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Maldiciones por Mariela

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Notas del fanfic:

Los personajes de este fanfic no me pertenecen sino al autor de la serie, Masami Kurumada.

MALDICIONES

 

…”Los  vampiros, hijos de La Bestia y La Bruja,

Cadáveres sin pudrir, extraviados sin almas

Eternos hambrientos ahuyentados por el día;

La sangre es su horizonte, liturgia y penuria”…

 

…”Y los hombres lobo, hijos también de La Bestia y La Bruja,

Prisioneros de su furia infernal bajo la luna llena,

Ruina de su casa, condenados al pesar y el abandono,

Tanto más se enamoran despiertos, es más su ira dormidos”…

-Canto popular del Sur de Aynen, extraído del libro Vampiros, licántropos y otras infamias de Medardo Landon Maza Dueñas.

 

 

Nieve.

Invierno.

Frío. Alzó la mirada al cielo nocturno para contemplar aquel hermoso firmamento cubierto de nubes negras que anunciaban tormentas próximas a la estación. El frío acarició su rostro como una suave ventisca y los copos de nieve comenzaron a acumularse en su ropa. Hermoso.

 

Justo en ese momento escuchó pasos detrás de sí, pasos que se acercaban cada vez más.

 

-No es bueno que estés afuera-dijo el intruso-Puedes enfermar.

 

Volvió su mirada hacía él y embozó una tierna sonrisa.

 

-Mi señor.

 

-Vuelve a tu recámara, no quisiera que el frío te hiciera decaer.

 

El joven asintió y se acercó al hombre para abrazarse a su cintura, recargando su rostro en ese fornido pecho que le transmitía una placentera frialdad, provocándole el irrefrenable deseo de darle calor a toda costa. Estaban en una de las montañas más heladas del país, aislados de todo rastro de civilización cercana, y viviendo en soledad en un castillo por demás frío y lúgubre.

 

Ahí, donde no se permitía por ningún motivo la entrada de los rayos del sol, pero se alababa la luz de la luna.

 

La tierra olvidada por los dioses cuya existencia solo recaía en mitos y leyendas, y donde se vivía en completa oscuridad y tinieblas. Oscuridad que acobijaba como un manto a quienes la habitaban: los hijos de la luna. Los licántropos.

 

Pero a él no le importaba en absoluto.

 

Aun cuando había resentido la existencia de esas tierras muertas, no había sido difícil acostumbrarse a vivir ahí. No cuando lo tenía a él.

 

-Te amo. ¿Ya te lo había dicho?-susurró.

 

-Sí. Tantas veces como estrellas en el  cielo-sonrió, acariciando los castaños cabellos de ese encantador ser que tenía entre sus brazos-Yo  también te amo.

 

-¿Sí?

 

-Sí.

 

Ambos rieron. El hombre de cabellos rubios tomó entonces el rostro de su pareja e hizo que lo mirara a los ojos. El tiempo desapareció al encontrar sus miradas, sus corazones palpitaron a mil y sus cuerpos se estrecharon con más fuerza.

 

El castaño tembló ante los torrentes de aire helado que soplaron en ese momento y el rubio se quitó su capa negra para ponérsela a su amante sobre la túnica blanca que vestía y, posteriormente,  apoderarse de sus labios en un beso pasional que lo llevo a recorrer sus caderas con suavidad, sintiendo como era correspondido torpemente por el castaño.

 

-Mi señor…-suspiró al separarse-Yo…

 

-Shhh-puso un dedo en sus labios-Entremos. La tormenta ha empezado.

 

-Sí…

 

Pero apenas dio el menor un paso hacía el imponente castillo cuando el rubio volvió a besarlo con más ímpetu y necesidad, estrechando su cuerpo tanto como pudo.

 

El beso no duro demasiado, aunque lo hubiera deseado, y al separarse el hombre acarició las mejillas de su pareja con una mirada de total adoración.

 

-Te amo…-el castaño sonrió complacido e iba a decir algo cuando el otro interrumpió-Te amo tanto, mi dulce Aioros.

 

Y toda la magia se extinguió. El menor empujó bruscamente al rubio mirándolo con decepción y furia, haciendo crujir sus puños en un intento de contener sus ganas de golpearlo ahí mismo. El mayor entonces, logró despertar de su ensoñación para darse cuenta de lo que pasaba en realidad.

 

Aquel castaño de ojos azules que tanto amaba no era aquel al que había besado hace unos instantes. No. Ese era un joven de cabellos castaños (casi rubios) de ojos verdes como las esmeraldas, y espíritu guerrero que encajaba perfectamente con el corazón rebelde que poseía. Él era…era…

 

-¿Aio…ria?-murmuró sin salir de su estupor.

Pero el joven no le respondió, simplemente lo ignoró y entró al castillo dejando caer detrás de él la capa que le había entregado para cubrirse del frío. Aquel hombre, que respondía al nombre de Radamanthys, se quedó ahí en medio del frío y la nieve, mirando un punto específico que, a la vez, no era nada.

 

Sus ojos estaban abiertos con incredulidad, y al poco tiempo comenzaron a derramar lágrimas amargas. Ese no era Aioros no lo era.

 

“Aioria no es él…No lo es, no lo es, no lo es… ¡No Es Aioros!”-se decía una y otra vez en su mente, tirando de sus cabellos con frustración e ira. Aioria no era Aioros, lo anterior sólo había sido un recuerdo, un sueño…una ilusión.

 

-Fue tan real-murmuró aumentando su llanto.

 

Ese era el problema. Esos recuerdos cada día eran más recurrentes y más reales, lo sabía y sentía que se estaba perdiendo en la locura. Extrañaba a Aioros, lo anhelaba, lo amaba con todo su corazón y con cada fibra de su ser, que ese amor tan inmenso latía doliente en su pecho.

 

La desesperación por estrecharlo de nuevo estaban quebrando su cordura, y Aioria no lo salvaría.

 

Tenía que controlarse, suprimir sus recuerdos tanto como pudiera y hacerse la idea de que, aquel joven que había traído a su castillo, no era ni iba a ser Aioros. Era Aioria, un humano que solía servir a una familia real con un espíritu rebelde y tenaz, en contraste con el inocente y noble Aioros, aquel que reinaba su corazón.

 

Había un mundo de diferencia entre ellos, y sin embargo, en su delirio amoroso solía ver a Aioros en el chico que ahora intentaba ser su nuevo compañero. No había más pruebas de estar perdiendo la cordura.

 

Por si fuera poco, esa situación ya se había repetido en muchas ocasiones desde que Aioria llegara a esas tierras seis meses atrás, a tal grado que el joven se estaba cansando de ser un sustituto para el licántropo por más que éste no pudiera evitarlo.

 

Radamanthys no podía evitar sus delirios, pues primero debía borrar el dolor que corroía su cuerpo como el más potente de los venenos, y eso sí que le resultaba imposible.

 

-Aioros…

 

*OOOOOOO*

 

Italia, siglo XVIII.

 

-Que tenga buenas noche Padre-dijo una sonriente mujer al salir de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús.

 

-Igualmente Calvera. Mucho cuidado al volver a casa-respondió un anciano con voz cansada.

 

-Lo tendré, no se preocupe. Adiós.

 

-Adiós.

 

El Padre de aquella iglesia no entró de inmediato al marcharse la mujer, se quedó observando un poco más la belleza de aquel pequeño  pueblo italiano que tanto le gustaba, aún más cuando anochecía, pues la luces se hacían presentes y el silencio lo envolvía todo dándole un toque de magia al lugar.

 

La noche era algo fría, por lo que decidió entrar antes de que el frío aumentara. Cerró la puerta con llave y se dirigió a su recámara, atravesando el pasillo entre las bancas donde se sentaba la gente cuando iniciaba la ceremonia.

 

Sin embargo, antes de que pudiera llegar a la puerta, el golpeteo en la entrada lo hizo regresar para ver quién visitaba la iglesia a tales horas de la noche y su sorpresa fue grande al reconocer  a su visitante nocturno. Se trataba de uno de sus más viejos amigos, el único lycans que había conocido en su vida.

 

La prueba de la existencia de más dioses además del suyo y la confirmación de las creencias que los paganos defendieron hasta el último aliento en la hoguera o en manos de la Santa Inquisición. La existencia por la que hace mucho dejo de cerrarles las puertas a quienes servían a otras deidades, pues finalmente entendió que sí existían los hombres lobo, debían existir también quienes los habían creado: los Dioses paganos.

 

-Radamanthys, me alegra verte-saludó con una sonrisa-Ya termino la misa, pero si vienes mañana podrías…

 

-No estoy para juegos, Shion. Necesito hablar contigo-desvió su mirada-O al menos con alguien.

 

El Padre vio entonces el profundo dolor en los ojos de su amigo y se hizo a un lado para dejarlo entrar a la iglesia, cerrando nuevamente las puertas. Ambos se sentaron en una de las últimas bancas de la segunda columna y guardaron silencio por unos minutos hasta que el rubio se decidió a hablar.

 

-Volvía a verlo.

 

-¿A Aioros?

 

-Sí. Otra vez, Aioria era él-suspiró- Lo estreché, lo besé, le dije que lo amaba y de verdad, lo juro por Estigia, de verdad creí que era él.

 

-O tal vez, tú  quisiste que fuera él.

 

-Ya no sé qué hacer…-murmuró, apenas audible-Aioria está furioso y tiene razón en estarlo.

 

-Claro. Debe sentirse como un sustituto, recuerda que él también tiene su historia con ese tal Sheka.

 

-Shaka.

 

-Sí, sí, Shaka. Escucha Radamanthys, no es justo ni para Aioria ni para ti que esto siga pasando, tus delirios bien sabes que están empeorando y quizás, solo quizás, se deba a la llegada del humano en tu vida. Pues no es secreto ni para ti ni para mí que ese chico realmente se parece a Aioros.

 

-Yo…

 

-PERO  no es él. Y tú puedes repetírtelo tanto como quieras, pero sí  Aioria sigue cerca de ti cada vez que lo veas, a quien veraz será a Aioros, no a quien realmente es.

 

-¿Qué debo hacer? Si conoces la respuesta dímela, porque yo cada día estoy más desesperado.

 

-Déjalo ir, Radamanthys-respondió con seriedad-Déjalo ir.

 

*OOOOOOO*

Al salir de la iglesia, subió a su carruaje y se encaminó de vuelta a las montañas heladas. Sus caballos sin cabezas galoparon sobre los vientos hasta elevarse al firmamento, y pronto comenzaron a correr a gran velocidad.

 

Mientras tanto, Radamanthys se encontraba sumergido en sus propios recuerdos, rememorando aquellos días que no volverían  jamás.

 

Esos  días felices en los que tenía a su amado castaño en sus brazos, sonriéndole cálidamente y llenándolo de amor puro, haciéndolo sentir seguro de nuevo.

 

Como licántropo, su existencia era verdaderamente vacía, cruel e injusta. No sólo había perdido su libertad sino que también, en cada luna llena, quedaba atrapado en la bestia salvaje que se apoderaba de él, tras una transformación horrorosamente dolorosa y su furia eterna se desbordaba, llegando incluso a perder la memoria de sus acciones, su ansia, quedando vacío e incompleto.

 

Y lo que era peor, en su forma bestial asesinaba a todo aquel por quien sintiera algo mientras estaba en su forma humana, ya sea amor, odio, envidia, admiración o…amor. Sin poder evitarlo, sin poder detenerse, sin poder amar a nadie nunca sin temor a matarlo estando dormido, incluso sí se trataba de su misma especie ya que a veces, los padres devoraban a sus hijos y muy pocos lograban alejarlos lo suficiente para que sobrevivieran. Su existencia se basaba en la eterna soledad.

 

Sin embargo, cuando conoció a Aioros aquella  noche de invierno a las orillas del río, fue como si conociera a la vida misma de nuevo. Porque Aioros lleno su vacío  corazón y complemento su alma como si fueran uno, y entonces, dejo de sentirse solo y vacío.

Aioros fue su vida, su alma, su corazón, su sol, su todo. Todo.

 

OOOOOOOO

 

Recordaba esa noche con tanta claridad que le dolía el pecho. Esa noche, el llanto y los gritos de una mujer lo atrajeron hacía el río, y la silueta de un hermoso ser le robaron el aliento.

 

La mujer lloraba y gritaba de dolor, estirando su brazo hacía él esperando que la ayudara. No lo hizo, ni siquiera le prestó atención. Su mirada se posaba en el bello doncel de cabello castaño oscuro y ojos azules como el zafiro mismo, que mordía sin piedad el cuello de la mujer y succionaba su sangre.

 

Pero no fue el encanto de sus actos lo que lo lleno de adoración, no, fue el hecho de saberse identificado con el dolor que ese vampiro estaba sintiendo.

 

Los vampiros eran rivales naturales de su especie, soberbios, poderosos, cadáveres andantes sin alma, pero aun conscientes, siempre hambrientos. Sin embargo, el castaño lloraba silenciosamente mientras absorbía la vida de esa mujer y el lycans reconoció en sus ojos el mismo dolor que a él lo mataba.

 

El cadáver de la mujer cayó al suelo y entonces, el vampiro posó su mirada aun llena de lágrimas en él.

 

El viento sopló haciendo que las pocas hojas de los árboles se desprendieran para ser arrastradas por las corrientes, algunas se arremolinaron alrededor de ellos y la luna comenzó a brillar en el firmamento.

 

-Hola…

 

OOOOOOOOO

 

Las lágrimas se desbordaron de sus ojos. Apretó sus puños hasta hacerlos sangrar por las garras que se enterraron en su palma, pero eso poco le importo. Le dolía y hasta esa palabra le quedaba muy chica al dolor que estaba sintiendo.

 

Lo amaba, por Zeus, lo amaba tanto que ese amor lo estaba matando. De no ser inmortal, quizás ya lo habría seguido. ¿Cómo calmar esa necesidad de querer a alguien muerto de vuelta? ¿Cómo borrar su desesperación por tenerlo, maldiciendo a todos los dioses y jurando ser capaz de entregar todo a quien cumpliera su deseo? ¿Cómo? ¡¿Cómo?!

 

-¿Cómo vivir sin él…?-susurró.

 

OOOOOOOOO

 

Después de aquel encuentro, ambos comenzaron a frecuentarse. Todas las noches se veían en el mismo lugar y a la misma hora, haciendo más grande su conexión y afianzando los lazos.

 

Y un día…

 

-Te amo.

 

-¿Qué?

 

Ese lazo se convirtió en algo más intenso que cambiaría sus vidas para siempre.

 

-Mi-Mi señor…Radamanthys-tartamudeó incrédulo tras la declaración.

 

-Te amo, Aioros. De verdad.

 

-Yo-yo…-bajó la vista avergonzado.

 

-Aioros-se acercó  y lo tomó por la cintura, haciendo que los mirara-Sólo dame una oportunidad, sé que también me amas y aunque seamos de mundos diferentes, y éstos estén en guerra, sé que podremos ser felices. Yo te haré feliz.

 

-Mi señor…yo no…

 

-No puedes confiar en mí, ¿cierto?-desvió la mirada-Entiendo. Toda una vida aprendiendo a odiar a mi especie no se borra en ocho meses de amistad. Creo que…me voy-lo soltó e iba a darse la vuelta cuando Aioros lo detuvo.

 

-Yo nunca dije que no confiara en usted. Yo…quiero darle esa oportunidad porque…también lo amo.

 

Radamanthys abrió los ojos con emoción y atrapó al castaño en un pasional beso que no parecía querer romperse. Esa tarde, con la luna de testigo, su amor había sido sellado al igual que su trágico destino.

OOOOOOOO

 

Y Aioros se metió en la cama usando sólo un vestido blanco transparente, una hermosa pieza que los licántropos que podían procrear usaban durante sus celos y que a su amado señor le fascinaba ver.

 

Radamanthys se lamió los labios y terminó de desvestirse para subirse a la cama y besar a su hermoso castaño, acariciando sus bien formadas piernas por debajo de aquel vestido corto. Aioros lo abrazo, soltando suspiros cuando el rubio abandono sus labios para saborear su cuello y abrir la parte de arriba de la pieza de ropa para acariciar su torso.

 

El lycans no se contenía, poco a poco fue desgarrando la ropa para poder saborear mejor el cuerpo de Aioros, lamió y chupó sus pezones, mordió su pecho y descendió en un camino de saliva hasta su miembro, el cual apenas lamió su base provocó que el castaño gimiera, estrujando las sábanas de la cama.

 

Los tímidos gemidos del menor lograron excitar aún más  Radamanthys, quien no espero para engullir por completo el pene de su amado, lamiéndolo, succionando a la par en que estrujaba los testículos, cuyo dueño se retorcía de placer.

 

¡Oh, cuán hermoso se veía! Sus mejillas sonrojadas, su respiración agitada  y  su propio miembro despertó ante esa  excitante imagen y su excitación aumento aún más cuando el castaño se corrió en su boca.

 

Saboreó ese blanquecino líquido, pero aun quería más. Necesitaba más, más de él, más de su encuentro, no era suficiente para su creciente lujuria y quería ahogarse en placer. Él estaba ya excitado, caliente, su pene erecto, pero no podía llegar a mucho sí su compañero no alcanzaba su nivel.

 

Lo volteó y alzó sus caderas para separar sus nalgas, introduciendo luego tres dedos de golpe en su entrada. Aioros gimió con dolor y estrujó las sábanas, mordiendo su labio inferior en un vano intento de mitigarlo.

 

Al rubio poco le importo, estaba cegado por el placer e incluso gruño molesto al darse cuenta que la entrada del castaño no estaba húmeda y muy estrecha, había esperado lo contrario, pero entonces recordó que la persona que tenía en su cama y él, eran de especies diferentes y ese hecho, que parecía tan simple, complicaba todo.

 

Para empezar, los licántropos se dividían en alfas, betas y omegas. Los omegas  (que podía ser hombres o mujeres) procreaban solo con los alfas (que también podían ser hombres o mujeres) y pasaban por algo llamado “celo”, el cual duraba una semana al año. Cuando esta temporada de mucha necesidad sexual y lujuria desmedida, iniciaba, sus propios cuerpos se preparaban para el sexo, lubricando sus entradas naturalmente y haciendo más fácil para los alfas poseerlos, respondiendo al olor que estos desprendían.

 

Se presumía que su unión no podía ser definida de otra forma más que “salvaje”, que incluso laceraban sus cuerpos para lamer la sangre y aumentar el placer del encuentro, y no era del todo mentira.

 

Por otro lado, los vampiros se dividían en varones, donceles y mujeres, y los donceles, al igual que las mujeres, sólo procreaban con varones.

Entonces, ¿cuál era la diferencia entre un doncel y un omega? Simple. Los donceles no tenían celo, por lo tanto, a ellos se les debía preparar al momento de tener intimidad y ese proceso resultaba desesperante a los ojos de un alfa.

 

Y Radamanthys era un alfa, lo quisiera o no, su naturaleza no era esperar y compartir palabras de amor sino ahogarse en placer hasta que su piel ardiera de excitación y lujuria, su instinto animal no podía redimirse sólo por no tener a un omega en su cama, y por eso, sacó los dedos del interior del castaño y los medio lamió para volver a meterlos de golpe, comenzando posteriormente a moverlos para abrir el estrecho pasaje, sin reparar en el dolor del vampiro.

 

-¡Ah!-gritó-Ra-Radamanthys…ah, es-espera…por favor.

 

-¿Por qué? ¿Te duele?

 

-S-sí… ¡Duele mucho!

 

El rubio sonrió como un animal hambriento.

 

-Eso lo hace mucho más placentero.

 

Se equivocaba, Aioros no lo estaba disfrutando, ni mucho menos lo hizo cuando comenzó a recorrer sus piernas con sus garras para hacerlo sangrar y lamer la sangre. Pero el lycans no veía esto, lo estaba disfrutando y necesitaba saciar su necesidad de sexo, por lo cual, sacó los dedos del interior de el de ojos azules y los reemplazó por su miembro erecto de una sola estocada.

 

-¡A-Ah! ¡Ah!... ¡Radamanthys! ¡No!

 

Decía en menor sintiendo un terrible dolor, pues su entrada aún no estaba lo suficiente lubricada y la invasión había sido muy brusca. No conforme con esto, Radamanthys comenzó a moverse con mucha fuerza y rapidez, a tal grado que un líquido rojo comenzó a escurrirse entre las piernas del castaño. Lo estaba lastimando.

 

-¡E-Espera!...¡No-No ta-an rá-pido!...¡Radamanthys!

 

El rubio calló sus protestas aplastando su cabeza contra la cama, comenzando a gemir sonoramente de placer. Gritaba, jadeaba y arañaba el cuerpo del menor, sintiéndose en el éxtasis de placer, todo lo contrario al terrible dolor que estaba sintiendo el castaño.

 

Sus cuerpos se empaparon de sudor, más especialmente el del rubio, quien se sentía cerca de terminar y deseaba hacerlo observando el hermoso rostro de Aioros, razón por la que lo dejo para darle la vuelta y volver a enterrarse en él, abriendo de sobremanera sus piernas totalmente laceradas.

 

Se relamió los labios al ver sus ojos llorosos y su tierna mirada de dolor, obviamente mal interpretada por él que creía lo disfrutaba incluso con sus desgarradores gritos, y pensó en hacer que lo disfrutara aún más mordiendo la piel de su pecho, esta vez, enterrando sus colmillos para saborear su sangre.

 

El vampiro sentía que lo partiría en dos, no encontraba nada en ese encuentro que le agradara, ni siquiera cuando embistió su próstata, pues la fuerza y brutalidad del otro opacaban cualquier rastro de placer. La sangre seguía brotando de sus paredes anales y esto le causaba un terrible ardor que no estaba seguro de poder soportar más.

 

Intentó protestas de nuevo con la esperanza de ser escuchado, pero lejos de esto, Radamanthys capturó sus labios en un salvaje beso que le estaba robando el aire literalmente, y alzó sus piernas para ponerlas sobre sus hombros con la intención de tener un mayor acceso a su interior.

 

Quiso apartarlo con sus brazos, pero el rubio termino sujetándolas por encima de su cabeza y con su otra mano intentó estimular su pene, logrando poco después que se corrieran al mismo tiempo.

 

Aioros sintió un ardor mucho peor en su entrada con el líquido caliente que lo invadió y más lágrimas brotaron de sus ojos al sentirse totalmente adolorido, pues no era solo su interior, sus piernas, su pecho, sus muñecas, el cuerpo entero le dolía y se sentía muy exhausto.

 

Radamanthys por su parte, estaba completamente satisfecho con el encuentro, lo había disfrutado como nunca y estaba seguro que con ninguno de sus anteriores amantes había tenido un orgasmo tan increíble como ese.

Salió del  interior del de ojos azules y se acostó a su lado, sintiendo como su calentura disminuía y su respiración se normalizaba.

 

Ahora, en frío, sus acciones se veían tan diferentes, cobardes y crueles.

 

-¿Qué he hecho?-murmuró.

 

Cerró los ojos y dejó salir sus lágrimas afligidas, había lastimado a su dulce novio y no podía perdonárselo. Pensó en dejarlo sólo y llamar a uno de sus sirvientes para que lo atendiera, pero en ese momento sintió un peso sobre su cuerpo, sujetando sus brazos con fuerza y presionándolo contra la cama.

 

Al levantar sus parpados se con la mirada llorosa y dolida de Aioros, quien se relamía los labios con gula. Lo entendió al instante, la noche estaba en su mayor auge y por lo tanto, era de comer.

 

-Perdóname…-le dijo en un hilo de voz-¡Por favor, perdóname!

 

Radamanthys sonrió y emitió un quejido al sentir como clavaba sus filosos colmillos en su cuello y comenzaba a succionar su sangre. Lo dejo alimentarse, sabía que esa hambre era más fuerte que él, y además, así podía pagarle el dolor que le había causado previamente.

 

Pero el castaño se detuvo antes de matarlo para irse contra todos sus sirvientes, y luego, contra las aldeas cercanas a las montañas. Arrasó incluso con los animales de la zona como una bestia hambrienta sin la apariencia de una, y sufría, sufría por no poder controlarse ni saciarse, y por atreverse a atacar incluso al hombre que tanto amaba.

 

OOOOOOOOOO

 

-Amor mío, ¡Cuánto daño hicimos! Y a pesar de eso, como dos incautos enamorados, insistimos en seguir juntos. Después de todo, que aunque fuimos como los cuerpo espines que al acercarse se herían, también fuimos muy felices.

 

OOOOOOOOOO

 

Pero no todo podía ser felicidad, ambos lo sabían.

 

Aioros era el hijo único del vampiro supremo, el primero de ellos y aquel que conservaba la sangre pura que dio origen a su especie, y la cual, buscaba preservar a toda costa. Su objetivo era convertir a los vampiros en los amos de la noche y cazar por siempre a los humanos para alimentar su hambre eterna, pero los licántropos, criaturas de noche y depredadores también de los mortales, eran un obstáculo a sus planes y por eso, buscaba eliminarlos a todos.

 

Deseo, que los hombres lobo compartían contra su especie.

 

Ambas razas estaban en guerra y siendo Radamanthys el líder de los lycans, ni él ni Aioros podían estar juntos jamás.

 

Pero eso no los detendría, no los detuvo, y Aioros, aun sabiendo las consecuencias, traicionó a su especie para unirse al líder enemigo y derramó la sangre  de su propia gente.

 

Aquella unión no desató ya una guerra sino un exterminio, y los lycans se vieron superados en número y fuerza, pues ellos, que dependían de la fuerza de una sola noche, no pudieron hacer nada contra sus siempre fuertes rivales.

 

Solo entonces los vampiros lograron invadir su castillo, y sin poder transformarse sin luna y de día, los vencieron.

 

OOOOOOOOOOO

 

El carruaje se detuvo y  el lycans bajó para dirigirse directamente al cementerio que se alzaba detrás de su viejo palacio, un lugar donde el frío era más intenso en invierno y donde pasaba la mayor parte de su tiempo.

 

OOOOOOOOOOOO

 

El látigo azotó su espalada arrancándole un desgarrador grito de dolor, mucho peor que cuando se transformaba en las noches de luna llena.

 

-¡¡Basta!!

 

Gritaba entre lágrimas su hermoso castaño, quien se hallaba de rodillas, totalmente desnudo y con los brazos encadenados a una de las paredes.

 

Oh, ¡Qué impotencia sentía! Tenía tantas ganas de hacer pedazos a esos hombres por humillar de esa forma al amor de su vida, pero sujeto como estaba no podía hacer nada más que observar, y el látigo solo le arrebataba las pocas fuerzas que le quedaban.

 

OOOOOOOOOOOO

 

Se detuvo frente a la enorme estatua que había mandado a esculpir a mitad del cementerio, la imagen casi perfecta de Aioros grabada en mármol con el más meticuloso cuidado, a simple vista no parecía posible tal escultura en un mineral tan duro como ese, pero para él, no había sido suficiente.

 

Esa obra no lograba plasmar la figura que deseaba, se acercaba bastante, pero no era lo que quería. No era el rostro que recordaba y  aunque le doliera, sabía  que nunca lo sería.

 

OOOOOOOOOOOO

 

-Son 27 azotes, señor.

 

-¡¿27?! ¡Ordené 50! Continua.

 

El látigo volvió a su labor.

 

-¡¡No!! ¡Ya basta padre!

 

Gritó desesperado, tirando de sus cadenas en un intento vano de soltarse. No podía seguir viendo eso, no podía seguir viendo  como azotaban la espalda ya ensangrentada de Radamanthys sin que él pudiera ayudarlo,  no podía.

 

-…basta…

 

 Su padre, Gestald, volvió  su vista hacía él y lo miró con extremo asco y decepción.

 

-Tú cierra la boca, ya te tocará a ti.

 

-Padre…-lo miró a los ojos-Te lo suplico… ¡Has lo que quieras conmigo, pero deja ir a Radamanthys! Descarga toda tu furia contra mí, pero…déjalo….por favor.

 

-¡¿Intentas salvar su vida?! Me das asco, pero ya que tienes muchas ganas de que esto termine, te tomaré la palabra.

 

Hizo una señal con su mano para que cesaran los azotes contra el líder lycans, y en seguida, todos los vampiros salieron de la habitación, abriendo antes las puertas del balcón.

 

Radamanthys se dio cuenta de sus intenciones y trató de soltarse de sus cadenas para  proteger a su amante, pero fueron inútiles sus intentos, estaba muy débil.

 

-…no…-consiguió decir-¡No! ¡No lo hagas Gestald! ¡Es tu hijo!

 

Gestald, quien era el último en salir, se detuvo en el umbral  y volvió su mirada hacía él.

 

-Ya no más-respondió con frialdad, imperturbable.

 

Radamanthys no podía creer hasta dónde era capaz de llegar ese hombre para reservar su sangre y su reputación, si hubiera estado libre lo habría hecho pedazos al instante.

 

-Es tu hijo-murmuró-¡¡Es tu hijo!! ¡No puedes hacerles esto!

 

Las puertas de la habitación se cerraron y el sol comenzó a desaparecer en el poniente. Atardecía y los rayos de luz les darían  de frente estando el balcón en el ángulo perfecto.

 

-¡¡No!! ¡Nooo! ¡¡Gestald!!-tiró de sus cadenas con fuerza y desesperación-¡¡ES TU HIJO, GESTALD!!

 

-¡Mi amor!

 

La voz de Aioros lo hizo voltear hacia él, al mismo tiempo en que el sol se colaba a la recámara. A esas alturas, ya ambos estaban llorando.

 

-Aioros…-sollozó.

 

-Recuerda-los rayos envolvieron su cuerpo desnudo y el humo comenzó a brotar de su piel-Te amaré por siempre…Adiós, amor mío.

 

Apenas terminó de decir esto,  no pudo contener más sus gritos desgarradores de dolor y comenzó a removerse en su lugar.

 

-¡¡AAAHHH!!

 

-¡NO! ¡Nooo! ¡Aioros!-gritaba tratando de alcanzarlo-¡¡AIOROS!! ¡NOO!... ¡No!

 

El sol lo quemó por completo, su cuerpo se consumió, y al extinguirse su vida, sus gritos cesaron. Todo lo que quedó del castaño no fue más que cenizas que aun conservaban su silueta en la misma posición, aun con la mirada fija en Radamanthys, quien se dejó caer al suelo ahogado en llanto.

 

Gestald ordenó a sus hombres retirarse  del castillo, y regresó a la habitación donde estaba el rubio para contemplar los restos de quien había sido su hijo, su adoración y su orgullo.

 

-Ay, hijo mío. Tenías que volverte una puta, me decepcionaste mucho-dijo, para luego destruir la silueta de ceniza con su brazo y salir de ahí como si nada hubiera pasado.

 

El lycans apretó fuertemente los puños y rugió con gran ira. Por primera vez, desde que había empezado su maldición, invocó por voluntad propia su forma animal, y la luna lo favoreció.

La transformación fue dolorosa, pero nada comparado al dolor que sentía en su alma y corazón, y así dejó que la bestia en su interior vengara todo el sufrimiento por el que había pasado y sobre todo, la muerte de Aioros.

 

Nunca supo cuánto tiempo durmió, pero su furia debió haber sido incontrolable para haber pasado tanto tiempo así, y al despertar, estaba en la mansión del vampiro supremo, aquella donde el de ojos azules había llegado al mundo. A su alrededor, cadáveres de muchos vampiros, entre ellos, Gestald.

 

Había tomado venganza, aunque eso no le causó ningún tipo de satisfacción. Nada.

 

OOOOOOOOOOO

 

Abandonó el cementerio y sus tierras para comenzar a descender la montaña. Ya casi era media noche, la luna llena pronto estaría en su mejor punto y se transformaría de nuevo. Era mejor alejarse de Aioria lo más que pudiera o terminaría asesinándolo. Derramando su sangre como lo había hecho con sus anteriores amantes, incluso los de su misma especie.

 

Antes de conocer a la otra mitad de su alma.

 

Pues, los hombres lobo siempre empezaban su cacería con las personas por las que sentían algo antes de cambiar, y entre más intensos fueran sus sentimientos, más era su furia ante la luna llena. Pero él siempre agradeció nunca haber logrado atacar a Aioros, a pesar de su inmenso amor hacía él.

 

¿Por qué? Sencillo. Aioros era un vampiro y los vampiros tenían la fuerza de diez hombres y la capacidad de transformarse en cualquier animal nocturno, aunque él, por ser de sangre pura, tenía el poder de transformarse en una niebla helada y sucia. Una táctica que usaba en cada luna llena para resguardarse de la furia del lycans. Pues, por más que la bestia lo buscaba nunca llegaba a encontrarlo, y así, el rubio tenía la seguridad de que nunca le haría daño (en ese sentido).

 

Por eso era su otra mitad, el único capaz de evadir su furia y compartir el mismo dolor de haber nacido como lo que era: un monstruo. Ambos sufrían, ambos repudiaban su inmortal existencia y ambos buscaban una esperanza.

 

Ya que uno vivía condenado a no poder amar a nadie ni vivir con nadie, y el otro vivía buscando no perderse en sus tinieblas.

 

OOOOOOOOOOO

 

-Lo lamento…-dijo con sincero arrepentimiento, en la mañana  del día siguiente a su primera unión carnal, cuando todo estaba en calma y el castaño se preparaba para dormir-Lamento tanto haberte lastimado, yo…yo lo siento, no pude controlarme. Tenía que entender que no eras un omega y aun así…

 

-Shhh- puso un dedo en sus labios-Amor, no tengo nada que perdonarte, yo te elegí sabiendo lo que eras y a lo que me enfrentaba, nada es tu culpa. Lo que paso...fue sólo tu naturaleza.

 

-¡Pero te violé Aioros!-golpeó la pared con ira, mientras las lágrimas brotaban de sus ojos-¡No hicimos el amor, fue una violación! Y nunca podré perdonármelo…

 

-Radamanthys-se acercó para tomar su rostro y obligarlo a verlo-Y yo casi te mato ¿recuerdas?  De no haber tenido un poco de consciencia habría tomado toda tu sangre y habrías muerto.

 

-Me lo merecía.

 

-No es verdad-limpió sus lágrimas-Lo cierto es que ambos nos lastimamos y ambos lo lamentaremos siempre, más aun sabiendo que no va a ser la única ni la primera vez, pero está bien. A mí me funciona, porque lo único que verdaderamente me lastimaría…es que tú me dejarás solo. No lo hagas por favor, no quiero tener que afrontar la oscuridad sin ti a mi lado.

 

-Aioros.

 

-Radamanthys, ¿puedes prometerme que nunca te irás? ¿Qué no vas a abandonarme?

 

El rubio sonrió con melancolía y lo abrazó  suavemente, casi como si temiera romperlo con su toque.

 

-Te lo prometo.

 

OOOOOOOOOOOO

 

Esa era la maldición de Aioros, la oscuridad que se lo comía por dentro.

 

Los vampiros no estaban vivos ni muertos, sino en un estado intermedio entre la vida y la muerte, y como tal, estaban fuera del ciclo de la naturaleza. Por esta razón, sus espíritus se extraviaban y en ausencia del alma tenían que afrontar las tiniebla que los absorbía cuando no estaban alimentándose, ya que al momento de succionarla, entraban en posesión de un espíritu  sin importar su especie.

 

Hambre eterna son los vampiros y furia eterna los licántropos son.

 

Ambas especies maldecidas para toda la eternidad.

 

Y esa noche, mientras el rubio dormía en el interior de la bestia que compartía su cuerpo y que sabía, estaba cazando humanos, se preguntó, ¿por qué los humanos llegaban a envidiar sus vidas? ¿Qué veían en ellos que les parecía tan atractivo?

 

Era cierto que se volvían muy poderosos, pero el precio era demasiado alto, noche tras noche, por siempre y hasta el final de los tiempos.

 

Como él, que solo buscaba la muerte para reunirse con su amor y ser salvado de su terrible existencia. El fin era su esperanza y su castigo era la eternidad.

 

*OOOOOOOOOO*

 

-Amo Aioria, debería cerrar las puertas del balcón, el frío le hará daño.

 

El castaño no le respondió y siguió mirando el bosque al pie de la montaña. Su sirvienta supuso que esperaba a Radamanthys.

 

-Amo, le aseguro que el señor Radamanthys volverá pronto y es mejor que…

 

-No-la interrumpió-Él ya no va a volver.

 

Una lágrima se escurrió por la mejilla de Aioria y esto desconcertó a la joven sirvienta.

 

*OOOOOOOOOO*

 

Esa noche de invierno, bajó el influjo de la luna llena, el más poderoso de los licántropos cumplió su deseo y pereció ante una bala de plata. Nunca se enteró, nunca supo quién lo asesinó, y sin embargo, lo agradeció.

 

*OOOOOOOOOOO*

 

-¿A qué se refiere con eso, amo Aioria? ¿Por qué dice que el señor Radamanthys no volverá?

 

Nuevamente no hubo respuesta. El castaño solo lloró, en silencio, afligido por ver un futuro que no podría cambiar por mucho que le causara dolor. Él, aunque era humano, tenía su propia maldición y se llamaba clarividencia.

 

Él lo sabía, sabía que el hombre que amaba no volvería y aunque sufría por ello, estaba feliz también. Radamanthys al fin había sido liberado y deseó, con toda su alma, que los dioses lo llevaran a dónde quiera que estuviera Aioros. Rogó que les permitieran estar juntos de nuevo y pudieran amarse sin herirse como siempre debió ser.

 

-Recuerda…siempre te amaré. Adiós, mi amor.

 

FIN


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