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Perdona si digo que te amo por Parepi_

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Empezaba el viernes, el día que la mayoría esperaba con entusiasmo, en día en el cual los alumnos normalmente se tomaban las cosas con calma.

Sin embargo, ese no era el caso de Tatiana, al menos no ese viernes: se había quedado dormida luego de apagar su alarma y decirse a sí misma que solo cerraría sus ojos durante un par de minutos más. Ahora se hallaba corriendo a toda prisa para llegar a tiempo al colegio, y cuando escuchó la campana sonar cuando apenas estaba cruzando el comedor se obligó a sí misma a doblar su velocidad. Felizmente para ella, pudo llegar antes que su tutor al aula. Caminó hasta su carpeta y sentó en ella tirando su mochila a sus pies, realmente necesitaba recobrar el aire que había perdido.

– Pensé que llegarías tarde –le dijo David, quien se sentaba a su izquierda, mirándola divertido.

– Felicidades –Camila, sentada detrás de ella, apoyó su mano en su hombro–, salvada por la impuntualidad de nuestro tutor.

Tatiana no se molestó en responderles, en ese momento solo quería que su ritmo cardiaco se normalice y que alguien encienda el aire acondicionado.

Las clases empezaron sin ningún contratiempo, y a pesar que esa era la segunda semana de clases, la profesora de literatura llevó a cabo una pequeña práctica sorpresa por la cual más de un alumno se quejó, aunque al final solo les quedó rendir la prueba a regañadientes y rogando sacar una nota aprobatoria.

Cuando finalmente sonó la campana que daba inicio al recreo varios alumnos se estiraron en sus asientos y comenzaron a comparar sus respuestas.

– Tatiana –la llamó la profesora–, ¿podrías ayudarme llevando las pruebas a la sala de maestros?

– Vale –contestó levantándose de su carpeta–. Ustedes vayan yendo a la cafetería, los alcanzo luego.

Sus amigos asintieron y comenzaron a caminar hacia el pasillo. Tatiana, por su parte, se dirigió hacia el escritorio de los profesores y tomó las prácticas, luego comenzó a caminar hacia la sala de maestros junto a su profesora de literatura. Ésta no parecía estar cargando un bolso tan pesado, y sus manos se hallaban libres como para que ella misma pueda llevar las pruebas, pero Tatiana ya se imaginaba porque le había pedido que ella las llevara.

– Ahora –comenzó a decir la mujer mayor–, ¿cuántas veces te he dicho que no duermas en clase?

«Mierda, lo sabía».

– Ah pues… ¿unas diez?

Y entonces comenzó un sermón del porqué un alumno no debería dormirse en clase.

Al cabo de unos 10 minutos Tatiana se encontraba regresando a su aula algo exhausta después de escuchar a su profesora. Se adentró en el salón y caminó hasta su carpeta, cogió su mochila y sacó de ella un pan.

– Pensé que irías a comer con tus amigos

Dio un pequeño brinco del susto cuando alguien le habló tan repentinamente, volvió la mirada hasta la puerta del salón y entonces se encontró con aquellos profundos ojos azules observándola.

– Emily… –susurró– Me asustaste.

– Lo siento, no era mi intención.

– Lo sé, no te preocupes.

Se quedaron envueltas en silencio, con las miradas desviadas hacia algún punto aleatorio del salón dado que hacer contacto visual las ponía nerviosas.

– Bueno…

– Espera –la interrumpió la ojiazul–, antes de que te vayas.

Rápidamente Emily se dirigió a su asiento y cogió su mochila, sacando de ella los apuntes que Tatiana le había prestado días atrás. Caminó hasta la ojimiel y le tendió sus cuadernos.

– Gracias, en serio me fueron de ayuda.

– Ah, no es nada –contestó sonriendo y cogiendo sus apuntes–. Me alegra que te haya servido.

– Te los pensaba devolver ayer, pero no se presentó la oportunidad.

– Descuida, te dije que no había apuro en que me los devuelvas.

– Pero no has hecho la tarea, no quería quedármelos tanto tiempo para que puedas hacerla sin prisa.

–Ah, es cierto, había tarea en trigonometría –recordó–. Tengo que pedirle ayuda a Marcelo.

– ¿Por qué le tienes que pedirle ayuda?

– Es que soy un poco mala en matemáticas –confesó ligeramente avergonzada–, y él suele ayudarme dado que se le da bastante bien los números.

– Ahora que lo mencionas, él suele sacar altas notas en los cursos de números.

– Es algo bastante inesperado de él, lo sé –sonrió divertida–. Supongo que lo puedo llamar esta noche, o el fin de semana…

Emily dudó un poco antes de decir lo que tenía en la mente, pero al cabo de unos segundos solo lo dejó salir.

– Yo podría enseñarte también –dijo con un tono bajo de voz y la mirada fija en algún punto del suelo–, no tengo ningún problema en eso.

Ante aquella repentina proposición, Tatiana no pudo evitar que un ligero rubor se apoderada de sus mejillas.

– … ¿En serio?

– En serio, también sería una manera de agradecerte por los apuntes –miró fijamente aquellos ojos mieles y esta vez fueron sus pálidas mejillas las que se tiñeron de un muy ligero carmín– Entonces, ¿qué dices?

No hubo una respuesta inmediata pues Tatiana aún estaba procesando lo que estaba pasando, pero en cuanto su cerebro volvió a funcionar no dudó en su contestación.

– Sí…–susurró, luego elevó su tono de voz– Sí, por favor, me ayudarías bastante.

– Está decidido –sonrió ampliamente–, te ayudaré con trigonometría.

– ¡Entonces empecemos ahora!

– ¿Qué? ¿Ahorita? –inquirió– Pero es hora de recreo, ¿no quieres ir con tus amigos?

– Prefiero quedarme aquí contigo –contestó haciendo que Emily se ruborizada–, o bueno, ¿tú querías hacer algo más ahorita?

– Bueno, no realmente…

– Entonces no hay problema, ¿cierto?

– Supongo que no.

Luego de eso ambas tomaron asiento. Tatiana se sentó en su carpeta mientras que Emily se sentaba frente a ella. Esta última tomó los apuntes de trigonometría de la ojimiel y buscó el último tema. Comenzó a explicar paso a paso cómo se resolvía cada problema, tratando de volver simple aquello que parecía complicado.

Tatiana escuchaba atenta la explicación de Emily, mirando con atención como resolvía cada ejercicio; sin embargo, de tanto en tanto sus ojos se desviaban inconscientemente al rostro de la ojiazul, admirando discretamente aquel semblante serio y concentrado que ponía.

– ¿Lo entendiste? –preguntó Emily subiendo la mirada para ver a Tatiana, pero ésta se encontraba distraída en ese momento mirándola.

– ¿Eh? ¿Qué?

– ¿Me estás escuchando?

– Sí, bueno…–pensó en una excusa, pero luego de un par de segundos suspiró resignada– Lo siento, me distraje.

– Me di cuenta, ¿en qué pensabas?

– Pues…–miró aquellos azules ojos que la observaban curiosos, y entonces apartó la mirada sonrojada– Nada importante.

Emily levantó una ceja, intrigada; sin embargo, y a pesar de que tenía curiosidad, no preguntó al respecto.

– ¿También sueles distraerte cuando Marcelo te explica?

– No realmente –respondió, su rostro finalmente había vuelto a sus colores normales.

– ¿Entonces el problema soy yo? Tal vez mi explicación es muy-

– ¡No, no! –la interrumpió – Tú eres muy buena explicando, en serio estoy entiendo esto, y hacer que yo entienda algo de trigonometría es un gran logro, es solo…

– ¿Solo…?

– Bueno…es que tú…te ves linda cuando estás tan concentrada en algo…

Las mejillas de ambas no tardaron en teñirse de carmín.

– Oh, gracias, supongo…

Con sus miradas desviadas y sus corazones acelerados, se vieron envueltas por un silencio que solo duró un par minutos antes que la campana sonara.

– Yo…volveré a mi asiento –dijo Emily mientras se levantaba, pero antes de caminar hacia su carpeta cogió el cuaderno de Tatiana junto a un lapicero y comenzó a escribir–, te anotaré el orden y las fórmulas que debes usar, si no entiendes algo puedes consultarme, o consultarle a Marcelo.

– Gracias, lo tendré en cuenta.

Emily dejó el cuaderno cerrado y el lapicero sobre la carpeta y luego se dirigió a su asiento. Tatiana no se molestó en ver en ese momento lo que la ojiazul había escrito, solo guardó su cuaderno en su mochila y escondió su rostro en sus brazos, deseando desaparecer en ese momento.

«En serio tengo que dejar de decir cosas innecesarias», se recriminó mentalmente. «Si no lo hago, las cosas entre nosotras no volverán a ser normales».

Las clases entonces empezaron. El profesor explicando, algunos alumnos atendiendo, otros hablando, otros perdidos en su propio mundo.

En este último grupo se encontraba Tatiana, ella solo quería que la clase terminara ya para poder desaparecer un rato y pensar tranquilamente las cosas que daban vueltas en su cabeza. Pudo resistir las primeras dos horas sin problema, pero los 40 minutos que faltaban para que sea hora de almuerzo simplemente se le hacían eternos.

Luego de una media hora estando bastante ansiosa, se levantó de su carpeta y, ante las miradas intrigadas de sus amigos y compañeros, caminó hasta donde se encontraba el profesor.

– Disculpe, necesito ir al baño.

– Faltan menos de diez minutos para que toque la campana, espera solo un rato más.

– En serio necesito ir, es urgente.

– ¿Y qué tipo de urgencia es para que no pueda esperar diez minutos? –preguntó levantando una ceja.

– Una urgencia de esas –contestó haciendo una mueca de dolor y abrazando su estómago–, ya sabe, cosas de mujeres.

– ¿Cómo puedo comprobar la veracidad de eso?

– ¿En serio quiere que traiga una prueba de esto?

– …Bueno, está bien –contestó suspirando–, pero ve rápido.

Tatiana asintió y se apresuró en salir del aula, pero lejos de dirigirse al baño, sus pies comenzaron a caminar hacia aquel lugar en el cual sabía podía estar sola y tranquila.

Para cuando sonó la campana Tatiana todavía no regresaba del baño, y el profesor estaba entre molesto y preocupado, y no dudó en hacerle saber al tutor del aula lo que había pasado. Mientras ellos hablaban, los demás alumnos abandonaban el aula, no sin antes ver curiosos como los dos docentes comentaban acerca de la ojimiel.

Emily también veía como los dos adultos hablaban, luego su atención se posó en el grupo de amigos de la ojimiel quienes se veían entre ellos con curiosidad.

«Supongo que ellos tampoco saben dónde se ha metido», pensó. «No creo que esté en el baño, ella de seguro estará en…sí, lo más probable es que esté ahí».

Dudó un par de minutos antes de coger un pequeño envoltorio de su mochila y salir del salón con dirección al edifico de artes.

Mientras tanto, Tatiana se encontraba balanceándose tranquilamente en una hamaca. Tenía la mirada puesta en la copa de los árboles, admirando como la luz del sol que se colaba entre ellas formaba una hermosa imagen. Perdida en sus pensamientos, tarareando de tanto en tanto las canciones que reproducía su celular. Estaba tan metida en su propio mundo que no notó cuando alguien se acercó hasta que ésta persona habló.

– Sabía que estarías aquí.

Sus músculos se tensaron a causa del susto. Posó su mirada en la persona que le había hablado, topándose con aquellos ojos azules en los cuales se hallaba pensando hace unos instantes.

– Me asustaste…de nuevo.

– Lo siento, no lo hago queriendo.

– Lo sé, es solo que yo ando perdida en mi mundo –dijo volviendo a mirar la copa de los árboles.

Se quedaron entonces en silencio, siendo la música proveniente del celular de la ojimiel lo único que se escuchaba.

Emily lentamente dio un par de pasos hasta posarse a un lado de la hamaca, y esperó a que Tatiana posara su vista en ella para finalmente hablar.

– ¿Puedo?

– Adelante.

Luego de obtener el permiso, Emily se subió con cuidado al pedazo de tela y se acomodó al lado de Tatiana. Ambas se mantuvieron en silencio, simplemente admirando la naturaleza y disfrutando de la música de fondo.

– ¿Por qué te fuiste así de la clase? –preguntó la ojiazul.

– Solo quería estar un rato sola y pensar tranquilamente,

– ¿Pensar en qué?

– Pues… –giró su cabeza y posó sus mieles ojos en ella, luego negó con una sonrisa y volvió la vista al frente– Muchas cosas supongo.

– ¿Estoy interrumpiendo tu momento de meditación?

– No, para nada –aseguró sonriendo–. Eres tú, así que está bien.

Sin saber muy bien como interpretar las palabras dichas por la ojimiel, Emily solo se limitó a sonreír.

– Lo más probable es que te metas en problemas luego de esto.

– Lo sé –contestó riendo por lo bajo–, pero hice esto preparada para asumir las consecuencias.

Aquella respuesta hizo que la ojiazul sonriera complacida. Luego de un par de segundos ésta sacó un envoltorio de su bolsillo.

– ¿Qué es eso? –preguntó curiosa Tatiana.

– Chocolate –respondió mientras abría el envoltorio, dentro de éste se hallaban pequeños bombones –. Joseph me los dio ayer, dijo que trajo bastantes dulces de Europa y quiere que le ayude comiendo algunos.

– Ah, el pelirrojo –su voz se apagó por un segundo –. Deben ser muy buenos amigos.

– Supongo que se debe a que nos conocemos desde pequeños.

– Es lo más probable.

– En fin, coge si deseas –dijo acercándole el paquete –, te gustan los dulces, ¿verdad?

– Pues sí, pero…

– ¿Algún problema?

– Tal vez eso es algo que solo debieras comer tú –volteó su mirada hacia la dirección contraria de donde se encontraba la ojiazul–, después de todo, es un regalo de Joseph para ti.

– Pero quiero compartirlo contigo.

– Está bien, no tengo tanta hambre.

Frunció el ceño, molesta. No entendía porque Tatiana estaba actuando de esa forma. Trató de insistir un poco más, al fin y al cabo, era chocolate, ¿quién se resiste al chocolate? Se enderezó hasta estar sentada cuidando de no agitar mucho la hamaca para que esta no se volteara, tomó un bombón y lo acercó al rostro de la ojimiel.

– Vamos –comenzó a decir agitando el dulce–, sé que lo quieres

– No, claro que no.

– Por favor, solo uno, ¿sí?

– En serio no tengo hambre Emily, gracias.

– Solo pruébalo, si no te gusta te dejo tranquila.

Ante la insistencia Tatiana solo se resignó a suspirar resignada. Giró el rostro y miró el chocolate, realmente se veía delicioso. Abrió la boca esperando que Emily acercara dulce, pero ésta tardó unos segundos en hacerlo ya que esperaba que la ojimiel cogiera el dulce ella misma. Cuando finalmente el chocolate estuvo en su boca, cerró sus labios y saboreó la crema de avellana. Odiaba admitirlo, pero estaba muy bueno.

– Entonces, ¿cómo está?

– Bien supongo.

– ¿Quieres otro?

Tatiana miró con recelo el paquete donde estaban los bombones, pero en medio de su observación su atención se posó en los pálidos dedos de Emily, éstos estaban ligeramente manchados con un poco de chocolate.

– Te ensuciaste los dedos.

– ¿En serio? –miró su mano izquierda notando efectivamente que había unas pequeñas manchas marrones en su dedo índice– Debe ser porque sujeté el chocolate bastante rato, se habrá derretido un poco.

Justo cuando Emily estaba por sacar un pañuelo de su bolsillo para limpiarse, su mano fue cogida por Tatiana, quien también se enderezó para sentarse, y de manera repentina, ésta puso su dedo anular en la boca. Sus pálidas mejillas no tardaron en sonrojarse, e inconscientemente contuvo la respiración por unos momentos.

Al cabo de un par de segundos, Tatiana finalmente liberó la mano de Emily de sus labios. Sus mieles ojos miraron con timidez a la ojiazul, quien aún la observaba atónita.

– Listo, ya lo limpié.

– A-A-Ah, claro, gracias.

Se quedaron en vueltas en silencio nuevamente, ambas con un ligero rubor en sus rostros. Tatiana entonces cogió un bombón y lo acercó al rostro de Emily.

– Toma, ahora prueba tú.

Sin decir nada, Emily solo acató la orden y abrió su boca para probar el chocolate, deleitándose al instante con su sabor. Mientras degustaba el dulce, Tatiana la observaba, perdida en sus pensamientos que trataban de analizar y, sobre todo, controlar lo que estaba sintiendo en ese momento; pero en medio de su observación fue atrapada por aquellos ojos azules.

– Tatiana.

– ¿Sí?

– Tienes chocolate en la mejilla –acercó su mano hasta el extremo del labio de la ojimiel–, justo aquí.

Sin percatarse ni planearlo, la distancia entre sus rostros se vio acortada, y eso Tatiana sabía que era peligroso porque en todo ese rato que habían estado ahí se había controlado para no ver aquellos rosáceos labios. Y ahora, simplemente, los tenía tan cerca que le resultaba irónico.

Cuando Emily cayó en cuenta de la poca distancia que había entre ellas, también le resultó inevitable no ver los labios de la ojimiel. Inconscientemente, tragó un poco de saliva a la par que sus mejillasmenzaban a sonrojarse.

– Tú también tienes chocolate –susurró Tatiana acercando su mano al rostro de Emily–, justo aquí, debajo de tu boca.

Limpió la supuesta mancha de chocolate, mas no alejó su mano, solo la dejó reposando en la tersa piel de la ojiazul.

Tímidamente se miraron directamente a los ojos, buscando en la mirada de la otra qué era lo que debían hacer ahora, pero en las pupilas de ambas no se reflejaba nada más que incertidumbre.

¿Se alejaban o se acercaban más?

¿Sellaban aquellos nuevos sentimientos o los dejaban salir?

¿Seguían negando lo que querían o comenzaban a ser honestas con ellas mismas?

Sin respuestas ni señales, ambas simplemente se dejaron llevar por sus deseos. Cerraron sus ojos, acercaron sus rostros y apagaron cualquier tipo de razonamiento; al fin y al cabo, esos momentos se disfrutaban más si no se piensan tanto.

Sus labios en un beso calmado e inocente que les supo tan dulce como el chocolate que acaban de comer.

No sabían lo hacían ni porqué lo hacían, pero en ese momento tampoco les importaba mucho saberlo.

Notas finales:

Yo sé, yo sé, me estoy demorando en publicar, lo lamento. Estoy agregando nuevas cosas a los capítulos y eso toma su tiempo uu pero todo sea para que la historia se desarrolle de mejor manera <3 

Gracias por esperar y leer, ya saben que dudas, sugerencias y/u opiniones las pueden dejar en los comentarios, estaré encantada de leerlos y responderles <3

Saludos, ¡nos leemos pronto!


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