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Hijo de la Luna por CieloCaido

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Notas del capitulo:

Entran en escena L y Light, los personajes están sometidos a un penoso OoC. Me disculpo por eso

Gracias por leer...

Capítulo 2: resentimiento.

 

Tenía seis años la primera vez que lo vio.

Cuando su padre lo llevó al cuartel dónde realizaba su trabajo, jamás imaginó que conocería a un niño como él. Su primera reacción fue contraer un poco la carita por aquella cosa tan rara que veían sus ojos.

–Light, te presento a L. –y dándole un empujoncito por la espalda, para hacerlo dar varios pasitos involuntarios hacía el frente, lo presentó con aquel otro niño. El niño Light frunció el entrecejo.

–Hola L –saludó sin estar seguro sobre qué hacer. El infante frente a sus ojos, ladeó la cabeza con curiosidad, sin quitarse el pulgar de los labios, de donde pudo notar más tarde, que se mordía la uña y eso le pareció asqueroso.

–Light Yagami –musitó el niño, en un tono tan suave como flojo, sin dejar de mirarlo. Una mirada tan fija y tan amplia que a Light le recordaba a los búhos con ojos amarillos que se asemejaban a los demonios y fantasmas hostigadores. No le gustó–. Mucho gusto en conocerte.

–Igualmente –dijo, pero era mentira. No le gustaba aquel niño; no le gustaba ni su pelo despeinado, ni su cara pálida, ni tampoco esos ojos tan grandes y tan negros. Era un niño raro. Además, aunque lo había saludado como la etiqueta lo requería, ni siquiera había estirado el brazo para darle la mano, tal como hacían los adultos. Contrario a eso, seguía mordiéndose la uña y seguía allí, parado frente a él, mirándolo sin pestañear, y con una pose tan desgarbada que podría decirse que le daba pereza enderezar la espalda.

–Light, te he traído al cuartel porque quiero que socialices con L –le explicó su padre en tono condescendiente, sin vislumbrar siquiera la incomodidad del más joven–. L tiene la misma edad que tú. Seguramente encontraras cosas muy divertidas que hacer con él. Además, esto es parte de un experimento. Estoy seguro que colaborarás.

Y sin darle tiempo a replicar, se fue, dejándolo sólo en aquella habitación con aquel bicho raro. No dijo nada, se limitó a mirar el cuarto en general. Era una habitación para un chico, el color, los juguetes, la cama y demás cosas, le hacían suponer que L vivía en el cuartel. Le dio envidia. A él también le hubiese gustado vivir allí, era un lugar amplio y lleno de científicos y gente sabia. Cuando fuese grande quería ser igual que su padre.

–¿Quieres jugar? –dijo al fin, con la incomodidad impregnando el tono de su voz. L se encogió de hombros, indiferente. Light suspiró, no le gustaba aquello, pero si debía hacerlo, entonces lo haría.

 

Sin perder un segundo, se colocó la capucha sobre la cabeza al tiempo en que la menuda lluvia comenzaba a caer. La lluvia que antes había sido agua inofensiva, ahora era un ácido capaz de corroer hasta sus entrañas. Cuando esta caía sobre la tierra, arruinaba los cultivos del año, los arboles, hasta las piedras. Incluso, podría destruir hasta los bloques que componían las paredes del cuartel general. De Wammys House. Sin embargo, Watari había sido muy inteligente al inventar un material lo suficientemente resistente como para soportar la corrosión de la lluvia. Y ahora todo ese material era utilizado para componer las casas del distrito de Tokyo y de muchas casas del mundo.

Era así como sobrevivían a ese infernal clima…

Light se ajustó un poco más la capucha, evitando mojarse y por ende, dañarse. Las gotas de agua hacían un repiqueo rítmico al caer al suelo, y mucho más al caer de la estructura de Wammys House. Alzó un poco la mirada, tan sólo para que sus ojos contemplasen la magnifica construcción del edificio. Sí, Watari había hecho un buen trabajo…

Se adentró al cuartel, pasando por el identificador un carnet que lo acreditaba como parte de Wammy`s House. La inmensa puerta de hierro se abrió al instante, impulsado por el reconocimiento de datos en su tarjeta. Una vez abierta la estructura, penetró el lugar, reconociendo con la mirada al par de guardias que custodiaban la entrada. Pasó de largo, sin siquiera quitarse la capucha que, una vez adentro del cuartel, de nada le serbia. Pero de todas formas se la dejó puesta, hacía un poco de frío por el aire acondicionado y el material de la capa en sí era acogedor, muy cómodo.

Caminó por los solitarios pasillos, escuchando el eco de sus pasos. Era muy tarde en la noche y era normal que no hubiese mucho movimiento a esa hora. De todas formas, siempre quedaba un grupo que vigilaba en horario nocturno. Nunca se sabía cuando podrían atacar los shinigamis. Siguió su recorrido hasta llegar a la capsula del laboratorio de entrenamiento. Allí estaban algunos integrantes del departamento de inteligencia, llevando a cabo un experimento que él mismo había autorizado.

–Buenas noches –saludó. No había muchas personas, estaba la capitana Naomi Misora. También, Kiyomi, encargada de llevar acabo la operación. Y algunos asistentes y técnicos que le ayudaban a evaluar la situación del sujeto de prueba a través de unas computadoras, supervisando constantemente el cociente, las pulsaciones, o alteraciones del individuo al que pretendía someter.

Los presentes en aquel cuarto saludaron al comandante. Era natural que él viniese a evaluar la situación y a dar su aprobación por si todo salía bien. Naomi, quien permanecía cerca de una pared de vidrio, no pudo evitar cuestionarse dónde estaría L, pues como comandante principal del cuartel, era su deber estar allí también.

–L no podrá asistir esta noche –se excusó en su nombre, Light–. Ha surgido algo de improviso y por tanto yo me encargaré de supervisar la operación. Comencemos.

El cuarto en sí era una cámara grande, donde había varías computadoras de mesas con sus respectivos asistentes. Además de ello, contaba con una pared de vidrió que daba vista hacía otra habitación, mucho más amplia y embaldosada, y también mucho más desolada en cuanto a instrumento se refería. Light Yagami se acercó hasta donde estaba Naomi Misora, cerca del vidrio, desde allí pretendían mirar la otra habitación, en la cual se llevaría acabo el experimento.

El muchacho miró la llamada cápsula de entrenamiento, no estaba tan desolada después de todo. Había algo que llamaba tremendamente la atención; había una cabina de cristal llena de agua, estaba conectada por muchos cables, y dentro estaba una persona. Permanecía  sumergida en el agua. No podía verse quién era debido al casco que utilizaba, pero era evidente que permanecía en un estado de letargo.

–Desconecten el cordón umbilical –ordenó Kiyomi, monitorizando los datos que se desplegaban en la pantalla, esperando que todo marchase como la seda. Al mismo instante en que musitó su orden, el cable más gordo que tenía la cabina fue desconectado a través del mando de la computadora.

–Cordón umbilical despejado.

–Conectando sensores, activando circuitos.

–Enterado.

–Muy bien –apoyó Kiyomi, segura de lo que hacía–. Inicien el proceso de activación.

–Abriendo cerrojos primarios. Quitando los cerrojos secundarios. Desplegando candando externos.

Un sonido tenue llenó la habitación, al tiempo en que las paredes de cristal de la cabina se desplazaban lentamente de abajo arriba, dejando salir todo el líquido que mantenía el recipiente, y por ende, despertando al individuo que permanecía dormido, como cuajado en el tiempo.

–¿Cuál es la condición del experimento?

–Ritmo cardiaco estable.

–Armónicos normales.

–No hay perturbación.

–El sujeto de prueba, está despierto.

–No despejen los receptores sensoriales de su cerebro. Debemos mantenernos en alerta –Kiyomi evaluaba la computadora de sus asistentes, y luego dirigió la mirada hasta la pared de vidrio, desde dónde podía verse como el individuo que dormía dentro de la cabina, comenzaba a moverse lentamente, dando señales de vida, y posteriormente deslizando un pie fue del cubículo y luego el otro. Parecía haberse reanimado luego de un largo tiempo de sueño–. Experimento B.B, estoy segura de que estás lo suficiente lucido como para comprender la situación –habló a través de un micrófono que se auditaba dentro de la habitación embaldosada. El individuo, aun flojo en su andar, miró el cristal, como siendo cociente de que le hablaban. Y luego de ello, varías baldosas frente a él se removieron para dejar entrar algo desde debajo de la tierra. Una especies de robots.

El experimento B.B miró a cada robot; eran tres, y se mantenían tan inertes como hace segundos lo estaba él. No se podía ver su expresión debido al casco que cubría su rostro, pero era obvio que comprendía la situación. No era la primera vez que sucedía. Después, sin expresión corporal alguna en su cuerpo, volvió a dirigir su mirada hasta la pared de vidrio, como queriendo mirar a las personas que estaban dentro. Light mantuvo su rostro rígido, aunque por dentro sentía como algo dentro de él quemaba, algo como resentimiento, como un tizón caliente que le hervía la sangre. No podía ver los ojos del experimento, aun así, podía jurar que aquel inútil lo estaba viendo a él.

–Comiencen.

Y nada más al decir eso, las maquinas adquirieron vida, y moviéndose a una velocidad impresionante, se dirigieron justo al objetivo que estaba frente suyo, y el sujeto de prueba, acostumbrado a esos campos de batallas que le habían inculcado desde siempre, no dudó en poner su pose de lucha y prepararse para el golpe.

Light sólo miró.

 

Todos los días, su padre lo llevaba al cuartel con la única intención de que socializase con L. lo dejaba solo en la habitación con aquel niño y Light seguía sin poder acostumbrarse a su presencia.

–¿Qué le gustaría hacer a Yagami hoy?

–Nada –respondió cortante, sin poder evitarlo. Seguía causándole algo así como repudio, además de fastidio y vaya que sí le fastidiaba esa cara que no demostraba nada, porque era como una hoja en blanco y el niño Light se exasperaba un poco por eso.

Sacó un video juego, de esos que son para niños pequeños, y se dispuso a jugar, ignorando a propósito al otro niño. Lejos de molestarse, L sólo se puso de cuclillas y lo observó pacíficamente. Ese era otro detalle que Light odiaba, esa forma de agacharse, de observarlo tan atentamente, casi como si lo analizara.

–A Yagami parece molestarle que lo analice.

–¡Por supuesto que me molesta!

–¿Quiere Yagami que deje de mirarlo?

–¡Sí!

–La etiqueta sugiere que para socializar o conversar, es necesario que los individuos se miren a los ojos.

–Yo no quiero socializar contigo.

–Es altamente improbable que Yagami y yo dejemos de vernos, y por ende de no tratar de entablar una conversación. El Señor Yagami ha ordenado que debemos socializar. Es parte del experimento.

Light apretó los dientes. Como detestaba esa situación. A él le gustaba ser un hijo perfecto; sacar buenas notas, tener el mejor comportamiento, obedecer a sus padres… Sin embargo, con esto último estaba empezando a tener problemas. Realmente no quería socializar con L. Ese niño era muy raro, y esa forma tan peculiar de hablar lograba sacarlo de quicio, a él, justamente a él que era el niño más tranquilo y educado de todo el distrito de Tokyo.

 Volvió a suspirar. Rebuscó entre los bolsillos de sus pantalones hasta dar con unos caramelos. El azúcar seguramente lograría calmarlo un poco. Aunque, nada más de comenzar a destapar su caramelo, pudo percibir la intensa mirada de L, que en este caso no iba dirigido a su persona, sino más bien a la envoltura de la golosina.

–¿Sería tan amable Yagami de compartir sus dulces conmigo?

–Búscate los tuyos.

–Watari me ha vetado las golosinas. Dice que como demasiadas. 

–¿Y a mí qué?

–El Señor Yagami, ha afirmado que Yagami es un niño bondadoso y educado. Así que Yagami debe hacer gala de tan buenos modales y compartir sus golosinas conmigo.

–¡No!

Y parecía que el niño con cara de búho endemoniado, no entendía de negativas, parecía que la falta de azúcar le hacía incapaz de pensar con claridad, porque allí estaba, acercándose a él con lentitud, con aquel maldito pulgar entre los labios.

–Yagami no parece entender que yo necesito dulces.

Y con tal aseveración se acercó a Light con determinación. El niño castaño, que mantenía los dulces apretado en su mano, observó el lento caminar del niño como el de una araña sobre su brazo. Casi podría decirse que estaba aterrado y antes siquiera de que ese bicho pusiera su mano sobre él, salió corriendo. Y L corrió detrás de él.

En el cuartel, los adultos observaron correr a los niños y sonrieron, porque eso era típico de los infantes y significaba que todo marchaba como la seda. En especial Watari, el científico que dio nacimiento a aquella rama de investigación. Sus ojos siguieron los movimientos de L, que se perdieron hasta el patio de afuera. Para entonces, los pasillos de Wammys House, sólo estaban repletos de gente normal y no de militares. Para entonces, los Shinigamis ni siquiera habían comenzado a atacar a la tierra.

Light salió afuera y observó agitado los arboles desnudos. No pretendía compartir sus golosinas así que debía pensar rápido. L era un chico muy precario, seguro que no lo seguía si se montaba en un árbol. Corrió entre los arboles, buscando el más alto y al encontrarlo, subió.

–¿Qué está haciendo Yagami?

–¿Qué parece? Estoy trepando el árbol –respondió fastidiado, y al llegar a una rama que él creía segura, se sentó, dejando que sus pies colgaran en el aire. Pero la gratitud le duró poco, pues L, al sentir el olor del azúcar, decidió trepar al árbol y llegar hasta él. Por los dulces era capaz de hacer cualquier cosa. Y Light, que vio las intenciones del niño, comenzó a preocuparse.

Sin embargo, L no era bueno trepando, parecía un conejo estirado, agarrándose de los extremos del árbol. Pero no desistió. Continuó una y otra vez hasta que los dedos de las manos se le desollaron por tanta insistencia. Al final, consiguió subir, se sacó a manotazos las hojas del cabello y comenzó a gatear sobre la rama en la que Light permanecía sentado.

–¡No, aléjate! –gritó, y en su fuero interno no sé percató que un chasquido, excesivamente parecido al de una detonación, dio la señal de que la rama se había partido. Y Light se precipito al suelo. Para su fortuna, o desgracia, la gravedad no pudo atraerlo hasta la tierra ya que L, con sus reflejos, había logrado atrapar una de las manos del niño. Y aunque sus ojos seguían tan vacíos como siempre, Light pudo apreciar un atisbo de miedo.

Quedaron así; uno sujetándolo con la mano y el otro suspendido en el aire.

Light podía sentir, a través de su piel, como los dedos desollados de L lo sostenían con firmeza, como si soltarlo fuera algo impensable. Y diciendo verdades, Light tenía miedo de caer y fracturarse algún hueso. Casi se le llenaron los ojos de lágrimas por el terror que sentía en aquel instante. Permanecieron así largo rato, no sabía si habían pasado minutos u horas, pero supuso esto ultimo cuando su padre y Watari los encontraron, con rostros que detonaban mucha preocupación por la larga ausencia de los infantes.

–Lo siento. Fue mi culpa –admitió, con el orgullo de niño herido. Porque además de llevar la culpa, también llevaba remordimientos por haber sido tan egoísta con L, que al fin y al cabo no era un bichito tan raro. Le había salvado.

–Aceptaré las disculpas de Yagami, si él comparte conmigo sus caramelos –el niño seguía observándolo con aquellos ojos tan negros y tan grandes, y seguía con el pulgar en la boca, pero a Light ya ni pareció inquietarle aquello. Se sonrojó un poco por la penosa situación que habían atravesado, y extendió su mano, ofreciéndole los dulces–. Muchas gracias, Yagami.

–Light –dijo, con pena y determinación–. Llámame Light.

 

 

–Es increíble –dijo uno de los técnicos, tecleando con rapidez y monitorizando las pulsaciones del sujeto de prueba–. Ha conseguido desactivar a los dos robots.

–¿Cómo están sus signos? ¿Algún síntoma de recaída? –inquirió Kiyomi.

–El ritmo cardíaco, continua sin alterarse más que por los movimientos que hace –respondió.

–Los impulsos nerviosos están en un 85% normal.

–Los receptores sensoriales se mantienen en alerta, nada ha recaído todavía.

–Perfecto –la mujer sonrió con autosuficiencia, podría ser que en esta ocasión todo terminara bien.

Naomi le miró de soslayo, contemplando la sonrisa complaciente de Kiyomi. Suponía que le enorgullecía que la prueba estuviese resultando un éxito. Después de todo, siempre que ponían al experimento B.B bajo alguna presión, terminaba cediendo al cansancio impuesto por el entrenamiento. Lo cual era raro, pues con tan sólo estar en movimiento un cuarto de hora, se desmayaba o enloquecía. Una de dos. Lo cierto era que resultaba muy difícil manejarlo, siempre estaba sujeto a variables. Aunque no podía negar que el individuo era un excelente luchador.

Desde que había ingresado, hace unos tres años, aquel individuo ya formaba parte de los experimentos. No sabía quién podía ser. No sabía ni siquiera si era un ser humano realmente. Todo parecía indicar que no, que era solo una forma de vida sintética, un muñeco que Light se negaba a soltar por quién sabe qué razón. Y por aquella desconocida razón, el experimento B.B permanecía sedado la mayor parte del tiempo. Tenía entendido que aunque tenía una gran fuerza, no tenía mucha resistencia física. Sus signos vitales recaían sin aviso y colapsaba. Pero hoy había resistido más de lo esperado, había acabado con dos de los robots y ahora acababa con el tercero.

Naomi dirigió su mirada hasta la habitación embaldosada justo en el momento en que el sujeto de prueba arrancaba con las manos los cables que componían al robot. Cables gruesos y llenos de aceite. La respiración parecía agitársele, o quizás estaba demasiado cansado, sea como fuese, el experimento B.B se quedó inmóvil, mirando el cadáver del robot, manteniendo en sus manos los restos de cables que chorreaban aceite y que manchaban el suelo, y más que aceite, parecía sangre lo que caía a chorros. A lo mejor era que la sangre del experimento B.B se mezclaba con el otro líquido. Porque sí, era sangre la que manaba de sus manos, desolladas por el esfuerzo de la lucha. Incluso su uniforme, hecho con un elástico especial, estaba rasguñado y de los rasguños brotaba un denso carmín.

Debería ser humano…” pensó Naomi, contrariada en sentir afecto por algo que sólo estaba destinado a luchar. Un títere que utilizaban para probar cuan grandes avances científicos estaban haciendo, pues aquellos robots no eran simples maquinas, eran una replica de los shinigamis, construidos a su imagen y semejanza. Lo hacían así para comparar su fuerza y poder realizar un riguroso entrenamiento a los nuevos soldados que recluían, preparándolos para la lucha que les esperaba. Aunque en más de una ocasión, Light quiso utilizar al experimento B.B como saco de boxeo con los nuevos reclutas, cosa que no llegó muy lejos al tener un estado tan inestable en su cuerpo.

–El experimento ha concluido exitosamente. Estado del sujeto: sin inestabilidad en su psique o su organismo. Sistema nervioso en orden.

En el laboratorio todos parecían felices de haber terminado. Hacer pruebas resultaba un poco tenso, en especial si se trataba de aquello. Sin embargo, Naomi observó que Light no parecía nada feliz, ni triste. No dejaba de mirar al sujeto de prueba, quién yacía en la misma posición, ¿Por qué lo miraba con aquella acidez? Y tan sumida estaba en sus cavilaciones que le tomó por sorpresa las alarmas que se encendieron.

Miró a todas las pantallas que se desplegaban en el aire. Parpadeaban una y otra vez en rojo, como esas ambulancias que suenan incesantemente ante un herido. Miró al experimento B.B, trataba de quitarse el casco. Naomi sabía que aquel casco no era del todo normal. Aquel objeto contribuía a leer los signos vitales de su organismo, además de resetear su cuerpo en caso de que se saliese de control, justo como ahora.

–¡¿Qué está pasando?!

–¡No tenemos lectura de sus circuitos!

–¡Ha rompido los cables de atadura!

–¡Aborden la misión! ¡Ahora!

Y así lo hicieron, sin embargo, sabían que esto tardaría un poco. No era como apretar el botón de off para apagar una computadora, aun después de desconectar los datos, el sujeto de prueba seguía en movimiento y previendo lo que habían hecho, y sin éxito en quitarse el casco, optó por romperlo. Con la misma fuerza con que venció a los robots, se lanzó hacía la pared, estampando sus puños contra el grueso cristal que dividía la capsula de entrenamiento. Uno y luego otro, con una fuerza tan increíble que estaba logrando fragmentar el cristal y al sentir la ruptura, comenzó a dar cabezazos contra el vidrio, rompiéndolo aun más y de pasó rompiéndose a sí mismo, dañándose al tratar de quitarse el casco que lo volvía un muñeco de trapo.

Detrás de la pared de vidrio, justo donde el experimento B.B daba cabezazos enloquecido, estaba Light, sin inmutarse por el repentino descontrol de aquel muñeco, sin importarle siquiera que en cualquier momento el cristal podría ceder a los golpes y terminar rompiéndose en pequeñas esquirlas que lo dañarían. Sin embargo, antes de lograr su cometido, el experimento B.B cayó laxo al suelo, como si se le hubiesen acabado las baterías, cosa que no estaba lejos de la realidad pues los técnicos ya habían bloqueado sus receptores.

–Restaurando sensores externos.

–Transmitiendo lectura de circuitos.

–Magnitud del daño desconocida.

–Llévenlo a refrigeración –dijo Light, sin decepcionarse siquiera por el fallido experimento. Y sin mirar a nadie particular se fue de la capsula, dirigiéndose a otro laboratorio, dónde se desarrollaba una prueba aun más importante para él.

 

 

Habían pasado dos años desde que conociera a L, y ambos se habían convertido en personas muy cercanas. Light no consideraba que eran mejores amigos, pero sí se tenían cariño. Lo que antes le daba repudio, eso de andar socializando con aquel bichito raro, ahora era algo que hacía por gusto, por competencia, por orgullo. L era muy inteligente, y Light también lo era, por eso sus intelectos eran puestos a prueba en cada ocasión que se veían. No dudaban en retarse, ya sea a un juego de tenis, una partida de ajedrez, o combate en esgrimas. Eran muy buenos compitiendo, y la mayor parte de tiempo quedaban empatados. Y a pesar de sus escasos ocho años, los adultos reconocían en ellos un genio superior en comparación con el de una persona común.

Ese día, Light practicaba en su casa. L había estado aprendiendo un tipo de arte llamado capoeria, y él no se quedaría atrás. Debía igualarlo, incluso, superarlo. Era en eso en lo que se basaba su amistad.

–¿Nos vamos, Light? –preguntó su madre, sonriéndole amable desde la puerta de su cuarto. Light asintió con determinación. Se enjuagó un poco la cara y luego buscó su mochila, donde metió varias golosinas por si a L se le ocurría ponerse berrinchudo. Sin azúcar L no era L. Y hasta el osito de peluche con el que dormía sabía eso.

–Estoy listo.

Emprendieron la marcha hasta el cuartel. Su padre ya no lo llevaba a diario, pero Light insistía en ir. Era el único lugar en dónde estaba su amigo, pues aparte de parecer un bichito raro, L era un bichito raro, sumando a sus excentricidades ese hábito de no querer salir al mundo exterior. Aunque eso lo entendía…

Hacía un año atrás empezaron a pasar cosas raras. La lluvia había dejado de ser algo con que bañarse, se había vuelto peligrosa, su contacto con la piel humana quemaba. Los científicos del cuartel estudiaban este fenómeno, buscando una solución. Muchos arboles y animales murieron, sin contar con que la lluvia corroía los bloques de las casas y estás caían. Vivir así se había vuelto algo muy peligroso. Además de eso… unos seres extraños comenzaron a bajar. Light se estremeció al recordar la imagen que pasaban por la tv. Eran bichos feos, extraños, algunos esqueléticos, otros monstruosos y gigantes. Eran muy peligrosos, mataban a la gente y destruían lo que tocaban. Las personas le dieron el nombre de shinigamis, dioses de la muerte, aunque al pequeño Light no terminaba de convérsele, pues si fuesen dioses de la muerte debían de cargar con sus guadañas.

Sea como fuese la cosa en su raíz, la población estaba tensa. Todos los estaban. No sabían en que iba a terminar esto, o cómo detenerlo. Muchos hablaban de que era el fin del mundo. Light, aun con sus ocho años recién cumplidos, dudó acerca de eso.

No le gustaba eso de que el mundo se acabase.

–Tengo que hacer algunas compras. Iré a buscar los víveres y cuando acabe, te vengo a buscar, ¿Está bien? –negoció su mamá. El pequeño frunció el entrecejo. Le estaban dando muy poco tiempo–. Vale, de acuerdo. Compró los víveres, paso a ver a una amiga, y luego te busco.

Era un trato más conveniente. Light asintió y se fue corriendo rumbo a las escaleras. El cuartel era grandísimo, y el cuarto de L estaba muy lejos. Llegó al tiempo en que su amigo abría la envoltura de una paleta.

–Pensé que Light no vendría hoy.

–Conseguí que mamá me trajera. Tenemos tiempo. ¿Qué quieres hacer?

–Me gustaría concentrarme y comer la mayor cantidad de dulces posibles.

–¡Eso no! –contradijo, no le parecía nada divertido tener que competir por ver quien comía más. Era obvio que allí ganaría L–. ¿Qué tal un partido de ajedrez?

–Light, quiere perder. Sabe que en ajedrez no puede comparárseme.

–Eso ya lo veremos.

Buscaron el tablero y se sentaron en la mesita a jugar. Cada uno movía sus piezas con precaución, intentando adivinar cual seria el movimiento del otro. Sin embargo, a mitad de jornada, Light se percató de que su compañero no se sentía bien. Lo pudo ver en la palidez de su cara, aun más acentuada que de costumbre. Lo notó en la forma como su cuerpo se iba de lado en ocasiones, como si no pudiese mantener el equilibrio. Y aun más lo advirtió cuando vio la bandeja de dulces desolada. No es como si fuese novedad, L era un glotón y no escatimaba en azúcar, pero aquel día fue extraño. Comía los dulces como si en vez de azúcar fueran pastillas para aliviar el dolor.

–¿Te sientes bien? –L meditó un rato, al final asintió sin despejar sus ojos de la pieza de ajedrez–. ¿Seguro? Pareces… un poco ido…

–Agradezco la preocupación de Light. Y por eso me gustaría pedirle una pausa en el juego. Debo ir al baño.

Sin esperar respuesta del otro chico, estiró los pies hasta tocar el suelo y se fue al baño. Light esperó pacientemente, mordisqueando distraídamente una barrita de cereal que había traído. Pasaron cinco minutos, luego diez, y así hasta que pasó media hora, ¿Qué rayos estaba haciendo L en el baño? Tal vez estaba haciendo el numero dos, pero como era tan glotón seguro que se había quedado tupido, y ahora sufría en el baño. Light rió por lo bajo ante su pensamiento infantil y malvado.  Aunque no siguió pensando lo mismo luego de que pasó una hora. Se preocupó mucho. Tal vez algo malo le había pasado a su amigo.

–¿L…?–llamó, tocando la puerta del baño. No hubo respuesta–. L, responde. Sé que estás aquí. Se acaba el tiempo y mi mami vendrá a buscarme, ¡Y no hemos terminado de jugar!

Siguió insistiendo, sin embargo, el silencio era lo único que le respondía. Tomó valor y se decidió a abrir la puerta sin importarle lo que pudiera haber detrás de ella. Al abrirla y entrar, quedó estupefacto; L estaba tirado en el suelo cual muñeco de trapo, su cuerpo permanecía boca abajo y debajo de él, un charco de sangre se desplegaba como una cayena recién florecida. Tanta fue la impresión que quedó estático en la puerta, congelado en su propio miedo.

–¡L...! ¡L, ¿Qué te pasó?! ¡L...! –cuando finalmente sus piernas se movieron y llegaron corriendo hasta su amigo, le dio la vuelta, pensando que la sangre se debía a algún tipo de herida visible. Pero no. La sangre no venía del agujero de una bala como había temido, ni tampoco a ningún tipo de herida física. Contrario a eso, la sangre manaba de lugares que no parecían para nada dañados; de los orificios de la nariz, de las orejas, de la boca. Y era tanta sangre… ¿Tenía algo dañado por dentro?

–Wa…ta…ri… –el niño, entre dolorosos jadeos y sin dejar de sangrar, pronunció el nombre de a quién él consideraba su progenitor.

Light no sabía qué hacer. Nunca en su vida había visto tanta sangre junta, incluso las manos se le mancharon de ese denso carmín al tocar a su amigo. Temblaba, y tenía tanto miedo. El corazón, todo sofocado por la adrenalina, palpitaba tan fuerte como el dolor que ahora sentía en las sienes. Era un niño inteligente, con un intelecto muy superior al de una persona común, aun así, seguía siendo un niño y la situación se le escapaba de las manos.

–L…–susurró dolido, asustado, con el corazón apretado. Su amigo sufría y él no sabía qué hacer para calmar su suplicio. Y como todo niño que se encuentra ante una escena casi traumática, los ojos se le llenaron de agua y las lágrimas se escaparon al tiempo en que gritaba el nombre de Watari, pidiendo ayuda antes de que L muriese en sus brazos…

 

Sin prisa, aunque sintiéndola plenamente –como hormigueándole en los talones del pie-, Light se dirigió al invernadero. Eran muy pocos los agentes que conocían ese lugar. Estaba reservado sólo para personal autorizado, entre ellos Kiyomi y Mikami, y suponía que este último era el que estaba llevando acabo la prueba, ya que Kiyomi se había encargado del anterior experimento. Era mejor así, confiaba más en Mikami, además de ser él el que llevara acabo todos los procesos biológicos. Era un reconocido científico que ante su propia insistencia, sumado a la admiración que sentía por él, no dudaba mucho de ensuciarse las manos.

Ya había pasado más de media hora, así que la prueba en sí debía estar a punto de finalizar. No le gustaba hacer estas cosas sin que él mismo no estuviera presente. No confiaba en nadie, y por eso mismo prefería estar presente cuando todo sucediera.  Sin embargo, el experimento con Kiyomi había coincidido el mismo día. Y dado a que L no podía estar presente, entonces él tenía que dar la cara por los dos.

Dejó salir un suspiro, no sabía bien si de alivio o de agonía, sea como fuese, entró a la base del invernadero que no era otra cosa que un cuarto gigantesco, embaldosado y con olor a medicina. Contrario al otro laboratorio, este contaba con maquinaria más extensa y mucho más eficiente, tampoco había tantos agentes, apenas estaban presentes dos personas; Mikami y su asistente. Y el silencio allí era mucho más sepulcral que un cementerio. Caminó con quietud, sin siquiera anunciarse, dirigiéndose justo donde estaba Mikami.

–Buenas noches, Light –saludó el hombre, mirándole de soslayo y luego mirando frente de sí. El experimento casi concluía, aunque más que un experimento se trataba más bien de un tratamiento médico.  Uno muy extraño y poco visto, en sentido moral y religioso, ante la sociedad.

Light no devolvió el saludo. Taciturno como iba, sumido en sus propias cavilaciones, miraba seriamente la cabina. Una cabina como un tubito de ensayo gigante, redondeado y hecho de vidrio, tan transparente como las lágrimas de una doncella. Y dentro de él, se reflejaba la presencia de otro ser. Un muchacho desnudo con una mascara de oxígeno parecía flotar levemente mientras el líquido medio amarillento, que llenaba toda la cabina, empapaba la piel y el cabello del joven. Un cabello negro y tupido, tan desorganizado como lo era su dueño con las golosinas, ondeaba suavemente producto del agua que lo cubría.

–La succión ha concluido exitosamente –musitó Mikami–. Pero, aunque haya marchado todo bien hasta ahora, no hay que olvidar que es una medida temporal. Con total probabilidad, habrá una recaída en su organismo.

–¿Qué se hará en ese caso?  

Mikami guardó silencio un momento, dirigiéndose su vista a la cabina continua de donde estaba L. Allí, igual que la otra cabina, también se encontraba un muchacho, sólo que era más bajo y su cabello blanco ondulaba en el agua, y era tan pálido que podía pasar por un espectro. Resaltaba como un punto en una hoja blanca en aquel silencioso laboratorio. Ambas cabinas estaban conectadas por medio de cables y otros implementos, casi parecía que estuviera jugando a destilar licor, aunque en vez de destilar algo, estaba destilando a un muchacho… Sonrió.

–Podemos intentar una transfusión de células madres de la sangre periférica. En una persona común sería, si bien, un tratamiento doloroso. Pero en este caso, será algo más que doloroso, será un tratamiento agresivo para el donante debido a las variables en las que estamos sujetos por su condición.

–¿Funcionará?

–Como todo lo que hemos hecho hasta ahora, se trata sólo de una medida temporal. Un atajo que nos da más tiempo mientras buscamos un tratamiento más afectivo.

Light asintió, sin quitar la vista de la cabina dónde L permanecía dormido, con la máscara de oxígeno ayudándole a respirar dentro de esa infusión de medicamentos.

–Hazlo. –dijo con seguridad.

El tiempo del tratamiento acabó, y la infusión medio amarillenta por todos los medicamentos y demás elementos, comenzó a descender, bajando por una pequeña alcantarilla ubicado en la esquina de la cabina. Y mientras lo hacía, L dejó de flotar en el agua y aterrizó suavemente los pies sobre el piso, quedando de pie. Todo su cuerpo estaba empapado y el cabello húmedo y negro caía lacio sobre sus hombros. La máscara de oxígeno seguía haciendo ese sonido extraño que a Light le inquietaba, y L la retiró con suavidad de su rostro. Ya se había despertado. Light sintió un pequeño estremecimiento en cuanto vio aquellos ojos negros posarse sobre los suyos.

La cabina se abrió con un sonido tenue y L salió de ella. Caminó encorvado como solía hacerlo, con esa pose tan desgarbada que no parecía que hubiese salido de un tratamiento medico. El castaño le extendió una toalla y mientras se secaba, él buscó una capa con la cual cubrir su desnudez. Hacía un frio espantoso y no deseaba que L enfermara de nuevo.

–El experimento B.B –dijo con parquedad, cubriéndose apenas.

–El proceso de activación falló –informó Light, con resentimiento. L asintió.

Entonces, mientras el silencio les llenaba la garganta, la otra cabina se abrió y de ella salió un jovencito que si no fuese por la falta de color en su cabello, no destacaría tanto como siempre, siempre lo hacía. Light frunció el ceño porque lo odiaba, a él y toda su inmaculada blancura.

–Near –habló Mikami–. ¿Cómo te sientes?

–No siento ningún tipo de anomalía –respondió sin siquiera mirarlo. Ocupado como estaba enrollando un mechón de cabello húmedo en sus dedos, se dedicó a estar allí sin estar, a gotear agua que mojaba el piso. En su caso, nadie fue a pasarle una toalla o una capa para cubrir su desnudez, y el frío le puso la piel de gallina.

Antes siquiera de que L cruzara palabra con aquel ser, Light decidió que era hora de irse. No solo para evitar un posible contacto entre ambos, sino también porque de verdad, realmente, deseaba salir de ese invernadero cuanto antes, pues aunque representase en cierto punto una salvación, también era una agonía, le provocaban bajones emocionales que no admitiría nunca, porque en cada sesión la esperanza se le diluía un poquito, como la sal en agua. Y caminando en silencio por los extensos pasillos, llegaron hasta el cuarto indicado. Nada allí podía privarles de hablar como se les viniera en gana, y en eso estaba sumado aquel mítico lenguaje en el que se comunicaban ellos dos, que no era tan diferente de lo normal. Sólo era que no querían, ninguno, que los demás presenciaran aquellas mínimas muestras de amor que se tenían para ellos, en especial cuando pasaban por un tratamiento como aquel…

El castaño, acostumbrado a la soledad de aquel cuarto, fue a la nevera y extrajo un pastel de fresa. Rebanó un trozo grande y fue con él hasta L, también llevó una tetera y le sirvió una taza de café. Todo lo hizo en silencio y con ternura. Era en esos pequeños detalles en los que él depositaba el afecto que sentía por su compañero. Además, desde que Watari murió, -y su propio padre también-, él se dedicó a hacer todas esas pequeñas cosas en la vida de L, haciéndose mutua compañía.

–Light ha tenido muchas atenciones conmigo hoy, se ha portado como una buena esposa. 

–Cállate

–¿Deseas algo en especial?

–Sólo cómete el maldito pastel.

–Light está más amargado de lo habitual. –el castaño frunció el ceño, sentado a su lado como estaba, se cruzó de brazos–. No hay porqué tener miedo. No voy a morir hoy.

Las últimas palabras bastaron para que el nudo se prensara en su garganta. Light no dijo nada, sus labios se mantuvieron en una línea recta al tiempo en que su flequillo cubría sus ojos. Odiaba que L pudiera leerlo y ver a través de sus acciones. Era asfixiante porque sentía que no podía ocultarle nada. De todas formas, fue doloroso escucharle decir eso, porque Light no quería que muriera ni hoy ni nunca. Se mantuvo rígido en su puesto, con los brazos cruzados hasta que los labios de L, siempre dulces, se acercaron a los suyos y le ayudaron a desatar aquella corbata de angustia. Y dejándose caer a lo largo del sofá, con L encima de su cuerpo, se dejó besar. No era un beso tierno ni suave, se trataba de un beso exigente, una boca que buscaba la suya con embeleso, una lengua que se hundía en su cavidad y reclamaba su entrega con la demanda propia de un amante de años.

Y mientras L le quitaba la camisa y los pantalones, Light no dejaba de pensar en que todo eso que ellos hacían; eso de acostarse uno arriba del otro, de empujar sus caderas para buscar más contacto, o de reclamar sus labios mientras el vaivén aumentaba, no sólo era amor, sino que era más bien un pequeño bote. Algo que les daba aunque sea un poquito de descanso en medio de toda esa porquería. Y por eso, en el fondo, la situación le parecía amarga y triste.

Y L lo sabía.

 

 

 


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