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Perdona si digo que te amo por Parepi_

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El fin de semana llegó en un abrir y cerrar de ojos y, aunque para muchos jóvenes y adultos era gratificante dado que eran días libres, en locales comerciales y restaurantes eran los días más atareados.

Ese era el caso de uno de los más lujosos restaurantes de aquella ciudad. Siendo ya la hora de la cena los clientes llegaban y llegaban, muchos de ellos habiendo hecho previa reservación cabe decir. Los meseros iban de aquí para allá y de allá para acá sin descanso. El lugar estaba lleno de gente que, a simple vista, se notaba que eran de una clase social alta. Prestigiosos empresarios e, inclusive, alguno que otro artista eran solo algunos de los clientes en aquel lugar.

En una mesa de aquel lujoso restaurante se encontraba Christina acompañada por sus padres. Los tres se estaban bien vestidos: El señor John con un elegante traje; la señora Adela con un sofisticado vestido color champán; y Christina, al igual que su madre, vestía también un elegante vestido, aunque éste era de un color rojo vino.

– Realmente quería volver aquí desde la primera vez que vinimos –dijo Adela feliz mirando la carta–. La comida sin duda es exquisita.

 – No por nada es considerado uno de los mejores restaurantes de la ciudad –le contestó John mientras le daba un sorbo a su copa de vino–. Incluso sus vinos son de calidad.

Un mesero se acercó entonces a la mesa preparado para tomar la orden. Luego de que Adela y John pidieran su plato miraron a su hija esperando que pidiera lo que deseaba, pero Christina seguía viendo perdida la carta. Parecía como si solo estuviera ahí su cuerpo, mas no su mente.

– ¿Christina? –la llamó su madre.

– ¿Qué? Ah, sí, sí, sorry –miró la carta y, luego de darle una rápida ojeada, pidió el primer plato que llamó su atención. El mesero lo anotó en su librete y procedió a retirarse.

– ¿Estás bien? –preguntó su padre preocupado– Esta semana has estado algo distraída, como fuera de ti.

I’m okay, really –sonrió levemente–. Solo algo cansada por la escuela.

– ¿Realmente piensas que podrás engañar a tus padres? –Adela la miró con una ceja levantada– Te conocemos desde que naciste, así que ahora dinos que ha pasado.

– No es nada, en serio –afirmó restándole importancia al asunto y dándole un sorbo a su copa de vino.

–¿Te peleaste con Tatiana? –cuestionó John repentinamente. Christina no pudo evitar atorarse con el líquido rojo que pasaba por su garganta, algo que hizo reír a sus padres– Así que era eso.

– Y-Yo nunca mencioné a Tatiana.

– Pero es Tatiana comúnmente la razón por la que a veces te pones tan pensativa, solo ella logra hacerte preocupar –aseguró su madre divertida recordando el pasado–. Pero esto es inusual, no suelen pelearse mucho.

– No nos peleamos…

– Mucho mejor –contestó–, nuestra pobre Tatiana no tiene por qué estar aguantando tus locuras.

– ¿Por qué no la invitaste para que venga con nosotros hoy? –preguntó John– Así tendrían la oportunidad de hablar y arreglarse, y sabes que Tatiana es mucho más accesible después de comer algo delicioso.

– Sí la invité, pero sabes que a Tati nunca le ha gustado usar vestidos ni ropa tan elegante. Además…tenía cosas que hacer –contestó desviando la mirada.

– ¿Qué cosas?

– Tareas, trabajos de la escuela –suspiró mientras movía su copa de vino–. Aún tiene la mala costumbre de dejar todo para última hora.

– Al menos cumple. Es una procastinadora responsable –bromeó.

Christina tenía su azul mirada perdida en el líquido rojo de su copa. Sus pensamientos estaban muy lejos de aquella mesa, muy lejos de aquel lujoso restaurante. Aunque no quisiera, su mente solo imaginaba que estaría haciendo Tatiana en su departamento. No había mentido, era cierto que Tatiana tenía trabajos de la escuela pendientes, pero no había dicho que no los estaba haciendo sola. En ese momento sentía una gran envidia y celos de Emily, pues estaba con Tatiana ayudándola. ¿Y ella? Ella estaba ahí, en un lujoso restaurante a punto de degustar una comida exquisita, pero estaba sin Tatiana.

Mientras estaba perdida en su mundo, Adela y John compartieron una mirada de preocupación entre ellos, pues no era común que su hija esté tan apagada y callada. Llevaba así casi toda la semana, pero recién se percataron de que no solo se lo estaban imaginando. Pensaron en hablar con ella, pero conocían lo testaruda que era su hija y, al menos por el momento, no les diría nada; así que por eso decidieron que lo mejor era darle tiempo y que ella sola tenga la iniciativa de contárselos.

– Chris, mientras viene la comida, ¿no quieres ir a ver el estanque que tienen aquí? –le propuso Adela– Escuché que tienen una cascada artificial.

– ¿En serio? –preguntó interesada mirando a su madre.

– Sí –aseguró sonriendo, sabía que a su hija le gustaba la naturaleza–. Amplia y rodeada de una excelente decoración exótica que parece que te transporta en serio a la selva.

– También dicen que si lanzas una moneda y pides un deseo se hará realidad –agregó su padre. Un brillo nació en los ojos de Christina, intercaló la mirada entre su mamá y su papá.

– ¿Puedo? –preguntó sonriendo, y tanto Adela como John no tardaron en asentir.

– Espera –la detuvo John justo cuando Christina se levantó. Sacó su billetera y, luego de buscar un par de segundos, sacó un par de monedas y se las tendió–. Para que pidas un par de deseos.

– Sabes que yo no creo en eso papá –le recordó girando los ojos.

– Lo sé –dijo riendo. Tomó su mano y le dio tres monedas–, pero nunca está de más intentarlo.

Christina suspiró a la par que se encogía de hombros, agradeció por el dinero a su padre y, con una sonrisa, se dirigió hacia el estanque. Dado que el lugar era grande tuvo que caminar un largo rato y preguntar a algunos meseros, hasta que finalmente encontró lo que buscaba.

Era grande, casi del tamaño de una piscina promedio, y tal vez sea por eso que estaba ubicado en la parte al aire libre del local. Tenía tres niveles, cayendo desde el último piso hasta el primero la tan dichosa cascada artificial. En sí el estanque no era tan magnífico, lo que le daba ese aire realista era el estar lleno y rodeado de plantas exóticas; además, el hecho de estar al aire libre le daba toque tropical que lo hacía aún más real. Se notaba que aquello era una de las atracciones del restaurante, pues alrededor había un par de bancas de madera y piedra, signo de que había personas que iban a contemplar aquella cascada artificial como la rubia.

Christina se quedó admirando por un par de segundos aquel lugar, felicitando al arquitecto o diseñador que lo había creado. Se acercó un poco más hasta quedar junto al borde de piedra que limitaba el agua, se asomó ligeramente y pudo notar, gracias a la luz de la luna, el brillo de algunas monedas en el fondo. «En serio vienen a pedir deseos aquí». Se quedó mirando el fondo un poco más, luego se alejó y se sentó en una banca de madera. Admiró en silencio la cascada, lo real que se veía y pensó el cómo funcionaría. Dejó que la fresca brisa de la noche la envolviera, a pesar de que era otoño en aquel lugar, para ella ese frío no se comparaba con el de Estados Unidos.

Apoyó su mano en la banca y entonces sintió las monedas que le había dado su padre. Abrió su palma y se quedó mirando los círculos de metal. A ella le parecía tonto creer en esas cosas, desde pequeña nunca le vio el sentido. Pero…¿quién sabe? Su padre tenía razón, nunca estaba de más intentarlo.

«Sé que es tonto pensar que se cumplirá, pero…». Tomó una moneda y la lanzó con fuerza hacia el estanque. «Quiero estar con Tatiana». Sus mejillas se tiñeron en carmín en cuanto aquel deseo que llevaba guardaba en el corazón resonó en su mente. Miró perdida el lugar donde había caído su moneda, y no tardó en negar para sí misma con una triste sonrisa. «I’m a idiot. No debería ser tan egoísta».

Cogió una segunda moneda y la tiró con fuerza al estanque. «Quiero que Tatiana sea feliz, aunque no sea conmigo…quiero que sea feliz». Pidió mentalmente con una melancólica sonrisa, aunque ahora se sentía más satisfecha con lo que había deseado. Miró su mano y posó su atención en la última moneda que tenía. La quedó viendo pensativa, buscando la manera de emplearla. ¿La guardaba? ¿O la tiraba y pedía algo más? Consideró ambas opciones un largo rato, hasta que finalmente se encogió de hombros. «Ya que estoy en eso, supongo que también podría intentarlo».

Tomó la última moneda en su mano derecha y la tiró con mucha más fuerza que las otras dos veces hacia el estanque. «Quiero conocer al amor de vida». No pudo evitar mofarse del deseo que había pedido mentalmente, pues realmente le parecía infantil e inmaduro pedir algo de tal magnitud a una cascada artificial. Siguió riéndose de sí misma un largo rato, negando con su cabeza el hecho de haber confiado su vida amorosa a la cascada de un restaurante.

– ¿Qué es tan divertido? –preguntó alguien a sus espaldas repentinamente haciéndole pegar un grito del susto– Lo siento, no quise asustarte.

Cristina giró la cabeza y posó sus ojos sobre la persona que la había llamado tan repentinamente.

– ¿Camila? –la miró sorprendida– ¡Casi me matas del susto!

– Lo siento –se disculpó nuevamente riendo por lo bajo–. No era mi intención.

– Solo no lo vuelvas a hacer –se llevó la mano al pecho e intentó calmar su corazón–. Eres como un ninja, no te sentí llegar.

– Tal vez lo hubieras hecho si no te hubieras estado riendo –se sentó a su lado–. ¿Qué era tan gracioso?

– Oh, no, nada –aseguró volviendo la mirada al frente mientras negaba para sí misma con una sonrisa. El solo recordarlo le hacía gracia, pero prefería guardarlo para ella–. Solo unas tonterías mías.

 – Había visto antes personas rogándole al estanque, pero es la primera vez que veo que alguien se ríe.

– Siempre hay una primera vez para todo –aseguró riendo–. ¿Vienes acá seguido?

– No realmente…

– ¿Entonces?

– Pues... –giró la mirada y, luego de unos segundos de silencio, prosiguió– Este el restaurante de mi familia.

– ¿¡En serio?!

– En serio –aseguró divertida.

– No tenía idea.

– Es normal, nadie lo sabe.

– ¿No se lo has dicho a los demás?

– ¿Te imaginas la catástrofe que sería si enteraran? –suspiró cansada. Volteó a ver de manera seria a Christina– No dejarían de venir acá pidiendo comida gratis, además teniendo en cuenta el estómago de todos los hombres y Fernanda, nuestra despensa se acabaría en solo un par de horas. Los quiero a todos, pero harían quebrar el negocio de mi familia –terminó de decir con rostro de pésame haciendo que la rubia comenzara a reír.

– Pues creo que tienes razón –dijo entre risas–. No creo que toda la comida alcance para saciar sus estómagos.

– ¿Verdad? –la miró con una sonrisa– Por eso, ¿me harías el favor de guardar el secreto?

Of course! No diré nada.

– Gracias, salvas el negocio familiar.

– ¿Entonces sueles ayudar acá?

– Ajá –asintió–. Solo ayudo de vez en cuando en la cocina, no es muy a menudo pues aún no me sé tantas recetas. Y cuando vengo solo es por un par de horas. Justo ahora estaba regresando a casa luego de ayudar un rato.

– ¿Y por qué viniste aquí? No conozco mucho el lugar, pero sé que la salida está al otro lado.

– Es divertido –contestó. Christina la miró con duda–. Hay gente con reacciones muy peculiares cuando pide un deseo, me gusta verlos.

– En pocas palabras, te ríes de la gente que confía su vida en una cascada artificial.

– Si lo dices así suena mal –rio por lo bajo. Alzó su mirada y la fijó en la enorme cascada–. De hecho, dicen que esta cascada en serio cumple lo que pides. Nunca lo he intentado, pero hay algunos trabajadores y meseros que dicen que sí les concedió lo que pidieron.

 – Mmm... –Christina posó su ojos en el agua del estanque, más específicamente en el lugar donde habían caído las tres monedas que lanzó.

¿En serio se cumplirán los deseos que había pedido? Si es así, ¿qué pasaba con el primero? ¿También se haría realidad o no? Le estaba dando demasiadas vueltas al tema, y eso la estaba estresando y haciendo que regrese a su estado de ánimo inicial: melancólico y con la mirada perdida. Esto no pasó desapercibido por Camila, pero al no conocer mucho a la rubia no sabía qué decir exactamente.

– ¿Y tú? Supongo que viniste a comer –empezó a hablar, buscando mejorar el ambiente que les rodeaba–. ¿Con quién has venido?

– Con mis padres, me dijeron que podía venir aquí en lo que llega la comida.

Sin saber qué más decir, ambas se quedaron en silencio. Nunca hablaron mucho en el colegio, al menos no sin Tatiana presente, por eso ahora no tenían temas de conversación en común. Además, el ánimo de Christina no era el mejor tampoco, lo cual hacía aún más difícil e incómoda la situación. Camila, sin saber qué hacer, soltó un silencioso suspiro, ladeó un poco su cabeza y, luego de darle un par de vueltas, finalmente habló.

 – Es raro verte deprimida. ¿Ha pasado algo? –preguntó directamente. Ella siempre iba directo al grano, le cansaba y le parecía inútil darle vueltas a lo obvio.

– ¿Qué? No estoy deprimida –la miró y le regaló una leve sonrisa–, solo algo cansada, aún no logro acostumbrarme del todo al cambio de horario.

– Mmm… –la miró de reojo, examinándola. Luego volvió su mirada al frente, posándola en la cascada– Sé que no somos cercanas ni nada, pero si tienes algo que contar puedes decírmelo –volteó para mirar directamente sus ojos azules y le sonrió–. A veces es más fácil contarle tus problemas a un extraño que a un amigo.

Christina la quedó viendo ligeramente sorprendida. No entendió muy bien porqué, pero por alguna razón los cafés ojos de Camila le dieron una seguridad y confianza infinita, sentía que podía contarle todo aún sin conocerla.

– Digamos que es un mal de amores –contestó apartando la mirada hacia el estanque. Tenía una triste sonrisa en su rostro–. Más específicamente… un amor no correspondido.

– Con que sufriendo por amor –sonrió comprensiva fijando su mirada en el mismo lugar que la rubia–. ¿Quieres contarme toda la historia? Puede ayudar a que te desahogues.

– No –se negó amable negando con su cabeza–, realmente no quiero hablar de eso.

– También puedes llorar si quieres –dijo suavemente–. Ahora mismo solo soy una extraña escuchando tus problemas, no contaré nada de lo que pase aquí.

Sorprendida por la extraña sugerencia, Christina miró a Camila como esperando que en cualquier momento ésta dijera que solo era una broma, pero Camila no la miró, seguía con su café mirada puesta en el estanque, su semblante era serio pero tranquilo a la vez. Christina volvió a sentir esa seguridad de antes y, con una leve sonrisa, se apoyó en el hombro de Camila.

Thanks –susurró.

Poco a poco Camila comenzó a sentir un cálido líquido que mojaba su hombro, pero no hizo comentario alguno, simplemente dejó que la rubia llorara en silencio. Luego de que pasaran unos minutos Christina dejó de llorar, ahora simplemente estaba apoyada sobre el hombro de Camila, disfrutando del paisaje y de la compañía de la persona junto a ella.

– ¿Mejor? –preguntó Camila.

– Sí –contestó en voz baja–. Gracias Camila.

– Cuando quieras –dijo sonriendo.

El silencio volvió a envolverlas, pero ahora no era para nada incómodo, hasta podría decirse que un ambiente reconfortante se había formado entre ellas. Se quedaron mirando la cascada, embelesadas por el sonido y el paisaje que, a pesar de ser todo artificial, lograba envolverlas y dejarlas ensimismadas.

– Supongo que ya debería ir donde mis padres –dijo Christina repentinamente mientras volvía a sentarse recta–, he estado aquí un buen rato. De seguro la comida ya llegó.

– Tenlo por hecho, nuestro servicio es bastante rápido –aseguró Camila orgullosa–. ¿No deberías ir a lavarte la cara primero? Tus ojos están un poco hinchados.

No problem! –exclamó. Dio media vuelta encaminándose al estanque, cogió algo de agua de éste y se mojó el rostro, luego volvió a girarse–. Ya está resuelto.

– Hey, que eso no eso se hace –la regañó cruzándose de brazos, pero viéndola con una sonrisa–. Pero bueno, supongo que puedo dejarlo pasar por hoy.

Thank you –le devolvió la sonrisa–. Nos vemos el lunes, Camila.

– Claro, adiós Chris –levantó la mano en son de despedida, la rubia le devolvió el gesto.

Cuando Christina hubo abandonado el estanque, Camila posó su mirada en un cartel que estaba al costado del mismo que decía: “No meter ninguna parte del cuerpo en el estanque”. Sonrió para sí misma a la par que negaba con la cabeza, pensando que tal vez habría que poner un par de carteles más.

Por su parte, Christina, después de caminar unos minutos, llegó a su mesa justo cuando estaban sirviendo los platos.

– Te demoraste más de lo esperado –comentó Adela–, ¿pasó algo?

– No, nada –negó sonriendo animada mientras se sentaba–. Solo me quedé mirando tan concentrada la cascada que no me di cuenta de que el tiempo pasó volando.

– ¿Mirabas concentrada la cascada? –cuestionó John con una ceja levantada.

Well, era una gran cascada.

– ¿Segura que nada más pasó? –insistió su madre.

– Vale, me encontré con una amiga de la escuela –confesó suspirando–. Hablamos un rato y me quedé más de lo pensé.

– Oh, la hubieras traído para conocerla –dijo John.

– No, no, ella ya se iba, no quería hacer que se quedara más de lo necesario.

– Bueno, será para la otra –dijo Adela.

Mmm…Maybee –le dio un bocado a su comida–, ella parece frecuentar ese sitio, así que puede que me la cruce otra vez.

Adela y John sonrieron al ver que su hija estaba más animada a comparación de cuando se fue, eso sin duda les alegraba. Sin decir agregar nada más, los tres comenzaron a disfrutar de la exquisita comida que les habían servido.

Notas finales:

Yo les dije que no iba a demorar esta vez ;) 

Gracias por leer, espero les haya gustado<3


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