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Quédate a mi lado por SoyUnUkulele

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Al día siguiente, después de esa charla tan extraña Yuuri no volvió a ver a Otabek de la misma forma. Una extraña vergüenza se agolpaba en sus mejillas cada que se cruzaba conélen los pasillos. Algo no cuadraba muy bien, primero se odiaban a muerte, después se llevaban medianamente bien y ahora le rogaba que durmieran juntos, ¿Qué clase de vida era esa por dios? ¿Que tipo de relación mantenían? ¿Conocidos? ¿Amigos? ¿Nada? ¿Poco? ¿Mucho? ¡¿Qué?! le costaba admitirlo...pero parecian un matrimonio de recien casados.

—Yuuri — el japonés dejó de cortar las verduras y posó su vista en el kazajo, quien le observaba desde el portico de la cocina —¿Debería de usar traje para el teatro?

—Creo que es lo más lógico...— contestó el japonés con un encogimiento de hombros. Vio como Otabek divagó en su mente por unos segundos antes de salir de la cocina, dejando que Yuuri continuara con su trabajo de cortar verduras. Se veía extrañamente entusiasmado y eso a Yuuri le daba mala espina.

—Yuuri— la voz del kazajo volvió a hacer que desviase su mirada del cuchillo —¿Me ayudarías a planchar mi traje?

—Otabek estoy cocinando... 

—Oh...discúlpame...— el kazajo volvió a desaparecer, dejando una vez más a su compañero cortar verduras como si nada hubiera ocurrido.

Yuuri no solía tardarse demasiado a la hora de cocinar, pero ahora tenía mucho que pensar, más bien muchas preguntas que responder, ¿cual eran los sentimientos que albergaba hacia su compañero? Un cariño pequeño tal vez..no, un poco menos, no, menos, la mitad de ese menos, pero ciertamente odio ya no; en ese momento había caído en cuenta que en realidad jamás odio a Otabek, simplemente le era indiferente, Yuuri no era de esos que odiaran a algo o a alguien.

—...Oye ¿y si me ayudas con mi traje?

Dejó caer las manos sobre el picador, rodando los ojos y dejando que un suspiro ruidoso saliera de su garganta. —¡Otabek! Es imposible que no puedas planchar, todo el mundo plancha -y te apuesto todos mis ahorros a que Makkachin podría hacerlo también-, yo aprendí a hacerlo a los nueve, además el teatro será la semana entrante, no mañana, tienes mucho tiempo para pedirme algo como planchar tu traje...pero ciertamente ahora no es el momento adecuado....— respiró hondo cuando hubo terminado de decir eso, pasó sus manos por el mandil de cocina y encaró a Otabek —Estás muy entusiasmado con eso de ir a ver el ballet, ¿puedo saber el por qué?

—No estoy entusiasmado — Otabek endureció el ceño, lo que provocó otro suspiro en Yuuri a tiempo que negaba con la cabeza suavemente. "Parece mi madre..." se quejó el menor en su mente.

—Otabek...¿me quieres ver la cara de estúpido?...y será mejor que no me contestes eso...por tu bien...— se apresuró a completar el japonés, entrecerrando los ojos y señalando a su compañero como si lo desafiara silenciosamente.

Se sostuvieron la mirada por varios segundos, lo que siempre hacían antes o después de discutir o molestarse, pero al final era Otabek el que la desviaba y marcaba más su ceño. —Saldré un rato, iré a ver si JJ me ayuda con el traje.

— Anda pues...— Yuuri se volvió hacia sus verduras para picarlas y echarlas en la olla, escuchando con atención las maldiciones que el menor mascullaba antes de salir de la cocina. Desmenuzó el pollo que usaría para complementar el caldo con un poco más de tranquilidad ya que Otabek había salido de la casa dando un fuerte portazo, "Parece un niño..." pensó Yuuri negando suavemente. Era irónico, cuando le conoció era más varonil e independiente, ¿se comporta así por el despertar de la hormona? ¿O es simplemente porque no está acostumbrado a ser rechazado por unas verduras peladas? La sola idea de que la segunda fuera la verdadera razón le provocó cierta gracia.

Dejó las verduras cocerse a fuego lento y salió de la cocina para ir directo al cuarto de Otabek. Aún sentía ese molesto calambre cada que sus ojos caían de forma inevitable en la cama (siempre desecha), pero lo ignoraba más. Abrió el armario de su compañero y antes de buscar el dichoso traje su mirada se posó en una foto curiosa y algo arrugada.

Yuuri despegó la foto del espejo y la acercó gracias a su vista tan mala. Esa persona era Otabek sin lugar a dudas, verle sonreír a la cámara daba mal rollo; estaba abrazando a un chico rubio y de mirada desafiante, no parecía conocerlo pero se veía alguien de una belleza admirable.

—¿Será su pareja? Pero si nunca la he visto...y Otabek no me ha contado nada...— su mente comenzó a sacar conclusiones propias, llegando a prácticamente nada, devolvió la foto a donde pertenecía, dispuesto a buscar el dichoso traje de Otabek y terminar su trabajo rápidamente.

Planchó con cuidado la tela de lana, el saco y pantalón, intentando imaginarse cómo se vería el kazajo con eso puesto, cayendo en cuenta que él no tendría nada que ponerse.

—...no creo que mis suéteres de abuelito sean los adecuados para ir a un teatro tan elegante...— se dijo a sí mismo mientras colgaba con mucho cuidado la ropa en un gancho.

—Hasta que te das cuenta — la repentina voz de su compañero le hizo dar un ligero tumbo, haciendo que se girara hacia el marco de la puerta, encontrando a Otabek ahí recargado. —Gracias por planchar mi traje

—¡Ah! ¿A qué hora apareciste?— exclamó sorprendido —No te escuché llegar en ningún momento...

—Ya vez...me teletransporte.— bromeó el menor sin hacer ningún gesto facial, provocando que Yuuri se cuestionara si lo había dicho con intención de ser gracioso o no. El nipón simplemente levantó la ceja, volviendo a su labor de planchar el traje de Otabek. —...oye, ahora que lo mencionaste, no tienes traje, ¿vamos a comprar uno para ti?

—Me pagan dentro de dos semanas y tres días, por ahora no tengo dinero para comprar nada.

—¿Quien dice que lo comprarás con tu dinero?

Yuuri dejó de hacer su trabajo y clavó sus finos ojos en su compañero. —Otabek, no...

—Otabek, sí.— el menor caminó con paso seguro hacía Yuuri, estirando sus labios suavemente en una sutil sonrisa. -déjame comprarte uno, será como una especie de pago por todo lo que has hecho, tu cocinas, limpias, barres, trapeas, enceras, de todo, quiero darte algo en agradecimiento.

Yuuri desvió la mirada con cierta vergüenza —...aún así...no deberías...— susurró entre dientes, con la esperanza de que Otabek no le escuchara.

—Sí debo, quiero hacerlo, déjame

El nipón volvió el rostro hacia él de forma suave y temerosa, Otabek se veía decisivo, eso ablandó el corazón de Yuuri, quien asintió de arriba a abajo tímidamente, dejando que un tono rojizo tiñera la piel blanca de su cara —...bien, puedes hacerlo— masculló.

Otabek ensanchó más su sonrisa —Por cierto, creo que el agua de la olla se está saliendo.

Yuuri abrió los ojos desmesuradamente al escuchar aquello, dejando la plancha de golpe y corriendo como loco hacía la cocina. —¡Mis verduras!— gritó despavorido, arrancándole una risa sonora a Otabek.

—¡Jajaja! ¡Era broma era broma!— Otabek salió casi detrás de él y le esperó en medio de la sala, con las manos en la cintura y una pose de lo más despreocupada.

— ¡Otabek eres un cínico!— Yuuri salió de la cocina después de comprobar la crueldad de su compañero, con el cucharón para revolver las verduras levantado sobre su cabeza y un plan maquiavélico de enterrárselo a Otabek. —¡Ahora verás hijo de tu mamá!

El kazajo no se tomó enserio la furia del japonés, entre risas divertidas corrió hacia él aún con el riesgo de que este le diera un buen golpe en la cabeza, asió de su cintura y lo levantó del suelo con la misma facilidad con la que se levanta una caja vacía.

—¡¿Que haces animal?! ¡Suéltame, suéltame! ¡Hissss!— todos los colores se le subieron a la cara cuando fue levantado por el fuerte brazo de Otabek, pataleando desesperado en un inútil intento de soltarse.

Otabek ensanchó más su sonrisa al verle de ese modo —Pareces gusano en comal.

—¡Cállate y bájame!— contraatacó indignado.

Beka dio un par de vueltas sobre su propio eje con el mayor aún en brazos antes de dejarse caer de golpe en el sofá más cercano, arrancándole a Yuuri un jadeo de sorpresa.

— ¿Q-Qué estás...?

— shhh... —Otabek le calló con un siseo suave, cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás, disfrutando de la tibieza del cuerpo de Yuuri sobre su piel, sobre todo del olor a café que siempre desprendía, el cual se había molestado en ignorar todo este tiempo.

Yuuri por su parte sentía su cara demasiado caliente, jamás había estado así de cerca de Otabek y, aunque eso sonara tonto y cursi, extrañamente no le incomodaba, es más, parecía que le gustaba en cierta manera. Poco a poco dejó que los músculos de su cuerpo se relajaran y adoptaran una postura menos a la defensiva, dejando caer el peso de todo su cuerpo en el pecho de Otabek.

Un calorcito agradable se extendió justo donde los brazos del kazajo se encontraban presionando, dejando que su boca emitiera un suspiro de satisfacción. Por instinto sus manos fueron a parar al pelo corto y desgreñado de Otabek, pasando sus dedos por las hebras negras y aplicando un suave masaje.

El menor gruñó con la garganta. —...si haces eso me dormiré...— advirtió.

Yuuri no pudo evitar que una sutil sonrisa escapara de sus labios. —Beka, recuerda que las verduras siguen en la olla.

Otabek abrió lentamente un ojo y lo clavó sobre el rostro pálido del japonés, expectante a sus gestos tiernos y minuciosos.

—¿Ocurre algo?— preguntó Yuuri al notar la mirada, muy diferente de la que suele utilizar para verle.

—Es la primera vez que me dices Beka, me gusta— Otabek estiró los labios en una sonrisa satisfecha.

Yuuri enderezó su posición sin deshacer el abrazo del kazajo, dejando escapar un "oh...es verdad...", haciéndole sentir de lo más extraño. El menor volvió a cerrar sus ojos y a descansar la cabeza sobre el cómodo sofá, haciendo que Yuuri optara por hacer lo mismo, está vez sobre su pecho, escuchando con cierto agrado y fascinación el bombear del corazón de su compañero.

Solo se oía el constante "tic tac" del reloj de pared con cinco minutos de retraso y la respiración de Otabek que le hacía subir y bajar suavemente. Envuelto en esa quietud tan cómoda y sin malicia Yuuri se llegó a preguntar una vez más, ¿esto era normal? Rebuscó nuevamente entre la caja de sentimientos, buscando cuál era la que predominaba en ese instante. Comodidad más que nada, paz, una cierta pizca de ternura y un poquito de cariño, y ya.

 

No amor, no nada.

Resopló tranquilo ante ese descubrimiento, iban a buen rumbo, si no habían sentimientos románticos por el kazajo entonces estaba todo bien, ¿verdad?

El ambiente se había tornado tan relajante que Yuuri terminó por dormirse sobre el que ocupaba en ese momento toda su atención y cariño, olvidándose de las verduras por completo.

Makkachin les despertó una hora después con un fuete ladrido, sus amadas verduras se habían echo papilla y, al final del día, Yuuri obligó a Otabek a tragárselas todas.

Sí, tenían una enemistad muy amistosa.

 

 

 

 

 

 ._._._._.

 

 

 

 

 

—...Y este es el traje que llevaré al teatro, me lo compró Leroy ayer cuando salimos al centro comercial. Sabes, tengo la leve sospecha de que quiere conmigo, pero no se, es mayor de edad y además me recuerda a mi hermano mayor... ¿Tú que dices Yuuri? ¿Está enamorado de mí o no?— Minami había cambiado turno con su compañero japonés y no desaprovechó la oportunidad para presumirle el traje caro que JJ le había comprado, pero al bajarse un poco de su nube soñadora vio como el dichoso mayor estaba completamente perdido y con la mirada clavada en la nada.—...Yuuri...oye Yuuri, Iuuuuuri~— comenzó a mover su mano frente al rostro de su amigo, y nada. —Pichit, algo le pasa a Yuuri.

El moreno en ese momento se encontraba rociando insecticida a las flores cuando escuchó al más pequeño de todos quejarse con preocupación. Dejó su trabajo por un momento y se bajó el cubre bocas. —¿Qué ocurre?

—No sé, estaba platicándole de lo que me regaló Leroy y mira, tiene cara rara.— habló Minami completamente nervioso.

Pichit se acercó al par he inspeccionó a su compañero, con los ojos morenos levemente entrecerrados. —Uhm...esos ojitos de pescado, esa boca levemente abierta, esa expresión de retraso mental...¡Pero madre mía Yuuri!— el tailandés dio un paso hacia atrás, asustado. —¡Retrocede Minami que esto es contagioso!

Gracias a las palabras de Pichit -claramente las había gritado a los cuatro vientos) Yuuri parpadeó un par de veces, reaccionando al fin y observando a su amigo tailandés con una ceja levantada.

—¿Ya es el Apocalipsis o qué?— preguntó Yuuri de lo más normal.

—No...es algo mucho peor...— Minami corrió a refugiarse tras Pichit mientras este levantaba el insecticida hacía Yuuri, usándolo como el arma mortal que les protegería del confundido japonés. —Tú...estás enamorado.

Fueron unos minutos de lo más incómodos los cuales aprovechó para procesar la información. —¿Qué...?

—Estás enamorado...

—...no.

—...— el trío de amigos se miró por más segundos, todos los trabajadores y clientes pasaban de ellos, acostumbrados ya a las idioteces del tailandés. —¿Entonces, por qué estás mirando a la nada...?

—El que mire a la nada no significa que esté enamorado, solo pienso en el traje que llevaré al teatro. Ayer hablé con Otabek y acordamos ir al centro comercial por un traje...pero siento pena, no quiero que gaste de forma innecesaria por mí.— Yuuri bajó la mirada al decir eso y comenzó a juguetear con sus dedos de forma nerviosa.

—¿Y eso qué? Es tu novio, has lo que todo el mundo hace y exprímele la cartera.

—¿Qué? ¡No puedo hacer eso!

—Leroy ni es nada mío y aún así lo hago.

—¡Chicos no están ayudándome!— exigió alterado, provocando que ambos amigos rieran por su expresión asustadiza. —¡¿porque se ríen?! ¡No es gracioso!

—¡Jajaja! Descuida Yuuri, que sólo estábamos bromeando.— Pichit le dio un suave golpe en el hombro, intentando con eso destensar los músculos de su amigo. —¿acaso no tienes en tu armario lleno de suéteres de abuelito algún traje decente? no se, lo que usaste en tu graduación podría servir.

—...uhm...no, no lo creo.— Yuuri llevó su mano al mentón y se dedicó a examinar su mente, la imagen de su armario no se hizo esperar, entre la poca ropa que solía guardar ahí no había nada elegante, nada bonito ni nada digno para un teatro, tal vez si buscaba un poco más al fondo encontraría unos pantalones, pero ahí suelen llegar a parar la ropa que ya no le queda, entonces ¿donde más es un buen lugar para buscar ropa buena? Tal vez debajo de la cama...

Sus ojos se iluminaron casi de golpe ¡claro! ¿Como no lo pensó antes?

Se levantó casi de un salto, haciendo que Minami retrocediera asustado y Pichit le mirara con una sonrisa de "no saber qué sucede".

—¡Debajo de mi cama hay una caja! Dentro debe de estar el traje que me regaló mi padre antes de salir de casa.— explicó Yuuri con muchísimo entusiasmo, sonriendo de tal forma que sus dientes se asomaban en dos perfectas y blancas hileras. —Saliendo de aquí iré a ver.

—¿Estás seguro que aún te queda? Hace dos años que estás por aquí.

—Dejé de crecer ya así que no veo ningún problema.

 

—No, no, no, hablo de que en dos años es suficiente para engordar y...

—¡¡No estoy gordo!!

En todo lo que restaba del trabajo Yuuri no se detuvo de protestar el mayor insulto para él, ¡claro que no estaba gordo! Poquito, casi nada, ¿que son siete kilitos de más?

El día pasó como relámpago y antes de que se diera cuenta la campaña que daba por finalizado su turno sonó.

—Terminó la jornada, lárguense todos.— les despidió Lilia con su poca paciencia al limite (como siempre).

—Yuuri, ¿a dónde irás ahora?— preguntó Guang curioso al ver a su compañero japonés guardado su mandil de trabajador a toda prisa y tomar su bolsa.

—A mi departamento por el traje.— respondió el chico, saliendo de ahí lo más pronto posible.

—Suerte...— fue lo que logró pronunciar su amigo chino antes de que Yuuri saliera.

El chico caminó hacia la parada del bus y esperó ahí a que su camión pasara. A veces Otabek le recogía, a veces no. Hoy el kazajo le mandó un mensaje disculpándose de que no le daría tiempo en recogerlo. —No pasa nada...algo bueno salió de esto...

No tuvo que esperar demasiado, su camión le recogió a los minutos, subió como todas las tardes antes de vivir con Otabek, pagó su pasaje y fue a sentarse en uno de los asientos de atrás donde solamente un chico de chamarra negra se encontraba sentado y al parecer discutía desde su celular.

Yuuri sintió imprudencia si tomaba asiento ahí con él, pero ya era tarde, solo se había recorrido dos asientos para darle espacio, aún así (e inconscientemente) lograba escuchar los gritos de aquel chico que arrastraba mucho las "erres" con un inglés extravagante, dando a conocer así que era extranjero.

—¡Que te estoy diciendo que dio positivo estúpido! ¡Positivo!— silencio total. —¡¿No te vas a hacer responsable de nada?! ¡Pendejo de mierda, te dije que si se rompía el condón no!— Yuuri sintió como todos los colores de la cara se le subieron a niveles inimaginables, ¿es que ese chico no se daba cuenta que estaban en el transporte público? Esas cosas eran privadas. —¡mira cara de moco, si crees que voy a abortar estás más que equivocado! Voy a tener al puto engendro, rezaré para que no nazca con tu asquerosa cara y después lo publicaré en periódicos, ya veras el dinero que te sacaré con esto, estás en la ruina, ¡en la ruina infeliz!

El nipón se removió incómodo cuando el chico colgó de forma brusca y, ante su mirada de espanto, lanzaba el teléfono móvil por la ventana abierta del bus, rompiendo en un incontrolable llanto que lograba quebrantar el alma más dura. El conductor se giró repetidas veces, preguntando con cierta preocupación si todo estaba bien.

—Ah...si señor...solo son problemas del mes, ya sabe...— justificó Yuuri con una sonrisa torcida mientras se acercaba discretamente al chico, de su mochila sacó una caja de pañuelos y se los tendió. —O-Oye...¿estás bien?— preguntó más suavemente.

El chico levantó la cabeza suavemente, tenía los ojos completamente rojos, parecía que ya había llorado antes, la punta de su nariz así como sus mejillas estaban teñidas de rojo y goteaba un poco de moco, se veía realmente mal.

—...no quiero tu lastima niño, hazte a un lado y déjame...— siseó el chico, tratando de parecer fuerte, pero no logró mucho, la voz se le volvió a quebrar y otra vez lloró.

Yuuri tenía dos opciones, dejar al chico solo y bajar del bus (porque su parada era en la siguiente esquina) o quedarse y consolarlo aunque eran completos extraños. Naturalmente eligió la segunda opción. Pasó su brazo por el hombro del chico y le acercó más a si mismo, intentando darle un poco de afecto en este momento tan difícil.

El chico se estremeció un poco pero aceptó el gesto, escondiendo su rostro entre sus manos delgadas y dejando que suaves mechones de pelo rubio salieran de su capucha. El nipón le tendió uno de los pañuelos y el chico lo recibió, sonándose la nariz con él.

—N-No lo entiendo...— decía entre hipidos y lagrimas. —todo era perfecto antes...mi vida era hermosa...tenía alguien que me amaba, un trabajo estable...hasta me iba a casar...— la voz volvió a quebrajarse y el llanto regresó con más fuerza, se cubrió el rostro con el pañuelo lleno de moco y prosiguió. —¿Por qué fui tan débil y estúpido...?

Yuuri, como es natural no entendía ni una palabra, pero sabía que el chico estaba pasando por un mal momento muy malo, ¿se iba a casar? Uy, pobrecito.

Así el nipón se la pasó dándole pañuelos desechables hasta que estos se acabaron mientras escuchaba las trágicas historias del chico, aunque su voz estaba lo suficientemente rota y con hipo como para entenderle una frase completa, aún así Yuuri se quedó todo ese rato hasta que el chico se sintió un poco más tranquilo.

—...siento haberte hecho perder tiempo...— susurró el chico después de una pausa enorme de absoluto silencio, limpiándose nuevamente el moco de su nariz.

—Oh...descuida, no es que tuviera cosas importantes que hacer, para mí es un privilegio ser de ayuda para los demás.— Yuuri le regaló una sonrisa enorme, intentando levantarle el animo con eso.

—Pero si apenas me conoces, no tuviste que quedarte aquí conmigo...

—Ah, yo no le veo el problema.

Ambos chicos sonrieron de nueva cuenta, Yuuri con la sonrisa más radiante que podía regalarle, el chico nuevo con una mucho más discreta.

Bajaron del autobús cuando este llegó a su último destino, comenzando a caminar por las calles ya menos transitadas gracias a la hora.

—¿A que te dedicas?— preguntó el chico curioso mientras se acobijaba más con su chamarra negra y cubría su cabeza rubia.

—Soy florista, trabajo en una tienda que está cerca de aquí, ¿y tú?

—Bailarín de ballet.

—¡Oh! Eso suena bien.— halagó Yuuri.

—No es para tanto, las exigencias de mi tonto entrenador me tienen en el límite.— el chico hizo una extraña mueca y Yuuri no pudo evitar reír ante ello, era bueno verle más tranquilo y natural.

—Jaja. Oh dios, pero que descortés soy, me llamo Yuuri Katsuki, siento no haberme presentado antes.— el nipón extendió la mano hacia el chico y este no dudó un segundo en tomarla.

—¿También eres Yuuri?— el japonés ladeó el rostro con duda por aquella extraña pregunta. —Yo también me llamo Yuri, Yuri Plisetsky.—

—Ah...— Yuuri no supo qué decir ante eso y su tocayo, al verle así, lanzó una fuerte risotada. Algo en su mente hizo click al verle de ese modo, su sonrisa radiante, los ojos cerrados y esos pómulos finamente marcados, se parecía a alguien que había visto antes, ¿pero quien? Había un deja vú encerrado y eso le incomodaba levemente.

—¡Jaja! Oye, me has caído bien, extrañamente bien.— Yuri metió la mano en su bolsillo y sacó un celular (otro celular), provocando que el nipón abriera los ojos desmesuradamente, ¡¿tenía dos celulares?! Y IPhone para variar. —Dame tu numero, hay que hablarnos más seguido. 

—Ah...claro...— el nipón sacó su pobre y humilde teléfono, al momento de desbloquearlo encontró:

15 mensajes de Otabek.

22 llamadas perdidas de Otabek

155 watshapp...¡adivinaron! De Otabek.

Ah, y uno de su mamá.

Todo esto pasa cuando dejas el celular en modo silencioso.

Un extraño tic nervioso apareció en su ojo derecho, era casi imposible de que el kazajo se preocupara por su ausencia, seguro era porque regresó a casa y no encontró la comida hecha.

Yuri guardó el número de su compañero japonés con un emoji de cerdito ya que, según él, estaba gordo como uno. ¿Es que el mundo conspiraba en su contra para restregarle en el rostro de que estaba pasado de peso?

—Bueno Yuuri, nos vemos.— el rubio sacó de su chamarra unos lentes oscuros con estampado de tigre y los colocó en su rostro, se dio la vuelta y antes de continuar su camino se volvió al nipón con cierta curiosidad. —Por cierto, ¿tienes novio?

Yuuri se sorprendió por la repentina pregunta, era obvio que no se conocían, podría decirle la verdad y confesar que no tenía, pero se sorprendió a si mismo asintiendo con la cabeza. —sí, sí tengo.

"Si amas algo déjalo ir"... Qué estupidez, solo un idiota dejaría ir algo que ama.— susurró Yuri mientras sacaba un cubre bocas oscuro, cubriendo con él la mitad de su rostro. —Lucha, valora y cuida lo que amas. Ten eso muy en cuenta cerdo.— y dicho esto siguió su camino, dejando atrás a un muy sorprendido Yuuri.

—¿...me acaba de decir cerdo...?

 

 

 

 

 ._._._._.

 

 

 

 

 

 

El camino de regreso fue frío y solitario, pero eso no impedía que un calorcito extraño inundara el pecho del nipón, había ayudado a un alma necesitada, y no solo eso, había conseguido un nuevo amigo...aunque este le llamó cerdo.

Al final no le dio tiempo de ir por ningún traje, tampoco fue a la universidad (ya que el autobús le dejó casi al otro lado de la ciudad) y, para cerrar con broche de oro, no tenía dinero. No había mucho problema, Yuuri estaba lo suficientemente feliz como para preocuparse o molestarse por esas cosas tan pequeñas.

—...estoy en casa...— en el momento en que abrió la puerta unas manos enormes le tomaron de los hombros, introduciéndole a la casa de golpe, sacándole un grito de espanto y sorpresa. Otabek le tenía firmemente agarrado y le miraba a los ojos con miedo y enojo.

—¡¿Dónde estabas?! ¡Le llamé a tus amigos, a la universidad, a tu mamá, a la policía, a la ONU, a Jesucristo y nadie sabía en donde te habías metido!— la respiración del kazajo era acelerada y en su esencia había una pizca de picante, demostrándole que realmente estaba preocupado.

—...— Yuuri no supo cómo reaccionar a eso, estaba muy ocupado haciendo cálculos matemáticos e intentando descifrar el porqué de la actitud de su compañero como para responder sus preguntas y reclamos. —Otabek tú... ¿estabas preocupado por mí?

—No, qué va, solo que no había comida cuando llegué ¡y muero de hambre!

Yuuri cambió su expresión de sorpresa a "¿es enserio?". Ya decía él, era demasiado bueno para ser verdad.

—Ahora no comes por pendejo...— fue la sentencia de Yuuri cuando se soltó del agarre de Otabek y caminó directo al cuarto de este con paso firme, dispuesto a encerrarse en la ducha y tomar un buen baño de agua caliente.

—¿Qué? ¡No! Estaba bromeando, claro que me preocupé...poquito...- Otabek corrió detrás de él para intentar redimir su estupidez.

—¡No entres que me voy a bañar!— el nipón, al ver cómo Otabek se iba acercando al cuarto (y que ya no e daría tiempo de cerrarle la puerta en la cara) tomó una bolsa de compras que era lo que más tenía a la mano, levantándola sobre su cabeza, dispuesto a lanzárselo.

El menor se detuvo abruptamente y cambió su expresión de súplica a sorpresa claramente exagerada, llevó la mano a su boca y se recargó en el marco de la puerta. —Uy...esa bolsa de compras...¿No se te hace sospechosa?

Yuuri levantó la ceja al escuchar aquello, llevó sus ojos a la bolsa que tenía un diseño elegante pero discreto, bajándola lentamente hasta tenerla de frente. En su marca se encontraban unas letras cursivas y muy bonitas que decían "Boutique" de color negro. Su corazón se detuvo por un solo segundo al imaginarse lo que habría ahí dentro, volvió a levantar la cabeza hacia Otabek, preguntando con la mirada si esto era para él y si se le permitía abrirlo. El kazajo asintió con una sonrisa sutil, siendo eso suficiente para que las manos de Yuuri se movieran rápidamente, de entre los papeles de seda y etiquetas se encontró con una sorpresa maravillosa que casi le provoca un paro cardiaco, Otabek le había comprado un traje tal y como lo prometió.

Yuuri extrajo primero el saco con un color del más pulcro blanco y detalles primorosamente suaves al tacto. El pantalón salió después, del mismo color que su pieza compañera, la costura se veía fina, demasiado y muy bien elaborado; había también un chaleco acolchonado y cuando sacó la corbata casi se caía de la impresión, ¡había una gema pequeña con un aro de plata incrustado en ella!

—Dios mío Otabek. Es...es...— cubrió su boca y se permitió derramar las primeras lágrimas. El kazajo se acercó casi en seguida y le rodeó con sus fuertes brazos. Yuuri aún se mantenía aferrado a su nuevo traje pero recargó su rostro en el pecho de su compañero. —...Oh joder...joder...

—Lo sé...soy genial— susurró Otabek para aligerar al mayor, este lanzó un bufido de diversión antes de volver a ahogarse en sus hipidos.

—Lo eres...lo eres, eres estúpidamente genial...— el nipón separó un poco su rostro para levantarlo, encontrándose cara a cara y muy cerca de Otabek. —Eres genial, te amo, te adoro, aunque me fastidias y eres insoportable. ¿Dónde quieres tu maldito altar joven insoportable?

Otabek pegó una fuerte carcajada, sintiendo claramente como su pecho se inflaba poco a poco con cada palabra suelta y confianzuda de Yuuri. —¡Jajaja! Oh dios Yuuri...— el kazajo subió una de sus manos a la nuca del mayor, aferrándose a ella y estampándole un beso sonoro, superficial pero profundo, sin llegar a mover los labios, haciendo un sonido curioso al separarse, y Yuuri no lo alejó en ningún momento. —Mejor ve y pruébatelo en el baño. No me lo enseñes que quiero vértelo cuando sea ya el día.

El mayor asintió eufórico antes de deshacerse del abrazo y correr como relámpago al baño, provocando que Otabek le viera con ternura. —Entonces, esto hay que celebrarlo ¿no crees? pediré una pizza.

Yuuri gritó un "sí" dentro del baño, comenzando a desnudarse con cierta rapidez y, cuando comenzó a probarse el traje, usó toda la delicadeza del mundo, como si aquello estuviera elaborado con finos hilos de cristal frágil, sorprendiéndose de la forma en la que se amoldaba perfectamente a su cuerpo, como si estuviera hecho a su medida. Sus caderas levemente anchas por su estatus de omega se veían incluso mucho más marcadas con el pantalón y talladas con el cinturón de cuero; la curvatura de su cintura se veía más delicada y fina y sus torneadas piernas se veían altas y esbeltas.

En el espejo un joven elegante y sexy le sonreía, no el chico pasivo y marginal que gusta de usar suéteres de abuelito.

Posó y caminó como si estuviera en una pasarela, haciendo gestos coquetos y meneando las caderas al caminar; la tela quemaba y le provocaba una excitación en el bajo vientre. Era como llevar una segunda piel.

Era como llevar la piel de Otabek.

Una sonrisa tímida surcó sus delgados labios que hervían por el reciente contacto con los del kazajo mientras que un sonrojo golpeaba sus mejillas.

Se sentía raro pero agradable, fuera lo que provocaba que su corazón bombeará con fuerza le estaba gustando, y mucho.

 

 

 

 

 

Notas finales:

Les dejo en la mejor parte, muajaja(?)

¡Recuerden que les amo! Nos leemos proximamente :D


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