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Para Olvidarte por UnaHumana

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Notas del fanfic:

Esta historia me pertenece. Tengo otra cuenta donde actualizo primero, pero eso no significa que sea plagio, niños, es sólo que la tengo más a la mano y por eso actualizo antes allá, pero si veo que acá la historia tiene aceptación, subiré primero aquí y probablemente se trate de más de un cápitulo. 

No me gusta interrumpir la historia para comentarles como va todo o para recordarles que dejen comentarios, pero si de pronto tuvieron un mal día y quieren hablar con alguien, pueden contactarme con confianza.

Sin más, disfruten.

Notas del capitulo:

Como dije antes, no me agrada mucho interrumpir, pero si llego a tener algo por comentar, lo más seguro es que sea antes de iniciar los capitulos y sólo para emergencias.

Por el momento me disculpo de antemano por cualquier incoherencia o error otrografico. Es todo. Que disfruten.

Calor. Sentía sus caricias sobre mi piel, no había nadie pero mi cuerpo recordaba cada roce de sus manos. Sólo era calor imaginario, pues la piel se me erizaba del frío. Suspiré al recordar su perfume, mi ropa estaba impregnada de él. En mis almohadas estaba el olor del shampoo que él usaba y se le sumaba el olor de su sudor. Sin embargo, había algo húmedo en donde antes estaba mi cabeza y dudaba que fuera mi sudor. Toqué mis mejillas y sentí un hilo de agua que me guió hasta los párpados. Estaba llorando entre sueños… ¿Acaso estaba soñando en nuestros últimos minutos juntos?

Era triste que esa haya sido la última vez que lo haríamos… ¿Cómo no lo sospeché? Su forma de besarme era diferente, la manera en la que él me acariciaba la espalda, su mirada, su voz en mi oído, ¡todo me parecía diferente! Tal vez… Tal vez estaba demasiado cegado por el placer y la lujuria… No me había enterado de nada hasta que él se levantó en la madrugada para ponerse su ropa y marcharse, no me habría enterado si no le hubiera preguntado a dónde iba y sus razones. Lo peor era que trabajábamos en la misma empresa y por ende lo tendría que volver a ver en cualquier momento, ya sea en las juntas, en los pasillos, en el comedor e incluso en los baños. ¿Cómo iba a soportar vivir todo eso de nuevo?

Me levanté de la cama de forma lenta para evitar la incomodidad provocada por el sexo que él y yo tuvimos. Mis pensamientos no paraban; ¿qué hice mal esta vez? ¡Si es un sueño despiértenme ya! Una llamada, algo, lo que sea sería perfecto para acabar con esta pesadilla. Me acerqué al mueble más grande de la habitación; tenía un enorme espejo cuadrado que en ese momento ignoraba tener, era de color negro, incluía un armario y cuatro cajones. Mientras pensaba en cómo evitar toda esa lluvia de ideas, los recuerdos y las imágenes; abrí el primer cajón y de él saqué una caja de cigarrillos que no había sido tocada durante meses. Salí de la habitación. Me dirigí a la cocina y busqué un encendedor para poder fumar tranquilo.

Mirando a través de la ventana los recuerdos llegaban. “Deja de fumar ya, te estás jodiendo los pulmones”, el tono dulce y molesto que había usado me encantaba, me enamoraba cada vez más. Él siempre me hablaba de esa forma tan agradable conmigo. Había dejado de fumar por él. Y ya no importaba. Había corregido mis malos hábitos por él, pero se había ido. ¡Debí detenerlo y pedirle una razón mejor! Quería concentrarme en mis actos y nada más, pero era ciertamente inevitable pensar las cosas de esa forma.

Dejé el cigarrillo entre mis labios sin aspirar su humo. ¿Realmente estaba dispuesto a podrirme lentamente con su humo? Caminé hasta el refrigerador para abrirlo. Noté que estaba lleno de comida que debía recalentarse, comida hecha por él. “aliméntate como se debe”, decía justo antes de cocinar algo, justo antes de dar vueltas para tomar cosas de la alacena y acercarlas a la estufa.

Caminé hasta el baño y sin cerrar la puerta abrí el grifo de agua caliente. No fue necesario desnudarme, ya que en ningún momento me había cubierto. Dejé a un lado el cigarrillo para que tras ponerme bajo el agua ésta recorriera mi piel. “Tienes un lunar en la espalda… Qué lindo”, había dicho la primera vez en éste baño. Lo extrañaba demasiado… Pero lo iba a querer lejos si me atravesaba con él hoy.

Luego de la ducha, me fui hasta mi habitación mojando el suelo. Sin duda el agua no borraría el rastro que él hizo en mi cuerpo. Mi cuerpo estaba marcado por él y sólo para él, pero... ¿Y ahora? Adrián me ha dejado… Cuando la última charla había dicho que no lo haría. Me pasé mi bata por el cuerpo para secarme. Mientras me sacudía mi cabello con la bata, caminaba hasta el mueble, del cual saqué del armario un traje listo para ponerse y lo dejé sobre la cama.

De tan sólo mirar el lugar de los hechos mis ojos se nublaban. Me sentía vacío. Debería faltar al trabajo. Debería renunciar, pero… Era mi trabajo soñado… Todo lo que abandoné por trabajar ahí, todo el sacrificio que le invertí. Si era lo que siempre quise, ¿lo dejaría ir sólo porque Adrián se fue? Adrián… Adrián estaba en todas partes de mi casa, pero sólo lo podía ver en mis recuerdos. Lo quería ahí en ese instante, pero... Tal vez estar solo era mejor. De algún modo…

Terminé de vestirme y volví al refrigerador. Saqué toda la comida y la puse en cajas. Al dejar el refrigerador vacío, llevé las cajas con la comida dentro hasta el mi carro. El único lugar donde Adrián no estaría presente, pero lo estaría en mi mente de todas formas... Una vez lista esta tarea me subí en el lugar del conductor y encendí el auto. Manejé hasta una Iglesia cercana. No suelo frecuentar este tipo de lugares, pero cuando era joven hacíamos un desastre Adrián y yo, pues era una iglesia cristiana y nosotros dos jóvenes adultos homosexuales buscando diversión. Eran días buenos… Hablé con una de las hermanas, ella recibió la comida muy agradecida y contenta. Después de que las cajas fueran llevadas dentro del convento, me dispuse a manejar hasta un café cercano a mi trabajo. Ya estaba teniendo hambre y no era buena idea ir malhumorado al trabajo sólo por saltarme el desayuno.

Me recibió mi amigo, él era encargado de la barra y no le preocupaba hablarme con familiaridad puesto a que ya era un cliente concurrido, ya no podía meterse en problemas por hablarme como suele hacer siempre fuera del trabajo. Me senté cerca de él para poder hablar tranquilos y sin hacer escandalosas escenas. Sin duda alguna, ambos teníamos nuestras penas por sacar, lo supe por sus enormes y marcadas ojeras bajo sus ojos ámbar y el desorden en su cabello.

Esperé a que él hablara. Contando que su novia le engañó con su hermano y al descubrirlos, ella le dejó para salir con quien le engañaba. Quise no contar mi parte, pero no paraba de insistir e insistir. No me dejaría tranquilo, así que terminé contándole mi situación. Aguantando mis lágrimas, tomé un cigarrillo de mi traje y un encendedor. Al notar mi intención, mi amigo me detuvo. Eso me hizo molestar bastante, sin embargo me explicó que no podía fumar dentro del local o estaríamos en problemas graves. Suspiré y guardé mi vicio.

Tras una cómoda plática entre los dos, quedamos de vernos al día siguiente. Ya un poco más tranquilo emocionalmente, fui con prisa al trabajo. En cuanto llegué, las secretarias me dieron felicitaciones, ¿qué demonios estaba pasando? No comprendía nada de nada, pero fui disimulado y agradecí. Al llegar a mi oficina, una vieja compañera me miró extrañada. Dijo entre risas: "¿Qué haces acá? Olvidaste tu ascenso, ¿verdad?". La sorpresa en mi rostro le contestó sus dudas, pues nadie me había dicho nada. Ella me explicó que mi "pareja" (pues ella ni nadie sabían que terminamos esta madrugada) había hecho papeleo para hacerme subgerente del equipo que él manejaba.

En serio. ¿¡Qué diablos estaba pasando!? Yo no podía estar más molesto con él, pero entonces la tristeza se apoderó de mí... ¡No! No podía permitirme esto ahora. Fue suficiente sufrimiento por la mañana, no iba a rebajarme de nuevo y menos frente a todos en la empresa. A regañadientes me dirigí a mi nueva oficina, donde él me esperaba con una expresión seria. ¿Estaba molesto? ¡Estaba molesto, cuando el único con ese humor debería ser yo! No dejaba de mirarme con esa expresión, ya me estaba poniendo de mal humor. Hasta que decidió hablar al fin: "Esto ha sido un error. Si te descuidas una vez, pierdes tu puesto y la posibilidad de seguir trabajando aquí. El que te haya dado el ascenso no significa nada". Y de nuevo mis ánimos estaban en el suelo. ¡Gracias, Adrián!

Continuó escupiendo veneno, pero yo ya no le escuchaba. Me paseé por la oficina y miré por la ventana notando un autobús lleno de estudiantes universitarios que llegaban a hacer sus prácticas en la empresa. Eso me traía muchos recuerdos también, por lo que dije: "qué nostalgia... Ya hace seis años llegamos como ellos hacen hoy". Muy molesto por ser ignorado de mi parte, mi antigua pareja abandonó el lugar echando humo y gruñendo del enojo. ¡Quién diría que ese corajudo me trataba con amor hasta hace unas horas! Bueno... Dudaba mucho que alguien cambiara de un día para otro, por lo que la idea de que nunca le haya puesto total atención a aquel hombre era la teoría más acertada, o tal vez nunca me quiso como especulaba haber hecho.

Dolido, solté un suspiro y me senté en mi silla. Comencé a acomodar mis cosas personales y materiales necesarios para hacer algo de tiempo ya que no tenía ánimos de hacer cualquier cosa. Una vez ya acomodado todo, encendí mi computadora y puse mis teléfonos móviles en el escritorio para atender rápido las llamadas. Una vez hecho eso, comencé mi trabajo. Intentaba relajarme, pero era simplemente imposible. Todo en el departamento que se me asignó, era un desorden. Creo que el gerente anterior perdió la cabeza, porque estos desastres no se hacen de la nada, o la comunicación con sus empleados era muy pobre... No importaba, esos problemas debían arreglarse lo antes posible. Y ahí estaba yo para arreglarlo todo… Cuando claramente no podía arreglar mis emociones, ¡vaya ironía!

Sin embargo, había dos tipos de puestos que debían cubrirse por turno, dejando un total de tres empleados por turno, es decir, se requerían de dos empleados para la mañana y otros dos para la tarde. Qué suerte que los pasantes ya habían llegado. Hice un reporte y para dos horas después de entregarlo, dos muchachos cubrieron el turno de la tarde, pero se me notificó que yo debía entrenarlos porque recursos humanos se había ido de viaje por dos semanas. “No puede. Ser. Cierto”, pensé molesto. Sin duda sería la época del año más pesada de todas. Sin imaginarme lo que pasaría a partir de ahora, me levanté a hacer mi nuevo trabajo y así ignorar la situación en la que estaba. Me dirigí con paso decidido hasta la puerta y salí de mi oficina nueva.

Ya teniendo a los universitarios en su área de trabajo, le expliqué a cada uno con detalle para hacer parecer las cosas sencillas. No tuve problemas con ninguno, pero entre los jóvenes estaba aquel llamado Ernesto que no paraba de hacer todo lo posible por llamar mi atención. Era demasiado fastidio para un solo día… Comenzó removiendo su cabello como si estuviera frustrado o resaltaba algo más de su persona, ¡pero yo simplemente no estaba interesado! Al notar que eso no era suficiente comenzó a cuestionar si lo que estaba haciendo iba en buenas condiciones. De cierta forma su ingenio me tenía embelesado. Aún así no me sentía interesado como él ya lo demostraba, por lo que me limitaba a contestar sus dudas e ignorar el resto de acciones que tomaba el joven. Cuando me aseguré de que nadie tuviese dudas, me dispuse a regresar a mi oficina.

Para mi suerte, cuando iba a salir del área logré divisar a mi ex. Mostrando esa sonrisa tan suya y esa mirada encantadora, mas ahora no iban para mí. Ahora se las regalaba a una mujer cualquiera que también trabaja en nuestra empresa. Ese hombre era el que podía mover mi mundo con tan sólo mirarme, podía crear terremotos con su roce en mi piel y construir miles de galaxias en mi cabeza con su voz. Si bien no podía odiarle, amarle tampoco era una opción. Tal parecía que ese que me desvelaba con calores tan sólo se mantenía con ilusiones que jamás iba a cumplir. ¡Maldito bastardo!, ¿¡Qué le costaba ser sincero desde un inicio!? Si sólo quería sexo, pude dárselo sin amarlo como estaba amándolo.

Traté en vano de no azotar la puerta de donde los practicantes trabajaban, llamando la atención de quiénes estaban alrededor. No me importó, así que no volteé. Llegué a mi oficina para tomar un respiro, pero Adrián entró un par de minutos después. "Deberías tener más cuidado", dijo con cinismo. Ya no quería verlo, todas estas emociones negativas siempre eran su culpa. Continuó: "Recuerda tu posi-". No lo dejé terminar. En un tono predominante al suyo cuestioné lo que más me estaba matando desde la madrugada, desde el momento en el que se fue de mi casa dejando helada mi cama.

– ¿¡Cuál es el problema!?–, no pude evitar el enrojecimiento de mis ojos que comenzaron a soltar lágrimas– ¿He sido yo?

Esperaba que me explicase, que me permitiera mejorar para él, mas no fue así. Él sólo me miró con indiferencia, sus ojos como dagas atravesando mi alma me mataban haciéndome recordar que si él lo deseaba, podía hacerme congelar en pleno verano. "No seas patético, Gerardo". Fueron las palabras que me soltó antes de irse y no aparecer por horas. Lo suficiente como para borrar rastros de mi llanto. Hice mi trabajo y para casi el final de mi jornada mandaron una circular sobre una junta que sería dentro de 30 minutos, pero eso significa que teníamos que estar, por lo menos, cinco minutos antes. Avancé lo que pude mi reporte y me dirigí con diez minutos de anticipo hacia la sala de reuniones, en el camino me encontré a uno de los practicantes: Ernesto. Se le notaba relajado y muy contento.

– ¿No debiste irte a casa ya?– Le cuestioné irritado, por lo que se puso un tanto nervioso.

–Sí, pero me pareció desconsiderado de mi parte el no agradecerle por explicarnos el trabajo de hoy.

–Claro, eso–. Me detuve para poner más atención y mirarle de frente– No te preocupes, no ha sido nada.

–De hecho sí lo ha sido, ha hecho un trabajo que no le concierne a usted, sino a derechos humanos.

–Eso no es del todo cierto.

Continuamos discutiendo sobre lo mismo. El muchacho no paraba de halagarme e hincharme el ego, pero a mi parecer exageraba demasiado, no dije nada más porque seguro me llevaría la contraria. Supuse que en serio quería estar en esta empresa y por eso mantenía una actitud positiva. Tres minutos pasaron, cinco, nueve... ¡Zaz! Recordé la junta. No quise, en serio que no quería, interrumpir al jovencito ya que era muy agradable aquél. Con pesar en mis labios le corté la conversación para así poderme ir, le sugerí que se fuera a casa o que fuera a atender sus asuntos, por lo que tan sólo asintió y se retiró. Yo igual me fui a donde principalmente me dirigía. No esperaba que Ernesto fuera tan agradable, para ser sincero.

Llegué a tiempo, pero ya la mayoría estaba presente. Poco después apareció Adrián atravesando el umbral y sentándose a unos cuantos asientos lejos de mí. Ante la acción, algunos compañeros y compañeras nos miraron con sorpresa en su rostro. Claro, mi ex pareja ya no se sentaba a un lado mío para tomar mi mano, sino que a una distancia perceptible para cualquier persona con capacidad de ver. No tardó en llegar el jefe del gerente que se encargaba de los subgerentes (Entre ellos estaba yo), quien sin perder tiempo dio inicio a la junta en la que se discutía un par de proyectos nuevos que la compañía pondría en marcha dentro de dos semanas. Se aprovechó la junta para dar reconocimiento a algunos gerentes por su trabajo y para explicar a los extranjeros lo que haría nuestra empresa.

Una vez salimos de la sala de juntas, unas compañeras se me acercaron para preguntar sobre Adrián y yo, me limité a explicar que lo nuestro quedó atrás y cosas así. Para no hacer todo más grande dije que el final de esa relación fue decisión de los dos y que nos beneficiaría de la misma forma. La manera en la que dije todo eso sonaba como si quisiera convencerme a mí mismo de que así era. No sé por qué lo dije así, pero ya estaba cansado y quería irme de ahí. Regresé a mi oficina y terminé mi reporte para entregarlo antes que dieran las siete de la noche. Al salir del edificio, me dirigí a casa. Ya casi oscurecería por completo, por eso quería llegar a casa pronto.

Fui por comida rápida para cenar; compré un par de hamburguesas y un refresco. Llegué a casa y comencé a comer. No tenía apetito, pero no podía dejar de comer hasta acabar con las dos hamburguesas y las papas fritas. Bebí medio refresco y fumé tres cigarrillos consecutivamente, decidí sacar mi botella de vodka de la alacena y con unos cuantos tragos no podía mantener mi cuerpo en pie. No supe la hora en la que me quedé dormido o cómo fue que terminé acostado en la mesa hecho un ovillo, pero desperté a la una y media de la madrugada con un terrible dolor de cabeza. Esto definitivamente no debía suceder de nuevo. Las náuseas y la jaqueca me estaban matando de la peor forma que podría conocer.

Ya habían pasado unas semanas sin darme cuenta. Algunas compañeras fueron demasiado amables al darme palabras de apoyo tras enterarse del final de mi relación. Samanta, mi amiga desde la preparatoria quien hasta hace unas semanas era mi compañera vecina, se enteró de que mi ex pareja seguía dándome problemas en mi oficina y desde entonces no le importaba perder su empleo, ella simplemente pelea entre susurros con Adrián cada que puede. Esa mujer… Le dije que no lo hiciera, que no valía la pena hacer tal cosa. Obviamente no me haría caso, ¡es Samanta, después de todo! Pronto casi todo el edificio se había enterado de la noticia gracias a mi amiga y los compañeros con los que antes solía convivir todo el tiempo.

Fuera de eso, todo estaba normal. No era difícil pasar por estas cosas después de todo... O eso quería sentir, ¿cuánto tiempo duraría con la farsa?, ¿quería olvidar a Adrián? No, no quería. Todo lo contrario, quería que Adrián me tratara con amor de nuevo. Si quisiera olvidarlo, mi prioridad serían otros lugares en lugar de la empresa. Mi tranquilidad fue quebrantada y mis pensamientos interrumpidos por el insistente universitario que ya había terminado su turno y que, como siempre desde hace dos semanas, decidía quedarse unos minutos en mi oficina para charlar antes de irse a casa con su hermana menor. Esto aún me incomodaba, él insistía en que contase de mi vida privada, mas al pedir que mejor contara la suya lo hacía sin rechistar, aunque los últimos días noté que forma una sonrisa de resignación ante mi pedido.

¿A dónde quería llegar con todo esto éste muchacho? Ahí estaba de nuevo, sentado frente a mí. Repitiendo la rutina, pero esta vez sería diferente. "¿Qué tal tu día?", me atreví a preguntar por lo que él se sorprendió y el gesto me hizo soltar una leve risa sin quererla reprimir. La emoción se mostró con más intensidad todavía. Me sorprendía cuán expresivo podía ser ese muchacho. De cierto modo quería ver más de él…

–Bien, señor. Me sorprende su iniciativa en esta sesión–. Esta vez era yo el sorprendido, su sonrisa confiada apareció tan de repente que no pude evitar captar cada gesto.

Regresé la mirada a mi trabajo, ya tenía que hacer el reporte si quería irme temprano. Además que mis mejillas ardían como el infierno lo que significaba que estaba sonrojado. También continuamos hablando como de costumbre. “Tengo curiosidad sobre su vida, señor”, me decía. “Sigue teniéndola”. “¿Al menos podría llamarle por su nombre, señor?”. Justo en ese momento mi sorpresa no cabía en mí. Dije: “Claro, no veo por qué no”. Estaba sorprendido de mí mismo. “Gerardo...” Levanté la vista, como si así pudiera encontrar la continuación de su frase. En cambio me encontré con su rostro a escasos centímetros del mío. Y pensé; “¡Woah, espera! ¿Qué?” Al procesar todo alrededor, me incliné hacia atrás. Él me miraba fijamente.

– ¿Es cierto? Que ese hombre te dejó, que te hartarse de él, que él tenía una hija y esposa, ¿cuál es la verdad?–, mi sorpresa era muy grande, pero más lo era mi tristeza ante la mención de Adrián. Al notar esto se sentó otra vez un poco más relajado y dijo: –Sé que no quieres contarme, lo entiendo, pero...

–Te contaré–. Alzó su mirada que reflejaba un brillo de alegría y esperanza que me estremeció –pero, este no es el lugar ni el momento.

Ernesto sugirió que podría esperarme hasta el final de mi turno, sin embargo no le permití que dejara descuidada a su hermana, por lo que sugirió el fin de semana porque su hermana iba a casa de sus padres, acepté asimilando que así sería. Entonces él me dijo que le hacía feliz que prestara atención a lo que me estuvo contando, que siempre pensaba que no escuchaba lo que me decía. Le miré confundido mientras recordaba. Siempre estuve escuchando mientras trabajaba y… Oh…

Iba a disculparme, pero él no estaba quieto, estaba hablando cosas sobre el fin de semana. Muy contento se retiró y yo proseguí con mi reporte. Lo terminé a tiempo a pesar de pensar en Ernesto, pero surgieron un par de problemas que solucionaría momentos más tarde, no me agradaba el que esos problemas aparecieran porque debía modificar el reporte, Lo bueno fue que no se presentó algo mayor así que tanto solucionar el inconveniente como corregir mi reporte no era la gran cosa.

El día sábado había llegado tan pronto que al ver mi calendario me sorprendí. El lugar escogido fue el café al cual solía ir a visitar a mi amigo, al muchacho no le pareció mal y acordamos la hora. Aún tenía tiempo de arreglarme así que tomé un baño. Diez minutos después, ya me encontraba saliendo de mi casa. Al llegar al café justo a la hora, lo vi sentado en una mesa cercana a una ventana. Me pareció adorable que escogiera un lugar discreto para charlar. Quería aparecer de manera sorpresiva a su lado, pues estaba de espaldas a la entrada; sin embargo, mi mejor amigo me delató. "¡Gerardo, qué sorpresa!", sentenció con tono sarcástico llamando la atención de varias miradas. Entre ellas estaban los curiosos ojos de Ernesto.

–Diablos, Hec... Quería sorprender a alguien–. Le dije en tono resignado.

–Si le hubieras traído flores yo no hubiera gritado...– respondió con una sonrisa traviesa. La gente inició un murmullo colectivo que pusieron nervioso a Ernesto, quien se sonrojó y puso una expresión graciosa, me puso feliz el no habérmela perdido. – ¿Lo de siempre?

Asentí y me encaminé hasta el muchacho. Tomé asiento ante su atenta mirada. No fue necesario preguntar si había pedido café anteriormente, ya que sujetaba un vaso desechable con nerviosismo. Unos minutos más tarde, llegó Héctor con mi bebida preferida. Entonces inicié la conversación. Debe ser cansado cuidar de tu hermana menor tú sólo. Ernesto no levantó su mirada del vaso, negó en silencio. Ella es suficientemente grande como para cuidarse sola. Dijo con orgullo. La plática comenzó a darse con más fluidez. No tardaron en sonar las risas y en resplandecer las miradas del contrario. Hasta que llegó el silencio entre ambos, yo mantenía mi sonrisa. Ernesto no. Apenado, me miraba. Y entonces decidió hablar.

– ¿Seguro que quiere hablar de aquel tema?

Al principio no comprendí, mas tampoco ocupé mucho tiempo para razonar. Mi sonrisa se distorsiona de repente y mi mirada se fija en mis manos. Al menos alguien debe saber la verdad. Entonces le conté cómo inició todo: Se trataba de un festejo a parte por los de nuestro salón de la facultad por acabar nuestra carrera. Había enormes cantidades de licor, por lo que a Adrián y a mí se nos hizo fácil culpar al alcohol después de una noche de sexo. Un día apareció Adrián en la puerta de mi casa muy nervioso queriendo hablar conmigo. Dijo estar enamorado de mí. Al principio no le creí, pero fue cada vez más insistente y por si fuera poco, me consiguió un lugar en la empresa en la que trabajo ahora.

Pronto hubo otro festejo por parte de nuestros amigos con el pretexto de haber conseguido trabajo; esta vez fue igual que la anterior, Adrián y yo nos acostamos, mas no podíamos culpar al alcohol porque ninguno había bebido una sola gota de tal líquido. Después de eso, acordamos mantener una relación. Tuvimos nuestros altibajos, peleamos, gritamos, nos amamos, nos quisimos. Todo estaba bien, pero de pronto él llegó una noche y al igual que aquella vez, tuvimos sexo y se fue sin decir nada. Un tiempo después, volvió a aparecer con una mirada llena de pena, me dejé llevar por sus caricias olvidando que me molesté con él por evitarme tanto tiempo. Fue esa la última noche...

Ernesto escuchaba con atención cada palabra. Me miraba comprensivo. No dijo nada, así que le pregunté si tenía a alguien también. Él me miró con una sonrisa.

–Cómo si no superas...– alcancé a escuchar. Un ardor se centró en mi rostro.

–Me refiero... Antes de...– él sólo se rió.

–Claro que hubo alguien antes de ti. Se llamaba Lorena, ella era una mujer fantástica, a decir verdad–. Dijo con una enorme sonrisa, yo estaba embobado en su mirada que reflejaba cada destello del sol–. Siempre era aburrido estar con ella, era muy... Reservada en su vida amorosa. Lo hablamos con tranquilidad y tomamos un acuerdo, ella lloró y me rogó demasiado para no dejarla...

Si bien su versión era menos trágica, la contaba con mucha nostalgia que me contagiaba. Me hacía querer saber más de su vida. La plática se desvió a algo menos doloroso de contar. Pagué la cuenta y nos retiramos a otro lugar para continuar nuestra discusión. No presté mucha atención al camino o a la gente que andaba a nuestro alrededor, mi cabeza sólo quería apreciar esos ojos llenos de vida que reflejaban cada luz de la calle como si le perteneciera a su mirada, mi mirada se centraba de vez en cuando en su sonrisa y en cómo se deformaba al hablar. Pero mi mente... En mi mente no me abandonaba esa sensación extraña de estar engañando a mi pareja.

Siempre le había sido fiel, no importaban las circunstancias. Y lo peor, lo que no quiero aceptar es que eso ya no importa, tampoco es necesario, no es recíproco esto que me pasa porque... Mi mirada se detuvo en una cabellera extensa color café que pude reconocer con facilidad, se trataba de la señorita Joanna, una secretaria de la empresa donde trabajo. No estaba sola, como temía. Estaba muy guapa: llevaba un vestido azul marino, labios rosados y tacones de aguja por el simple hecho de acompañar a Adrián.

Ernesto tocó mi hombro y sonrió comprensivo de manera leve. Me sentía aturdido. El muchacho me guío lejos del lugar, a un parque para ser precisos, nos sentamos en una banca y me miró serio unos minutos. Las hojas verdes de los altos árboles eran balanceadas por el viento de una forma tan dulce que provocaba un sonido adormecedor, cálido, confortable. Al volver mi atención en mi acompañante, noté como miraba al suelo y se mordía el labio inferior.

–Sé que necesitas decir algo más–. Soltó regresando su mirada en mí– Escucharé.

Pensé un rato en las palabras correctas. ¿Qué debía decirle a alguien que me quiere de forma romántica? ¿Cómo expresarle que amo a alguien más y parece no podré dejar de amarle? En ese momento pedí a los dioses poder corresponder a los sentimientos del joven, pero eso no era posible, me encontraba desolado por culpa del hombre que me hacía olvidar hasta mi nombre.

–No deberías buscarme. Es decir... ¿Por qué buscar el cariño de alguien que ama a su antigua pareja?

A pesar de plantar mis ojos en el suelo a mitad de mi frase, pude percibir la sorpresa de Ernesto. Mientras esperaba una señal para seguir hablando o ser interrumpido, lo único que sonaba era el viento chocando con las hojas. Jugaba con mis manos por los nervios que provocaban su silencio.

–Sé que no es fácil detener los sentimientos, sé que no es sencillo olvidar a otras personas–. Decía él buscando algo a lo lejos– Por eso te esperaré. No voy a cambiar mi opinión a menos que me lo pidas.

–Te lo pido ahora, basta–. Él me miró con sorpresa, cambió su expresión a tristeza y finalmente sonrió.

–No, tienes que convencerme.

En ese instante, pareció no importarle la familia que pasaba frente a nosotros y, tomando suavemente mi nuca, me acercó hasta sus labios. Sólo fue un roce. Sólo fue un instante. Sólo había sido un beso y nada más. Si en ese momento no hubiera alguien que me movía el suelo, le habría sonreído, quizá hasta le regresaba el gesto; lo único que hice fue apartar mi mirada, apenado posé mis codos sobre mis rodillas y mordí mi labio inferior observando el piso como si fuera a darme las frases más aceptables para continuar conversando. Solté un suspiro al notar que no había nada positivo por decir.

–No insistas, Ernesto. Disculpa, pero no puedo...

Sin esperar respuesta, me levanté de mi asiento para retirarme. Me alegró que no me detuviera. Así no tendría que pensar en responder o de qué forma actuar. Caminé perdiéndome de su vista poco a poco. No sabía qué sucedería y no me importaría hasta caer la noche del día siguiente.


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