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UNKNOWN por RoronoaD-Grace

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Notas del capitulo:

 Holaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa


Ya estoy aquí con un nuevo capítulo.


Muchas gracias a todos ustedes por continuar leyendo esta historia.


Los personajes son propiedad de Tadatoshi Fujimaki-sama. Por los posibles errores ortográficos, péguenme a mí, porque estoy pendeja.


Sin más que decir excepto que, espero de todo corazón el cap sea de su agrado, lo dejo leer.

UNKNOWN


—Capítulo 23—


¿Y sí…?


 


Cuando los chicos llegaron a la mañana siguiente, la mayoría totalmente borrachos, Fresita los esperaba sentado en la sala, muy ansioso.


En el momento en el que escuchó los motores de los autos deteniéndose, él se puso de pie y hubiera corrido, de no ser por la terrible punzada de dolor que le atravesó toda la espalda baja. Pegó un grito y se sentó de nuevo, con cuidado, mientras le dirigía a Daiki una mirada matadora. El chico de cabellos azules se limitó a soltar una risita nerviosa.


Sin embargo, cuando al fin atravesaron la puerta de entrada, el dolor importó poco y Fresita se puso de pie y fue hacia Akashi, que sostenía por la cintura a un borracho Seimei. Para el mayor de los gemelos no pasó inadvertida la forma en la que el chico cejas de langosta caminaba, pero decidió ignorarlo momentáneamente pues en sus rojizos ojos brillaba la preocupación.


—¿Sucedió algo? —preguntó de inmediato en cuanto lo tuvo en frente.


Detrás de los hermanos, Momoi intentaba avanzar con un Murasakibara recostado sobre su espalda, él estaba más dormido que despierto. Que alguien ayudara a la pobre chica. Kise se había caído en la entrada. Midorima estaba en uno de los autos, desparramado en el asiento trasero. Kasamatsu cargaba con un alegre Takao que intentaba quitarse los pantalones.


Estaban hechos una panda de borrachos.


—Si —Gatito, parecía algo desesperado—. Necesito que Seimei esté en sus cinco sentidos en menos de media hora.


—No creo que eso sea posible. Bebió mucho anoche.


—No te preocupes, tengo una idea —Cerecita sonrió, un brillo malvado en sus ojos rojizos.


Antes de que Seijūrō entendiera qué estaba ocurriendo, Aomine le arrebató a su hermano y lo puso en su hombro. Sin decir nada más, desaparecieron tanto ellos dos como el chico de cejas partidas, en el pasillo del segundo piso.


Sin tener idea aun, decidió ayudar a la pobre Satsuki que estaba ya poniéndose morada sin lograr siquiera avanzar un poco con Atsushi. Lograron recostarlo en uno de los sofás y volvían por Kise, pero entonces unos gritos seguidos de una tremenda retahíla de insultos se escucharon desde el segundo nivel. A Seimei parecía que se le acaba de meter el diablo… algo ya normal.


Con más curiosidad que antes, Seijūrō fue en busca de los tres chicos.


Grande fue su sorpresa al encontrar a Seimei totalmente empatado saliendo de la habitación de Cerecita. Una vena se hinchaba en su frente y daba pisotones que resonaban en las paredes del pasillo. Cuando se topó con su hermano, por un momento pareció que estaba a nada de golpearlo. Pero entonces solo pasó de largo en busca de su propia habitación.


El Akashi mayor tan solo se quedó observado su espalda, tuvo que reprimir una sonrisa al ver como este casi se caía por la humedad que desprendía en el suelo… y luego ya no pudo verlo más.


—¿Me perdí de algo? —quiso saber en cuanto Daiki y Gatito se quedaron de pie a su lado.


—De muchas cosas. Pero vayamos a la sala y lo explicaré.


 


~•§•~


 


—Así que —comenzó el Akashi mayor—, básicamente lograste que Chihiro quisiera hablar con Seimei para aclarar las cosas.


—¡Sí!


Las miradas de Seijūrō, Momoi, Yukio, Aomine, Fresita y unos medios borrachos Takao y Midorima, que había logrado entrar solo a la casa, se dirigieron al mismo tiempo hacia el pequeño sofá en el que Seimei, ya bañado y con ropas secas, había tomado asiento. Kise y Murasakibara estaba tirados cerca de la chimenea de decoración, aun inconscientes. El peli-morado había despreciado la comodidad del sofá en el que Satsuki y Akashi lo habían dejado antes.


El gemelo menor tenía la mirada en la alfombra. Sus manos se empuñaron, entonces alzó el rostro, y por un momento pareció iba a decir algo, pero antes de que abriera la boca, Cerecita le dio un zape en la cabeza.


—No te atrevas, Seimei, a decir una sola idiotez —incluso las réplicas, el Akashi menor se las tragó.


De hecho, guardo silencio, un silencio sepulcral que duro varios minutos. Nadie dijo nada, tan solo lo observaron con curiosidad y algo de preocupación. Hasta que un fuerte suspiro por parte del chico cejas de langosta cortó ese tonto silencio.


Se colocó de rodillas frente a Seimei, posando ambas manos en sus rodillas mientras se tragaba otro quejido. Maldito y bestial Aomine.


—Tú lo amas —comenzó, cambiando la expresión severa de su rostro a una más comprensiva—, y él aún te ama a ti. Por favor no permitas que acaben así —los ojos heterocromáticos del chico se clavaron en él, parecían indecisos—. No puede ser posible que lo que te hizo dejarlo sea realmente más importante que el amor que se tienen, o ¿acaso lo es?


Silencio, los ojos de Seimei se desviaron hacia un lado, avergonzados.


—Antes de venir aquí… —habló al fin, su mirada se desvió hacia su hermano, como pidiendo un permiso silencioso, este asintió—, nos enteramos del verdadero motivo por el que la salud de nuestra madre había ido en picada de un momento a otro.


»Nuestro padre la engañó, y de ese engaño nació un niño. Y ahora él quiere que ese bastar… que ese hijo y esa mujer vayan a vivir a la casa en la que mi madre vivió feliz, en la maldita casa en la que crecimos.


Satsuki llevó una mano a sus labios, no pudiendo creer lo que escuchaba. Yukio, Takao y Aomine no supieron realmente cómo reaccionar, por lo que solo desviaron la mirada. Akashi y Midorima, que desde luego ya lo sabían porque el dueño de casa se lo contó al peli-verde, parecieron inmutables.


El ambiente se puso muy tenso de un momento a otro. 


—¿Y estabas tan enojado que terminaste tu compromiso por ello?


—Solo… no quería ser una maldita pieza de su ajedrez.


Cerecita estuvo en silencio unos largos segundos, y no solo él, todos en la sala. El ambiente se había vuelto demasiado lugubre después de tan inesperada revelación por parte del Akashi menor.


Muro-chin, ese pastel estaba muy rico…


Un pequeño murmullo por parte de un inconsciente Murasakibara, aun tirado en la alfombra, hizo que Takao apretara los labios para no reírse irrespetuosamente. El asunto era serio, pero el peli-negro aún estaba algo borracho. Aun así, un pequeño sonido de garganta escapó sin que pudiera evitarlo. Satsuki, que estaba sentada a su lado, tuvo que darle un pequeño codazo.


Finalmente, el chico de cejas partidas se puso de pie, soltando un fuerte suspiró. Después tomó un cojín que estaba tirado en el suelo y, antes de que Seimei entendiera que iba a pasar, Fresita le dio un almohazado de lleno en la cara que lo dejó viendo luces por unos segundos. Esperaban que el pequeño «crack» que escucharon no fuera su cuello haciéndose trisas. 


Entonces Takao ya no pudo contener la carcajada que quería soltar desde los lloriqueos de Atsushi. Aomine la acompañó, pero calló de inmediato cuando los ojos rojizos de su novio lo miraron con enojo. Ninguno de los presentes se atrevió a reaccionar de ninguna forma luego de tal suceso. Cualquiera podía pensar que Fresita era hermano de los Akashi con esa aura que desprendía a veces.


—¡Estoy tan, tan, pero tan decepcionado de todos ustedes, bola de idiotas! —gritó el chico, furioso, y aun así Aomine lo encontró tan adorable. Su gatito tenia los pelos erizados y mostraba sus colmillitos—. SÍ, Kasamatsu, también estoy hablando de ti.


Kasamatsu mostró una expresión de pánico por un momento, no sabiendo qué se suponía que había hecho como para también estar en la mirada del peli-rojo.


—¡Pero sobretodo, de ustedes dos, par de hermanos brutos!


Por un instante, Seijūrō pareció un cachorro siendo regañado, Seimei aun veía luces sentado en el pequeño sillón.


—¡Dime algo! —exigió, viendo en dirección del Akashi menor—. ¿¡Por qué le propusiste matrimonio a Chihiro!? No, eso no, más bien ¿¡Por qué comenzaste a salir con él, para empezar!? ¿¡Tu padre te lo pidió!? ¿¡Te obligo!?... ¡Responde!


—No… ninguna de esas opciones.


—¿¡Entonces!?


—Porque… porque me enamoré de él. Porque lo amo.


—¿¡Y entonces que maldita sea importa lo demás!?


—¡Nuestro matrimonio le resultaría beneficioso a ese hijo de puta, ¿sí?! —Seimei se puso de pie de golpe, alzando la voz y encarando a Fresita. Pero más que enojado, simplemente parecía dolido, muy dolido—. ¡Para agrandar más su maldita fortuna! ¡Utilizando a sus hijos y fingiendo que todo está bien, como si por su culpa mamá no estuviera muerta! —sus ojos estaban brillosos, sus manos eran puños—. Ese maldito hijo de perra. Mamá lo amaba tanto y ese… es i-infeliz.


Ninguno de sus amigos dijo nada. Akashi lo veía con tristeza.


—Y luego solo queriendo llevar a su bastardo al lugar donde mamá fue feliz, donde nos crio con tanto amor y ternura. ¡Jamás lo perdonaré! ¡Y no haré nada que termine siendo un beneficio para él, nunca!


Cerecita lo observó en silencio, lo vio temblar de cólera y de dolor, sintiendo que su pecho se removía y calmaba un poco su enojo ante sus estúpidas e impulsivas acciones.


—Eres tan tonto —dijo, en un tono más calmado y cariñoso.


Antes de darse cuenta, Seimei estaba siendo abrazado por el chico más alto. Él no supo que hacer durante los primeros segundos, luego solo se dejó hacer, sintiendo que comenzaba a relajarse y la furia y la tristeza dejaban de oprimir su pecho y querer hacerlo gritar muy fuerte.


Había algo realmente tierno en la escena, y reconfortante para Seimei y Akashi, que observaba desde su asiento. Una sutil sonrisa se instaló en sus labios sin que él se diera cuenta.


Aomine veía a su novio con una sonrisita de orgullo.


Finalmente se separaron del abrazo, y el chico de ojos bicolores volvió a tomar asiento, Fresita de nuevo se arrodilló frente a él, tragándose un quejido al inclinarse… ya, en serio, no era posible que doliera tanto.


—Lo entiendo —comenzó, tomando sus manos con suavidad—. Entiendo que estés enojado y dolido y no quieras hacer nada que lo beneficie. Pero tú mismo lo dijiste. Le propusiste matrimonio porque lo amas, no estabas pensando en nadie más que no fueran él y tú siendo completamente felices. Tu idiota padre no tiene nada que ver en eso.


»¿Y qué si el que ustedes se casen resulta beneficioso para él? ¿Realmente tiene que serlo? En realidad, no entiendo cómo funciona todo ese asunto, pero creo que para que haya un beneficio las dos partes deben de estar de acuerdo en ello, ¿no? ¿Tú en verdad crees que Chihiro estaría feliz en tener algo que ver con ese hombre que les ha hecho daño tanto a tu hermano como a ti? Es más, ¿No sería esa una buena oportunidad para joderlo y demostrarle que tu vida es tuya y no eres una herramienta para agrandar más su fortuna?


Seimei se le quedó viendo durante largos, muy largos segundos que se sintieron interminables, sus cejas alzadas y sus ojos muy abiertos, realmente sorprendido. El chico frente suyo lucía muy serio, con el entrecejo fruncido, pero con una mirada preocupada al mismo tiempo.


Se sintió como un idiota en ese momento.


Como el más grande idiota del maldito planeta. 


No supo realmente cómo reaccionar, más que reírse de sí mismo y de su maldita estupidez. Él, que siempre se jactó de ser alguien muy inteligente, no era más que un grandísimo imbécil.


—Deberías golpearme una vez más —dijo por fin—, lo meaaagh…


El chico de cejas no dejó que terminara, le soltó un golpe en el brazo de inmediato.


—Gracaaghg… —lo golpeo de nuevo, un poco más fuerte. Los ojos bicolores del Akashi menor lo observaron dudosos y alertas. El primer golpe lo había pedido, el segundo no.


Intentó decir algo más, pero Fresita lo calló soltándole otro puñetazo en el brazo, con mucha más fuerza que con la vez anterior. Un segundo antes estaba tranquilo, hasta parecía estarlo animando, y al segundo siguiente quería ser quien cortara la cuerda de la guillotina que devanaría su cuello. Más golpes llegaron, y después el alto peli-rojo tomó la almohada y comenzó a arremeter sin piedad contra el tonto y estúpido Akashi menor.


—¡Ya entendí! ¡Ya entendí! —gritó Seimei, tratando de cubrirse con ambos brazos—. ¡Daiki, quítamelo de encima!


Aomine estaba apretando los labios para no reírse de la situación, y se tomó unos segundos más para observar como ponían a Seimei contra las cuerdas porque, había que admitirlo, se merecía eso y más.


Finalmente fue hacia Fresita y lo sostuvo pasándole los brazos bajo las axilas, alejándolo del idiota peli-rojo más pequeño para así darle un alivio a este. Lo necesitaría, porque esperaba de todo corazón que Chihiro le pusiera las cosas peores, mucho peores.


—Ya, ya. Calma, calma —Aomine parecía un domador de gatitos rabiosos.


El gatito rabioso respiraba con fuerza mientras continuaba observando a un espantado Seimei. De ninguna forma había esperado su reacción; el chico en serio estaba muy enojado.


—Que salvaje —dijo Sei.


—Sí, bueno, tú no eres muy diferente cuando te alteras —Daiki contraatacó mientras acariciaba suavemente la espalda de Fresita para así terminar de calmarlo.


—¿¡Lo entiendes!? —el  gritó alto peli-rojo de golpe, pegándole tremendo susto no solo a Seimei, también a Aomine que estaba a su lado—. ¡Si de verdad lo haces entonces levanta tu maldito trasero plano de ese sofá y ve a rogarle que te perdone!


Casi en automático, el Akashi menor se puso de pie.


—¡Y arrástrate como el perro que eres, de ser necesario! —oh, si Kuroko estuviera allí, lo hubiera felicitado tanto por esa frase. Es más, le hubiera convidado de su adorada malteada de vainilla como premio por ella.


Seimei no sabía hacia dónde mirar, en su vida jamás lo habían tratado de esa manera. Pero no podía objetar nada, pues sabía perfectamente que se lo merecía. Oh, había sido tan imbécil, y aun así esa palabra no era suficiente para describir la idiotez que había hecho. Cerecita tenía razón, de ser necesario se arrastraría para obtener el perdón de Chihiro.


De pronto su semblante abatido cambió, dándole paso a una sonrisa de seguridad. Una sonrisa que ilumino su rostro como Gatito no lo había visto antes. Él estaba decido a obtener el perdón del hombre que amaba, sí o sí.


—Puedes continuar golpeándome cuando vuelva —dijo él, sin perder la sonrisa—, pero ahora debo ir a recuperar al amor de mi vida y futuro esposo.


—¿¡Y qué estás esperando!?


—Debo besarte antes.


Aomine apenas estaba haciendo mueca de asco cuando Seimei fue hacia a Fresita, lo tomó de las mejillas e hizo que se inclinara un poco para poder besarle las mejillas.


—Te voy a regalar un restaurante que como especialidad sirva hamburguesas de queso —Daiki no perdió tiempo en separarlos.


Las palabras del heterocromático lograron que el enojo se esfumara por completo del rostro del chico cejas de Langosta. En su lugar una sonrisa divertida y de confusión se pintó en su rostro. Ese idiota.


—Chihiro me pidió que te dijera algo —dijo en cambio.


—¿Sí? —Sei pasó saliva con fuerza.


—Él dijo que hay algo que en serio necesita decirte… Así que ya vete, y no lo hagas esperar más.


La sonrisa en el rostro del gemelo menor se amplió. Le dio un último beso a Cerecita y entonces se giró dispuesto a salir corriendo hacia su auto. Sus amigos lo vieron sonreír mientras cruzaba por el pasillo hacía la salida. Lo último que escucharon fue el motor de su auto encendiéndose y las llantas chirriando, perdiéndose en el camino.


Hubo unos minutos de silencio luego, minutos en los que los amigos se preguntaban qué rayos acababa de suceder. Nadie jamás se había atrevido a siquiera querer tocarle un cabello a Seimei, no era por ser malos, pero tenía una personalidad de mierda por lo que la mayoría del tiempo preferían evitarlo. Y, sin embargo, el chico peli-rojo no le tenía miedo a nada, ababa de ver al diablo a los ojos lo había sermoneado y golpeado. 


—Grandísimo tonto —susurró Fresita, sonriendo de medio lado mientras negaba con la cabeza, Daiki lo había soltado al ver que ya se había calmado.


Y luego él se giró, clavando sus rojizos ojos en los demás chicos presentes. Especialmente en un Seijūrō que sonreía debido a la actitud de su hermano; en serio estaba muy feliz por verlo recapacitar. Si hablaba con sinceridad, él no estaba seguro de haber podido hacer que cambiara de opinión. Pero entonces la sonrisa desapareció de su rostro al ver que Cerecita lo veía con el entrecejo fruncido y una mueca en los labios.


—Tú… —comenzó él, caminando hacía el Akashi mayor y haciéndolo sudar—. No creas qu…


—Tengo que irme-nanodayo —Midorima dijo de golpe, levantándose de donde yacía sentado y logrando que todos sus amigos lo vieran con confusión—.  Necesito hablar con mi madre-nanodayo —incluso estaba terminando sus palabras con esa tonta frasecita. Hacía ya un tiempo que no la decía. Quizá era el alcohol en sus venas, o puede que el nerviosismo de lo que sea fuera a hablar con su madre.


Intentó ir hacía la salida en busca de su auto, pero apenas dio un paso y se fue de cara contra la alfombra.


Cualquiera hubiera esperado que el primero en soltar una carcajada fuera Takao, pero al contrario de ello, fue el peli-negro quien se puso de pie y fue hasta el de anteojos para ayudarlo a levantarse. Parecía que la repentina declaración de Shintarō le había quitado de golpe la borrachera.


Quizá, en lo más profundo de su corazón, un destello de esperanza había brillado.


—Shin-chan —llamó, ayudándolo a incorporarse y quedando sentado en pose india—, no creo que sea buena idea manejar en estas condiciones —el chico de cabellos negros arrodillado a su lado.


—Yo… yo debo hablar con mi madre-nanodayo —parecía un robot repitiendo la misma frase con un tono solemne. A Takao le había parecido demasiado increíble que hubiera llegado solo a la casa desde el auto, ahora veía que había sido pura suerte el que no estrellara la cara contra la alfombra antes. Jamás lo había visto tan borracho.


—¿Y si mejor tomas un baño y luego duermes un par de horas? No creo que tu madre vaya a ir a ninguna parte. O ¿es demasiado urgente?


Shintarō respondió sin dudar.


—Es urgente.


Takao no podía creer lo jodidamente adorable que ese enorme tipo se veía. Él parecía totalmente decidido, aunque tenía la mirada algo perdida y estaba borracho hasta la medula. Takao quería darle un golpe en la nuca y dejarlo ahí tirado, porque no era posible que fuera tan débil ante Midorima a pesar de cómo había sido con él. Pero, ¿Cómo había sido el peli-verde con él? En realidad, podían decir lo que quisieran de él y seguro le quedaba, pero el chico de anteojos al menos nunca había jugado con sus sentimientos.


Era obvio que había tenido muy claro desde el inicio que no podría tener nada con nadie debido al compromiso con Akashi, y Midorima siempre fue demasiado serio. Al menos Takao estaba seguro que Shin-chan siempre fue sincero respecto a eso, y si en algún momento sintió que le daba esperanzas, no fue algo planeado. Simplemente a Midorima se le escapaban sus sentimientos. Miradas mal disimuladas, pequeñas sonrisas cómplices, halagos sinceros. Emociones que nunca antes había sentido y no sabía del todo como esconder.


Cada «No te amo», era un esfuerzo por convencerse a sí mismo que no lo amaba, y no a Takao, pues no quería continuar lastimando sus sentimientos. Shintarō siempre supo que Kazunari lo amaba, y era correspondido, pero no debía. Y necesitaba parar para que el dolor del chico de hermosos ojos azules no continuara. Él tenía que superarlo. 


Pero ahora que parecía que al fin lo había hecho, que por fin su dolor terminaría, quien sufría horrores era Midorima. Porque él lo amaba y no podía superarlo. Verlo todos los días siendo tan cariñoso con Kasamatsu era una tortura que quería que parara, y los besos que se daban frente a sus ojos dolían en lo más profundo de su ser. Porque por más que se repitiera que estaba bien casarse sin sentimientos con Akashi, porque era Akashi, su mejor amigo… en realidad no estaba bien. No estaba para nada bien.


No era lo que Shintarō quería.


Él quería a Takao Kazunari.


Y quizá, solo quizá… aun no era demasiado tarde. Tal vez aún tenía una oportunidad de reparar la estupidez que había estado a punto de hacer.


—Necesito hablar con mi maggh…


Midorima cayó de nuevo de cara contra la alfombra, esta vez inconsciente.


—¿¡Que hiciste, animal!? —Takao gritó viendo hacia a Aomine.


El peli-azul se había puesto de pie detrás de Shintarō y le había dado un golpe en la parte trasera del cuello para así noquearlo. Aún tenía la mano en su dirección cuando Kazunari volteó a verlo con el entrecejo fruncido.


—¿Noquearlo?


—No me digas —Takao respondió en tono sarcástico.


—Ay, no me veas así, ya está quieto, ¿no? Que era lo querías. De nada —Daiki le sonrió sin separar los labios.


Kazunari lo observó en silencio con ojos acusadores.


—Ya, no te enojes, para que veas que soy buen amigo, te ayudare a llevarlo a su habitación.


Y era lo menos que Takao esperaba que hiciera después de lo que había hecho. Aomine cargo a Shintarō en su hombro como un costal de verduras y sin mucho esfuerzo. Dejó la sala con Kazunari a su lado, no sin antes guiñar un ojo en dirección de Fresita para luego soltarle un besito. El peli-rojo solo soltó un resoplido divertido.


Los amigos que quedaron en la sala nuevamente se preguntaron qué carajos acaba de suceder. Había pasado mucho en tan poco tiempo.


Kasamatsu estaba sonriendo en dirección de donde los chicos se habían marchado, cuando sintió un escalofrió que le bajo por toda la espalda. Al buscar al dueño de los ojos que sentía clavados en su persona, se topó con un par de irises rojizos que lo veía con sospecha.


—¿No deberías estar celoso? —Fresita dijo sin más.


Ese escalofrió que antes Yukio había sentido, se intensifico.


—¿Por… qué? —ay, que idiota, el peli-negro pensó de inmediato. Era obvio el porqué—. Es decir —intentó corregirse—, me refiero a qu…


—Ni lo intentes. Ya sé lo que hacen tú y Takao.


Mierda.


—¿Qué se supone que hacemos? No entiendo —quiso hacerse el loco.


Cerecita lo observó con mirada juzgona, inhalando y luego exhalando con fuerza.


—Te dije que no lo intentaras.


Doble mierda.


Yukio no iba a negar que la mirada rojiza de Fresita lo intimidó, y más porque se había cruzado de brazos mientras no le quitaba los ojos de encima. Es decir, podía verse algo tierno preparando el desayuno, pero el tipo era tan grande como Aomine, y además con esa cara de enojo que tenía en ese momento… si, era intimidante.


—¿Cómo te enteraste? —dijo, ya rendido y soltando un suspiro resignado, ahora le tocaba el regaño.


—Aomine.


Luego de terminada la llamada con Chihiro, ellos habían tenido una charla mientras el sueño los llevaba en brazos. Daiki había soltado algo como: «Ya que estamos en esto de ayudar a nuestros amigos, hay que hacerlo bien. Tenemos que ayudar a todos y no solo a unos cuantos», y luego había ido de lengua suelta con el descubrimiento que había hecho de Takao y Yukio. Además de que Gatito le contó igual que Kuroko le había dicho que Kasamatsu estaba enamorado de Kise.


Ese bastardo de nuevo, pensaba el peli-negro.


El muy maldito era muy perspicaz cuando quería. El día anterior había sentido su mirada clavarse en su alma, después de que Midorima soltara que sí estaba celoso de ellos, y que Takao se pusiera como princesa de Disney recién comprometida. Había esperado que solo fuera paranoia de su parte, incluso se hizo el loco fingiendo que no había notado nada, pero al parecer Daiki sí que se había dado cuenta.


Tremendo par de metiches que resultaron.


—¿Es que no piensas hacer nada más al respecto? —Fresita habló una vez más, sacando a Yukio de sus pensamientos.


—Bueno… creo que el plan está resultando bastante bien por cómo va ahora, tomando en cuenta lo de recién con Midorima.


—Sí, pero yo no hablo de Takao y Midorima. Hablo de ti y Kise.


Momoi, que no había entendido nada de lo que estaban hablando, giró la cabeza de golpe en dirección de Yukio. Solo con esa fresa soltada por el alto chico peli-rojo, su cabeza pudo trabajar a mil por hora para sí entender de qué carajos iba la situación. Ella llevo las manos a hacia sus labios para así cubrir el cómo su mandíbula se había abierto por la sorpresa. En verdad no lo había notado.


Yukio no dijo nada, solo desvió la mirada hacia el suelo un segundo. Cuando sus ojos buscaron de nuevo la mirada del chico cejas de langosta, él parecía solo resignado.


—No hay nada que hacer ahí.


Gatito quiso golpear a Kasamatsu, tanto, pero en serio tanto, que tuvo que inhalar y exhalar un par de veces para así controlarse. Por la mierda… todos ellos en verdad eran idiotas.


—Te voy a contar algo que, por lo visto, no has notado —el peli-rojo camino hacia el sofá donde Seimei había estado sentado. Necesitaba tomar asiento porque toda esa bola de estúpido amigos ya lo habían cansado, ya ni siquiera importaba mucho en dolo en sus caderas, lo mental desgastaba más—. Pero desde ese día, en el que Takao y tú dieron todo ese show de besarse en el club, Kise parece muerto en vida. Me doy cuenta de muchas cosas, ¿saben?, pero no digo nada porque o puede que me esté perdiendo de algo y no entiendo del todo, o espero a que ustedes hagan algo porque yo no soy nadie para interferir en sus vidas. Hasta hace unas semanas ni siquiera nos conocíamos.


»Pero todos ustedes han sido muy buenos conmigo y les he tomado mucho aprecio, y solo quiero… pagarles de alguna forma todo lo que hacen por mí. Y no puedo quedarme solo viendo lo imbéciles que son todos.


»Kise piensa que nadie lo ve, pero yo lo veo cuando ustedes se besan, cuando son cariñosos, porque siempre me pareció muy extraño que dijera que estaba enamorado de Daiki, pero te viera a ti con ojos de anhelo. Él está destrozado, Kasamatsu, ¿En verdad crees que si hubiera estado enamorado de Daiki estaría tan calmado? Quiero decir, lo superó muy fácil, ¿no? Pero en cambio cuando te ve a ti, siento que su tristeza me golpea en el pecho.


—Él siempre ha querido un amor de cuento de hadas –Yukio soltó interrumpiendo todo el sermón del peli-rojo—. Es envidia, supongo. Tiene un lado muy romántico.


Fresita boqueó un par de veces, no creyéndose lo que el de ojos azules acaba de soltar.


—¡Claro que es envidia, idiota! ¡Porque él quisiera ser Takao para así estar contigo!


Kasamatsu desvió la mirada hacia un costado, eso era demasiado difícil de creer para él.


Al chico cejas de langosta se le retorcieron los intestinos. No podía creer que Yukio fuera tremendo idiota.


—¿Sabes qué? Jódete. Yo le ayudare a Kise para que encuentra alguien para superarte —Yukio estaba escéptico, pero imaginar ese panorama le retorció el pecho.


Satsuki alzó la mano de pronto, pidiendo la palabra en todo ese asunto.


—Matsu-kun, creo que Fresita tiene razón —comenzó ella, con una sonrisa amable—, ese día, cuando ustedes se besaron en el club, se quedaron ahí hasta el amanecer así que no lo vieron, pero Ki-chan estaba muy mal cuando volvimos.


»Lloraba mucho y decía que dolía. No entendía del todo, pero, desde entonces su sonrisa se veía algo fingida, o muy forzada.  Si fuera debido a Dai-chan, estuviera así desde más tiempo, además él está muy feliz por Dai-chan y Fresita. Su cambio fue específicamente desde lo tuyo con Takao-kun.


—Concuerdo con Satsuki —Akashi, que se había mentido como espectador, dijo—, la noche que tuvimos cuando jugamos… ya saben —Sei carraspeó la garganta. Oh, claro que sabían, esa imagen de él metiéndole la lengua hasta la garganta a Kuroko no se les iba a borrar de la mente—, me dijo algo.


Kasamatsu paso saliva con fuerza, atento a las palabras del dueño de casa.


—«Si tienes la oportunidad, ¿por qué la tiras a la basura?», preguntó mientras veía como Kazunari te alimentaba.


De hecho, Yukio recordaba eso.


Takao le había dicho que Kise los estaba observando, «parece triste», le había dicho. Pero él había estado escéptico. No creía que Kise estuviera celoso por él.


—Yo le respondí que era complicado —Seijūrō continuo—, y entonces él me dijo: «Si te tardas demasiado, Akashicchi, realmente puede volverse complicado al punto de no tener vuelto atrás. Y créeme, no quieres eso». En todo ese tiempo no quió la mirada de ti, de ustedes dos, y lucía en serio muy triste. 


Eso sí que sorprendió a Yukio.


Sus ojos azules buscaron de inmediato a Kise, que yacía aun inconsciente en la alfombra, junto a Murasakibara. El solía ser un ebrio alegre, pero últimamente todas las veces que se emborrachaba lucia tan triste y lloraba.


Y odiaba verlo así.


¿Sería acaso posible?


¿Podía tener en serio la esperanza de que todas esas veces que Kise dijo que estaba feliz por Aomine, en verdad lo estaba? ¿Y que, en cambio, los momentos de tristeza que le había visto, era por él? ¿Por qué creía que lo había perdido?


La mañana siguiente, luego de que organizaron su plan para celar a Shintarō. Porque era un plan para ayudar a Takao, pues Yukio creía que no tenía ninguna chance con Kise; hubo un momento en el que había sostenido la mano de Kazunari al verlo tan preocupado por Midorima, y había notado que Ryōta notó dicha acción. En su momento creyó que estaba dolido debido a que se sentía celoso por lo que ambos habían comenzado, pues él quería lo mismo con Aomine.


Y Yukio en serio detestaba verlo tan dolido, pero creía que era necesario, pues así dejaría ese tonto amor por el peli-azul que no lo llevaría a nada.


Pero, ¿y si realmente estaba triste por verlo con Takao y no por Daiki?


Si así era, si en serio así era…


Entonces Kasamatsu era un grandísimo imbécil.

Notas finales:

Yyyyyyyyyyyy


Esto fue todo.


¿Qué tal?


¿Qué les pareció?


¿Les gustó?


Yo espero de todo corazón que el capítulo les haya gustado.


Que Raziel me los cuide. Besos y abrazos de oso para todos.


Hasta la próxima.


Byeeee.


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