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Centinela por Mascayeta

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- ¿Qué soy? – preguntó un pequeño ojiazul a la mujer que le acompañaba. Ella lo cargo acariciando su cara.

- Eres lo único puro que tengo – dándole un beso en la frente le tomo la mano y comenzaron a caminar. No estaba completamente satisfecho con lo que le había dicho, no veía otros seres como él a su alrededor, así que algo estaba mal con él.

- ¿Por qué no hay más como yo? – la mujer se detuvo. Mirándolo desde su altura, hablo distante.

- ¿Quieres visitar la Atlántida? Conocerás a los descendientes de tu medio hermano. – Se sorprendió, tenía más familia y podría ir a verla. Con una gran sonrisa acepto – Solo tienes que prometerme no decirle a tu padre, ya que tu hermano no es su hijo. – Nuevamente asintió con la cabeza. Nadie de la casa del Dragón se enteraría de su viaje.

Los días que pasaron en el continente perdido fueron bastante agradables, pudo compartir con otros de su edad, escuchar cuentos de sus raíces y aprender sobre magia y las artes ocultas para quienes se llamaban humanos.

Los no-muertos al igual que los vampiros se inclinaban ante él, no entendía del poder que hablaban, para él todo aquello era un gran juego donde su papel era de Rey y ellos los súbditos. Cuando conoció a su hermano se asustó ocultándose cada vez que aparecía, no había visto jamás a alguien con tanta fuerza y atracción, para los demás se volvía irresistible no caer bajo su presencia. Una noche le pareció escuchar la voz de su padre, se había demorado en encontrarlos. Se escabullo hasta la recamara de su madre.

En ese instante comprendió de quien procedía, vio a la mujer en todo su esplendor, la gran Lilith una de las primeras criaturas de la oscuridad.

Pasaron cuatro horas en las que escucho risas, gritos, silencios y nuevamente la voz alterada de alguno de los presentes, solo se hizo una pausa para entrar la comida. Esa parte era algo que necesitaba saber, sus funciones, porque aparentemente, la antigua persona encargada hacía más de un oficio. Tantos años en la Tierra le habían permitido obtener una vasta educación, varios títulos universitarios, e infinidad de experiencia en distintos campos, y si algo estaba seguro, es que a la edad que poseía para ellos, no iba a terminar como la secretaria contable de tres varones completamente desordenados.

Cuando salieron la mujer se acercó dándole las gracias por todo el trabajo realizado, aunque él acepto que gran parte lo había hecho su antecesora, igual fue alabado por las correcciones y nuevos apuntes. Aiwaka Eri le propuso conversar lo relacionado con el documento, ya que los otros, aunque eran excelentes creativos, de números no entendían nada. Se sonrojo frente al halago, estaba poco acostumbrado a ellos, y fijo la cita para dentro de quince días, con el objeto de poder presentar el plan de acción con las recomendaciones que había pedido. Dándole un beso que dejo la marca roja de labial, se marchó con el castaño, que solo le regalo una sonrisa.

A partir de ese instante, se convirtió en un miembro más de Mascarade S.A., fijo nuevas condiciones en su contrato, dejando claro que no sería una simple asistente. Yasuda que era quien daba la última palabra, accedió, sobre todo porque la mujer había quedado fascinada con su administrador y no se arriesgaría. Odiaba a quienes mezclaban los intereses personales con los laborales, pero Aiwaka Eri, tenía el poder para echar abajo el proyecto, por algo era heredera de la famosa productora. Firmados los papeles de la contratación, se despidió. Era momento de ir a celebrar con Tori y Yoshino. Esa noche echaría la casa por la ventana.

En su auto Kirishima lo vio marcharse, lo siguió tratando de detallar al nuevo miembro de la empresa, nunca olvidaría esos ojos, estaba completamente seguro de que su "visitante nocturno" era el peliazul. Por ahora solo se limitaría a observarlo, desde ese día pasarían mucho tiempo juntos...

...Con lo que no conto Zen fue que, al día siguiente, Yokozawa tendría organizado el plan de acción pedido por Eri de acuerdo a las necesidades de la animación en la que participarían. Mostro a los socios como apoyaría cada uno de los departamentos de acuerdo al proceso de preproducción, producción y postproducción, encargándose personalmente del mercadeo con el departamento de ventas de la compañía Aiwaka. Fue así como comenzó a trabajar con Ijuuin, quedando relegado a pequeñas charlas informativas de lo que se necesitaba para la publicidad.

- ¡Idiota! – grito Yokozawa a un deprimido Kyou que no había podido contratar al dibujante que lo traía loco. - ¿Quieres avanzar con esto o solamente distraerte? Mañana traeré a Chiaki, él te ayudara con el boceto del story board que le debo presentar a Eri.

- ¡No! Yo quiero a Misaki, si no está conmigo no voy a trabajar – el administrador se llevó la mano a la sien, esto era desesperante. Pero no podía darle gusto al ojimorado, así que con una gran sonrisa se acercó a su oído y musito un mantra.

- ¿Qué... quién eres tú? – Ijuuin se alejó inmediatamente, su cara palideció por completo. La reacción le extraño, pero aún más que el hombre le cuestionara en el antiguo arameo.

- No te entiendo, ¿estás bien? Solo te dije que, si lo entregabas, iba a tratar que Aiwaka lo trajera, sé que son amigos.

Kyou sonrió, tal vez se había equivocado. Pero la promesa del administrador lo lleno de regocijo, se sentó haciendo lo básico de la historia, al día siguiente terminarían todo con Yoshino, era muy bueno dibujando y tenían cierto feeling que les permitía prácticamente hacer los dibujos de tal forma que parecían elaborados por una sola persona.

Saliendo de la oficina del diagramador, Takafumi comprendió que debía averiguar más de sus compañeros, no era normal que alguien manejara tan bien una lengua muerta y peor que conociera la suya propia, tendría que ser más cuidadoso de ahora en adelante. Si su madre supiera que estaba en peligro no tardaría en aparecer y decirle que empacara todo para nuevamente huir.

Volvió a su puesto y encendió su portátil viendo la imagen de fondo, en esta ocasión no tenía la mínima intención de complacerla, por lo menos no por el momento. Antes debía conseguir algo que le había llamado la atención, y que había despertado su verdadero deseo después de tantos siglos: Kirishima Zen.


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