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Perdona si digo que te amo por Parepi_

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La campana sonó anunciando la finalización del recreo, su estrepitoso sonido fue como una alarma que sacó a de su trance a Christina quien solo se encontraba a menos de dos centímetros de la boca de la ojimiel; abrió sus ojos y observó a Tatiana quien tenía los ojos cerrados con fuerza.

– Que mal, el timbre sonó en el mejor momento –dijo en un suspiró mientras retrocedía un par de pasos–. Se acabó la broma, volvamos a clases.

– ¿Eh? ¿Bro…ma? –repitió con incredulidad– ¿Era una broma?

– Claro que sí –la miró divertida y levantado una ceja–, ¿qué más sino?

– Ah, claro…–susurró procesando todo lo que había, o mejor dicho estuvo a punto de suceder, y pronto su confusión pasó a ser enojo– ¡Idiota! ¡Esta vez te pasaste!

Sorry –se disculpó riendo por lo bajo–, es que al verte tan vulnerable no lo resistí.

– Idiota, te odio.

– Te lo recompensaré después –caminó hasta la puerta y la abrió–, por ahora solo volvamos a clases.

Tatiana no contestó, se limitó a rodar los ojos y a abandonar el aula. Christina, al quedar fuera del campo de visión de la ojimiel, dejó que su sonrisa desapareciera.

– Tatiana…

– ¿Qué? –contestó sin voltearse para mirarla.

– Si no me hubiera detenido y te hubiera besado… ¿Qué hubieras hecho?

– Pues, probablemente te hubiera golpeado.

– Ja –mofó con ironía y una pizca de melancolía–. Eres mala.

– Tú eres peor.

Caminaron en silencio hasta que llegaron al salón, ahí se reunieron con los demás quienes, para fortuna de ambas, les guardaron un poco de pizza.

Las clases pasaron con total normalidad y sin ningún contratiempo, la hora del almuerzo se pasó volando al igual que las dos horas del último curso. Tocó la campana que anunciaba el fin de las clases y, luego de unas cuantas pautas del tutor, abandonaron el aula.

Se encontraban ya fuera de la institución discutiendo, nuevamente, sobre ir a algún lugar a comer o a hacer algo por ahí. Sin embargo, antes de que pudieran quedar en algo Christina se apresuró en decir que ni ella ni Tatiana iban a poder ir, y aunque la ojimiel no tenía idea de lo que la rubia estaba hablando no tuvo tiempo para preguntar acerca de eso puesto que, sin previo aviso, Christina ya la había tomado de la mano y la estaba llevando con ella.

– ¡Espera, Chris! ¿A dónde se supone que vamos?

– ¡Vamos a mi casa!

– ¿¡A tu casa?! –exclamó completamente confundida. Christina detuvo el paso y se giró para ver aquellos ojos color miel.

– Sí, mis padres llegaron esta mañana y dijeron que querían verte.

– ¿No iba a llegar dentro de un par de días?

– Yo también lo pensé así, pero al parecer pudieron conseguir un vuelo antes de lo previsto.

– Pero ir así tan de repente…

– ¡Estará bien! –aseguró sonriendo– Te conocen desde pequeña, además ellos se mueren de ganas por verte de nuevo.

– Que nervios –dijo suspirando–, hace mucho que no los veo.

– Ni ellos a ti, pero descuida, no han cambiado nada –volvió a retomar el paso–. Ven, mi nos están esperando un poco más allá.

Caminaron un poco más hasta que llegaron a una camioneta 4x4 negra con lunas blindadas. Un señor de unos 40 años con traje negro bajó del vehículo y les abrió la puerta para que ingresaran, luego cerró la puerta, volvió a entrar en el vehículo y arrancó.

En el transcurso Christina y Tatiana hablaron de trivialidades de cuando eran pequeñas, sobre todo sobre las travesuras de ambas que involucraban a los padres de la rubia; sin embargo, y a pesar que la conversación la distraía, Tatiana no dejaba de sentir ese nudo en el estómago y la presión que los nervios causaban en su pecho, y en cuanto no notó que la camioneta se hubo detenido solo sintió sus nervios multiplicarse infinitas veces.

– Ya llegamos señorita Medran, señorita Vernacci –dijo el conductor abriendo la puerta para que ambas bajaran.

– Gracias William –la rubia le regaló una sonrisa mientras bajaba del vehículo–. Vamos Tatiana.

– Ah, claro –respondió siguiéndola.

Se encontraban en un amplio jardín que tenía distintas flores y algunos árboles, en el centro de se encontraba una gran casa blanca de dos pisos y una azotea. Caminaron hasta la puerta de entrada y la rubia la abrió; sin embargo, Tatiana dudó un poco antes de adentrarse en aquel lugar.

– Hey, ¿pasas?

– Ah, sí, perdón –con torpeza cruzó el umbral de la puerta–, estoy algo nerviosa.

Caminaron por un largo y elegante vestíbulo que estaba decorado con algunos floreros y unas pinturas en las paredes hasta que llegaron a una enorme cuarto que estaba tenía un enorme sillón en forma de U pegado a la pared con una mesita gris en el centro y, frente a ambos, un estante lleno de licores finos, cuadros y una gran televisión plasma. Toda una pared de aquella habitación solo eran ventanales enormes que daban al jardín el cual, a simple vista, se notaba era enorme.

Tatiana observaba cada rincón del lugar sintiendo una gran nostalgia cada que sus ojos se posaban en un lugar en específico, pero no pudo de terminar de ver por completo la habitación dado que Christina la tomó de la muñeca y comenzó a jalar de ella.

– Ven, mi mamá debe estar en el segundo piso.

Dieron un par de pasos hasta llegar a una gran escalera blanca, subieron y caminaron por un gran y amplio que pasillo que contenía diversas puertas de madera pulida, siendo muchas habitaciones vacías que estaban destinadas a visitas o simplemente a servir como almacén. Llegaron al final del pasillo y ambas atravesaron la última puerta, dando así con una gran biblioteca que, además de contener miles de estantes con variedad de libros, había un par de sillones en el centro de la sala. Ahí y de espaldas a la puerta, se encontraba una mujer de cabellera rubia hasta los hombros.

Mothey, I’m home.

Welcome Chris –respondió la mujer con un perfecto inglés sin darse la vuelta, estaba sumergida en el libro que tenía en sus manos–. How was the school?

Fine! And…

What happen?

Christina le dio un ligero codazo a Tatiana para que dijera algo, y aunque al principio ésta estuvo reacia a hablar, luego de unos segundos pudo controlar su nerviosismo y dejar la voz de su garganta salir.

– B-Buenas tardes, señora Adela.

La mujer, al escuchar la voz de Tatiana, se enderezó y giró finalmente su rostro hacia la puerta, sus profundos ojos color esmeralda no tardaron en posarse en aquellos tímidos ojos color miel.

Are you…–comenzó a preguntar mientras se levantaba lentamente– Tatiana?

– Sí –sonrió con timidez acercándose un par de pasos junto con Christina–. Ha pasado tiempo, ¿cómo se encuentra?

Adela rodeó el sillón y se acercó a Tatiana para luego, con delicadeza y cariño, tomar su rostro con ambas manos y examinarlo.

– No puede ser, ¿en serio tú eres la pequeña Tatiana? – sonrió enternecida y casi al borde de las lágrimas con un español que era tan fluido como su inglés– Pero mírate, eres toda una señorita ahora. ¿Cómo has estado en todo este tiempo? –preguntó mientras la abrazaba.

– Bien, todo ha estado tranquilo –respondió nerviosa sin saber si corresponder o no el gesto– ¿Y usted? ¿Cómo ha estado?

– Yo estoy muy bien, ¡pero no tienes que estar tan nerviosa! –dijo divertida a la vez que separada de ella– Te conozco prácticamente desde que usas pañales, puedes tutearme sin pena.

– Pero…

– Solo hazlo, no hay problema.

– Bueno, está bien... Adela…

– Bien, estamos progresando –asintió con una amplia sonrisa, luego pasó a mirar a Christina– ¿Por qué no me avisaste que traerías a Tatiana hoy?

– ¿No es mejor de esta manera? Las mejores cosas siempre pasan de manera inesperada.

– Hay algunas cosas que sí se tienen que avisar –tomó una de las mejillas de su hija y la apretó con fuerza–. Tuviste suerte de que hoy ni tu padre ni yo tuviéramos que salir por el trabajo.

– ¡Ay, ay, ay, ay! ¡Ya, ya! ¡Lo entendí! Sorry, sorry.

Tatiana no pudo evitar reír ligeramente ante la escena madre-hija que estaba presenciado, casi sentía como si hubiera vuelto unos diez años en el tiempo y en ese momento estaban regañando a Christina por una de sus muchas travesuras.

– A todo esto –comenzó a decir Christina una vez su mejilla fue liberada–, ¿dónde está papá?

– Fue un momento a su oficina para ver algo sobre el trabajo, pero dijo que no demoraría tanto, así que ya debería estar-

– Querida, los de la agencia dicen que están de acuerdo con que descansemos una semana –repentinamente un hombre que vestía un elegante traje entró a la biblioteca, aunque tenía la mirada puesta sobre un papel que llevaba en la mano–. Solo tenemos que terminar el informe del caso que tenemos actualmente.

– Hablando del rey de Roma –dijo Adela sonriendo divertida–. Amor, tenemos visita.

– ¿Visita? –el hombre levantó la mirada y sus azules ojos se posaron en su esposa, luego en su hija y, finalmente, en los mieles ojos de Tatiana. Se quedó observándola por unos largos segundos, como si desconfiara de lo que sus ojos veían.

– ¿No tienes nada que decirle a tu segunda hija? –preguntó Adela.

– ¿Tatiana? –cuestionó con cautela mientras se acercaba– ¿En serio eres tú, pequeña?

– Sí, soy yo –afirmó sonriendo apenada–, ¿cómo ha estado señor John?

– Oh por… –tomó a Tatiana entre sus brazos– No puedo creer que sea tú, has crecido tanto.

– No he crecido mucho en realidad –susurró, nuevamente sin saber si corresponder el gesto o no.

– ¿Cómo que no? –se separó lo suficiente para poder verle el rostro– Antes solo llegabas a mi rodilla y ahora puedo abrazarte con tu cara cayendo en mi pecho, has crecido demasiado.

 No respondió, no sabía que responder, solo atinó a sonreír ligeramente avergonzada. John la estrujó una última vez entre sus brazos antes de dejar a Tatiana libre nuevamente, luego dirigió su atención hacia su esposa y su hija.

– ¿Por qué no me han avisado que Tati venía hoy? Hubiera mandando a hacer una cena especial o algo.

– Yo tampoco sabía nada –Adela se cruzó de brazos y miró a su hija–. Todo esto fue obra de Christina.

– Es mejor de este modo –aseguró Christina pasando su brazo por el hombro de Tatiana–. Si les hubiera avisado habrían hecho un gran escándalo, y con eso solo hubieran conseguido hacer que Tatiana estuviera más nerviosa por venir de lo que ya estaba hoy.

– ¿Estabas nerviosa por vernos? –preguntó Adela mirando a la ojimiel.

– Es que ha pasado tanto tiempo desde la última vez que los vi que no tenía idea de cómo comportarme ante ustedes –confesó mientras jugaba con sus dedos–. No pude evitar sentirme algo nerviosa el día de hoy.

– No tienes nada de qué preocuparte, te conocemos desde que eras una niña –dijo John con una sonrisa–, no hay razón para que estés nerviosa.

– Antes parabas acá día y noche, eras como una segunda hija para nosotros –agregó Adela–, y estamos encantados de finalmente poder volver a verte.

– Gracias –susurró con una ligera sonrisa y las mejillas ruborizadas–, a mí también me alegra volver a verlos a ustedes.

– ¿Lo ves? –comenzó a decir Christina– Te dije que no tenías nada de qué preocuparte.

– Bueno, ¿qué te parece si te quedas a cenar? –propuso Adela emocionada– Así podremos hablar acerca de todo un poco mientras comemos.

– No quisiera incomodar…

– Claro que no incomodas –aseguró John desordenando la castaña cabellera de Tatiana–, tú ya eres parte de esta familia.

– Bueno –su sonrisa se amplió a la par que un agradable y cálido sentimiento se adueñaba de su pecho–, entonces supongo que puedo quedarme.

Perferct! –Adela sonrió encantada– Le diré al chef que se esmere cocinando.

– ¿Hay algo que quieras comer en particular? –preguntó John.

– Me apetece cualquier cosa –respondió–, las comidas de este lugar siempre eran exquisitas.

– ¿Puedo elegir yo? –preguntó Cristina.

– No –contestaron sus padres al unísono.

A la hora de la cena tanto Adela como John se la pasaron preguntando cosas a Tatiana, y ella respondía encantada a la vez que comía la deliciosa comida que había sido preparada esa noche. Se pusieron a recordar cosas que pasaron cuando Tatiana y Christina eran unas niñas, las travesuras que hacían y los líos en los que se metían; pero, curiosamente, ni John ni Adela tocaron el tema de los padres de Tatiana, no preguntaron en ningún momento por ellos, aun estando al tanto de todo lo que había pasado. Ellos no querían arruinar el encuentro con la ojimiel hablando de cosas que nadie quería recordar, algo que Tatiana agradeció en su mente.

Al terminar la cena los padres de Christina siguieron hablando un poco con Tatiana, pero les surgió un asunto en el trabajo que no pudieron dejar de lado y tuvieron que retirarse diciendo que no demorarían mucho. Ambas chicas, al quedar solas, recorrieron el patio de la casa recordando las travesuras que hacían allí de pequeñas, luego se dirigieron al cuarto de la rubia y se sentaron en la cama para comenzar a hablar de nuevo de trivialidades a la par que escuchaban música.

El tiempo se pasó volando y, antes que se dieran cuenta, faltaba menos de media hora para que sean las nueve de la noche. Tatiana estaba echada en la cama de mirando el techo con una sonrisa mientras que Christina estaba sentada a su lado viendo un álbum de fotos de cuando ellas dos eran pequeñas.

– ¿Recuerdas está? –Christina alzó el álbum de fotos y señaló una fotografía.

– ¡Eso fue cuando teníamos ocho! –recordó riendo– Fuimos al zoológico y te quedaste tan maravillada con las jirafas que intentaste entrar en su hábitat.

– Me sorprendió que fueran tan enormes.

– Pero no es normal querer entrar en su hábitat solo por eso.

– Tú te quisiste meter al hábitat de los pingüinos.

– Sh, era pequeña e inocente.

Ambas se miraron y comenzaron a reír con ganas. Tatiana al parar de reír volvió mirar el techo y cerró sus ojos cansada, había sido un largo día, pero había valido totalmente la pena ser arrastrada por la rubia. Se sentía nuevamente parte de un hogar, hace mucho que no cenaba acompañada, hace mucho que la comida no sabía también como la que probó aquel día, y probablemente se deba a que había compartido la mesa con personas que la querían y que ella quería. Realmente había añorado aquel sentimiento pues el tiempo hizo que poco a poco lo olvidara.

– Me alegra que ni tú ni ellos hayan cambiado –susurró Tatiana–. Me alegra que sean los mismos que recuerdo.

– Creo que todos hemos cambiado en realidad –dijo mirando el álbum con una nostálgica sonrisa–, pero nuestro lazo es tan fuerte que no tiene importancia y podemos seguir riendo juntos como si el tiempo no hubiera pasado.

– Gracias por regresar –su voz era cada vez más suave–, en serio los echaba de menos.

La respiración de Tatiana entonces se tornó más pausada y calmada: se había quedado dormida. Christina la quedó viendo con una sonrisa, luego volvió a posar su mirada sobre el álbum que tenía entre sus piernas y, con cuidado, rozó con la yema de sus dedos una de las fotos.

– Nosotros… te hicimos daño… –comenzó a susurrar– Debimos quedarnos contigo, pero no lo hicimos. Por eso te devolveremos la felicidad que perdiste en ese momento –posó sus azules ojos en Tatiana–, haremos que vuelvas a sonreír como antes.

El silencio inundó la habitación, lo único que se escuchaba era la tranquila respiración de Tatiana. Christina, con extremo cuidado, se levantó de la cama y guardó el álbum en un estante, luego regresó sobre sus pasos y se acostó al lado de Tatiana cuidando de no despertarla. Observó su perfil dormido y, con la punta de su dedo índice, golpeó ligeramente la mejilla de Tatiana, pero ésta no respondió; golpeó entonces ligeramente su nariz, causando que arrugara un poco el ceño y ladeara ligeramente la cabeza; algo que la hizo reír por lo bajo. Posó entonces sus ojos en los labios de Tatiana y, luego de dudar un par de segundos, los rozó con la punta de sus dedos, pero Tatiana no respondió. Se levantó ligeramente de la cama, apoyándose en su codo izquierdo, y observó el rostro dormido de su amiga por completo.

Si no me hubiera detenido y te hubiera besado… ¿Qué hubieras hecho?

– Pues, probablemente te hubiera golpeado después.

Cristina soltó una ligera risa y negó para sí misma.

– Aceptaré mi golpe con gusto después –susurró acercándose cautelosamente a ella– Sorry, my love

Y con solo aquella habitación de testigo y las estrellas que se asomaban como espías por su ventana, Christina  juntó sus labios con los de Tatiana en un suave beso.

Notas finales:

Espero que les haya gustado, nos leemos pronto<3


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