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Y no nos libres de todo mal, amén. por HellishBaby666

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Notas del fanfic:

Hola, ¿cómo estan? mi nombre es Lo y esta vez les traigo una nueva historia de mi ship favorita.

ADVERTENCIA: La historia está basada en el manga, NO en el anime, por lo que podría contener spoilers. Los personajes no me pertenecen, pero la historia es cien por ciento mía.

Sin más que agregar, espero que la disfruten.

Eran los inicios de diciembre y la lluvia, así como su nariz, corrían sin cesar durante una noche gélida a las afueras de Londres. Afuera la nieve caía silenciosamente, cubriendo de blanco a todo en su camino, y el viento golpeaba de vez en cuando las ventanas, haciéndolas estremecerse. Todo era silencio en la gran mansión, a excepción del sonido de la leña siendo consumida por el fuego bajo la chimenea, un joven conde escribiendo en su escritorio, y una niña montada en una máquina infernal de ocho patas, irrumpiendo en el despacho del dueño de la casa.

 

-¡Ciel, mira lo que he fabricado! -Se precipitó dentro del salón, a toda velocidad en su artilugio arácnido y gritando. En una mano sostenía un pequeño cilindro plateado, no más grande que un lápiz labial.

 

-¡Casi me matas de un susto! -Exclamó el chico, sintiendo como le latía el corazón en las orejas.

 

-¡Lo he logrado! -Dijo triunfante la niña, ignorando mundialmente la réplica de su anfitrión. -¡Por fin pude reducir la fórmula de mi gas pimienta y lo he almacenado en este pequeño recipiente! -Anunció orgullosa, acercando el pequeño cilindro al rostro de Ciel.

 

-¡Aleja eso de mí! -Se levantó de la silla de un brinco, alejándose de la bruja. -¿No recuerdas lo que sucedió antes?

 

-Eso fue antes de que fueras mi amigo. -Sonrío la menor, guardándose su más reciente invento en el bolsillo. -Además, mi nueva fórmula no resulta mortal, solamente es incapacitante por unas horas. -Se encogió de hombros, restándole importancia.

 

-Como sea, quiero eso lejos de mi. -Ordenó el niño, pellizcándose el puente de la nariz con exasperación.

 

-Esa no es manera de dirigirse a una dama, my lord. -Una tercera voz interrumpió su plática, introduciéndose al despacho de su amo mientras empujaba un carrito con la merienda.

 

-¡Carajo, que bien se ve! -Exclamó la menor, abalanzándose sobre el carrito de postres. Ciel y Sebastian la observaron con los ojos como platos.

 

-¿Dónde ha aprendido esas palabras, my lady? No son dignas de una dama. -La reprendió el mayordomo, evitando con todas sus fuerzas reír por la ocurrencia de la niña.

 

El pequeño conde se limitó a llevarse una mano a la cara y suspirar en resignación. Sullivan aprendía el inglés rápidamente, demasiado. Y se negaba a seguir las reglas de etiqueta para las damas. “Solamente se lo perdono porque es una genio”. Se dijo a si mismo, observándola llenar su boca con pastelillos y magdalenas con una voracidad increíble.

 

-¡Aquí está joven ama! -Un nuevo intruso se presentó, rápidamente inclinándose para limpiar la boca de su ama.

 

-Señor Wolfram, es impropio de un mayordomo el permitirle a una dama irrumpir en los aposentos de un caballero. -Lo reprendió el mayordomo, ganándose una mirada asesina de parte del hombre alemán.

 

-No te preocupes Wolfram, nunca tendría un encuentro sexual con Ciel ni con Sebastian, solo contigo. -Dijo la niña de 11 años, lanzándose a los brazos de su mayordomo y descolocando a todos los presentes en la habitación.

 

-Creo que ya fue suficiente. -Exclamó el conde, exasperado y avergonzado por los comentarios de Sullivan. -Fuera de mi despacho, ¡todos! -Ordenó colérico señalando hacia la puerta.

 

-Con su permiso. -Hizo apenado una reverencia el mayordomo de la bruja.

 

-Que sensible... -Murmuró la niña contra el hombro de su sirviente.

 

Una vez que solo fueron Sebastian y él, se dejó caer en su silla de cuero, suspirando sonoramente.

 

-¿Me puedes recordar porqué los tragimos a Londres? -Preguntó dando un sorbo a el té que ya se había enfriado.

 

-Como garantía de su vida, my lord. -Respondió sonriente el mayordomo, vertiéndole otra taza de té.

 

-Hmmm... -Asintió el menor, entrando en calor gracias al té. -¿Alguna noticia? -Cuestionó, llevándose a la boca un trozo de pastel.

 

-De hecho, my lord, por la mañana llegó esto. -Le extendió un pedazo de papel a su amo.

 

De color crema y con perfume de lavanda, el sello de la reina resguardaba una nueva misión para el Perro Guardián de la Reina. El joven conde la tomó entre sus manos, con algo de ansiedad acumulándose en su pecho. Sabía que una carta de la reina significaba varias cosas, ninguna de ellas nada buenas, como viajes de meses sin descanso y en ese momento no se encontraba de humor para uno.

 

-¿Algún problema joven amo? -Le cuestionó el mayor, quien lo observaba con curiosidad.

 

-La dejaré para después de la cena, no puedo pensar con el estómago vacío. -Se excusó, guardando el sobre en uno de los cajones de su escritorio.

 

-Ciertamente. -Hizo una pequeña reverencia. -Iré a hacer los preparativos para la cena. -Se excusó, abandonando el lugar.

 

El menor se recargó en la silla que obviamente era demasiado grande para él, pues sus pies colgaban. Sabía que había sido una pobre excusa, pero no quería emprender un nuevo viaje a quién sabe donde antes de solucionar los problemas que tenía en casa.

 

-Vaya, esa si que fue una excusa estúpida. -Lo interrumpió nuevamente una voz infantil. -¿Qué? Las paredes son delgadas. -Dijo al notar la molestia en el rostro del chico.

 

-No debí haberte contado nada. -Bufó, poniéndose de pie y dirigiéndose a su habitación.

 

Sieglinde lo seguía tan rápido como su invento arácnido se lo permitía. 
-¡Vamos Ciel, fue una broma! Puedes contarme todos tus secretos, yo soy una tumba. -Le rogaba, siguiéndolo hasta su cuarto, mientras él la ignoraba. -Además, no es mi culpa que de pronto decidas que quieres tener relaciones sexuales con tu ma-

 

-¡Cállate! -Exclamó tan rojo como nunca, cubriendo la boca de su compañera con ambas manos, temiendo ser escuchado. -No es algo que “surgió de pronto”. -Admitió sonrojado hasta las orejas.

 

Sullivan le observó de manera extraña, como tratando de analizarlo como lo haría con un insecto al que diseccionaría. -Aunque debo admitir que tenía mis sospechas cuando los conocí, no pensé que fueras del tipo que admite que le gustan los hombres. -Dijo con una sonrisa pícara, llevándose un dedo debajo de la barbilla.

 

-No estoy admitiendo nada. -Bramó más que molesto. -Solamente es un asunto que debo arreglar antes de irme.

 

-Uno no puede simplemente enterrar esa clase de cosas, Ciel. -Dijo la menor, tratando de hacer comprender a su amigo.

 

-No comprenderías nuestra relación. -Respondió el pequeño conde, Sullivan podía sentir que había algo de tristeza detrás de aquellas palabras. -No puedo darme la libertad de pensar en esa clase de cosas ahora. -Puntualizó, cerrándole la puerta de la habitación en la cara.

 

Sieglinde se limitó a suspirar resignada, Ciel podía ser un cabeza dura cuando se lo proponía. Decidió ir a buscar a alguien a quién fastidiar el resto de la tarde, claramente su mayordomo. Al verla acercándose le sonrió y la tomó entre sus brazos, cargándola. Ella descansó su cabeza en su hombro, podía oler el jabón y la crema que había utilizado para afeitarse esa mañana. Pensó en lo afortunada que era de tenerlo y sintió algo de tristeza por su amigo.

 

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Después de la cena, el joven conde se excusó y se levantó de la mesa. Sullivan seguía degustando el postre y Ciel se encontraba demasiado cansado como para explicarle por enésima vez porqué una dama no puede pedir un segundo plato. Se retiró a su habitación nuevamente, con su mayordomo siguiéndolo unos pasos por detrás.

 

-¿Le parece bien si le preparo un baño, bochan? -Sugirió el mayor.

 

-Como sea. -Respondió el pequeño amo, dejándose caer sobre su mullida cama.

 

El mayordomo lo observó, arqueando una ceja. Era interesante observarlo en ese estado en el cual dejaba de ser un conde y se convertía en un niño de nuevo. -¿Hay algo que lo moleste, mi señor? -Quizo indagar el mayordomo, por mero entretenimiento propio.

 

-No en realidad... -Murmuró. -Estoy algo cansado solamente.

 

El mayordomo dejó el agua caliente corriendo para llenar la bañera, se quitó el saco negro que siempre vestía y se dobló las mangas de la camisa blanca que llevaba debajo, para comprobar la temperatura del agua. Sonrió satisfecho al haber encontrado la temperatura perfecta y se dirigió hacia la cama, donde un distraído joven descansaba con los ojos cerrados.

 

-¿Esta dormido, joven amo?

 

-No, solo descansando.

 

-Su baño está listo. -Anunció, tomándolo del brazo y jalándolo para que se sentara.

 

Primero deshizo el nudo de su parche, apartándolo en la mesita de noche, posteriormente se deshizo de su corbatín y del saco color azul marino que él mismo le había colocado por la mañana. Desabotonó uno por uno los botones de su camisa, tratando de hacerlo rápido pues no quería exponer a su amo al frío más de lo necesario. Retiró las calcetas y los pantalones, hasta que estuvo listo para entrar a la bañera. En este punto de su relación, ambos habían perdido el pudor, pues se habían visto desnudos en más de una ocasión y no era algo raro, ya que en varias ocasiones habían tenido que compartir habitación durante sus misiones. Pero debido a lo sucedido con Sullivan aquel día, Ciel se sentía más pudoroso de lo normal.

 

-Hoy está más callado que de costumbre. -Señaló el mayor, mientras enjabonaba la espalda del niño. -Sus heridas están sanando correctamente, me alegro mucho. -Agregó al no obtener respuesta de su amo, limpiando cuidadosamente los raspones y cortadas que tenía en el área de las clavículas y las piernas.

 

-Aún arden un poco, especialmente las de los pies. -Dijo el conde, sacando un pequeño pie fuera del agua.

 

-Fue muy valiente aquella vez, joven amo. -Admitió el mayordomo, masajeando el cabello con shampoo de su amo. -Hacerse pasar por lady Sullivan y ser carnada, muy admirable. -Dijo con algo de burla en su tono.

 

Un sonrojo inevitable le coloreó las mejillas al recordar lo sucedido hace un par de semanas. Sebastian parecía tener un gusto por que se trasvistiera, o simplemente le gustaba verlo humillado.

 

-Sólo hice lo que consideré necesario. -Trató de darle fin a esa plática, pero el mayordomo persistía.

 

-A el joven amo le gusta preocuparme, haciendo hazañas heróicas para salvar a damas en peligro. -Vertió agua tibia en su cabeza, enjuagando las burbujas de su cabello azulado. -¿Tiene idea de lo preocupado que me pone cuando no me dirige la palabra? -Susurró muy cerca de su oído, con una sonrisa que revelaba un par de colmillos.

 

Ciel se removió en su lugar, haciendo que el agua desbordara la tina y mojara al mayordomo por completo. -¡Deja eso! -Exclamó sonrojado, mientras salía de la tina.

 

El mayordomo le dedicó una sonrisa burlona, pero detuvo las bromas para hacerlo enojar ahí. Lo ayudó a secarse y le puso la ropa para dormir, como todas las noches, mientras lo hacía, analizaba el comportamiento del menor. Debía admitir que le molestaba un poco el hecho de que en vez de enfadarse y responder con un comentario cargado con veneno, su joven amo parecía fingir que nada sucedía e ignoraba sus provocaciones, simplemente lo evitaba, comportamiento poco común en él. Una vez vestido, se metió a la cama y esperó a que Sebastian lo arropara bajo el cobertor. El mayordomo lo cubrió hasta el pecho y lo retuvo contra la cama por un par de segundos, observándolo en medio de la oscuridad. Sus ojos color carmesí reflejaban las llamas del candelabro que descansaba en la mesita de noche.

 

-¿Seguro que no tiene nada que decirme, joven amo? -Lo cuestionó una última vez, presionándolo ligeramente contra el colchón, como dándole otra oportunidad para confesarse.


El menor le observaba desde su lugar, tratando de mantener la calma y no aparentar el nerviosismo que sentía en el estómago. Tragó un poco de saliva, mojando un poco su garganta, que estaba tan seca como la arena. No importaba que Sebastian pudiera ver através de él, siempre lo había hecho, pero ya había llegado demasiado lejos como para detenerse ahora, era demasiado tarde.

 

-Estoy bien, necesito dormir. -Dijo al fin, girándose sobre su lado izquierdo y dándole la espalda al mayor.

 

-Entendido. -Respondió resignado el mayordomo. -Que descanse.

 

-Espera, deja las velas aquí, las necesitaré. -Le ordenó el menor.

 

El mayordomo cerró silenciosamente la puerta detrás de él, dejando atrás a un pequeño amo muy confundido. Se pasó la mano através del cabello aún algo húmedo y se dió un golpecito en la mejilla, tratando de despabilarse de todas esas cosas que le daban vuelta a su cabeza, confundiéndolo y distrayéndolo de su verdadera misión. No quería pensar más en aquel asunto, ya que no había cabida para los sentimientos en ese punto tan avanzado de su camino. Extendió un brazo hasta el cajón de la mesita, extrayendo la carta que había recibido más temprano ese día y que por estúpidas distracciones no había podido darse el tiempo de leer.

 

Mi querido niño:

En nombre de la nación de Inglaterra, hago un llamado desesperado por tu ayuda. Es de suma importancia que investigues lo que sucede en la Escuela de Clérigos y Monjas Saint Francis. Dejo en tus manos esta situación, confiando en que velarás por lo mejor para la nación.

Victoria.

 

Leyó la misiva una y otra vez, todo eso le dejaba un mal sabor de boca. Por alguna razón tenía un mal presentimiento de todo eso, había algo que le estaban ocultando. Sopló las velas, decidiendo no darle más vueltas al asunto e irse a dormir, mañana podría volver a preocuparse.


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