Dean sintió la mirada azul sobre él, intensa y profunda, como siempre. Hacía rato que sentía que esos ojos se posaban en él, siguiendo todos sus movimientos, acariciándolo en silencio. El rubio sonrió para sus adentros, intentando disimular que ya se había percatado del descaro de su amigo. Sin decir ni una palabra se dirigió al equipo de música que había en la habitación del motel de turno. Agradecía internamente que tuviese uno, porque la idea que se le había ocurrido precisaba del aparato. También agradeció que su hermano se hubiese ofrecido a comprar la comida de ese día, porque sin proponérselo (o quizás sí, no estaba seguro) le había brindado la oportunidad que necesitaba para, al fin, demostrarle a Castiel lo que sentía. La música comenzó a sonar, y el ángel lo miró, extrañado.
-No pensé que te gustara este tipo de música, Dean.-comentó extrañado.
-No me agrada mucho.-respondió, sonriendo. No se parecía en nada al rock que solía sonar a todo volumen en el Impala.- Pero es más fácil de bailar.
-¿Bailar?-preguntó extrañado el ángel.
-Así es. Ven, déjame enseñarte.
Sin permitir que el ángel se negase o desapareciese, el rubio tomó sus manos, y comenzó a moverse al ritmo de la música. Su corazón comenzó a latir descocadamente, aunque lo disimulaba. Hacía rato que sentía una fuerte atracción por el ángel, y aunque dudaba de la moralidad de sus sentimientos, ya no podía negarlo. Peor aún: ya casi no podía controlar el impulso de tocar sus labios agrietados, de sentir su piel suave, de perderse en ese cabello castaño. Y estaba casi seguro, por la manera en la cual Castiel clavaba su intensa mirada azul en él, que el ángel estaba igual.
Ambos se movían al ritmo de la música. Al ángel le había costado un poco al principio, pero ayudado por Dean, fue captando el ritmo, hasta que ambos lograron moverse de manera coordinada. No era una canción precisamente rápida, y eso les convenía: sus cuerpos estaban pegados, sintiendo el aroma ajeno, aprovechando el momento para acariciar a la persona deseada. Dean se acercó lentamente al cuello de Castiel, apoyándose en su hombro. Sintió el escalofrío ajeno, y rió suavemente. Comenzó a cantarle la letra de la canción al oído; el cantante le hablaba a un amante, contándole cómo quería besarle despacio todo el cuerpo, desnudarlo para acariciarlo por completo, incluso provocar sus gritos. Dean sentía cómo su amigo comenzaba a temblar de ansiedad, dejando escapar algunos jadeos, probablemente al imaginarse al propio rubio haciéndole todo aquello. En un momento en el que la canción era instrumental, Dean deslizó su rostro hasta quedar a unos centímetros de la cara de Castiel. En un movimiento sincronizado, ambos acortaron la poca distancia que los separaba, besándose despacito.
De pronto la puerta del cuarto se abrió. Ambos se quedaron congelados, sin llegar a separarse.
-¡Dean!-gritó conmocionado Sam, ingresando. Miró a su hermano con una expresión de sorpresa que provocó que el mayor se sonrojara.- ¡No puedo creerlo!
-Puedo explicarlo, Sammy…-trató de calmarlo, aunque aún permanecía abrazado a Castiel.
-Esto es demasiado para mí.-lo interrumpió. Suspiró con gesto cansado. Dean iba a decir algo, pero su hermano continuó hablando.-Quiero decir, ¿es en serio, hermano? ¿Tú, escuchando reggaetón?
Dean pestañeó varias veces, tratando de comprender las palabras de su hermano. Ante su expresión, Sam largó una carcajada, contento de ver que al fin su amigo y su hermano habían dado el paso. Dean y Castiel también rieron, sin dejar de mirarse. Quizás iban despacio, pero seguirían avanzado. A fin de cuentas, nada podía evitar que estuviesen juntos.