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Perdona si digo que te amo por Parepi_

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Notas del capitulo:

Heey, a pasado un tiempito (como siempre xd) pero aquí les traigo otro capítulo de esta historia. En sí lo tenía terminado hace unos días, pero quería subirlo hoy por el día del orgullo LGBTIQ+

Feliz día a todos y a todas, sean libres y felices siempre<3

Tal y como lo había predicho, los días siguientes su casa fue visitada por modistas, maquilladores y su vieja instructora de etiqueta, todo porque el fin de semana tendría que asistir a un tonto evento de su padre.

Por lo que le habían informado y por lo que había leído de unos documentos que su padre le entrego, era un evento para celebrar el contrato con otra empresa minera que, últimamente, había estado ganando más estatus dentro del rubro.

Miró con desgano las hojas encima de su tocador las cuales contenían información de distintas personas importantes que asistirían al evento, así como los negocios que manejaban cada una. Tal vez aquella parte, junto al tema del vestuario, era la que más solía cansarla de aquellas ocasiones. Su padre siempre le hacía tener una “preparación previa” antes de cada evento para que, cada que alguien se acercara a hablar con ella, Emily le recibiera con una sonrisa y temas de conversación preparados.

Realmente lo detestaba, pero no es como si pudiera oponerse a su padre, al menos no sin recibir gritos y, quizás, alguna que otra cachetada.

— Listo, señorita, ¿qué le parece?

Alzó la mirada al espejo frente a ella y vislumbró el excéntrico peinado que el estilista había hecho, era una especie de peinado recogido con doble trenza, además de otras pequeñas trenzas en la parte delantera. Emily se examinó un rato, viéndose tanto de frente como de perfil: el peinado no le gustó, sentía que no iba para nada con ella, pero logró disimularlo.

— Creo que no es tanto mi estilo —dijo al cabo de unos minutos—, ¿crees que pueda ser uno más…simple?

— Entiendo, entonces probemos con un peinado más sencillo.

El siguiente peinado fue exactamente el mismo caso, demasiado elaborado para su gusto, pero el tercero que le mostraron no estaba tan mal. Una media cola recogida con dos pequeñas trenzas. Seguía sintiendo que las trenzas no iban mucho con su imagen, pero dado que eran pequeñas, y que ya llevaban un buen rato probando peinados, decidió decantarse por ese.

Lo siguiente en escoger fue el vestido, luego los zapatos y accesorios, terminado todo con el maquillaje que llevaría. Una vez todo eso fue resuelto, solo tuvo que dedicarse a repasar sus clases de etiqueta y los documentos de su padre los días que quedaban antes del evento.

Para cuando se dio cuenta, ya era sábado, tenía puesto un elegante vestido azul oscuro junto a un abrigo blanco ligero, zapatos de tacón 5 negros y una pequeña cartera plateada entrecruzada, además del collar y los pendientes que iban a juego. Sentada en el sofá de su sala, esperaba a que padre bajara para dirigirse ambos al lugar.

Leonardo apareció vistiendo un traje negro, camisa celeste y corbata azul noche, además de unos zapatos de vestir del más fino cuero. Sumando su seria expresión, la presencia del hombre era realmente imponente, el tan solo pararse a su lado podría parecer asfixiante para muchos, pero era eso exactamente lo que Leo buscaba.

Ambos ojiazules abandonaron la casa despidiéndose del ama de llaves y subieron a la camioneta. Michael, quien iba a ser el encargado de transportarlos esa noche, les abrió las puertas a cada uno antes de subir él al asiento del piloto y conducir hasta el Warm Glow Hotel.

Era temprano, ni siquiera estaba cerca la hora fijada para el evento, pero uno de los lemas de la familia Klett era “ser puntuales, y un poco más”; por ello, era común que a esa clase de eventos sean los primeros en llegar. Según Leo, aquello contribuía a su imagen de manera positiva y les daba cierto estatus y superioridad. Emily no lo veía de esa forma, pero no es como si fuera a comentarlo en voz alta.

Llegaron al hotel al cabo de unos 20 minutos, fuera del congestionamiento vehicular usual no hubo mayores contratiempos en su camino. Michael aparcó la camioneta en uno de los muchos lugares libres del estacionamiento, el cual también estaba reservado para el evento de ese día, y procedió a abrirle la puerta primero a Leonardo y luego, a Emily. En cuanto ambos ojiazules abandonaron el vehículo se pudo sentir un aura imponente e impetuosa desprendiendo de ambos. Sus miradas gélidas, porte elegante y actitud confiada al caminar hacia imposible no voltear a verlos al menos por un segundo.

El evento tendría cabida en uno de los últimos pisos del hotel. Era un salón amplio y elegante, piso de mármol pulido de un color crema y unas paredes limpiamente pintadas que iban a juego. Tal y como habían expresado John y Adela, el lugar fue decorado para la ocasión con las indicaciones que había dicho Leo, tanto las telas, colores, patrones y organización en general; todo arreglado de manera fina y exquisita.

Tal y como era de esperarse, cuando llegaron no encontraron a nadie más en el lugar, además de los trabajadores que terminaban de acomodar los últimos detalles. Emily se quedó firme en su lugar esperando algún movimiento o indicación de su padre acerca de lo que harían a continuación, pero Leo solo examinaba el lugar de arriba abajo.

— Ve a nuestra mesa, iré a recepción un momento para…

— ¿Por qué no me sorprende que hayas venido tan temprano?

La primera en voltear ante la conocida voz fue Emily; por otro lado, su padre se quedó estático en su sitio y aguantándose las ganas de chasquear la lengua con molestia. A tan solo unos pasos de ellos y bajo el umbral de la gran entrada se encontraba Adela vistiendo glamoroso vestido dorado. Al hacer contacto visual, la rubia se acercó a ambos con paso firme y cierta diversión al notar en su viejo amigo la incomodidad.

— Falta media hora para las 6 de la tarde, querido Leo.

— Mejor temprano que tarde —se volteó hacia la mujer—, ¿qué haces aquí?

— Es mi hotel, ¿dónde más estaría?

— Me refería a que pensé que tendrías otros asuntos que atender, la gestión suele ser ocupada.

— Oh, y lo es, pero tengo a John terminando unos últimos documentos —rio con suavidad—, estaremos presentes en tu fiesta, tranquilo.

Por un momento un alarmado y confuso “qué” iba a salir de su garganta, pero en cuanto recordó la presencia de su hija al lado suyo mantuvo su expresión seria.

— Vaya, es una sorpresa, pero son bienvenidos a la ocasión.

Adela levantó una ceja ante la respuesta de Leonardo, una sonrisa adornó su rostro al darse cuenta como su amigo se había contenido para poder mantener la compostura. No era la reacción que esperaba, pero estaba satisfecha. Pronto pasó su atención del hombre hacia la joven que se había mantenido en silencio, pero a la vez curiosa, durante toda su charla.

— Emily, ¿cierto?

— Sí, señora Adela, que gusto volver a verla.

— Esa es mi línea, te ves encantadora esta noche.

— Gracias, usted también se ve muy bien.

I know, right? No estoy nada mal para mi edad —bromeó—. Pero que desconsiderado tu padre para hacerte venir tan temprano y, encima, con este frío. ¿No quieres distraerte en alguna habitación hasta que empiece el evento?

La oferta le tomó por sorpresa, una leve risa nerviosa abandonó su garganta y una tímida sonrisa se formó en su rostro. En realidad, era tentador quedarse en una habitación hasta que comiencen a llegar los demás invitados, pero podía sentir la mirada de su padre encima de ella expectante por cada uno de sus movimientos y palabras.

— Es muy amable de su parte, pero no sería adecuado dada la ocasión. Estoy bien, así que solo me sentaré en nuestra mesa correspondiente —se giró hacia Leonardo—. Me retiro, padre, llámame si necesitas algo.

El hombre no respondió, dio un suave asentimiento y Emily se retiró luego de despedirse una última vez.

— Realmente no tienes corazón.

— Me lo has dicho a menudo —respondió con desinterés—. No sabía que ustedes dos ya se conocían.

— Es amiga de mi hija y ha venido unas cuantas veces a casa, aunque al principio no sabíamos que era tu hija —recordó con gracia y una discreta sonrisa—. Después fue evidente, es la viva imagen de Emma.

Esperó alguna respuesta u otro tipo de comentario, pero Leonardo tan solo se quedó en silencio con un semblante pensativo. Adela no supo si era por el evento o por el comentario que hizo, pero se inclinaba más por la segunda opción; sin embargo, no tuvo tiempo para quedarse a averiguarlo, aún tenía pendientes que ver y cosas por organizar. Tan solo se había dado una vuelta por lugar para molestar a su viejo amigo.

Se despidió de Leo asegurándole que se volverían a ver durante el evento partió rumbo a la cocina que se encontraba un piso más arriba. Subió por el ascensor para personal, caminó un poco por el pasillo y, estando a tan solo unos pasos, no pudo evitar sonreír al sentir el agradable olor salir de la cocina. Sin duda había sido el mejor acierto el haber colaborado con el restaurante favorito de su familia.

En cuanto Adela entró lo primero que vio la gran pila de platos puestos en fila a mitad de ser armados, solo faltaba agregarles aquello que los cocineros aún estaban salteando en la sartén y que, al parecer, era lo que desprendía un glorioso aroma. Por unos momentos tan solo se quedó ahí de pie examinando el trabajo de todos y, en cierta parte, admirando la gran organización que tenían.

— Sra. Medran, que gusto verla, ¿se le ofrece algo?

La rubia mujer se giró con su característica elegancia natural y se topó con la misma persona con quien había hablado hace unos días. Anya se encontraba vistiendo una ceñida y formal falda negra, una blusa de gasa rojo vino y unos tacos color negro; además, tenía un sujetapapeles en su antebrazo y, en su mano contraria, un lapicero.

— No es nada, Anya, tan solo venía a ver cómo iba y consultar si necesitaban alguna cosa.

— Por el momento no tenemos ningún problema, pero le haré saber en caso surja algo.

Perfect! Y, ¿cómo van con las entradas y bocadillos?

— Terminando de ser emplatados y a punto de ser servidos —señaló con el lapicero tres carritos que, efectivamente, ya tenían un buen número de platillos—. En un momento los llevarán al salón principal.

Adela asintió complacida y, luego de una breve charla con Anya, procedió a retirarse para ir ahora en busca de su esposo. John estaba terminando de dar algunas indicaciones al personal de recepción y de seguridad, por lo cual tendría que bajar otra vez unos cuantos pisos. Miró el reloj de su muñeca y organizó su horario mentalmente, aún faltaba un poco hasta que el evento empiece, todo marchaba bien e iban con tiempo de sobra, algo que le hizo sonreír satisfecha. Tan solo faltaba la llegada del último miembro de su familia y ya estaría todo listo.

El poco tiempo que faltaba para el evento se pasó en un abrir y cerrar de ojos y, tal como lo había previsto Adela, todo detalle, hasta el más mínimo, estuvo ya cuidadosamente ubicado en su lugar antes de que los primeros invitados comenzaran a llegar, todos vestidos atuendos que, a leguas, se notaban lo costosos que eran.

El lugar poco a poco fue llenándose y haciéndose más bullicioso, la gente comenzó a soltarse un poco más y a formar pequeños círculos donde dialogaban de negocios y demás temas de la misma índole. Los empleados y socios de ambas empresas sabían que aquella reunión no era solo para fortalecer vínculos y celebrar el nuevo contrato, sino que había un interés de por medio: la oportunidad de conseguir nuevas relaciones que les brinden nuevas oportunidades. Por ello, el ver a los hijos e hijas de los empresarios en la reunión no fue una sorpresa, ni tampoco lo era el objetivo que tenían la mayoría de ellos:

Crear una buena relación con Emily, o mínimo dejarle una buena impresión.

La hija del más destacado empresario de la ciudad, heredera de la compañía y un implacable historial académico que, según muchos, aseguraban su prometedor futuro. En otras palabras, ser amigables y aliarse con Emily ahora significaba poder sacar ventaja de ello mañana. Aunque era algo difícil acercarse a la adolescente cuando poseía la misma mirada de hielo que su padre; ahora, si ambos estaban parados uno al lado del otro, desprendían un aura aún más intimidante para algunos.

Aun así, había unos cuantos que se atrevían a hacerlo. Algunos se acercaban disimulando sus intenciones, otros no lo hacían tanto, pero Emily estaba tan acostumbrada a ello que sabía identificar al instante quien se acercaba con segundas intenciones a ella, el cual era casi el 100% de los casos. Sin embargo, no es como si pudiera expresar su hastío en voz alta, lo único que podía hacer era sonreír, asentir y seguir la conversación de la manera más cordial posible.

Además, Emily también tenía un papel en aquellas reuniones, no solo estaba para realzar la imponencia de su apellido, sino que tenía que dejar buenas impresiones a aquellas personas que, a futuro, podrían convertirse en aliados estratégicos de la empresa; al fin y al cabo, lo que cosechas mañana es lo que sembraste hoy. La lista que le daba su padre antes de los eventos era exactamente para eso, para que pudiera identificar a quien debía brindarle más que una sonrisa y saludo cordial.

Con sus azules y afilados ojos buscó entre la multitud al primero de ellos: Gian Reed, el empresario que dirigía la empresa con quien acababan de aliarse. Lo había visto siendo uno de los primeros en llegar y acercarse a su padre a saludarlo, pero en ese momento ella se encontraba atendiendo otra conversación con otros invitados, así que no hubo oportunidad para presentarse. Aunque más que el hombre mayor en sí, era con su hijo mayor con quien tenía que establecer una buena relación, pues lo más probable es que sea él quien dirija la compañía más adelante.

No lo encontró por el momento, pero no se apresuró a hacerlo tampoco, sabía que tarde o temprano, estando junto a su padre, los peces gordos aparecerían tarde o temprano. Era una de las ventajas de ser la carnada que todos querían en aquella pecera.

Unos cuantos minutos pasaron y, tal como lo había predicho, no tardó en divisar al hombre acercándose hacia donde estaban con una altanera sonrisa y una copa de champan en mano. Pudo divisar también dos personas más a sus costados, pero, como estaba hablando con unas personas en ese momento, no pudo reconocerlas del todo, aunque imaginaba que eran los hijos. Los tres figuraban en la lista como una unidad, así que sería normal verlos yendo y viniendo juntos por la fiesta.

El hombre aún se encontraba a varios pasos de distancia, así que se concentró en la conversación que estaba teniendo en ese momento hasta que se termine de acercar.

— Señor Leonardo, un gusto volver a saludarlo, ¿me permite un momento?

Emily escuchó la respuesta afirmativa de su padre y la tomó como una señal para terminar de hablar también con las personas que estaba atendiendo en ese momento. Con una sonrisa automática y un cordial asentimiento, despidió a la chica con la cual charlaba y se giró para ver al nuevo socio de su padre.

Divisó, primero, al hombre mayor de cabello rubio cenizo; luego, a su lado derecho, divisó un hombre alto que no pasaba de los 30 años, el hijo mayor con el mismo cabello que su padre; al lado izquierdo, un joven un poco más bajo, pero mucho más corpulento, el segundo hijo había heredado los ojos negros de su padre mientras que su cabello era de un color marrón claro.

Se suponía que solo ellos tres tendrían que estar ahí y con quienes tenía que forjar una buena relación, no había nadie más en la lista de su padre relacionado a la familia Reed. Sin embargo, había un cuarto integrante que no debería estar presente, pero lo estaba y logró hacer que la sangre de Emily hirviera llena de desconcierto e ira.

Ryan estaba frente a ella con la frente en alto y una media sonrisa; de los tres, era quien más se parecía a su padre, a excepción de sus ojos que eran iguales a los de su progenitora. Se acomodó a un lado del segundo hermano, quedando hombro a hombro con él y, a la vez, frente a Emily. Posó sus ojos oliva en ella, enfrentándose sin temor a su gélida y azul mirada.

— Antes me presenté sin ellos, hubo un par de asuntos que tenían que atender así que llegaron un poco después, pero ahora que están aquí me gustaría que los conozca.

Uno a uno, el hombre fue nombrando a cada uno de sus hijos mientras los señalaba con la mirada. Empezó con su hijo mayor, Andrew Reed, 27 años y economista, encargado de ver todo el aspecto monetario de la empresa; luego presentó a su segundo hijo, Jordan Reed, 24 años y encargado de la administración, trabajando codo a codo con su padre. Finalmente, su último hijo, Ryan Reed, 18 años y estudiante todavía, quien, además, no solía participar en esa clase de eventos.

— Un gusto conocerlos a todos, espero poder trabajar bien con cada uno de ustedes —inclinó levemente la cabeza y saludó a cada uno con un apretón de manos—. Leonardo Klett, y ella es mi hija, Emily, todavía está estudiando, pero pronto comenzará a manejar más de la empresa, es muy capaz.

— Oh, de eso no me cabe la menor duda.

— Un gusto saludarlo, señor Gian, es bueno conocerlo tanto a usted como al resto de su familia —Emily tendió su mano para un apretón formal, el cual no tardó en ser bien recibido por el hombre—. Me alegro por la nueva alianza que tiene con mi padre, espero que ambas empresas obtengan buenos resultados de este proyecto.

La conversación en la que se envolvieron fue meramente formal, intercambiando algunas breves experiencias de trabajo, diciendo sus buenos deseos sobre en proyecto o alabando la exquisita reunión en la que se encontraban. En otro contexto la sonrisa de cada uno pudo a haber pasado como amistosa y el grupo, como uno de viejos amigos; sin embargo, todo era una fachada para dejar una buena impresión en el otro; aunque uno se esforzaba más que el otro.

Leonardo sabía que era con él y con su hija con quien más se querrían formar relaciones estratégicas para el futuro, así que, en cierta forma, ellos no tendrían que buscar mucho a los peces gordos en esa reunión, sino que estos mismos vendrían por sí solos. Pero eso no quería decir que fueran descuidados; es más, era todo lo contrario, tenían que mostrarse y actuar impecables para estar a la altura de su reputación.

Gian y sus dos hijos mayores no tuvieron problemas en desenvolverse, sabían tratar con socios y hombres como Leonardo, pero no podía decirse que ese sea el caso de Ryan. El menor nunca había asistido a esa clase de eventos, a penas había aprobado sus clases de etiqueta, y era más que evidente su falta de experiencia. Entonces, ¿por qué lo habían traído?

La respuesta era fácil: para que consiga a la hija de Leonardo.

Era un plan sencillo, Ryan y Emily hablaban durante la fiesta, Ryan dejaba una buena impresión y luego, en el colegio, se acercaría cada vez más a ella. ¿La meta final? Que sean pareja y, de esa manera, asegurar la unión y fusión de ambas empresas en el futuro.

Por lo general, era difícil acercarse a Emily, eso lo sabía tanto la familia Reed como el resto de personas que buscaban una asociación con los Klett, pero tenían la ventaja de que su hijo menor compartiera escuela y grado con la princesa de hielo. Así, mientras los otros solo podían mejorar la relación con Emily en ese tipo de eventos, Ryan podría hacerlo cinco días a la semana.

No obstante, a pesar de los varios intentos de Ryan de llamar la atención de Emily durante la charla que estaban teniendo, casi todos fueron ignorados y reducidos con total elegancia y formalidad de parte de la ojiazul. Emily solo le miraba un par de segundos, respondía con un monosílabo, y volvía su atención al frente. Lo que no sabía Ryan es que, en realidad, estaba teniendo suerte de estar obteniendo siquiera una respuesta monosilábica y no un golpe en la entrepierna, porque a Emily no le faltaban ganas de hacer lo segundo; sin embargo, no es como si pudiera hacerlo teniendo a su padre al lado y en un evento lleno de personas de alto rango. Es más, Emily ya podía sentir la discreta mirada de su padre encima de ella recriminándola por su cortante actitud con el hijo de su nuevo socio.

Quiera o no, sabía que en algún momento de la fiesta tendría que convivir de manera más “afable” con Ryan si es que no quería tener problemas con su padre más tarde, pero el solo pensarlo hacía que se revolviera el estómago del asco. Por lo pronto solo trataría de atrasar ese momento lo más que pudiera a la par que se prepararía mentalmente, si lograba controlar el impulso que tenía de golpearlo, entonces estaría bien.

Ryan, por su parte, sabía que no iba a ser fácil entablar conversación con la princesa de hielo, menos con todo lo que estaba pasando con Tatiana. Aun si ella no sabía acerca del soborno, no quitaba el hecho de que estaba saliendo con su novia, o su ex novia, o bueno, lo que sea que haya pasado. No le preguntó a Tatiana en detalle por eso, pero no las ha visto interactuar desde hace un mes, así que suponía que no había terminado bien. El punto era que conseguir la simpatía de Emily iba a ser difícil.

Intentaría por las buenas primero, si eso no funcionaba, siempre estaba el plan b. Si funcionó con una, ¿por qué no iba a funcionar con la otra? Emily tenía mucho más que perder si filtraba la foto, al fin y al cabo.

Inspiró una vez más antes de volver a atreverse a hablar, ya de por sí le era difícil integrarse a la conversación, pues no sabía nada de negocios, pero las palabras de su padre y sus hermanos habían sido claras: solo concéntrate en Emily. Esperó el momento adecuado y, cuando la ojiazul volvió a quedarse en silencio, intentó llamar su atención.

Hey, aquí estabas, te andábamos buscando Leo.

Antes de poder decir algo, una mujer rubia y un hombre de cabello marrón se adelantaron a él y llamarón la atención del hombre ojiazul. Ambos personajes tenían un atractivo intrínseco desprendiendo de ellos, una atrayente aura que obligaba a los demás a voltear a admirarlos al menos un par de segundos.

— Disculpen la interrupción, pero queríamos felicitarlos por su reciente asociación y confianza en nuestro lugar para celebrarlo —Adela tendió su mano hacia Gian y le sonrió de manera encantadora—. Con Leo ya tengo cierta relación, pero con usted aún no tengo el gusto. Adela Medrán.

— Oh, un gusto, Gian Reed —contestó luego de medio segundo—, y estos son mis hijos: Andrew, Jordan y Ryan.

— Un gusto con todos —dirigió su mirada hacia ellos y les dio un asentimiento cordial—. Este es mi esposo, John Medran.

— Un gusto con todos, felicidades por su asociación y gracias por la confianza.

— Y ella —se hizo a un lado dejando vislumbrar a una rubia un poco más baja que ella—, es mi hija, Christina.

Christina caminó hacia el frente con una envidiable confianza y seguridad, estaba vistiendo un elegante y ceñido vestido palo rosa junto a unos tacos 5 del mismo color. La rubia menor levantó la mirada y la fijó en el resto de invitados que la veían con curiosidad y ligero asombro.

— Un gusto con todos, felicidades por su asociación y gracias por la confianza. Espero que todos tengamos una amena noche el día de hoy.

 

 

Notas finales:

Espero que hayan disfrutado el capítulo, el siguiente está en proceso, pero como ando en exámenes puede que demore un poco uu (como siempre xd)

Pero ya saben como soy, lenta pero segura xd

Saludos a todos y a todas, feliz día wachines<3

Cuidense, ¡nos leemos pronto!


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