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Perdona si digo que te amo por Parepi_

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A los pocos minutos en que sonó la campana pudo escuchar como varios pasos apresurados se hacían cada vez más fuertes, y no pasó mucho para que aquellos pasos se detengan y la puerta de la enfermería sea abierta, al alzar sus mieles ojos se topó con sus amigos quienes al verla no demoraron en acercarse a ella.

– Hola chicos –los saludó con una sonrisa–, ¿me extrañaron?

– ¡Pues claro que sí! –contestó Fernanda– No teníamos a nadie a quien molestar.

– Sentimos tu ausencia en lo más profundo de nuestros corazones –aseguró Marcelo tocando su pecho–, no fue lo mismo sin ti, ya no tenía a quien lanzar papelitos.

– Tuve que mirar en todo momento el pizarrón –comenzó a decir Camila– porque no estabas ahí para cubrirme con tu cabezota.

– No sé si extrañaron mi ausencia o solo los beneficios que les daba mi presencia.

– Fue un poco de ambas –dijo Antonio riendo mientras se sacaba del hombro una mochila–. Por cierto, ten tus cosas.

– ¿Las bajaste por mí? Que caballero –bromeó cogiendo su maleta para luego regalarle una sonrisa al chico–. Gracias.

– No fue nada –susurró desviando la mirada ligeramente sonrojado.

– ¿No le causó problemas, doc? –preguntó David volteando la mirada hasta posarla en Amanda, quien seguía en su escritorio con la vista puesta en algunos papeles.

– No realmente –se quitó los lentes de lectura y fijó sus ojos cafés en los adolescentes–, de hecho, son ustedes los que han traído el ruido a esta sala.

– ¿Cierto? –Tatiana coincidió con ella– Estaba mejor cuando ustedes aún no venían.

– Que mala –contestó Fernanda con un puchero–, ¿así es como agradeces nuestra preocupación?

– Le daré una estrellita a cada uno, ¿Qué tal?

No pudieron evitar reír ante aquella respuesta.

– Bueno, ¿piensas quedarte a aquí toda la tarde o qué? –preguntó Camila.

– Es tentadora la idea –admitió–, pero hay tareas extra que tengo que hacer.

– ¿Alejandro? –intentó adivinar David.

– Es más estricto de lo que pensé –suspiró cansada mientras bajaba de la camilla.

– No debes confundirte –comenzó a decir la doctora aproximándose a la camilla–, él puede ser joven, pero sabe hacer su trabajo eficientemente.

– Lo sé.

– ¿Te sientes mejor? –preguntó viendo si no se tambaleaba.

– Sí –aseguró sonriendo–, gracias por todo.

– Solo no te exijas de más.

– No lo haré.

– Con los dolores pre menstruales no creo que vaya a hacer mucho –aseguró Fernanda riendo–, no se preocupe doc.

Amanda levantó una ceja confundida, fijó su atención el Tatiana buscando alguna respuesta, pero ésta permanecía tensa. Sin decir nada pudo entender lo que estaba pasando: lo mismo que se había repetido cada vez que la ojimiel terminaba en la enfermería.

– Aún así es mejor prevenir –contestó suspirando y fijando sus ojos cafés en Tatiana–, no olvides tomar tu medicina.

Asintió agradecida de que la doctora no haya dicho lo que había pasado en realidad. Se puso su mochila al hombro y comenzó a caminar hacia la salida junto a sus amigos, pero justo después de que cruzó la puerta de la enfermería Amanda volvió a llamarla.

– Por cierto, es solo precaución, pero sería bueno que alguien te acompañara a casa –hizo una ligera pausa–. Ya sabes, por si los cólicos te vuelven a agarrar tan fuerte.

Entendiendo la indirecta, Tatiana asintió y se despidió de la mujer, agradeciéndole una vez más por todo lo que había hecho.

Cuando cruzaron el gran portón dieron un par de pasos más hasta que se detuvieron a conversar por unos momentos. Los temas mayormente giraban al hecho de que Tatiana estuvo en la enfermería, y sus amigos le pusieron al día en todo lo que había acontecido en su ausencia.

– Hey Tat –la llamó Marcelo–, creo que Antonio podría acompañarte a tu casa, él está libre hoy.

Los aludidos no tardaron en ver a su amigo algo descolocados por lo que acababa de proponer repentinamente, aunque Antonio no estaba realmente en contra de aquella idea, y el ligero rubor en sus mejillas lo confirmaba.

– No es necesario que me acompañe nadie –aseguró Tatiana–, me siento perfectamente bien luego de descansar.

– Mejor prevenir que lamentar –intervino David pasando su brazo por los hombros de Antonio–, deja que este caballero te escolte hasta tu humilde morada.

– Hace mucho que las princesas saben cuidarse solas –respondió cruzándose de brazos.

– Pero cuando pasan esos “accidentes” es algo difícil cuando estás sola –Fernanda apoyó a sus amigos en su causa, sabiendo cual era el fin de todo aquello–, te acompañaríamos nosotras, pero tenemos algo que hacer.

Empezó un pequeño debate del porque Tatiana debería ser acompañada, siendo ella contra todos lo demás. En cierto momento de aquella discusión David se acercó Antonio, quien no se atrevía a intervenir, para comenzar a hablarle entre susurros.

– Hey, di algo tú también –lo codeó ligeramente en las costillas–. Es hora de que empieces a actuar si quieres conseguir algo con ella.

– No quiero obligarla a nada –suspiró con notable impotencia–, se sentirá incómoda.

– Es Tatiana hermano, ella no estará incómoda ni nada. Si no haces algo te la van a quitar, y eso sería muy tonto porque ahora mismo estás más cerca de ella que cualquiera de sus fans y pretendientes.

Antonio se quedó un rato en silencio, meditando para sí mismo cada palabra dichas por su amigo.

– ¿Y si lo arruino?

– Al menos lo habrás intentado.

Fijó su mirada en Tatiana, quien seguía debatiendo con sus amigos ahora de la existencia de los reptilianos. Tomó una gran boconada de aire y dio un par de pasos firmes hasta quedar frente a ella. Todos se quedaron callados, sus amigos lo miraron con orgullo mientras que Tatiana solo lo miraba con intriga.

– ¿Qué pasa?

– Quiero acompañarte –dijo con una seguridad que antes no había demostrado, al menos no frente a ella–. Estás enferma, o bueno, algo delicada y con las hormonas más alborotadas de lo normal. Todos, y me incluyo, estaríamos más tranquilos si te acompañan a casa.

– Ya dije que estoy bien –susurró. La intensa mirada de Antonio le hacía difícil seguir buscando excusas para negarse.

– Y quiero que así llegues a casa –tomó tímidamente sus manos–. Solo será por hoy, tomemos la recomendación de la doctora.

– No te molestes, no quiero quitarte tu tarde.

– No tengo nada que hacer en realidad –aseguró riendo nervioso–, por eso yo-

– Yo la llevaré a casa.

Tardaron un par de segundos en asociar aquella voz a uno de los presentes, pero cuando vieron una negra cabellera aproximarse recién cayeron en cuenta de que aquella voz era de alguien que recién se acababa de incorporar al grupo y, al parecer, estaba al tanto de la situación.

Cuando Tatiana se topó con aquellos ojos azules separó sus manos de las de Antonio en un rápido movimiento por acto reflejo, dejando desconcertado al chico. Sintió su corazón palpitar fuertemente mientras que su estomago se revolvía de una manera extrañamente agradable.

Hubo un silencio sepulcral por un par de minutos, todos tenían puesta la vista sobre Emily, incluso Joseph no pudo evitar verla ligeramente sorprendido; sin embargo, ella seguía impasible y con la mirada en alto, simplemente esperando una respuesta de Tatiana.

– ¿Entonces? –preguntó insistiendo con sus azules ojos a aquellos color miel mientras se acercaba un par de pasos– ¿Vienes conmigo?

Sentía que el corazón estaba en su boca, su respiración se tornó pesada y sus pensamientos estaban tan alborotados pensando en lo que estaba pasando y procesando si era real que articular alguna palabra en medio de ese lío se le dificultaba de sobre manera. Y es que aquel tono, ese tono que sonó tan posesivo que llegó a erizar su piel la hacía tener una pequeña ilusión.

– No quiero ser una molestia –susurró con gran esfuerzo.

– Nunca serías una molestia –aseguró sonriendo y resistiendo las ganas de acompañar sus palabras con un mimo en sus mejillas–. Estoy preocupada por ti, es lo menos que puedo hacer.

– Bueno…vale entonces.

En su fino rostro se dibujó una sonrisa que, muy disimuladamente, festejaba una victoria. Tomó la mano de Tatiana y comenzó a jalarla hacía sí mientras giraba su cabeza elegantemente hacia los demás presentes quienes solo las observan atentos en silencio, sin atreverse a intervenir.

– Yo la llevaré –sentenció decidida e indicando con solo su tono que no aceptaría que sea de otra manera; sin embargo, en medio de su seriedad una sonrisa afloró en sus labios–. No tienen que preocuparse, me aseguraré de que llegue bien.

Sin atreverse a protestar, los demás solo contestaron con un obediente “vale” a la par que asentían con su cabeza. Antonio hizo lo mismo, pero en sus ojos se notaba una evidente desilusión y decepción por aquel inesperado desenlace.

No esperó que algo más sea dicho, solo supuso que ya toda palabra necesaria haya sido mencionada antes de comenzar a caminar a su camioneta junto a Tatiana.

– Adelante –dijo el chofer abriendo la puerta cuando ambas llegaron al vehículo.

Tatiana observó por unos segundos el interior antes de voltearse donde Emily.

– ¿Segura que no te molesto?

– Nunca lo harías.

A parto la mirada con un ligero rubor en sus mejillas y se adentró al carro, seguida por Emily. Una vez dentro esta última indicó a su chofer donde quedaba la casa de Tatiana e inmediatamente se la camioneta comenzó a avanzar.

Por unos largos minutos un silencio sepulcral se adueñó del ambiente.

– ¿Cómo estás?

– ¿Eh? –la pregunta fue tan repentina que tardó un par de segundos en procesarla– Ah, bien.

– ¿Cómo terminaste en la enfermería?

– Los cólicos me mataban, necesitaba algo para calmarlos.

– ¿Y la verdadera razón?

Se quedó helada y por mini segundo su corazón se detuvo.

– Esa es la verdadera razón –respondió despreocupada–, suelen golpearme fuerte los dolores cuando me vienen.

La examinó con la mirada, estudiando cada gesto y movimiento que su cuerpo hacía.

– Sabes que no me gusta que mientan –le recordó–. Se trata de tu salud, y estoy preocupada.

– No es nada grave –aseguró–, descuida.

– Te quedaste dos horas en la enfermería, y Amanda se veía preocupada aunque trató de disimularlo –tomó su mano y la entrelazó con la suya–. No trates de hacerlo sonar como si no fuera importante cuando hay personas que quieren que estés bien.

Sus palabras le pesaban porque sabía que eran ciertas, pero no quería afrontarlas, al menos no ese momento.

– Lo siento –susurró lentamente. Giró su cabeza y miró, por primera vez desde que subió a aquella camioneta, aquellos ojos azules–. Ahora estoy bien, en serio, así que no te preocupes.

– Vale, pero si algo vuelve a pasar no te quedes callada –más que un consejo, aquello sonó más a una orden–, tienes a tus amigos, y me tienes a mí también.

Sus ojos mieles ojos comenzaron a brillar pues, aunque trató de que su cuerpo no diera señales, su mirada no pudo ocultar la felicidad que le causaron esas palabras.

– Gracias, lo recordaré.

Se sonrieron de manera cómplice a la par que sus miradas no dejaban de apreciar los ojos de la otra, perdidas en el mundo que se reflejaba tras esas pupilas.

El resto del viaje fue un poco más animado, hablaron de algunas cosas triviales como lo que había pasado durante la clase, o lo que Tatiana había hecho en la enfermería. Se enteró que Emily no fue junto a sus amigos al terminar las clases dado que el profesor le pidió que lo ayudara con unos papeles, cuando terminó y se acercó a la enfermería Amanda le había dicho que ella ya se había ido hace un rato con sus amigos.

En ese momento Emily se hallaba con un libro entre sus piernas y explicando brevemente el tema de la clase que Tatiana se había saltado, pero justo cuando estaba de resolver un segundo ejercicio como ejemplo la camioneta se detuvo.

– Hemos llegado, señorita Emily.

– Oh vaya, tomó menos de lo imaginé –dijo alzando la mirada y comprobando que era el edificio correcto–. Gracias Michael.

– Gracias por traerme –comenzó a ponerse su mochila al hombro– y por explicarme la clase, no soy buena con aritmética, pero siento que de alguna forma podré hacer la tarea.

– Siento no haberte podido explicar más.

– Está bien, has hecho mucho ya –aseguró restándole importancia–. No es como si fuera tu obligación de todas maneras, sé que deber tener cosas por hacer así que no te quito más tiempo.

 – En realidad…no –se quedó callada por un par de segundos–. Tengo la tarde libre, si deseas puedo quedarme contigo y explicarte el tema un poco más.

No se lo esperaba, no se lo esperaba para nada. Aquello la tomó tan desprevenida y por sorpresa que se tomó un momento para aclararse a sí misma si lo que había escuchado era real o no.

– ¿Entonces? –preguntó Emily– ¿Qué dices?

– Ah, bueno –salió de sus ensoñaciones–. No tienes que molestarte, en serio.

– ¿Cuántas veces debo decirte que no es una molestia? –la regañó– No se me hace ningún problema hacerlo.

Dudó un poco antes de contestar, realmente no quería ser una carga para Emily; pero, por otro lado, realmente la idea de pasar la tarde con ella como profesora privada era bastante tentadora. Dejó de preocuparse de más y, después de mucho tiempo, pensó solo en ella y en lo que quería.

– Claro, me harías un gran favor.

Con eso dicho, Emily se despidió de su chofer diciéndole que lo llamaría para que la recoja más tarde y subió al departamento de la ojimiel. Al cruzar la entrada un ligero rubor apareció en sus mejillas cuando en su memoria apareció aquel primero beso que le robó Tatiana en ese mismo lugar; se adentró hasta llegar a la sala y se sentó en el sillón grande, nuevamente no había nadie en casa, pero decidió obviar aquello.

– Antes de empezar esta improvisada sesión de estudio –comenzó a decir Tatiana–, ¿te gustaría almorzar algo?

– Oh, ¿iremos a comer? Lo hubieras dicho antes, Michael pudo habernos llevado.

– No, no –negó sonriendo–. No me refería a ir a algún lugar, sino que yo puedo cocinar algo.

– ¿Tú cocinas?

– Pues claro –dijo orgullosa inflando el pecho–, y no soy para nada mala en ello.

– Vaya, ¿en serio? –preguntó alzando una ceja– Pues déjame decirte que tengo mis gustos un poco…exquisitos.

– ¿Me estás retando?

– Mm…puede ser, eso creo.

Sonrió con autosuficiencia mientras estiraba sus manos. Si había algo en lo que se tenía confianza, eso era definitivamente su cocina. Se cambió su uniforme por una ropa más cómoda y casual, se puso un delantal que, a simple vista, se podía deducir era viejo y se amarró el cabello en una firme cola de caballo.

– ¿Te parece un pollo a la plancha con puré de papa y arroz?

– Lo dejaré a la elección del chef.

– Bien, déjame sorprenderte.

Se metió a la cocina y comenzó a hervir las papas para que estas estuvieran listas cuando terminara de sazonar las pechugas, el arroz solo lo dejó calentando dado que tenía del día anterior, pero no por eso iba a ser menos delicioso.

Emily observaba desde el umbral de la puerta como la Tatiana comenzaba a echar pimienta y sal a las pechugas. Verla de aquella manera, tan concentrada y a la vez divertida haciendo algo hizo que una sonrisa satisfecha aflorara en su rostro. Cada gesto, cada movimiento, cada sonrisa cada que probaba algo simplemente le encantaba, estaba ensimismada observándola ignorando por completo el pasar del tiempo. Solo cuando vio como la ojimiel derretía mantequilla en una sartén se animó a acercarse y curiosear un poco.

– ¿Qué haces?

– Derrito mantequilla –contestó sin despegar la vista de la sartén–, cocinar la pechuga con esto en vez de aceite hace que la carne tenga un saber bastante especial y rico. ¿Nunca lo has probado?

– Tengo entendido que todo se fríe con aceite en mi casa –comentó mientras dejaba que el dulce aroma de la mantequilla derretida se adentrara en sus pulmones–. Huele bien.

– Y sabrá mejor –aseguró–. Será mejor que te alejes un poco, comenzaré a freír.

Hizo caso a su sugerencia y dio un par de pasos atrás. Pasaron un par de minutos hasta que Tatiana finalmente terminó. Sirvió un poco de arroz, un poco de puré y colocó las pechugas encima; llevó los platos con ayuda de Emily a la mesa de la sala, luego los cubiertos y finalmente un par de vasos para servir el jugo de manzana.

Una vez se sentaron a comer, Tatiana esperó que fuera Emily quien probara primero la comida.

– ¿Y bien? –preguntó y, aunque quiso sonar segura, su voz delataba su nerviosismo.

No respondió en ese instante, terminó de degustar lo que se había llevado a la boca.

– Pues –miró el plato por un par de segundos y luego miró a la ojimiel–, ¿te digo la verdad o seguimos siendo amigas?

– ¿Tan malo está? –un semblante desilusionado se asomó en su rostro.

– Hey, estoy bromeando –dijo riendo suavemente–. Esta muy bueno, en serio.

– ¿De verdad?

– De verdad –aseguró llevándose otro bocado a su boca–. Tenías razón, la mantequilla le da un sabor especial al pollo, es bastante agradable, el puré está suave y rico, y el arroz está en su punto.

Con una sonrisa triunfante finalmente Tatiana comenzó a comer, comprobando ella misma que su plato había salido bastante bien. No pudo evitar tararear alegre alguna canción, sentía que había pasado la prueba de algún duro crítico y aquello la hacía feliz.

Terminaron de comer y llevaron los platos al lavadero, Tatiana hizo una rápida limpieza a la cocina y luego volvieron a la sala para finalmente comenzar a estudiar. Emily sacó el libro de matemáticas y su cuaderno de aritmética y los puso sobre la mesa, la ojimiel la imitó.

– Espera –dijo Tatiana antes de sentarse–, olvidé algo.

Se encaminó rápidamente a su habitación y sacó de un cajón de su mesa de noche un jarabe de envase blanco, vertió el líquido amarillo en la tapa y se lo tomó, arrugando la cara al instante. Luego volvió rápidamente junto a Emily.

– ¿Qué pasó? –preguntó Emily al verla sentarse a su lado, pero sin nada entre las manos– ¿No habías olvidado algo?

– No, no era nada, me confundí.

Se extrañó ante eso, pero no dijo nada al respecto y dio inicio a aquella sesión de estudio. Durante toda una hora y media se dedicó a explicarle a Tatiana el tema que habían visto ese día, dejó que la ojimiel copiara sus apuntes de la clase y resolvió los problemas que habían dejado como tarea para ayudar sus explicaciones y así matar dos pájaros de un tiro.

Cuando Tatiana escribió la respuesta correcta al último problema Emily dio por terminada aquella sesión. Ambas se estiraron en sus asientos dejando que los músculos de sus hombros y espalda se relajaran.

– Gracias, realmente me ayudaste hoy.

– No fue nada, yo agradezco que me hayas dejado probar tu comida.

– Supongo que no se compara a lo que te sirven en tu casa, pero espero que te haya gustado.

– Me encantó –aseguró con total sinceridad–, tal vez venga más seguido a probar tu sazón.

– Me aseguraré de tener algo mejor para entonces.

Sonrieron cómplices y mirándose fijamente a los ojos, intentando descubrir todos los secretos que ocultaba la mirada de la otra. El momento era perfecto así, simplemente rodeado de silencio, lo demás estaba de sobra. Sin embargo, en cierto momento la atención de Emily fue captada por una funda que se hallaba detrás de Tatiana, su oscuro color se camuflaba discretamente con el estante sobre el cual estaba apoyado y eso hacía que a la primera fue difícil de verlo, pero en cuanto sus azules ojos lo ubicaron no dudó en preguntar sobre ello.

– ¿Tocas la guitarra?

– ¿Qué? –giró la cabeza y posó sus ojos en la funda de guitarra que estaba apoyada sobre el estante del televisor. Se maldijo internamente por no haber guardado aquello ni bien terminó de lavarlo – Ah, bueno, solo un poco, no soy realmente buena en ello.

– ¿Puedo escucharte tocar? –preguntó con gran ilusión.

– Pero en serio no soy muy buena…

– Por favor –rogó con su mirada–, toca algo para mí.

Aquellos ojos azules la miraban tan suplicantes que decirles que no sería ilegal. ¿Quién podría negarle algo a esa carita de cachorro tan dulce y tierna? Nadie, absolutamente nadie.

– Vale –contestó derrotada mientras se levantaba–, pero te advertí.

Caminó seguida de Emily hasta el instrumento, lo sacó de su funda y fueron a sentarse al sillón. Colocó la guitarra entre sus piernas y, dado que no tenía su celular a la mano, afinó las cuerdas con solo el oído hasta que obtuvo el sonido que deseaba.

– Solo será una canción.

– Está bien.

Pensó por unos segundos alguna canción y cuando finalmente se decidió en una sacó de la funda una cejilla la cual colocó en el primer traste. Tanteó un poco las cuerdas antes de acomodar sus dedos y comenzar a tocar una suave y tranquila melodía. Emily no tardó en reconocer la canción, observó ensimismada como los dedos de la ojimiel se movían ágilmente sobre las guitarras y sintió una gran admiración pues, a pesar de que había estado en algunas clases, ella nunca había logrado tocar una guitarra decentemente.

¿Sabes? No pido nada más
Que estar entre tus brazos
Y huir de todo el mal
Que a todo he renunciado
Por estar junto a ti

¿Sabes? No dejo de pensar
Que estoy enamorado
Te quiero confesar
Que soy sólo un esclavo
Que no sabe vivir sin ti

Cuando llegaste tú
Te metiste en mi ser
Encendiste la luz
Me llenaste de fe
Tanto tiempo busqué
Pero al fin te encontré
Tan perfecta
Como te imaginé

Comenzó a cantar de una manera tan delicada, suave y mágica, sintiendo cada nota que tocaba y cada verso que cantaba tan profundamente que cualquiera que la oyera podía decir con total seguridad que ella estaba dejando que sea su corazón quien cante.

Emily la miraba fascinada: escucharla cantar fue como un hechizo para ella. Si tuviera que describirlo, fue como si estuviera escuchando el canto de una sirena: simplemente quedó hipnotizada desde el primer verso. Sentía como su corazón golpeaba su pecho, su mente le estaba jugando bromas pesadas susurrándole en pensamientos que esa canción era para ella. Trató de convencerse a sí misma que no era así, aunque una parte de ella quería creerlo.

Cuando Tatiana estaba a punto de cantar el último verso miró a Emily directamente a los ojos.

¿Sabes? No pido nada más
Que estar entre tus brazos

Sus dedos tocaron la última nota y cuando las cuerdas dejaron de moverse, la sala quedó inundada en completo silencio.

Se quedaron mirando perdidas en los ojos de la otra. Nuevamente sus mentes dejaron de funcionar, sus corazones latían al unísono mientras que la tentación las llamaba discretamente a través de delicados susurros.

Dejando toda racionalidad de lado, Emily llevó su mano izquierda a la mejilla derecha de Tatiana, sintiendo ambas una descarga eléctrica al contacto. La distancia entre ellas era poca, alrededor de unos 10 centímetros. Sus miradas viajaban de sus ojos a sus labios y de sus labios a sus ojos. Emily fue quien tomó la iniciativa esta vez, el deseo de apoderarse de aquellos labios y reclamarlos como suyos la estaba matando. Tatiana no se movió, simplemente se perdió nuevamente en aquellos ojos azules, como un náufrago que se encariñó con el océano que lo rodeaba.

Cerraron lentamente sus ojos, esperando que la distancia entre sus bocas fuera nula.

Notas finales:

¡No me maten por dejarlo ahí! A veces es necesario dejar en suspenso algunos capítulos e-e jajaja los amo<3

Espero que les haya gustado nn
¡Saludos, nos leemos pronto!


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