Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Nadie en el país de las maravillas por Lizama24

[Reviews - 3]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

La historia de Alicia en el país de las maravillas es originalmente del autor Lewis Carroll. Esta es una simple adaptación del magnífico mundo que creó, tomando algunos de sus personajes para el desarrollo de la misma. 

Cabe decir que también utilicé algunos datos de la película dirigida por Tim Burton.

Espero puedan disfrutar de este breve fanfic que constará de tres capítulos en donde muestro otra realidad si mi adorada Alicia nunca hubiera pisado el país de las maravillas. 

 

 

—Ya que no tenemos nada qué hacer, les contaré una historia —Tanabe asintió emocionado para apoyar a sus propias palabras, dando golpecitos sobre sus piernas con las palmas.

—De terror no.

—No seas miedoso, Akira.

—¡No soy miedoso!

—Ya… no será de terror —prometió.

Se encontraban en la sala de ensayos. Habían llegado dispuestos a trabajar, pero la electricidad había estado fallando desde la mañana y ahora se había ido la luz por completo. Takanori se ocupaba de consentir a su perro con mimos, Yuu tocaba en su guitarra acústica a la somnolienta mirada de Kouyou, y Akira parecía ser el único que le prestara un poco de atención, aunque sabía ésta no duraría mucho.

—Se llama Alicia en el País de las Maravillas. Aunque Alicia no existe.

—¿Alicia no existe? —Kouyou arqueó una de sus cejas, dejando de ver a Yuu por un momento.

—No.

—¿Entonces por qué su nombre aparece en el título? —Se quejó esta vez Shiroyama. Yutaka suspiró y asintió.

—Está bien. Entonces: Nadie está en el País de las Maravillas.

¿Vas a entretenernos con un cuento para niños? No porque Akira sea un miedoso quiere decir que debas hacer cosas tan infantiles —Takanori dejó a su pequeña pulga en el sofá, cruzándose de piernas para luego poner su atención en Yutaka.

Akira se hubo quejado porque lo ofendieron, pero Yutaka no prestó atención ni a él ni a Takanori y quiso empezar de una vez con su historia.

—Pero para que me pongan atención, usaré sus nombres. Takanori será la reina roja… —Escuchó las carcajadas del resto y pudo ver la mirada asesina del más joven —. Digo, el rey rojo, Akira será el rey blanco, Yuu el gato de Cheshire.

—¡No, no! Que el sonrisas eres tú.

—Yo no aparezco en la historia, Yuu. Soy el narrador.

—¡Injusto! —gritaron los cuatro juntos, negándose a su “regla”.

—De acuerdo. —Roló los ojos con fastidio: ¿por qué eran tan nenas? —. Yo seré el gato. Kouyou será el conejo blanco…

—Conejito —musitó el mayor a todos, picando el hombro del guitarrista líder y Yutaka pudo adivinar su respuesta al notar la mirada de odio que le dirigía a Shiroyama.

—Mejor soy Alicia.

—Alicia no existe, idiota.

—Por eso.

Takanori rió divertido, haciendo que Koron se bajara y fuera a buscar tranquilidad a otro sitio. Yutaka empezaba a enfadarse ante la poca disponibilidad de prestar sus putos nombres.

—¡Basta! Takanori será el rey rojo, Akira el blanco, Yuu el gato y Kouyou será el conejo. Y no me interesa si yo no aparesco. Y si no te callas, Yuu, haré que tú seas la reina blanca con vestido y peluca. —Terminó, cruzándose de brazos, totalmente seguro de que no cambiaría lo que acababa de decir.

Al fin había conseguido que se callaran. Kouyou continuaba con una mueca de disgusto aunque menos grave que la de Yuu. Apenas se dio cuenta en ese momento que Akira no se había quejado de nada, y se sintió agradecido. Koron volvió al regazo de su amo unos segundos antes de que Yutaka diera comienzo:

 

z98;Como todos saben, siempre cuentan en todos sitios la historia de una tal Alicia que llega al País de las Maravillas, y que gracias a ella el país se salva del malvado rey rojo. Pero, ¿por qué era necesaria Alicia? Aquel país, tan repleto de seres magníficos, no necesitaba la intromisión de una simple persona del planeta Tierra. Y en esta ocasión, ella nunca existió.

 

El País de las Maravillas en un principio fue gobernado por los padres de Ruki y de Reita. Al morir, Reita heredó la corona al ser el mayor de los hermanos, algo que no tuvo nada contento a Ruki, pues se consideraba más capaz e inteligente que su hermano mayor. Pero al contrario de Reita, quien tenía alma bondadosa hasta el extremo, Ruki no pensaba más que en sí mismo y todo el poder que podría tener si él fuera el rey de todo aquel país.

 

Fue así como con un ejército enorme de cartas de baraja Ruki logró apoderarse del reino, y después de todo el control sobre el País de las Maravillas. Reita no había querido pelear ni un poco contra su hermano y se hubo retirado de inmediato, considerando que era mejor hablar con él después; cuando no estuviera amenazando con matarlo. Sí, Reita era un idiota.

 

Si Alicia existiera en esta historia, seguiría narrando a partir de cuando la niña conoció a Uruha. Pero Uruha ni siquiera salía al mundo humano: estaba muy ocupado sirviendo al rey rojo para salvar su pellejo como para preocuparse en ir a dar una vuelta y ver qué de nuevo hay en el planeta Tierra. Así que continuemos con el rey blanco:

 

Reita se había mudado a un pequeño castillo con todos sus seguidores y su pequeño ejército que sólo servía para decir que tenía uno y no para declarar la guerra, porque la mayoría había quedado bajo el mando de su hermano menor. Gastaba su tiempo ayudando a cuanta criatura lo necesitara, aunque no podía hacer gran cosa porque ya no era el rey. Veía la miseria que se expandía por el pueblo y se prometía que iba a hacer algo. Ninguno de los seres que ahí habitaban le tenía odio o rencor, y agradecían cuanto hacía por ellos. Todos menos uno:

—¡Miren! ¡Ha llegado el rey! ¿Qué lo trae por aquí?, ¿busca más hierbas para ir a hacerse tes a su palacio de cristal? —el gato de Cheshire era un ser con apariencia de humano mezclada con una cola esponjosa de anillos de colores violeta y morado, un par de orejas peludas y patas de gato en vez de pies y manos.

El gato lo odiaba, de eso no tenía duda. Le tenía un rencor enorme al no haber defendido el reino que tanto trabajo les había costado construir a sus padres y dejarlo en manos de un tipo con complejos napoleónicos. Atribuía su poca amabilidad a que él fue un gran amigo de su padre y juntos habían hecho que aquel país tuviera paz y armonía. También a que, en ese entonces, Aoi fue alguien importante en la nobleza y ahora era un gato callejero que robaba comida con su grandiosa habilidad de desvanecerse.

—No tengo un palacio de cristal.

—Porque no quiere. —Desapareció del árbol donde se encontraba y reapareció a su lado, levitando en el aire —. ¿Por qué no gasta todo el oro que tiene para remodelar ese “pequeño” castillo en que vive?

—¿Es oro lo que quieres? —Se detuvo y volteó a verlo a la cara, frunciendo el entrecejo. Como si él tuviera dinero para malgastarlo—. Si quieres oro sabes que estoy dispuesto a prestar a quien lo necesite, pero tratándose de ti…

—Lo que quiero es poder acercarme a la ciudad, sin tener que huir de prisa para que no me claven una lanza en el pecho.

Observó aquellos ojos que brillaban exageradamente y cuyas pupilas eran más grandes que las suyas. Reita tragó, sintiendo que todas las ganas de defenderse se esfumaron, como lo hacía Aoi.

—He hablado con la oruga. —Volvió a hablar el gato ante aquel ex rey que parecía más inútil que un ratón—. Él jura que pronto todo esto acabara.

—¿A qué te refieres? —cuestionó con esperanza, viéndolo de nuevo a los ojos.

—A que pronto tu hermano va a exterminarnos, para que sólo vivan él y sus malditos amiguitos plenamente, en todo el País de las Maravillas.

Se desvaneció tras escupir aquellas palabras, dejando restos de lo que parecía espuma en el aire.

Reita se quedó en blanco: ¿exterminarlos? ¿Es que no le bastaba con marginarlos que ahora quería asegurarse que no respiraban? Apretó los puños, con rabia. Intentaba no sentir nunca enojo, rabia o ira, porque sus padres le habían dicho que eso mataba la bondad y la luz que habitaba en su interior. Pero no podía aguantarse, Ruki había arruinado la vida de miles de seres, incluyendo la suya. Se había apoderado de todo lo de su alrededor para sentirse poderoso, el mejor, el más grande.

 Ni siquiera le había importado qué le pasara a su propio hermano quien ahora no tenía más que lo necesario para vivir y ayudar al menos un poco a quien lo necesitaba. Pero el oro que tenía se iba a acabar pronto, lo sabía, y entonces se moriría de hambre y vería a los demás también hacerlo.

Dejó en el suelo la canasta que llevaba y echó a correr hacia lo profundo del bosque, necesitaba ver a la oruga. Tropezó con las raíces que sobresalían de la tierra, brinco piedras y se disculpó al casi aplastar a varias florecitas, las cuales gritaron de terror. Continuó yendo más profundo entre toda esa vegetación y seres que lo veían curiosos pero que no lo molestaban con preguntas por la prisa que se veía que tenía.

Cuando ya casi llegaba, los árboles llegaban tan arriba que apenas y unos delgados rayos de sol lograban colarse para darle algo de luz. Ahí también estaba casi deshabitado; tan sólo había una que otra serpiente enrollándose en los troncos, y aunque fueran tan anchos, las serpientes eran tan largas que lograban dar hasta cinco vueltas. El aire era el más puro, pero te sientes sofocado si no te gustan los lugares encerrados.

Caminó más lento, no porque temiera de las monstruosas serpientes que ni cuando él era el rey lo trataron con amabilidad, sino porque consideraba hasta grosero dañar el silencio casi completo. Se detuvo frente a una cortina de maleza, la cual apartó con una mano para seguir su camino. En el centro, casi en la oscuridad, había una seta grande de color café. Sobre ella había una capa de hojas grandes y verdes, sin imperfección. Y entre esa cama de hojas se encontraba una oruga, pequeña y vieja, de un color azul oscuro. Fumaba como siempre, de un gran narguile.

—Su majestad —pronunció la voz grave y profunda de aquella oruga, pero ni siquiera volteó a verlo.

—No tiene que llamarme así, yo no soy el rey.

—¿Y quién eres tú?

—Dejando la pregunta de lado —Se apresuró a decir, deteniéndose escasos pasos frente a él—. Quería preguntarle sobre lo que le ha contado al gato de Cheshire. Sobre el exterminio de parte del rey rojo.

—¿Por qué? —Soltó una gran bocanada de humo, dejando ver los perfectos anillos que podía formar.

—Sé que debo hacer algo.

—¿Por qué lo crees?

—¡Porque está en mis manos! Yo dejé que Ruki se quedara con todo y ahora no puedo permitir que los mate.

—¿Le temes a la muerte? —la oruga volvió a formar anillos de humo que llegaron a estrellarse contra el rostro de Reita —. Tal vez sea sólo un cambio.

Reita frunció el entrecejo. ¿Para qué mierda había ido a verlo si le diría cosas como esas?

—Mire, tengo que hacer algo.

—Tenías que hacer algo hace años.

—Es decir… ¿que no me ayudará?

—¿Quién eres tú, si no eres su majestad? —Fumaba y fumaba —. ¿Qué tienes que hacer, si no has hecho nada?

Reita lo miró, no entendiendo. Sabía que aquella oruga azul era sabia, más sabia que nadie. Pero él no lo era y no podía entender si estaba reclamando como lo había hecho Aoi, o le estaba dando la solución a su problema.

—Es preciso que no pierdas la calma —continuó —. Y que si quieres lograr algo, la solución no la tengo yo.

Reita no había logrado grandes cosas con esa plática, por lo que decidió volver a su castillo con más calma con la que había ido corriendo hasta allá. Estaba preocupado y confundido sobre lo que debía hacer; ¿por qué Ruki tenía que causar tantas molestias? Si al menos pudiera hablar con él…

Se detuvo en seco, fijando su vista en el suelo pedregoso sobre el que iba. ¿Y si pudiera convencer a Ruki de hacer una especie de trato?, ¿y si se disculpaba y le preguntaba si estaba enojado cuando le dieron la corona y no a él? Reita pensaba que su hermano no podía ser tan mala persona, ¡él lo había visto crecer! Jugaban juntos y Ruki siempre había sido muy extrovertido pero bueno.

Tenía que hablar con él. Lo veía mejor que iniciar una guerra de la cual habría mucho dolor y pérdida. Pero no sabía cómo, ¿cómo llegaría hasta el castillo siquiera? Si apenas pusieras un pie en el territorio del reino un ejército entero ya vendría corriendo hacia ti. Tenía que llegar hasta el castillo y escabullirse por los largos pasillos hasta la habitación del rey, porque consideraba que sólo ahí podría conseguir hablar con él.

Volvió a andar hacia el bosque, en esta ocasión en dirección a un lugar menos denso que el anterior. Aoi vivía en los bordes del bosque denso, donde los árboles eran más pequeños y verdes, y donde los animales eran amistosos. Fue rápido llegar a donde sabía que habitaba, pues apenas se había alejado del aquel sitio.

Vio a Aoi sobre un árbol, comiedo un fruto grande y de color amarillo que seguramente había robado. No es que los árboles no dieran frutos, es que los naipes iban cada mañana a recoger cuanto fruto y semilla encontraban para llevarlo al reino, y los animales debían ingeniárselas para esconder todo lo que pudieran. Sintió algo de vergüenza al recordar sus palabras de hace unas horas.

Aoi lo vio con el ceño fruncido, masticando. Se puso de pie, tal vez para poder bajarse e irse así que Reita se apresuró a llegar a él.

—Espera, necesito hablar contigo.

—Ya me voy, no tengo tiempo. —Terminó lo que comía, dejando el ramito en el suelo y se dio la vuelta para internarse en el bosque.

—Necesito que me ayudes —Aoi se detuvo, tal vez por la sorpresa de escuchar que necesitaba su ayuda —. ¿Cómo puedo aprender a desvanecerme?

Aoi rió de inmediato, alzando una de sus cejas —. ¿Hablas en serio? Joder, creí eras inteligente.

—Sé que naciste así, pero si hubiera alguna forma…

—Pues no la conozco. —Se encogió de hombros. Su cola se movía de un lado a otro, distrayendo al de cabellos claros —. ¿Otra pregunta estúpida?

Si no podía aprender a desaparecer y aparecer no se le ocurría otra forma de llegar hasta Ruki. Soltó un jadeo de desesperación y terminó pegando el rostro contra el árbol donde antes estaba Aoi.

—¿Por qué quieres desvanecerte?

—No puedo dejar que Ruki nos mate, así que creí que podía ir hasta allá si tenía tu poder y conseguir hablar con él.

—¿Crees que lo indicado sea una charla pacífica? —Reita se separó del tronco y lo vio con una mueca. Aoi comprendió que no tenía otra idea —. Bueno, hombre, sé ocurrente. Las cartas esas no son muy listas que digamos, pero tienen ojos.

—Pero tampoco sé hacerme invisible.

—¡No! Bueno, no invisible. Pero —Hizo una pausa como si intentara recordar algo importante—, ¿te acuerdas de esa cosa que te comes con la que logras hacerte pequeño?

—¿Los pastelillos de la casa del conejo blanco?

—Sí, pero no es sólo los pastelillos. No sé de qué están hechos exactamente —Se rascó una de sus orejas mientras veía hacia arriba, pensativo —, pero creo que tienen aniz. Cuando logré robarle uno tenía un sabor muy desagradable aunque tal vez fuera canela.

—No creo que eso sea lo importante —masculló al no querer diera largas sobre el sabor de los pastelillos. Había recordado entonces que ya había visto varias cosas que producían esos efectos en el cuerpo, desde bebidas hasta comidas.

Aun así, Aoi se dio su tiempo para pensar qué era ese sabor que le picaba en el paladar y era hasta algo amargo. Reita suspiró: ¿le estaba haciendo perder el tiempo? Fijó su mirada en el rededor pensando en todas las especies que ahí habitaban y que no merecían ser asesinadas porque sí.

—Pero según sé —Recobró la atención del más joven —, la oruga azul está sobre la seta que tiene ese efecto; de un lado creces y del otro te encoges. No estoy seguro, porque él nunca me ha dejado acercarme, dice que no soy digno de probarla.

—¿Y si me encojo crees que pueda llegar hasta allá de ese tamaño, sin que nadie me note? —Aoi se encogió de hombros, dándole a entender que no se lo aseguraba —. Aunque no tengo una idea mejor, de nuevo.

Aoi asintió, preguntándose por qué lo estaba ayudando. Tal vez tenía una ligera, muy ligera, esperanza de que Reita pudiera llegar a un acuerdo con el rey rojo. Suspiró al darse cuenta de lo idiota que eso sonaba, pues Ruki no le parecía alguien con quién razonar.

—¿Tú vendrías conmigo?

Reita lo veía con curiosidad, como si pudiera considerar una afirmación del híbrido, algo que Aoi consideraba ilógico.

—¿Qué dices? ¿Por qué querría yo matarme?

—No puedo llevar a nadie de mi ejército, porque los necesitaría a todos. Y mis seguidores son unos cobardes que no se atreverían ni a salir del castillo.

Aoi alzó las cejas, ¿el ex-rey hablando mal de alguien? Una sonrisa se posó en sus labios, vacilando.

—Considero deberías llevar a una parte de tu ejército, por si las cosas se ponen mal, que es muy seguro. ¿Pero para qué me necesitas a mí?

—¡No lo sé! Hay tantas personas en el castillo que se me hace difícil salir ileso, tal vez podrías distraerlas, engañarlas, hacer algo para que no me vean y me corten la cabeza. Y tú eres astuto. Vamos, que mi padre no confiaría en cualquiera.

Aoi se sintió halagado y Reita lo notó, por lo que sonrió para sus adentros. Sin embargo, no mentía. Si iba a jugarse la vida quería tener el apoyo de alguien competente. El gato de Cheshire clavó sus rasgadas pupilas en las suyas, y al final asintió, formando una tétrica sonrisa tan propia de él.

La oruga azul le había hecho varias preguntas antes de dejarlo poner las manos en su seta, tal vez para evaluar si era “digno” de ella. Se había colocado un trocito en el bolsillo izquierdo de su saco y otro en el derecho. No sabía cuál hacía crecer y cuál encoger, pero lo averiguaría cuando fuera el momento.

Aoi lo esperaba afuera de su castillo, siendo observado por los curiosos que se encontraban asomados por una de las ventanas del primer piso, pero él los ignoraba. Llegó hasta su lado y le dijo que volvería en unos minutos, antes de entrar por la puerta principal hecha de roble. Uno de sus seguidores, ex miembro de la corte real, le se le acercó de inmediato.

—Señor Reita, ¿podría decirnos qué hace ese bandido afuera del palacio? ¿Es que intenta robarnos? No irá usted a prestarle a ese ser que sólo se dedica a tomar lo que no es suyo. Usted sabrá que todo ese oro debe ser devuelto, ¡claro! en pagos diminutos, ¡pero devuelto! Y él no lo devolvería.

—Señor, no se preocupe por eso, yo no voy a prestarle nada —le dijo con calma al hombre que tenía una gran barba pero estaba calvo —. Saldré por unos días, no estoy seguro de cuántos. Dejo el castillo en sus manos y que atiendan a quien venga a buscar ayuda, los pagos pueden esperar si gustan, no presionen en esta situación tan difícil.

—Señor Reita —Esta vez fue una mujer alta y muy delgada, que sujetaba sus manos entre sí con nerviosismo —, ¿ha escuchado sobre el rumor del exterminio? —Varios de los presentes le reclamaron, argumentando que no eran más que mentiras —. ¡Tiene que saberlo de todos modos!

—Lo he oído.

Reita se quitó el saco plateado que llevaba, dejandose sólo el chaleco y cambió sus zapatos por unos más cómodos. Debía ser ridículo ir tan formal a una aventura, pero tampoco iba a ponerse una armadura como si fuera a la guerra. Colocó los pedacitos de seta en los bolsillos de su pantalón y una pequeña bolsa de oro en uno de los del chaleco. Se despidió y salió al fin por la puerta de roble.

Aoi lo esperaba ahora sentado, arrancando las flores que crecían delante del último escalón del castillo. Se puso de pie al ver a Reita y esperó se adelantara antes de seguirlo. Reita notó que llevaba, además de su ordinario pantalón corto, una camiseta de manga corta, cuando acostumbraba llevar el torso desnudo, sólo cubierto por una capa delgada de pelo.

—Siempre he tenido una duda, ¿por qué tu ejército no te sigue a todas partes? —Caminaba a cuatro patas, meneando su cola de colores violeta y morado en el aire.

—No tiene caso: si el rey rojo me mandara matar, mi pequeña guardia no podría hacer nada y sólo los matarían a ellos también. Prefiero se queden en el castillo.

—Creí los llamarías cobardes también. —Sonrió al notar que Reita entrecerró los ojos mientras le miraba, sabiendo que el rubio se sentía apenado al haber dicho algo tan grosero.

Estaba anocheciendo, por lo que pronto Reita no podría ver y agradecía que se le hubiera ocurrido llevar a Aoi. Aoi intentó varias veces en el camino atrapar los pajaritos que se posaban sobre las ramas de los árboles, pero Reita lo evitaba al hacérsele tan atroz tener que presenciar cómo se los comía.

Conforme iban acercándose al límite que separaba a los seguidores de Ruki con el resto, los seres escaseaban. Sólo las aves se atrevían a estar entre los árboles que habían veinte metros antes del límite. Faltando sólo quince se detuvieron. Ya sólo había árboles, arbustos y flores comunes, ninguno que hablara y pudiera preguntar qué hacía el ex-rey blanco ahí. Había tanto silencio que parecía que el viento no soplaba. Estaba muy oscuro, sólo siendo iluminados por la luna menguante sobre sus cabezas.

—Es el momento.

—¿Cómo llegaré hasta allá? Si ahora no veo nada, del tamaño de un escarabajo será mucho peor.

—¡Busquemos una luciérnaga!

—Hasta aquí no vienen.

Aoi veía a su alrededor, como buscando algún insecto que pudiera guiarlo, pero por ahí ni los insectos se sentían seguros.

—Dame un pedacito de seta, de la que hace encoger y cuando lleguemos al límite me das del que te hace crecer. Así podré guiarte.

Reita pensó era una magnífica solución, pero luego recordó que no sabía cuál era cuál y dudaba que Aoi quisiera averiguarlo.

—Sí, pero primero debo probarlos.

—¡¿No sabes cuál es cuál?!—Se mostró más enojado de lo que esperaba.

—¡No quiso decírmelo! Al menos a mí me dejó acercarme.

—Al menos espero trajeras suficiente.

Reita sacó de cada bolsillo el pedacito de seta que había traído de cada lado y por un momento creyó era demasiado poco. Aun así, no se desilusionó y llevó uno a su boca para morderlo, pero Yuu lo detuvo de inmediato.

—Corta un pedacito y dame el resto, si te haces pequeño no podré encontrarlos en el suelo.

—¿Y si me hago enorme cómo me darás del otro? ¿O me quedo con el que no he probado?

—No, no. Dame los dos, yo me las arreglaré para darte del otro si es que creces.

Reita asintió y cortó una migaja de uno de los pedacitos. Lo metió a su boca y masticó con prisa para conocer lo antes posible qué es lo que hacía.

Se sintió bendecido cuando empezó a hacerse pequeño. Su cuerpo entero cosquilleo, pero pronto sintió un dolor en cada zona de su cuerpo como si unas manos enormes lo estuvieran comprimiendo. Dejó de ver a Aoi y terminó viendo la hierba que ahora era más alta que él. Se fijó arriba y notó que que Aoi lo buscaba con la mirada, él alzó las manos pero dudó que fuera a verlo.

Pronto escuchó un suave estallido y Aoi apareció frente a él luego de empujar unas cuantas plantas que había entre ellos. Cargaba los dos pedacitos de seta que ahora lucían muy grandes a sus ojos.

—Tuviste suerte —espetó—. Bien, andando. Le dio uno de los pedazos y le dijo que era el que lo hacía encoger. Luego Reita empezó a caminar muy deprisa detrás de Aoi, quien iba ágilmente en tres de sus patas entre el pasto y las flores, y evitaba las zonas donde la tierra se veía muy húmeda. Se preguntaba cómo iba tan rápido si cargaba el pedazo más grande y a él ya casi se le caía por tercera vez.

Se detuvo en seco al oír que un águila trompeteó sobre ellos, seguro entre los árboles. Aoi también se detuvo. Las águilas pertenecían a la nobleza, eran sus mascotas. Ya no había ninguna por el bosque.

—¿Crees que nos notaron? —murmuró, temeroso.

—No lo creo —Aoi se puso sobre dos patas y estiró el cuello para poder ver más sobre el pasto—. Tal vez las dejan salir a cazar.

—¡Nunca lo pensamos! —Chilló, alarmado. No quería ser devorado por un águila, siendo tan indefenso de ese tamaño —. Nos comerán antes de que podamos llegar siquiera al límite, ¡tienes unos ojos poderosos!

—Cállate, marica. —Gruñó por lo bajo, ¿es que quería llamar más la atención? —. Yo también tengo unos ojos poderosos —Afirmó—, así que deja de chillar, nena, y muévete si quieres llegar en menos de dos meses hasta tu precioso hermanito.

Aoi empezó a correr tan veloz que Reita no tuvo tiempo de reclamarle por el “marica”, “nena”, que chillaba o que nombrara de esa forma a su hermano a quien ya no llamaba hermano. Se apresuró a seguirle, abrazando con fuerza el pedazo de seta contra su pecho, aún con el miedo recorriéndole al oír al águila entre los árboles.

Mientras corría pensó en lo cobarde que se estaba viendo: eran sólo águilas, él debía ser valiente como su padre y enfrentarse a cualquier cosa. Estaba arriesgando su vida después de todo. Decidido, fue más rápido tras Aoi, llegando a su lado, quien le sonrió al verlo con renovada valentía.

Siguieron en su apresurado andar hasta que notaron que se estaba volviendo más oscuros. Alzaron la cabeza y notaron que las grandes alas del águila les tapaban cualquier rayo de luz de luna y que se dirigía directo hacia ellos. Reita se echó al suelo y rodó hacia un lado mientras Aoi se escabullía hacia el otro. En poco tiempo se dieron cuenta que no era sólo un águila sino cuatro, pero dos estaban todavía entre los árboles.

Maldijo ante su idea de apartarse del gato de Cheshire, pues no veía un carajo más allá de unos centímetros. Su atención estaba más hacia arriba, cuidando que las aves sobre sus cabezas no lo encontraran. Era bueno, por un lado, el hecho de que sus patas y garras estuvieran cubiertas de lo que parecían diamantes porque así notaba con facilidad dónde estaban. Pero por otro lado, aquellas cosas hacían sus garras mucho más letales: si una te rozaba ya podías despedirte de tu brazo, pierna o lo que fuera. Por eso sólo les dejaban salir de noche y en donde no pudieran matar a los humanos del reino. Y siendo él tan pequeño, no dudaba que pudieran pulverizarlo.

Se movió más despacio, en silencio para no llamar la atención. En ese momento escuchó la hierba agitarse y el de cabellos oscuros volvió a aparecer junto a él. Sintió un gran alivio, pues dudaba poder seguir el camino correcto. Aoi también se notaba interesado en buscar a las aves antes de continuar, pero al final resolvieron en seguir con prisa hacia adelante.

Un nuevo chillido le puso los pelos de punta y que mirara hacia arriba. Las patas del animal se estiraron hacia abajo en dirección a ellos. Tuvo que echarse para que no lo rozara y corrió con sus piernas y su mano apoyadas en el suelo, tal como lo hacía Aoi.

Se detuvieron al llegar a un pequeño árbol, escondiéndose entre las flores que crecían junto al tronco. Reita estaba exhausto, pero la adrenalina podría servirle para seguir corriendo. Aoi se desplazó un poco para poder ver más allá de donde estaban y comprobó que no faltaba mucho para llegar a la orilla.

—Sólo un poco más —susurró, apoyando su palma sobre el rugoso tronco de aquel árbol, girándose con calma para volver donde el otro.

Reita no estaba viéndolo, por ello no pudo gritarle antes de que una de las enormes águilas tomara con su pico a Aoi por la camiseta que vestía. El gato empezó a removerse, pero pronto se desvaneció, dejando la camiseta en el pico del ave que pronto la tiró al suelo. Reita creyó era una gran suerte, que él no tuvo al ser cogido poco después por la parte trasera de su chaleco. Intentó soltarse al remover sus extremidades, pero fue en vano; en nada las otras dos águilas ya se había colocado alrededor suyo.

Aoi no había vuelto a aparecer y sintió rabia ante el pensamiento que había huido. Él llevaba el pedazo de seta que lo haría encoger y no creía eso fuera algo útil. Si al menos Aoi hubiera dejado el otro pedazo en sus manos, antes de escapar.

Escuchó un gruñido y casi al instante se encontró cayendo hasta quedar en el suelo. Levantó la cabeza y comprobó que Aoi había atacado al águila, la cual sangraba por una de sus cuencas ahora sin ojo y se dirigía hacia arriba con movimientos torpes. Aoi había desaparecido de nuevo.

Se puso de pie de inmediato, en lo que duraba la conmoción para las otras tres aves. Miró a su derecha y corrió hacia uno de los árboles más viejos, agradeciendo que traía guantes y que con ello le fue fácil arrancar unas cuantas astillas de los troncos. Una de las águilas ya iba hacia él, e imitando a Aoi, lanzó con todas sus fuerzas una de las astillas, logrando rozar uno de los ojos del animal, el cual chilló y desvió su trayectoria no sin antes intentar arañarlo.

El gato de Cheshire se materializó sobre una de las cabezas de las que quedaban, pero no le dio tiempo de sacar otro ojo, pues el ave se puso a volar hacia arriba, queriendo quitárselo de encima. Mientras tanto, Reita lanzó otra de las astillas cuando se acercó de nuevo a la que había atacado, consiguiendo clavarla en su otro ojo. Asustada, el águila se dio la vuelta y huyó lejos de ahí. Se sintió orgulloso de su gran hazaña antes de tiempo, no previniendo a el águila que quedaba (sin contar a la que atacaba a Aoi) se acercarba hasta él y que casi le cortaba el cuero cabelludo. Vio sus cabellos rubios caer sobre sus hombros, justo cuando el águila hacía una maniobra y se dirigía de nuevo a él.

No se sabe qué tan distraído o nervioso se encontraba para equivocarse de mano y, en vez de lanzar la astilla que le quedaba, lanzara el pedazo de seta que sostenía aún. El águila ni siquiera pudo emitir un sonido antes de que todo su cuerpo se estirara y contrajera a gran velocidad hasta volverse del tamaño de una hormiga. Reita continuó con la mirada en donde antes había estado, y acercándose un poco más pudo dar con ella, quien ahora sólo consiguió hacerle un corte en uno de sus dedos al no rendirse en atacar. Estaba tan sorprendido que ni siquiera se rió ante lo graciosa que se veía.

Aoi volvió a su lado luego de deshacerse del último animal y también se quedó viendo aquella cosilla que revoloteaba contra la mano de Reita. Reita la apartó con una sacudida y soltó un profundo suspiro.

—Me sorprende no se volviera un microbio, con toda la seta que se comió.

—Ahora ya no tenemos seta para encoger.

—Esperemos no haga falta. —Se puso en sus tres patas para seguir el camino —. Lo bueno que yo cuido la importante.

El resto del camino fue más seguro y por ello tranquilo, aunque no dejaban de estar alerta. Volvieron a detenerse al estar a breves pasos del límite. Reita juraría que hasta el pasto era diferente de un lado y del otro. Con lo poco que podía ver, notaba algunas luces a lo lejos y una que otra voz de algún guardia o comerciante que pudiera estar por ahí. Había pasto al comienzo, pero sabía que después sólo habría un piso duro y libre de cualquier rastro de tierra o vegetación.

—¿Estás listo? —Giró a ver al mayor, quien también tenía la vista fija en el frente. Fruncía el ceño. Reita estaba seguro que pensar en el reino no le traía buenos recuerdos —. Creo que entenderé si te arrepientes de venir.

—¿Qué dices?  —habló al fin, mostrándole su dentadura afilada —. Tengo ganas de pasearme entre la escoria que ahí vive sin que sepan que respiran el mismo aire que yo, a quien llaman delincuente.

Dicho esto, Aoi se apartó hasta uno de los árboles. Reita sólo escuchó un estallido no muy ruidoso, seguido del sonido que hacía Aoi al desvanecerse.

—Nos vemos después, su majestad.

Oyó aquellas palabras por el aire, apenas percibiendo un humo morado, que cada vez se hacía menos, atravesar el límite hacia el reino.

Reita sabía que el peligro apenas empezaba, pero comprendía que para Aoi fuera más fácil colarse en el reino si usaba su poder, en vez de ir con él del tamaño de un insecto y con el peligro de ser vistos.

Al fin cruzó el límite, con pasos lentos y cortos para pasar desapercibido ante los ojos de los guardias. Conforme se acercaba, se dio cuenta que sólo había unos cinco y uno de ellos estaba muy entretenido comprando un barril de cerveza a un comerciante rechoncho y calvo. Pensó que la poco seguridad se debía a que nadie creía a alguien capaz de acercarse mucho a al menos quince metros del límite.

Le quedaba un gran camino por delante antes de poner un pie dentro del castillo, por lo que se cuestionó si debía buscar un lugar seguro donde pasar lo que quedaba de la noche. No consideraba fuera menos peligroso andar de noche, pues había guardias más alerta conforme te acercabas al castillo y unos llevaban con ellos a perros de dos o tres cabezas. Al menos eso era lo que recordaba antes de ser echado al bosque.

Cuando el pasto se acabó, logró llegar hasta el puesto de uno de los comerciantes y meterse por un pequeño agujero de la puerta doble de madera. Adentro no había nadie más que un pajarito que dormía en una jaula hasta el estante más alto que se encontraba en la pared de enfrente de él. Aoi le dijo que se verían después e imagino no sería esa misma noche. Se acurrucó en una de las esquinas más próximas a la puerta por si tenía que huir al amanecer, cuando llegara el dueño.

 

—Mira que dormir cuando tu amigo está en problemas.

Apenas y procesó aquella información, pues continuaba con media mente en sueños. Abrió los ojos un poco, dándose cuenta que ya era de día. Frente a él se hallaba un colibrí, moviendo sus pequeñas alas de forma tan rápida que lucía ansioso. Talló de uno sus ojos y se levantó de inmediato, escuchando que el colibrí lo reprendió.

—Por el amor de dios, apresúrate a salir de aquí —pronunció con enojo y volvió su vista hacia la puerta de madera.

—¿Qué sucede? ¿Quién eres tú?

—Un colibrí —dijo, como si eso fuera lo único que importaba —. Tu amigo, o lo que sea, lo están buscando desde que salió el sol y tú seguías ahí echado en ese rincón.

—¿Aoi? ¿Por qué saben que está aquí? —Salió de esa esquina y se apresuró a ir hacia la puerta para salir por el agujero. El colibrí voló hasta una ventanilla en la parte superior y luego se reunió con él para responder.

—Un águila volvió herida hasta su dueño. Primero creyeron había sido un animal, pero al parecer el gato de Cheshire no fue cuidadoso y una de las doncellas logró verlo. Avisó a los naipes y entonces han supuesto que él atacó a las águilas que salieron anoche.

Varios de los establecimientos ya estaban abiertos. Había guardias en cada local, junto a sus dueños. Los dueños parecían alterados y las cartas tan sólo preguntaban con un semblante estoico.

—Pero Aoi ha venido ya varias veces, se le ha visto antes. ¿Por qué están tan alarmados?

—El gato de Cheshire viene a buscar comida. Se preguntan qué hacía entonces en la noche, cuando no hay ningún local abierto y sólo fruta podrida en las cajas junto a la basura. También lo de que atacara un águila los sorprendió —el colibrí se movía de un lado a otro, volando con rapidez para no llamar la atención al estar en un sólo lugar y pudieran ver a Reita —. Y sobre todo, porque anoche se le fue a buscar a su castillo y no se le encontró, majestad.

—¿A mi castillo? —Frunció el entrecejo ante tal noticia —. ¿Para qué me buscaban?

—Eso no lo sé. En fin, si quiere ir al castillo le sugiero tenga mucho cuidado: amenazaron con soltar al Morbetfang. —Detuvo su vuelo al notar la cara de sorpresa del contrario —. Te llevaré con un amigo, ya le he dicho al gato de Cheshire que ahí estarán seguros.

Entró a la casa por una pequeña abertura  en la parte baja de la puerta de madera, mientras el colibrí pasaba por una de las ventanas abiertas de aquella casa de piedras. Esperaba ver una habitación semejante a una cueva, pero la verdad era que parecía bastante acogedora. Tenía una chimenea, una mesa también te piedra con sillas de madera, y al final de la casa había una puerta que seguro conducía a la habitación. Sobre el fuego de la chimenea había un caldero con un líquido que burbujeaba. Aoi estaba en una de las sillas, viendo con el ceño fruncido en dirección a una ventana que estaba cerrada.

Justo cuando entró, escuchó un chasquido y a su lado ya no estaba el colibrí verde y pequeño que lo había guiado, sino un hombre alto, delgado, de tez morena y con cabellera larga de color verde y azul. Sus ojos continuaban siendo por completo negros.

—Didacus —pronunció Aoi mientras se ponía de pie y dejaba de agitar su esponjosa cola. De inmediato buscó en el suelo y sonrió al ver a Reita caminar en su dirección —. Creí te habían atrapado.

—¿Por qué deberían? —Intentó hacer su voz más fuerte, suponiendo que no debía ser fácil hacerse oír.

—Porque al parecer están locos. ¿Tenían que hacer tanto escándalo porque una mujer me vio?

—Supongo que se imaginan que él también ha venido, y eso les puso locos. Aunque, lógicamente, el pueblo no lo sabe —Didacus se sentó en una de las sillas luego de haber tomado entre sus manos a Reita. Lo colocó sobre la mesa y le dio una migaja del pan que estaba en un canasto en el centro de dicho mueble. Reita no tenía hambre, pero decidió comerlo por cortesía —. ¿Dónde está Borisu?

—El monstruo ese se fue a buscar leña y me dejó cuidando su estofado.

Aoi se veía molesto, quizá más de lo necesario pues aún Reita creía increíble que hubiera en el reino alguien dispuesto a ayudarlos: y ahora conocía a dos.

—Hubieras visto lo difícil que fue traerlo hasta acá.

—¡¿Cómo iba yo a saber que no iban a llevarme a que me corten la cabeza?! —replicó enojado el gato de Cheshire. Pronto dio un brinco y fue a quitar el caldero del fuego al ver que su contenido estaba desbordándose. Al menos cumplía lo que se le encargaba, pensó Reita.

—La verdad es que yo fui muy idiota en no poner en duda que eras buena persona —meditó el de cabellos rubios, terminando con ese pan que me fue dado —. Supongo que no me esperaba que alguien apareciera en mi ayuda.

En ese momento la puerta de entrada se abrió y dejó ver a un hombre robusto y con una larga barba rojiza, con la cabeza cubierta por un pañuelo que escondía casi todo su cabello, quien entraba con varios troncos sobre su hombro derecho. Sonrió ampliamente al ver a Didacus de regreso y se apresuró a dejar caer la leña para poner una rodilla en el suelo e inclinar su cabeza con sumo respeto.

—Su majestad. ¡Oh! ¡El gato de Cheshire no me mintió!, ¡el rey blanco ha vuelto! —Reita notó alarmado que un par de lágrimas salían por los ojos de aquel gran hombre y tan sólo pudo balbucear que no debía arrodillarse —. ¡Es muestra de mi respeto! —exclamó con una sonrisa —. Es un agradecimiento a que volviera a estas tierras que siempre han sido suyas.

Didacus parecía divertido y se puso de pie para poder levantar los troncos que habían rodado por el suelo. Mientras que Aoi seguía molesto, pero ahora porque desconfiaron de su palabra, movía el contenido del caldero con un cucharón. Borisu ya se había levantado y estaba frente a él, apreciandolo como si fuera una reliquia. No negaba que se sentía incómodo: tanto tiempo había pasado y alguien del reino aún lo seguía considerando a él el rey.

—Hey, bichito, ¿no quieres algo de esto? —Aoi sacó el pedacito de seta que había guardado desde el principio y lo colocó sobre la mesa, a su lado.

—¡No te atrevas a llamarlo bicho, insolente!

Reita se sobresaltó, pues ni siquiera él se lo había tomado como un insulto y ahora Borisu estaba apuntando de forma amenazadora al pelinegro, quien también lo veía con enojo. Ahora comprendía: Borisu debió haber reprendido a Aoi de todas las bromas malas que hubiera dicho sobre él, y por eso Aoi estaba tan mosqueado cuando llegaron.

—Borisu, calma, calma. Él no lo dijo de mala forma —Didacus palmeó la gran espalda de Borisu y luego lo arrastró para que dejara respirar a Aoi.

—Eh… no. Recuerda que no tengo más para hacerme pequeño —recordó mientras veía aquel pedazo y se imaginaba el placer de volver a ser de su tamaño. Pero lo consideraba incorrecto.

—Puedo conseguirte más de la casa del conejo loco, si quieres —Aoi se encogió en hombros, ya más sereno luego de que Borisu lo hubiera dejado en paz.

—Ni hablar, ¿para que vuelvas a meter la pata?

—¿No está él ahora en el castillo? Seguro que debe ser muy fácil entrar en su casa —aseguró Didacus, sirviendo grandes tazones de la comida que ya estaba lista, colocándolos en distintos lugares de la mesa.

Reita se decidió en comer un poco de la seta y dio un brinco cuando sintió que sus extremidades se estiraban. Cayó de pie sobre el suelo de tierra en su tamaño normal. Se sintió mucho más cómodo ahora y fue a ocupar una de las viejas sillas de madera. Borisu le dio el plato más grande mientras lo halagaba por sus ropas y su rostro al cual calificó “digno de un rey”. Aoi comentó que para él su cara era bastante fea, y Didacus tuvo que apartar a Borisu de inmediato para evitar lo estrangulara, aunque Reita pensó que era absurdo pensar en estrangular a alguien que desaparecería antes de que cerraras tus manos en torno a su cuello.

Comieron en silencio, sin más que uno que otro comentario. Sólo al terminar Didacus se apresuró a iniciar el tema.

—¿Qué es lo que piensan hacer?

—Reclamar la corona, ¡por supuesto! —bramó de inmediato Borisu —. ¡Y echar a patadas a ese tipejo que luce como mujer!

—Borisu —gruñó Didacus para que se callara —. Es su hermano —agregó, pero Borisu sólo gritó un “¿y qué?”.

—Por primera vez estoy de acuerdo con él —señaló Aoi, pasando una de sus filosas garras por la superficie de la mesa.

—Pretendo reclamar mi parte del poder. Mi parte—repitió al ver la sorpresa en el rostro rechoncho de Borisu —. No pienso que la solución sea echarlo como él hizo conmigo, eso sólo podría causar una futura guerra. Además, sería tonto enfrentarme yo solo ante él y los suyos.

—¡Pero no está solo! —lo interrumpió Borisu con un grito alto, agitando su puño —. ¡Hay miles de personas que odian al rey rojo! ¡Miles que se pondrían a sus órdenes con placer!

—No suficientes —observó el moreno de cabellera verde y azul. Parecía que él entendía a lo que se refería Reita con que eso era una pérdida de tiempo.

—Los ejércitos ganadores no son siempre los más grandes —concluyó Borisu y golpeó la mesa de piedra con su puño.

Reita lo entendía, de hecho sabía que debía de haber personas inconformes pero con miedo. Tenía sus razones para no querer iniciar una guerra y una de ellas, aunque le apenaba contarla, era que no quería hacer ningún daño a Ruki.

—La guerra sólo traería dolor, pena, miseria. El reino y las criaturas del bosque sólo sufrirían más, y yo no puedo prometerles que su sufrimiento será compensado.

Borisu dirigió su mirada a Didacus, quien también le veía con una mueca de lástima en su rostro.

—Es que… su majestad, usted ya debería dar por perdido a todo el bosque.

Reita frunció el entrecejo y vio con atención el rostro de ambos, antes de percatarse que Aoi también se notaba incómodo.

—¿Qué es lo que no sé? —exigió una respuesta, y sin saber porqué haló del brazo a Aoi para que le respondiera él.

—Ruki, bueno, ellos me lo contaron hoy apenas... —vaciló y apartó la mirada de la de Reita.

—El rey rojo mandará mañana a asesinar a quienquiera que encuentren. A todos. Con aves de fuego, gigantes, monstruos, hasta quizá el dragón. No quedará nadie —aportó Didacus, con una expresión de dolor que compartía Borisu.

—Nosotros no tenemos un dragón —espetó con enojo. ¿Cómo podía Ruki hacer eso?

—Me alegra que sigas pensando en este lugar como tuyo, como nuestro —Aoi sonrió y continuó dibujando sobre la dura roca de la mesa —. Pero sí, han conseguido un dragón. Desde hace mucho que yo sepa.

Reita se cubrió la cara, con una mueca de asco. Un maldito dragón en sus tierras, ¡en sus tierras! ¡¿Es que Ruki estaba idiota?! Poniendo en riesgo a todos los seres, a todo lo que había en el reino y en el bosque. Le causaba coraje de sólo pensarlo, de pensar a un monstruo como ese volando por el cielo. Siempre había odiado que su padre tuviera monstruos en los calabozos para cuidar a los presos, pero nunca había llegado hasta un dragón.

—Necesito llegar hasta el castillo lo antes posible. Necesito hablar con Ruki, hacerlo entrar en razón.

Didacus vio de reojo a Borisu, el cual sonrió como si entendiera ese simple gesto.

 

Borisu les había llenado una bolsa de tela con comida hasta que ahí no pudiera caber ni una mosca. Reita le había dicho que no era necesario, que ya había sido de mucha ayuda su hospitalidad pero Borisu insistió. Se colgó esa bolsa a la espalda con unos cordones alrededor de los hombros y salió de la casita, de frente a varias casitas de pueblerinos pero por las cuales no se veía ni un alma.

—Será mejor te comas la seta ya. —Había empezado a decir Aoi hasta que recordó ese pequeño detalle —. Oh… es verdad, no hay seta.

Reita suspiró, tendría que ir lo más silencioso posible. Pero antes de hablar, Aoi ya había vuelto a entrar a la casa, llevándoselo con él. Escuchó que pedía a Borisu ayuda mientras le explicaba el problema. Y así, Reita pronto se vio despojado de sus ropas blancas y plateadas. Tuvieron que amarrar un cordón a su cadera para sostener los pantalones más pequeños, y viejos, que Borisu tenía. La camisa le quedaba holgada y casi a las rodillas. Aoi lo obligó a ponerse una sustancia pegajosa que servía para fijar el cabello, la cual olía a baba de caracol y algunas plantas; y así pudo esconderlo bajo un sombrero que tuvo que cederle Didacus.

—Le hubiera prestado ropa mía, pero tendría que ir volando hasta mi casa y estoy seguro que se desesperaría e iría de aquí antes de que yo volviera —Didacus colocaba una ligera capa de ceniza y tierra sobre sus pómulos y algunas partes de su rostro, cuidando no tocar sus ojos. Decía que su piel era tan limpia como para figurarse a la de un campesino.

—Gracias.

Volvió a cargar la bolsa a su espalda, con Aoi a su lado. No había tiempo para esperar a que oscureciera, eso lo sabía bien. 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Gracias por leer. 

Sólo a mí me pasa la estupidez de subir el capítulo dos veces.

Tranquilos, no eran 16 000 palabras, sólo 8 000 por esta vez. Disculpen las molestias.  


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).