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LAS PERLAS DE LOS WAYNE por Mariposa23

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Notas del fanfic:

23-Advertencia: ligero AU, sobre lo o q pudo a ver pasado, en las supuestas “4 horas” en las q Bruce Wayne, estuvo solo junto a los cadáveres de sus padres, esperando a la policía.
Mariposa: Una hora, por cada subtitulo.

1 hora-Lagrimas y perlas

Fue un momento.
Su cuerpo se precipito, quiso impedirlo ¿el qué?.
No estaba seguro, pero era malo. La mano enguantada de su madre, lo sujeto por el hombro.
Su padre se adelantó a él. Y entonces…
Entonces.
Un frio impacto, extraño y reluciente en una chispa, en un fuego sagrado. El fuego de la muerte.
Primero su padre. El dio tumbos por un segundo y al siguiente cayó a un costado. Su madre, se adelantó para protegerle. Estirándose, intentando entregar, sus perlas…
Esas finísimas perlas. Un regalo tan importante para los Wayne. La más preciada joya de su madre, incluso antes q los anillos de boda o los anillos del linaje. Estaba ese collar de perlas.
Eran auténticas para empezar, un collar hilado en ceda china con 200 perlas relucientes. El collar estaba valuado en cincuenta mil dólares.
Pero para los Wayne no tenía precio.
Porque ese collar, era un recordatorio de lo agradecido q estaba Thomas Wayne, a Martha por haberle dado un heredero.
Su padre le había regalado esas perlas a su madre. El día en el q él nació. Era la conmemoración gráfica y pomposa de su nacimiento. De él mismo, y de lo q eran en la vida de sus padres, de lo q significaba para cada uno.
Era una valiosa joya. ¿Bruce o el collar? Ambos.
Pero. En ese momento.
Su madre al final, no había podido protegerle tampoco.
Un ruido sordo y otro golpe. Un destello brillante, impacta contra ella, y la tumba enseguida.
Y entonces, Bruce lloro.
Puede q no entendiera del todo lo q pasaba. Pero su cuerpo lo supo antes q él, su cuerpo intuyo. Que sus padres nunca se levantarían de nuevo.
Y sus lágrimas cayeron a la par q las perlas de su madre se desparramaban por el frio suelo.
Había llovido y todas las calles estaban húmedas. Aun así, sus nítidas lágrimas, las lágrimas de un pobre niño huérfano ahora, se marcaron contra el piso, a pesar de ser diáfanas, a pesar de ser incoloras, una tras otra, como las perlas, se fueron regando y dejando una suave huella por el lugar.
Bruce se arrodillo mientras lloraba. No le importaba q el asesino le matara, no huyo de él.
Sus ojos, profundamente azules, aun q asustados, y húmedos. Ojos de cielo roto.
Le desafiaron, entre la noche, brillando como dos estrellas tintineando. Como los ojos de un futuro, peligroso depredador.
Tal vez, su mirada siempre decidida, y desde entonces experimentada, esa mirada orgullosa y airosa posiblemente fue lo q le salvo la vida.
Bruce no lo sabe a ciencia cierta. ¿Por qué el asesino no le mato?
Lo único q sabe es q el asesino se marchó luego, muy rápido. Y olvidando todas las perlas salpicadas. Olvidándolo también él, ahí, en ese oscuro callejón.
Donde empezaría todo. Todo para Batman. Y a la vez también sería el final para Bruce Wayne, como la historia, nunca realmente, lo había alcanzado a conocer. A como seria él, de haber conservado a sus padres. De haber tenido una historia diferente aquella noche.

2 horas-Copos de nieve y perlas

Al pequeño Bruce le parecieron siglos los q paso, hincado llorando entre los cuerpos inertes de sus padres, y todas esas perlas q le recordaban como se habían hecho trisas su vida junto al collar, o más bien, justo como el collar…
No supo de nada ni de nadie. El mundo se borró a su alrededor. Se hizo añicos con el ruido del cañón. Todo dentro de él, su pequeña alma, también se rompió.
Y Bruce olvido todo, olvido lo friolento q era, y como seguramente el frio lo había calado tanto, q luego tendría hipotermia. Olvido la suave piel de sus rodillas siendo mancillada por la calle inmunda, y la humedad en ella, olvido el olor del maldito lugar cerca de la basura, o el incienso mortuorio q era la sangre perfumando los aires, la vida desvaneciéndose, la vida de sus padres. Olvido todo.
Y se olvidó a sí mismo.
Hasta q suaves copos, sobre su rostro, mezclándose con sus salinas lágrimas, le recordaron, q estaban a un paso, del invierno. Que pronto empezaría a nevar. Que él en realidad estaba emocionado por ello. Recodo el frio, y supo q jamás volvería a sentirse cálido, por q los brazos q siempre lo entibiaron ahora ya no se movían más.
Y la nieve cayo, junto a sus lágrimas, junto a las perlas. Todas en silencio, todas tan tiernas.
Y el frio debió ser tan intenso, q poco a poco, congelo el corazón craquelado de Bruce Wayne.
Y cada fisura en él, quedo ahí, perpetuada para siempre. Atrapada en el frio invernal, de miles y miles de copos de nieve q cayeron uno tras otro, nunca dos iguales.
Bruce solo se quedó estático sintiendo como la nieve se acumulaba en sus manos indolentes, sobre los cuerpos quietos de sus padres. Blancos, redondos y perfectos, casi como las perlas, solo q desapareciendo al llegar al suelo y estas cian del cielo, y no del cuello de su madre.
El frio hizo algo más q petrificar su corazón.
Eternizo su dolor, en una helada inmortal.
Y su corazón roto, permaneció unifica. Unificado en hielos de miles y miles de ventiscas. El frio plasmo ese corazón frio para siempre. Pero, para siempre roto, también.

3 horas-Casquillos y perlas

Entonces los ojos atentos de Bruce, notaron esas perlas, como la espuma rica de los océanos.
Recordó ese clima caluroso, recordó a sus padres cálidos.
Y dolió tanto, y se sintió tan frio. Tan solo y extraño.
Sus deditos, ya morados, inconscientemente se pegaron al cuerpo tieso de su madre. Descubriendo con desagrado q ya estaba frio, o al menos lo suficiente para q sus manos lo notaran.
El estar viviendo esto, el estarlo sintiendo, era como caer a un abismo negro q no tenía fin. Una caída brillante por él era demasiado puro para esa fosa oscura, una caída fatal q representaba un final.
Una caída como la de los casquillos de las balas disparadas.
Y entonces tal vez fue un impulso, algo involuntario. Sus manos, recorrieron los casquillos, q habían caído más allá de las perlas.
Estos seguían tibios, y se veían chamuscados. Desentonando con la tétrica elegancia q te brindaban perlas sobre le pavimento maltratado.
Casquillos sucios, raspados. Marcados por la pólvora y el fuego. Justo como él ahora tenía su alma.
Sus manos heladas apneas y si rozaron los casquillos, mirándolos como el final de su vida. Su vida q había sido arrancada junto a las perlas del cuello de su madre.
Las vio irse tras ese último disparo, las vio caer a la nada. Como él caía ahora.
Entre las balas q mataron a su familia, y las perlas q acabaron con su propio vida.
El fin, de un collar de perlas. El fin de una bala disparada.
El fin de Bruce Wayne. Porque él ya no tenía futuro. Porque pasar siglos y siglos en tormentas eternas de nieve, con los cuerpos helados de aquellos cálidos, y las armas aun tibias q los mataron. Era demasiado para un niño de 8 años.
Un niño q siempre fue protegido y solitario, cuyo mundo; eran su casa de campo y su pequeña familia, solo sus padres y su mayordomo.
Un niño q creció lejos del mundo y de sus maldades. Y que ahora de repente, caía a esa tierra extraña de la q sus padres siempre lo alejaron, la tierra de muerte eh iniquidad.
El mundo real, donde su alma fue perdida en la caída de su cielo personal, a su infierno particular. Como las caídas de los ángeles, solo q él no fue tentado, a él solo le arrancaron directo de sobre una nube.
En ese momento, no odio tanto a otro lugar, como odio a Gotham. No odio tanto a aquel hombre, como odio a toda la humanidad porque en realidad era toda ella la q le había arrebatado su seguridad, alguien más, un cuerpo conjunto la raza a la q partencia el asesino de sus padres, odio a cada humano del planeta por q era como si todos ellos, todos le hubieran arrebatado su provisión, su identidad. Su familia.
No odio su vida tanto, como en ese momento. Por seguir vivo él. Y tener q ver. Ver cómo era sentir dolor, ver cómo era morir. Ver cómo muere alguien q amas y no estas ni listo para dejarlo y verse a sí mismo; tan indefenso, tan pequeño. Y limitado.
Y ese odio, fue calor.
Calor q descongelo su corazón, y acabo por dividir aún más las piezas sobrantes de su alma…
Acabo de partirlo en dos. Junto a un hielo eternizador.

4 horas-Sangre y perlas

Pero había más.
Había otro calor. El escaso calor q aun afloraba de sus padres, era sangre.
Sangre y más sangre, saliendo de apoco de cada cuerpo tendido.
Hilos rojos y fúnebres, hilos del linaje de los Wayne.
Y los otros salpicones alejados de gotas irregulares y rojas, junto a copos de nieve sumados acorralados entre las esquinas.
Alrededor de sus lágrimas, debajo de los copos de nieve, un poco lejos de los casquillos. Salpicando todas las inmaculadas perlas y las paredes, y todo a su alrededor. Tiñendo su propia vista, del rojo más puro, o en esta caso. Del rojo, más, impuro.
Y vio de nuevo esas perlas. Vio su reflejo. Y sintió asco.
Nunca estuvo seguro si por las perlas. O por sí mismo. Ambos salpicados en sangre fresca.
Pero fue como ver, uno a uno, sus propios órganos regados.
Eran trozos inmaculados de su puro corazón hecho pedazos. Esparcidos por ese, asqueroso, callejón indigno de él o de cualquiera de sus partes.
¡…l era u Wayne!, él era el sol naciente de esa ciudad.
Pero estaba ahí, solo y helado. Olvidado, abandonado. Eclipsado por la desgracia.
Y él lo quiso, deseo. Por un segundo quiso poder unificar esas piezas, sentirse completo. Otra vez, seguro y lejos, en casa, junto a su familia. Deseo sentir q aun tenia esperanza.
Después de ese anhelo casi nostálgico, sus manos se estiraron a sacudir a sus padres. A removerlos; casi esperando q se levantaran, cálidos, tibios y vivos otra vez, listos para cuidarlo. Que se levantaran a arroparlo y alejarlo del frio q parecían ser años…
Pero no paso. No se movieron, estaban duros. Estaban muertos.
Entonces siguió llorando, arrastrándose sobre el suelo, sobre la nieve q había caído. Y fue uniendo una a una, las perlas de su madre. Incluso unió aquellas q seguían enredadas en su cuello tenso y en sus cabellos, y en la abundante piel de chinchilla con la q se cubría. Recogió las q estaban cerca de su padre.
Todas, las 200.
Las hilo una tras otra. Reuniendo sus partes. Contando entre sus dedos, las perlas del collar.
Contando los segundos, las horas, los días, las semanas, los meses, los años.
En los cuales. Bruce ya no existiría, por q ya había muerto.
Solo entonces supo lo q era querer morir, cuando vivías, y querer vivir cuando morías.
Porque dentro de él todo estaba confundido, el precipicio en el q cayó fue muy hondo.
Y todo dentro de él de repente. Muto.
Ya no era él. Pero también era el mismo. En el fondo, en alguna parte, irreconocible, seguía siendo él. …l para siempre, sin desarrollarse. …l de 8 años, y ni un año más. Todo el tiempo q vivió siendo solo Bruce Wayne y ya.
Pero
¿Quién era ahora?
¿Quién era?
Y ese miedo, esa duda. Siguió y siguió. Meses después. De q las sirenas se anunciaran estridentes llegando a su encuentro. Al parecer, alguien había avisado a los policías sobre disparos.
Esa duda, no se disipo.
Hasta q lo vio otra vez.
A ese. Ese murciélago. Que lo atormentaba en sueños antes, q tuvo. Sueños antes de q murieran sus padres. Por esas semanas, por ese mes.
Ese horrible animal negro, cuyo horario era en la noche, y su necedad la sangre.
De enormes y largas alas cual seda, gamuza y terciopelo tejido solo para el, para recubrirle. De orejas puntiagudas. Y colmillos.
Un animal digno de una ciudad horrible como lo era Gotham. Uno para el otro.
Y eso era él. Y eso era Gotham para él. Y ellos eran el uno para él otro.
Batman y Gotham.
El alma, y la carne. La vida y la muerte. La inocencia y la corrupción.
¿Y eran, el uno para el otro. O eran antónimos?
Eso Batman tampoco lo supo.
Solo supo de, detener dos balas. Cada noche. Solo eso quiso saber.
Pugnando todo. Como recogiendo, esa noche, las perlas de su madre.
Una por una, separándolas de sus lágrimas, del frio de la nieve, de las balas. De la sangre. En la inmunda calle.
Una tras otra. Limpiando la basura. Los restos de humanos q vivían en Gotham.
Eso hiso Bruce, todo lo q le quedaba de agonía, porque él. …l ya no vivía…

Extra:

Y esas perlas aún existen. Ahora perfectamente hiladas, ahora reparadas. O al menos unidas.
Y están resguardadas, en una fría caja de seguridad, más parecido a una cripta. Una donde descansan los restos del alma de Bruce Wayne, el niño en su última morada.
Son las perlas de gratitud, por su nacimiento. Las perlas q conmemoran su desgracia también.
Perlas malditas, como lo estaba su seudo-vida.
Perlas q ahora son lágrimas, en vez de joyas. Y lo siguen siendo, tesoros macabros, bien resguardados, heredados con sus historias crueles y tristes. A las jóvenes generaciones. Contando historias, de muerte y sacrificios, de ofrendas y dioses. De inicios y fines.
Son…
Las perlas de los Wayne.

Fin.

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