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Classico por sawako1827

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Notas del fanfic:

Todos los derechos de los personajes le pertenen a Haruichi Furudate

Notas del capitulo:

Como dije en mi anterior OS "Paranoid Android" me propuse en entregarle al mundo más KuroAka, porque son EXTREMADAMENTE bellos y no aun asi hay casi nada ;-;

 

Estos dos me tienen por completo enamorada, asi que seguramente casi todo lo que escriba será de ellos xD

No me culpen! no lo puedo evitar!

El aire fresco de la primavera hacía mecer sus cortos cabellos en un suave vaivén. Soltó un largo suspiro mientras esbozaba una sonrisa de completa satisfacción.

Los pétalos de los cerezos danzaban por aquel espacio. En ese parque a mitad de la tarde, con la temperatura del clima completamente agradable; Akaashi se sintió en la dicha de sentirse feliz y relajado.

Sacó su brillante y cuidado violín ya preparado del estuche y comenzó a tocar una tranquila melodía, expresando el regocijo que sentía en su corazón.

 

Akaashi desde siempre creyó que lo único que necesitaba en su vida eran momentos como estos. Nada ni nadie podría traerle semejante felicidad.

El sonido del violín es algo que lo acompañaba desde siempre y en algún momento de su vida, lo sintió como su mejor confidente.

 

No necesitaba un diario, ni escribirlo ni decirlo; tanto su felicidad y bienestar como sus penurias y decadencias las explayaba en el sonido de esa exuberante mezcla de acordes.

Sin duda todo resplandecía cuando producía música.

 

Y es en momentos como esos que no necesitaba nada más. Y creyó que así sería toda su vida.

 

Introduction and Rondo Capriccioso era lo que Akaashi hacía sonar en aquel solitario parque a las 5 de la tarde.

El delicado roce entre las cuerdas y el arco creaba una melodía tan hermosa y perfecta que el mismísimo Saint Saëns se sentiría orgulloso.

La suave brisa seguía acariciándolo trayendole agradables aromas, los cuales inmediatamente inundaron sus 5 sentidos, y en su mente pudo ver “color”. Era rosado y pálido, puesto que siempre tenía que imaginarlos así que jamás sabría de lo resplandecientes que podían ser aquellos matices. Pero era más que suficiente para él.

 

La melodía terminó y en cuanto abrió los ojos, los tonos opacos de la monocromía volvieron a proyectarse en su visión. El suspiro que soltó en esta ocasión era uno cansino y algo triste. Porque a fin de cuentas, esta es la “realidad”. Y el mundo que se extendía ante él siempre era oscuro haciéndolo preguntar en reiteradas ocasiones, si toda su vida seguiría de esta forma. Fría y monótona. Si tan solo su mirada fuera como se explaya en su mente, sería completamente feliz.

 

***

En su escuela de pronto se comenzó a expandir un rumor el cual llamó un poco su atención. Ciertamente él no era una persona que creyera o hiciera caso a los rumores escolares, sin embargo éste en específico tocaba el tema del que tanto le preocupaba hoy dia.

 

El rumor decía que una chica de repente pudo como el mundo estaba inundado de color. Colores que se presentaban en la realidad. Ni en sueños, ni en pensamientos.

Siempre.

Tanto en el plano psíquico como el físico.

 

¿Pero como era esto posible?

Al parecer las leyendas eran sobre un mundo matizado luego de ver a tu “persona destinada” resultaban ser ciertas. Claro según los estudiantes suficientemente ingenuos. O las adolescentes que sueñan despiertas.

 

Y Akaashi solo pudo doltar un bufido de burla al escuchar esto.

 

Como si el solo hecho de apenas conocer a una persona hiciera que visión, mirada y percepción cambiase por completo. Además ¿enamorarse a primera vista de una persona no era algo irresponsable? ¿Qué se puede conocer de esta persona si sin siquiera haber hablado alguna vez?

 

Le dedicó a sus compañeros de clase una mirada incrédula expresando totalmente la frase: “¿Realmente crees en eso?”

Sin embargo sus compañeros insistían y le hacían anhelar que “en algún lugar, justo en este momento podría estar esperándote la persona perfecta para ti” El drama excesivo que usaron para acompañar estas palabras solo hizo que Akaashi riera de las ridiculeces que decían.

 

Conocía a uno de ellos desde hacía mucho tiempo, a Konoha y por eso mismo no podía tomarlo en serio.

—Sé que parece ridículo. —Dijo en cuanto el grupo se dispersó y quedaron solo ellos dos —Pero realmente nunca te pusiste a pensar en cómo podría verse todo nuestro… ¿Alrededor, todo brillante y colorido? y encima como bono extra conoces a la persona de tu vida, es como un 2x1, Akaashi.

—Si lo he pensado, Konoha-san. Todo el tiempo, de hecho... Puedo verlo cuando toco el violín.

—Pero eso te lo imaginas. No sabes si es realmente así.

—Konoha-san… —Dijo soltando un suspiro, en verdad no estaba hablando en serio ¿o si? ¿En verdad creía en eso?— El mundo es como es. Esas son solo leyendas absurdas creadas por una abuela aburrida y con mucho tiempo libre. Son las niñas las que creen en estas cosas. Me sorprendes, Konoha-san.

—¡¡Es que es todo tan gris y aburrido!! De verdad necesito un cambio en mi vida. ¡No tires mis esperanzas abajo!

—Ponte a hacer algo productivo y verás como hasta tu pensamiento irá cambiando.

 

El rubio abrió la boca para protestar pero en ese momento la campana marcó el fin del receso y con ello el fin de su conversación. Akinori se levantó del asiento y mientras emprendía la marcha para irse se giró y miró a Keiji para confrontarlo.

—¡Algun dia me vas a entender!

Akaashi soltó una risa pequeña, su amigo en verdad estaba esperanzado en aquella absurda leyenda.

 

****

Fue un día que quiso cambiar la rutina, tomando un camino diferente cuando encontró aquel edificio. Viejo y roído. La paredes que, dedujo, en algún momento fueron claras ahora tenían valores bajos producto de la humedad. La hierba y el musgo estaba pegada en las paredes, a lo largo y a lo ancho de toda la extensión. Era alto y bastante grande. Y a pesar de su mendiga apariencia, emanaba una extraña atmósfera de paz que le resultó hermosa.

 

Las ventanas estaban abiertas, aprovechando el buen clima. Y así como el viento entraba en aquellas habitaciones también dejaba salir los hermosos sonidos producidos en su interior.

Era un lugar bastante extraño para que se produjera música, sin embargo así era. La puerta estaba abierta, dando la bienvenida a cualquier músico que quisiera entrar a producir o expresar con un instrumento, lo que su corazón dictara en ese momento.

 

Un grupo de jóvenes con guitarras en mano salió minutos después, dedujo por lo que acababa de escuchar que eran ellos los que estaban tocando hacía algunos instantes. Y ahora se encontraba en un conflicto interno de si debía entrar o no. Tenía su violín después de todo.

Se acercó a la puerta y en cuanto cruzó el umbral, el sonido de un piano invadió sus oídos

“Ètude in A minor Op. 25 No. 11” es lo que pudo reconocer en un escaneo rápido de su mente. Y se quedó anonadado ante tan perfecto recital. La pieza en sí era una obra del mismo Chopin, una de sus más complejas obras. Quien fuera que estuviera tocando ya se había ganado su admiración.

 

Un sentimiento cálido y reconfortante invadió su pecho de pronto. Esa persona no solo tocaba la pieza a la perfección sino que hasta sentía que la había hecho suya propia. Como si gritara un millar de sentimientos con cada tecla.

Y no pudo evitar sentirse abrumado por estos sentimientos. ¿Era enojo y desesperación lo que escuchaba en intervalos? ¿Por qué de pronto sonaba triste y luego conmovido?

Un fugaz pensamiento de ir corriendo hacia la sala donde se encontrara invadió su mente. Pero se quedó ahí, estoico en su lugar. Como si le hubieran clavado los pies al piso.

Lo único que podía hacer era seguir escuchando el lamento en ese piano. Y era tan raro, como si fuera magia.

“Winter Wind” siguió inundando el edificio con su complejidad y al cabo de un rato lo siguió un intenso silencio. La canción había terminado y Akaashi sintió su pecho liberarse para luego inundarse de tristeza. Por alguna razón quería seguir escuchando ese piano... de esa persona.

 

Aquella sinfonía, tan dulce y tan triste; podía sentirla como quedaba grabada en su propia alma. Aun si él mismo no creía en esas falacias.

Ahora mismo eso no le importaba. Porque por alguna razón si esa persona sufría, él también lo hacía.

 

De repente la urgente sensación de correr hacia esa sala, lo invadió por completo.

 

Abrazar a esa persona, consolar a esa persona, proteger a esa persona. Y un sin fin de extraños deseos que jamás había sentido incluso con las más cercanas.

Trató de recomponerse y plantearse la situación nuevamente. Actuar por impulso era algo completamente impropio, más si se trataba de él. Por lo que, al final, emprendió su camino a casa lo más rápido que pudo. Antes de que arrepintiera por haber cometido alguna estupidez.

De alguna forma se sentía enojado consigo mismo, es como si estuviera huyendo. Lo sabia, realmente no había nada de que huír. Pero lo sentía y dolía, aun si esa persona era completamente desconocida.

 

La presión en su pecho lo estaba sofocando. ¿Qué es esta extraña sensación de agonía? ¿Por qué abandonarlo se sentía tan desgarrador?

Pero lo prefirió así. ¿Qué le iba a decir a ese desconocido?

“Presentí que estabas triste. Me lo dijo tu música”

Si, claro. Esas situaciones y diálogos sólo podían verse en la ficción. Lo único que conseguiría era quedar en ridículo.

Por lo que apuró su paso directo a casa, antes de que se arrepintiera y al final, haga caso a sus impulsos instintivos.

 

Y todo el camino a casa fue como completa tortura.

 

Dejó salir la maraña de sensaciones anudadas de su pecho a través de un suspiro, uno largo, profundo y cansino. Sentía su cuerpo pesado, por alguna razón. Como si se cargara de una intensa agonía desde hace mucho tiempo.

 

El encuentro de hoy de verdad estaba dejando estragos, más de los que deseara. Y sorpresivo además, porque el hecho de haberse alejado abruptamente del lugar producía una gran cantidad de negativas sensaciones que lo herían.

aun así siguió pensando cómo sería su segundo encuentro, si es que ocurria en algún momento. Dentro, muy dentro suyo, deseaba que si ocurriese. Enfrentarlo para darse cuenta por fin si esa persona era el causante de todo lo que le estaba pasando.

 

Y aun si el solo recuerdo lo lastimaba, esa noche en lo único en que pensaba era en la magnífica interpretación de “Winter Wind” y que podría haberle pasado al desconocido o desconocida pianista, para que se leyera tanta tristeza en sus notas. Sus especulaciones eran variadas y el hecho de si fuera hombre o mujer realmente no le importaba mucho. El género no importaba si esa persona era capaz de producir semejantes cosas.

Otro punto a considerar. ¿Sólo él pudo sentir como esos acordes atravesaban su corazón?

 

Dió decenas de vueltas en la cama mientras estos pensamientos seguían danzando por su mente. Supo que habían pasado horas cuando los finos haces de luz atravesaron las blancas cortinas de su habitación.

Y se maldecía internamente, el despertador estaba cerca de sonar y tenía que cursar todo el día. Aun así no se arrepentía por haber dejado que esa persona deambulara por su mente toda la noche.

 

Era la primera vez que experimentaba esto por una persona. Ya que lo único que capturaba su atención era su violín. Así que se dejó hacer, después de todo era algo completamente personal. Se guardaría esta admiración por el desconocido para sí, como si fuera un preciado tesoro.



Luego de clases y con suma incertidumbre se acercó hacia aquél viejo edificio nuevamente. Esta vez, decidido a entrar.

 

Tocó suaves melodías en una solitaria habitación. La más alta y la más escondida. El gran ventanal abierto de par en par dejaba entrar pequeños y suaves copos rosados; aventurandose a danzar junto a la pieza musical. La primavera estaba en su punto cúlmine y en su mente abundaba el rosado.

 

Pero las horas pasaron rápidamente y en ningún momento oyó el piano del que tanto se había enganchado. Se puso a pensar si algún día podría encontrarse nuevamente con el dueño de aquel recital.

Concluyó que era muy poco probable pero aún si la posibilidad era tan ínfima, se aferraría a ella con todo su ser.



****

Y así fue. Akaashi volvió día tras día las primeras semanas. Luego solo tres veces a la semana. Terminando por ir solo cinco veces al mes, quizás menos.

 

Los meses fueron pasando, las estaciones cambiaron. Y en invierno ya siquiera tenía el deseo de salir de su casa.

Había pasado  tanto tiempo y en todas las veces que frecuentó el lugar jamás volvió a encontrar al perfecto pianista.

 

Todas esa veces que no fue estuvo lamentandose al final. Pero luego trataba, con todas sus fuerzas, de parecer que el asunto ya no le importaba.

Incluso el sentimiento tan grande y fuerte en ese momento, se fue reduciendo a un recuerdo borroso.

 

Ni siquiera sabía si valía la pena volver otra vez allí.

 

Miró a su alrededor. Estaba sentado en su sillón tapado de pies a cabeza por el intenso frío del invierno. En medio de su reducida y oscura sala.

Hacía un tiempo su visión se había vuelto tan sumamente opaca y oscura que ni siquiera el violín podía traerle colores a su vida.

 

Aún siendo pequeñas manchas producidas en su subconsciente, en verdad los extrañaba. La oscura realidad era monótonamente aburrida y la odiaba. Pero si ni siquiera la música podría devolverle la calidez y felicidad a la vida ¿Qué cosa sí podía hacerlo?

 

Miró la pantalla de su viejo televisor, cuya luz era la única del lugar. Én el se proyectaba el recital de una orquesta, teniendo a una famosa violinista principal como protagonista de la noche.

Katica Illenyi se lucía espléndidamente sobre el escenario y parecía que ella misma resplandecía y hacía brillar el lugar.

Se preguntó qué truco tendría para verse tan feliz con el solo hecho de hacer sonar las finas cuerdas.

 

Trató de recordarse a sí mismo, cuando él mismo se sentía resplandecer cuando mezclaba acordes complicados. Y no podía. Sentía que había perdido aquellas hermosas sensaciones que tan feliz y dichoso lo hacían.

 

Pero no por eso iba a perder las esperanzas.

 

El amor por su violín, por la música, incluso por el vago recuerdo del rumor sobre personas predestinadas lo hicieron levantar del sofá. Entonces perdiendo abruptamente la cómoda calidez que había logrado, fue en busca de su violín y miró la hora.

No era tarde, pero al ser invierno era lo suficiente como para que el cielo estuviera completamente oscuro.

 

Buscó su abrigo rápidamente y salió rumbo hacia el antiguo edificio. No importaba la baja temperatura, ni que las calles se estuvieran cubriendo de nieve. Si el lugar estaba habilitado para entrar, era suficiente.

 

A estas alturas, ni siquiera él se entendía porque salió precipitadamente. ¿Estaba actuando por impulso? Si, totalmente. Pero el deseo de hacer lo que tanto amaba lo estaba sofocando.

 

Quería liberar esa frustración de una vez por todas.

 

Volver a sentir la felicidad al escuchar su propia música. Volver a mirar aquellos colores que tanta felicidad le traían a su vida. Volver a sentir aquellas sensaciones indescriptibles y que no se comparaban con nada.

 

Y de pronto recordó el recital del desconocido pianista.

 

Volver a repasar por su mente aquella pieza hizo que le invadiera una sensación de calidez abrasadora. Por fin el recuerdo borroso se aclarecía nuevamente.

 

Tocar. Quería tocar el violín como jamás había deseado en su vida. Movía las manos en un gesto nervioso mientras apuraba el paso de su caminata.

No sabía cómo, ni porqué. Pero sentía que debía agradecerle a la violinista húngara y al desconocido pianista.

 

Entonces de pronto, y por fin, el edificio se alzó ante su mirada. Era mucho más tétrico de noche, pero esas cosas en verdad no le importaban mucho. Miró la entrada y en efecto, estaba abierta. Agradecía que el clima no fuera lo suficientemente arrasador para cerrar los negocios.

 

Dejó salir un suspiro y entró, por obvias razones no había mucha gente en el lugar; por no decir nadie. Solo el personal.

 

Recorrió los largos pasillos, subiendo varias escaleras, Aquel camino que en algún momento se había convertido en rutina.

Al final, encontró la sala que siempre usaba. A pesar de no haber probado otras, esa la sentía como favorita desde el primer momento que la usó.

 

La puerta crujió levemente debido a las oxidadas bisagras, y en cuanto cruzó el umbral de la entrada, el aire frío y estancado lo golpeó duramente.

Se preguntó si alguna otra persona habría usado esta misma sala los días que estuvo ausente. Ya que era la última al final del pasillo del último piso, concluía que no era de las más visitadas.

 

Supuso que por eso sentía el ambiente abandonado.

 

Con pasos decididos se adentro a la oscura habitación y abrió las ventanas para dejar pasar el frío intenso del invierno. Si lo vieran, le dirían que había enloquecido. Pero algo dentro de él se lo ordenaba. Era extraño, completamente. Pero por primera vez en su vida hizo caso a sus instintos. Quizá si se había vuelto loco.

 

Y se sentía realmente bien.

 

Dejó la habitación a oscuras, siendo tenuemente iluminada por la luz de la luna; que en ese momento se alzaba alta y brillante en el cielo.

Los copos de nieve brillaban encantadores, abriéndose paso por la sala; al igual que el viento. A pesar de sentirlo frío sobre su rostro, la sensación era sumamente placentera.

 

Así que en medio de este elegante panorama se irguió con su noble postura. Y con el violín ya preparado, comenzó a tocar.

 

Podría haber hecho uso de toda su magnificencia. Interpretar a Monti o Paganini. Sin embargo ahí se encontraba tocando un simple acompañamiento… pero solo.

El agudo pero armonioso sonido comenzó a retumbar de forma sublime. Cerró lo ojos  y al fondo de su subconsciente se hallaba una pequeña mancha de color azul.

Sonrió satisfecho. “Así que ahí estabas”.

 

El regocijo era próspero, así que siguió tocando incansablemente. No deseaba otra cosa más que agrandar ese goce colorido.

 

Quizá era de noche, quizá era invierno. Nada de eso importaba o cambiaba el hecho de que ahora su mundo volvía a brillar intensamente.  

 

Y de pronto lo escuchó. Aquel sonido que hacía tanto tiempo había anhelado. El suave y dulce sonido de un piano comenzó a acompañar al de su violín.

En verdad ahora tocaba casi por inercia, porque podría haberlo dejado debido a la sorpresa.

 

Sin embargo ahí estaban mezclandose ambas resonancias produciendo una balada tan bella impuesta por Chopin hacía mucho tiempo atrás.

 

“Ballade No 1 in G Minor, Op 23”

 

Probablemente el recital sonaba terrible a los oídos de cualquier espectador, sin embargo él lo encontraba perfecto. Toda la vida había sido exigente con su técnica, pero ya no había en él ninguna necesidad de seguir la partitura a rajatabla. Ni siquiera la recordaba con precisión.

 

Los minutos, los mejores de su vida, fueron pasando más rápido de lo que él hubiera deseado y al cabo de un rato, la canción terminó.

 

Su respiración estaba agitada, por alguna razón. Como si su mente estuviera completamente absorta en la música y había olvidado algo tan simple y cotidiano como lo era el respirar.

Luego cayó en cuenta de lo que había sucedido.

 

El pianista desconocido que tanto admiraba había hecho un dueto con él. Directa o indirectamente.

Su cuerpo comenzó a temblar por los nervios y el frío. Ahora que su razón había vuelto se veía a sí mismo completamente estúpido.

 

“Estúpido pero feliz”

 

Entonces en ese momento se encontraba mirando la puerta expectante, debatiéndose nuevamente si salir en busca del pianista o no. Se pegó una cachetada interna. Por supuesto que debía ir, por lo menos ahora sí tendría un propósito para hablarle. No sólo la excusa de “tu música me ha hablado”.

 

Y en cuanto se decidió por fin, la puerta se estaba abriendo.

El corazón comenzó a acelerarse presuroso, sintiendo una extraña punzada en el pecho que no podría describir de ninguna forma. Porque saber que esa persona estaba en el mismo lugar, en la misma sala que él; le despertaba sentimientos que jamás en su vida había experimentado o que juraba siquiera sabía de su existencia.

 

—Así que tú eres el talentoso violinista. —Habló la voz barítona de un hombre alto, que se asomaba por la puerta. Con una sonrisa ladina en el rostro lentamente fue acercándose hacia él. Y una vez estuvo frente suyo extendió una de sus manos en forma de saludo. —Soy Kuroo Tetsurou, es un placer.

 

Ahora mismo el simple hecho de reaccionar se le estaba haciendo una tarea difícil. ¿Cómo es posible que todo su mundo haya cobrado un intenso color con solo haberlo visto? Quería contestar. Decirle su nombre. Cuánto lo admiraba. Y cuán dichosamente feliz se sentía por conocerlo.

Pero hasta con su mayor esfuerzo, dejó su violín en el estuche y extendió su mano para estrecharla con la ajena.

 

Oh bien, perfecto.

 

Se retira completamente todo lo anterior dicho.

Porque ahora el solo toque de su mano si era una sensación indescriptible. Todo su ser se ahogaba en calidez y su vista se aclaraba tanto que, a sus ojos, hasta la noche se convertía en día.

 

—Dime… —Habló nuevamente Kuroo. —¿Tú también sientes como tu mirada se va llenando de colores?

 

Lo miró con sorpresa. ¿Al final si era cierto? ¿Esos estúpidos rumores resultaron ser ciertos?

 

Calmó sus impulsos con toda la fuerza de voluntad que tenía, incluso la de reserva; y lo miró a los ojos. Resultó que eran de un hermoso color avellana, algo completamente nuevo a su repertorio de colores.

Haciendo ahínco en su personalidad, no olvidaba que no se había presentado, tomó aire para relajarse un poco y lo encaró de nuevo.

—Soy… Akaashi Keiji, es un gusto también. — Aunque no era persona que expresara su felicidad a cada rato, le dedicó una sonrisa a su, ahora, pianista favorito. —Y de hecho, Kuroo-san, debo decir que el mundo nunca me pareció tan hermoso y matizado como ahora.

 

La reacción de los dos fue la misma, esbozar una sonrisa tonta y nerviosa. Cargada de los más puros y fuertes sentimientos. Ambos tenían mucho que decirse, pero ahora las palabras sobraban. Con una sola mirada bastaba para expresarse mutuamente todo lo que hace mucho habían guardado.

 

Mirándose a los ojos como si éstos fueran una droga o el mismísimo elixir de la vida.

 

—He estado esperando por tanto… desde la primera vez que escuché tu violín. —La respiración se le detuvo abruptamente por lo descubierto. ¿Entonces ya sabía de su existencia? ¿Indirectamente sí habían cruzado su camino nuevamente? —Y han sido varias veces ¿sabes? —Dijo mientras rascaba su nuca algo nervioso. —Y hoy finalmente decidí conocerte por fin. Creo que nuestro concierto ha quedado bien. O bueno, eso me pareció. —Su risa también denotaba nerviosismo y eso por alguna razón le transmitía cierta seguridad. Porque él estaba en las misma situación.

 

—Entonces estamos en las mismas condiciones. He estado… admirandote de cierta forma desde que escuché tu interpretación de “Winter Wind”. Tu piano… realmente llegó a cautivarme y para ser sincero he vuelto a este lugar con el fin de encontrarte nuevamente. — Al final soltó todos los pensamientos que había acumulado en su interior, sintió su cuerpo temblar pero de repente las grandes y calidas manos de Kuroo sostuvieron sus hombros.

 

—Por favor dime, porque me siento tan feliz en este momento. —Expresó mirando hacia un lado. Akaashi sonrió ampliamente, como jamás lo había hecho.

 

—En realidad me estoy preguntando lo mismo. —Sus manos, algo temblorosas, se apoyaron el amplio torso del mayor y pasado un rato se hundieron en un largo abrazo que ni ellos sabían que deseaban desde hace mucho tiempo.

 

Y sentían que no podían soltarse jamás. Como si con urgencia desearan al otro y de pronto  hayan encontrado una parte de su ser que creían perdida desde tiempos remotos.

Así lo sentía Akaashi. Aquellos colores que alguna vez había experimentado vagamente dentro de su mente, ahora explotaban efusivamente ante su mirada. Tiñendo de vida todo su alrededor. Trayendole virtud a él mismo también.

 

Ese panorama pintado por el azul de la noche se quedaría grabado en corazón por siempre. Y más aún en los brazos de la persona que ya sentía como una parte de él.

 

—Akaashi. —Comenzó a hablar Kuroo en un susurro apenas audible mientras acariciaba la cabellera ajena. —¿Crees en ese rumor de las parejas destinadas? —Se separó de él un poco, lo suficiente para mirarlo a los ojos. —Porque ahora mismo siento como si todo fuera posible.

—Bueno para ser sincero, jamás he creído en nada de eso. —Dijo mientras le sostenía la mirada, esa que tanto le gustaba. —Hasta que te escuche por primera vez y… claro, ahora mismo. —Decir la verdad le avergonzaba más de lo esperado así que desvió la mirada mientras el tono carmín se adaptaba fuertemente en sus mejillas. De pronto la pequeña risa de Kuroo lo hizo estremecer. Como si ese dulce sonido lo estuviera cautivando hasta embriagarlo.

 

—Eres muy lindo, Akaashi. Más de lo que me hubiera imaginado.

 

Las palabras se quedaron trabadas en su garganta nuevamente, cada cosa que Kuroo decía lo hacía desfallecer lentamente. Era una melodía aún más hermosa que cualquier pieza de música clásica. Así que si las palabras no salían, se expresaría con acciones.

Acercó su rostro hasta milímetros del ajeno pero fue Kuroo quien al final hizo posible el contacto de sus labios.

 

Sus piernas temblaron tanto que sentía que iba a caer en cualquier momento, pero el abrazo del mayor lo sostuvo lo suficiente.

Ese momento era magia, completamente. La idea de que su persona favorita sea su persona destinada era el regalo más hermoso que jamás habría podido recibir.

 

El viento seguía soplando dentro de la habitación, congelandola en demasía. Aún así aquel pequeño sector que ambos compartían se sentía, por extremo, cálido y reconfortante.

 

Kuroo rompió el beso lenta y delicadamente y aun manteniendo contacto visual dijo.—¿Qué te parece si tocamos otra vez? —Y con una sonrisa divertida tomó el violín y la mano de Akaashi y salió, literalmente, corriendo a la sala donde se encontraba el piano.

 

Keiji solo se dejó guiar por Tetsurou y pronto el edificio se inundó de risas felices, además de música clásica.

 

Notas finales:

OS  dedicado a la hermosa Lena!!! Que hace dias cumplio años y yo de mala persona le entrego su regalo tarde, tardisimo!!!

 

En fin, a los que lean esta... cosa xD si terminan escuchando música clásica luego de leer esto, mi proposito ha sido cumplido y puedo morir en paz :')


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