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UNKNOWN por RoronoaD-Grace

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UNKNOWN

—Capítulo 24—

Reencuentro

 

—Tet-su... —Aomine susurró sombríamente contra el oído del peli-celeste, sacándole a este un susto de muerte.

El chico pegó un brinco sintiendo como todos los vellos de su espalda se erizaban. Fue necesario el uso de todo su autocontrol para resistir el gritó que quiso escapar de sus labios, y también los insultos.

«Oh, con que así es como se siente». Pensó el chico fantasma. Una probada de su propia medicina, totalmente merecida.

Daiki se cruzó de brazos mientras sonreía de medio lado, engreído.

Minutos antes, mientras llevaba a Midorima junto con Takao, se llevó tremendo susto al girar por el pasillo y encontrarse con la sorpresa de que Tetsu estaba en casa. Él tenía a Nigō en brazos y, en el momento en el que los chicos lo descubrieron, él llevó un dedo hacía sus labios para hacerlos callar.

Takao le había sonreído, mientras el peli-azul lo veía de manera sospechosa. ¿Qué pasaba por su celeste cabecita? No tenía ni idea. Pero al menos le alegraba ver que él lucía bien. Es decir, esperó verlo hecho un desastre, sin embargo se veía "normal". Se había bañado y hasta usaba perfume...

De hecho, él se veía totalmente revitalizado. En sus ojos había un brillo inquietante. Aunque no malo.

—¿Cogiste? —fue lo primero que cruzó por su cabeza.

Kuroko guardó silencio durante largos segundos.

—Algunos no tenemos tanta suerte, Garrapata-kun —dijo al fin, llamando al peli-azul con ese estúpido sobrenombre que le había puesto. A Daiki le dio un tic en el ojo—, no como otros.

Y entonces sucedió algo muy difícil de ver, que sin duda dejaba un tanto atónito a Tetsuya cada que sucedía. Aomine se sonrojó.

Mierda.

Eso confirmaba sus sospechas, el muy desgraciado había vuelto mientras ellos estaban en la habitación. Vagamente recordaba haber escuchado el motor de un auto, pero quizá asoció el sonido con el crujir de la cama. ¿Dónde rayos había dejado su auto? Porque afuera no había nada.

No es como si con Gatito hubieran hecho algo malo, porque de malo no tenía nada, de hecho estuvo jodidamente increíble; pero tampoco es como si quisiera tener publico, y mucho menos si ese publico eran sus amigos. Estaba seguro que, si Fresita se enteraba, no iba a querer ver a Tetsu a los ojos nunca más.

—¿Qué se siente coger sin sentir remordimiento por tu pobre mejor amigo que tiene el corazón destrozado? —el peli-celeste retomó la palabra.

—Excelente —Daiki sonreía de medio lado, orgulloso y presumido. Al diablo, igual todos se habían dado cuenta que tuvieron sexo.

Tetsuya chasqueo la lengua.

—De todos modos, ¿dónde estabas? ¿Y tu auto?

El peli-celeste desvió la mirada hacía un lado algo dudoso, debatiendo si contarle a su amigo moreno o no. Al final suspiró, decidiendo que lo haría.

—Pensé en irme. De hecho iba con toda la intensión de largarme —confesó—, pero a medio camino yo solo... me di cuenta que soy un idiota —Daiki se mordió la lengua para no soltar algún comentario estúpido, puesto que su pequeño amigo lucía decaído—. Creí que ya me había rendido con Akashi-kun. Pensé que ya había tenido suficiente, pero en el fondo aún espero por él...

Sus ojos celestes de pronto ardían, ardían y su pecho dolía. Una vez más las lagrimas quemaban detrás de sus parpados, un nudo le apretaba la garganta.

Maldito Akashi Seijūrō.

.

.

.

 

 

El día anterior, se dijo que ya no podía más. Él dolor era mucho. Incluso si Akashi lo amaba, era tan idiota como para no hacer nada al respecto. Y si no se iba en ese momento, sufriría aún más, porque las cosas no cambiarían, seguirían siempre de la misma forma. Una especie de bucle sin fin en el que su corazón se rompería, pero sanaría un poco con alguna migaja lanzada por Seijūrō... y él solo pensarlo era tan horroroso.

Así que tomó su equipaje en una mano y a Nigō en la otra y salió corriendo de esa casa. Con cada kilometro que se alejaba la realización de lo que estaba haciendo se volvía más y más real, y el agujero en su pecho se agrandaba.

Y luego fue demasiado grande, y se sintió aterrador.

Detuvo el auto porque conducir se volvió demasiado difícil con su visión borrosa debido a las lágrimas. Paró allí, en medio de la nada, donde no podía ser visto y donde yacía rodeado solo por la naturaleza. Y se quebró totalmente de nuevo, porque era un jodido idiota.

En su cabeza se había reproducido una película absurda. Una película cuya trama estaba basada en su realidad, sin embargo, en esta, Akashi iba de inmediato en su búsqueda luego de descubrir que no solo había salido de casa por unas horas, sino que había tomado sus cosas y a su cachorrito, y se había marchado muy lejos. Akashi llegaba a buscarlo con desesperación, con la respiración agitada y con el cabello desordenado, viéndose malditamente apuesto. Luego lo tomaba en sus brazos y no decía nada, solo acortaba la distancia que separaba sus labios y lo besaba tal cual lo había besado la noche anterior. Con ansias y con pasión desbordante...

Ojalá pudiera arrancarse del pecho ese maldito corazón necio.

Sus sollozos brotaron con libertad y él dejó que el dolor solo escapara de su cuerpo en forma de lágrimas ácidas, mientras se recostaba contra el volante y su cuerpo se removía debido a los hipidos.

En el asiento de copiloto, el pequeño Nigō soltaba aulliditos lastimeros. El cachorrito era tan listo, él sabía que Kuroko no se encontraba bien. Se movió hacía él hasta restregarse contra su costado, dando lamiditas en su brazo.

—S-Soy un imbécil, Nigō —Kuroko sollozó, aun recostado contra el volante—. Un grandísimo i-idiota.

Nigō gimoteó, pegándose más a su costado. Entonces Tetsuya se reincorporó, girando para así sostener al cachorrito en sus brazos y pegarlo contra su pecho, apretándolo con suavidad. Estuvieron así unos momentos, antes que Nigō se removiera en sus brazos y se alejara de su pecho, solo para así poder lengüetearle el rostro.

Una pequeña sonrisa escapo de los labios de Kuroko mientras el perrito continuaba distrayéndolo. Como quería a ese pequeño peludito.

Tetsuya abrazo una vez más a Nigō, antes de devolver al asiento de copiloto. Luego él se limpió las lágrimas e inhaló con profundidad. Necesitaba pensar con la cabeza fría, necesitaba que su cerebro, y no su corazón, le dijeran qué hacer a continuación.

—... —Nigō observó con sus celestes ojitos brillando, ladeando la cabeza hacia un costado y viéndose totalmente adorable—. Al diablo, Nigō... una vez más, solo una vez más.

La noche anterior había sido... mierda, sí, especial. Kuroko lo supo en sus entrañas. La forma en la que Akashi lo sostuvo y el cómo lo había besado, tan desesperado y con tanto deseo. Aun podía sentir sus manos recorriendo su piel. Hormigueaba allí donde sus dedos había acariciando con lentitud y sensualidad; sus labios estaban hinchados todavía.

Había estado tan aterrado de que las cosas no cambiaran a pesar de ello, de que Seijūrō solo estuviera jugando con sus sentimientos y decidió huir. Pero... ¿Y si no? ¿Y si esta vez sí sería diferente? Es decir, se besaron, y vaya que había sido un beso.

Eso significaba algo, ¿no? Había corrido sin pensar en nada más porque estaba aterrado, pero...

¿Y si eso era lo que Akashi necesitaba para al fin entrar en razón? ¿Y si ese beso significaba que al fin había logrado vencer la barrera de idiotez que bordeaba su estúpido corazón?

Lo sabía. No necesitaba que nadie se lo dijera, él lo sabía mejor que nadie. Era un imbécil por aun tener esperanzas. Tenía miedo de no poder arrancar esos sentimientos de su corazón, pero también temía que las cosas se hubieran podido dar, y él se hubiera marchado sin intentarlo una última vez.

Así que... después de lo que pasara, viviría sin remordimientos.

Una vez más.

Lo intentaría solo una vez más.

Si luego de ello Akashi no hacía nada al respecto, entonces todo estaba dicho. incluso si ya su corazón se rompía a un punto de no volver a sanar, eso sería todo. Ya no esperaría nada.

—Es una promesa, Nigō. Una promesa a mí mismo —el cachorrito soltó un ladridito feliz.

Sabía que debía marcharse, Akashi estaba tan enfrascado en complacer a su difunta madre, que no entendía razón. Pero si era un reverendo imbécil, Tetsu aún tenía un granito de fe en él.

Era una apuesta.

Todo o nada.

Perder o ganar.

Inhalo con fuerza, calmando su corazón, entonces colocó las manos con firmeza sobre el volante, dispuesto a volver. Sin embargo, cuando estaba dispuesto a encender el auto, este no lo hizo. Tetsu lo intentó en varias ocasiones, pero nada, el motor estaba muerto. Y cuando creyó que no podía ser peor, del capo comenzó a salir humo.

—No me...

Una larga lista de insultos que podrían en vergüenza al malhablado de Aomine, escapó de los bonitos labios del tierno Kuroko Tetsuya.

.

.

.

 

 

—Por mal suerte, ya había tenido algunos problemas con el auto, así que había guardado un par de números de grúas cercanas —Kuroko explicó a Aomine, volviendo de sus recuerdos—. Se quedó en el mecánico y me lo entregarán mañana.

Bueno, eso explicaba totalmente porque el vehículo no estaba por ningún lado, pero ¿Dónde había estado él todo ese tiempo? Con más, razón si no tenía en que desplazarse, debió haber vuelto lo más pronto posible.

—Eso es algo que no te incumbe Aomine-chismoso-kun.

Chismoso-kun puso los ojos en blanco. Tetsu rio internamente, el moreno se la pasaba poniéndole apodos nuevos a Fresita, pero bien que se mosqueaba cuando le ponían a él. Había que ver la hipocresía que se cargaba.

Como sea, no es que fuera un secreto el lugar en el que había permanecido, pero era más divertido molestar al moreno.

En realidad, lo de la grúa era mentira, en su momento no supo realmente que hacer, pero no lo dijo porque no quería lucir más idiota de lo que ya se sentía. Por suerte se le había ocurrido hablarle a Nash, y este no dudo en ayudarle de inmediato. Luego, lo invitó a comer viendo la hora, entonces el resto de la tarde la habían pasado hablando.

Tetsu se había a sincerado con él. Le habló de lo que sucedió la noche anterior y que intentó marcharse luego de ello, como un cobarde, pero que no pudo. Para su sorpresa, Nash fue bastante comprensivo, diciéndole que a veces era muy difícil ignorar al corazón; no era tonto decidir seguir lo que este decía de vez en cuando.

Era mejor intentarlo todo a que el remordimiento carcomiera sus pensamientos toda la vida.

Necesitaba tener un cierre definitivo o un inicio maravilloso, no algo medio.

—Cruzaré los dedos por ti —dijo Nash, dándole una sonrisa encantadora—. Tienes todo mi apoyo.

—Gracias.

—En caso de que todo salga mal, y espero sinceramente que no, siempre puedes venir y tomaremos hasta caernos de borrachos. Me sacrificaré por ti —le guiñó un ojo de manera cómplice.

Pero Kuroko sabía que eso solo sería una excusa para emborracharse y llorarle a su ex, porque era definitivamente obvio que Nash no lo había superado. Bueno, tomando en cuenta su situación, no era nadie para juzgarlo. Realmente le daba mucha curiosidad la clase de chico que era ese ex prometido.

—¿Y tú? —dijo una voz que no era la de Daiki. Kuroko fue devuelto de sus recuerdos de golpe—. ¿No piensas hacer nada respecto a Kuroko? A este paso, lograras que deje de amarte. Y si en esas estamos, Akashi, le daré a él todo mi apoyo para superarte —Fresita se escuchaba molesto.

Tetsuya inhaló con fuerza, totalmente nervioso. Aomine lo vio morderse los labios, ansioso.

Durante algunos segundos hubo silencio, un maldito silencio que le calaba en los huesos al de cabellos celestes. Y luego una risa...

Kuroko sintió que se le caía el mundo.

Akashi estaba riéndose. ¿Acaso le resultaba absurdo o divertido el solo pensar que pudiera hacer algo para cambiar su relación? ¿O era que pensaba que lo tenía comiendo de su mano y que la idea de que lo olvidara le resultaba estúpida? Mierda... no quería escucharlo... pero aun así permaneció de pie en su lugar, porque eso se suponía que era lo que él había decidido. Decidió tener esperanza una última vez. Confiar solo una vez más.

—Incluso si ya no me ama... —Seijuro habló por fin. Tetsuya apretó los ojos con fuerza, abrazando al cachorrito en sus brazos mientras sentía que el corazón se le iba a salir por la boca—. Haré que me ame de nuevo. No pienso renunciar a él —terminó.

El corazón de Tetsuya brincó dentro de su pecho.

Por un segundo, olvidó como respirar, al segundo siguiente inhaló con fuerza llenando sus pulmones con el preciado oxígeno. Una inhalación que dolió cuando su pecho se hinchó más de lo que normalmente lo hacia

Aomine lo vio soltar todo el aire de golpe, tenía una cara de incredulidad mezclada con felicidad infinita, que no sabía realmente cómo reaccionar del todo, por un momento pareció como si fuera a darle un ataque. Daiki sonrió, no lo había visto tan expresivo en mucho tiempo, no algo más que tristeza o enojo.

—Felicidades, Tetsu —le dijo.

Y Tetsu lo observó con sus enormes y hermosos ojos celeste, aun creyendo que quizá había escuchado mal. Fue algo gracioso, de hecho. Daiki posó una mano sobre sus cabellos, revolviéndolos con cariño.

—Fue real... el tonto de Akashi dijo que va a conquistarte de nuevo si es que ya lo olvidaste.

—¿Sí?

—Sí.

En los ojos de Kuroko hubo un brillo, un destello de alegría abrumadora que iluminó todo su rostro con una enorme sonrisa. Una sonrisa tan preciosa como Daiki no le había visto desde que jugaban baloncesto en el instituto. Sus mejillas sonrojadas y sus ojitos achinados algo humedecidos, mientras mostraba sus bonitos dientes.

Que extraño era ver una expresión así en su rostro siempre serio, pero una sonrisa le sentaba tan bien. Se veía precioso.

—¡Sí!

Aomine le correspondió el gesto, sonriendo en verdad muy feliz por él.

 

~•§•~

 

Después de varias horas conduciendo, en las que su mente divagó en lo que debía de hacer para no terminar de arruinar las cosas con Chihiro, y en las que sin duda descarto unas y planeó otras, Seimei estaba listo para recuperar a su prometido.

El único problema era que, él, el gran Akashi Seimei, estaba muerto de miedo.

Se encontraba en el estacionamiento del edificio de Chihiro, aun en el auto, totalmente paralizado en el asiento del piloto mientras su mente lo traicionaba haciéndole pensar en el peor escenario posible.

Uno en donde Hiro, como le decía de cariño, aceptaba hablar con él solo para terminar de cortar los lazos que los unían. En donde lo dejaba, donde lo perdía totalmente sin ninguna esperanza de recuperar su amor.

Seimei jamás se había sentido tan inseguro en toda su jodida vida.

Tenía un plan, incluso había comprado una rosa, porque Hiro, siendo tan tranquilo como era, odiaba las cosas ostentosas, así que él le compró una rosa blanca porque una roja destacaba demasiado siendo muy llamativa y eso no le agrada del todo; pero todo ese jodido plan se había ido por el desagüe en cuanto estacionó el auto y el motor de este se apagó.

Y ahora estaba ahí, como un imbécil, sintiendo que todo lo que había planeado solo fue un desperdició de energía, porque en ese momento no lograba recordar un carajo de lo que supuestamente había planeado y en lo que dicho plan consistía.

Pero aún así se obligó a salir del auto, tenía las manos heladas y le temblaban; el hecho de solo abrir la jodida puerta fue una gran hazaña. Si Cerecita lo viera en ese momento, seguramente le daría una bofetada para hacerlo reaccionar. Ojalá estuviera allí para poder golpearlo, en serio necesitaba tanto ese golpe.

Cuando al fin puso un pie fuera del vehículo, se sintió como si todo su mundo diera vueltas y se distorsionara. El concreto del estacionamiento de pronto parecía de un material totalmente blando que se movía de un lado a otro, como un monstruo que amenazaba con devorarlo sin piedad. Un monstruo hecho de sus errores, que repetía una y otra vez las estupideces que había hecho y el cómo había dañado a la persona que más lo amaba en esa vida.

De pronto pareció como si todo a su alrededor se silenciara, y lo único que podía escuchar era su respiración agitada y los acelerados latidos de su corazón. Su pecho dolía, la rosa blanca en su mano quemaba y se sentía tan, tan pesada.

No quería perderlo.

Lo amaba.

Lo amaba más cualquier cosa.

Pero sí lo rechazaba y alejaba de si por completo era algo que él se había buscado, y eso era lo peor de todo. Porque él solo se había metido hasta el cuello en ese pozo sin fondo que amenazaba con tragarlo y no dejarlo salir jamás. Él era el único culpable.... Ni siquiera el maldito de su padre.

Solo él.

Fue él quien fue tan estúpido como para terminar su compromiso sin ninguna explicación. Solo cegado por el odio y el dolor. Era tan inteligente pero en ese momento solo había actuado como el más maldito idiota del planeta.

Si lo perdía. Si en verdad llegaba a perderlo todo su mundo se desmor...

—¿Sei?

Seimei se quedó de piedra en su lugar, creyendo por un momento que su mente estaba jugando aún más sucio con él, haciendo que incluso escuchara la voz de su amado.

—¿Estás bien?

Por un momento, un instante, Seimei había olvidó como respirar, por lo que al segundo siguiente hizo una inhalación tan profunda que sus pulmones se sobrellenaron de oxígeno y su pecho dolió. No estaba alucinando. Era él.

Era Chihiro. Estaba ahí, de pie frente suyo en el estacionamiento subterráneo... Y se veían tan mal.

Tenía ojeras horribles y estaba tan pálido; su cabello se veía húmedo y desordenado, incluso parecía haber perdido algo de peso. Él lucía como alguien enfermo... y todo era su maldita culpa. Pero aun así, su corazón dio un vuelco terrible en su pecho al darse cuenta que usaba una pijama que él, Sei, le había regalado y que era su favorita, además se veía jodidamente adorable con sus jodidas pantuflas de conejo.

Le hubiera gustado decir que estaba bien, pero en ese momento se sentía como una grandísima mierda. Lo único que había hecho había sido dañarlo horriblemente... Y a pesar de ello Hiro aún se preocupaba por él.

—Te traje una rosa —fue lo único que pudo decir.

Su mano temblorosa se alzó, ofreciéndole su regalo, estaba aterrado de que Chihiro no fuera a tomarla, o que lo hiciera solo para arrojarla a la basura frente suyo, o incluso que la lanzara a su cara. Y estaba bien que lo hiciera, porque lo merecía... pero no quería que fuera el caso.

Chihiro observó el rostro de su ex prometido, estaba sudando y parecía algo pálido. Él había salido a comprar algunas medicinas, porque siendo sincero le hacían mucha falta, y ciertamente no tenía muchas ganas de salir, pero no había nadie más; no había tardado mucho, casi nada, sin embargo al volver no esperó encontrar a Seimei en el estacionamiento subterráneo, yaciendo de pie a unos metros del ascensor... totalmente congelado.

Temblaba y lucía algo desorientado. Chihiro se preocupó de inmediato, su corazón había saltado en su pecho y había querido correr hacía él y rodearlo con sus brazos, clamar su corazón turbado... como esa noche, la noche que perdió a su madre. Como esa y tantas más.

Pero luego recordó lo que había hecho, el cómo había roto en mil pedazos su compromiso sin importarle que lo amaba.

Sus ojos vacíos observaron la rosa blanca en las manos temblorosas del jodido gemelo menor. Quiso abofetearse cuando su corazón, incluso después de lo que ese bastado había hecho, se había emocionado de sobremanera con ese pequeño gesto.

Con algo de duda, alzó la mano también. Inhaló con fuerza cuando sus dedos rozaron quedamente los de Seimei, su piel estaba fría.

—G-Gracias...

Acercó la rosa a su pecho, observándola con cariñó un segundo. Y luego Sei vio sus dedos apretarse con fuerza contra el tallo, como si fuera a partirlo en dos. Por un momento creyó que en verdad se lo tiraría al rostro. Pero entonces su ex prometido giró, yendo hacía el ascensor, presionando el botón con algo de fuerza para abrir las puertas, parecía furioso. Sus hombros estaban tensos y presionó el bendito botón una y otra vez hasta que el ascensor abrió. Cuando se giró ya una vez dentro, el de ojos bicolores notó que apretaba los labios.

De nuevo se sintió perdido, creyendo que iba a dejarlo ahí... pero lo merecía, desde luego que lo merecía.

—¿No vienes? —el de cabellos grises dijo desde la caja metálica.

Y el alma le volvió al cuerpo a Sei.

Los escasos minutos en el ascensor fueron brutalmente largos, y tensos. El Akashi menor no pudo evitar notar como Hiro movía una pierna de forma incesante, como un tic nervioso, o furioso, probablemente ambos. No, era seguro que ambos. Se mantuvo en silencio porque sabía que no era lugar para hablar correctamente, y su ex prometido estaría aún más furioso si se atrevía a decir alguna sola palabra.

Lo único que Sei quería era acortar la maldita distancia que los separaba, empotrarlo contra las paredes y besarlo hasta que el oxígeno les hiciera falta, y aun más luego de ello. Sin embargo se contuvo, más que eso, los nervios y el miedo de arruinar más las cosas hicieron que estuviera inmóvil en el extremo contrario de donde Hiro yacía.

Se sintió como si hubiera pasado una eternidad cuando las puertas al fin se abrieron. De camino en el pasillo, Sei permaneció detrás, observando la figura de Hiro, pisaba con fuerza cada paso que daba, hasta que finalmente estuvieron frente a la puerta de su apartamento. El de cabellos grises se apresuró a quitar el seguro y fue el primero en ingresar.

Y Seimei también lo hubiera hecho, de no haber sido porque, luego de que Hiro entrara, cerró la puerta justo en la cara del de ojos bicolores. Por un momento, el Akashi creyó estar viendo estrellas, el golpe fue fuerte y totalmente repentino, y lo había tomado tanto por sorpresa que no logró reaccionar de ninguna forma, ni siquiera pudo poner los brazos frente a su cara.

Soltó un quejido mientras retrocedió un par de pasos y llevaba una mano hacia su sien, sacudiendo un poco la cabeza para despabilarse.

La puerta se abrió de nuevo. Chihiro lo veía con sus ojos oscuros y las mejillas algo sonrojadas.

—L-Lo siento... pasa —se disculpó, haciéndose a un lado para que el otro pudiera ingresar.

Mierda, se veía tan bonito.

No es que le hubiera cerrado la puerta en la cara a propósito, simplemente estaba tan enojado que solo había sucedido, igual no significaba que no se lo mereciera, porque se lo merecía, eso y más... era solo que, tampoco era como si le gustara verlo lastimado, porque el golpe en serio fue fuerte, tenía un hilito de sangre bajándole por la nariz.

Pero no, Chihiro no iba a curarlo.

Estaba preocupado, claro que sí. Lo amaba y no quería verlo lastimado, pero no pensaba ceder ante él con tanta facilidad, necesitaba un escarmiento. Y, además, estaba enojado, muy enojado.

Sei ingresó al apartamento como si fuera la primera vez que entraba, sus ojos de dos colores observaban en todas direcciones, inspeccionando cada rincón... como si no lo conociera ya de memoria, como si no fuera ya su hogar.

Prácticamente nada había cambiado, todo se veía en completo orden, nada fuera de lugar, y no era para sorprenderse, Hiro gustaba de mantener su espacio personal ordenado. Incluso cuando enfermaba lo veía limpiando un poco. O a veces se abstenía de hacer algo para que las cosas permanecieran igual.

Aunque, en realidad, también era algo holgazán. Se aseguraba que siempre estuviera limpio y que la suciedad no se acumulara, pues no le gustaba esforzarse tanto, solo en lo necesario, que fuera simple y fácil. Por ello se enojaba cuando él, Sei, desordenaba un poco, pues no quería tener que esforzarse demás por su culpa; de todos modos, lo obligaba a reparar lo que había arruinado.

Realmente no lo aparenta porque normalmente era muy calmado, pero cuando se enojaba, era bastante grosero... y se veía tan jodidamente caliente con el entrecejo arrugado y los labios fruncidos, lucía realmente sexy cuando le gritaba estando molesto. Y todo para luego él lo calmara con besos y caricias, y sin duda una sesión de sexo medianamente salvaje en todos lados.

Hasta la fecha, el Akashi aún se preguntaba cómo fue posible que se enamorara de él. Sus personalidades eran tan opuestas, sin embargo, de alguna forma habían congeniado a la perfección...

Que imbécil había sido. ¿Qué carajos había cruzado por su cabeza en ese momento? Todo lo que sabía era que era un idiota. El más grande idiota del jodido planeta.

Sus ojos se centraron en Chihiro, en él yendo a la cocina en busca de un pequeño florero para la rosa blanca. No encontró ninguno así que, harto ya de buscar, solo tomó un vaso y la puso allí; normalmente hubiera continuado buscando hasta encontrar uno, porque esa rosa era un regalo suyo, sin embargo, ahora no lo hizo.

El ambiente se sentía tan malditamente tenso, era horrible. Odiaba esa maldita situación, quería que acabara. Necesitaba hacer algo para romperla. Estaba allí para arreglar las cosas, sin embargo, si continuaba con esa maldita actitud cobarde y pesimista podría incluso empeorar todo.

No podía permitir que pasara, así que, se armó de valor inhalando y exhalando profundamente. Si lo pensaba bien, era tan ridículo que tuviera tanto miedo. Había salido tan seguro de casa de su hermano, con las expectativas altas y la confianza hasta las nubes.

Era momento de mostrar algo de ello.

—Hiro —comenzó, llamando su atención, el chico se tensó en cuanto escucho su mote cariñoso—. Sé que dije e hice algo estúpido. Pero quiero que sepas que te amo, que incluso si y...

—No me digas así —lo cortó de inmediato, apretando los labios—. No te atrevas a llamarme con el apodo "cariñoso" con el que solías llamarme. No seas tan hipócrita —camino hacia él, Seimei podía ver como apretaba los puños—. ¿Me amas, dices? Si realmente me amaras no me hubieras hecho esto... eres un maldito. Eso es lo que eres.

—Sé que lo soy —el Akashi se acercó un paso, tanteando terreno—. Y si me dejas explicarte, Hiro, te juro qu...

Las palabras se cortaron de golpe de los labios de Seimei, provocado por el puño de Chihiro estrellándose en toda su cara. Sei retrocedió varios pasos, siendo tomado por sorpresa de nuevo, el dolor comenzando a esparcirse en su mejilla.

—¡Te dije que no me llamaras así, tú, maldito pedazo de mierda!

Chihiro también lo amaba. Maldita sea, lo amaba tanto. Y quería correr a sus brazos y besarlo, y perdonarlo de inmediato. Pero también estaba dolido, estaba destrozado maldita sea. Ese golpe, ese puñetazo lo había herido más a él que al imbécil de Seimei. Y aunque era un maldito de mierda, no quería verlo lastimado, y era horrible ser quien lo hería; pero al mismo tiempo quería romperle toda su perfecta y atractiva cara.

Era tan jodidamente complicado.

—Déjame explicarte, ¿Si? ¡Por favor!

El de ojos bicolores ni siquiera se acarició el rostro para intentar calmar un poco el dolor, la sangre escurría de nuevo de su nariz. Chihiro quería disculparse y luego sanar su herida, y también quería golpearlo de nuevo para que sangrara de ambos orificios nasales. El muy maldito.

—¿¡Explicar qué!? ¿¡Como mierda piensas explicar lo que hiciste!?

Hiro tenía razón. ¿Cómo se suponía que iba a explicarlo? Lo cierto era que era una estupidez, y estaba seguro que cuando terminara de hablar, iba a estar incluso más enojado. Pero... se lo debía.

—¡Me lastimaste! —Chihiro prosiguió—.¡Y no te importó! ¡No te importó cuanto supliqué que no me dejaras! ¡No te importaron mis lágrimas! ¡No te importo que amara!

»¡Solo me dejaste ahí, de rodillas en la alfombra, sin darme ninguna explicación! —Respiraba con dificultada, y con cada palabra se acercaba los pasos que Seimei se había alejado. Las lágrimas se escapaban de sus ojos y corrían por sus mejillas sin nada que las detuviera. Y Hiro de todos modos no quería detenerlas—. ¿¡Cómo crees que me sentí, eh!? ¿¡Tienes una maldita idea siquiera de cuan mierda me he sentido todo este tiempo!?

La distancia que los separaba fue entonces inexistente, y Chihiro golpeó con fuerza el pecho de Sei con las manos formando puños, una y otra vez, para luego tratar de empujarlo con todo lo que tenía.

—¡No tienes ni puta idea!

Pero Seimei lo sostuvo de las muñecas, no dejando que lo apartara de si, al contrario, atrayéndolo hacia su pecho para abrazarlo. Necesitaba tanto sentirlo contra su cuerpo.

—¡Suéltame, maldito infeliz! —forcejeó—. ¡Insensible de mierda!

Logró soltarse de una mano por un instante, porque Sei realmente no estaba sosteniéndolo con fuerza, pues lo último que quería era lastimarlo.

—¡Aaagh! —Chihiro se quejó, dibujando en su rostro una expresión de verdadero dolor. Apretó los parpados con fuerza mientras su entrecejo se fruncía, y luego se dobló sobre si, cayendo de rodillas.

—¿Hiro...? ¿¡Hiro, estás bien!? —Seimei soltó las muñecas de su ex prometido para luego sostenerlo de las mejillas—. ¿Qué sucede, amor? ¿Qué pasa? —la desesperación en el rostro del chico de ojos bicolores fue palpable.

¡Idiota! ¡Estúpido! Lastimarlo era algo que en la vida jamás querría y sin embargo lo había hecho, y se suponía que había ido para pedir una oportunidad para reparar ese daño, y sin embargo lo único que estaba haciendo era lastimarlo más.

—¡Lo siento, Hiro! ¡Perdón! —suplicó. Era y sería siempre su debilidad. Si se trataba de él, su orgullo podía irse a la mierda.

Y eso Hiro lo sabía, esa era una ventaja para él. Y la aprovechó muy bien.

—Dime que estás bien, por favor.

—Perfectamente, maldito bastardo —Chihiro dijo, y luego su puño se estrelló de nuevo en el rostro de Seimei.

El peli-rojo cayó de trasero en la alfombra, soltando un pequeño siseo debido al dolor. Una vez más había sido tomado por sorpresa. Sacudió de nuevo la cabeza para aclarar su mente, al fijar la mirada en el frente, Chihiro estaba de pie delante suyo, parecía no estar lastimado... eso logró sacarle un suspiro de gran alivio.

—Eres un bastardo —Hiro dijo en un susurro al ver como ni siquiera le importaba el golpe, sin embargo estaba feliz de que estuviera bien.

Imbécil, ¿acaso pensaba dejarse dar una paliza con tal reparar su error? Como si Chihiro quisiera eso... sintió algo en su pecho quebrarse. Una mezcla de tristeza, culpa y alegría.

—Lo sé.

—¿Por qué l-lo hiciste, Sei? —preguntó, la voz le temblaba—. ¿Por qué lo hiciste si dices que me amas? No lo e-entiendo —gimoteó.

Quizá pareciera que había disfrutado golpearlo, pero no era así. Había sido horrible, no quería hacerlo y al mismo tiempo sí... se sentía tan frustrado y dolido, confundido sin saber qué hacer. Odiaba sentirse tan turbado. Quería solucionar las cosas y que lo tomara entre sus brazos. Si le prometía que jamás volvería a hacerle daño, él iba a creerle. Le creería cualquier cosa...

—Porque soy un idiota impulsivo —Seimei respondió—, y estaba cegado por el enojo y no pensé en lo que hacía.

Chihiro sollozó. Dio un paso hacia el Akashi y luego se arrodillo frente a él. Las lágrimas no dejaban de escurrir por sus mejillas.

—Si había algo que te agobiaba, ¿Por qué no viniste a mí? —soltó un sollozo—. ¿Era algo que no podías decirme? Se supone que no había secretos entre nosotros, ¿No confías en mí?

—¡No! —Hiro jadeó en sorpresa—. ¡No! ¡No es eso! ¡Claro que confió en ti, por supuesto que lo hago! ¡No dudes de ello!

—¿¡Entonces por qué!? —explotó de nuevo.

Y odiaba esos malditos cambios de humor. Era horrible, no se sentía como él. Todo era un caos en su mente. Él no era así, de verdad no lo era.

—¡mmgh! —se quejó, y esta vez era en serio.

Cubrió sus labios pues las ganas de vomitar de pronto hicieron acto de presencia, intentó levantarse, pero no pudo debido a los mareos, por lo que se arrodilló de nuevo mientras sentía que todo daba vueltas.

—¿Qué ocurre, Hiro? —Sei lo sostuvo una vez de las mejillas, y esta vez se aseguró de en verdad inspeccionar el estado del de cabellos claros.

Estaba sudando mucho y se veía demasiado pálido.

—Ne-Necesito vomi...tar —dio una arcada.

El Akashi no perdió tiempo, pasó una mano por la espalda de Chihiro y luego pasó la otra bajo sus rodillas. Finalmente se puso en pie con este en sus brazos y se apresuró a llevarlo hasta el inodoro.

Se quedó a su lado mientras vaciaba su estómago, acariciando su espalda con infinito cariño mientras las arcadas hacían que su cuerpo se contrajera; revolviendo suavemente y con cariño su cabello en cuanto lo escuchó sollozar.

Se sentía como una mierda.

Y lo era.

Era un bastardo idiota que se había equivocado de la peor manera. Pero iba a enmendar ese error, incluso si le llevaba una vida hacerlo... y eso no sonaba para nada mal. Lo que más quería era estar junto a Chihiro hasta que el último suspiro escapara de sus pulmones.

Cuando las arcadas terminaron y luego de que Hiro limpiara su boca y remojara su rostro, él lo llevo en brazos de nuevo hacia la sala, sin decir nada. Lo dejó ahí sentado mientras buscaba la bolsa plástica que había visto llevaba en todo el camino desde el estacionamiento hasta su apartamento.

Efectivamente eran medicinas, y dentro también había una receta que con algo de esfuerzo logro leer. Tomó el medicamento que indicaba y luego de ir en busca de un vaso de agua, finalmente fue hasta Hiro, que aún permanecía en el sofá.

—Gracias —él dijo, esbozando una débil sonrisa.

Llevo las pastillas a sus labios y luego el agua. Sei tomó el vaso de regreso y lo llevó hasta el grifo, después volvió hacia la sala. Allí, observó a Hiro unos momentos, contemplando su semblante pálido; los huesos de su clavícula se marcaban más de lo que recordaba.

Sus ojos bicolores reflejaron tristeza y dolor. Ardían detrás de sus parpados.

—P-Perdón —susurró, y luego se dejó caer de rodillas mientras recostaba el rostro sobre los muslos de Chihiro—. Hiro, p-perdóname.

Chihiro sonrió, una sonrisa quedita. Sin poder resistirse más, posó una mano sobre los cabellos rojizos de Sei, comenzando a acariciarlos como siempre hacia. Con suavidad y cariño. Con todo el amor que le tenía y no dejaría de sentir.

Sintió al peli-rojo estremecerse bajo su toque. Momentos antes estaba tenso, creyendo que quizá iba a apartarlo de su lado, pero en cuanto sintió sus caricias todo su cuerpo se relajó.

—¿Qué fue lo que sucedió realmente, Sei?... por favor, solo dímelo. Necesito saberlo. Lo merezco.

Sei alzó el rostro para poder ver a Chihiro a los ojos, estos aún estaban rojizos, también lucía algo pálido, las ojeras se marcaban en su rostro. Guio una mano a su mejilla, temiendo que fuera a negarse al contacto, sin embargo el chico se dejó hacer, incluso cerró los ojos y se frotó contra su mano.

Que desastre había sido todo. Y con sinceridad aceptaba que jamás había visto a Hiro ser tan volátil. Cuando discutían, eran discusiones que no pasaban más de un ceño fruncido, palabras algo subidas de tono y una ley del hielo que no duraba más que un par de horas. Sin embargo ahora había estado tan alterado... lo había herido tanto.

Chihiro seguramente había tratado de contener sus emociones, pero era tanto lo que sentía que llegó un punto en el que no sabía qué hacer. La tristeza golpeaba contra su pecho y el no saber qué había salido mal susurraba constantemente contra su oído que era su culpa.

Sabía perfectamente que Hiro no era violento. Debía sentirse realmente desesperado para llegar al punto de en verdad soltarle puñetazos, y estaba seguro que luego eso mismo lo atormentaría... y el único que lo había orillado a eso era él.

Cuando supiera porqué lo había hecho, Hiro estaría molesto. Él lo había dicho, como pareja, estaban para contar con el otro. No solo en las buenas, sino también en las malas y mucho más en las peores. No debió actuar tan abruptamente. Lo que en verdad tuvo que haber hecho fue correr a sus brazos y buscar consuelo contra su pecho; no herirlo, mucho menos dejarlo.

Seimei se recostó de nuevo sobre los muslos de Chihiro, sus brazos rodearon la cintura de este, aferrándose a él desesperado. No pudo evitar soltar un gimoteo al sentir como, una vez más, los dedos del de cabellos grises se enredaban en sus hebras rojizas, acariciando su cabeza con ternura.

—Tengo otro... hermano —comenzó, su confesión fue apenas un susurro.

Pero lo suficientemente alta como para que Hiro lo escuchara perfectamente. Las caricias de sus dedos se detuvieron un segundo debido a la sorpresa.

—Mi padr... ese maldito sujeto engañó a mi madre...

La angustia se reflejó en los ojos oscuros de Chihiro. Él sabía perfectamente cuanto Seijūrō y Seimei amaban a su querida madre, él mismo la amaba. Había sido una mujer tan hermosa y dulce, y ella también adoraba a su hijos.

Había sido terrible el cómo su salud la había deteriorado tanto.

—Lo siento mucho, Sei —un sentimiento sincero dicho con palabras suaves.

Sei reafirmó su agarre en la cintura de Hiro. Y este lo sintió temblar sobre sus piernas.

Oh, su tonto Sei.

Para Chihiro fue claro que había estado conteniendo todas sus emociones hasta ese momento. Él sabía que era orgulloso y no le gustaba mostrar a nadie su debilidad, nadie más que él. Sin Hiro a su lado todo ese dolor se había acumulado sin ser liberado, y ahora estaba apretando su pecho al punto de ser demasiado.

—Suéltalo, Sei —dijo con voz dulce y tranquila sin dejar acariciar sus cabellos.

Y Seimei soltó todo lo que tenía acumulado en su pecho mientras le hablaba de lo que sucedió ese día con su padre y hermano.


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