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Yo seré el que va a cuidarte por Pato359

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Emil no solo amaba el patinaje. Hacía sus coreografías de forma dedicada y apasionada, como todos, buscando la perfección para llegar a una victoria. En la competencia desarrollada en China, Emil llegó y sonrió. El deporte siempre lo llevaba por muchas partes del mundo. Se sentía afortunado de poder experimentar tantas cosas en diferentes lugares.

De lo que disfrutaba más era el encontrar al patinador italiano Michele Crispino, inseparable de su hermana Sara. Siendo un hombre, era obvio que el muchacho le tendría cierto ojo encima para que no anduviera ligando con su amada hermanita. No necesitó más de un minuto para darse cuenta del profundo amor que Mickey sentía por ella. Y no era uno romántico, era ese sentimiento de protección y amor incondicional que se le da a alguien muy preciado.

Eso le gustaba de los italianos. Los rumores sobre su cultura dedicada a la familia, alegres y demás. Pero claro, los estereotipos no van con todo el mundo. Conociendo al joven, notó que él no era de dar muchas sonrisas, sólo en compañía de su hermana. La verdad, solo podía llegar a una conclusión única y sin error: Mickey nunca tendría ojos para otra persona más que su hermana. Era tanto su cariño…

Emil no podía mantenerse lejos de ese par, mucho menos, apartar la vista del castaño. Era guapo, talentoso en el deporte. Bailaba de una forma tan encantadora. Había visto uno que otro de sus programas, merecía estar ahí en la copa.

Fue casualidad el que lo encontrara en el ascensor aquella vez junto a su hermana. Iban tan juntos que su mirada fue mal recibida.

-¡No creas que voy a darte a mi hermanita! -Mickey abrazó a Sara con tanta fuerza que Emil llegó a preocuparse por la muchacha.

“No creerías que ella no es mi objetivo”

Al pasar la competencia se hizo cada vez más cercano al patinador italiano. Observó sus participaciones y le dio mucho ánimo. Así mismo sintió como Mickey lo observaba. “¿Puedes verme? No pierdas de vista todo lo que tengo para dar”. Sentía que ahora más que la medalla, la atención de esa persona le importaba más.

Fue hasta después de aquella competencia que se llevó la gran sorpresa de que su conclusión no había sido tan certera como pensaba. Vio dejar a Mickey su corazón en el hielo, el último signo de amor hacía su hermana luego de que esta quisiera el bien para ambos. La noche luego de la competencia, en el banquete, el italiano se notaba decaído a pesar de que parecía tener una buena actitud.

-¡Mickey! -se acercó y lo llamó- está haciendo mucho calor aquí dentro, ¿no?

-Supongo -se encogió de hombros, dando un sorbo a su copa llena de champaña.

-Acompáñame afuera, por favor, ¿sí?
Noto que dudaba. Su mirada, instintivamente, se iba hacía su hermana que hablaba junto a la competidora rusa.

-Está bien -dejo la copa y se fue por delante de Emil, dejando el salón. Él lo siguió, emocionado de poder estar un momento a solas con él.

Salieron no muy lejos. La noche estaba muy fría, sintiéndose más pesada por el calor al que ya estaban acostumbrados en la fiesta. Vio que Mickey tenía la vista perdida. Estaba ausente. No creía que se fuera a olvidar de Sara tan pronto.

-Está fresco aquí afuera…

-Hace mucho frío. Si nos resfriamos, será tu culpa.

-Bien, tomaré la responsabilidad de cuidarte -soltó sin ninguna traba.

El italiano se vio aturdido por la contestación. Había girado para verlo, por la respuesta, pero su vergüenza fue mayor. Desvió el rostro de nuevo hacía el frente. A pesar de la oscuridad, las mejillas rojas del italiano no pasaban desapercibidas.

-Qué cosas dices, Nekola.

-Sé que no estás del mejor humor. Con lo que pasó con Sara…

-¡¿Tú cómo sabes eso?!

“Te estoy conociendo más de lo que me atrevo a reconocer”

-Ella me contó. Y bueno… se notaba un poco durante la competencia.
Se quedaron en silencio, viendo el cielo con sus estrellas brillar junto a la luna.

-Debo seguir adelante… ¿no? Eso…, eso es lo que ella espera que haga -Emil volteó. Por las mejillas de Mickey escurrían silenciosas lágrimas. Si no estuviera hablando de forma entrecortada, no se hubiera dado cuenta de que estaba llorando. -Ella siempre ha sido la mejor de los dos, puede seguir sin problema… pero yo…

-No digas esas cosas. Tú también eres fenomenal -se acercó a tocar su hombro. -Desarrollaste programas excelentes. ¡Ganaste una medalla!

-De bronce.

-Sí, pero…

-Donde Sara lo hubiera hecho seguro que alcanzaría el oro.

-¡Basta! -apretó su hombro y lo giro para que pudiera verlo a los ojos-. ¡No te compares con ella! Sé que estas muy deprimido, pero no puedes seguir así. Hay más peces en el charco. ¡Sigue siendo tu hermana! Eres un gran patinador, no puedes dejarte llevar.

Se detuvo al darse cuenta que sus rostros ya estaban demasiado cerca. Mickey ya no lloraba, sólo lo veía sorprendido con el rastro de su tristeza en las mejillas.

-Mírame, Mickey. Aquí estoy para cuidarte… Nadie lo hará mejor que yo -juntó sus frentes. Estaba decidido. Sus sentimientos por él no eran juego.

-¿Q-qué crees que haces, Emil? -su rostro estaba caliente, podía sentirlo con el contacto de sus frentes.

No perdió tiempo en acercarse a sus labios y besarlo. La situación lo llevo a lanzarse a hacer algo tan arriesgado. Pero correría el riesgo. En su estómago no sentía mariposas, eran más bien fuegos artificiales que cada vez explotaban más y más. Con sus brazos impidió que el italiano se desprendiera. Sí, él sería su columna ahora. Aún si Mickey seguía cuidando de su hermana, esperaba que su mirada de amor fuera direccionada hacía él.

Al separarse miró sus ojos, dilatados por la sorpresa. Sus labios seguían medio abiertos. Estaba en completo shock. ¿Besar a un hombre? Quizá a ninguno se le hubiera pasado por la cabeza alguna vez.

-Quiero que tomes en serio lo que te dije, Michele. Puede ser una locura y le dará muchas vueltas a tu cabeza, pero no estoy jugando.

Lo abrazó con fuerza, escondiendo su rostro en su cuello. Su colonia tenía un aroma espectacular. Uno que no le caería mejor a otro hombre más que al italiano.

-Emil… yo…

-No me des una respuesta ahora. Porque aún si me rechazas, seguiré tras de ti intentando ayudarte.

Quizá ya era momento de dejar a Mickey digerir todo. Incluso él mismo se sentía aludido por lo que acababa de suceder. Se separó y sin decir nada más se fue. No se molestó en entrar de nuevo al salón. No tenía chiste el rondar alrededor de Mickey, presionándolo con su presencia.

Fue a su cuarto en el hotel. Se despojó de cualquier rastro de ropa que hiciera su cuerpo sentirse pesado. Eso lo aliviaría un poco pues su mente todavía repetía una y otra vez lo que había sucedió hace unos momentos. Podía pensar en las mil formas que pudiera responderle Mickey. La mayor parte de ellas, negativas y extremas en el sentido de que ya no pudiera volver a hablarle.

Sin más, emprendió un breve viaje a casa antes de ir hacía Barcelona, para poder admirar el Gran Prix.

Posiblemente se encontraría con el italiano, y eso ya lo ponía nervioso.
Con ropa limpia y un descanso merecido, la capital española lo recibió bien en el auge de sus celebraciones.

Haciendo el check in en el hotel, sonrió a la amable joven que le ayudó. Con su maleta subió al ascensor. Las puertas se cerraban, el botón con el número cinco ya estaba encendido por haber sido marcado.

-¡Emil!

De improvisto, un brazo impidió que las puertas se cerraran. En un corto lapso de tiempo vio como Mickey ingresaba al ascensor. Las puertas volvían a cerrarse y su cuerpo golpeaba la parte trasera del cubículo, con el italiano besando sus labios.

Su cuerpo no reacciono. Estaba de piedra, ahí contra la pared. El beso se acabó cuando Mickey se separó y lo miró a los ojos.

-Casi no te encuentro -rió.

-Mickey…

-Y-yo… no puedo decir que no me gustas porque sería mentira. Y si… tanto quieres ayudarme, por favor, cuida bien de mí.

Tanta emotividad de parte del italiano lo dejó sin palabras. Su corazón se detuvo por un segundo antes de bombear sangre como loco por todo su cuerpo.

-¿Lo dices en serio, Michele? -su mano ahueco su rostro, sonriendo.

Luego de un asentimiento de su parte, el ascensor se abrió.

-Ven… desde hoy empezará mi servicio.

Emil se llevó a Mickey a su cuarto, pidiendo a la recepción que llevaran su equipaje a la habitación. El tenerlo entre sus brazos era un sueño tan irreal que seguía sin creérselo.

-Yo te amo, Michele…

No respondió nada. Pero no por eso Emil entristeció, pues en su cuerpo sintió el apretón que sus brazos hacían a su torso. Era la manera en que el italiano le decía:

“Yo igual a ti”

 


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