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Mi Melodía Sin Sonido por UnaHumana

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Notas del fanfic:

Edición de la historia antes publicada con la cuenta Alicia Fujoshi  

Espero sea de su agrado.

Cuando encontré la segunda version de esta idea, la leí toda y no paraba de reir por los errores, pero estaba contenta de que la idea no fuera tan mala como... Otros de mis escritos. Por eso quise revivir esa alegría haciendo cambios y volviendo la historia lo más realista posible. Cada parrafo lo reescribí con alegría recordando los comentarios positivos. Por eso espero que a la gente le agrade esta versión y me disculpen por lo confuso que puede llegar a ser todo.

Comentarios sobre el escrito

Nuevo resumen, decidí quitar el primer capitulo y estaré haciendo pequeñas correcciones de redacción y de ortografía.

Mi pulso se había acelerado ante tal propuesta… El cliente que usualmente atendía durante mi medio tiempo de trabajo en un restaurante tres estrellas (que yo puse, porque nadie supera la comida de mi casa o de la madre de Kevin) que se llamaba “Gendib’s cousine”, me propuso ir a su casa. Nervioso, paseé mi mirada por las paredes color chocolate y los muebles blancos, tratando de forma inútil el disimular mis temores. No debía dejar que el miedo me venciera, no ante su atenta mirada. Porque de ser así, Sam querrá tomar el control y ha sido muy difícil poder conseguir el trabajo como para que mi segunda personalidad lo arruinara con simples palabras y quizás un par de golpes.

          Tragué saliva con dificultad. Luego regresé mi vista a sus ojos, esta vez mi expresión llena de pena no fue algo que pudiera contener. El ámbar de sus ojos no era algo fácil de dejar de mirar. Mis nervios se mostraron en cada parte de mí de una manera muy notable. Mi respiración se aceleró casi llegando al punto de hiperventilación, mientras que Sam tan sólo murmuraba: “¿Tan difícil es decirle que no?”. Si lo ponía con esas palabras, era evidente que me sentía patético.

          – Alejandro, ¿qué dices? – Ese hombre de a lo mucho 30 años, acarició con delicadeza una de mis manos.

          –Lo siento, no puede–. Se escuchó la voz del gerente, en ese momento sentí un enorme peso caerse de mis hombros, había oído rumores sobre el gerente, hablaban sobre lo gentil que era la mayor parte del tiempo y lo imponente que llegaba a ser estando enojado, como sea, yo estaba feliz de que haya interrumpido ­–Lamento entrometerme en su conversación, señor, pero nuestra empresa tiene un protocolo que protege a nuestros empleados y creemos que para respetarlo, es necesario que la relación entre los clientes y nuestros compañeros no se relacionen de más. Entiendo que se sienta en confianza por ser cliente concurrente, mas no podemos aceptar que proponga tales cosas a nuestros empleados. Muchas gracias.

          Mi jefe ya se había dado media vuelta para retirarse, mas el hombre hizo un estruendo al levantarse de su lugar, pues la silla había caído al suelo y el plato de porcelana pareció rebotar de la mesa. Yo a duras penas pude dar un par de pasos hacia atrás con temor a lo que sea que pudiese ocurrir.

          –Si me disculpa… ¡Exijo hablar con el gerente! – exclamó rojo de furia. No era necesario que se molestara tanto… Mi jefe se giró en su lugar sin expresión alguna.

          ­–Claro, ¿para qué me necesita, estimado cliente? – Cuestionó con una sonrisa en su rostro, pues el hombre sólo estaba sorprendido, del enojo sólo lanzó dinero a la mesa y se fue. Momentos después, susurré un leve agradecimiento. Mi jefe simplemente me pidió que le siguiera a su oficina porque necesitaba aclarar algo importante – ¿Me conoces, Alejandro?

–Lo lamento, pero sólo sé su puesto–. Él sonrió levemente, bajando la cabeza y los hombros un poco, supongo que no le agradaba introducirse a sí mismo. Entramos a su oficina y me ofreció asiento, así que me senté frente a él.

–Pues, mi nombre es Woodrich Dhurbeck–. Extendió su mano hacia mí, la tomé y por alguna razón me imaginé que su tacto parecía familiar– Te llamé porque quería reafirmar ciertos datos que aparecen en tu portafolios, el cual entregaste al solicitar tu trabajo aquí.

– ¿Pasa algo malo con eso? –, pregunté temeroso. Woodrich negó.

–No quisiera decir que dudo de ti, pero necesito comprobar que tienes doble personalidad.

–Puede hablar con mi psicólogo si lo desea.

El hombre accedió y pidió amablemente que escribiera en un post-it una forma de contactar a mi doctor. Tras la corta charla, regresé al área de trabajo a continuar atendiendo a las demás mesas. Al salir de la oficina, unas muchachas me miraban con preocupación. ¿Te corrieron, Alejandro?, ¿De qué hablaron?, ¿Está todo bien? Fueron algunas de las preguntas que alcancé a entender, una sonrisa fue formada por mis labios por lo enternecedoras que mis clientas podían llegar a ser. Si no fuera por mi dignidad, habría soltado lágrimas de felicidad en ese instante.

Les expliqué a las muchachas que no había nada para preocuparse, ellas se calmaron y al fin logré regresar al trabajo, uno de mis compañeros me entregó varias bebidas para que las entregaran, pasaron las horas hasta que terminó mi turno. Justo a tiempo para el atardecer mientras regresaba a casa. Sam tan sólo comentaba lo muy aburrido que estaba de la rutina, sin querer pensé una frase donde admitía lo mismo. Con los nervios en todo mi cuerpo, me apresuré a llegar a mi casa, no quería terminar al otro lado de la cuidad sin saber que hice. Llegué a mi casa, jadeante a causa de mi poca condición física.

–Al fin… ¡Ya llegué! –, grité al aire esperando ser escuchado.

–Alejandro, que bueno que llegaste–. Dijo mi madre desde la sala de estar, me acerqué tranquilo al lugar –Hijo, tienes visitas–. Continuó mientras ella llegaba a recibirme con un abrazo, cerré los ojos para disfrutar plenamente del abrazo de mi mamá. Al abrir mis ojos me sorprendí tanto que solté a mi madre con tal brutalidad que casi la tiraba al suelo, por suerte logró mantenerse entre risas.

– ¿Tanto drama por verme?

–Kevin–. Murmuré su nombre sin querer. Ese muchacho siempre me causaba vértigo y ahora que he crecido comprendo lo que significa eso. – ¡Espera, espera! Regreso en un instante.

–No es una cita, Alex–. Clamó cuando subí las escaleras, pues sabía que iba a darme un baño y cambiarme de ropa.

Después de 20 minutos en mi habitación, llegué de vuelta a la sala de estar para saludar apropiadamente a mi mejor amigo. Cuando me miró, se levantó de su lugar para darme un abrazo amistoso. Esos abrazos que se dan los amigos. Esos que consistían en tomar tu mano con un apretón y rodeaban los hombros con el otro brazo. Detestaba esos “abrazos” si se trataba de él. Y lo peor de todo es que lo sabía… En fin. Me senté en el sofá frente a mi madre y mi amigo se sentó a mi lado.

Iniciamos una conversación amena sobre los padres de Kevin que estaban comenzando un nuevo proyecto para su trabajo, cambiando el tema a mi trabajo (les conté lo sucedido ese día) y terminando en las historias de aventura de mi madre. Ella era como una amiga para Kevin y para mí, ambos la apreciábamos mucho porque su instinto maternal no era constante y se permitía platicar con nosotros sobre sus cosas, por lo que también teníamos la confianza de contarle casi todo.

Pasaron un par de horas y mi madre tuvo que atender una llamada, Kevin y yo nos dirigimos a mi habitación. Donde por fin podría centrar mi atención en él nada más. Kevin me hizo entrar primero y así lograr cerrar la puerta él mismo, eso no habría sido un problema si no hubiera escuchado el seguro al estancarse. No pude evitar ponerme nervioso. Me senté en uno de los cojines para disimular la sensación que estaba padeciendo en ese instante.

Kevin tan sólo se sentó frente a mí en silencio. Fijando su mirada en la mía. Sus ojos grises, su semblante serio… Eso era suficiente para preguntarme qué hice mal. Al notar mi preocupación, él ablandó su expresión demostrando preocupación. No comprendía nada, por lo que cuestioné su estado. Mi amigo dirigió su mirada al suelo, analizando algo que sería su respuesta a mi pregunta.

–Sobre tu cliente… No deberías mostrar tanta confianza a ellos, ¿sabes? –, comenzó a hablar sin mirarme. –Pudo pasarte algo. ¿Y si…?

–Oye, mírame–. Dije sin pensar, por la seriedad con la que expresé esas palabras él me miró al instante. –No iba a aceptar nada de él, no lo conozco fuera del trabajo y después de eso, espero no tener la oportunidad, ¿sabes? Da miedo cuando se molesta.

Ambos soltamos una risa leve. Continuamos hablando de tonterías hasta que el teléfono de Kevin recibió un mensaje, el cual leyó en voz alta: “Tu padre y yo saldremos a la casa de tus abuelos, ¿quieres acompañarnos?”. Escribió su respuesta mientras la leía de manera lenta: “¿Se quedarán a pasar la noche allá?”. Al instante recibió una respuesta afirmativa y contestó en silencio esta vez. Yo tan sólo le sonreía divertido. Me pidió que lo esperase y lo hice. Se había ido fuera de la habitación, supongo que a hablar con mi madre o tomar bocadillos. Minutos después regresó con un tazón lleno de botanas y una caja de galletas.

–Adivina qué galán consiguió permiso para quedarse a dormir en tu casa–. Le miré con los ojos entrecerrados y él rió por lo bajo. –No me mires así, prefiero no ir con la abuela ahora porque siempre termino siendo regañado por ella.

–Te dije que te comportaras, Kev–. Le contesté en modo de broma, él tan sólo me miró indignado.

Excuse me?–, solté una leve risa que no logré contener. –Lamento comentarte que me comporto muy bien, señorito.

Continuamos discutiendo y comiendo botanas el resto de la tarde. Casi a altas horas de la madrugada, yacíamos en el suelo de mi habitación mirando al techo iluminado por los faroles de afuera, estábamos en silencio contemplando las sensaciones del momento. No pude evitar sentirme adormilado y cerrar mis ojos un instante. El llamado de Kevin me hizo abrirlos de nuevo y girar mi rostro entero hacia donde estaba él. De pronto una pregunta resonó en las cuatro paredes que nos rodeaban. “¿Alguna vez te enamoraste?”. El sueño que tenía se esfumó tras sentarme de golpe, agradecía que hubiera oscuridad alrededor porque mi rostro estaba ardiendo y seguramente había tornado de rojo.

Escuché movimiento por parte de Kevin, quien se sentó a mi lado provocándome un respingo. Acarició mi mano con delicadeza. Por culpa de mis reflejos, la retiré al instante. No podía ponerme más rojo de lo que seguramente ya estaba. Tan sólo escuchaba que mi amigo me hablaba por mi nombre. La molesta luz se encajaba en mis ojos obligados a mantenerse cerrados.

–Demonios, Kevin. Ya cállate, estoy soñando–. Mascullé adormilado antes de abrir mis ojos y tallarlos.

–Lo noté, pero no me habría preocupado tanto si no hubieras dicho mi nombre entre sueños, ¿sabes? –, abrí mis ojos hasta donde mi fisionomía me lo permitía y miré a mi amigo con sorpresa y él tan sólo se rió a carcajadas. No lograba entender del todo qué rayos pasaba en ese momento, pero suponía que era una broma. –Es mentira, tontito. Decía que tu papá ya llegó.

Hacía un tiempo que le pedí que me despertara cada que mi padre llegase para poderlo saludar, él seguía fielmente ese pedido a pesar de que ya hayan pasado años desde entonces. Supongo que se ha vuelto una costumbre, aunque la mayoría de las veces no es necesario que me despierte.

Fuimos a saludar a mi padre y hacer algo de conversación, luego nos regresamos a la habitación, esta vez dormiríamos en serio. Ya estaba muy cansado. Le pregunté a Kevin si gustaba de una habitación para él solo, pero la negó. Me inundaban los nervios porque si negaba una habitación separada siempre significaba una cosa.

–Dímelo en serio, ¿no te molesta que durmamos en la misma cama? Ya no somos niños y…

–Alejandro, deja de preguntarme eso cada que rechazo tu habitación para invitados. No es como que hagamos cosas indecentes, sólo vamos a dormir.

Mi rostro comenzó a arder tras escuchar esas palabras de su parte. Él acarició mi mejilla, pero como si ésta quemara retiró su mano para apagar la luz y deshacerse de sus pantalones de mezclilla. Hice lo mismo, pues de lo contrario no podría conciliar el sueño tan fácil. Nos acomodamos en mi cama y tal como dijo él, nos dormimos sin más.

Abrí mis ojos con tranquilidad. No tenía ningún rastro de cansancio. Me senté en mi cama a apreciar los brillantes colores que había en mi habitación; no eran brillantes porque así habían llegado a mí desde las tiendas, sino que se debía al brillo del sol que atravesaban mis blancas cortinas. Todo brillante. Casi como estrellas acumuladas en un mismo espacio. Miré a un costado a mi amigo aún dormido en la misma posición que antes. Me levanté de forma lenta de mi cama para ir a tomar un poco de ropa. Luego fui a ducharme. En el baño miré mi reflejo.

“Todo sigue igual”, me dije a mí mismo. Me vestí tras secarme los residuos de agua que escurrían por mi cuerpo. Después salí, Kevin permanecía dormido. Me acerqué a mi escritorio para leer unas cuantas líneas de poesía infantil. No era de mi gusto, pero era el último libro que tenía para leer en mi habitación, además de que la librería estaba un poco alejada como para ir sólo por un libro. Minutos después, mi amigo se despertó. Me saludó con un “buenos días” seguido de un bostezo, ganándose una sonrisa de mi parte.

Él se llevó sus cosas al baño (Kevin ya tenía ropa en mi casa porque esto pasaba muy seguido). Momentos después de escuchar el cierre de la puerta, se escuchó el agua correr. Mientras tanto, terminé el poema que estaba leyendo y me dispuse a tender la cama. El sonido del agua se detuvo. Casi mi corazón hacía lo mismo. No entendía porqué de repente se sentía así, tan acelerado sin una razón aparente. Era lo único que me disgustaba de sentirme enamorado de alguien.  Los segundos pasaban y la puerta no se abría. Voy a irme, Kev. Te avisé a través de la puerta, esperando que no contestaras. ¡No, espera! Ya casi termino, respondiste.

Eso no me relajó ni un poco, pero respiré y tuve una idea. Sonreí divertido. Fui a hacer mi cometido, no podía creer lo que haría. Mi corazón seguía acelerado, pero intenté disimular. La puerta se abrió lentamente, Kevin miraba sus prendas mientras me pedía recordarle sobre dónde poner la ropa sucia ya que en el baño había un par de cestos totalmente cubiertos. Cuando alzó la mirada hasta la mía, no supo qué hacer excepto reírse. Yo estaba en la cama, de costado posando mi cabeza en una de mis manos, mientras la otra sujetaba mi cintura.

– ¡Eres increíble! – Exclamó aún entre risas, yo sólo reí de vuelta y me dejé caer de espalda en la cama. Luego me levanté un poco más calmado.

–Vamos a desayunar ya. Creo que el cocinero tiene una nueva receta que compartir.

– ¡Claro! Al cocinero le encanta prepararle comida al señorito que más le agrada.

Ambos reímos ante nuestros comentarios mientras caminábamos por el pasillo. Llegamos a la cocina donde Kevin buscó los ingredientes. Le ofrecí mi ayuda, pero él decía que quemaría el desayuno si lo permitía. No pude negarlo, porque ya lo había hecho antes. Estuve preparando la mesa para nosotros dos porque mis padres ya habían ido a trabajar. Momentos después, Kevin apareció con un par de sartenes. Sirvió en los platos pan francés y mermelada de cerezas. Ciertamente no era una nueva receta, pero lo apreciaba mucho viniendo de él.

Después de desayunar, Kevin se dirigió a la sala de estar para ver si había algo bueno que ver en televisión, mientras yo tan sólo fui a cepillar mis dientes porque tendría que ir a trabajar y las muchachas adoraban a Kevin. Cuando terminé, fui a la sala para decirle a mi amigo que era su turno. Y así fue como cambiamos de roles. Ahora yo cambiaba los canales.  Encontré una serie para adultos que ambos veíamos juntos porque era genial.

– ¡Kevin, va a empezar!

– ¡Voy!

Unos pasos apresurados se escuchaban acercándose. Una vez lo suficientemente cerca, mi amigo dio un salto para caer en el sillón en el que me senté, cayó sobre mi regazo sacándome el aire. Pronto la habitación se llenó de risas. La serie empezó y ambos nos centramos en eso. Seguíamos en la misma posición. El episodio aclaro varias dudas que el anterior dejó, pero al igual que varias series para adultos tuvo su escena subida de tono justo antes de que los anuncios empezaran.

El movimiento de la cabeza de Kevin llamó mi atención por lo que incliné un poco la cabeza, ambos nos mirábamos a los ojos. Había algo en su mirada que simplemente no podía explicar. Él se estaba acercando lentamente a mí, pero algo le hizo acelerar el movimiento de tal forma en la que nuestras frentes chocaron, él sólo se sentó en el sillón mientras se quejaba del golpe. “¿¡Qué te pasa!?”, le pregunté a lo que no recibí respuesta. Los anuncios acabaron y poco a poco nos centramos en la serie, olvidando así lo sucedido anteriormente.

En cuanto la serie terminó, nos dispusimos para ir a mi trabajo. En el camino la pasamos bromeando. Una vez ahí Kevin se sentó en una mesa tras pedir un café irlandés. Yo fui a ponerme mi uniforme. Cuando me puse en la barra, un compañero me dijo que mi cliente esperaba mi atención, ya llevaba rato ahí sin aceptar el servicio de otros, me dijo. Con un poco de pena, me acerqué con mi libreta y pluma en mano. El hombre sólo se levanto, pidió disculpas y se fue. Estaba completamente extrañado, lo que pude hacer es mirar con la misma expresión a mi amigo y él no podía estar más asombrado.

El resto del día estuvo tranquilo. No todas las muchachas vinieron hoy, pero las que sí, trajeron amigas suyas. Las atendí mientras Kevin era integrado a su grupo. Ellas se creían la mentira de que Kevin y yo éramos novios que siempre me mantenía con las esperanzas a tope, pero no podía asumirlo de esa forma. Limpié mesas mientras mi compañero preparaba las bebidas con ayuda de otra compañera. Las risas discretas de las muchachas mantenían ameno el lugar. Así se mantuvo hasta que se fueron. Mi turno acabó, caminé junto a Kevin durante el atardecer. Su suspiro me hizo prestarle atención.

– ¿Qué sucede? – le pregunté, logrando que su mirada se cruzara con la mía.

–Esto podría arruinar nuestra amistad…–murmuró – ¿Podríamos acabar con la farsa? – en ese momento no lo entendía, llegué a pensar que él no quería ser cercano a mí. –Esas mentiras que les decimos a tus clientas… ¿No crees que sea buena idea si dejamos de mentirles?

–Oye, si sientes que mentirles está mal les diré la verdad mañana. Tranquilo.

–Bueno, creo que no me entiendes–. Dijo con nerviosismo, la posibilidad de que él quisiera que fuéramos algo más era real. – ¿Podríamos ser novios?


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