vez en aquel silencio sepulcral, siendo roto únicamente por el golpe seco, proferido cuando Draco dio su propia cabeza contra la mesa. Se jaló de los cabellos imprimiendo bastante fuerza, mientras sólo exhalaba intentando apartar los pensamientos deprimentes y perjudiciales de su cabeza.


 


«Tal vez se trate de una cruel broma para mí.


Lo que sea.


 


Sólo significa que habrá más pastel para mí.


Por siempre»


 


 Draco deslizó ambas manos por su melancólico rostro, recargándose en sus codos y permitiendo que finalmente aquellos sombríos pensamientos llenasen su cabeza. ¿Y qué si era su cumpleaños? ¿Acaso era obligatorio estar feliz en un «día especial»? Todos le habían demostrado que no era merecedor de la compañía de nadie, que no era merecedor de amistad ni cariño. Era todo culpa suya por haberse convertido en eso, por haber nacido defectuoso y haber mandado derechito a la basura la perspectiva de sus padres de tener un nieto y cenar con su futura esposa. Todo era culpa suya por percibir sensaciones que no debían percibirse al ver a alguien de su mismo sexo. Se encontraba perdido, siguiendo el camino equivocado, sus padres estaban decepcionados y sus amigos sencillamente preferían no ser relacionados con alguien como él. Ellos aún tenían las esperanzas de que pudiera corregirse, lo esperaban en la mansión el día en que recapacitara y aceptara ayuda profesional para recuperarse, para volver a ser él mismo. ¿Valdría la pena?


 Permitió que sus ojos se humedecieran libremente. ¿Qué más daba? Estaba solo. No había nadie allí presente que pudiese verlo en ese estado tan deplorable. ¿Por qué era tan estúpido? Debía de haberse dado cuenta de que algo extraño estaba ocurriendo. Mejor dicho, se había dado cuenta a gran velocidad de que no vendrían, de que algo raro estaba ocurriendo ahí, pero una parte de él prefirió silenciar aquel detalle, cegado por la enorme confianza y aprecio que les tenía, buscando pretextos que justificaran lo ocurrido.


 Todo debía ser atribuido a esos sentimientos anti-naturales. Todo ese suplicio estaba ocurriendo a causa de ellos. ¿Por qué había comenzado a sentir semejantes sensaciones abominables e infames hacía otros muchachos? Él era tan común y ordinario antes, lo tenía todo. Ese sentimiento llevaba la culpa de todo lo sucedido. ¡Por qué simplemente no pudo haber nacido normal! De ser así, se estaría ahorrando todo ese sufrimiento. Tal vez ese día estaría en su mansión de lo más tranquilo, y no en una alejada casucha en la cual estaba obligado a vivir el resto de sus días, sólo porque sus padres no lo querían cerca. Y sí, sabía que eso era la más simple de las verdades, aunque ellos no se lo hubieran dicho explícitamente hasta aquel día mediante la carta.


 


«¡Es mi fiesta y lloro si quiero llorar!


¡Si quiero llorar, llorar, llorar!»


 


 Draco presionó las palmas de su mano contra sus párpados al enjugarse las lágrimas, sufriendo silenciosamente ante la escena de la mansión decorada, su alegre madre vistiendo su vestido preferido en una fecha tan importante, el enorme y elaborado pastel sobre la blanca mesa, revestida en el más fino mantel, y la música sonando de fondo. Un ambiente cálido y feliz, apacible, rodeado de sus amigos (y varios desconocidos también, pero no solía prestarle atención), tranquilo de saber sin duda de por medio que era amado por todos ellos. Sin importar qué.


 Pero la realidad no era así. Estaba en un sitio frío y lleno de corrientes de aire, sombrío, con manchas de humedad y patéticamente decorado con mucho color en un desesperado intento por alegrar lo que jamás podría ser alegrado.


 El muchacho dejó escapar un sollozo, sintiendo su vista nublarse ante las inacabables lágrimas que seguían brotando de sus ojos. Esta vez ni se molestó por enjugarlas, y se incorporó de su asiento, sintiendo su cabeza punzar, con intención de ir a dormir, cubrirse con las sábanas y no despertar nunca, ajeno a que su pie se había atascado entre la silla y la pata de la mesa.


 Al levantarse trastabilló torpemente, casi yéndose de cara y, producto de esto, Draco sintió su pecho ser invadido por una inusitada ira, mezcla de melancolía e impotencia. Sin pensarlo dos veces, dejándose llevar por la impulsividad, arrojó la silla con rabia hacia el otro extremo de la sala, arrastrando en el proceso globos, haciendo un ruido parecido a un disparo al estrellarse contra el suelo. Un par de globos reventaron, y los que resultaron intactos, Draco los reventó de un violento pisotón. 


 Entonces, se desató el infierno.


 Con la ira apenas controlada, Draco comenzó a arrojar sillas en distintas direcciones, olvidando que era un mago y descargando su impotencia en lo que cruzara su camino. Cogió los jarrones de decoración y los estrelló contra la pared más cercana, oyendo los fragmentos saltar en todas direcciones, sin percatarse de los rasguños sufridos en la frente y mejilla. Tampoco percibió el cálido y húmedo hilillo de sangre surcando su rostro.


 La adrenalina anestesiaba cualquier dolor que pudiera sentir.


 Con las lágrimas rodando por sus mejillas, deslizó el brazo por todo el largo de la mesa que se había encargado de preparar minuciosamente, haciendo caer cada una de las fuentes de comida y vasos de vidrio al suelo con sonoros estallidos.


 Un traicionero gimoteo escapó de sus labios, y golpeó su cabeza contra la pared.


 Sentía una insana satisfacción al oír el crujido que generaban sus pisadas sobre los vidrios rotos conforme avanzaba. Sus pasos lo llevaron inconscientemente hacia donde se encontraba su pastel de cumpleaños y, cegado por la furia, descargó su puño una y otra vez, destrozando los adornos y florituras. Lo exprimió con sus propias manos, embadurnándose completamente, observando con placer macabro cómo ésta escapaba entre sus dedos y resbalaba por su muñeca. ¡Cómo le gustaría que esa fuese Pansy!


 Golpeó el pastel una y otra vez, apretando los párpados con fuerza y sollozando espasmódicamente, como si de una bolsa de boxeo se tratase. Luego sonrió tétrico, observando los restos entre sus dedos.


 Eran escasas las veces en que perdía por completo los estribos, pero ese día la verdad lo azotó. Supo que ya no podía seguir pretendiendo que era de piedra y nada le afectaba. Le afectaba, y mucho, por más que no quisiera verlo. Le dolía mucho que sus padres lo hubieran abandonado, dejándolo luchando solo contra sus problemas, una vez confiado su secreto. Estaba tan confundido y asustado de sí mismo, y justamente sus padres le remarcaban lo mucho que lamentaban que hubiera “tomado esa decisión” (¡como si eso fuese una decisión!) ¡Quería alguien que lo contuviera! ¡Y sus amigos lo habían abandonado! ¡No tenía absolutamente a nadie ahora! ¿A quién contarle? ¿Con quién hablar? ¿Con la almohada?


 Dejó escapar un estentóreo grito de frustración, golpeando la pared con los puños.


 Dolía tanto. Era su cumpleaños y estaba solo, sin nadie con quien charlar o acudir. Tampoco podía hablar con gente desconocida, pues la comunidad mágica lo odiaba con todo el sentido de la palabra por su historial como mortífago en el bando oscuro.


 Ahora estaba por su cuenta.


 


«Lloraré hasta que las velas consuman este lugar.


Lloraré hasta mi patética fiesta arda en llamas»


 


 El joven, respirando con agitación, tomó torpemente unas grandes tijeras del escritorio cercano, volcando en el proceso el vaso con bolígrafos, los cuales se desperdigaron por la alfombra.


 Comenzó a picar con furia los globos, y a apuñalar las guirnaldas hasta dejarlas hechas jirones.


 


«Riendo, llorando.


Se siente como si estuviera muriendo»


 


 Se oyeron unos suaves toques a la puerta, unos que Draco, fuera de sí, pasó fácilmente por alto. La sala era una catástrofe, todo estaba de cabeza, era como si un exclusivo ciclón hubiese pasado por allí.


  Aquellos últimos tres meses Draco había considerado la idea de abandonar el mundo, porque, siendo sinceros, ¿para qué seguir allí? No tenía nada que lo retuviera, más que aquel minúsculo y patético pedazo de esperanza que aún albergaba, que no le permitía irse hasta comprobar con certeza que no había nada ahí para él. Siempre era ella quien le gritaba en su interior que aguardara, que algo bueno vendría en cualquier momento, que las cosas cambiarían si era paciente, que un futuro bueno le esperaba, que no estaba en ese mundo para nada. Se repetía cada día que todo mejoraría al siguiente, pero jamás nada sucedía. Ni sucedería. Sabía que perdía el tiempo. ¿Para qué seguir engañándose? Nada iba a solucionarse. No era especial. Debía aceptar que las cosas eran así. Aceptar que estaba en ese mundo por su cuenta, que nada bueno le esperaba y, seguir allí, ¿con qué propósito? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Para continuar sufriendo y repitiéndose sucesivamente que todo estaría bien? ¿Para seguir pretendiendo que la ausencia de sus seres queridos no le dolía, que no había sido abandonado, que no era amado por quien era, que aún finalizada la guerra todavía existía el odio, la intolerancia, que la comunidad mágica no lo despreciaba, que era feliz? Debía desaparecer. Después de todo, ¿quién se daría cuenta? ¿A quién le importaría? No tenía nada más por qué luchar…


 Draco se dejó caer de rodillas y observó agitado las grandes tijeras en su mano que había utilizado para apuñalar los globos y guirnaldas. «Vamos, sabes cómo hacerlo. Hazlo. Harás feliz a madre. Harás algo bien por primera vez en tu vida…», se dijo, percibiéndola entre sus dedos trémulos. Cerró los ojos, tomó una bocanada de aire y presionó la punta contra su muñeca, cuando de pronto la puerta de entrada se vino abajo con un estruendo.


 Las pálidas y temblorosas manos de Draco no soltaron las tijeras. Éste sólo abrió sus ojos, helado, observando seis rostros tiesos y uno perplejo que a su vez lo observaban a él. Por sus uniformes, eran policías, siete policías de pie en su entrada. Y, por supuesto, no pasó por alto a uno en particular. Era evidente que estaban en cubierto.


 Los siete pares de ojos escudriñaron el desastre a su alrededor y al desquiciado Draco, y a continuación Potter dio un paso al frente. Los otros seis tenían su edad y que éste era tan novato como ellos, sin embargo, él parecía ser naturalmente líder.


–Oigan, escúchenme atentamente. Irán con Robards y le dirán que no era nada peligroso y que yo me encargué del asunto. Ustedes pueden retirarse al cuartel –habló con firmeza.


 Aparentemente, era el único en haber notado las lágrimas en el pálido rostro de Malfoy y lo delicado de la situación. Los demás sólo tenían ojos para sus amenazantes tijeras y la catástrofe a su alrededor.


 Los seis inexpertos aurores (porque eso eran) compartieron miradas suspicaces, antes de fijarse en la expresión de «haz lo que te ordeno» que Harry traía. Acto seguido, asintieron, obedeciendo sus palabras y marchándose en dirección contraria.


 Una vez cerrada la puerta, Harry corrió con una preocupación insólita hacia donde él estaba desplomado, acción que dejó a Draco descolocado, dentro de lo que podía notar. Se encontraba mareado, estaba seguro de que le había bajado la presión. Toda la euforia y pérdida de cordura que se había adueñado de él tiempo atrás se desvaneció y todo el esfuerzo que había hecho cayó sobre él de repente.


 Inmóvil y sin fuerzas para discutir, permitió que el auror le arrebatara las tijeras de las manos y lo apretara contra su cuerpo con vehemencia. Percibió unas cálidas manos tocar sus mejillas, y luego un dedo acariciar el punto donde había alcanzado a clavar la tijera. Su cabeza punzaba…


–Debes tranquilizarte –murmuró Potter con suavidad.


 Entonces, sus pies se desprendieron del suelo. Potter lo cargó, lo cargó en sus brazos como si él no pesara nada, y sintió que lo depositaban en un sitio mullido. Apretó los párpados, reticente a abrirlos y ver todo su alrededor girar entorno a él. Un atisbo del aroma del auror persistió en su nariz.


 Durante los siguientes cinco minutos, sólo pudo oír objetos siendo movidos de aquí a allá. Estaba seguro de que Potter estaría recomponiendo los destrozos y aseando. No tenía ganas de pensar en ello.


 Draco no supo cuánto pudo haber demorado, pero le pareció algo fugaz. Al momento, percibió un peso instalarse a sus pies y un resoplo.


–¿Cómo te encuentras?


 Meditó unos segundos si debía responder o no.


–Cabeza… –susurró. Era consciente de que a quien tenía allí era Harry Potter, su rival del colegio, un Gryffindor, el niño-que-vivió, quien lo había acosado en sexto, quien lo salvó dos veces durante la guerra, a quien él había insultado desde la primera vez que lo conoció, el «niño perfecto», quien testificó a su favor en el juicio, pero ya no le importaba. Le daba igual. Sólo quería desaparecer de allí.


–¿Te duele la cabeza?


 El joven asintió levemente, tragando saliva, sin abrir sus ojos. El dolor desapareció de súbito, probablemente producto de un hechizo de sanación ejecutado por Potter. Aún seguía tiritando.


–Estoy mareado… No quiero… no quiero abrir mis ojos –musitó.


–Lo lamento, no tengo una poción anti-mareos encima –se disculpó. Se oía apenado–. Estoy seguro de que te ha bajado la presión por el desgaste de energía. O bien pudo ser por la conmoción. ¿Tienes azúcar?


 Entre murmullos, Draco le dio la indicación. Oyó las apresuradas pisadas de Potter ir y volver.


–Abre la boca…


 Sin pensarlo, Draco lo hizo, para luego reflexionar perplejo sobre su desconcertante acto. Una fría cuchara fue introducida en su boca y depositó una gran cantidad de azúcar. Dejó que ésta se disolviera en su lengua.


–¿Te encuentras mejor? –preguntó Potter al minuto, tomándolo gentilmente por los hombros. Lo ayudó a sentarse, éste respondiendo dócil.


 Entonces, Draco se animó a abrir sus ojos. Lo hizo lentamente y dejó que su vista se enfocara. Vislumbró su alrededor; su casa había vuelto a verse exactamente como antes. Los globos y guirnaldas habían desaparecido. La iluminación provenía de una pequeña lámpara que reposaba sobre una mesita frente al sillón, donde estaba sentado, que bañaba la sala con su luz dorada, dándole un aire acogedor. Esa lámpara y la mesita no eran suyas, el sillón tampoco. Los tres posiblemente conjurados por el auror.


 Draco volcó su atención en él. Su rostro estaba muy cerca. Su piel adquiría un matiz dorado a causa de la luz, su cabello negro continuaba indomable y sus ojos seguían siendo tan verdes y expresivos como siempre. En ese momento hablaban por sí solos, exponiendo toda la preocupación que éste sentía en esos momentos.


–¿Ya estás mejor? –repitió, apretando con más fuerza entorno al joven rubio.


 Draco tardó demasiado en reaccionar, parpadeando varias veces, sin creerse lo que estaba ocurriendo. Potter le estaba viendo de una manera que no supo identificar.


 Percibió cómo su respiración se tornaba agitada y el nerviosismo trepando por sus pies, listo para expandirse por su cuerpo. Sentía frío.


–Calma, calma –se apresuró a decir el muchacho, viéndolo con inquietud–. Te hiciste daño. Déjame curarte.


 Permitió que Potter lo tomara del mentón e hiciera girar su cabeza con delicadeza en distintas direcciones, examinándolo. Lo vio sacar la varita y darle un leve toquecito en una mejilla y a su frente también, donde le habían rasguñado fragmentos de jarrón. Conjuró un algodón y retiró el hilillo de sangre seca que partía de su frente. Rozó con la yema de sus dedos un chichón que le había salido sobre la ceja derecha, y acarició un hematoma verdoso situado en su sien, frunciendo sus labios en desaprobación.


 A continuación, escudriñó sus pegajosas manos.


–¿Esto es pastel? –Draco asintió de una forma muy sutil, sin verlo a los ojos. Era muy patético.


 Entonces, Potter le hizo extender el brazo izquierdo y con gentileza subió su manga. Su muñeca presentaba una leve herida producto de la afilada tijera y, más arriba, en el antebrazo, se podía vislumbrar el comienzo de la marca tenebrosa. Draco crispó las manos instantáneamente y buscó los ojos del auror, con intenciones de saber qué pasaba por su cabeza y luego recuperar su brazo. No se sentía cómodo con nadie husmeando allí, pero no se esperaba que esa mirada esmeralda despidiera tal calidez.


 El rubio sintió que su corazón se aceleraba, sin apartar sus ojos estupefactos del rostro de Potter. Era como si lo viera por primera vez. No supo cómo no se había percatado antes de lo guapo que era. Sus ojos, sus ojos verdes detrás de sus gafas parecían dos joyas… Su piel se veía tan tersa, le encantaría poder tocarla y comprobar cuán suave resultaba ser. Podía vislumbrar la sombra de su barba queriendo emerger en su mentón y mandíbula. Su nuez de Adán, moviéndose sutilmente con el pasar de la saliva, y sus labios, esos labios entreabiertos parecían estar llamándolo… Potter lo trataba como si lo apreciara, ¿podría ser…?


 Dio un respingo cuando el índice del auror repasó suavemente la herida, una evidencia de su fallido intento de abandonar el mundo, de su pérdida de esperanzas, del dolor que llevaba dentro. Sus ojos cálidos se tiñeron de abatimiento y su varita dio otro golpecito, esta vez en su muñeca. La herida sanó.


 Draco sacudió su cabeza bruscamente, atemorizado, y comenzó a reflexionar. Se preguntó por qué Harry Potter estaría tan interesado por alguien cómo él. ¡Ni siquiera sabía si le gustaban los muchachos! Quizás sólo era su imaginación. Algo le dijo que debía marcharse en ese momento. No, no podía permitir encariñarse con el primero que demostrara algo de «afecto» hacia su persona. Porque no era afecto evidentemente, era una preocupación natural que tendría una persona común hacia otra visiblemente deprimida, luego de presenciar algo tan impactante como lo que Draco había intentado hacer. Sin contar que Potter era un auror, estaba para ayudar a la comunidad mágica, y era un Gryffindor sentimental. No lo dejaría allí como un cachorro.


 El que pensara que aquello era afecto evidenciaba el patético estado en el que se encontraba.


 Los ágiles dedos del moreno se deslizaron por su brazo, intentando subir su manga, pero Draco recuperó su brazo con brusquedad, desviando la mirada y respirando dificultosamente. El azabache lo atribuyó al temor que posiblemente sufría de revelar algo tan íntimo y controversial como lo era su marca, ajeno a los pensamientos desolados y las interrogantes que inundaban su cabeza.


 Draco se puso de pie súbitamente, tambaleante, tomando al auror por sorpresa. Éste se levantó con rapidez con intenciones de impedirle el paso, no obstante, no requirió de esfuerzo porque el muchacho aterrizó sobre su pecho al instante, apretando los párpados y tocando su sien con expresión adolorida.


–¿Qué crees que haces? No puedes hacer movimientos tan bruscos, ni siquiera te has recuperado. Tranquilizate –lo reprendió en un tono con el que se le habla a un niño terco.


 Lo ayudó a sentarse nuevamente, y Draco tuvo que hacerlo porque realmente no se sentía bien. Aguardó unos momentos, hasta que las luces dejaron de danzar ante sus ojos, y se preparó para afrontar la realidad: ese mundo no era para él y debía hacer algo al respecto. Potter sólo era un obstáculo imprevisto y debía deshacerse de él.


–Veo que ya estás mejor del mareo, pero deberías descansar. Te hace falta. Tienes ojeras y tus ojos están enrojecidos por haber llorado –señaló. Quiso acostarlo en el sillón, pero Draco no se lo permitió y apartó con suavidad sus manos de él.


–Escúchame, creo que es hora de que te vayas de mi casa –murmuró, intentando lucir seguro de su decisión. Potter lo observó larga y concienzudamente.


–No me iré hasta no estar seguro de que tú te encuentras en condiciones y hasta no haber tratado cierto tema contigo –aclaró, despertando la curiosidad del rubio–. Me harías un gran favor calmándote y accediendo a charlar conmigo sobre lo que está sucediendo.


 Y él lo comprendió. El auror quería tocar el tema sobre lo que estaba a punto de hacer antes de ser interrumpido por él. ¿Debería decir que sí? Después de todo, era su único obstáculo. Si se deshacía de él, podría finalmente lograr su cometido y, quizás, ser feliz de una vez por todas.


–De acuerdo –suspiró, y Potter asintió con suavidad.


–Bien, entonces no te preguntaré qué es lo que estabas a punto de hacer, porque ambos sabemos las intenciones que tenías (y no sé si tienes aún), de modo que pasaré a lo siguiente: ¿quieres hablar de ello?


 Draco dudó. ¿Debería sincerarse con él? ¿Sería ésa su última oportunidad de salvarse? ¿Sería ésa una señal de que todavía había un lugar para él? ¿O era una prueba más que pasar antes de poder lograr su cometido? Todo dependía de su respuesta.


 El muchacho cerró sus ojos y dejó escapar una bocanada de aire antes de asentir muy lentamente con la cabeza. Percibió las lágrimas agolparse en sus ojos. «No», se dijo firmemente. No lloraría. No delante de Potter.


 Una vez más, triunfó la pequeña pizca de esperanza dentro de él. Era muy fuerte, más de lo que pensaba. Parecía querer aferrarse a la vida con uñas y dientes, contra viento y marea, sin importar los inconvenientes.


 Una de las cálidas manos de Potter se posicionó en su brazo en señal de apoyo.


–Vale, entonces, ¿por qué… por qué quisiste hacer algo como eso? –dijo, viéndolo con una mezcla de confusión y preocupación según Draco pudo contemplar, antes de clavar la vista en el suelo, sin dejar de repetirse que sería fuerte. No estaba preparado para afrontar sus problemas sin desmoronarse.


 Guardó silencio durante unos instantes, pensando en cómo poner en palabras sus sentimientos. ¡Ah, sus sentimientos! Estaba a punto de hablar de sus debilidades con Harry Potter. ¡Lo que diría su padre! Ambos diferían en muchos aspectos ahora, ya no era un niño manipulable; ya no era su marioneta, un objeto inanimado, carente de opiniones propias que acataba órdenes.


–Porque… porque nada me espera –susurró, sin atreverse a alzar la vista–. ¿Para qué continuar aquí? Todos mis días son monótonos. No tengo nada que valga la pena para permanecer aquí…


 La mano del auror se deslizó de su hombro hasta su mano, y se quedó sobre su dorso, transmitiéndole calor.


–No digas eso, siempre… siempre hay algo… debe haber algo que a ti te guste. Atentar contra ti mismo debe ser la última de las opciones… ¡Es más! ¡Ni siquiera debe ser considerada una opción! Malfoy, tú… tú no mereces esto. No eres perfecto, nadie es perfecto, pero no eres… no eres una mala persona. Sólo te pusiste del lado equivocado. Nadie, nadie merece tener semejantes pensamientos…  –balbuceó, envolviendo bruscamente el delgado cuerpo de Draco con ambos brazos. Él agradeció ésto, pues su torpe discurso había provocado que las lágrimas agolpadas en sus ojos comenzaran a surcar sus mejillas.


 Le importaba a alguien. Era importante para alguien…


–Nadie ha venido –musitó, apretando sus ojos y envolviendo a Harry con sus brazos. Hundió la nariz entre el cabello del muchacho, percibiendo el agradable aroma de su shampoo–. Ellos… ya no me quieren. Creo que jamás lo hicieron. No son… no son capaces de aceptarme. Me han abandonado…


 El auror, aún sin saber a quiénes se refería, respondió:


–Entonces si te han dejado de lado por un simple detalle, no son dignos de ti.


–Es que no es «un simple detalle» –se lamentó. Levantó un poco la cabeza, observando el círculo de humedad que habían creado sus lágrimas en el uniforme de Harry. Se apartó completamente, observando al muchacho a la cara por primera vez desde que tocaron el tema, sorprendiéndose para sus adentros al no sentir vergüenza, o sentirse débil, sino acompañado. Harry enjugó sus lágrimas cuidadosamente, casi con amor podría decir, si el hecho no fuera ridículo.


–¿De qué detalle se trata? –inquirió el auror, situando su cálida mano en su mejilla. Draco no pudo evitar cerrar sus ojos y buscar más contacto. No sabía que estaba tan necesitado de cariño.


–Yo… mi padre…


–¿Discutiste con él? ¿Ése es el detalle? –intentó adivinar Harry.


–Sí lo hice pero… ése no es el detalle. He discutido con él por culpa del detalle –murmuró–. Es que… padre quería nietos, madre también, y yo no… no se los podré dar, ya me entiendes…


 Era algo bochornoso admitir aquello. Todavía no se había acostumbrado a aceptarlo y no sabía cómo contárselo a alguien como Harry. Supo que lo captó, porque sus ojos expresaron sorpresa y su boca se entreabrió de una forma muy sutil.


–No les cayó en gracia para nada –prosiguió–. Padre me ha ignorado desde entonces. Madre continuó en contacto, sólo que de una forma fría y formal. Ella… dejó de tratarme como antes, su cambio ha sido lo que más… me ha dolido –susurró–. Mis amigos siguieron los pasos de mi padre. Decidieron que no querían involucrarse con… con alguien como yo. Supongo que todo eso querrá decir algo. Tú… ¿tú crees que merezca estar aquí aún?


 La expresión de Harry mutó radicalmente de una comprensiva y sensible a una iracunda. Sus ojos reflejaban su cólera mal disimulada. Tomó su rostro entre sus manos con brusquedad.


–¡Por supuesto que mereces estar aquí! –exclamó, sacudiéndolo como si con ello Draco comprendiera. No despegó sus ojos verdes de los suyos ni un segundo–. ¡Mándalos a la mierda! ¡Que no te importe lo que digan esas basuras de ti! ¿Me entendiste? Lo que a ti te guste o te deje de gustar no debería afectarles para nada. Si en verdad te quisieran, entonces no les importaría para nada nimiedades como tu orientación. Y tus amigos, conociendo cómo es tu padre, con mucha más razón deberían estar ahora mismo al lado tuyo, conteniéndote y ayudándote a llevar esto adelante. Dejame decirte que tienes unos amigos de mierda –concluyó, soltándolo por fin.


 Se tocó las mejillas, adoloridas por la brusquedad con que fue tomado.


 Las palabras de Harry hicieron mella en su cabeza. Tenía razón. Tenía razón en muchos aspectos. Algo en su cabeza hizo clic, luego de reflexionar el punto de vista del auror. Si lo quisieran de verdad, no les importaría su orientación. Todo tenía sentido. Él era de esa forma y no tendría por qué cambiar para que otros lo aceptaran según lo que creían correcto, ellos no sabían qué era lo correcto y lo incorrecto. Él no era incorrecto. Ellos tendrían que amoldarse a él, no al revés.


 Por primera vez en mucho tiempo, Draco sonrió jovial.


–Sí… –susurró–. Tú… tú tienes razón.


 Harry correspondió el gesto, con una brillante sonrisa que iluminó su rostro y deslumbró a Draco. Éste parpadeó y desvió la mirada.


–Pero… ellos son mi familia, mis amigos. Me duele que hayan sido ellos –expresó en voz baja. Harry volvió a ceñirlo con sus brazos, y no pudo evitar permitirlo. Hundió la cara en el hueco entre el hombro y el cuello, en la calidez de su cuerpo, aspirando su aroma. Aquel se había convertido en un sitio del cual no quería apartarse jamás.


–Lo sé, es difícil porque son tus seres queridos. Estoy seguro de que siempre han estado a tu lado, y que te amaron, pero lo único que puedes hacer ahora es darles tiempo. Deben aceptarlo y cada uno tiene su propio tiempo para digerirlo. Puede tomar más de lo que crees para algunos. No deberías tomar en cuenta sus palabras por ahora, deberías pensar en que por actos de impulsividad se dice lo primero que pasa por la cabeza y con intenciones de herir al otro. Yo lo he hecho varias veces, como sabrás soy muy impulsivo… Además, quizás cambien de opinión después de pensarlo en frío; puede que lleguen a una conclusión diferente –explicó con seriedad. Su voz se oía más fuerte ahora que sus oídos estaban pegados a su pecho.


 Draco nunca había creído que Potter sería capaz de hablar de una forma tan… madura. Y se encontró rendido ante sus palabras. De una extraña forma, si le quedaban dudas respecto a él, la inteligencia que estaba demostrando terminó por seducirlo por completo.


–¿Conoces de alguien que le haya sucedido lo mismo? ¿Sabes si sus seres queridos lo tomaron bien o mal? ¿Cuánto tiempo tardaron ellos en aceptarlo? –inquirió, con la voz ahogada por el cuerpo del auror; necesitaba referencias. Pudo oír con claridad su respiración y el latido de su corazón durante los minutos que éste guardó silencio, antes de responder titubeante:


–Pues… huh… –carraspeó–. Por ejemplo, la mejor amiga de la persona que yo conozco, lo tomó bien desde el primer momento y se… se veía feliz porél. A su mejor amigo le costó asimilarlo en un principio y luego lo tomó con gracia, bromeando al respecto siempre que podía, obviamente de buena forma, no de una que pudiera herirlo. Ambos lo hicieron sentir querido y no hubo diferencia en su trato hacia él después de enterarse. Por otro lado, está su ex-novia, quien no aceptó su orientación. Era terca, quería estar con él sin importar las veces que intentó razonar con ella, quería una familia, hijos, matrimonio, y no era eso lo que él deseaba en ese momento. Pensaba que aún era joven, quería trabajar de lo que le siempre había soñado. Ella se ofreció a hacer cualquier cosa, pero en realidad no tenía nada para ofrecer que me interesara.


 Draco se heló, pillado por sorpresa, y lo sintió tensarse simultáneamente, seguramente percatándose de su metida de pata. No podía creerlo. Entró en una especie de estado de estupefacción y dicha. Percibió cómo la felicidad se expandía en su pecho como los globos que había inflado ese día.


 Se apartó, sin embargo, su rostro permaneció a centímetros de Harry y los brazos del joven continuaron ciñéndole.


–Eres tú –afirmó–. Es… Estás hablando de ti.


 Él pareció repentinamente interesado en las cortinas de la ventana de Sveta.


–¿Por qué no respondes? ¿Te avergüenza? ¡Eres tú quien me dio todo ese discurso motivacional para aceptarme a mí mismo! –le recordó, indignado.


 Pareció haber tocado algún punto sensible dentro de él, porque éste giró la cabeza bruscamente en su dirección.


–No es por eso, es que no pretendía que lo supieras de este modo.


–Así que pensabas contármelo –aseveró.


–Si quieres puedes hacerme preguntas al respecto –ofreció, evadiendo su declaración. Draco se dio cuenta, pero prefirió dejarlo pasar.


–Mis padres se lo tomaron a mal, porque querían un heredero, verme casado con alguien de alta alcurnia, que nuestra sangre se prolongue por generaciones… Tus padres, ¿qué crees que opinarían al respecto? –expresó en voz baja. A Harry le pilló por sorpresa la profundidad de la pregunta.


–Pues… –repuso, luego de un silencio entre ambos–. Estoy seguro de que ellos me apoyarían y querrían lo mejor para mí. Que estarían de acuerdo con cualquier cosa si ésta me hacía feliz. Me gusta pensar que no les importaría para nada mi orientación y seguiría siendo su hijo, siendo amado como tal –concluyó.


 Acarició la mejilla de Draco al verlo ido y apretando los labios para evitar que éstos tiraran hacia abajo. Su labio inferior sobre todo temblaba de una forma casi imperceptible. Éste lo miró, con sus cejas rubias fruncidas en angustia. La lámpara dorada realzaba sus ojos vidriosos por las lágrimas contenidas.


 Harry lo abrazó otra vez, y en esta oportunidad ninguno de los dos dijo nada. Desvió una de sus manos al cabello rubio y sedoso del muchacho. Hace tiempo que sus dedos cosquilleaban ansiosos por hacerlo. A Draco le pareció agradar este gesto, porque dejó de temblar. 


–Desearía que mis padres pensaran de ese modo –habló con voz trémula, aferrándose a su falso uniforme de policía–. Quiero que las cosas vuelvan a ser como antes de confesar quien realmente soy, pero no quiero esconder lo que soy. Tuve que fingir ser alguien que no era durante mucho tiempo, tuve que ser la marioneta de mi padre y de… de él. Quiero dejar eso atrás y vivir sin restricciones, sin limitaciones… No quiero ser la marioneta de nadie.


 Harry lo ciñó con más fuerza, cerrando sus ojos. Se sentía agradecido de que éste se abriera con él, pero al mismo tiempo sentía que acarreaba con una gran responsabilidad.


–A veces hay que sacrificar cosas. Quizás sea tiempo de iniciar desde cero. Conocer nuevas personas, que ellas conozcan al verdadero Draco Malfoy. Nada volverá a ser como lo era antes y, piensa, ¿vale la pena vivir en una mentira, permitir que tus padres te casen con alguien que no amas, tener un heredero y sonreír ante desconocidos por protocolo por el resto de tu vida sólo para que te acepten? Sé que, quizás tarde, quizás ahora mismo y no lo sabes, pero en algún momento ellos recapacitarán. Si te amaron realmente, regresarán. Lo sé.


 Draco sollozó en su hombro.


–De acuerdo –balbuceó. Entonces, recordó la carta de sus padres y las crueles palabras descritas. Apartándose ligeramente, hurgó en su bolsillo trasero y la extrajo. Se la entregó, sin verlo a la cara. Éste leyó:


 


«Querido Draco,


Te ruego que no vuelvas a escribirnos más. Tampoco deseamos recibir ningún tipo de invitación de tu parte, así que no insistas, porque no nos presentaremos. No queremos para nada sabernos vinculados con alguien de tu índole. Eres una vergüenza para la familia. No eres digno del apellido Malfoy. Atrocidades como tú no deberían existir. ¡Semejante heredero! Tu padre, tu abuelo, tu bisabuelo y todos tus antepasados han sido personas honorables, verdaderos hombres. Queremos que sepas que lamentamos mucho que hayas tomado esta decisión. Estamos muy decepcionados. No queremos volver a saber de ti, no nos interesa nada en lo que a ti concierna. Estás equivocado, siempre estás equivocado. Todavía eres un adolescente ingenuo, debes obedecer a tu padre, ése es tu deber. Es lo único que debes hacer y aún así no eres capaz. ¡No sé en qué fallamos! Te hemos dado todo, te hemos presentado a miles de hijas de familias dignas de un Malfoy. A partir de este momento, esperamos que entiendas, jamás volverás a pisar la mansión. Ni se te ocurra regresar. Que sepas que tu paradero actual ahora se ha convertido en tus únicos aposentos. Ese frío agujero será tu asqueroso escondrijo, donde perteneces. Estaremos atentos al momento en que decidas pedir ayuda para corregirte. Nosotros podemos curarte, Lucius tiene contactos, podríamos conseguirte un buen psicomago para restablecerte, para que puedas superar este disparate, para que vuelvas a ser quien eras. Volver a ser nuestro hijo.


Hasta entonces, ni se te ocurra volver a ponerte en contacto con nosotros a no ser que sea para pedir ayuda profesional o para darnos la dicha de comunicarnos que decidirás desaparecer de este mundo.


 


Narcisa Malfoy.»


 


 Harry lo comprendió. El muchacho podría explicarle, hablarle, contarle lo ocurrido, pero no se asemejaría a la sensación de leer textual cada una de las crueles palabras de su madre. Echaba chispas por los ojos. Un fuerte rubor se había apoderado de sus mejillas, producto del enfado.


–Son… –masculló, crispando la mano sobre la misiva, arrugando el pergamino. Se sentía impotente. ¿Qué podría hacer al respecto? Surgir de la nada en la mansión y golpear a los Malfoy sonaba cautivador. Podría gritarles lo que pensaba. También podría levantar cargos contra ellos, por discriminar e inducir al suicidio. Podría quitarles sus bienes. Podría hacerlos sufrir…


–Calma –intervino Draco, colocando ambas manos en su rostro con expresión preocupada. Se había asustado cuando el semblante sereno del auror mutó a uno sádico, desequilibrado. Éste lo miró, su rostro se suavizó instantáneamente. Sus ojos se inundaron de aflicción.


–¿Aún… aún sigues pensando en… desaparecer? –musitó, dejando al rubio descolocado. Se había dado cuenta que a él no le parecía agradar llamarlo «suicidio».


 Draco dudó. ¿Quería hacerlo? Potter había expresado en voz alta todo lo que su pequeña pizca de esperanza le susurraba cuando iba a cometer alguna locura. Potter se estaba comportando muy amable, pero, ¿qué le aseguraba que estaría allí luego? Ahora mismo podría actuar como si realmente le importara porque era auror y él estaba a punto de borrarse del mapa. Apuesto que tenían un código para eso. Su deber era impedirlo y, aunque se tratara de Draco Malfoy, quien le hizo la vida imposible, no podía quejarse porque era su profesión, de otro modo no le importaría. Él le fallaría, se olvidaría de él, de ese pequeño desahogo, de todo lo insólito que estaba pasando… Y le partiría el corazón.


–¡He perdido a mi familia! –exclamó con la voz quebrada, incorporándose del sillón bruscamente–. ¡Los he perdido por completo! ¡Mi madre! ¡Mi hogar! ¡Ya no soy bienvenido! ¡Tú mismo comprobaste lo mucho que me detestan! ¡Mis amigos! ¡A ellos les importa una mierda cómo me sienta! –rompió a llorar. Harry intentó tomarlo del rostro para tranquilizarlo, pero éste negó con la cabeza, sollozando, y se deshizo con agresividad de sus brazos–. ¡Mis amigos y mi familia eran lo único que me quedaba! ¡La comunidad mágica me odia por mi pasado, por mi familia, porque fui un jodido mortífago! ¡Yo… yo ni siquiera quería hacerlo! ¿Querías saber si seguía considerando la idea? Estoy solo, ¡dame una jodida buena razón para no hacerlo!


 Entonces, Harry lo tomó del rostro con ambas manos y lo besó. Presionó con rudeza su boca contra la de Draco, con la esperanza de que a través de ella éste pudiera comprender sus sentimientos. La tensión que había en el cuerpo del rubio se esfumó de súbito, aunque permaneció inmóvil del pasmo. Cuando Harry movió sus labios con suavidad, acariciando su húmeda mejilla, asimiló lo que estaba sucediendo. Estaba siendo besado, besado con amor, besado por Harry Potter, por otro muchacho, por primera vez.


 Draco apretó sus párpados, presionándose contra la cálida boca del otro muchacho, en busca de más. Ambos brazos se enroscaron en su cuello, temiendo que ese precioso momento se le fuera arrebatado. Hundió sus dedos en su rebelde cabello, invadiéndolo por fin como llevaba deseándolo hace tiempo. Aspiró su embriagante aroma y se refugió en él.


 Sabía que la intención de Harry había sido justamente acabar con su ataque de llanto, sin embargo, no pudo evitar que sus ojos se anegaran en lágrimas. Su pecho era una explosión de sentimientos. Sí lo quería. Lo quería. Se encontraba sumergido en la más plena felicidad. Harry Potter había pasado de ser el niño que más detestaba del colegio al muchacho de profundos ojos verdes que lo había escuchado, con el que se había desahogado, quien lo había ayudado, quien lo había cuidado al bajar su presión, confortado en sus brazos y secado sus lágrimas. Era su ángel guardián, quien había aparecido en el preciso momento en que iba a cometer una locura, en el que perdía la cordura, consumido por la tristeza. Era quien lo había salvado, una vez más, para variar.


 Harry se separó con delicadeza y lo miró a los ojos, aún tomando su rostro entre sus manos. Su mirada denotaba ternura.


–¿Esa fue una razón suficientemente buena como para no hacerlo? –musitó, y depositó un beso en su frente. Draco cerró sus ojos, y cuando Harry se apartó, los abrió. Su abrir y cerrar de ojos le recordaba al moreno al batir de alas de una mariposa–. Si no lo fue, puedo darte muchas razones más…


–¿No me dejarás como ellos? –susurró, inseguro. 


 El auror tomó sus frías manos, y negó con la cabeza.


–Te prometo que jamás haré semejante estupidez. Tú me importas, por algo he venido. Me encantaría que me permitieras estar aquí para ti, pero prométeme que no volverás a intentar una inconsciencia como la que has intentado hacer hoy…


 Desde la aparición del auror Draco había experimentado gratas emociones que desde hacía muchísimo que no sentía, y otras totalmente nuevas. La pequeña esperanza que albergaba dentro había crecido, y su felicidad también. Harry había logrado despejar sus inseguridades y tristezas, y ganarse su confianza en tan sólo unas horas. Había logrado ahuyentar la tormenta de Draco con el fulgor de los rayos de su sol. Por supuesto que no volvería a intentar nada, siempre y cuando él estuviera ahí para él. ¿Que había perdido el interés en la vida? ¿Que no le esperaba nada? ¿Que no tenía nada por lo que luchar? Ahí tenía a ese muchacho de dieciocho años; su esperanza.


 Se lo comunicó y recibió a cambio una dulce imagen de las mejillas del muchacho teñidas de un muy sutil rubor que guardaría en su memoria por siempre.


–Gracias, Malfoy.


 Tal vez ya era tiempo de rehacer su vida. De comenzar a ser el verdadero Draco Malfoy.


–Dime «Draco» –pidió, esbozando una pequeña sonrisa. Harry correspondió el gesto y se sentó nuevamente en el sillón. El rubio lo imitó, sin poder dejar de sonreír.


–Bueno, Draco, hay algo de lo que quiero hablarte –mencionó, tomando la mano del muchacho y jugueteando con sus fríos dedos–. Pues, estoy aquí por una misión encubierto  del Cuartel de Aurores. Supongo que lo habrás adivinado ya. En un principio vine con mis compañeros, siete en total, porque llegó una notificación a nuestro jefe sobre que había jaleo en esta zona, que provenía de una casa que estaba registrada en el Ministerio como habitada por un mago y que los vecinos muggles habían llamado a la policía –con el tiempo que llevaba viviendo en un barrio muggle ya había aprendido qué era un policía–. Tuvimos que intervenir, borrando las memorias de los policías y llamamos a la puerta en su lugar. Habíamos sido alertados sobre los gritos, corridas, golpes sordos y la posibilidad de que se estuviera dando lugar alguna atrocidad. Además, se percibían rastros de magia potente descontrolada y de naturaleza violenta a kilómetros. Confieso que yo no entraba en el grupo que vendría aquí y luché por ser asignado, sólo porque estaba al tanto de que tú vivías aquí y, en segundo lugar, realmente me preocupé de que te sucediera algo, así que pensé en pasar y constatar cómo andaban las cosas. En primer lugar…  hum, sabía que hoy era tu cumpleaños, pensaba saludarte, entregarte el regalo que te había comprado y charlar contigo sobre… nuestra época de colegio, para limar asperezas, para olvidar los desafortunados incidentes que acontecieron nuestras vidas desde que nos conocimos. Tenía tiempo sin verte y quería saber si podíamos llevarnos bien. La misión a tu casa fue la excusa perfecta para hacer lo que tenía planeado, y para averiguar si estábamos en buenos términos, tantear el terreno y… básicamente tirarte la onda, tú sabes. No he dejado de pensar en ti desde la guerra, sé que es ridículo que desarrollara un extraño cariño hacia ti en tiempos tan duros, pero no puedo olvidar detalles como cuando estuve en la mansión y tú… me salvaste, nos salvaste, mentiste por mí, por nosotros…   El punto es que me gustabas en ese tiempo y me preocupaba por ti por eso mismo. Ahora me sigues gustando y me sigues preocupando. Me asusté al ingresar y ver la sala en semejante estado y a ti… en esa comprometedora posición. Creo que mis instintos protectores por ti aparecieron más fuertes que nunca. Me alegra haber aparecido en el momento indicado. Supongo que ya no hay razón para charlar a solas sobre todo lo que nos sucedió durante estos años, ni para que desee estar bien contigo de una vez por todas, pues parece que se ha dado solo.


 Draco no supo que decir luego de oír semejante confesión. No tenía palabras.


–Muchas… muchas gracias. Yo no creí que… que… Eres muy considerado –concluyó, parpadeando. No se esperaba que mencionara su cumpleaños. ¡Había recordado su cumpleaños! ¿Cómo? ¿Cómo todo había dado ese giro? ¿Harry Potter visitándolo por su cumpleaños? ¿Sus padres y amigos no asistiendo al mismo?–. ¿Y por qué necesitabas una excusa para venir aquí? –recordó.


 Harry rió, meneando la cabeza.


–Temía que me mandaras a pasear.


–Lo más probable –razonó, llevándose un dedo a los labios. Harry soltó una carcajada y a continuación hurgó en su bolsillo. Extrajo una pequeñísima cajita con listón y le quitó el hechizo de encima. Ésta adquirió su tamaño original y se la entregó al rubio torpemente.


–Lamento si no te gusta, no sabía qué te gustaría, así que le pedí a Hermione que me acompañara a la tienda y me diera su punto de vista, y también le pregunté a la mujer del negocio cuál creía que sería digna de alguien como tú, pues me sentí inseguro de regalarte algo que no usaras. Ojalá te guste –se disculpó.


–Gracias –susurró, abrumado. Quitó el listón plateado y abrió la caja esmeralda, no perdiendo el detalle de los colores que Harry seguramente había tomado en cuenta; esto lo conmovió. Dentro, doblada perfectamente, se encontraba una impoluta túnica gris perla y a juzgar por la calidad, a Harry le había costado sus buenos galeones.


–Me recordó al color de tus ojos… –comentó el moreno. Draco esbozó una enorme sonrisa, no por la suma de dinero que se imaginaba que habría podido gastar por él, o la fina calidad del material. Por primera vez le entusiasmaba el detalle en sí. Harry había pensado en su cumpleaños, pensó en él, pensó en algo que le podría agradar, pensó en sus ojos al escoger el color, pensó en su casa de Hogwarts aunque ésta no le simpatizara para la caja y el listón, pensó en lo que “sería digno de él.”


–¿Cómo no gustarme, Harry? –murmuró embelesado, empleando su nombre por primera vez. El muchacho sonrió ante esto. En los labios del rubio su nombre sonaba maravilloso.


–Qué bueno, porque me he esmerado mucho en ello.


–Es evidente –observó, tomando la prenda y sosteniéndola de los extremos en el aire para apreciarla mejor–. Por eso te agradezco, nadie se ha tomado tal dedicación antes. Y lo hiciste aún sabiendo que podría mandarte a volar o ni siquiera abrirte la puerta. Agradezco cada uno de los pequeños detalles que te tomaste…


 Draco se incorporó, aún sosteniendo la prenda y comenzó a desabotonar la camisa. Cambió su ropa por la nueva túnica delante del sonrojado moreno, sonriendo disimuladamente al verlo en tal estado.


–¿Entonces? –instó Harry.


 El rubio le dirigió una mirada de incomprensión.


–¿Celebramos tu cumpleaños? Es tu gran día, no deberías haber llorado en tu día especial –expresó.


 Draco resopló.


–Es mi fiesta y lloraré si quiero llorar.


–¿Todavía quieres hacerlo? –preguntó el auror, entreabriendo la boca.


–No… –admitió.


 Harry sonrió con alivio, una hermosa sonrisa que hizo latir con fuerza el corazón del rubio.


–¡Espléndido! Entonces celebraremos tu cumpleaños. Sin excusas –decidió.


 El muchacho se puso de pie y desenvainó su varita. Comenzó a realizar hechizos de aquí para allá, sin prestarle atención al ahora cohibido Draco. Restituyó las coloridas guirnaldas y los globos de colores. Materializó en la mesa un gran pastel de aspecto exquisito, con tres velitas encendidas. Hizo aparecer un par de fuentes más de bocadillos, aunque no tantas. Sólo serían ellos dos…


 Harry tomó asiento en la silla y le echó una mirada a Draco. Le hizo un gesto y éste se acercó dubitativo.


–¿Estás seguro de esto?


–¡Por supuesto! ¡Venga, celebremos tu día especial! No se cumplen diecinueve años todos los días, además ya eres oficialmente mayor que yo, ¿eh? –sonrió el moreno.


 El rubio tomó asiento frente al enorme pastel de chocolate con bellos decorados, con más seguridad que antes. Su alrededor ahora sí reflejaba su interior a la perfección. Se sentía alegre, expresivo, satisfecho, afortunado, radiante y como un verdadero joven de tan sólo diecinueve años recién cumplidos. Tenía una vida por delante aún. Tenía mucho por hacer. No podía tan sólo echarla por la borda.


 Lo más importante, tenía a alguien junto a él. Tenia a alguien que lo apreciaba, que lo cuidaba, que lo apoyaba. Quizás era el único presente, tenía un único regalo y podía no ser la «mejor fiesta de la historia», pero se sentía más feliz de lo que jamás fue.


 Harry apagó la lámpara. La luz de las velitas iluminaban el emocionado semblante del rubio. 


–¡Que los cumplas feliz, que los cumplas feliz! ¡Que los cumplas, hermoso Draco, que los cumplas feliiiz! –canturreó–. Ahora pide un deseo…


 «Me gustaría que todos mis cumpleaños fueran así, a partir de ahora», pidió para sus adentros. La enorme sonrisa que Harry le ofrecía le aseguraba, de alguna manera, que así sería. Y sopló las velitas…


 


 


 


FIN


 

Notas finales:

¡Hola de nuevo! Muchas gracias si has llegado hasta aquí, te has ganado una deliciosa galletita. Espero que les haya gustado tanto como a mí me divirtió escribirlo. Fue en mi sofá con la estufa. Un ambiente agradable. Gracias por dedicarle su tiempo a esta historia. ¡Descubrir sus reviews provoca en mí una sensación taan fuerte! Me siento como una niña en Navidad. Me encanta leer sus comentarios y responderles♥ Me harían realmente feliz opinando al respecto. Muchas gracias. 

¡Les mando miles de cálidos abrazos! No sean como mi amiga, que me muerde cuando intento darle amor ¬¬' ¡Nos vemos luego y feliz día del medio ambiente! :) 


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