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Inframoralidad por Xora

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Notas del fanfic:

Primer Oneshot dedicado a la categoria de "Originales" que me doy a la libertad de publicar.

Intenté presentarme con un Longfic pero no me sentía tranquila de dejarlo a la deriva sin continuación por mucho tiempo así que opté avanzar en anonimato sin hacerlo público todavía. Y vuelvo a ponerlo a prueba con una historia independiente del relato inicial.

Notas del capitulo:

Hay un poco de lenguaje vulgar y también los personajes se estarán llamando por sus apodos o para referirse a otros personajes constantemente. Quedan advertidos.

No estoy segura de dónde salió este escrito pero no me lo pude sacar de la cabeza hasta plasmarlo.

Disfruten.

Sentir representa un mecanismo anatómico natural. El sentir el fuego al quemar la piel, el sentir el agua escurrirse entre los dedos, el sentir al dolor que se distribuye por cada nervio conscientizando al cerebro sobre las ordenes que debe dar al cuerpo de apartarse del peligro pues el dolor es la clave para que las reacciones se activen, reanimando otras como efecto en cadena. Sin embargo, ¿qué valor tienen en esta maquina perfecta cuando ya ha dejado de funcionar? ¿Por qué es tan importante sentir si todo se acabará en un parpadeo? La muerte es lo único que unifica al universo -lo hace equitativo- ya que la muerte avanza y jamás se detiene en el transcurso del tiempo. Nadie puede asegurar que habrá un próximo nacimiento, nadie puede comprometer su palabra con que alguien va a sobrevivir a un fenómeno natural, nadie puede señalar que la muerte no es la única en tomar todo sin impedimentos. La muerte es para niños, adultos, ancianos, incluso para aquello que todavía no nace. Tal vez sentir no valga la pena pero es peor no sentir nada; era lo que él pensaba mientras dormitaba a merced de los rayos solares y del viento que, trayendo consigo nubes tormentosas, profetizaba lluvia. Mientras, desde la lejania, alguien había reconocido su silueta dentro del espacio solitario conformando un decadente parque de atracciones. 
 
Vestido con una sudadera gris cuya capucha cubría su cabeza sin dejar pasar desapercibido el color plateado de sus cabellos, Locis se aproximó a su objetivo quien reposaba en el pasto, ajeno a todo lo que le rodeaba, perdido en sus pensamientos. Callado, se acomodó en cunclillas junto a su mejor amigo desde la secundaria, encendiendo en sus labios un cigarrillo antes de dedicarle una mirada a quien ni siquiera se había inmutado por su presencia. Las pisadas sobre el pasto seco no eran silenciosas y dudaba mucho que su amigo estuviera dormido; nunca dormía al aire libre sin importar cuán cansado estuviera o cuánto estrés cargara sobre sus finos y delgados hombros.
 
"Cadáver" solían llamarle sus conocidos porque ese chico de cabellos negros y pálida piel era un hombre muerto, alguien que ha fallecido de mente como quien yace putrefacto de espíritu. Mortuum era un joven que seguía la corriente de la vida más por compromiso que verdadero deseo pues no poseía ambiciones o creencias a las cuales serles fiel. Locis lo conocía mejor que nadie, no por nada es que eran tan íntimos entre su reducido circulo social. Locis no era el más honesto pero, a pesar de su semblante agrío, casi igual de muerto que Mortuum, proveía mayor convivencia de la que Mortuum dedicaba a sus conocidos. Y de alguna manera se complementaban bien. Mortuum carecía de palabra pero mantenía sus promesas, Locis no era abierto a las promesas y era por eso que sus palabras llegaban al alma porque eran sinceras, aunque un poco más engañosas.
 
El viento sopló a sus oídos susurros impronunciables, agitando los plateados cabellos lo suficiente para hacer caer la capucha que resguardaba sus oídos, Locis se acomodó el cuello de la sudadera y sacó de sus bolsillos una cajetilla de cigarrillos que no tardó en quemar contra sus labios con el fuego de un encendedor en forma de serpiente, y estas acciones consiguieron que su indiferente acompañante por fin arrugara su nariz con desagrado sin abrir los ojos.
 
—¿Otra vez con eso?— cuestionó Mortuum en acento desganado, desintegrandose como las cenizas del caro cigarrillo que el peliplata pretendía fumarse. Sin embargo, Locis no lo hizo, en cambio lo apartó de sus labios para colocarlo entre la boca de Mortuum quien no tuvo más opción que recibirlo antes de levantarse bruscamente del suelo.
 
—Cierra el hocico, Cadáver. Mi vicio es mejor que tu manía de acostarte de piernas abiertas como puta en cualquier orilla a esperar quien te haga el favor de violarte.
 
—Ojala pudiera ganarme el sustento en un prostíbulo— agregó el joven de cabellos negros chupando el cilindro con torpeza, tratando imitar la afición del chico a su lado con el tabaco. No lo decía de verdad ya que no estaba interesado en mantener sexo con nadie pero la confianza que le inspiraba la presencia de Locis le brindaba libertad de hablar estupideces.
 
—Ya quisieras, nadie querría follar con una mendíga arapienta y ojerosa como tú.
 
—No estaría tan seguro. ¿Sabías que el marica del salón C quería conmigo?
 
—Edgar quería con todos— acotó Locis irritado ante el recuerdo de aquel muchacho rubio de porte educado y bonachones ojos verdes. —No me jodas, Cadáver. El imbécil también coqueteó conmigo y con La Rata, tardé un mes en quitarmelo de encima después de cometer el estúpido error de mencionar mi bisexualidad enfrente de él.
 
 —Pensé que lo tuyo era una etapa— confesó Mortuum, aburrido.
 
—Si lo dices por Beatriz, ser bisexual no significa ser infiel. Además fue la perra quien bien jodió con eso del trio. Yo no iba a compartirla con nadie mientras follaramos. Mucho menos con el principito ese con quien me engañó después.
 
—Para empezar fue tu culpa que ella te cambiara, nunca fuiste delicado. Eres muy posesivo y eso provoca rechazo garantizado.
 
—Dímelo cuando dures en una relación.
 
Mortuum aspiró el humo expulsado por sus labios, reconociendo el sentimiento desleal hacia el escaso número de personas que pretendieron mantener un noviazgo a su lado. Mortuum nunca tomó en serio a nadie, jamás. Lo peor era que no sostenía estas relaciones sentimentales por sexo ni por la necesidad de una compañía en sus días flojos e insípidos. Sabía que esto en cierto modo era cruel para sus pretendientes pero no era del todo su culpa. Ningún cuerpo o sentimiento de empatía era más fuerte que el secreto que resguardaba de quienes asqueaban ese tipo de inclinaciones tan equivocadas. Un mal que se retuerce en la arena cual gusano consumiendo de la carne putrefacta.
 
—Es inévitable, después de todo fueron ellos quienes insistieron, nunca fue mi intención darles esperanzas. Monse era muy habladora, era linda pero superficial. Elenna también, aunque trató de ser comprensiva, y no me hables de Richard, ese tipo es basura entre los homosexuales.
 
—No conseguirás nada mejor mientras sigas encapsulado en esa coraza antisocial.
 
En respuesta a la observación de su único -y considerado- amigo, Mortuum se alzó de hombros con obvio desinterés, devolviendo lo que quedaba del cigarro a sus labios con arraigados movimientos cansados.
 
—No necesito de una pareja para atender las necesidades motoras de mi cuerpo.
 
—En ocasiones, tu asexualidad parece una farsa.
 
—Ni siquiera sé si estos términos se ajustan por completo a los humanos, ¿no los están sobrevalorando quienes los usan?
 
—Sinceramente, no lo sé. Sólo puedo decirte que te estás desviando más de lo apropiado.
 
—Hubo un tiempo en el que evadí mi sentir por la mujer que me trajo a la vida, y ahora ya no me importa qué piense la gente, sólo me importa lo que ella pueda decir si se entera.— La mirada apagada, rota, de Mortuum se fijó por primera vez en su acompañante con un peligroso brillo arbitrario.  —¿O es que ahora tú, quien lo sabe, vas a juzgarme por ello?
 
—Por mi podrías excitarte hasta con la mierda— declaró Locis, resignado, contaminado por un acento dócil y falto de fuerzas mientras se levantaba. —Te lo dije, ¿no? Te acepto como eres, en realidad me tranquiliza saber que no eres un insensible y que también experimentas emociones como el resto de nosotros, aunque sean un poco enfermizos. No me importa que estés enamorado de tu madre, sólo...—; Locis se detuvo, no tenía derecho de confesarse así, no era correcto sabiendo que era la única persona con quien Mortuum había compartido este secreto y que sólo lo tenía a él para cargar el peso de esta cruz sabor a ceniza. Locis también sufría pero el corazón era fácil de reemplazar con bolsas de barro y figuras punteagudas dispuestas a clavarse de adentro hacia afuera en su carne. —Sólo no te ilusiones. En el mundo real sigues siendo su hijo, toda la familia que a ella le queda. Sin tu hermana, eres su tesoro fraternal. Olvidate de tu padre, el imbécil sólo sirvió para que tú nacieras.
 
Mortuum bajó la cabeza, percatandose del sabor amargo llenando su boca; era culpa del cigarrillo mentolado que había fumado pero este parecía reflejo de la cruda verdad que Locis lo obligaba ver. La conocía y era consciente de esta pero continuaba armando en su interior aparatos de tortura a los que entraría por voluntad propia con intenciones de autoconvencerse que no existían alternativas, que estaba condenado a este insano mal de amores profundo y discreto. Y no dijo más, no le quedaban palabras para resistirse al sistema mundial; estaba cansado de fingir demencia.
 
—Está oscureciendo— Locis puso en evidencia el tinte espectral del ambiente, despertandolo del desolado ensueño que representaba su tiempo en compañía del pelinegro. —Oye, Cadáver. ¿Tienes planes para un rato?
 
—Debo volver— espetó sin emoción. Se pusó de pie manteniendo la mirada en el suelo que pisaban. —Le prometí a mi madre que me encargaría de la cena.
 
Locis no se sorprendió por tal contestación, era algo típico en Mortuum. Anteponer sus compromisos con su madre era algo que siempre hacía cada vez que de forma implícita le invitaba quedarse por más tiempo a su lado. A pesar de todo, Locis no concretó molestarse pero tampoco sonrió. Metió las manos en los bolsillos de su sudadera, indiferente.
 
—Te acompaño.
 
Mortuum apenas lo miró, sabía que el peliplata no amaba estar en su hogar, evitaba lo más posible acercarse a esa construcción armoniosa de fachada pues su familia podría ser llamada disfuncional en términos comunes, sólo escasas muestras de cariño entre sus integrantes, peleas de adultos con adolescentes y los problemas económicos usuales. Quizás sólo sería resaltante el hecho de que uno de sus hermanos menores reveldes estaba en malos pasos con la trata de droga y que uno de los mayores era un sicario conocido por "Eraser" entre las pandillas. Locis era el tercero de los hijos y contaba con dos hermanos mayores y tres menores, dos de ellos medios hermanos traídos al mundo por infidelidades de ambos progenitores. El primogénito estaba casado y ya estaba al mando de una familia compuesta por su esposa, su hija y un perro. El segundo hijo vivía solo pero aún solía habitar su antigua recamara cuando se le daba la gana, el cuarto era una joven bastante rígida de caracter -media hermana, hija de un padre muerto entre borracheras- mientras el quinto era un estudiante tímido que acompañaba a la primer hija adoptiva en su misma secundaria mientras que el último estaba malcriado a la vida de un orfanato antes de ser adoptado también por remordimientos del padre. El pueblo donde vivían era pequeño y el progreso solía ligarse a la criminalidad. No era algo de lo que debían enorgullecerse pero la cuna albergaba grandes entidades que protegían el estado de afuera; Locis se lo había explicado una ocasión que Mortuum se atrevió rozar el tema luego de escuchar ciertos rumores dichos por las malas lenguas. Su mejor amigo no estaba iniciado en ello ya que valoraba su vida pero había experimentado lo denso que era la fosa del asesino, Locis tenía sus manos manchadas de sangre inocente y descubrir cuán fácil había sido le hizo temer de sí mismo, de sus capacidades dentro del ambito. Tal vez fue su confesión la que hizo que Mortuum se descubriera más compatible con su mejor amigo y por ello no había dudado mencionar su retorcido enamoramiento cuando Locis dio hincapié. Ellos eran seres contaminados, eran parte de la escoria. Y Mortuum apreciaba poseer la amistad de alguien que conoce hasta dónde es capaz de llegar un hombre a causa de su sed. Pensó en que le gustaría abrazarlo por este regalo leal cuando lo miró, reparando en los cabellos plata que, por supuesto, no eran naturales y que había elegido para despreciar la anatomía que le asemejaba a quienes no dejarían de ser sus parientes sanguíneos.
 
—Siempre pensé que pudiste teñirte el cabello de un color mejor. Verde o morado, te sentaría mejor el morado, va con tu personalidad.
 
—Morado te dejaré un ojo si vuelves a insistir con lo mismo.
 
Mortuum sonrió por primera vez -una sonrisa bañada con la fatiga que caracterizaba su semblante- debido al acento fantasmal que Locis usaba en sus amenazas de boca dejando a un aspecto desinteresado cubrirle ya que no advertían intenciones verdaderas cuando no dudaba cumplirlas una vez cruzaban la linea de su paciencia. Mortuum jamás había experimentado en carne propia alguna sentencia impuesta pero había sido espectador de narices rotas, brazos torsidos y despiadados cortes de navaja sin miramientos. Locis era peligroso no por su apariencia sino por su inalterable cariz. El oxidado parque de diversiones había quedado atrás, entonces Locis paró en seco su andar, mirando fijamente una figura que se distinguía de la concurrida avenida que pronto surcaron tras cruzar la linea de cinco cuadras, incitando a Mortuum imitarlo para mirar también la figura de un chico pelirrojo de largo cabello hasta el hombro cuyo lacio fleco brillaba en un tono similar al atardecer, aplastados por un gorro negro deletreando palabras en latín, sus ropas eran holgadas y cargaba en su rostro una sonrisa alarmante, sus ojos azules -casi grises- yacían fijos en las pupilas acentuadas por los pupilentes blancos que Locis usaba. Este chico hizo un gesto con la cabeza que rápidamente dio entender a Mortuum que les estaba saludando.
 
—¿Lo conoces?— cuestionó con aburrida curiosidad. 
 
—Lo conocía— rectificó Locis, perturbado por los recuerdos que acosaban su cerebro también como una cortante nota mental. —Ahora no estoy seguro quién es en realidad.
 
Ambos continuaron su camino con Locis encabezando el recorrido de memoria, las sombras siguiendo sus pasos hasta la boca de la humilde colonia a la cual Mortuum pertenecía y quien no dudó abrir las puertas de su hogar con la llave que guardaba celosamente dentro de su cartera. Locis observó cada movimiento que su mejor amigo realizaba antes de cruzar el umbral que siempre anunció cada una de sus despedidas; aunque no quisiera marcharse, Locis entendía que aquello era inevitable. Deseó por un instante olvidarse de su orgullo y atrapar a su mejor amigo entre su cuerpo y el muro, y besarlo como fantaseó tantas veces en la privasidad de su habitación. Cogerlo, despojarlo de toda su libertad y voluntad, sentirlo como nunca lo sentiría. El aroma de la carne, la consistencia pegajosa del sudor perlando sus masas anatómicas, tan humanas y desagradables. Los ojos muertos de Mortuum, Locis los amaba. Deseaba tanto despertar una emoción distinta en esa mirada, en esos ojos que no le devolvían otra cosa más que amistad, y se encontró pensando en que no le importaría ser el primer demonio de averno en violar a ese cadáver andante si con ello inspiraba aunque sea miedo dentro de su ser, lo revivía más allá de lo que fingía ser para él y para los demás. 
 
—¿Volveré a verte mañana?— preguntó sin pensar, reprendiendose en sus adentros por este atrevimiento. Mortuum se permitió meditarlo, haciendo evidente cuál sería su respuesta.
 
—Eso depende, mañana tengo trabajo.
 
—Lo siento, ignoralo. Fue estúpido— dijo Locis dandose la vuelta con aparente desinterés, su silueta alejandose en definitiva del lugar sin hacer un intento de despedirse siquiera. El peliplata no devolvió la mirada atrás, no quería, estaba más preocupado por la presencia que estuvo siguiendolos desde su encuentro en la avenida principal, de echo ya esperaba ser intercedido por él. Mortuum lo vio alejarse y entró a la vivienda sin mayores preocupaciones mientras Locis suspiraba con hastío, odiandose a sí mismo, denigrando su -a veces- impulsiva forma de actuar. Y se detuvo, recargandose en la pared más cercana a su posición para encender un nuevo cigarrillo, amando inconscientemente esa atmósfera tóxica que se instaló a su alrededor cuando la inmadura y desagradable figura de Vulnere le acompañó más de cerca, apareciendo entre las sombras del callejón donde Locis había entrado sin dudar y acomodandose a un costado suyo con porte flojo.

—¿Ese es el chico?— Vulnere se asomó fuera del callejón analizando la calle donde antes habían estado caminando Locis y su renombrado mejor amigo. Locis había tenido la intención de ignorarlo cuando decidiera acercarse pero ante la mención de Mortuum no tuvo más opción que responder con brusquedad.

—Si te atreves a tocarlo le pediré a mi hermano Eraser que te borre del mundo, de cualquier modo dudo que alguien pueda extrañar a alguien como tú.
 
—Tan cruel como siempre, Locis.— El peliplata sintió a su piel erizarse cuando el pelirrojo había pronunciado su nombre, su voz excesivamente erótica manchada de tildes siniestros tenían ese efecto en él, eso agregando la sonrisa excitada -efecto de la heroína al que Vulnere era adicto- despertaban sentidos calientes en el interior de Locis, viciandolo de incomodidad, atrayendo su mirada hacia la cicatriz que adornaba los labios de su nuevo acompañante, fetiche sexual que empeoraba su condición actual. —No soy un hombre celoso, sabes bien que soy incapaz de dañar a quienes tú no quieres que lastime.
 
—Si supiera de lo que eres capaz no estaría en esta horrible relación contigo, lo sabes.
 
Un sonido suave llenó el ambiente unos momentos cuando Locis se percató de que la débil luz del faro que iluminaba su cuerpo caía de cabeza al abismo; Vulnere se había movido y lo había acorralado entre sus largos y delgados brazos llenos de cicatrices para enseguida restringirlo de su estricto espacio personal cuando una pierna de Vulnere flexionó entre las de Locis, aprisionandolo mucho más de lo que se tenía permitido. 
 
—¿Por qué estás tan enojado conmigo?— interrogó Vulnere en un susurró contra su oído. Locis mordió el cigarrillo con fuerza para retener un gemido estrangulado, no quería darle a Vulnere la satisfacción dejando escapar sonidos provenientes de su excitación cuando ambos sabían que sus oídos eran un fundamental punto débil de su cuerpo. —El Principe Azul no era más que un obstáculo y tu ex-novia puta se lo merecía.
 
—La violaste cuando ya estaba muerta— profirió Locis en un hosco susurro con una marcada mueca de asco. —Eso fue asqueroso. Su rostro estaba destrozado, maldita sea.
 
—Un cadáver que es reciente todavía guarda calor, además...—; Vulnere dejó extender en su rostro una sonrisa, remarcando el sentido burlón dentro de su acento.— Ese día me negaste tu cuerpo, Muñeco. Necesitaba buscar consuelo en algo más.
 
—Estás enfermo, Vulnere— espetó con dificultad pues la respiración fría y el aliento cálido en sus oídos lentamente evaporaban su raciocinio. Se estremeció al sentir un tacto húmedo contra su cuello, esta vez dejando escapar un jadeo forzado.
 
—Déjame guiar esta vez, Locis— rogó, suplicó e imploró, ahogandose en el infierno de su propia lujuria. —No puedo con esto— jadeó presuroso, introduciendo sus manos sin pudor debajo de la sudadera y camisa de Locis, acariciando sin control su espalda baja, rasguñando, alabando la profanada piel del mayor reto de su vida, por quien se había transformado en alguien insano, trastornado con la belleza impura del muñeco cuya textura era incomparable a la de cualquier otro ser humano pisando la faz de la tierra, creado por manos divinas destructivas. —Verte caminar con ese sujeto me estaba volviendo loco, casi no soporto quedarme atrás mientras lo despedías en la puerta de su casa. ¿Por qué? ¿Por qué lo elegiste a él? ¿Qué es él que no puedo ser yo? Yo también estoy aquí... no sé qué hacer, no sé que hacer, no sé qué hacer, no... cuando se trata de ti...
 
—Controlate, imbécil— demandó Locis sintiendose peligrosamente fuera de sus cabales, y es que la forma en que Vulnere lo trataba lo hacía dudar de su propia dignidad cuando estaba tan hipnotizado por esa pasión demente que con tanta facilidad lo hacía olvidarse del universo. —Pareces un maldito animal...
 
—Es curioso que lo menciones— dijo entre jadeos lascivos, proyección de su descontrolada ansiedad.— Los seres humanos compartimos caracteristicas con los animales, es por eso que formamos parte del mismo reino.
 
—Los animales actuan por instinto.
 
—Los humanos también necesitan del apareamiento, aunque nuestro razonamiento se interponga con las leyes de la naturaleza, somos instintivos. Pero yo no necesito una temporada especifica para buscar aparearme contigo... nunca estaré satisfecho...
 
—¡Ya sueltame, idiota!
 
Locis forzó la posición, liberandose un poco de la prisión de huesos que representaba Vulnere. Quizás fue la brusquedad del movimiento, tal vez desde un principio no pretendió de verdad avanzar y dejar a su amante recurrente en la oscuridad, pero en cuanto rompió el agarre los labios de Vulnere habían capturado con ímpetu los suyos, ayudandolo a negarse marchar. El joven peliplata relajó su oposición, sujetandose de ese otro cuerpo que concediendole comodidad le manipulaba embriagarse con el veneno que desprendía su saliva. Vulnere probó el sabor a tabaco en la boca de Locis y se volvió salvaje al notar la docilidad con el cual su amante le concedía el capricho de dominar por esta ocasión. Al final, ¿qué eran ellos? Se preguntó Locis cuando su espalda desnuda se frotó contra las sabanas rojas en la habitación de Vulnere, sacudiendose en respuesta con cada destructora mordida efectuada en la piel de sus piernas. ¿Acaso eran dos enamorados fingiendo odiarse a muerte o eran dos enemigos naturales fingiendo estar cautivados por un enamoramiento repentino? A Vulnere no le interesaba discernir entre verdades pronunciadas por palabras humanas ya que estaba confiado en que no valía la pena preocuparse por la realidad, si amaba o no a Locis no importaba, sólo importaba contenerlo cerca y desgarrar su cordura cuantas veces le fuera permitido. Si, estaba obsesionado. Vulnere no lo conocía en persona cuando comenzó acosarlo y a robar fotografias retratando a Locis desde su computador portatil, las cuales siempre terminaban bajo una espesa capa de semen mientras soñaba con el día en que pudiera saborear su cuerpo de manera más personal. Vulnere siempre estuvo al pendiente de la vida de Locis, investigó y se acercó a quienes actuarían como parejas del peliplata antes de que las relaciones terminaran con un satisfactorio final para alguien como Vulnere. Locis también era consciente de que fastidioso pelirrojo -que desde un principio receló- estuvo espiando cada uno de sus movimientos pero quizás estaba tan harto de la vida que no le importaba que un criminal de su calaña viniera a bajarle la luna o le prometiera una eternidad proyectada por descaradas mentiras. Tal vez quería morir, tal vez Locis ya estaba muerto y Vulnere era la viva imagen del diablo reclamando su alma. Ese diablo tan diestro y habil con las manos que le masturbaba como ningún otro había hecho, que le rasguñaba y mordía con la fuerza que nadie se atrevía, tomandose incluso la libertad de masticarle la piel entre besos devoradores, ese demonio que le lamía las zonas exactas que sacaban a Locis fuera de orbita con estremecimientos indecorosos y que arrancaban el tipo de goce que no le era permitido a un mortal con tantos defectos.
 
—Mortuum...— susurró Locis justo en el instante que el fuego del placer incendió sus entrañas, activando sus más exoticos acentos sexuales. Lo había recordado inconscientemente pues aún le dolía pensar que no era él quien ocupaba su cabeza, su última conversación le había traído la verdad que intentaba desintegrar.
 
—¿Haz soñado mucho con cogerte a tu amigo?— cuestionó Vulnere inclinandose contra el cuello de su amante, agitando su cadera ritmicamente sin parar ni una sóla vez. —¿Haz soñado con su rostro envuelto en el orgasmo mientras le rompes el ano? ¿Te gustaría que lo incluyeramos en nuestras fantasías—Tomó aire, sofocado por el placer vibrante en su bajo vientre, endureciendo su sexo más y más; —... Muñeco?
 
—¡Jamas!— replicó Locis tensando la mandibula al instante, de pronto celoso, repentinamente molesto con la idea, mas desconocía a causa de quién. Quizás la cercanía del orgasmo estaba trastornando su juicio. —Cierra el hocico, no preguntes cosas absurdas. Dedicate a golpear mi prostata, necesitaras mucho esfuerzo para convencerme de nuevo.
 
—Oh, vamos... sabes que lo prefieres así. Lo sé.— Vulnere dio un beso breve sobre el cuello del peliplata, dejando a su aliento ventilarse sin reparo sobre la piel caliente. —Quieres ser dominado.— Locis se heló en reacción. —Tienes miedo de cometer un error por ti mismo, temes confiar, temes dormir, temes comer, temes respirar... le temes a tu existencia entera más que a la muerte que te persigue año tras año. Y también sé que me temes a mi.
 
—¿Por qué iba a temerte?— quiso saber, irritable.
 
—¿"Por qué"?— repitió con obvia sorna después de un bufido desconsiderado. —Porque soy el único que te comprende. Porque sabes que Mortuum no es ni será para ti aunque lo domines, aunque lo consueles o poseas, aunque ambos se complementen.— Vulnere realizó un brusco movimiento que los llevó a ambos a la orilla de la cama, obligando al cuello de Locis cargar el peso de su cabeza para mantenerlo en linea recta y no golpear la nuca contra el filo. La posición era dolorosa pero Vulnere no se detuvo a pesar de eso. —Con él sólo tienes dos opciones: ocultar tus sentimientos para conservar esa unilateral amistad o dejarle ir para siempre, en cambio, conmigo no necesitas hacer nada de eso. Puedes usarme, puedes tratarme como más desees sin temer a las consecuencias. Por mi te manchaste las manos de sangre, aún así, la razón real por la que me temerías es porque yo jamas voy a alejarme de ti. Soy totalmente tuyo y eso te aterra. Sé que eres un chico bueno, Muñeco. Por eso es que ni siquiera pensarás en abandonarme por mucho que me repudies.
 
Las palabras de Vulnere invadieron el ambiente humedecido por vahó y sudor, solidificando una verdad que Locis no tardó en dar razón de ser; no podía contradecirlo cuando ese hombre de invertida naturaleza había comprendido su mente a la perfección, cuando había sabido enterrarse en su alma para extraer la esencia de la que estaba compuesta. Locis podía ser engañoso, hiriente hasta en los peores términos existentes, pero jamas un hombre despiadado que abandona a quienes necesitan de su apoyo. Estaba adherida en su personalidad la lealtad incondicional, comportamiento que aunque frívolo despedía calidez sobre entidades más heridas que él, y Vulnere, maldito fuera, estaba lleno de fisuras, todas creadas a su imagen y semejansa; Locis lo había provocado sin saber. 
 
—Vulnere... — dejó escapar como una caricia en su voz, hosca y estrepitosa.
 
—Si...— susurró el pelirrojo, extasiado. —Dilo— exigió intensificando las estocadas de su cadera contra ese otro cuerpo un poco menos pálido del suyo. —Dí mi nombre. Matame con tu voz. Obsesionate con mi piel. Quiero que te envenenes y mueras conmigo.
 
Vulnere se abrazó a la espalda de Locis y lo atrajo consigo hasta tenerlo montado encima de su sexo. Locis acompañó el movimiento apresurado, sin orden, al cual se condenaron juntos. Vulnere estaba muriendo lleno de placer mientras Locis percibía la humedad de una lagrima escapando de sus parpados entreabiertos. Si un orgasmo era equivalente a morir en milesimas de segundo, ojala y aquel orgasmo se llevara el dolor que en ese momento Locis reconoció abrazarle en medio del desbordante placer por el cual contuvo la respiración.

Notas finales:

Aunque quería continuar escribiendo no tenía más opción que cortarle aquí porque, más que nada, todo es tortura psicologica y agregar otras escenas sería contraproducente. Igual agradezco a quienes llegaron hasta aquí. Las mentes perversas necesitamos unirnos.
 
Gracias por leer.
 
Todo comentario u observación es bienvenido.


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