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Quédate a mi lado por SoyUnUkulele

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La vida de Otabek no podía ser peor ahora...o tal vez sí. Un padre frustrado de la vida y desheredado, madre a punto de morir de cáncer mamario, un ex prometido perdido en algún lugar de la fama y él, miserable y solo, con un problema de sentido común y a punto de explotar. Lo que le faltaba, despertar la maldita hormona que le encadenaría a otro ser humano, pero no a cualquier ser humano, oh no...La vida no podía joderle más, engancharlo con ESE ser humano, con Yuuri Katsuki, el dolor de cabeza más grande jamás sentido.

—Mierda... — susurró mientras dejaba caer el tercer cigarrillo y lo apagaba con la suela de su botín, volviendo a sacar otro de la cajetilla y encendiéndolo nuevamente, reanudando el ciclo.

—Wow...al parecer alguien está muy ansioso… — se burló JJ al ver el notorio nerviosismo de Otabek, este simplemente gruñó en respuesta, dándole una calada fuerte a su cigarro. —Ay amigo...de verdad que estás en problemas...

— ¿Y cómo no voy a estarlo? ¡Mi predestinado es ese tonto japonés! —exclamó con frustración, apretando con cierta fuerza el cigarrillo con los dientes hasta partirlo.

— ¡Jajaja! ¡Vaya, vaya! Creo que te sacaste un buen boleto dorado.

Otabek se volvió hacia su amigo, viéndole como si a este le estuviera emergiendo una segunda cabeza —No digas estupideces JJ, el niño es ese típico chico de biblioteca. Su forma de vestir es tan...anticuada...

JJ volvió a soltar una fuerte carcajada, dándole un par de golpes al hombro de su mejor amigo el cual no estaba con los mejores ánimos, ignorando olímpicamente la mirada de ‘’nometoques,andodiva’’ de Otabek. — ¡JAJAJA! Ay Beka, Bekita de mi vida...tú de verdad que no sabes apreciar la verdadera belleza escondida de las personas…

—Y tú de verdad que no sabes de lo que soy capaz si me vuelves a decir Bekita...suena como vaquita...- murmuró eso último con reproche mientras recargaba su cuerpo en la fría barandilla de su ventana.

—Mira, los chicos como Yuuri son los mejores, te lo digo por experiencia. ¿Conoces a Betty la fea? Él es como ella, sólo está esperando ser descubierto y rescatado por un héroe para ¡Pum! ¡Resurgir de las cenizas como un fénix y presentarse hermoso ante los que se burlaron de su fealdad! — los ademanes que JJ hacia al explicar no eran muy diferentes a los de un discurso presidencial, hasta casi podía jurar que salían globos y fuegos artificiales detrás de él.

—...no sé quién es Betty la fea -seguro tu hermana-, ni entiendo de lo que estás tratando de explicarme, pero una cosa si estoy seguro: yo no siento absolutamente nada… ¡NADA! por ese chico, y espero que él tampoco— se giró nuevamente, viendo las luces nocturnas de la ciudad, listo para prender un nuevo cigarrillo. —. Ahora, si me disculpas, fumaré hasta morir de pulmonía o cáncer de boca...a ver si así logro controlar mis ansias...

Jean, al ver la situación tan difícil –y el cómo su mejor amigo era tan testarudo consigo mismo- simplemente negó con la cabeza —Creo que intentas algo imposible Beka... —se recargó cerca de él, dándole la espalda a la ciudad. —Cuando alguien encuentra a su predestinado y la hormona despierta será imposible separarte de él

Otabek rodó los ojos levemente, expulsando el humo por su nariz. Era un cuento tan repetido que ya hasta había perdido su gracia — ¿Entonces que me propones?

—Ve con él— tan fácil como era, la respuesta llegó.

—Ni loco...

—Beka...

— ¡No, Jean! —Otabek se enderezo rápidamente, como si una descarga o un piquete de avispa le hubiese obligado a hacerlo— ¡No quiero estar con ese chico! ¡Tiene un no sé qué que me da cosa!

El canadiense negó suavemente con la cabeza. —Chico, piénsalo bien: cuando no estás cerca de tu predestinado puedes morir. ¿Al menos el chico lo sabe?

—No, no sabe, y espero que no lo sepa por ahora... — susurró el kazajo, no lo soportaba más, sus manos jugueteaban de forma temblorosa mientras movía los pies insistentemente. Sus ansias subían niveles inimaginables, ya ni cuando Yurio se vestía de forma provocativa para complacerle... ¡Dios! ¡Si no hacía algo moriría! Su instinto alfa gritaba una y otra vez la misma frase ‘’ ¡Quiero ver a Yuuri Katsuki!‘’ No quería pareja...tenía sueños, planes y metas por lograr, pero todo ello era para disfrutarlos SOLO, sin ningún tonto omega japonés de por medio. 

Arrojó el cigarrillo al suelo y lo apagó de un pisotón. —Voy a salir, necesito aire fresco— anunció mientras salía del balcón, dejando al canadiense solo.

—Suerte — Jean se despidió con una sonrisa.

Desde que había llegado a esta ciudad -hace casi tres años atrás- su única forma de escape había sido siempre su amada motocicleta. Era simplemente fascinante sentir el viento sobre su cabello corto, la velocidad aumentando y rebasando todo lo que se le interpusiera en el camino; para él, estar en su motocicleta era sinónimo de poder y libertad.

De tanto estar con ella la ciudad se había vuelto como la palma de su mano, tan predecible y pequeña. Conocía los más pequeños atajos o las más magníficas carreteras, los parques, plazas, centros o zonas turísticas. De entre tantos lugares grandes y hermosos eligió el parque cerca de la universidad de ingeniería para pasar un rato agradable; estacionó su moto y bajó de ella, volviendo a sacar la cajetilla de cigarros para fumar otra vez.

Necesitaba mantener la cabeza fría para razonar las cosas con cautela.

Había que poner un alto a los problemas que arrastraba gracias a ese tal Yuuri. Desde que se acostó con él y liberó su hormona Otabek había adoptado la costumbre de pasar cerca de la florería, no le culpen, era instinto. Cuando la realidad volvía a él ya era tarde, incluso una vez tuvo la vergüenza de entrar, ¡Dios! Fingió comprar un ramo de rosas con tal de que el chico ese no sospechara nada o si no lo hubiera tachado de psicópata acosador. Otabek expulsó el humo del tabaco con fuerza. Tan solo habían pasado dos semanas y su mundo ya estaba literalmente patas arriba.

Estaba anocheciendo y la brisa fría le trajo un agradable, por no decir tranquilizante olor a café. Otabek dejó de fumar por un instante y observó en el camino de piedra al causante de sus males completamente paralizado.

Mierda.

Justo cuando quería despejar su mente y con eso evitar ir tras la búsqueda de ese japonés a la vida -como siempre...la puta vida- no se le ocurría otra cosa que esto.

Ambos se sostuvieron la mirada nuevamente, la situación ahora era muchísimo más incómoda que antes, pero Otabek lo disimulaba bien, el único dramático aquí era Yuuri. El kazajo desechó el cigarro, dejándole caer en el suelo y apagándolo de un pisotón ante la mirada atenta y desconfiada de Yuuri; metió las manos a los bolsillos de su chamarra de cuero negro y caminó con paso firme hacia el mayor.

—Hey, Yuuri — saludó sin entusiasmo, moviendo la cabeza levemente hacia la izquierda y provocando que todo su cabello negro cayera hacia ese lado. Yuuri debía de admitir que el chico no era feo, para nada...aunque su cara bonita no le haría cambiar de opinión con respecto a lo que sentía hacia él.

—Hey, Otabek — respondió el saludo, intentando no dar a conocer tanto su disgusto.

—Wow...sabes mi nombre— Otabek levantó la ceja suavemente y de forma algo arrogante, y Yuuri no pudo pensar en otra cosa más que en lo condenadamente atractivo que era el chico con ese gesto tan insultante.

—Sí, lo sé… — susurró Yuuri, desviando la mirada al descubrir sus propios pensamientos, siéndole inevitable no sonrojarse, maldiciéndose de forma interna por tal acción. Otabek suspiro un poco, levantando la vista hacia el cielo, la poca luz que regalaba el atardecer más los farolillos brillando cándidamente daban una escena perfecta para una película romántica, el kazajo no pudo evitar soltar una risa suave ante eso, provocando que los ojos de Yuuri volvieran a él. — ¿Qué pasa?

El kazajo negó suavemente sin dejar de sonreír —Nada... — bajó la vista y miró al japonés que parecía algo extrañado por su actitud. — ¿Quieres dar una pequeña vuelta?

Yuuri se sorprendió ante eso y, si le hubiera sido posible, habría dejado caer su mandíbula hasta el suelo por la impresión. ¿Iba enserio? Le insultaba, le decía prostituta, le trataba peor que un trapo viejo y ahora ¿le invitaba a dar una pequeña vuelta? ¡No! ¡Absolutamente no! ¡Que se lo coma un grupo de gatos hambrientos antes de ir con ese retrasado! —...vale...

...

No le culpen... ¡No le culpen! El aroma a café de Otabek era bastante agradable. A Yuuri le gustaba el café, le gustaba mucho. Uno de sus más grandes placeres era ese, beber café; lo hacía en la mañana, tarde y noche; desayunaba y una taza de café estaba ya servida, comía con su amado café esperándole y cenaba una calientita y agradable taza de café. En pocas palabras, el café era su vida, por ello había decidido seguir al kazajo, por su aroma.

Ambos recorrieron el parque de un extremo a otro y en completo silencio, sentían que si emitían algún sonido el aura medianamente agradable que se había formado alrededor de ellos simplemente se rompería en cientos de pedacitos, pero, aun con esa probabilidad, Otabek quiso probar el riesgo.

—Mira...- Otabek señaló con la cabeza el cielo pintado de bonitos tonos rosáceos y morados, dándole al azul oscuro. Yuuri quedó fascinado, casi nunca tenía tiempo para ver el cielo ni mucho menos las puestas de sol. —Qué noche tan romántica ¿no crees?

El japonés levantó la ceja al escuchar aquello, formando con su boca un gesto de cierto asquito

 — ¿Romántica? ¡Ja! Si claro... — susurró, haciendo un gracioso puchero de insatisfacción con su boca.

Otabek sonrío burlesco ante eso. -Eh... ¿sabes...?

 

*El sol casi se ha ido, las luces se encienden, un brillo de plata que se extiende hasta el mar. Nos topamos con una vista hecha a la medida para dos...lástima que esos dos seamos tú y yo...*

 

El kazajo se detuvo frente a Yuuri, provocando que este también dejara su suave andar y le echara una mirada algo desafiante.

 

* Otro chico y chica amarían el cielo arremolinado, pero solo estamos tú y yo y no tenemos oportunidad. Esto nunca podrá suceder, no eres mí tipo...*

 

*¿Enserio...?*

 

*Y no hay ninguna chispa...Qué forma de desperdiciar una noche encantadora*

 

El kazajo se giró arrogante y continuó su camino, dejando de pie a Yuuri que sentía el enfado y la dignidad subir por su cabeza; un puchero se formó en sus labios, jaló con cierta fuerza el suéter dos tallas más grandes que se ceñía a su cuerpo y caminó hacia el kazajo, dispuesto a un desafío.

 

*¿Dices que no hay nada aquí? Está bien, vamos a dejar algo claro: creo que esa será mi decisión...*

 

*¿Tú decisión?

 

*Y aunque te ves muy lindo en tu chamarra de poliéster...*

 

*...es piel...*

 

*Pero, tienes razón, nunca me enamoraría de ti, y tal vez esto le parezca bonito a alguien que no esté tan pasado o a cualquier chica que sienta que podría haber un romance...*

 

Ambos jóvenes se detuvieron justo a la mitad de un pequeño puente, Yuuri se acercó a la barda y recargo su cuerpo en ella, dejando su cabeza descansar en la palma de su mano y dejando que un suspiro saliera de su boca.

 

*Pero francamente, no siento nada*

 

*¿En serio?*

 

*O, tal vez, menos que nada*

 

*Es bueno saberlo. ¿Así que estás de acuerdo?*

 

*Así es*

 

<Otabek, Yuuri>*Qué forma de desperdiciar una noche encantadora.*

 

 

 

 

 

 

 

Después de aquel encuentro medianamente agradable donde ambos hicieron las paces al fin la vida de ellos corrió...pues...normal en lo que se podía.

 

Uno de los problemas del japonés -el cual era vivir con el miedo y repulsión de encontrarse con el kazajo- había sido superado ya... ¡por favor! Si se lo encontraba todos los días...y sin exagerar.

 En el metro, en alguna esquina de la calle, en la tienda, por donde tomaba el bus, cerca del lugar donde se surtía de despensa, en el mercado, ¡Uff! Ya ni a Pichit veía tan seguido, y eso ya era mucho que decir

 ¿Era normal ver a alguien tanto tiempo? Para Yuuri si lo era, de un modo raro y algo bizarro, pero lo era. Una emoción indescriptible -muy ajena a todo sentimiento romántico- se agolpaba en su pecho cada que el aroma de Otabek estaba cerca, era como si se formase una pequeñísima burbuja de café y cerveza alrededor de él y entonces, al menos para Yuuri, todo temor y desilusión que la vida le hacía sentir desaparecían por un segundo.

Estaba consciente de que no sentían nada el uno por el otro... ¿pues entonces porque le estaba sucediendo esto? Fuera cual fuera la respuesta, la situación le preocupaba

Tal vez un viaje a la playa le haría bien, si, frente al mar con unos atardeceres mucho más bonitos que el que había visto en el puente con él.

Sólo se tomó un par de semanas para la preparación del viaje, llamó al trabajo pidiendo días libres, se deshizo de Pichit y los demás que se querían pegar a él como chicle y ahorró una cantidad considerable de dinero. Estarían solo él y su Makkachin.

La playa no estaba muy alejada de la ciudad, tan solo tres horas de viaje en autobús; llevó sólo lo necesario para un par de días. ¿Cuándo fue la última vez que pisó la arena? En Hasetsu tenían playa y él la recorrió antes de venir a esta ciudad. Esa fue la última vez que sus pies sintieron la arena.

Yuuri llegó a la zona turística con una maleta y su caniche, había encontrado un hostal de dos pisos muy pequeño y modesto cerca del mar, instalándose ahí y pagando sólo dos noches.

Makkachin estaba más que feliz, no había parado de saltar y ladrar por toda la habitación, moviendo la cola con insistencia.

Mientras doblaba su ropa, Yuuri se volvió hacia su perro y le dedicó una sonrisa tierna —Perdón Makkachin, ya nos hacía falta un viaje así ¿no lo crees?- susurró con cierta pena. Acarició al caniche detrás de la oreja con ternura y este no perdió tiempo en corresponder el gesto con un suave lengüetazo en la palma. — ¡Hey! Vamos a la playa a caminar.

El perro ladró en contestación, moviendo con más energía la cola. Yuuri se apresuró con la ropa, guardándola cuidadosamente en los cajones del armario y cambiando su ropa de viaje por una más ligera.

Justo cuando ambos amigos salían de la habitación, una mujer anciana se asomó por la ventana de la casa de al lado, volviéndose casi al instante al ver a un muchachito tan atractivo y no perdiendo tiempo en saludarlo. —Muy buenas, jovencito —dijo, regalándole una sonrisa amable.

Yuuri había dado un ligero tumbo hacia atrás al ser tomado desprevenido, pero saludo con una sonrisa suave cuando el susto hubo pasado. Yuuri amaba tratar con ancianos. —Buenas tardes señora

—Vaya, vaya, ¿qué hace un niño asiático tan lindo por estos rumbos? ¿Huyes de tu realidad así como yo? — Yuuri se sonrojó ante ese comentario, desviando la mirada hacia su perro, como buscando ayuda de parte de su caniche el cual movió la cabeza a un lado, claramente ajeno a la situación. —Me lo imaginé...pero bueno, pequeño, no te robaré más tiempo. Anda, ve con tu linda mascota y diviértanse — la mujer hizo un movimiento con la mano, incitando al chico a irse.

Yuuri no le dio más vueltas y obedeció a la mujer, yéndose a un paso tranquilo. Makkachin avanzó cerca de él, agitando la cola fuertemente y demostrando así su felicidad.

A unos cuantos metros se encontraba el mar, por la hora el sol estaba muy bajo y con una brisa agradable y fresca. Makkachin no perdió tiempo en correr al agua y mojarse completamente, dando fuertes patadas a diestra y siniestrado y salpicando tanto como le era posible. Yuuri en cambio se sentó en la arena a una distancia considerable, observando con ojos casi maternales al perro. Aún le era como un sueño esto, tan solo ayer mismo se encontraba en Verona, disfrutando de su mini departamento y ahora se encontraban en un pequeño paraíso, lejos de todo y todos.

Sus cabellos negros comenzaban a alborotarse por el viento que soplaba gracias a la marea, contemplando a las suaves olas que lamian la arena, descubriendo así a las caracolas brillantes. Tan sólo necesitaba eso, "huir de la realidad..."

Después de ese descanso tan necesario, se dispuso a jugar con su perro en la orilla del mar, permitiéndose mojarse los pies con el agua salada.

Hacía ya mucho que no salía a correr con Makkachin, provocando que se agotara con muchísima facilidad. Su cuerpo -aunque no quisiese admitirlo- estaba rechonchito y había subido solo un par de kilitos.

Después de la puesta de sol, ambos compañeros regresaron al hostal, llenos de arena, sal y una enorme sonrisa en la cara.

—Oh, mi niño, veo que has regresado ya— la misma anciana le estaba esperando desde el pórtico de su casa, viéndole con una sonrisa pícara, como una abuela siendo la cómplice de alguna travesura echa por su nieto—Vamos, entra a tu habitación y date un baño, cuando termines baja y ven a mi casa un rato, te prepararé algo de cenar

—Oh...de verdad gracias pero no se moleste, iré a un restaurante cerca de aquí...- Yuuri intentó negase avergonzado pero la mujer parecía no querer ceder.

—Ay niño, no es molestia. Ve a hacer lo que te digo y luego vienes. Tengo que hablar contigo de muchas cosas— la anciana volvió a entrar a su hogar, dejando al japonés algo confundido.

Parecía una mujer alegre y gentil, con una actitud que desprendía un aura juvenil.

Entró a su habitación y obligó a Makkachin a tomar un baño con él. — ¡Vamos chico! Si te metiste al mar... ¿que impide no hacer lo mismo en la bañera? — decía mientras intentaba arrastrar al enorme caniche al agua limpia, sin gran éxito. Después de varios intentos y regaños el perro entró en la ducha, siendo él el primero en terminar limpio y sin rastro de arena y suciedad.

Mientras Makkachin descansaba echado en el tapete de la entrada y en la espera para que su pelaje se secara, Yuuri aprovechó para limpiar la salde su piel, enjabonándose el cabello con el shampoo que desprendía un rico olor a menta y tallando sus rodillas y codos con el estropajo de fibra, deshaciéndose de la sal del mar.

A esas horas el aire comenzaba a soplar frío, por lo que el chico se cubrió con una chamarra antes de salir limpio, vestido y con una rica esencia a jabón. Dejó al perro descansar y salió de la habitación, bajando las escaleras de madera hasta llegar a la salida; el hostal siempre estaba en servicio las 24 horas, o al menos eso decía en el cartel, aun así el japonés dio aviso a la muchacha que atendía que daría una vuelta y regresaría en un par de horas.

Era solo cuestión de dar la vuelta para llegar a la casa de aquella anciana, al parecer era dueña de una tienda de antigüedades y artesanías. El chico entró por la puerta principal, admirado de las cosas que se mostraban en los estantes llenos de una fina capa de polvo. Mientras avanzaba cuidaba de no pisar nada, al tener la luz apagada le era algo imposible dar buenos pasos ya que, bueno, su vista de topo no ayudaba...

—Veo que has llegado, ven niño, estoy en la cocina— Yuuri giró el rostro levemente hacia dónde provenía la voz de la mujer, avanzando hacia ella. La cocina tenía un tamaño pequeño y era parecida a las que solían pasar en las películas antiguas; el mantel que cubría la mesa era de flores, las cortinas eran de flores, el mandil que usaba para cocinar era con un estampado floreado y la toalla que se usaba para limpiar los trastes era –vaya, vaya- floreada. A veces se preguntaba si los ancianos eran adictos a ese tipo de estampado.

—Vamos mi niño, pasa y siéntate.- la mujer le recibió con una enorme sonrisa y Yuuri no pudo evitar devolvérsela. Se sentía en casa, había un aura muy familiar que le hacía sentir seguro, sentido ello muy raro para él, ya que nunca había ido a ese lugar, o al menos no que él recordase.

Yuuri se sentó frente a la mesa de madera, la anciana le entregó una taza de café y el japonés la recibió con muchísimo gusto, llevó la taza humeante a sus labios y aspiró su esencia, empapándose del aroma y dejando que el líquido tocara la comisura de sus labios. Ah~ añoraba sus tazas de café...

La anciana tomó asiento frente a Yuuri y le miró sonriente. —Lamento mucho haberte invitado sin presentarme primero. Me llamo Tasha

—Soy Yuuri, mucho gusto señora Tasha, y gracias por su amabilidad hacia mi

—Ay niño, deja las formalidades— la mujer movió las manos, restándole importancia a las etiquetas que tanto caracterizaban a los japoneses. Tomó su propia taza y dio un pequeño sorbo a su café. —. Sabes niño, cuando te vi supe que algo perturbaba tu felicidad, dime, ¿tienes predestinado?

— ¿Eh? N-no, no lo creo… — susurró el japonés, algo extrañado por el rumbo que la plática estaba tomando.

La mujer llevó la taza a sus labios y bebió un sorbo, sin retirar la mirada del nervioso chico —Dame tu mano niño... —ordenó la mujer después de dejar la taza en la mesa y estirar su mano hacia Yuuri, el chico obedeció con cierta cautela, la anciana tomó la blanca y delgada mano del joven y acto seguido un dolor punzante, muy parecido a un desgarro, hizo que el japonés retirara la mano de golpe.

— ¡Auch! ¿Qué fue lo que hizo? —Yuuri llevó la mano a su pecho, protegiéndola con su brazo ‘’sano’’, viendo a la anciana con el miedo y reproche impregnado en sus ojos chocolate.

—Sólo probé si ya tenías predestinado, y al parecer si lo tienes…y uno muy posesivo— respondió Tasha con una sonrisa tranquila, como si el dolor del chico no fuera el gran problema.

Yuuri abrió grandemente los ojos al escuchar eso. — ¿...qué? — bajó la mirada hacia sus manos, encontrándolas en perfecto estado, asustándolo aún más; las levantó para verlas más de cerca, y nada, ni una herida o rozadura — ¿Qué fue lo que me...?

—Intenté marcar territorio — contestó la mujer mientras se servía otra taza de café.

— ¿Marcar...qué?

—Territorio, hijo. Soy una alfa e intenté marcar mi esencia en ti, pero me has rechazado, ya tienes predestinado.

Yuuri levantó la ceja aún con su gesto de dolor y extrañeza, esa señora estaba... ¿loca?

—Ahora estás pensando que estoy loca ¿verdad? — El japonés se crispó notoriamente al escuchar aquello, dando un leve salto en su asiento y provocándole a Tasha una fuerte carcajada — ¡Jajaja, descuida! por aquí me conocen como la loca del pueblo, si me ves con esa expresión quiere decir que estoy haciendo bien mi trabajo —dijo ella con una evidente satisfacción.

El japonés estaba aún más sorprendido por ello, es más, todo lo que salía de los labios de la anciana le sentaba extraño y difícil de digerir. Volvió su vista a su mano y arrugó el entre cejo, ¿ya estaba marcado*? ¿Cuándo? ¿A qué hora? Y más importante... ¿quién era su predestinado?         — ¿Está usted segura...?- preguntó en un susurro.

—sí, más que segura— Tasha le sirvió otra taza de café, observando con atención cada gesto del contrariado chico —Y, por lo que veo, no tienes idea de quién es...dime, ¿se te ocurre alguien?

El japonés negó con suavidad mientras su mente hacia una y mil cuentas. Pichit...era más que imposible, habían congeniado por mucho tiempo, la hormona tendría que haber despertado mucho antes. Entonces... ¿Sala? ¿Michele? ¿Mila? Descartados.

 ¿Qué tal Otabek?

Yuuri perdió todo el color del rostro ante la imagen fugaz del chico kazajo, forrado con su chamarra negra y el cigarro encendido entre los labios. ¡No! Era imposible, absolutamente imposible.

Una fuerte risa maniática lo regresó de golpe a la realidad. Tacha se sostenía el estómago con fuerza y de no haber sido por su avanzada edad estaría pataleando en el suelo. -¡JAJAJA! ¡Ay niño! Veo que ya has encontrado la respuesta pero, por lo que creo, no te es muy agradable que digamos.-

Yuuri pasó de perder todo el color de su cara a llenarse de un intenso rubor. -¡¿Qué?! ¡No! ¡Esa persona y yo no deberíamos de estar juntos! Somos tan diferentes, además, yo le odio y él a mí— aclaró con excesiva rapidez, cruzándose de brazos y aguantando el puchero a punto de formarse en su boca.

—Oh...ese sí que es un problema... — susurró la mujer cuando el ataque de risa cesó. Volvió a su compostura poco a poco, recuperando el aliento para continuar con la charla tan interesante       —Deberías de hablar con él cuando regreses, niño, cuando estás ya predestinado te será imposible vivir sin la otra persona, si o si— Yuuri desvió la mirada ante eso —Déjame contarte una anécdota. De donde yo vengo se dice que el creador de todas las cosas no se equivocó de emparejar a la gente con su predestinado. Cada ser humano es diferente y tiene gustos propios, algunos tienen un predestinado con los mismos gustos y aficiones, otros no tanto, pero aún con sus diferencias cada pareja es perfecta y es más seguro que vivan felices. Yo lo viví con mi pareja

Los ojos negros de Tasha se desviaron a un estante lleno de fotografías, en una en particular se encontraba una pareja, había una mujer que, a juzgar por su mirada pícara y llena de diversión, se trataba de Tasha años más joven con un muchachito de sonrisa tímida. —Fui una de las poquísimas alfas que encuentran a su predestinado entre los betas. Yo estaba perdidamente enamorada de una omega, era muy hermosa, por no decir la mujer más perfecta del pueblo; en una de las tantas fiestas que se solía celebrar me decidí a conquistarla al fin, esa noche me armé de valor y logré acercarme a ella, pero un chico se cruzó por mi camino, Fernando, mejor conocido como ‘’El viajero’’. Sólo venía de paso por aquí cuando nos conocimos y liberamos la hormona. ¿Sabes? Desde el primer momento en que lo conocí yo lo odié y él a mí, ¿cómo se atrevía a interferir entre mi hermosa omega y yo? Acordamos vivir juntos para evitar nuestra muerte...con los años me di cuenta que era lo que tanto busqué en esta vida, era mi complemento, mi razón para despertar y levantarme, él se volvió mi ayuda idónea...y lo demás es la historia. Nos casamos y de igual forma fuimos de los poquísimos que logramos concebir hijos -está de sobra el que diga que él los tuvo ¿verdad?-, fueron siete niños y dos niñas...ay mis pequeños...ya hasta tienen el descaro de no visitarme...pero bueno, poder disfrutar de los recuerdos de la vida es vivir dos veces

Yuuri la escuchó embelesado, recordando las palabras de su abuela al decirle que los recuerdos de las personas eran como libros empolvados, a la espera de ser abiertos y leídos. ¿Él lograría vivir algo similar? ¿Podrá convivir pacíficamente con Otabek, así como Tasha lo había logrado con su beta? El japonés sonrío suavemente, la mujer había logrado suavizar el ambiente y no solo eso, le había dado una idea fantástica...bueno...sólo esperaba que Otabek se lo tomara bien y con calma. Mientras seguía bebiendo su café y la mujer narraba una que otra trivialidad con respecto a su pareja una duda le asaltó —Disculpe, pero... ¿su marido aún vive? — preguntó y al instante se dio una cachetada mental por su gran imprudencia.

Tasha cambió su semblante drásticamente, aún mantenía su sonrisa tranquila, pero los ojos reflejaban tristeza y añoranza. Yuuri se arrepintió hondamente de haber preguntado. —...ah...mi querido Fernando...era un hombre maravilloso, tan tierno y cariñoso conmigo y con mis hijos...no sabes lo mucho que extraño sus palabras tan dulces...

—No hables como si ya estuviera muerto mujer...o la que terminará primero a tres metros bajo tierra serás tú

Yuuri casi dejó caer su taza cuando una voz áspera habló justo detrás de él a tiempo que Tasha volvía a carcajearse. El japonés giró el rostro y encontró al muchachito de la foto, claro, canoso y con arrugas, pero aún conserva su rostro dulce y sereno.

-¡JAJAJA! ¡Yuuri! Él es Fernando, y si, sigue vivito y coleando. Amorcito, este chico de aquí es Yuuri — el japonés abrió los ojos con ganas, volviendo a ver al hombre, quien ahora lucía una sonrisa suave. Ahora sí estaba confundido.

—Mucho gusto Yuuri— saludó el mayor con amabilidad antes de volver a ver a su mujer, cambiando su semblante drásticamente. —Tasha, te dije que cerraras la tienda hace como media hora –y que dejes de llamarme ‘’amorcito’’-

—No es verdad, lo dijiste hace como cincuenta minutos

— ¡Una hora!

—Cincuenta minutos no es una hora...deben de cumplirse los sesenta para ser ya una hora completa...

"Tierra trágame..." era lo que pensaba Yuuri al verse en el ojo de la tormenta.

 

 

 

 

 

 

 

Había estado aproximadamente dos días en la playa antes s de tomar el autobús que lo devolvería a Verona. Makkachin estaba más que feliz y eso le hacía sentir bien, el viaje le había servido para relajarse y ordenar su mente, le había servido a ambos, y Yuuri había prometido volver a pasearse por ahí para visitar a sus nuevos amigos.

Cuando regresó a la florería Pichit casi pegó el grito en el cielo, se lanzó sobre él y le sacudió de los hombros, comenzando con un bombardeo de preguntas.

—¡YUUUUUURIIIIII! ¿Dónde estuviste? ¿Cómo te fue? No hubo contratiempos en el camino ¿verdad? ¿Me trajiste un recuerdo? ¿Te tomaste fotos? ¡¿Por qué no las subiste a Facebook?! ¡Estás más negro! ¡Te perdiste de muchas cosas Yuuri! Sabes, un muchacho en moto venía todos los días y se asomaba por aquí

—Pichit...solo me fui un par de días...tampoco es para tanto... — Yuuri se separó lentamente de él, completamente mareado por las fuertes sacudidas, moviendo sus manos para que su amigo conservara la calma. —-¿un chico en moto? — preguntop, después de escuchar eso último. — "Debe ser Otabek."...Pichit, cuida mi puesto por unos momentos, debo de hacer algo importante...

El moreno abrió grandemente los ojos por ello — ¿Qué? Pero si acabaste de llegar y... ¡Yuuri!

El japonés no le dio tiempo a su amigo moreno de terminar la frase, se dio la vuelta y corrió fuera de la florería, siguiendo un camino invisible de esencia a café, esquivando a la poca gente que recorría las calles por la hora temprana.

No tenía ni la menor idea de dónde estaba Otabek, pero si -se suponía que era- su predestinado, entonces su instinto sería capaz de llevarle hasta él ¿no?

 Aun así muy muy en el fondo deseaba que no fuera verdad lo que la mujer le decía.

Se detuvo en la esquina y recargó su cuerpo en el poste de luz, dejando que sus pulmones se llenaran del aire que le hacía falta. Estaba decidido, desde mañana mismo iria a hacer algo de ejercicio…

— ¿Yuuri?

La inconfundible voz grave y varonil de Otabek le hizo girar el rostro hacia atrás, encontrando al kazajo levemente sorprendido, tal vez porque no se esperaba encontrarlo por esos rumbos; llevaba su casco puesto y al parecer aún estaba estacionando su motocicleta. Yuuri se enderezó casi por instinto, una sensación electrizante nada agradable le recorrió la columna, provocándole unos ligeros espasmos.

—Otabek...quiero hablar contigo. — habló con la voz jadeante a causa de la carrera que minutos atrás había hecho. No había necesidad de buscar a Otabek, ese hombre siempre aparecía en el momento más oportuno y Yuuri no quería saber el porqué.

—Claro, ¿sucede algo. —le había parecido tan extraño el ver a Yuuri en ese estado tan desesperado que no lo pensó mucho, accediendo a escucharlo.

El japonés tragó saliva ligeramente. ‘’Maldita sea la hora en que nos conocimos…’’ —Se sinceró conmigo por favor… ¿Tú y yo somos predestinados? — Yuuri cerró los ojos de golpe, en la espera de lo peor.

Pero Otabek no le respondió.

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Aquí Lele reportándose!!

No saben la felicidad que me da el ver que este fic tiene aceptación! Gracias ???? todo mi amor para ustedes!!! Son mi más grande felicidad!!!

 

Los ama:

 

SoyLeleElUkulele ?


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