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UNKNOWN por RoronoaD-Grace

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Notas del capitulo:

Holaaaaaaaaaaaaaa.

¿Qué tal?

¿Cómo les va?

Ya sé, dije que las actualizaciones serían más rápidas ahora, pero este mes me ha sentado de la verga. No me he sentido bien por ciertos motivos y para rematar, probablemente tengan que operar a mi Lorita por un posible tumor, y no tengo jodido dinero.

Me quiero dar un tiro.

Pero bueno, en serio lamento mucho que hayan tenido que esperar tanto.

Al final me van a querer pegar.

MUCHÍMAS GRACIAS a todos los que me han estado leyendo hasta ahora, en serio gracias, personitas hermosas bellas y preciosas, me hacen muy feliz.

En serio no saben cuan feliz me hace el saber que les gusta la historia.

Los personajes le pertenecen a Tadatoshi Fujimaki-sama, por los horrores ortográficos, diez mil millones de disculpas. Red me ayuda con ellos, pero a mí de pendeja siempre se me pasa más de algo, estoy ciega perdón. Merezco sus insultos.

Sin más que agregar excepto que, espero de todo corazón el cap les guste porque a mí me encanto escribirlo, los dejo leer.

 

UNKNOWN


—Capítulo 20—


Tiempo a solas


2da. Parte


 


 


Lo primero que Cerecita notó al llegar a casa, fue que casi todas las luces estaban apagadas a excepción de las de la sala, aunque incluso estas se veían muy opacas como para ser realmente las luces del candelabro hermoso y caro que había en esta.


—¿Crees que salieron? —Preguntó a Aomine mientras se bajaba de la moto.


Su expresión lucía algo preocupada y esperó intranquilo en la entrada mientras Aomine regresaba de guardar la motocicleta, intentó ojear el interior de la casa pero las cortinas se lo impedían, solo se veía una tenue luz. 


Cuando Daiki regresó, Cerecita no pudo evitar notar que apretaba fuerte los labios, como si reprimiera una sonrisa. Lo observó con ojos acusadores.


—¿Qué estás tramando, Aomine Daiki?


—¿Yo? —Sus cejas se alzaron, inocentes—. Pero estuve fuera toda la tarde, contigo.


—Ah… entonces… em…


La puerta se abrió de repente sacándole un susto al chico peli-rojo, al otro lado se encontraba un sonriente Kise.


—Bienvenidos —Dijo él, sin perder la sonrisa—. Por favor, pasen.


Sin entender absolutamente nada, Fresita volteó a ver a Aomine, este ya no disimulaba su sonrisa.


—No me veas a mi —Le dijo—. No tengo idea de qué hace. 


Y, de hecho, era cierto…


.


.


.


 


—¿Podrían hacerme un favor? —Aomine pidió a los chicos restantes en el comedor.


Seimei, aun torciendo los ojos debido a la resaca, fue el primero en voltear a verlo con ojos acusadores.


—Si crees que voy a conspirar contigo para que puedas germinar las semillas de Cerecita, estas muy equivocado. Sobre mi cadáver, Aomine Daiki —Dijo, con voz siniestra.


Daiki, en serio ya harto de que pensaran mal de sus intenciones, torció los ojos hacia un lado. Era obvio que el Akashi menor no colaboraría ni con una pistola apuntándole en la frente. Aunque, para empezar, no es como si hubiera esperado que él aceptara ayudar ni con la mínima cosa.


—Si no vas a ayudar, al menos tampoco estorbes.


Seimei tomó uno de los cuchillos, dispuesto a lanzárselo al peli-azul, pero entonces Seijūrō habló:


—¿De qué se trata, Daiki? —Se masajeaba el entrecejo por el dolor de cabeza, pero no lucía desconfiado.


Al fin, casi dijo el susodicho. Al fin alguien que no dudaba de sus intenciones.


—Quiero hacer algo para él —Comenzó. Hacia un lado, Seimei parecía gruñirle a su hermano—. Estaba pensando en una cena, ya saben… romántica —Desvió la mirada hacia un lado, algo sonrojado.


Ante la mención del romanticismo, Satsuki reaccionó. Sus ojos rosas comenzaron a brillar de pronto. Fue como si la resacaba se le hubiera esfumado de golpe. Ella se cubrió los labios con ambas manos, una nube de brillos y flores se formó a su alrededor.


—Jamás creí que llegaría el día en el que Dai-chan querría ser romántico y no solo calenturiento.


Dai-chan puso los ojos en blanco.


—¡Deja todo en mis manos! —Ella lucía muy emocionada—. ¡Me encargare de que sea una noche inolvidable para los dos!


—¡Cuenta conmigo también! —Kise se unió al plan de forma inesperada. Él, al igual que Momoi, lucía revitalizado de pronto.


La mirada de Kasamatsu lo siguió de forma inevitable. Kise sonreía y parecía emocionado, pero el peli-negro no podía evitar preguntarse cuanto de verdad había en sus gestos y emociones. ¿Realmente ya había superado a Aomine? Quizá solo estaba tratando de engañarse una vez más.


«¿Qué es lo que pasa por tu cabeza, Kise?». Yukio en verdad quería saber.  A su lado, Takao solo estaba ahí, perdido en su nube rosa.


—Bien, entonces —Daiki hablo de nuevo—. ¿Podrían después desaparecer, no se… un par de horas?


—¡Lo sabía, quieres desflorarlo! —Seimei saltó de inmediato con cuchillo en mano.


—¡Que no es eso, maldición! ¡Como tú solo piensas en coger con Chihiro crees que todos somos iguales! —No es que él no lo pensara, de hecho, era un total descarado al decirle eso a Seimei pues no se quedaba atrás, pero, en serio ¡esa no era su intención en ese momento! ¿Es que acaso era tan difícil de creer?


De nuevo, Akashi mayor intervino dejando a Seimei con sus deseos homicidas por un lado.


—¿En serio solo es una cena? —Cuestionó sin malicia, solo para asegurarse.


—Sí —Aomine al menos agradecía que Akashi no estuviera de humor.


Gracias, Tetsu.


—Bien —Luego Seijūrō buscó su billetera y sacó una tarjeta de esta—, Toma —Le dijo a Satsuki, que la tomó sin dudarlo—, corre por mi cuenta.


La sorpresa por parte de Aomine no fue nada disimulada, tampoco por parte de Seimei que estaba por gritar lo absurdo que su hermano estaba siendo por apoyar los obvios intentos de Daiki por quitarle la, inexistente, inocencia a Cerecita.


Pero el mayor de los Akashi tan solo se levantó de su lugar sin decir absolutamente nada más, y luego salió del comedor con destino incierto. Al parecer tenía mucho en lo que meditar. Demasiado. O quizá no, puede que tal vez, de hecho, ya tuviera muy claro que debía hacer.


Daiki sonrió, agradeciéndole en silencio. Esperaba todo le resultara bien a esos estúpidos.


—Entonces, Satsuki, dejo todo en tus manos.


—¡Por supuesto! ¡Ki-chan y yo nos esforzaremos! —La peli-rosa y el rubio alzaron el pulgar mientras sonreían.


Seimei siguió con su negación absoluta, pero Daiki ya estaba harto, así que sacó su celular y le mostró los videos que había tomado la noche anterior, o más bien ese video en el que lloriqueaba y gritaba a Kuroko, confundiéndolo con su hermano…  y solo eso basto para que el Akashi menor cerrara la boca y escapara del comedor ocultando un sonrojo monumental. Ahora entendía porque le dolía tanto la mejilla.


Aomine sonrió, burlón y victorioso.


.


.


.


 


Kise los hizo entrar a ambos sin perder la sonrisa en sus labios, parecía realmente emocionado con poder ayudar.


Y fue en ese momento en el que Fresita descubrió porqué las luces en la sala eran tan tenues. Es que no eran luces en sí, eran velas. Velas dispersas en todos lados, sus llamas rojizas oscilando de un lado a otro y con pétalos de rosas dispersos en medio de estas que ayudaban a crear un hermoso camino suave y rojizo.


Pero no solo había pétalos y velas, también había hermosos arreglos de rosas rojas dispuestos de forma simétrica sobre bases de metal para una vista sumamente bella y agradable. El aroma bailando en el aire era suave y de alguna forma refrescante debido a las rosas.


Los ojos de Fresita brillaron no solo con las luces de las velas sino con asombro e ilusión. Volteó a ver a Aomine, no creyéndose lo que estaba viendo, él le devolvió la mirada con una sonrisa tan suave y llena de cariño que su corazón inevitablemente revoloteó como loco en su pecho. Esa expresión en su rostro en verdad era una de las favoritas de Fresita, porque Aomine podía ser un engreído y bastardo calenturiento cuando quería, pero también podía llegar a ser tan tierno y dulce con él.


Daiki, sonriendo aún, ocultó una mano en su espalda y la otra la extendió hacía Cerecita, luciendo como todo un caballero, el peli-rojo ensanchó la sonrisa antes de adentrarse por el camino de velas y rosas mientras sostenía la mano del peli-azul.


Kise camino delante de ellos, guiándolos por el pasillo de la entrada hasta llegar a la sala, travesando el mar de pétalos y velas mientras Cerecita paseaba la mirada rojiza en todos lados, sintiendo que sus ojos ardían. Daiki no podía apartar la mirada de él, de su rostro hermoso iluminado tenuemente por las suaves llamas, de su sonrisa dulce y sus ojos curiosos. Se veía tan apuesto. Simplemente perfecto…


De pronto escucharon una melodía suave y dulce proveniente de no sabían específicamente de donde: Un piano, violines.


Aomine vio a Fresita inhalar con fuerza.


En la sala, los cristales de las ventanas permitían a la vista observar libremente el exterior. Daiki sintió como el peli-rojo apretaba su agarre y se detenía un momento antes de continuar avanzando hacia la puerta que daba al jardín. Fuera, la vista era maravillosa.


Al igual que en el exterior, había un camino marcado de pétalos y velas sobre el pasto. Este llegaba a una pequeña mesita de madera barnizada en medio del jardín, la cual reposaba sobre unas mantas y cojines que a su ves yacían sobre la grama. En la mesilla estaban esparcidos varios recipientes con lo que parecía ser una cena sumamente deliciosa; finalmente iluminando sobre esto, estaba dispuesta una red con pequeñas bombillas de luces plateadas.


La decoración lucía hermosa y a la vez cómoda, intima. El ambiente perfecto para charlar a gusto mientras cenaban. Con ese toque de romanticismo que hacía suspirar.


Kise se quedó en medio de la salida un momento, admirando su trabajo y el de Satsuki, luego se hizo a un lado, girando hacia los chicos detrás suyo, la sonrisa en sus labios aún permanecía, radiante y orgullosa. Él hizo un gesto, un movimiento para ellos, indicándoles que pasaran. Entonces Fresita se soltó de Daiki, este lo vio quitarse los zapatos y avanzar descalzo hacía afuera, sintiendo en sus pies la asperidad de la gramilla, pero también la suavidad de los pétalos.


Se adentró en el camino de rosas, inhalando profundamente mientras cerraba sus ojos y descubría que, a diferencia de las velas de la sala, estas velas eran aromáticas. La escancia a jazmín danzado en el lugar le daban un toque cálido, pero a la vez se le antojaba sumamente sensual.


Cerecita se giró, sonriendo ampliamente mientras extendía la mano hacía Aomine. Se veía hermoso, radiante. Tan cálido como el sol.


Fue un instante en el que el peli-azul se preguntó qué sería de su vida si, al contrario de lo que se esperaba, decidía no sostener esa mano y dar marcha atrás. En esos escasos segundos, también recordó todas esas veces en las que anheló algo más que una noche agradable con una desconocida, en las que esperó por esa chica especial. Fresita desde luego no era una chica, no había sido lo que Daiki había esperado para nada. ¿Qué tal si estaba apresurándose demasiado? ¿Y si esa chica aún estaba allí afuera, esperando por él?


Si así era, que se fuera al carajo.


En ese momento, ese instante, Aomine Daiki estaba seguro de a quién quería a su lado. Y no era una jodida chica desconocida que probamente solo había existido en su tonta imaginación. No. Se trataba de ese chico frente suyo, ese que resplandecía más que la maldita luna sobre sus cabezas, ese chico con extrañas cejas de langosta, algo temperamental y boca sucia… pero que también era apasionado y jodidamente dulce y tierno.


No, Fresita no había sido lo que Daiki había esperado. Era mil veces mejor.


Él sonrió, correspondiendo la sonrisa se Cerecita.


Al igual que había hecho el peli-rojo, se quitó los zapatos y avanzó hasta llegar al chico de las cejas más tontas que había conocido, y también la criatura más hermosa que sus ojos habían podido contemplar.


Sostuvo su mano con fuerza y suavidad, sintiendo que el corazón estaba quebrando sus costillas con la intensidad de sus latidos. Ambos caminaron hacía la mesita sobre las mantas y cojines. Tomaron asiento frente al otro mientras Cerecita sentía que se le hacía agua la boca. Los platillos lucían totalmente caros y absolutamente deliciosos, el aroma era exquisito.


Después de dejarlos avanzar a su paso, Kise fue hasta ellos. De inmediato le dieron su atención.


—Esperamos que disfruten la noche —Dijo—, con los demás estaremos en un restaurante y luego quizá vayamos a algún bar, o puede que vayamos directo al bar, como sea… lo que quiero decir es que estarán solo durante largas horas. Tómense su tiempo y disfruten, se lo merecen.


—Gracias, Kise —Aomine fue quien habló—. Lo digo en serio.


—Lo sé —Le sonrió con suavidad.


—Dile a Satsuki que nos encanta.


—Por supuesto —Le mostró el pulgar arriba.


Nervioso, Fresita dijo:


—Kise yo… no sé qué decir, todo está precioso. No esperé que hicieran esto por nosotros —Estaba totalmente conmovido.


—Oh, nosotros lo arreglamos, pero fue idea de él —Hizo un gesto hacia Aomine—. Por supuesto lo hicimos con gusto, pero él también formó parte. Así que también agradécele —Le guiñó un ojo.


Sin más que un nuevo agradecimiento, Kise dio la vuelta y se marchó dejando a la parejita sola para que disfrutaran como era debido. Esperaron hasta estar completamente seguros que estaban solos para hablar correctamente. Una vez el motor del auto de Kise ya no se escuchaba, Cerecita dijo:


—Así que, una cena romántica ¿eh? —Daiki se encogió de hombros—. Primero un paseo divertido y hasta tiempo a solas por el pueblo, y ahora esto, ¿Qué hiciste con el verdadero Aomine?


El peli-azul fingió sentirse ofendido.


—Este siempre ha sido mi verdadero yo, cariño. Ya sabes, apuesto, inteligente, con tremendo cuerpazo y como cereza del pastel, romántico empedernido. Soy el pack completo, bebé.


—Se te olvidó mencionar que también eres totalmente egocéntrico, un bastardo engreído y además un maldito calenturiento.


—Auch


Ambos se rieron luego de unos segundos.


—Tienes que aceptar que eso me hace más apuesto —Le movió las cejas de forma sugerente.


Como si cerecita fuera a dejar que se le subiera el ego hasta la Luna. Tenía que mantenerlo a raya.


—No lo sé, Aomine, al inicio eras totalmente despreciable. Eras todo menos atractivo.


La sonrisita en los labios del peli-azul se esfumó, hizo una mueca de labios.


—Bueno, tienes un punto.


—Obviamente.


—Pero aún así descubrí varias veces a alguien babeando por mí en distintas circunstancias, cuando se suponía que no era nada atractivo.


Cerecita se sonrojó.


—M-Mejor cenemos de una vez, que se enfría.


Daiki volvió a reír.


Dejaron la conversación de lado por un momento mientras disfrutaban de la comida que obviamente habían pedido a domicilio. Ni en sus sueños más locos Satsuki podría cocinar tan delicioso. Era toda una explosión de sabores exquisitos en su boca, escuchó y vio a Cerecita gemir de placer y hacer muecas cada que daba un bocado a alguno de los platillos.


Aomine tuvo que desviar la mirada mientras pasaba saliva en varias ocasiones


¿Por qué Fresita tenía que verse tan malditamente provocativo incluso cuando solo comía? ¿O es que acaso todos tenían razón y solo era un bastardo calenturiento?


Carajo.


Era cierto, pero tampoco era todo lo que era.


Bueno, tampoco era como si sus gestos ayudaran.


Cerecita sonrió discretamente observando como Aomine parecía pelear consigo mismo, haciendo gestos tontos y sacudiendo la cabeza. Dios, ¿cómo podía verse tan apuesto incluso actuando como tonto? La gente guapa estaba a un nivel totalmente diferente.


—¿Tengo algo en la cara o solo estás admirando mi extraordinaria belleza? —El peli-azul dijo de pronto.


—Eres insoportable —El peli-rojo negó con la cabeza mientras reía. No se le escapaba ni una.


El otro solo sonrió coqueto.


—Ahí está, este eres tú. Este es el egocéntrico Aomine Daiki que conocí. Por un momento me dejé engañar, pero ya no. Ya decía yo que nadie podía ser tan romántico por naturaleza


—No digas eso, hermoso —Le guiñó un ojo—. Todo lo que has visto de mi es quien en verdad soy… es solo que hasta ahora no había nadie a quien quisiera mostrarle este lado de mí.


Cerecita se dedicó a verlo unos segundos mientras el peli-azul le coqueteaba con la mirada. Lo sabía, claro que lo sabía. Era un tonto, pero también un tonto romántico que sacaba su lado más cursi para hacerlo feliz. ¿Cómo podría no darse cuenta?


¿Cómo es que se había atrevido a dudar un momento, cuando Aomine había demostrado cuan atraído hacia él se sentía? No es que pudiera evitar no sentirse inseguro, pero eso era de parte suya pues Daiki ya había dejado más que claro lo mucho que le gustaba. Literalmente había gritado que quería quitarle todos los pétalos a su florecita.


No pudo evitar sonrojarse ante dicho recuerdo. Jodido momento vergonzoso.


Sus ojos rojizos se desviaron hacia la pulsera que ahora yacía en su muñeca. «Nuestro hilo rojo». Había dicho Daiki. Acarició dulcemente el accesorio. Las palabras que antes había susurrado contra la espalda del peli-azul cuando volvían en la moto resonaron en su cabeza.


«Te quiero, Aomine».


Fresita no podía evitar imaginar la clase de expresión que Daiki pondría en su rostro si lo decía fuerte y claro en ese momento. También a su mente llegaba el pensamiento de que tal vez sería muy apresurado. ¿Debería o no decirlo? Para ser sincero, él quería que lo escuchara. Quería decirlo, en su garganta las palabras luchaban por salir de sus labios, querían ser pronunciadas.


—Dime, Aomine —Fresita dijo en cambio—, ¿cómo se conocieron todos ustedes?


Daiki terminó de masticar lo que tenía en la boca antes de hablar. La melodía del violín y piano resonaba exquisita en todo el jardín.


—¿Recuerdas que la primera vez nos llamaste los Power Rangers


El peli-rojo casi escupió la comida en sus labios, Daiki se burló. ¿Cómo rayos no iba a recordar eso? Había sido un momento jodidamente gracioso y también aterrador.


—En el Instituto todos entramos en el quipo de baloncesto al mismo tiempo. La mayoria ya nos conocíamos debido a nuestros padres y por el colegio en el que estuvimos, pero realmente no éramos amigos, pero claramente tuvimos que interactuar entre todos gracias al club y una cosa llevo a la otra. Al principio no estábamos en el equipo principal, pero eventualmente luego de demostradas nuestras habilidades llegamos hasta allí. Y cuando eso sucedió, algunos nos decían: El equipo arcoíris.


Fresita de nueva cuenta se ahogó, pero ahora con el vino al que recién estaba dándole una oportunidad. Tuvo un poco de tos.


—¿E-Es en serio?


—Oh si, totalmente en serio —Aomine se burló mientras él también daba un sorbo a la copa con vino que yacía en su mano. La mirada de Cerecita no perdió detalle del líquido rojo que se deslizó gustoso en los labios del peli-azul para luego perderse en su garganta.


El cómo Aomine lamió sensualmente sus labios luego, saboreando los restos del líquido en su boca, tampoco se le escapó al chico de cejas raras. De repente hacía mucho calor, demasiado calor para una noche estrellada en una casa cerca de la playa.


Parecía totalmente descarado de su parte quejarse con Aomine que era un jodido caliente, cuando, para empezar, desde el inicio sus ojos rojizos lo habían visto de manera no precisamente pura.


¿Quién era el maldito caliente después de todo, eh? Cerecita se dio un manotazo en cada mejilla, lo que desde luego dejo a Daiki un tanto descolocado un momento.


—Como decía —Continuó con su relato haciendo que el peli-rojo regresara de sus pensamientos y se centrara en él—, el equipo era muy conocido, no había nadie que no supiera de nosotros. Por cierto, si en algún momento quieres fastidiarle el día a Akashi, menciona al equipo arcoíris, se le van a retorcer los intestinos, odiaba el maldito apodo con todo su ser —Fresita lo vio hacer una expresión de diversión bastante estúpida, lo que le sacó una sonrisa a parte de la información ya dada.


—¿Realmente eran tan buenos?


—Ajam, ajam —Carraspeó la garganta—, pues no es por presumir, pero éramos los mejores —Dijo, totalmente presumiendo—. Fuimos el primer equipo en ganar las nacionales con únicamente alumnos de primer ingreso, y también el primer equipo en ganar tres años consecutivos.


—No me jodas, Aomine, no me quieras ver la cara de estúpido —Fresita se cruzó de brazos un momento—. ¿Es eso siquiera posible?


—Te lo juro —El peli-azul lucia divertido por la actitud del otro—. De hecho, aparte del equipo arcoíris, también nos conocían como: La generación de los milagros.


—Ay, ajá, milagrosas mis nalgas.


—Bueno… —Aomine se mordió el labio inferior mientras alzaba una ceja—, de eso no tengo dudas.


La cara de Fresita enrojeció.


Daiki le guiñó un ojo.


El chico de cejas de langosta pudo haber dicho algo luego de ello, pudo quejarse de nuevo de como Aomine solo era un maldito caliente, y eso era lo que este esperaba, que se quejara y lo insultara de nuevo. Pero eso no sucedió, en su lugar el chico de ojos rojizos y brillantes paso saliva y con sus mejillas sonrojadas, clavó sus ojos en los azules de Daiki con intensidad y al mismo tiempo nerviosismo.


Aomine sintió como su corazón aceleró de cero a cien en segundos, llevando toda la sangre a su vientre bajo y generando demasiado calor en su cuerpo.


«No me provoques así». Rogó mentalmente. Era cierto que él lo provocaba primero, pero en serio no esperaba que correspondiera.


Joder, la expresión en su rostro era igual a como esa vez en los baños de ese bar en el que se lastimo la mano. Tan anhelante de un jodido movimiento. Era como si le suplicara que tirara a un lado la maldita mesa que los separaba junto con todo su jodido contenido y solo lo hiciera tocar las nubes allí mismo.


Fresita no tenía idea de cuánto autocontrol Daiki podía llegar a tener. Ni siquiera él mismo sabía que tenía tanto.


Tuvo que carraspear un poco la garganta antes de hablar de nuevo.


—¿Qué te digo? —Comenzó—. Simplemente éramos geniales. Genios —Trato de aligerar un poco el ambiente caliente al ser un presumido.


La cara de decepción que Cerecita puso casi lo hizo flaquear.


—No lo sé, me suena a exageración.


—¿Disculpa? —Daiki se hizo el ofendido—. Di el día y la hora, y te hare comer polvo sin ninguna contemplación.


Fresita lo vio a los ojos al mismo tiempo que parecía hundirse en sus pensamientos lo que pudo ser un segundo o una jodida eternidad.


Estaba bien. Sí, Lo admitía. Aomine no era el único que era un maldito caliente. Él también lo era. Pero, ¿era eso acaso algo malo?


No. No lo era.


Puede que se quejara porque se sintiera lo suficientemente avergonzado como para admitir que él también se la pasaba pensando en ello. Pero ya no. No estaba mal admitirlo. Era algo normal tener pensamientos sucios cuando alguien te gustaba y viceversa. Deseos de ir más allá de algunos besos acalorados y húmedos.


—Hoy —Dijo—, ahora.


Daiki sonrió.


—Vas a comer polvo.


Ya estaba levantándose dispuesto a ir a la pequeña cancha de baloncesto que había en la casa, para demostrarle que hablaba en serio, cuando Fresita lo tomó con la guardia totalmente baja.


—Pero quiero comerte a ti… —Dijo, casi susurrando, pero con la voz llena de seguridad y un deseo que Daiki no estaba seguro de poder ignorar.


Mientras se ponía de pie, el tobillo se le dobló un poco, lo que provocó que simplemente cayera sentando de nuevo, pasando saliva fuertemente y sintiendo que algo rogaba por solo soltar sobre fresita y devorarlo por completo.


—Aunque es muy tarde para jugar ahora —Desvió totalmente el tema haciendo uso de sus mejores dotes de actuación—, además, se nos enfriaría la comida y sería un desperdicio, esta exquisita.


Cerecita guardó silencio un momento, sus ojos fijos en Daiki poniéndolo jodidamente nervioso. Finalmente desvió la mirada hacia abajo, a los alimentos en la mesa.


Aomine no se percató de la sutil sonrisa que formaron sus labios.


—¿No han tenido problemas en todos estos años? —Cuestionó, también desviando la conversación—. ¿Peleas?


—Oh, claro que sí —Daiki suspiró aliviado mientras con una sonrisa se acomodó de nuevo para continuar comiendo. Fresita pasó saliva sin verlo en ningún momento de la pregunta—. Pero estamos aquí gracias a Tetsu, Kise y Satsuki, jamás dejaron que nos alejáramos. Si algún problema surgía, ellos siempre buscaron la manera de solucionarlo y no dejar que nos afectara de más.


—¿Cómo conociste a Momoi?


—En el Kínder.


—Oh.


—De hecho, ella también fue «manager» del equipo de baloncesto. Es muy buena recolectando información, ¿sabes?


—Hablando de ella, todos tienen problemas amorosos y todo el asunto, pero la única sana parece ser Momoi. O al menos no parece muy interesada en el romance.


Cerecita dio un bocado a su comida, seguía sin alzar la mirada.


Daiki dibujó una risita de medio lado en su atractivo rostro.


—Bueno, ella está casada.


De nuevo, el peli-rojo volvió a atragantarse. Tuvo que tomarse un momento para asimilar la información revelada.


—¿¡Que ella qué!? —Sus ojos rojizos por fin miraron de nuevo el rostro del peli-azul. Eso en verdad, en serio, no lo había esperado.


—Fue hace un par de años —Aomine rio, una risita algo nostálgica que resultaba muy cálida—. Cuando la veas de nuevo, dile que te muestre las fotos de Aki.


—¿Su esposo?


—Su hijo.


El peli-rojo casi se iba de espaldas.


—¡No me jodas!


Daiki se encogió de hombros.


—¿¡Cómo es que maldita sea no sabía eso luego de semanas con ustedes!?


—Ammm… ¿no había habido un buen momento para hablar de ello? —Aomine seguía riendo—. Oh, ahora que lo mencionamos, luego recuérdame echárselo en cara la próxima que diga que solo pienso con el pito.


El peli-rojo permaneció un momento en silenció, incrédulo.


—Maldita sea —Por fin dijo, continuaba sin poder creerlo—. Si no me lo dices jamás me hubiera dado cuenta. Ella luce fantástica, no se le nota para nada.


Una risa ahogada escapó de la garganta de Aomine, risa que casi logró pasar desapercibida. Casi. Pero Fresita aun continuaba viéndolo sin apartar la mirada un segundo.


Sus ojos suspicaces se ensancharon mientras lo veía con desconfianza.


—¿Por qué te ríes?


—N-No… —Daiki se cubrió los labios debido a otra risa, luego carraspeó un poco la garganta para después actuar como si nada hubiera pasado—. No me estoy riendo.


—Aomine Daiki, si te estás burlando de mí, te lo advierto, te vas a arrepentir —Lo señaló con el dedo índice se forma acusadora.


Entonces el peli-azul no pudo aguantarlo más. Estalló en una carcajada ante la mirada desconcertada de Fresita, desconcierto que duro apenas unos segundos en lo que terminó de procesar la escena.


—¡Mierda, tu expresión fue genial! —Daiki se sujetó el vientre—. ¡Parecía como si acabaras de ver a la muerte en persona!


Mientras Aomine continuaba burlándose de sus expresiones, Cerecita bajó la mirada hacia sus manos que permanecían empuñadas sobre sus muslos. Tal como había advertido minutos atrás, Daiki se iba a arrepentir.


Mientras el peli-azul seguía ahí, riéndose de lo lindo, Fresita gateó rodeando la pequeña mesa hasta llegar al otro lado junto al otro chico, y entonces le dio un puñetazo en el brazo, golpe que de inmediato le borró la sonrisa del rostro a este.


—¡Bastardo infeliz!¿¡Crees que es gracioso, no!? —Otro puñetazo, y otro, y otro—. ¿¡Qué tal si le decía alguna estupidez a Momoi, eh!? ¡Hubiera quedado como un imbécil! —Otro puñetazo, y otro.


Lo tomó del cuello de su playera, como si quisiera estrangularlo ahí mismo. Mientras, Daiki solo veía a un gatito con los pelos de la cola erizados tratando de mostrarse como fiera salvaje, pero que solo lograba verse jodidamente adorable. No pudo evitar quedársele viendo mientras sonreía aun, contemplando su carita toda enojada pero hermosa, con esas cejas estúpidas pero que no sabía en qué momento comenzó a amar, y esos labios malhablados que solo continuaban soltando insulto tras insulto, pero que en realidad se veían tan apetitosos.


Oh, joder, en serio, de verdad, no podía creer que tuviera tanta fuerza de voluntad.


Es decir, ganas no le faltaban, pero no quería lastimarlo. Quería protegerlo incluso de él mismo. Ese primer beso que habían tenido en la cocina lo había hecho entrar en una crisis muy fuerte, y aunque parecía ya no muy afectado pues se habían dado tremendos besos, eso no quería decir que el daño no estuviera ahí y que no podría desatarse y de peor forma si iban más lejos que solo besos.


Quería hacer las malditas cosas bien al menos una vez en su vida.


—Ya, ya, lo siento —Dijo, bajándole un poco a su risa—. Es solo que no pude… —De repente, Fresita lo tomó de los hombros y lo empujo hacia atrás hasta hacerlo recostarse completamente sobre las mantas en las que habían estado sentados—… evitarlo —Terminó de hablar.


—Te dije que me la ibas a pagar —Cerecita estaba sobre él, sentado sobre su pelvis con cada pierna en su cadera y con los brazos sobre los hombros del peli-azul.


Daiki se quedó en blanco un momento, procesando dicha pose. 


—Aomine —Susurró.


Fresita se inclinó hacia él, viéndolo directo a los ojos, pero intercalando la mirada entre estos y sus labios. Aomine podía ver sus rojizos irises brillando con intensidad, sintiendo como se movía sobre su entrepierna mientras se inclinaba hacia él. Parecía una fiera con ansias fervientes de devorar a su indefensa presa.


Y entonces, finalmente Daiki terminó de reaccionar. Se enderezó de golpe de la posición en la que Fresita los había dejado haciendo que, a su vez, el peli-rojo se fuera de espaldas debido a la sorpresa. Pero gracias a los reflejos de Aomine, este logró tomarlo de la cintura y la parte trasera del cuello para evitar que cayera y se lastimara.


El resultado fue una posición más comprometedora que la primera, con sus cuerpos más cerca el uno del otro y con las manos del peli-rojo esta vez reposando sobre el pecho Daiki.


Cerecita pudo sentir como el corazón de este latía fuerte y de prisa, sintió su piel caliente bajo las prendas que vestía. Lo vio verlo a los ojos y luego verlo a los labios mientras se relamía los propios. Incluso pudo sentir como algo comenzaba a palpitar debajo de su trasero.


El peli-rojo de nuevo se removió sobre su parte baja, alzando el rostro para tratar de besarlo


—Aomin…


—¡Ajá, bueno! ¡Eso fue peligroso! —Aomine se apresuró a quitar al peli-rojo de su entrepierna antes de que a alguien se le ocurriera despertar, que a nada estuvo de que ocurriera—. ¡Casi te lastimas! ¡ja ja ja! —Rio, totalmente nervioso.


Lo dejó de su lado de la mesa para luego él gatear y moverse al que había sido el lado de Cerecita.


Eso, en serio, había sido muy peligroso.


¡Mierda¡


¡Carajo¡


¡Maldita sea!


Estaba en problemas. Oh, por la mierda. Estaba jodido. En serio muy, muy, muy jodido.


«¿Dónde está Seimei cuando maldita sea se le necesita?»… Oh, rayos, no podía creer que estuviera tan desesperado como para en serio suplicar por la presencia del jodido Akashi menor.


Que alguien lo salvara, él solito se había metido en la boca de un jodido lobo vestido de oveja. Sabía que Fresita era medio lujurioso y caliente, pero no hasta ese punto.


—B-Bueno, ¿terminamos de comer? Se nos va a enfriar completamente y luego nos sabrá feo —No esperó a que el peli-rojo respondiera, procedió a llenarse la boca con tanta comida como pudo para no tener que decir nada más.


Permaneció con la mirada hacia los alimentos, masticando de prisa para luego meterse más comida y llenarse la boca. Mientras, Cerecita no le quitaba los ojos de encima al tiempo que daba pequeños bocados. Aomine podía sentir su intensa y rojiza mirada sobre su cuerpo, parecía que le veía hasta su cochina alma.


Antes de darse cuenta, ya no quedaba nada sobre la pequeña mesita.


«M-Mierda, no había pensado en esto». Efectivamente, no había pensado en nada. Ahora, sin comida, no tenía nada más que hacer para evitar hablar y verlo a los ojos.


Carajo. Así no había querido que fueran las cosas. ¡En serio solo quería una noche romántica para ambos!


—Daiki —Fresita dijo de pronto.


El peli-azul dio un brinco en su lugar. Esa era la primera vez que lo llamaba por solamente su nombre. En general era un «Aomine Daiki». Siendo sincero lo ponía de los nervios pues cada que lo llamaba por su nombre completo, le recordaba a Seimei ya que él solía llamarlo así.


Sus ojos inevitablemente buscaron los de Cerecita, al alzar la mirada, este lo veía con una sonrisa divertida, pero a la vez cálida. Ah, joder, se veía tan precioso ¿Por qué tenía que verse tan lindo y a la vez ser tan lujurioso? Así no se podía. ¿A dónde había ido el chico caliente, pero tímido que primero lo regañaba antes de seguirle el juego?


—¿Bailamos?


—¿Qué?


—¿Quieres bailar? —Cerecita repitió.


Por algún motivo Daiki sentía que se arrepentiría si aceptaba, pero también se arrepentiría si no lo hacía.


—C-Claro.


Ambos se pusieron de pie, pero entonces Aomine notó que no es que hubiera mucho espacio para bailar con todas esas velas esparcidas en la gramilla, así que decidió hacer a un lado la mesita ya que ya no había nada que comer. Minutos después tenían todo el espacio que eran las mantas esparcidas debajo de ellos. La música era suave y armoniosa, por lo que tampoco necesitaban que fuera tan espaciosa su pista de baile.


Finalmente, Aomine respiró hondamente, luego extendió una mano hacia Cerecita mientras dibujaba una sonrisa un tanto relajada en sus labios.


—¿Me concedes esta pieza? —Se inclinó hacia él, con una mano extendida hacia el frente y la otra oculta tras su espalda. Como un caballero jodidamente apuesto y malditamente sensual con esa sexy sonrisita de lado.


Cerecita solo sonrió mientras aceptaba su mano.


La música era una melodía de violes compuesta de un piano y una ocasional batería. Era relajante, suave y sonaba en dulce en todo el jardin, sin excepción.


Daiki entrelazó sus dedos con los del peli-rojo al mismo tiempo que lo tomaba de la cintura con su mano libre y Cerecita posaba su otra mano sobre su fuerte pecho. Entonces ambos comenzaron a moverse a un ritmo lento de un lado hacia otro, sin dejar de verse a los ojos en ningún momento.


El peli-azul se sentía nervioso, claro que sí, pero no podía evitar solo querer dejarse llevar. En sus venas la sangre hervía, el deseo retorcía sus entrañas y su corazón gritaba que quería ir más allá. No sabía que pasaría a menos que lo intentara. Podía ocurrir que todo se fuera al carajo, pero también estaba la posibilidad de que no fuera así. Él lo deseaba y podía ver en los ojos de cerecita que estos brillaban con pasión. También lo deseaba, ¿Entonces por qué no intentarlo?


¿Miedo?


Claro que sí.


Aomine en serio quería hacer las cosas bien. Había estropeado muchas cosas en su vida y no quería que esta fuera una de ellas. Quería ir despacio. Demostrarle que en serio no solo era un maldito caliente que se iría y desaparecería del mapa luego de cogerlo. Que no decía cosas solo para endulzarle el oído para poder llevarlo a la cama.


—Fresita yo… —Comenzó a hablar, la mejor manera de hacer las cosas era hablar con sinceridad, si no lo hacía, cabía la posibilidad de que el peli-rojo malinterpretara sus acciones. Y definitivamente no quería eso—, Sé que he dicho y hecho muchas cosas que dejan en claro lo mucho que quiero, en serio quiero, hacer algo mas conti…


—Te quiero.


Cerecita dijo de golpe.


—¿Q-Que…?


Daiki quedó totalmente en blanco.


Ambos se habían quedado muy quietos en su pista de baile improvisada. El chico de cejas de langosta le sonrió, una sonrisa hermosa, cálida y deslumbrante, con sus ojitos achinados y sus dientes completamente visibles. Lucía precioso, bellísimo, Daiki en verdad pensaba que era la criatura más hermosa que sus cochinos ojos habían tenido el maldito privilegio de ver. No podía creer que fuera tan jodidamente afortunado de tenerlo a su lado. ¿Qué tanto había hecho es su jodida vida pasada para merecer tanto?


—He dicho… —Dijo Fresita de nuevo, mientras se acercaba al oído de Aomine y susurraba sensualmente contra su oreja, apoyando sus manos contra su pecho—, que te quiero, Daiki.


Cerecita sintió como la espalda de Aomine se retorció gracias al escalofrío que recorrió todo su cuerpo en cuanto sus palabras fueron pronunciadas.


Ya estaba, lo había dicho, esas palabras que habían rogado ser dichas.


Rayos, quizá no lo pareció, pero había estado tan nervioso. Admitía que era divertido molestar a Aomine, dos podían jugar al juego de la seducción, lo que no esperó fue que reaccionara de forma tan acorralada. Rayos, en serio fue muy divertido ver su rostro desesperado por cambiar de tema. Si que tenía autocontrol.


De todos modos, ¿No era él quien siempre lo provocaba? A cada que podía se le insinuaba y ahora resultaba que después de todo no. Bastardo.


Bueno… tenía alguna idea de ello.


No era tonto, podía parecerlo y a veces se sentía de esa forma, pero no lo era. No lo recordaba, solo tenía pequeños fragmentos, pero sabía que había ocurrido algo ese primer día que Aomine cambió actitud con él. La primera vez que se habían besado en la sala de la casa.  Nadie lo había mencionado y él tampoco lo hizo porque no quería pensar en ello, incluso en algún punto lo olvido del todo. Pero sabía que algo había ocurrido.


Además, tal vez Aomine no se daba cuenta, pero a veces cuando lo besaba o tocaba, lucía precavido.  Cauteloso. Al parecer ese algo tenía que ver con el hecho de no querer ir más allá en ese momento incluso si tenía la oportunidad.


Maldito.


Cobarde.


¿Acaso tenía que decirlo directamente para que entendiera que estaba bien si solo se dejaban llevar? Si se sintiera incomodo con ese tipo de contacto ni siquiera lo besaría.


Aunque, claro, no sabía realmente como podría llegar a reaccionar. Solo estaba seguro que deseaba algo más que solo besos. No podía decir que no estuviera nervioso por ello, pero no estaba asustado de Daiki. Solo quería poder tocarlo más, que lo rodeara con sus fuertes brazos haciéndolo sentir seguro, y que luego lo besara hasta quedarse sin aliento.


Pero entendía que Aomine no quisiera ir más allá, de todos modos, tampoco estaba mal lo que tenían hasta ese momento. Los besos, las caricias, los abrazos dulces. Aunque igualmente había probado suerte, pero después de verlo y divertirse un rato decidió dejarlo respirar tranquilo un poco.


Pero mientras bailaban tranquilamente pegados al otro, había podido sentir su corazón latir nervioso, o tal vez había sido el suyo. Al tenerlo tan cerca no pudo evitar desear más, y no sabía que decir para que Aomine entendiera que estaba bien, más que ser sincero.


Las palabras realmente habían salido de su corazón. Había deseado decirlas y las dijo. Quería que Aomine lo supiera, que lo entendiera incluso si ya era consciente de ello, porque, ¿Cómo podría no saberlo? Le gustaba, tanto, que no podía ocultarlo aunque lo intentara.


Y oh, joder, se había sentido tan genial. Aliviado. Como si flotara entre las nubes. Decirle que lo quería se sintió tan reconfortante y hermoso. Porque no eran palabras al azar que solo dijo y ya. Lo sentía. Lo sentía en su corazón y en cada maldita gota de sangre que recorría cada maldita vena de todo su maldito cuerpo. Y era tan intenso que no podía controlarlo. No podía ocultarlo y tampoco quería hacerlo.


Lo que no esperó fue la reacción de Daiki.


Pensó que se pondría engreído o solo estaría orgulloso de ello y que presumiría que, desde luego, eso ya lo sabía, pues era muy claro con solo verlo. Sin embargo, no esperó verlo totalmente sonrojado luego de sus palabras.


Y es que decir que se le removieron hasta las entrañas no era una exageración de parte de Aomine. El escalofrío que recorrió su espina dorsal le retorció incluso los dedos de los pies.


Por la mierda.


Las palabras de Fresita junto con la forma en la que las dijo, el cómo se acercó a su cuello y susurró, su aliento chocando contra su cuello y oreja. Fue demasiado. Simplemente fue demasiado. La sangre en sus venas borboteo y su corazón aceleró como loco sus latidos, sus costillas parecían iban a romperse en cualquier momento.


Y luego estaba esa sonrisa.


Esa preciosa sonrisa que le había regalado apenas unos segundos después, tan hermosa y tan deslumbrante. ¿A qué hora había amanecido que no se dio cuenta? No, no era el sol, solo era la criatura más hermosa del universo sonriendo.


Aomine se alejó de su contacto, haciendo que esa sonrisa preciosa se esfumara de un momento a otro, dejando en su expresión tan solo confusión.


Y entonces, ante esa desconcertada mirada rojiza de fresita, retrocedió un paso más, luego otro, alejándose totalmente. Luego giró hacia un costado y ante la aún más atónica mira de Cerecita, corrió hacia la piscina y se lanzó sin pensarlo, zambulléndose hasta el fondo y dejando que el agua enfriara no solo su cabeza, sino también todo su cuerpo que había comenzado a arder.


El chico de cejas de langosta se quedó en blanco un momento.


—¿¡Pero qué demonios haces!? —El peli-rojo corrió hacia la orilla, en su rostro una expresión de no entender nada mezclada con diversión—. ¿¡Al fin se te fundió el cerebro, no!?


Gracias a la luna y la iluminación por parte de la decoración, Aomine pudo ver la silueta de Cerecita fuera del agua, se ondeaba de un lado al otro al ritmo del movimiento del agua, estaba diciendo algo, podía verlo por la forma en la que sus brazos y rostro se movían, pero claro, no podía entenderlo. 


Estuvo allí, segundos que se sintieron demasiado largos, hasta que el aire le faltó y tuvo que salir a la superficie dando una bocanada.


—¡Jodido imbécil, no me dejes aquí solo! —Alcanzó justo a escuchar que Fresita gritaba. No quería lanzarse tras él, podría resfriarse—. ¡Ya sal de ahí, animal!


Aomine, que estaba dándole la espalda, giró y nadó en su dirección sin decir nada. El peli-rojo se alejó y poco para permitirle salir sin problemas y, ante la atenta mirada de este, Daiki salió de la piscina impulsándose con ambos brazos desde la orilla. Sus ojos simplemente no pudieron apartarse de su cabello mojado, de sus prendas húmedas que se pegaban a su cuerpo delineando cada musculo bien tonificado, cada maldita gota de agua que escurría de su cuerpo.


Pasó saliva con fuerza sintiendo su cuerpo vibrar.


—Ni creas que voy a cuidarte si te resfri…


Fresita no pudo seguir hablando, no cuando los ojos azules de Aomine por fin lo observaron. Tan salvajes y apasionados como no los había visto antes. Parecía una bestia llena de lujuria, había un brillo en su mirada que hizo que escalofríos le erizaran cada maldito vello de su cuerpo. Un nudo se formó en su garganta y, aunque lo intentó, no pudo decir nada más.


Su cuerpo estaba comenzando a calentarse muy de prisa.


Aomine caminó hacía el sin quitarle la mirada de encima en ningún instante. Al estar justo frente a él, se quedó de pie unos segundos, observándolo aún, y entonces lo tomó de la cintura y de la parte trasera del cuello, acercando su rostro para besarlo. Instintivamente ante un beso se cerraban los ojos, pero Cerecita no lo hizo. Quería verlo, quería ver a Aomine besarlo. Quería que sus miradas conectaran mientras sus labios se unían y él le robaba el aliento.


El peli-azul lo pegó a su cuerpo con fuerza, mojándolo también mientras su aliento chocaba contra sus labios. El peli-rojo no pudo evitar soltar un jadeo al sentir la excitación de Aomine rozando contra su entrepierna.


—Abre la boca —Susurró con deseo desmesurado. Sus ojos brillaban.


Cerecita abrió la boca, inhalando con fuerza mientras se aferraba a la tela mojada de la playera de Daiki, totalmente impaciente. Aomine sonrió sensualmente, absolutamente complacido.


Y entonces lo besó.


Metió su lengua húmeda y caliente en su boca mientras aún se veían a los ojos, jugueteando con la de Cerecita a la vez que este suspiraba y sujetaba con más fuerza su ropa. Daiki mordió su labio y luego lo chupó, para luego volver a besarlo y meter su lengua de nuevo. La mano en su cuello lo pegaba aún más a su rostro y la mano en su cintura había bajando hasta su trasero.


—Mmghtm… —Cerecita jadeo en la boca de Aomine en lo que este se rosaba descarado contra su vientre bajo.


Jugó con su lengua, paseándola en toda su boca, luchando con sus labios y mordiéndolos de nuevo. Pegándolo más con la mano que tenía en su cuello y rozándose aún contra su entrepierna. Fresita no pudo sostenerle más la mirada, era demasiado lujuriosa y sensualmente salvaje; cerró los ojos dejándose llevar totalmente. Sentía caliente toda la cara y cada jodida parte de su cuerpo, pero en especial ahí abajo.


Cuando Aomine terminó el beso, el peli-rojo jadeaba pues se había quedado sin aliento, pero no le había importado. Tenía el rostro sonrojado y su pecho se hinchaba debido a su respiración agitada. Sus piernas de repente no eran capaces de mantenerlo en pie. Casi caía de bruces contra la gramilla, pero Aomine lo sostuvo con fuerza de la cintura.


—Cerecita —Le dijo, viéndolo directo a los ojos sin perder ese brillo depredador. Al igual que había hecho el peli-rojo, Daiki se acercó a su oído—. ¿Vamos a mi habitación? —Más que una pregunta era una suplica desesperada, «Por favor, vamos».


En su voz se podía sentir sus ansias, pero sobre todo el deseo que desbordaba.


Fresita se sentía tan abrumado que lo único que pudo hacer como respuesta fue aferrarse a su cuello con fuerza y besarlo una vez más.


Él también estaba desesperado y ansioso.

Notas finales:

Yyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy

Eso fue todos

¿Qué tal?

¿Qué les pareció?

¿Les gustó?

Yo espero que sí.

¿Me quieren pegar? *Se ríe diabólicamente*

Daiki modo Alejandro próximamente: Dime hyung, pero en versión, dime que me quieres sdjdfalsdfas okay no

No, ya, en serio, de todo corazón espero que les haya gustado, sé me andan insultando en este momento, pero les juro que lo recompensaré en el siguiente cap, así que espérenme tantito y no me quemen todavía. Yo los amo, queridos, bellos y hermosos lectores.

Me esforzare para traer más rápido el capítulo, además Red siempre me anda metiendo la verga… digo, aplicando la ley para que me apure, jeje

Les prometo que esa madre estará intensa, usaré toda mi chackra para no decepcionarlos.

Que Raziel me los cuide. Besos y abrazos de oso para todos.

Hasta la próxima.

Byeeeee.

 


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