Sinbad muestra su maravillosa sonrisa al mundo, esa que brilla y atrae a cuando ser se le cruza en el camino. Cientos de jovencitas infartadas y muchachos enamorados nada más porque si. A excepción de uno, su profesor que va saliendo de la dirección. Algo en ese sujeto le irrita, con el no puede evitar ser insolente a pesar de tener tan solo catorce años. Se para frente a él impidiendo que continue con su andar por el mero hecho de ser notado. El mayor frunce el ceño y se detiene.
-¿Se te olvidó como caminar?-con tono hostil.
-No. ¿Y tú necesitas ayuda? Ya no eres tan joven después de todo.
El pelirojo sonrió de lado, altanero.
-En doce años estarás igual que yo. Ya veremos si te puedes levantar de la cama. Eso suponiendo que a tu estúpido cerebro no se le olvide ordenar que respires durante la noche.
-Para que te lo sepas, soy muy inteligente.
-Oh y para que lo hagas tu, reprobaste el último examen.
-Ungh...
El de ojos escarlata le evadió con sencillez grotesca y continuó su recorrido. Unas cuantas frases y le ha humillado. Lo admita o no, tiene que ser un don.
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...
Durante clases.
Sinbad mira el pizarrón detenidamente, esbozando una sonrisa al contemplar su obra de arte. Una chica ligera de ropa. Le tomó su tiempo y mucha dedicación aprender a dibujar pero si eso ayuda a que Kouen pierda la cabeza valdrá la pena. Este escribió una elaborada, muy elaborada fórmula matemática. Llegado a cierto punto le hizo falta espacio, ya solo queda el del garabato. El corazón de su alumno palpita ansioso hasta que el mayor pasa el borrador sin pena ni gloria y prosigue. ¿Acaso se tomó la molestia de mirar? El profesor viró levemente su rostro para obsequiar una sonrisa burlona que solo pudo apreciar él.
«-¡Lo hizo a propósito!»
Le ha derrotado nuevamente sin un mínimo esfuerzo.
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...
Durante el almuerzo.
Sinbad se dirige a la azotea para tomar su almuerzo, que dicho sea de paso tuvo que comprar porque se quedó dormido, salió corriendo y no cogió el preparado por Ezra.
-Ah~ al menos aquí tengo privacidad.
Abrió la bolsa y sacó un sandwich de pechuga de pollo, jugo de naranja y una manzana. Iba por el fruto cuando la puerta se abrió de golpe, dejando ver al dolor de sus múltiples dolores de cabeza. Este como de costumbre le ignoró y pasó de largo a la barandilla, prendió su cigarro y se dispuso a fumar. El menor hizo una mueca que denota disgusto.
-Me molesta el humo.
Pero Kouen siguió en lo suyo.
«-¡Es todo! ¡Ya no lo soporto!»
Se puso en pie con actitud amenazante.
-¡¿Qué rayos pasa contigo?! ¡Se supone que los profesores son los encargados de llevar a la juventud por el buen camino!
-¿Qué eres un crío?
-¡Técnicamente si!
-No me agradas, punto.
-Ni tu a mi.
-No me interesa.
-Ah si pues...mmm, ¿qué te hice? Yo si tengo razones para odiarte, desde el primer día me trataste mal.
-Pues no fui yo el idiota que contó la historia de su vida cuando le pedí presentarte.
-Ah eso fué porque...
-Tienes el ego hasta el cielo y no existe gente que deteste más.
-No eres distinto. Eres más vanidoso que yo. Para nadie es secreto que cuidas enfermizamente de tu barba. O que estas pendiente de las tendencias de la moda.
-¿Y? El que lo sea no implica que tenga que soportarte. Eres un mocoso y como tal has de respetar a tus mayores.
-¡Tchi! No tienes idea de lo mucho que me desquicias.
El pelirojo se viró prestando más atención al cigarrillo. La sangre en Sinbad hizo ebullición y se abalanzó en su contra. Kouen le cogió de la muñeca advertido por su intuición.
-Entiendes que agredir a un profesor es motivo suficiente para que te expulsen, ¿cierto?
-Nunca tuve las mejores calificaciones. Alguien debe ponerte en tu lugar.
El de orbes cereza sonrió, en un rápido movimiento le tumbó, provocando que se golpeara la espalda y cabeza bruscamente.
-¡Aaah!-se quejó aquel.
El otro se situó sobre su abdomen y cogió del cuello con ahínco, como si quisiese arrancarle la vida. Acercó tanto el rostro al ajeno que Sinbad podía sentir su cálido aliento sobre los labios.
«-Demonios. No sé porque pero no me incómoda.»
Es más, puede jurar que le agrada. Pero primero se traga un cuchillo a admitirlo.
-Estas a mil años de llegar a mi nivel, mo-co-so.
El hombre se levantó dejando a un muy confundido muchacho que siente palpitar la muñeca que cogieran con tan nula falta de tacto. La llevó a sus labios y se sonrojó.
-Maldición...
Acaba de darse cuenta que esa obsesión por su profesor es amor.