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UNKNOWN por RoronoaD-Grace

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Notas del capitulo:

Holaaaa…


¿Cómo están?


¿Cómo les va?


Yo espero que muy, muy, muy bien.


¡¡YA LO SEEEEEEÉ!! ME TARDÉ MUUUCHO.


EN SERIO PERDÓN.


Y no voy a dar excusas, porque que sé que no valen de nada. Pero, prometo que lo compenso en el cap. JE JE JE.


Quienes leyeron el cap anterior, y a quienes me xejsron su hermoso y preciotzo comentario: yeen hiruma, athuran, yuyu y Anna Sei, los amodoroooooo un montón. Muchísimas gracias por sus bellas palabras. Besotes y abrazotes.


Los personajes son propiedad de Tadatoshi Fujimaki. Por los horrores ortográficos, 10000 millones de disculpas. Ya saben que estoy ciega y pendeja, pero más pendeja. 


Sin más que decir excepto que, espero y el cap sea de su agrado, los dejó leer.

 

UNKNOWN

—Capítulo 17—

Consentido

 

 

 

 

 

Kuroko no era de las personajes que tareaban o silbaban alegremente una canción. De hecho, le parecía algo realmente vergonzoso. Sin embargo, mientras se dirigía de regreso hacia la casa de Seijūrō, una melodía manaba de sus labios.

Posiblemente ni siquiera se sabía la letra, tampoco el nombre de la canción, pero ahí estaba él, con una enorme sonrisa, mental, en el rostro y una melodía brotando de su boca.

En su mano, una bolsa negra con sus ropas yacía mientras el caminaba por la playa. Tal como Nash había mencionado, le había prestado una de sus playeras, que sin duda le quedaba como un vestido, también una pantaloneta que le quedaba volando.

Sinceramente. La había pasado muy bien en el rato que había estado en casa de Nash. Él tipo era jodidamente agradable. Por la pinta que tenía, seguro había sido todo un rompe corazones antes de comprometerse, y el hecho de que lo hayan abandonado en el altar, lo había cambiado significativamente.

Ciertamente estuvo a nada de salir corriendo en cuanto llegaron a la casa y se toparon con el dichoso hermano. Un tipo enorme con cara de matón llamado Silver, que no se parecía absolutamente en nada a Nash.

—Somos medios hermanos —habia explicado el rubio al notar como el semblante de Kuroko había cambiado un poco.

Y entonces el celular de Silver había sonado. Tanto Nash como Kuroko hicieron una mueca al ver como su expresión se deformaba completamente al leer el nombre de su prometida en la pantalla, para luego lanzarse sobre el sofá de la sala pareciendo una colegiala enamorada.

—Igh, que desagradable —Había dicho Kuroko.

—Dimelo a mi, tengo que verlo todos los días.

Los labios de Kuroko se habían torcido un poco hacia un lado, en un pequeña, pequeñísima, sonrisa.

Después Nash le había dado las ropas que le había prometido, soltando una carcajada al verlo con estas puestas luego de salir del baño. Era como un niño pequeño usando las ropas de su padre. Le quedaban enormes. A Tetsuya se le había hinchado una vena en la sien. Y, Tal como el rubio había ofrecido, le hizo su malteada de vainilla. Kuroko lo había encontrado jodidamente sexy mientras la hacía. También conversaron de cualquier cosa que saliera en la conversación. Hicieron una especie de pacto silencioso. No hablar del mal de Amor.

Kuroko la había pasado realmente muy bien. Se sentía muchísimo mejor después de conversar con Nash. El chico era genial y divertido. Agradable. Y ni siquiera se dio cuenta en que momento se paró en medio del jardín de la casa de Seijūrō por estar pensando en él.

Pero, cuando reaccionó, alzó las cejas ante la escena en la casa.

Era pasado del medio día, ya entrada un poco la tarde. Si era sincero, creyó que encontraría el lugar un tanto lúgubre luego de la escena del desayuno. Takao seguro se sentía muy mal y probablemente Yukio estaría con él. Por lo que Kise sin duda estaría con la depresión encima. También Seijūrō estaría con todas las pulgas encima porque su querido hermano le rebeló el secretito, Midorima sería otro que estaría molesto. Por ende, Seimei estaría por un lado con cara de perro mojado.

Satsuki estaría sin saber que hacer por querer ayudar a sus amigos, Kise y Kazunari, pero sintiendo que traicionaba a uno si le daba ánimos al otro. Aomine probablemente se encerraría en el gimnasio. Murasakibara seguro estaría atragantándose con golosinas, más de lo necesario, porque todo estaba muy aburrido y Muro-chin estaba molesto con él.

Fresita, no sabría como se sentiría él, quizá muy incómodo pero del lado de Akashi por, extrañamente, haberse pegado tanto a él. Lo que significaría que Aomine estuviera muerto de celos y, lo que explicaría porque estaría encerrado en el gimnasio.

Pero nada de eso se veía por algún lado.

Kuroko estuvo a nada de sacar el celular y tomar fotografías de la adorable escena, sino fuera porque esta era más estraña que linda.

Desde la cocina, podía escuchar los cuchicheos y sonrisitas por parte de los que seguramente eran Kise, Momoi y Takao. Y ya que Yukio no parecía estar presente, quizá también estaba con ellos.

En la sala, en uno de los sofás. Seijūrō y Seimei yacían uno junto al otro, ambos con las computadoras sobre la mesita de noche. Parecían muy concentrados observado algo importante pues cada cierto tiempo lo conversaban entre ellos. En otro sillón, Shintarō hablaba por celular de algo que seguro era divertido, pues soltaba una que otra risita. Ni siquiera parecía haber estado terriblemente enfermo hacía tan solo unas horas.

Y, finalmente, en el otro sofá, frente a los hermanos Akashi, Aomine y Atsushi yacían sentados a cierta distancia, lo extraño y anormal en ello era que, fresita, permanecía recostado, cuan largo era, entre ellos.

Es decir. La cabeza del peli-rojo reposaba en los muslos de Daiki mientras el moreno acariciaba su cabello. Y, a su vez, las mientras del peli-rojo también yacían sobre las de Murasakibara, quién depositaba dulces y chucherías en sus labios, los de Fresita, muy concentrado, y este las comía alegremente.

¿Desde cuándo ellos eran tan confianzudos? ¿Por qué rayos Seijūrō y Seimei ni siquiera parecían enojados con el otro? ¿Cuál fue la cura que devolvió a Midorima de su zombificación? ¿Por qué demonios Kise, Takao, Yukio y Momoi estaban como si nada?

Pero, sobre todo…

¿Por qué parecía ser él el único que estaba sufriendo?

—Me voy por qué ¿un par de horas? y todos sus problemas se resuelven —Kuroko posó las manos en su cadera—. La próxima quizá no regrese, todos parecen estar mejor si no estoy —su tono quizá intento sonar como si bromeara, pero fue imposible pues se encontraba molesto por la escena.

Los chicos en la sala dieron un brinco en su lugar, pues obviamente no se habían percatado de la presencia del peli-celeste.

—Tetsuya, que bueno que regresaste —Seijūrō se puso de pie de inmediato, dejando la computadora sola y yendo hacia él. El chico no pudo evitar el desconcierto en su mirada al observar la sonrisa en los labios de Akashi mayor—. Necesito hablar con… ¿Qué estas usando?

Tetsu sacudió la cabeza, despabilandose del pequeño embobamiento que había tenido al observar sonreír al peli-rojo. Era tan escaso que lo hiciera hacía su persona, que el chico sintió un inevitable aleteo en su vientre.

Pero no.

¡No!

Ya era suficiente.

Ya estaba cansado de mendigar por su amor.

—¿Te gusta? —dijo Tetsu, girando sobre sus tobillos y luciendo las ropas—. Es mi nueva pijama.

—¿Pijama? —Seijūrō alzó una ceja, observando receloso la playera—. ¿Por qué estas usándola ahora?

—Oh bueno, verás —se llevó una mano a los labios, cubriendo una sonrisa traviesa tan fingida, que resultaba demasiado desconcertante—. ¿Recuerdas a ese dios griego del club? —El dueño de casa frunció el entrecejo—. Nos encontramos hoy también y estuvimos charlando.

—¿Y porque traes sus ropas puestas? —Akashi dedujo en un instsmte, se cruzó de brazos.

—Oh, eso es lo curioso jeje —Tetsuya fingía inocencia—. Sucedieron ciertas cosas y, bueno, mis ropas terminaron sucias.

—¿Y qué? ¿Se quitó su camisa y te la dio? Que caballeroso —bufó.

—Claro que no —soltó una risita mientras se cubría los labios de nuevo—. No podía prestarme su playera cuando, para empezar, no cargaba una.

La sangre borboteo en las venas de Seijūrō. Inhaló con fuerza y apretó los puños conteniendo el enojo… y los celos.

—¿Y entonces como fue que terminaste con nueva… pijama?

Kuroko lo vio directo a los ojos, afilando la mirada y dibujando una sutil sonrisita malevola en sus labios.

—Me llevo a su casa —confesó.

Seijūrō ya no pudo contener la furia. Los presentes soltaron un brinquito ante el susto que fue que explotora.

—¿¡Te fuiste con un total desconocido a su casa!? ¿¡Tienes alguna idea, Tetsuya, del peligro al que te expusiste!? ¡No sabes absolutamente nada de él! ¿¡Y si es un…!?

—¡Sí, es un completo desconocido! —Kuroko también estalló. Ya estaba cansado de la actitud de Seijūrō y que jugara con sus sentimientos de esa forma.

Era imposible que solo hubiera imaginado cosas. Akashi fue diferente con él desde siempre. No le seguía la corriente cuando se le insinuaba o le intentaba provocar celos, pero siempre estaba al pendiente de él. Se preocupaba y lo intentaba proteger de sus tonterías y, sí, también los tontos impulsos que tenía a veces intentando obtener su atención. Y no lo hacía de forma directa, pero cuando algo sucedía, Akashi siempre estaba involucrado. Siempre lo salvaba.

Y Kuroko se había ilusionado, había tenido esperanza de que algún día dejara su orgullo de lado.

Pero ya estaba cansado de hacer tonterías solo porque sabía que Seijūrō estaría para él. Tal vez Akashi sentía algo. Pero Kuroko no quería solo una parte, él lo quería todo de Sei. Pero Seijūrō no estaba dispuesto a dárselo.

Nunca desharía el compromiso solo por él. Su interés, ciento por ciento comprado, no era tan fuerte.

—¡Es un total desconocido! —Tetsuya repitió—. ¡Pero ese desconocido fue amable conmigo! ¡Ese total desconocido me consoló e hizo reír cuando se suponía que mi amigo, la persona que amaba, me hizo llorar! —Sus ojos brillozos y rojizos—. No sé tú, Seijūrō, pero si así están las cosas… yo prefiero a un desconocido.

A Sei se le rompió el alma al verlo llorar. 

Su expresión cambio totalmente, su enojó se esfumó y en su mirada solo se reflejó la culpa y el dolor de ver a Tetsuya tan herido. Lastimado por él y solo por él.

—Tetsuya —alzó la mano, intentado acariciar su rostro y así limpiar las lágrimas que había comenzado a derramar. Él nunca se rompía ante nadie, odiaba hacerlo. Lo que solo demostraba cuanto lo había lastimado—. Yo…

—¡No me toques! —El peli-celeste le dio un manotazo—. ¡Deja de jugar conmigo!... Ya deja de darme esperanzas, Seijūrō. Ya estoy cansado. Solo has lo que se te de la gana. Si quieres casarte con Midorima —volteó a ver al susodicho, quien había dejado de hablar por celular y los observaba directamente. Él desvío la mirada hacia un lado, avergonzado—, bien, hazlo.

»O si quieres coquetear abiertamente con Manolo —sus ojos celestes viajaron hacia el peli-rojo, quien ya se encontraba sentado normalmente y, al igual que Shintarō, también lo observaba. Su mirada se mostró sorprendía, luego dolida y, finalmente, avergonzada—, también puedes hacerlo. Es tu maldito problema… solo ya déjame en paz.

Pasó por su lado con dirección a las escaleras, subió estas sin voltear a ver hacia atrás. Una vez en el último escalón, corrió el pasillo buscando su habitación. Ingreso azotando la puerta y cerrándola de inmediato, apoyándose en esta y dejandose resbalar hasta el suelo.

—Tonto, tonto, tonto, tonto —se dijo mientras abrazaba sus rodillas y ocultaba el rostro entre el hueco de sus extremidades flexionadas—. Soy un grandísimo tonto —susurró.

Incluso luego de lo que había dicho, había tenido la pequeña esperanza de que Seijūrō lo detuviera. Que le dijera que iba a casarse pero no con Shintarō… sino con él.

Pero no lo hizo.

Seijūrō no lo detuvo.

Kuroko se permitió llorar una vez más, liberar el dolor en su pecho hasta sentirse mejor. Pues en ese momento se prometió a sí mismo que esa sería la última vez que lloraría por Akashi Seijūrō.

 

~•§•~

 

Los rojizos ojos de Fresita observaban preocupados la figura de Akashi, quien permanecía inmóvil y con la mirada en el final de las escaleras.

—Akashi… —llamó muy bajito.

El dueño de casa volteó a verlo de inmediato, dibujando en sus labios una sonrisa triste. Fue hasta él, inclinándose para estar a su altura.

—Lo siento —Fresita bajó la mirada.

—¿Por qué? No tienes ninguna culpa en esto.

Los ojos rojizos del más alto se clavaron en los suyos, tristes y avergonzados.

—Yo… no tenía idea de que Kuroko pensara de esa forma. De haberlo sabido, habría mantenido distancia para que no malinterpretara las cosas.

—No. Eso no es culpa tuya. Es mía.

—Pero, Akashi…

—Fui yo quien provocó esto. Siempre he tenido muy claros sus sentimientos y, aún si sabía que no debía corresponderle, nunca le dije nada porque no quería que se alejara. Yo solo me busque esto.

Fresita quiso decirle algo, consolarlo, hacerle cambiar de opinión. Pero no encontró las palabras correctas por más que lo intentó. Se sintió muy frustrado e inútil. Sei siempre estaba ayudándolo y cuando necesitaba que alguien lo ayudará a él, no sabía como hacerlo.

Que tonto.

Akashi solo le regaló otra sonrisa, luego revolvió sus cabellos con cariño y, entonces, se puso de pie y se marchó sin decir nada ni a donde se dirigía pero, por el rumbo que había tomado, era fácil adivinar.
De igual forma, sin dar ninguna explicación, Seimei fue tras su hermano. Midorima, igual que ellos, se levantó y en silencio se marchó, seguramente detrás de los hermanos. Los ojos rojizos de Fresita lo observaron, decaído y molesto a la vez.

—No entiendo porque lo hacen… —susurró haciendo que el moreno y el más alto se centraran en el. No entendía absolutamente nada, ni a Seijūrō ni a Midorima… tampoco a Seimei.

—Su mamá quería unir su familia con la familia de su mejor amiga, la mamá de Mido-chin —Murasakibara dijo, muy tranquilo. Al parecer él también estaba al tanto de la situación pero se había mantenido callado.

—Supongo que eso lo explica —Daiki suspiró.

Manolo volteó a ver a uno y luego al otro, no comprendiendo como eso explicaba las acciones del dueño de casa y su amigo.

—Aka-chin adoraba a su madre —Murasakibara continuó—. Él quiere cumplir su último deseo.

—Pero… ¿Qué clase de madre hace eso? —dijo, en serio molesto—. Sí Akashi la ama tanto, es porque de seguro ella era una gran mujer y una excelente madre. No puedo creer que ella haya propuesto algo tan estúpido.

—Aunque no estemos de acuerdo con lo que hacen —Aomine posó una mano sobre la cabellera rojiza, acariciando suavemente—, al final son ellos los que deciden. Podemos decirles que no lo hagan, podemos remarcar que es una gran tontería, incluso darles una paliza por imbéciles… pero al final solo ellos pueden hacer algo al respecto.

—¿Tú que harías? —Fresita dijo muy bajo, observándolo a los ojos con mucha curiosidad.

El moreno paso saliva, no dijo nada, solo le sostuvo la mirada con intensidad.

 

~•§•~

 

Desde el marco de la puerta de la cocina, Kise, Takao, Satsuki y Yukio, observaban curiosos la escena. Habían sido alertados por los gritos de Akashi y Kuroko, por lo que se habían asomado a ver que ocurría.

Después de saber el porqué ellos chocaban tanto, resultaba tan obvio que se gustaban, que tenían ganas de darse de cabezazos contra la pared. Era tan claro que en verdad se sentían tontos por no haberlo notado antes, por no haberlo pensado siquiera. Aunque, claro, cada uno tenía sus propios problemas como para fijarse en que ocurría con los demás.

Murasakibara continuaba sentado junto a los tórtolos en el sofá, observándolos mientras se llenaba la boca con chucherías. Por lo que, sintiendo que podía arruinarles el ambiente, Takao lo llamó haciéndole señas desde su escondite. Perezoso y no muy feliz, el peli-morado dejó la sala, por fin dejando solos a los chicos.

Los demás volvieron a adentrarse en la cocina, dándoles todo su espacio a Fresita y Aomine. A excepción de Kise, quien continuó observándolos fijamente y con un poco de tristeza en su mirada. Yukio lo notó primero, por lo que desvió la mirada sintiéndose molesto, pero también triste. Volvió la mirada luego de unos segundos para posar una maso sobre su hombro y hacer que también los dejara solos.

A pesar de todo, odiaba ver a Kise así de decaído.

Entonces el rubio sonrió, una pequeña sonrisa dirigida a la parejita de la sala, una sonrisa que desconcertó un poco a Kasamatsu, antes de girarse y adentrarse también.

—A Aominechi le gusta mucho —dijo, extrañamente de mejor humor—. Nunca lo había visto así. Con los ojos brillosos e ilusionados… me alegro.

—¿No estás celoso?

—Claro que lo estoy —el rubio hizo un puchero que a Yukio le dio ternura y le sacó una media risita, pero también le rompió un poco más el corazón—. Yo también quiero enamorarme y ser correspondido —suspiró con melancolía—. Pero…

—¿Pero?

Sus ojos miel observaron los azules suyos, luego se desviaron hacia Takao, quien había estado observándolos discretamente, junto con Satsuki, este volteó a ver a otro lado en cuanto fue descubierto.

—No lo sé… —Kise se encogió de hombros—. No creo que sea algo para mi.

Yukio arrugo el entrecejo.

—No puedes decir eso por una decepción amorosa.

—Oh, no lo digo por eso —el rubio sacudió una mano. Kasamatsu se cruzó de brazos, esperando una respuesta—. Bueno… yo…

Kasamatsu no le quitaba los ojos de encima, haciendo que se sintiera cada vez más nervioso.

Kise sentía una fuerte presión en el pecho y muchas ganas de llorar. Había tratado de ser fuerte pero no lo era. Era débil y él lo sabía muy bien. También sabía que era un tonto.

De alguna forma siempre lo supo, que Aomine no le correspondería, pero que tampoco estaba enamorado de él. Hubo un tiempo en el que tal vez lo hizo. Pero eso estaba en el pasado. Aún así, continuó insistiendo porque era un tonto.

La primera vez que vio a Aomine fue maravilloso, pues era su príncipe ideal hecho carne. Todas sus fantasías de su hombre perfecto acaban de materializarse frente a él. Pero, a pesar de que él era el chico de sus fantasías infantiles, no significaba que fuera su hombre ideal. La persona destinada para él.

Pero aún así fue nació, creyendo que con él encontraría la verdadera felicidad. E insistió e insistió, fascinado con la idea de una fantasía que existía solo en su cabeza. Idealizando un amor que nunca sucedería porque, para empezar, ninguno sentía algo por el otro. Y Aomine siempre se lo hizo saber, y Kise siempre lo supo. Pero ignoró ese sentimiento porque él creía en los cuentos de hadas y quería algo así para él con su príncipe perfecto.

Se metió en la cabeza que lo amaba como quien desesperadamente necesita creer en algo para no enloquecer. Se aferró a la idea de un amor perfecto y que un día serían felices.

Que gran mentira.

Buscó en otro lugar lo que siempre estuvo a su lado.

Un amor no necesitaba ser como los pintaban en los cuentos de hadas para ser perfecto.
La felicidad no siempre estaba con un hermoso príncipe.

Siempre supo que Yukio era más que especial. Pero él era tan indiferente al amor, que temía que sus sentimientos crecieran y se volvieran demasiado profundos para que al final solo terminara siendo él el único dañado. Además aún creía que amaba a Aomine. Por ello los metió en un cofre y los lanzó al mar de su subconsciente.

Y Yukio ahora estaba con Takao, intentado tener una relación y dándole una oportunidad al amor. Y a Kise se le había roto el corazón al verlos juntos, al ver como Yukio lo tomo en sus brazos y lo besó con ternura y a la vez pasion, lo destrozó porque al fin lo había entendido.

Al fin entendía que Aomine nunca sería ni fue el amor se su vida.

Ahora sabía que estaba y siempre estuvo enamorado de Kasamatsu Yukio.

Sabía cuanto a Kazunari le había dañado el rechazo de Midorima, y que quizá él estaba utilizando a Yukio. Pero Yukio no era idiota. Él sabía lo que hacía y si, a pesar de que quizá él también estaba al tanto de porqué Takao lo había aceptado, le había pedido darle una oportunidad… seguramente era porque le gustaba demasiado.

¿Tenía algún caso decirle que, desde hacía mucho, mucho tiempo atrás, lo amaba?

Kise no lo creía.

Lo único que lograría sería un rechazo de su parte y hacer que las cosas se volvieran incomodas entre ellos. También que creyera que era un idiota. En todo caso ¿le creería que lo amaba? Después de todo, supuestamente estaba tan enamorado de Aomine.

Que imbécil había sido todo ese tiempo, ignorando sus verdaderos sentimientos solo por tontas fantasías, haciéndose el que no sabía que eran. Intentado meterse en la cabeza que lo quería como amigo solo porque sí o sí quería casarse con Aomine.

No, nunca amó a Daiki.

Solo estuvo encaprichado con él.

La tormenta en su corazón era su culpa y tenía que cargar solo con ella y sus consecuencias. Debía aceptar que no podía decirle sus sentimetos y con la duda de qué hubiera ocurrido si hubiera decidido solo aceptar que su príncipe perfecto era cosa de niños, y que el único hombre al que de verdad amaba era Kasamatsu.

Quizá si lo hubiera intentado, hubiera podido tener un futuro a su lado de la manera que deseaba.
Pero no lo hizo.

No lo hizo porque era un tonto, y lo sabía muy bien.

—Kise… —Yukio susurró muy bajito, alzando una mano tratando de tocar su rostro.

El rubio volvió de sus pensamientos, sorprendiéndose al notar que había comenzado a llorar y que por ello Kasamatsu intentaba consolarlo.

—¡Ah! ¡Estoy bien, estoy bien! —Sacudió las manos frente a su rostro, dando un paso hacia atrás evitando así el tacto del peli-negro—. Esto no es nada.

Se limpió las lágrimas con un poco de furia, sorbiendo la nariz y dibujando una sonrisa fingida en sus labios.

No tenía porque arruinarle la felicidad a Kasamatsu con tus tonterías. Él se lo había buscado solo. Lo único que podía hacer era callar, sonreír y desearle suerte no solo a Yukio, sino también a Takao.

Ambos lo merecían.

—¿Entonces qué? —dijo—. ¿Seguimos con las preparaciones para la fogata?

Y con ellos todos supieron que Kise no hablaría de nada, no tuvieron más opción que seguirle la corriente y continuar con lo que habían estado haciendo.

 

~•§•~

 

—¿Tú que harías? —Fresita dijo muy bajo, observándolo a los ojos con mucha curiosidad.

El moreno paso saliva, no dijo nada, solo le sostuvo la mirada con intensidad, pero teniendo muy claro en su mente cual era la respuesta ante una situación similar.

—Soy el único dueño de mi vida, Fresita —respondió al fin, alzando la mano y posadola en una de las mejillas del peli-rojo, notando como este comenzaba a sonrojarse—. No siempre tomo la decisión correcta. De hecho, tengo más errores que aciertos, lo que es frustrante y estúpido de mi parte... pero al final fue mi elección. Soy el único que decide que hacer y que no.

Fresita sonrió sin despegar los labios, observándolo con sus hermosos y enormes ojos carmesí. Había un brillo en ellos que a Aomine le aceleraba el corazón. Se preguntaba si es que también había uno igual en los azules suyos.

—Eso me dice —el peli-rojo habló—, que a parte de ser una pantera de circo egocéntrica, también eres un tarado de primera —Un risita divertida brotó desde su garganta.

—¡Hey! —Soltó indignado el moreno—. ¿Qué te he hecho yo para que me insultes?

—¿En serio quieres que lo diga?

—Okay, me callo —Daiki simuló que cerraba sus labios como si fuera un zipper, luego le ponía un candadito y tiraba la llave a un lado.

Eso solo le sacó una carcajada a Fresita.

Y Aomine lo miró, también sonriendo, con esa misma mirada que había podido apreciar en el rostro del otro. Con ojos ilusionados y brillantes, llenos de un anhelo que jamás había experimentado. Y que, si admitía, le daba miedo.

Sí, Aomine Daiki tenía miedo.

Miedo de lo que ese tipo, que más parecía un jodido chiquillo, le provocaba. Pero no pensaba escapar. Ese era un sentimiento que anheló desde que tenía claro que era el amor, y al fin podía sentirlo. No de la forma en la que creyó, pero así era el amor, ¿no? Impredecible.

Fresita era tan hermoso y con un corazón muy grande. Impulsivo a veces y mal hablado en otras.
Y estaba tan roto.

Después de lo sucedido en la habitación, Fresita había dormido durante varias horas. Cuando despertó, no recordaba lo que había ocurrido. Sabía que había tenido una crisis y que Aomine le había ayudado. Pero el recuerdo que había tenido se había esfumado así como regresó. Por lo que tampoco recordaba que el catalizador había sido el beso que Aomine le había dado.

Y estaba bien que no recordará, ni lo que le habían hecho ni lo del beso. Ya habría tiempo para… más.

Había decidió hacer las pases en cuanto se despertó y se dio cuenta que estaban abrazados en la cama, claro, el bochorno había sido monumental. Pero Aomine trato de aligerarlo un poco al ser un tanto tierno con él.

Fresita había sonreído.

En muy poco tiempo se había quedado encantado con su sonrisa, y daría lo que fuera porque esta jamás se esfumara de su rostro. Que sus ojos siempre estuvieran tan vivos y alegres. Pero eso era imposible. Tendría momentos como los de la mañana. Momentos en los que los recuerdas volverían a atormentar su brillante alma y él se sintiera perdido.

Daiki no podía evitarlo. Pero estaría allí para aliviar ese dolor. Estaría para él sin importar qué.

—Tienes que aceptar que fuieste un completo idiota conmigo —Fresita dijo aún sonriendo.

—No lo niego.

—¿Por qué? ¿Por qué eras tan imbécil?

La sonrisa en sus labios se esfumó. En su lugar lo veía con seriedad y mucha curiosidad.

—mmm no lo sé —Daiki se encogió de hombros, tratando de molestar un poco al otro.

Pero no esperó que este tuviera poca paciencia.

—Que me digas, imbécil —le dijo un poco alto, mientras le daba un puñetazo en uno de sus brazos.

—¡Ay! ¿Por qué tanta violencia —acarició el lugar donde había sido golpeado y el cual en serio había dolido. Entonces Fresita amenazó con golpearlo de nuevo si no hablaba—. Okay, okay, te diré.

El peli-rojo sonrió victorioso, acomodándose mejor en su lugar y atento a lo que fuera a salir de la boca del moreno. Este aún continuaba algo reacio a hablar, de hecho no quería decirlo en serio, porque era vergonzoso. Pero veía las ansias en la carita de Fresita y no le parecía tan mala idea ser sincero. De hecho, ser sincero en un momento como ese era perfecto.

—Yo... —comenzó, algo titubeante. En su vida se había sentido tan nervioso como en ese momento. Nunca creyó que se encontraría en una situación similar—. Yo fui tan idiota contigo porque…

—¿Por qué? —Manolo presionó, algo divertido.

Pero entonces Aomine dejó los nervios de lado, imaginado cual podía ser la reacción de Fresita cuando confesara. Seguramente se le iban fundir los cables.

Suspiró, tomando más valor.

—Fui tan imbécil contigo —comenzó—, porque creo que eres lindo —se encogió de hombros.

Tal como como había esperado, el rostro del peli-rojo cambió de tono en un instante, con sus párpados muy abiertos y sus labios formando una media O.

—¿C-Cres que s-soy lindo? ¿Yo te gu-gusto?

—See, que loco, ¿no? —Aomine suspiró—. Un tipo que no tiene nada de gracia y que es tan violento. Es decir, mira a Kise, no es que me guste o algo parecido, pero hasta yo sé que es sensual. Incluso Tetsu lo es, dejando de la su personalidad tan rara. Pero en cambio tú, eres ta…

No pudo terminar, Fresita le había dado otro golpe. Pero, a diferencia del primero, este no dolía en lo absoluto. El chico tenía el entrecejo fruncido queriendo quizá parecer molesto, tal vez indignado. Pero Daiki notó tristeza. Él ni siquiera intento debatir y decir que claro que tenía lo suyo.

¿Entonces eso creía de él?

Ah, que equivocado estaba.

—Eres lindo —Aomine repitió.

Fresita soltó una risita fingida.

«Quiero besarlo». Daiki pensó, pero no creía que estuviera bien. ¿Y si volvía a ocurrir lo de la mañana? No quería que sus traumas volvieran cada que lo besara. Aún así, ver su carita tan triste solo hacía que quisiera devorarle la boca y hacerle entender a besos que era tan jodida y malditamente lindo.

—Ya, si no quieres decirme no lo hagas —Manolo se encogió de hombros—. De todos modos, supongo que solo es parte de tu personalidad el ser un idiota —rió de nuevo, también soltó un suspiro—. Como sea, iré a ayudar a los chicos con la comida, seguro están teniendo problemas con ello.

Se puso de pie, evitando la mirada azulina del moreno y yendo hasta la cocina.

Y sucedió lo mismo que en la mañana.

Daiki se puso de pie de inmediato y lo tomó de la muñeca no permitiendo que se marchará. Tiró de él, haciendo que se girara, solo para tomarlo de la cintura con la otra mano, y pegarlo completamente a su cuerpo. Fresita posó las manos en el pecho del moreno, por pura inercia debido a las acciones del otro, soltando un jadeo de sorpresa al mismo tiempo.

—¿Aomine, qu…?

Calló, pues la mirada de Daiki le cortó la respiración un instante. Su sonrisa dulce como la miel, pero sínica al mismo tiempo, le provocó un fuerte revoloteo en el vientre.

Aomine soltó su muñeca, llevando su mano hacia la barbilla del peli-rojo, jugueteando solo un poco con sus labios. Sintió como la respiración de Fresita se aceleró y vio como sus ojos rojizos lo observaban con ansias.

«Bésame, maldita sea. Solo bésame».

Daiki se inclinó hacia él y Fresita cerró los ojos, ansioso, casi haciendo labios de pato. Y esperó, largos segundos, un besos que no llegó.

Abrió los ojos de nuevo, ante su vista, la imagen de Aomine sonriendo un tanto burlón se mostró. Manolo apretó fuerte los puños sobre el pecho del moreno, sintiendo como el enojo hacia borbotear su sangre. Pero también como la vergüenza para sí mismo sonrojaba su rostro.

Estúpido.

Estúpido.

Por supuesto, ¿por qué rayos Aomine iría a tomarlo en serio? Acababa de decirlo, tan solo era alguien que no tenía nada de gracia.

Maldita sea.

Apretó más sus puños, queriendo golpear al oji-azul. Él sabía lo que provocaba en su persona y, aún así, se atrevía a jugar con él. Había creído que era un buen tipo pero, después de todo, solo era un grandísimo imbécil egocéntrico. ¿Cómo podía siquiera gustarle?

—¡Sueltame, estúpido!

Aomine lo soltó, sonriendo aún. Eso solo sirvió para que la furia de Fresita aumentará. Él lo apartó de sí, poniendo presión en sus manos que yacían en los pectorales de este y empujándolo con todo la fuerza que tenía. Daiki trastabilló un poco, siendo tomando por sorpresa, para luego estabilizarse y observarlo con intensidad.

Fresita sintió deseos de abofetearse al sus mejillas reaccionar a su mirada sensual, acalorandose.

¡Maldita sea!

No sabía si deseaba más golpear a Daiki o golpearse a mi mismo.

—¡Después de todo solo eres un imbécil! —Le gritó, molesto consigo—. ¡No puedo creer que siquiera me gus…!

Aomine volvió a acercarse a él, tomándolo de la cintura con una mano y posando la otra detrás de su cuello, atrayéndolo de nuevo hacia su cuerpo y haciendo nula la distancia que los separaba.

Fresita abrió mucho los ojos, ahogando un jadeo contra los labios de Aomine. Este lo observaba pues no había cerrado sus ojos.

El peli-rojo sintió sus mejillas encenderse como luces de neón, en cuanto Daiki comenzó a mover sus labios, observándose ambos aún a los ojos. Se aferró a las ropas del moreno, de su cintura, ahogando un gemido en su boca cuando sintió su lengua acariciar sus labios.

Aomine continuó observándolo mientras saboreaba sus labios, mordiéndolos suavemente y succionandolos. Él ni siquiera intentó resistirse, tan solo le siguió el ritmo mientras se sonrojaba salvajemente y temblaba un poco. Daiki apretó su cintura pegándolo un poco más, sacándole otro suave jadeo a Fresita. El moreno sentía como su pecho se hinchaba y se vaciaba, como se estremecía ante su tacto.

Manolo no pudo continuar observando a Aomine a los ojos en cuanto este tiro de su labio con sus dientes para abrirle un poco más la boca e introducir su lengua. Cerró los ojos, más sonrojado que antes, subiendo las manos por el cuerpo del peli-azul hasta poder enredar sus brazos en el cuello de este. Aomine también movió la mano con le sostenía la parte trasera de su cuello, y la bajó hasta la cintura de Fresita, ahora sujetándolo con ambas de ahí.

Él también cerró los ojos. Ya estaba seguro que no le daría ninguna otra crisis.

Se permitió disfrutar completamente del beso. De sus dulces labios inexpertos que trataban de seguirle el paso. De sus suspiros extasiados y sus dedos jugando con sus mechones azules. Introdujo su lengua, paseándose en toda su boca y enredándose con la del Peli-rojo. Fresita jadeo, siendo ahora él quien se aferra con más fuerza a Daiki, atrayéndolo y pegando aún más sus bocas. Como si quisiera devorarlo completamente.

«Sí que estabas ansioso».

Aomine sonrió internamente ante ello, complacido; porque era exactamente como él se sentía. Quería mucho más que un beso húmedo. Quería hacer tantas cosas que nunca imaginó querría hacerle a otro chico. Lo que claramente le había generado un conflicto mental… pero ya no. No había nada de malo en querer hacerlo derretirse de placer entre sus brazos. Sin embargo, por ahora, eso era lo más que podía hacer, besos nada más.

Jugueteo con sus labios y volvió a succionarlos, lamiéndolos y luego mordiéndolos. Sólo para entonces volver a succionarlos y apretar su cintura. Era tierno, y gracioso, como Fresita parecía querer tirarsele encima cada que hacía eso.

Sus suaves suspiros eran musica celestial, y sus dulces labios un manjar del cielo. Estaban tan pegados al otro, que parecían uno solo. El corazón de Fresita latía con tanta fuerza que podía escucharlo ¿o era el de Aomine? Ambos. Ambos se encontraban completamente sumergidos en lo que el contrario les provocaba.

La sangre en sus venas parecía hervir, calentando todo su cuerpo, haciendo que estuvieran insatisfechos y deseosos de más.

Más.

Más.

Más…

Aomine lo abrazó, estrujandolo fuerte y suave contra su cuerpo. Besándolo como no había besado a nadie, con tanto deseo y desbordante pasión… luego se alejó.

Deshizo el beso, lentamente, alejándose tan solo un poco, lo suficiente para observar a Fresita a la cara. Este había vuelto a hacer labios de pato mientras alzaba las cejas al el beso acabarse, pues quería mucho más. Daiki sonrió como estúpido ante ello, muerto de ternura.

El peli-rojo abrió los ojos, estaban incluso más brillosos que antes, sus labios estaban humedos y entreabiertos. Sus mejillas sonrojadas y sus respiración era un tanto frenética.

Parecía un poco desorientado… pero feliz.

Y eso hacía también jodidamente feliz a Aomine.

Elevó la mano y acaricio sus lindas mejillas ruborizadas, depositando un pequeño y dulce beso en sus labios brillozos, rojizos y algo hinchados, solo para después juntar su frende con la de él.

—Que no te quepa la menor duda, cariño —Daiki susurró, haciendo que a Fresita la espalda se le retorciera por un escalofrío provocado por palabras y su aliento chocando contra sus aún sensibles labios—, eres jodidamente lindo. Más que Kuroko o Kise. Y no solo me gustas… me encantas.

El peli-rojo se quedó sin palabras, sintiendo que incluso el aire se le había acabado. Sus mejillas levemente sonrojadas pasaron de un rosado suave a un rojo intenso. Como cerezas en su punto. El corazón le golpeteaba el pecho como un par de alas furiosas.

Sonrió, iluminado todo a su alrededor. Haciendo que también el corazón de Daiki revoloteara como loco. Y la sonrisa permaneció ahí, dibujada en su expresión y más cuando Aomine lo tomó de la mano y ambos se fueron hacia la cocina, donde sus amigos permanecían y preparaban las cosas para la parrillada que tendrían en la playa.

Toda la escena que habían armado, había sido presencia por cierto cachorrito de Husky. Este los había observado sin perder ningún solo detalle, y cuando ellos se fueron, él pareció resoplar.

«En serio, deberían conseguirse una habitación». Fue como si hubiera pensado.

Luego, Nigō sacudio la cabecita y fue hacia las escaleras, perdiéndose en el pasillo de arriba, seguramente en busca de Tetsuya.

 

Notas finales:

Yyyyyyyyyyy eso fue todo. 


¿Qué tal?


¿Qué les pareció?


¿Les gustó?


Yo espero de todo kokoro que sí.


No recuerdo Io he dicho, pero escribir sobre sepzo y besos me resulta un poco difícil. Y tengo que esforzarme mucho. Por ello, espero que les haya gustado esa escena por que sí use toda mi chackra ahí. Sjsjsnsnsmdkdodwwnwls.


¿No leen ganas de golpear a alguien?


Por otro lado.


¡¡AAAAAAAHHHHHHH!! INCLUSO YO FANGIRLEO COMO ESTÚPIDA CON ESTOS DOS AJSJSNSNSNDNDNSKSNSD AAAAAAHHHHH.


Ya.


Ojalá y el cap sí les haya gustado, ya saben que pueden hacermelo saber por medio de un lindo comentario, el cual leeré y responderé muy feliz.


Que Raziel me los cuide, besos y abrazos de oso.


Byeeee.


 


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